http://www.gibralfaro.uma.es/criticalit/pag_1934.htm
Grande es la versatilidad y la capacidad de trabajo del escritor
granadino Fernando de Villena, Premio Andalucía de la Crítica en 2009 con su
obra El testigo de los tiempos.
Conozco a Fernando de Villena desde que vestíamos pantalones cortos y le he
seguido a lo largo de estos cuarenta años, y les puedo asegurar que cada nuevo
lapso nos sorprende con vibrantes, inesperadas y rigurosas historias.
Sus dos últimas han sido Mundos
cruzados (Madrid, Ediciones Evohé, 2012) y Fábulas de un tiempo atroz (Guadix, Granada, Nieve y Cieno, 2013).
Muy diferentes una de otra: la última entra de lleno en los convulsos
tiempos actuales a través de breves historias que crean un espacio para la
reflexión; la primera, en cambio, es una novela histórica de largo alcance en
la que Fernando de Villena, a modo de casi novela admirable y aventurera,
recorre continentes y culturas, en un línea muy querida para él en otras obras
anteriores y que muestra sus grandes dotes para los periplos por el mundo y la
trascendencia que la temática del viaje tiene como estructura novelesca en su
producción narrativa. Así sucedía en El
testigo de los tiempos… y tantas otras.
Con Fábulas de un tiempo atroz
pretende iluminar (como una “cerilla encendida”) esta larga noche en la que nos
hallamos. Son relatos breves de apenas un puñado de páginas que tratan de
expresar una óptica crítica y muy pesimista (en una suerte de neoxpresionismo
latente) de la situación social. La pérdida de los valores encarnada en la
naturaleza primigenia y el desarrollismo descabezado, los victimarios del 11-S,
las inhumanas condiciones de la mujer en el mundo islámico, la monotonía del vivir, la alegoría de la desolación a través de esas
personas que una vez que han servido socialmente se las desprecia, la soledad,
la muerte, la corrupción del poder, el sida, el control del mundo en manos de
unos pocos (los 24), el creciente fascismo contra la inmigración… reúnen los
peligros, los problemas, las melancolías del ser humano en las sociedades
contemporáneas. Son como breves latidos del corazón exultante que clama ante
tanta insensatez y ante tanto dolor. Es como si el hombre de pronto hubiera
perdido el norte y anduviera extraviado en un mundo que no le pertenece y con
el que Fernando de Villena se muestra ácidamente crítico. A medida que han ido
avanzando los años, en sus declaraciones también, observo que se ha apoderado
de Fernando de Villena una suerte de desmoralización consciente, de meditabunda
reflexión sobre el papel que juega el ser humano en estas derrotas progresivas.
No existe ni un gesto para la ironía o el sarcasmo sino para la victoria de la
sinrazón en una sociedad que ya no le pertenece, en la que no cree ni con la
que se siente identificado.
Son cuentos breves, parcos en detalles, que van al epítome de los
argumentos y las historias con el afán de mostrar, como en un gran diaporama,
de lo que está configurado el hombre de la posmodernidad, dónde se hallan sus
raíces y qué camino sin rumbo está dispuesto a seguir. Para ello ha desnudado
el texto al máximo llevándolo a los límites de la pureza expresiva pero con la
impureza semántica como acorde, como compromiso y como reivindicación. Es un
tipo de narrativa de enorme fortaleza que ayuda, como dice en la introducción,
a entendernos mucho más como individuos en sociedad.
Muy distinta es la novela histórica Mundos
cruzados. Sus registros cambian totalmente en una obra que calificaría de
enciclopédica por esa suerte de rueda del tiempo en la que nos encontramos al
leerla. Mundos cruzados es el tiempo
en movimiento. Dos conceptos narrativos queridos para él con los que pretende
ofrecer una visión amplia y generosa de ese diálogo entre España e
Hispanoamérica. Sus personajes van de uno a otro espacio sin solución de
continuidad. Los hijos crecen y los hijos de sus hijos engendran a otros vástagos
que van y vienen por ambos mundos creando una urdimbre con la que Fernando de
Villena apuesta fundamentalmente por lo que nos une y no por lo que nos separa.
Es la óptica que rige toda su narración y creo que ha sido un objetivo
conseguido.
Conformado por quince capítulos, cada uno lleva como subtítulo el del
personaje que lo protagoniza y sobre el que se sustenta el mismo: María en el
I, Marino en el II, Marta en el III hasta Candela en el XIV y Claudio en el XV.
Un tipo de estructura que se ha practicado mucho en narrativa hispanoamericana.
Recuerdo que la primera obra de Carlos Fuentes, La región más transparente, adoptaba esa misma disposición.
Al final existe un Epílogo en el que tomando como espacio la colina de la
Alhambra dialogan dos personajes, un anciano delgado y otro más joven, Ignacio
y Antonio, dos anticuarios que hablan sobre un reloj (el símbolo) y Antonio
trata de referir a Ignacio la historia del hombre que se lo vendió.
Es un motivo circular este del reloj que apunta al principio como veremos.
Pero sobre todo es el pretexto para hacer una reflexión en donde se une el
pasado con el presente: España un país imperial que tuvo en las Indias refugio
para desamparados y ahora anda empeñada en los intereses del colonialismo
yanki, y hace también un resumen crítico sobre nuestro país: “La historia solo
nos permite conjeturas: un palpar a ciegas en la niebla. Lo cierto es que un país
como el nuestro, forjado a golpes de guerras civiles, porque contiendas civiles
fueron la Reconquista (…) ha arrojado al destierro a través de su historia a
muchos de sus mejores hijos”. Es hacia la moraleja final hacia la que quiere
llegar Fernando de Villena en este libro profundo, comprometido y de un enorme
interés histórico y sociológico por cuanto abunda de un modo perfecto en la
temática del transterrado, en término creado por el filósofo José Gaos frente
al de desterrado.
La obra posee un comienzo fulgurante, la recomendación de Mohamet ben
Hiata a Marian para que asesine al emperador Carlos. La condición de la mujer
–que ya sería materia en la última obra comentada- preocupa desde sus inicios
al autor y es con ella, simbólicamente, con la que ha querido iniciar esta
serie de personajes que abandonan progresivamente sus tierras para recalar en
otras y poder seguir viviendo. Los elementos de tipo histórico van entreverando
esta obra que pretende ser de aventuras y, sobre todo, de recorrido por lo que
ha sido el magma de nuestra historia, nuestras sensaciones, nuestros desvelos y
desventuras con un narrar raudo, rápido y de gran velocidad narrativa que no
repara en grandes descripciones ni diálogos soportados sobre grandes discursos.
En ese sentido es una buena heredera de la visión que también trasladó Cevantes
y hablar de su raíz cervantina.
El hijo de Marian, ya casada con el capitán Rodrigo Gil, dará su paso en
el capítulo siguiente a su hijo Marino y cambiaremos desde Sevilla a América;
pero más adelante el lector regresará a España de nuevo, y Madrid aparecerá en
ese siglo XVI, a través del que se va gestando toda la acción y con la que
Fernando de Villena va sistematizando un mundo propio con las situaciones
particulares de los personajes en una novela muy bien ordenada y con una
secuencia lineal en el tiempo que nos permite hacer un recorrido por ese mundo
y comprenderlo con verdadero rigor.
Pero todo gira en torno al tiempo y ese símbolo del reloj que aparece en
el capítulo inicial y cierra circularmente el epílogo: ese reloj que recibiría
Marian del emperador tras yacer con él y que le había regalado en la víspera
Castiglione. En ese reloj figura Saturno devorando a sus hijos. Toda una
premonición de la obra.
México, Quito, Potosí… serán centro de sus intrigas y desarrollos
narrativos pero Fernando de Villena es maestro en el progreso de la intriga y
avanza raudo alternando los parlamentos, el diálogo y la reflexión junto al
espíritu aventurero. Ahí surgirá toda la temática de la conquista y las
encomiendas y el concepto del dorado, que tanto generó. Pero lo que más llama
la atención es una doble idea: la noción de transhumancia (y como consecuencia
el de la incertidumbre de todo transterrado) y el de violencia y desolación que
va conquistando progresivamente el espíritu que la sostiene. Al final el tiempo
en su caducidad opera el milagro machadiano de la consolidación de una época
histórica que agrupa múltiples generaciones y ordena un mundo con una voluntad
totalizadora.
Desde luego que en ese cruce de mundos no se puede ser ajeno al mestizaje
cultural y biológico pero también a la destrucción de individuos y
civilizaciones, de desarraigo y desolación, y desde luego de reencuentro o
inseguridad. Una novela para el disfrute narrativo y para hacer un recorrido
por nuestra historia social y personal.
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