lunes, 29 de diciembre de 2008

LA ACTUALIDAD DE MANUEL AZAÑA POR F. MORALES LOMAS



Azaña ha adquirido en los últimos tiempos una gran actualidad con algunas obras que se han publicado sobre él y desde que su Obras Completas (más de siete mil quinientas páginas) fueran publicadas en Taurus. Una de las últimas obras dedicada al que fuera presidente de la República es “Yo, Manuel Azaña, tomo la palabra” de Francisco Cánovas, profesor de la Complutense de Madrid y Premio Nacional de Historia.
El profesor, historiador y narrador Cánovas ha querido con esta obra acercarnos de un modo “novelesco” a la figura de un hombre en el que se resume perfectamente la República y uno de los que intentó con más ahínco cambiar la situación de inestabilidad, conservadurismo y atraso de este país, promoviendo su modernización y basándose en el espíritu que había creado la Generación del 98.
Una figura que en los últimos años se ha engrandecido al ser reivindicado tanto por algunos dirigentes de la izquierda como de la derecha. No cabe duda de que estamos ante uno de los presidentes del Gobierno español más importantes de la historia, tanto por su talla intelectual como por su fácil oratoria y por su ingenio como escritor. Aunar a un tiempo la talla intelectual y la de dirigente histórico no se ha dado hasta el momento en ningún presidente.
Cánovas ha tratado que esta obra no sea ni una ficción, ni una biografía, ni unas memorias, sino que aglutine los condimentos y las técnicas propias de unas y de otras para hacerla más cercana al lector. Efectivamente, Azaña toma la palabra y en primera persona habla de sí mismo y de los personajes y acontecimientos históricos más importantes. Una versión reconstruida a la que no le faltan palabras textuales –que van en cursiva- ni situaciones de una gran dureza personal, de una gran intimidad y de una gran sinceridad. Su punto de vista trae como consecuencia una justificación evidente de su actuación y una ausencia total de autocrítica que tampoco asume el autor Francisco Canovas, totalmente identificado con la forma de pensar y la figura de Azaña.
La obra está organizada en diez capítulos y un epílogo, yendo linealmente desde el momento en que (en el capítulo I, La partida) se va de Madrid al sentirse amenazado por la cercanía de las tropas nacionales a Valencia, el día 18 de octubre de 1936 y más tarde su traslado a la Ciudadela en Barcelona. Salvo algunos capítulos en los que se produce un flash-back y reconstruye la biografía de Azaña desde sus años de estudiante en los agustinos de El Escorial hasta la instauración de la República y el protagonismo en ésta y en la Guerra Civil.



Sus primeras palabras no ofrecen ninguna duda: “Siempre alcé mi voz contra la guerra”. Es una idea permanente en el libro y hay constancia de ello en los continuos problemas que tuvo con Negrín (a partir del 37 jefe del Gobierno) para convencerlo inútilmente de que había que acabar con la guerra y buscar una salida pacífica y negociada. Habla de las cuatro causas de la derrota de la República en la guerra: la política británica: Inglaterra no dejó que Francia ayudara a España, y Francia no podía desarrollar su política exterior sin el acuerdo con Inglaterra: si los países europeos hubieran aplicado una política pacífica y solidaria la guerra se habría agotado: “Nuestro mayor enemigo ha sido hasta ahora el Gobierno británico”, escribió en sus diarios; la falta de cohesión de los partidos republicanos enfrentados entre ellos; la ayuda del fascismo italiano y el nazismo alemán: más de ochenta mil soldados italianos y alemanes, por apenas un millar de rusos; Franco y su voluntad de acabar con la República, son otros causantes.
También analiza el porqué se llegó a esta situación: La estructura social de España ofrecía violentos contrastes y penurias, agravada por la crisis económica mundial del 29 y a las discordias de las diferentes clases sociales que generaron una escalada de la violencia. La propensión al golpismo de algunos militares: desde la primavera del 31 había una trama golpista integrada por los militares Orgaz, Barrera, Ponte, Villegas, Carrasco y financiada por Juan March, el duque de Alba y otros hombres de negocios. A estos se incorporarán el general Sanjurjo, Mola... y muy al final Franco, que vio su oportunidad histórica tras la muerte de Sanjurjo y Mola en sendos accidentes de avioneta.
El apoyo decidido de la Iglesia al golpe. Tenía claro Azaña que “el catolicismo ha dejado de ser la expresión y guía del pensamiento español... España ha dejado de ser católica”. Y esta necesidad de no querer perder el protagonismo histórico que siempre ha querido tener (como en el momento actual con sus manifestaciones en la calle) llevó según hazaña al siguiente papel: “La iglesia española ha participado en esta guerra como en una cruzada contra infieles. Ahora cuenta con los moros, y los infieles son otros”.
Pero sobre todo el “odio y miedo causantes de la desventura de España..., por mucho que se maten unos a otros, siempre quedarán bastantes, y los que queden tienen la necesidad y la obligación de seguir viviendo juntos para que la nación no perezca”. Y por último, “la falta de solidaridad entre los pueblos de España ha sido uno de los mayores desengaños que he sufrido en toda mi trayectoria política”. Se fiaba tan poco de los nacionalistas que ya en la guerra dijo: “Caído Bilbao es verosímil que los nacionalistas arrojen las armas, cuando no se pasen al enemigo. Los nacionalistas no se baten por la causa de la República, ni por la causa de España, a la que aborrecen, sino por su autonomía y semi-independencia”.
Finalmente como causas más concretas: la carencia de mandos intermedios en el ejército republicano. Pero hay otras esferas que aborda: el gran papel de México y su apoyo decidido a los republicanos, la represión brutal de Franco, la importancia del arte, la literatura y la música en su vida: “El Museo del Prado es más importante para España que la República y la Monarquías juntas” dijo a Negrín. Y la gran mentira de Franco, vendida a todos los extranjeros: España se va a hacer comunista, cuando el PCE en las elecciones sólo obtuvo el 4% de los votos, menos que en la actualidad.
Como últimas reflexiones queda esta perla sobre el carácter y la forma de ser de los españoles, muy acreditada en la última legislatura española: “España es un pueblo difícil de someter a la disciplina de la libertad y la racionalidad. La mayoría de la gente es impulsiva y apasionada. Hay pocos sesos, o quizá no estamos preparados para utilizarlos convenientemente”.

domingo, 28 de diciembre de 2008

PACÍFICO DE J. A. GARRIGA VELA POR F. MORALES LOMAS


La narrativa de Garriga Vela es fiel a sí misma y a unos principios que la sustentan desde el origen: un lenguaje sencillo, frases cortas, rapidez narrativa, cambios constantes, secuencias breves, una aparente fragilidad (tanto en la densidad de la obra en sí como de su extensión) que es engañosa porque su profundidad vital está presente, la necesidad de objetivar la realidad a través de frases hechas que encierren una idea precisa original o tomada de otros con el verbo ser en un juego metafórico, la configuración de mundos cerrados (los mundos de Garriga Vela caben en una manzana, como él mismo dirá), el espacio como agente delimitador; y los personajes, miembros de una comunidad reducida (a veces de una familia, como en esta novela) «problemática» que asume un azar generalmente desgraciado –casi como los personajes de su admirado Kafka- que los sobrepasa convirtiéndose en héroes trágicos.
Estas condiciones también se dan en “Pacífico” (Ed. Anagrama, 2008). Su mundo pertenece en este caso al espacio cerrado de la calle de Comercio: “Mi mundo literario cabía en un edificio de calle Comercio”, dirá el narrador protagonista y testigo de los acontecimientos. La proyección de lo cotidiano y su trascendencia simbólica es determinante en su obra. Las aparentes vidas anodinas de cada uno de nosotros pueden (como en la obra de Kafka) ser un símbolo de muchas existencias.
La obra desarrolla la historia de una familia (la del narrador), a la que le persigue la desgracia -son dueños de ella, dirá-. A través de la primera persona cuenta las situaciones más llamativas de la vida de su madre (comadrona), su padre (viajante de comercio), su hermano Sebastián, el amante de su madre Fernando Nogueira, él mismo y los boxeadores, el grupo de Los sonaos...



Comienza la obra el 2 de julio de 1961, desde el momento que hacen la Primera Comunión y Hemingway se pega un tiro en la boca. Va de uno a otro personaje sin una estructura premeditada según el fluir de conciencia (aunque haya una organización estructural en treinta y tres capítulos breves). El narrador es un joven que pretende ser escritor. Este hecho crea una vía metaliteraria en la obra, en la que desde el principio aparecen dos escritores como referentes y guías (con continuos guiños a ellos): Hemingway y Kafka, con el que tiene algunas relaciones Garriga Vela en la concentración en esos mundos pequeños y agobiantes. Esta vía metaliteraria está presente con continuas reflexiones al oficio de escribir. Estas reflexiones nos ofrecen muchas claves sobre el modo en que Garriga Vela entiende el oficio literario: ”Yo soy un hombre que piensa en otra cosa” (esta frase es la cita inicial de Antonio Lobo Antunes); “no cabía duda de que para triunfar en la vida, al menos como escritor, era necesario pasar hambre, ser infeliz o estar muerto”; “siempre quise ser un escritor maldito y al final me convertí en un maldito escribiente”; “los escritores oyen el silencio, descubren lo invisible y después lo cuentan en sus libros”; “Kafka afirmó que un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos dentro. Pero yo no ocultaba nada especial en mi interior”... Pero también existe esa relación entre la psicología personal o inventada y la literatura: “Mi tristeza era una pose, una forma de llamar la atención, una condición ineludible para convertirme en escritor. Estaba contento de ser infeliz. Además no cabía duda de que mi aspecto lánguido y desvalido iba a favorecer en el futuro mi carrera literaria”.
La profundidad en la psicología de los personajes, el aire irónico; a veces, tristón y nostálgico invade esta obra en la que todo son infortunios: su hermano acusado de violar a su propio hijo y encarcelado (la historia de la violación se revela a partir del capítulo veintinueve); su padre con los cuernos permanentes y un accidente de coche que le impedirá andar (el final de éste no lo desvelamos); la madre en su romance con Fernando Nogueira y él con ansias de ser un gran escritor pero conformándose como Kafka en trabajar en una oficina. Como un homenaje al boxeo y a su querido Manuel Alcántara, preparador de boxeadores en la obra, surge el grupo de Los sonaos que jugaban los miércoles por la noche al dominó y las cartas, y Antonio Linares, también boxeador, alias el Pipa.
Una de las búsquedas lingüísticas permanentes de Garriga Vela, poco expansivo y tomando el silencio como técnica narrativa, es la concentración de los significados en una frase, la inmediatez y la búsqueda de la palabra o la frase expresiva que rompa y cree un mundo personal, por ejemplo: “En la vida fallas cuando tienes muchas cosas en la cabeza”; ”la felicidad es una biblioteca repleta de libros y un jardín cubierto de plantas”; “si el corazón pudiera pensar se pararía”; “los mexicanos cuentan que el océano Pacífico no tiene memoria”;“Mi hermano se había convertido en un extranjero del tiempo”; “Más que un viajante de comercio, mi padre era un viajante de calle Comercio”; “mi padre no soportaba el silencio”; “me considerada un niño afortunado porque tenía dos padres en lugar de uno”.
En definitiva, una novela con la que se concentra en un estadio concreto, en un mundo cerrado, en unos seres anodinos con sus desafortunadas vidas que llegan a tener una proyección simbólica y universal.

Garriga Vela, “Pacífico”, Ed. Anagrama, Barcelona, 174 páginas, 15 €

sábado, 13 de diciembre de 2008

LA ARQUITECTURA DE LAS EMOCIONES por F. MORALES LOMAS




Desde que conozco a F. Ruiz Noguera (va ya para un cuarto de siglo) he tenido la impresión de que su lírica se construye desde la expectación de las emociones, su crepúsculo y reconcomio. La alquimia de los deseos, el espectáculo del ser humano ante sí mismo y el mundo que le rodea, sus mitos no consumados, su humildad de ser inacabado y en proceso de suspensión, bajo la férula temporal que establecen los imprecisos límites de la vida, a resultas de la gran astenia, su desaliento y su muerte.
Ello es sintomático en el último poema de su nueva obra, Arquitectura efímera (2008, VII Premio Vicente Núñez), en donde establece una poética que lleva por título “Límites”. Y entre ellos, los que debe encerrar la bonhomía de la palabra, la lengua clara, lumínica: “Hablar con claridad de lo que puede hablarse”. La demarcación del poeta, su territorio, su jurisdicción es, en consecuencia, tanto exterior como interior. Hay unas fronteras que se construyen fuera, pero también otras que impone la capacidad del verbo, su transigencia, su luminosidad o su perversión. Y entre esos límites se establecen una serie de unidades temáticas y significativas que son principios estéticos: “los días azules”, “el tedio de las horas o su fulgor gozoso”, “el corazón”, “un libro”, “la espada”, “la penumbra del misterio”, “la gélida seda de la muerte”, “la palabra”; el verbo con el que se está en una relación de autoayuda.
Símbolos o términos precisos que confieren un significado a la vida y a la obra. Todo ello aderezado por una organización sistemática y ordenada del poema en el que se observa cómo el ruido de las palabras no impide dejarles el hueco que necesitan. Equilibrio y clasicismo que en sus últimos poemarios sigue tan vivo, pero adaptado a la incontinencia de una corriente vitalista y elegíaca. El sustantivo y el adjetivo que dan título a Arquitectura efímera refuerzan dos ideas siempre presentes: la lasitud de todo lo que fluye alrededor del ser humano, el discurso de lo perecedero, de lo efímero y precario... junto a la sistémica del proceso, que bien se puede entender como un armónico que delimita los campos, aunque también como una férrea singladura (inamovible) hacia el estertor de lo provisorio y volátil. Podríamos resumirlo en estas palabras: no somos aquí, sino que estamos hoy. Este estar, determina “agarrarse a la vida”, organizar la hora de los sentidos, su mirar limpio, adentrarse en la vida, en su corriente (“Collige, virgo...”: collige, virgo, rosas dum flos novas et nova publes et memor esto aevum sic properare tuum: coge, muchacha, las rosas mientras haya flores nuevas y juventud incipiente y recuerda que así se marchita tu tiempo; coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado... dirá Garcilaso), anclarse en la marcha del hoy: “Sin ir más lejos, hoy” y adentrarse en el conformismo de ser ahora: “Confórmate con ver/ tan sólo lo de siempre,/ por ejemplo, esta calle,/ la de todos los días”. El poeta está bien avenido con el estar, callado el firmamento, alto, distante. Y, más que ser un héroe inmortal, estar en la mortalidad, siendo hoy. De ahí su parodia sobre la inmortalidad en “El héroe inmortal”. Y en esa determinación de estar, la contemplación de la luz, su poder, su secuencia vital: “Pondrás toda la luz/ en el negro abundante”. La única forma de determinar el ruido de la muerte, su oscuridad, su inmortalidad.
A este juego de esencia y presencia no es ajena la línea temporal: la memoria, el pasado, el presente y el futuro sobre el que va y viene el poeta tratando de explicarse el mundo. Se busca el que fuimos y también el que se seguirá siendo. Pero siempre en la inmanencia del presente. Esto se hace preciso en el poema “La máquina del tiempo”: “Tú puedes dominar/ la ruta que desees (...) el trayecto se mueve/ entre el reino ya fijo/ de recuerdos que miran a la bruma/ y el imperio futuro/ que domina los sueños”. Pero también el poema “Tránsito”.
Desde el comienzo nos habla de la terminología de la construcción y nos introduce percepciones como simetría o incompleto. Y se detiene en algunas ideas que determinan su utopía lírica: la esencia de la mirada, su aliento último, como uno de los recursos expresivos más empleados. La mirada es el resorte que nos anuncia lo que el mundo nos ofrece y lo que nosotros le ofrecemos al mundo (una visión lúcida), a través de ella, que es luz, penetra esa claridad, esa esencia. Esta recurrencia a la mirada es constante en el poemario: “Qué sencillez tan plena en la mirada”, “que asombre la mirada”, “toma con la mirada/ todo lo que de hermoso se te ofrece”, “miras y miras a ver qué se te ha perdido”, “mirándote a los ojos”... Incluso como un aldabonazo y símbolo indeleble el verso que fija un poema: “Mirar los ojos limpios de lo oscuro”. Esta bendición lumínica de penetrar en lo impenetrable de la existencia queriendo obtener una explicación racional.
Con esta oportunidad para organizar “la arquitectura efímera” de la existencia le llega también la hora a la muerte, como una victoria del “ángel de las sombras”, luciendo su coraza de charol y eternidad. Por este motivo cualquier herida carece de elocuencia, es un borrón en el estar de hoy, en el momento; es prescindible en esta niebla, en esta columna frágil que es el hombre, anclado en un túnel y efímero por su naturaleza: “Ya no hay ninguna huella,/ ningún vestigio queda/ del calor de una vida.// Sólo nada”.
Un poemario de búsquedas, de observaciones, de ojos que sucumben al estertor de la vida y comprenden su vacío, su desnudez completa, lo que fue un espejismo.

martes, 9 de diciembre de 2008

PERE GIMFERRER, EPÍGONO POSMODERNO POR F. MORALES LOMAS




Tornado (Seix Barral, 2008), o la mirada hacia atrás, es el último proyecto lírico del poeta catalán Pere Gimferrer, miembro de la RAE desde 1985 y Premio Nacional de Literatura en dos ocasiones. Es una continuación de su poemario Amor en vilo, en el que conectaba con el cine, el jazz o la tradición literaria...
Tornado lo componen setenta y tres poemas de amor escritos linealmente desde el día veintiséis de febrero de 2006 hasta el nueve/diez de marzo de 2008; siendo durante el año de 2006 cuando se escriben la mayor parte de ellos: 39. Es un libro que trata de almacenar lo mejor de la tradición clásica del barroco, fundamentalmente (aunque hay también poemas dentro del clasicismo del XVI), y del modernismo, tomando como unidad temática el amor explosivo, la exaltación de la amada, el erotismo múltiple, la acumulación de imágenes, metáforas, símbolos, figuras retóricas, símiles...; y la plétora verbal a través de los elementos musicales que conforman todos lo de repetición (anáforas, aliteraciones, la rima, paronomasias...), estructuras paralelísticas..., que conforman un poemario con una sensibilidad vetusta y antigua, que tiene algo de quincalla; y quizá poco creíble, porque acaso se perciba más como un ejercicio literario que como una pulsión emotiva, aunque quizá esto sean considerados prejuicios de lector. El escritor catalán demuestra en Tornado que es un gran gregario de Góngora, Quevedo o Rubén Darío, a los que trata de emular con su continuo juego metafórico, sus imágenes rutilantes y sus verbalismo incontenido, musical y evanescente.
Decir a la amada en estos momentos de la literatura española que es “Una mujer formada de oro y plafones/ y de una algarabía de estruendo y fuego./ Una mujer escrita en modulaciones/ sobre la partitura del tú y el ego”, o hablar de “la pulsación de soles de tu cuerpo”, o “tus talones de oro me han desencuadernado” es una lírica que puede tener sus prosélitos (y Gimferrer los tiene) pero a mí me resulta, como mínimo, una lírica turbadora y, como máximo, un juego con la tradición literaria a la que pretende remedar o parodiar. Estaríamos, en consecuencia, ante un escritor que en estos momentos desea convertirse en epígono posmoderno tratando de acarrear de nuevo a nuestros días un tipo de literatura que en el pasado cosechó indubitables éxitos.

Gimferrer se convierte, pues, en trasgresor desde la concepción de un discurso prístino, intentando una vuelta a los grandes clásicos, rivalizando con Quevedo y Góngora, con Rubén Darío y Valle-Inclán. Pero escribir como lo hicieron Quevedo o Góngora puede resultar a estas alturas un discurso ajado o deslucido. Aunque también es cierto que es una literatura que tiene sus lectores y Gimferrer desde el 66 posee una cohorte de seguidores (en algún momento yo lo fui) a los que, sin duda, agradará su poesía, por ser un virtuoso de la palabra literaria y un buen lector de los clásicos, que diría Borges. Y, efectivamente, creo que uno de los valores del libro es ese virtuosismo creador intentando por momentos unir la posmodernidad con la tradición literaria.
En este extenso libro de poesía amorosa el lector podrá encontrar esa capacidad lingüística que nadie le niega, un notable talento expresivo y la consideración de que ha recogido el testigo de las lecturas clásicas y ha asumido la mejor tradición de la literatura española..., pero también podrá encontrar a un escritor impersonal, incoloro e inodoro, seguidor de alguien que en su momento descubrió al mundo el papel revolucionario y vital de la palabra, pero cuando se crea ex nihilo.
No considero que sea el papel de un gran escritor actual escribir con sucedáneos imitativos de la mejor literatura española áulica. O al menos alguien que, en el pasado, ha demostrado ser un profundo poeta en obras Arde el mar o La muerte en Beverly Hills. A un escritor así le debemos reclamar que escriba una obra personal, una obra que quede como testimonio de una época.

Gimferrer, Per: Tornado, Seix Barral, Barcelona, 2008, 189 págs.

La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano