martes, 24 de octubre de 2017

PRESENTACIÓN POÉTICA MACHADIANA EN TIEMPOS CONVULSOS DE F. MORALES LOMAS EN EL CAFÉ COMERCIAL DE MADRID


MANUEL RICO, MORALES LOMAS Y RAFAEL SOLER, CAFÉ COMERCIAL (MADRID), 23 DE OCTUBRE DE 2017, 20:00 H.



Agradezco muy especialmente las palabras de Manuel Rico y Rafael Soler en la presentación de Poética Machadiana en tiempos convulsos de Francisco Morales Lomas que presentamos ayer en el Café Comercial de Madrid, lugar emblemático en la vida de Antonio Machado, pues todos los días, durante los últimos años de su vida madrileña, solía desayunar en él, mientras consultaba la prensa antes de dirigirse a impartir sus clases al Instituto Calderón de la Barca en el 32, 33 y 34 y al Instituto Cervantes después. Fue una noche muy especial estar en un espacio donde 100 años antes estaba el bueno y comprometido D. Antonio. Nos acompañaron buenos amigos y poetas. Entre otros, aparte de los citados Rafael Soler y Manuel Rico, Antonio Hernández, Alicia Aza, su marido Julián, Juana Vázquez, amén de amigos y amigas, como desde entonces Maxi Rey; y desde luego mi hijo Julián y mi nuera Ximena.


MI VISIÓN SOBRE ANTONIO MACHADO

F. MORALES LOMAS



Hay poetas que lo acompañan a uno durante toda la vida: Antonio Machado, César Vallejo, Neruda, Quevedo, Garcilaso, Lorca, San Juan de la Cruz, Lope, Valle-Inclán… Y hay poetas cuya coherencia vital y artística permiten recordarlos siempre. Desde los dieciocho años conservo también de Antonio Machado un retrato enmarcado que me acompaña desde entonces a pesar de los años transcurridos y los diversos traslados de vivienda en los que siempre vas dejando por el camino objetos inservibles e imágenes ajadas. La de Machado no.

Junto a Bécquer, Fernando de Herrera, Lorca o, el otro gran poeta olvidado como bien dijo Valle-Inclán, Espronceda, a Antonio Machado lo descubrí en la adolescencia unido indefectiblemente a los estados de ánimo propios de ese momento. Gustaba yo entonces de recorrer en bicicleta los caminos que conducían a las solitarias alamedas cercanas a Fuente Vaqueros y allí me detenía a leer mientras pasaba las horas en un dulce encuentro. Llevaba indefectiblemente junto al bocadillo y algo de fruta unos libros en la mochila. Y en medio de aquella paz de los árboles agitados por el viento, durante muchas primaveras y en los días menos tórridos del verano, leía profusamente a Machado en aquella naturaleza que se avivaba especialmente cuando a lo lejos contemplaba la grandiosa imagen de Sierra Nevada. Arropado por las palabras de Machado y, a veces, también por las de Lorca y ese espíritu que habitaba esas alamedas de su tierra chica.

Llegaba entonces un Machado musical y sentimental, un Machado contemplativo que en el suave ritmo de sus canciones se presentaba soñador, meditabundo… y se detenía en los caminos de la tarde, en el campesino que regresaba del campo después de una dura jornada o en la tenue melodía del agua que me circundaba en pequeños arroyuelos a los que prestaba un coro perfecto el sonido multicolor de todo tipo de pájaros que gorgoteaban enloquecidos. Había en esos momentos de abandono, un Machado en comunión perfecta con la conmoción ensimismada y platónica del adolescente, siempre propensa a los estados de ánimo melancólicos y cambiantes, acaso hipocondríaco y taciturno o por momentos animoso y vivaz, pero también a la templanza de las horas en su lento y monótono discurrir. Era uno de los poetas en que mejor se concentraba el espíritu que habita en las cosas, el ánima de las cosas. Machado humanizaba los elementos, los hacía formar parte de nosotros como una especie de metafísica cercana, una metafísica de la cotidianidad. Había una naturaleza que volvía a ese ser humana, que cantaba la alegría de existir y daba las gracias por estar vivo.

ALGUNOS DE LOS QUE APARECEN EN LA IMAGEN: MAXI REY, JUANA VÁZQUEZ, MANUEL RICO, ANTONIO HERNÁNDEZ, MARI LUZ, F. MORALES LOMAS, RAFAEL SOLER


Existía esa visión de Machado de época y el responsable fue, sin duda, Manuel Alvar en aquella magnífica edición de la Poesías completas de Machado que hizo para la Editorial Espasa-Calpe. Sonaban las fuentes, los ríos, los espacios que alcanzaban sus ojos, y los personajes que nacían para unificar la singladura cordial de la existencia. Era fundamentalmente la poesía de sus primeros libros, Canciones, galerías y otros poemas. Pero también era un Machado que le hablaba a la mente, al alma… un Machado que dudaba, un Machado reflexivo para el que la poesía era un “arma humanitaria”, un arma para alcanzar las bondades de la existencia. También un instrumento lingüístico para expresar lo inefable. Muchos Machados surgían entonces, un Machado seducido por la existencia y los afectos, un Machado enamorado de una joven a la que llevaba casi veinte años. Aquel Machado de a Orillas del Duero (que tanto comentaban los profesores de entonces) que contemplaba la vida y se dejaba llevar por el embeleso y los ruidos del mundo.
Luego llegó un Machado más duro. Un Machado que denunciaba la impostura, la incoherencia del castellano-español, su arrogancia… los males y las contradicciones del cainita. Un Machado profundamente comprometido con el ser humano en su necedad, en su sufrimiento y en su miseria. Un ser humano acobardado, violento y sucio. Al que denuncia con virulencia y estupor. Machado era serio y comprometido.




Muchos años después, y con motivo de este ensayo “Poética machadiana en tiempos convulsos” surgió otro Machado más combativo, un Machado en la República y en Madrid, Valencia y Barcelona, que percibía con inteligencia y sabiduría que las cosas iban mal e irían a peor. Al mismo tiempo que un Machado  que escribía lentamente su discurso de entrada en la Academia, encumbrado en el éxito de su teatro, en el reconocimiento popular y, de nuevo, aceptado por el amor, aquel amor que se reconstruía de nuevo. Y germinaba entonces un Machado recóndito, que se plegaba como un adolescente, como cualquier adolescente a los embelecos de la amada Pilar de Valderrama (Guiomar) y, por un momento, sentía que el amor era un sueño que renacía de las cenizas y se sentía alegre y satisfecho en medio de una República mortecina. También un Machado cansado, enfermo en su adicción al tabaco, que lucha, que defiende ideas, que se siente fuerte mentalmente para evitar el mal que se avecina, y crea con tenacidad y vigor ese concepto de intelectual comprometido hasta el final que une la ética a la estética con ideas que son la base de la humanidad. Entonces queda el Machado como símbolo en su Juan de Mairena, el Machado pensador y filósofo, el Machado definitivamente construido para la posteridad como un referente de coherencia en la vida y en la obra. Y sobre todo como emblema al que seguir.

MORALES LOMAS, XIMENA Y JULIÁN, PLAZA MAYOR (MADRID), 22 DE OCTUBRE 2017



miércoles, 11 de octubre de 2017







LA PRIMAVERA DE LA NOCHE DE RICARDO BELLVESER
MORALES LOMAS
Presidente de la Asociación Andaluza
de Escritores y Críticos Literarios

Martin Heidegger estuvo muy acertado cuando tituló su obra máxima Tiempo y ser, uno de los monumentos a la reflexión en el siglo XX. Nos movemos en esos parámetros que al fin y al cabo son el mismo. Nuestra esencia solo es reconocible en nuestra existencia, en el estar ahí (Dasein) de Heidegger y en la dimensión que alcanza el título nerudiano: Confieso que he vivido.
Ricardo Bellveser en este emocional libro, La primavera de la noche (Calambur, 2016), confiesa que ha vivido y su esencia se revela en los veintidós ámbitos para la reflexión por su vida que conforman estas unidades de un objeto poético concreto que son los poemas: la afirmación de un momento vital para celebrarlo. Un vuelo de celebración que se encarama al tiempo y sus pesos, sus memorias y sus grandes verdades pero también su futuro: “Frágil e indefenso sospecho el final”. El poeta se declara y consiente en defender la existencia desde la ponderación y las sensatez de haber cumplido años, pero también desde la sinceridad consigo mismo. Afirmando el principio de placer del que hablaba el mexicano José Emilio Pacheco.
En la lírica de Bellveser hay una arquitectura interiorizada sobre lo que ha sido el tiempo vivido pero también lo que resta, y habiendo sido consciente de un bagaje aprehendido y de espacios para la desolación quiere imprimir sus años de “vida” y evitar el desasosiego y la decrepitud, aunque pueda surgir por momentos. Es una oda a la esperanza muy loable y confiada que nos habla de la gratitud ante la existencia.
En este recorrido por el ser, lo que fue ocupa un espacio necesario, aquellos “días azules” que tan a Antonio Machado nos llegan. Pero este hecho no impide que en este confesional libro, directo, sincero y cuidadoso con los excesos, se olvide de lo perecedero, se niegue la destrucción progresiva del ser. Es muy consciente de ello y que “los años corren tras su monotonía” evitando ese discurso del que la melancolía podría adueñarse en otra situación. La memoria de los caídos está ahí (“Cada gota de lluvia me trae el recuerdo/ de un muerto mío y ella misma es la muerte”).  También existe un ámbito para la tribulación, como en el poema “Mis amigos habitarán mis silencios”, donde trata de conformar al silencio como horma para ese desencuentro y, con ironía elegante, desoye esos sarcasmos que se bebe, como si el silencio habitara un espacio para la temeridad de una vida. 
Es un recorrido vital también por la infancia y la adolescencia sin tratar de ajustar cuentas pero sí mostrando sus afanes y búsquedas, su crecimiento personal que, en ocasiones sufre conmociones: “La realidad/ siempre se imponía y lo arruinaba todo”. Pero en ese recorrido por el mundo, por los demás, descubre que siempre hay que mirar dentro de uno mismo. Porque en ese yo se oculta siempre el discurso de la verdad con la intertextualidad de San Juan de la Cruz como guía: “Quién me iba a decir que dentro de mí/ iba a dar a la caza alcance”.
Ricardo Bellveser ha querido contarnos su aprendizaje en el mundo y adentrarse en la palabra pero también en la música, como liberación, como en el poema “Réquiem”, en homenaje a Mozart, que le sirve para descubrirnos su sentido de la existencia, que es siempre un canto gozoso y del que escucha siempre ese interior al que aludíamos antes: “Escucho en mi interior/ a aquel personaje que me habitó/ y se volvió invisible con la caída/ de los granos de arena tras el cristal”.
El amor no podría dejar de ser un espacio necesario para adentrarse también dentro del poeta y conmocionarnos con una sincera definición de lo que fue, de lo que es, de lo que ha sido, tan “ritual de esfuerzos” como “tenaz e incansable” en sus encuentros y afectos. Como si la consunción no fuera nada significativo y la intensidad perviviera como algo que “no se nos consume”, como algo que lucha por aparecer y sigue naciendo “tras la curva de sus hombros/ desnudos”.
El tiempo para el desasosiego inaugura la segunda parte, donde la experiencia de lo vivido y la fotografía en movimiento habita el poema plagado de regresos y habitaciones que se van abriendo para airearse y descubrir sacudidas como el olor a leña o la habitación donde el recuerdo nos llena de seres queridos (Gil-Albert, Gaos, Grande, García Berlanga…): “Hablo con ellos después de que la muerte/ entrara en sus casas”.  Pero siempre son amados muertos que nacen para alegrar una vida plena que encuentra en estos versos la densidad de lo visible y lo invisible pero reflexionado y sentido desde la experiencia vital que puede consentir con la nostalgia.
Pero como Heidegger, Ricardo Bellveser sabe que el tiempo es ser y esencia. Es el Dasein, el estar ahí. Por ello pide tiempo para seguir siendo, para seguir estando ahí, “el tiempo que no existe”, aunque lucha por adentrarse en él una y otra vez evitando lo perecedero y adueñándose de esa luz que espera, como palabras que acechan y también como caminos que se abren, aunque sea consciente de que todo conduce “hacia la sombra” pero al fin y al cabo también “la sombra es una forma de belleza/ porque la sombra es luz, o es su ausencia,/ o es la no luz, pero luz detrás de todo”.
En el último poema “Final anancástico” oficia una conclusión emotiva y envolvente donde revela que el desengaño de la existencia no lo ha derrotado y en su lucha siempre ha deseado la búsqueda de la perfección en un mundo limitado, imperfecto. En él siempre hubo convicciones, un principio ético que todo lo envuelve sin dejar nada al azar y se corresponde también con la presencia del los suyos pero afirmando con rotundidad su esencia: “Mi existencia es totalmente mía”.

Libro entusiasta y conmovedor, sincero, inteligente y comedido, donde existe primavera en la noche y el sosiego permite adentrarnos y reconocer lo que somos, lo que fuimos y lo que seguimos siendo.

MORALES LOMAS Y RICARDO BELLVESER EN EL ATENEO DE VALENCIA, MAYO 2017

lunes, 9 de octubre de 2017

PRESENTACIÓN EN CAFÉ COMERCIAL (MADRID) 

POÉTICA MACHADIANA EN TIEMPOS CONVULSOS. 
ANTONIO MACHADO DURANTE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

de F. MORALES LOMAS

EDITORIAL COMARES






jueves, 5 de octubre de 2017


EL ROSTRO DE SAN JUAN. UN CUADRO DE ALONSO CANO, NOVELA DE FERNANDO DE VILLENA

MORALES LOMAS

Presidente de la Asociación Andaluza 

de Escritores y Críticos Literarios

Cada año la obra de Fernando de Villena va fortaleciéndose con nuevos títulos que amplían sobremanera una producción narrativa que anda por las veintidós trabajos. Cifra nada desdeñable si a ella le unimos el mismo número de libros de poesía y un buen número de ensayos. Es evidente que, desde que lo conozco, allá por el año 1974, la obra de Fernando de Villena no ha parado de engrosar una larga trayectoria que nos indica que estamos ante uno de los autores españoles más consolidados.
Su última entrega, El rostro de San Juan. Un cuadro perdido de Alonso Cano (2017), publicado en la magnífica colección de narrativa de Port Royal que dirige con exquisito cuidado el común amigo Ángel Moyano, es un encuentro con el pasado y el arte, pero también con el presente. Una tendencia que sigue en algunas de sus obras, que son deudoras de los tránsitos históricos y la singladura tenue, y con suaves pespuntes se adentra en los grandes acontecimientos de nuestra tradición y en la construcción de personajes.
Es verdad que la intriga está muy presente en esta obra que reconstruye un crimen o permite su develamiento mientras andamos de consuno por el espacio y el tiempo en una singladura que nos permite reconocer la enorme capacidad y facilidad para la construcción de historias de Fernando de Villena. La historia irrumpe en la muerte de la mujer del pintor Alonso Cano, Magdalena Uceda, ocurrida durante el siglo XVII, pero la historia llega hasta finales del XX, pues del diario El País se extrae la noticia del día 7 de noviembre de 1997 del robo y hallazgo de unos cuadros del pintor granadino en un palacio de Fuentidueña del Tajo.
el rostor.jpg
Los personajes reales y ficticios se aglutinan en esta fábula que circula por tres grandes apartados: la tragedia y muerte de la joven, la dinastía de Francisco de Garcerán por varios siglos y, el momento más cercano, con los personajes que nos traen la más cercana actualidad. Siendo los cuadros de Alonso Cano el elemento unitario que imbrica todos los apartados.
Es un recorrido por tres siglos y por España y América con múltiples personajes que se van engarzando unos a otros como cuentas de un rosario narrativo y secundan una estructura en cadena. Cada uno de los capítulos está presidido por el nombre de un personaje comenzando por Magdalena Uceda, la joven asesinada, y finalizando con Antonio Marín. En medio una novela escrita con gran rapidez narrativa y con un gran interés que permite revivir modos de ser, comportamientos de una época y singladuras históricas centradas en el día a día de los personajes cuyas vidas transcurren raudas como pequeñas historias o breves relatos autónomos en sí mismos.
Tanto la estructura como la acumulación de perspectivas nos permite hablar de una novela heterodoxa, cervantina, que tiende a la totalidad en el encuentro de narrativas diversas, pues podemos encontrar la novela histórica, la costumbrista, la novela sentimental…; en ocasiones, la picaresca y la novela de intriga de corte policíaco y criminal. Esta acumulación de géneros permite hablar de una amplia perspectiva y riqueza, con un leguaje muy cuidado y preciso, y dotado de una enorme claridad expositiva.
Durante los primeros años nos encontramos en Sevilla, el año 1624, y la entrada solemne de Felipe IV “cuando la primavera empujaba el milagro de sus brotes”, y también un auto de fe, que tanto animaban al pueblo entonces. El encuentro de la joven con Alonso Cano, que la toma por esposa cuando ella cuenta con catorce años. Después Madrid, Córdoba… y la muerte de ésta. El capítulo de Alonso Cano nos adentra por Granada pero también por Sevilla con el pintor Francisco Pacheco, el suegro de Velázquez. La llegada a Madrid en 1638 y los acontecimientos resumidos de la historia de España y el modelo Guido Caballedosi, primero modelo y después…. con el que llega una suerte de novela picaresca que tanto debe a las lecturas de época.
En la segunda parte la saga de los Garcerán llega con rigor, uno sucediendo a otro en su historia, que es la historia del cuadro de Alonso y su recorrido, pretexto literario para transitar por mundos imaginarios, para construir épocas y personajes.
Alonso Cano será acusado de haber dado muerte a su mujer, pero el rey Felipe creía en su inocencia y también don Francisco de Garcerán y Ayala cuando conoce la noticia. Nos llega entonces la historia de este, sus amantes y su enrome patrimonio, como gran divisa que todos se disputan y, a partir de él toda su progenie: nietos, biznietos, tataranietos… La historia de Lucas (estamos ya a comienzos del siglo XVIII) y su suicidio; la hija de este, Angélica, y el amor (años 1740), su enfermedad y muerte. Y así sucesivamente van pasando, Carlos, Jacinto y Úrsula, Miguel, Guillermo y Juan, Remedios y Virtudes Enciso. Con situaciones diversas, muy imaginativas, en las que Fernando de Villena maneja una gran cantidad de recursos que tienen como objetivo el gusto exclusivo por la narración. Esta saga familiar alcanza hasta 1992, cuando Virtudes aparece muerta “y con una expresión beatífica en el rostro (…) Y aquí finaliza la genealogía de una familia marcada por la fatalidad… Quede el lector con su opinión y vayamos a ver qué ocurrió más adelante con el San Juan de Alonso Cano” (pp. 254-255).
Con_ngel_Moyano_Fernando_de_Villena_y_Tom_s_Hern_ndez.jpg
ÁNGEL MOYANO (EDITOR DE LA NOVELA), FERNANDO DE VILLENA Y MORALES LOMAS (GRANADA, HACE ALGUNOS AÑOS)
En la Tercera parte, que lleva como título “Conclusión”, tiene como objetivo narrativo a tres personajes a los que toma como línea argumental para continuar su relato en la época más reciente al lecto: Indalecio Parra, Enrique Laporta y Antonio Marín. El lenguaje cambia radicalmente y estaríamos ante esa picaresca de la modernidad, en Madrid, con personajes que rivalizan en la delincuencia y hacen lo que estimen oportuno para sobrevivir. Las pinturas de Cano siguen siendo el magma que todo lo une y el pretexto narrativo perfecto para conformar la picaresca de la modernidad.
Más adelante, la historia cambia de ubicación para trasladarnos a Almuñécar, espacio emblemático para Fernando de Villena (y para el que esto subscribe) en muchas de sus novelas, para penetrar en la historia de Enrique Laporta y los años de la Transición, época en que Enrique estudia Historia del Arte en Málaga y acaba dirigiendo ARCO. Todo un mundo de corruptelas y el emblema de los cuadros de Alonso Cano siempre como guía cuando se descubre que las cuatro tablas del retablo del palacio de Arnedo pintadas por el granadino han desaparecido.
El último apartado, que no desvelamos, en torno a Antonio Marín descubrirá los secretos de una narración amplia, generosa, heterodoxa… donde Fernando de Villena nos muestra sus grandes dotes narrativos, su enorme imaginación y la maestría en la construcción de historias y en su ensamblaje, tanto como un enorme esfuerzo documental, pero no apremiante, que permita adentrarse al lector en la fábula, en el gusto por la narración, y no en los acontecimientos más o menos históricos que solo sirven de marco referencial de época.

EL HOY ES MALO PERO EL MAÑANA ES MÍO DE SALVADOR COMPÁN
F. MORALES LOMAS
Presidente Asociación Andaluza
de Escritores y Críticos



Lo primero que sentimos al concluir la lectura de la última novela del giennense Salvador Compán es su complejidad y riqueza estructural así como la conformación de un mundo perfectamente orquestado que suena como una sinfonía lingüística de primera mano.
Las secuelas de la guerra civil en un perdedor, Vidal Lamarca, concitan un primer elemento de interés pero también la novela de aprendizaje en torno al narrador Pablo Suances, la historia de amor y adulterio entre Lamarca y Rosa Teba, la relación de Lamarca y el falangista Lanza, que nos permite adentrarnos en una posguerra soez, y la singladura de dos mundos (los años sesenta junto con la guerra y la posguerra). Pero, al mismo tiempo, encontramos la novela en construcción, el poder de la metanovela, en este caso a través de la serie de dibujos que Lamarca va creando para conformar una “novela gráfica”. Y, junto a todo ello, la ciudad de Daza como un territorio vital y personal de Compán, en donde se aúnan la sílaba final de Úbeda y la final de Baeza, en una “ciudad bipolar” que posee una gran eficacia y nos advierte de una tradición ya consolidada en autores como Díez, Mendoza, Marsé, Umbral, Longares, Muñoz Molina, Soler…


La estructura temporalmente en un prólogo, que establece el marco espacio-temporal y de personajes (junto a la simbología de Antonio Machado del que toma el título y que determina un relevante designio: “Como a Machado, será el coraje ético el que lo arrancará de su letargo”, p. 24) y cinco apartados, en torno a los años 1964, 1936, 1964, 1939-1940 y 1940-1969, que nos advierten de las continuas analepsis y prolepsis y el camino de ida y vuelta en la construcción de personajes y situaciones, que son continuamente interrumpidas para ir creciendo posteriormente llenas de interés, como actos que presagian la memoria histórica (también la personal) y como magma que determina y conforma el futuro, y a través de la que existe una necesidad de adentrarnos en una época para reconstruirla de un modo verosímil y comprometido. Compromiso y ética que está desde el principio no ya en las citas iniciales de Machado y César Vallejo sino que se prolonga en los constantes comentarios que entreveran la focalización del autor tanto como en el espíritu que las desarrolla.
La temática de los perdedores y su estatus vital en una época de presidio social (Vidal Lamarca es un “esclavo” de esa posguerra a través de la figura del falangista Sebastián Lanza) es un frente que abre el autor desde un origen de delación y traición del que parte. Fue también el de muchos perdedores que tuvieron que consentir para poder alcanzar un camino sin muerte.
Esta acumulación de situaciones y vivencias se enlazan a través de una urdimbre bien trazada en la que el asesinato, como elemento que conmueve a la intriga, está muy presente provocando la agitación del lector.
Desde el comienzo Rosa Teba (la madre de Raúl Colón y mujer de Pedro Colón, director de un banco en Daza) siente que su existencia ha perdido la razón de ser hasta que se despierta con el encuentro de Lamarca: “Un pueblo que la asfixia y la está convirtiendo en lo que está viendo Vidal, una mujer que no sabe ni defender con decisión lo que quiere” (p. 45). Esa coincidencia es recuperada por Raúl Colón, que tiene acceso a la historia que rememora en su diario su madre, y Pablo Suances, el alumno de Lamarca, que tendrá acceso a ella por su amigo. Desde los primeros lances, el erotismo es una instancia que había olvidado Rosa Teba, y Lamarca enciende ese cuerpo pero es una recuperación de ambos en un periodo anodino de sus existencias.
El joven Pablo Suances, como todos los adolescentes, transmite una visión de descubrimiento, no ya solo vital sino también histórico, y su punto de vista tiene la emoción de lo juvenil, del develamiento a la vida tanto como a la memoria. Al mismo tiempo que no es ajeno a la cimentación de una imagen del espacio de Daza tanto como al de una época: los años sesenta. Y cuyas confidencias con su amigo Raúl transigen con el descubrimiento de la sexualidad y a la vida en esa especie de bildungsroman que amplifican.
Junto a ello, ya desde las primeras tintas de Lamarca, observamos que se configura una novela gráfica donde asoma una pistola y un disparo sobre Lanza y el juego narrativo entre la realidad, la ficción y el dibujo.
A partir del capítulo II, con la analepsis hacia el año 36, vamos cimentando otro relato que parece diferenciado desde el momento en que Vidal Lamarca se encuentra en Almería y se construye su historia vital hasta que cae en la cárcel. Todo ello con breves trazos y una singladura rauda con la que quiere Compán desarrollar brevemente los acontecimientos que darán pie a su encarcelamiento. En este contexto no podemos olvidar los comentarios que definen una actitud ante el conflicto: “Todo desemboca en una larga matanza hecha de cálculo y de un lento ensañamiento que solo puede entenderse como brutal desgarrón de la lógica o como la difícil conjunción de la vileza, el miedo acumulado y una saña en la venganza que no solo se sabe impune, sino también jaleada pro los que vuelven a dominar vidas ajenas” (p. 146).

SALVADOR COMPÁN Y F. MORALES LOMAS

Pero de nuevo se interrumpe la historia y nos hallamos en 1964 y el relato de Vidal Lamarca y Rosa Teba al hilo de los descubrimientos de Raúl y su relación con su madre. En los subcapítulos que siguen, como el titulado Luci Diosdado, aborda la relación de esta y Pablo. Un ir y venir con el que Salvador Compán pretende sistematizar un especial sentido del tiempo pero sobre todo del desarrollo de unas psicologías que están descubriendo la sexualidad y el sentido de la existencia en un mundo incomprensible. Un mundo en el que el sentido de culpa está muy presente en la existencia de Lamarca: “Como siempre que revive a Bluff en su cómic, lo hace en medio de la náusea que le produce actualizar el acto más miserable de su vida: el haber testimoniado sobre un dibujante inocente y las terribles consecuencias que trajo esa delación” (p. 207).
La figura de Sebastián Lanza, otro de los personajes mejor desarrollados, adquiere una especial relevancia a partir de la página 215. Lanza es uno de los vencedores del conflicto que había prometido al padre de Lamarca (que le perdonó la vida) sacar a Vidal de la cárcel, siempre y cuando éste delatase al dibujante Bluff, al que acusan de encerrar consignas en sus dibujos y permanecer bajo la estrecha custodia, como un “esclavo” de Lanza, incluso por momentos con la intuición de esclavitud sexual. Porque Lanza vive su homosexualidad con horror, pues necesita mostrar que es fuerte y no sucumbe al hombre. Es una figura que mueve al odio pero también conforma la simbología del vencedor y donde la focalización externa del autor se hace más presente. De ahí que continuamente pivote sobre él esa sed de venganza y de caída con las imágenes de su presunto asesinato: “Yo me encargaré de redimirte (le dice a Vidal Lamarca), porque sé que son anchos los brazos del Caudillo para los que se arrepienten de corazón del daño que le hicieron a España” (p. 224).
Los episodios de guerra, breves, tratan de organizar ese mundo y ofrecen breves pinceladas necesarias para establecer un marco de relaciones en el que el lector va evaluando la condición de esa dependencia vital del perdedor con respecto al ganador, incluso hasta en el ámbito más íntimo: “La idea que domina a Lamarca cuando abandonan Madrid es la de aceptar su condición. Ha rehuido un terrible castigo a causa de un hombre que como un dios le exige y lo domina, lo protege y lo tutela. A ese dios le ha transferido su conciencia” (p. 272).  Durante mucho tiempo Lamarca es un “no hombre”. Un ser sin destino propio, hasta el punto de que cuando en esa época se dibuja lo hace siempre solo y humillado, servil y subalterno. Hay un punto de inflexión en torno a la página 317 en que se produce el esperado enfrentamiento entre ambos. Es entonces cuando Lamarca toma del altillo la Star del nueve largo… que le permite al escritor diferentes simulaciones y juegos con el lector, y añade: “Tres años después dibujará como final de su biografía cinco variantes de lo que casi sucedió el 8 de marzo de 1961, ese asesinato tantas veces motivo de cálculo” (p. 327).
El mundo del arte y las reflexiones sobre el mismo (no olvidemos la condición de artista de Vidal Lamarca) y encuentros con otros artistas como el pintor Rafael Zabaleta, con el que mantendrá relación, le permiten a Compán adentrarse en un mundo que también él domina en su condición de pintor y le servirá al escritor para hablar de la mentira del franquismo, el revisionismo histórico y la inmersión en el concepto de culpa, al tiempo que Lamarca construye su novela gráfica: “En la novela de Lamarca se recoge esta conversación en tres dibujos que presentan a los dos pintores mientras cenan…” (cap. 304). Es un momento en que, en cierto modo, el narrador trata de salvar a Vidal Lamarca y reconciliarlo con el lector. Porque, como ha dicho el autor: “La creación plástica es quizá el único rescoldo de humanismo que permanece dentro de él, y lo utilizará como un tizón para alumbrar su pasado. Quiere comprenderse, asumirse y, como si resucitara, dibujará una novela gráfica para contar su vida y explicarse cómo ha llegado a un presente de absoluto desvalimiento”.
Lamarca es un antihéroe obsesionado con su pasado y con su historia personal, muy consciente de todo lo que ha perdido en la maldita posguerra y con la necesidad de construirse a partir de los 60 su propia conciencia como individuo si antes era un ser sin atributos.
Estamos, por tanto, ante una buena novela, ante un producto literario de primera calidad que lejos de incidir directamente en el conflicto civil y mortuorio, que tantas narraciones ha creado y sigue creando, ahonda en la dinámica de sus disoluciones, en la degradación de los que perdieron e incide en un ámbito humanizador, porque son vidas que se van construyendo (en el caso de los jóvenes) o destruyendo (en el caso de Lamarca) a lo largo de los años mientras el amor parece ser el bálsamo donde puedan concentrarse y definirse para crecer, desde un antiheroísmo lleno de culpabilidades hasta la resolución del conflicto vital y las úlceras de la memoria.


La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano