REFLEXIONES Y
APROXIMACIONES A LOS FINALISTAS EN POESÍA DEL PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA
2017
F. MORALES LOMAS
Presidente
de la Asociación Andaluza
de
Escritores y Críticos Literarios
Son ya
veintitrés años de existencia de este premio que hasta el momento actual goza
de gran prestigio en las letras andaluzas puesto que lo conceden compañeros/as
de profesión (profesores de universidad, escritores/as, críticos literarios,
periodistas…) que no valoran otra cosa que el texto literario y no conceden
otro galardón que el reconocimiento y unas esculturas de la escultora cordobesa Marta Campos.
Las obras finalistas durante el año 2017, sobre libros publicados
en 2016, son las que a continuación vamos a comentar brevemente con objeto de
que el lector conozca su existencia y valía.
Como todos saben, en esta XXIII edición, la obra ganadora ha sido HORIZONTE INTERIOR DE JUVENAL SOTO, EDICIONES DAURO, GRANADA.
Horizonte interior de Juvenal Soto, Ediciones Dauro.
Horizonte interior no es solo un libro sobre la subjetividad lírica sino que alcanza el ámbito de los mitos y la conformación de una visión de la realidad en la que se conjugan la literatura con la vida en una aleación sugestiva que conforma una obra de enormes lecturas, con una síntesis en el lenguaje extraído de diversos géneros.
Un eclecticismo de géneros que conforma otro vital desde ese el inicio: “La vida, no él, es una impostura”.
El verso medido, rítmico en su estructura endecasilábica, se pronuncia desde esa especie de invocación inicial hasta la profunda aclimatación en los sueños y en la metaliteratura como horizonte de esa creación.
La reflexión constante sobre la obra literaria (“El libro es un bosque de una selva provista por todos los libros”) nos advierte que en esta obra se recoge toda una tradición y una mitología personal que nos ayuda a satisfacer su propio mundo poético, en el que se opera una suerte de historia interna en prosa que corre pareja a la poética, en una sinopsis muy de agradecer donde surge la infancia, la familia, las lecturas, el amor, el sexo y el tiempo adormecido o encrespado, y donde hay también una invariable reflexión sobre los efectos de este en el hombre, al mismo tiempo que se introducen reflexiones sobre textos literarios, por ejemplo, Vida de un escritor de Gay Talese, o escribe un soneto sobre octubre en Ibiza donde realiza comentarios en una nota de página.
Es un libro bastante rico en su ordenación donde el escritor ha rehuido de lenguajes trillados y lugares comunes apostando por el vanguardismo y el experimentalismo como camino adecuado, sin olvidar ese componente lectural y el homenaje a escritores como Kavafis, Chéjov, Nabokov, Gorki… A veces el lector puede encontrar también microrrelatos, como “Lolita o el vuelo del ardor”. En otros momentos son los sueños, como “Ne touchez pas les rêves”, los que se apoderan del texto en donde se produce ese arbitrio de ricos/pobres: “Un arbitrio impone el tirano letargo de los poderosos”, que nos lleva a la reflexión sobre el tema de la felicidad y las clases sociales como paradigma muy de actualidad.
Clásico y vanguardista, eclecticismo, mezcla de géneros… bucean en el significante pero en el significado es un libro que va desde la memoria hasta la querencia en su sentido más amplio, ofreciendo ese camino sentimental que, como a imitación de Kavafis, ofrece en el poema que comienza “Volveré a Ítaca, abrazaré a mi mujer”. En el último soneto, a modo de conclusión la vida está muy presente, en su plenitud y también en sus derrotas o ensoñaciones.
El ciclo de
la evaporación de Álvaro García, Ed. Pretextos.
Es una continuación estilística y rítmica de libros anteriores en prosa
poética en la que cuenta una historia de amor que sólo se revela realmente al
final, en los versos últimos. Los versos, siguiendo el decurso de un monólogo
interior, van componiendo un estado de conciencia a través de una sintaxis
yuxtapuesta y situaciones que se van engarzando ligeramente como si fuera una
especie de malla vital. A medida que construye su vivencia personal y amorosa
también cimenta una época con tendencia a lo metafórico y simbólico. Lo divide
en cuatro bloques y creemos que estaría adscrito a la estética del fragmento y
a una cierta neometafísica lírica.
A través de los endecasílabos blancos analiza la realidad, reflexiona sobre
el hecho vital a través de una acumulación de sensaciones e intuiciones, pero,
al mismo tiempo, saltando de una a otra idea y tratando por momentos de crear
un discurso axiomático con frases directas que se sostienen sobre recursos como
el símil, la antítesis o los tópicos verbales, con un lenguaje profundamente
exigente y una búsqueda poética expresiva que permite una alegorización de
raigambre manriqueña por momentos, y que abunda en una retórica centrada en el
decurso vital y la búsqueda de lo metafórico,
creando una semántica temporal en un fluir constante de conciencia.
A veces la música, recurriendo a Verlaine, brota con fuerza tanto como la
búsqueda y un cierto nihilismo consciente, donde paradigmas como vida/muerte se
encuentran muy presentes, y la recurrencia a los cuatro elementos de la física
presocrática y la presencia del ser en su plenitud metafórica: el desajuste
vital, la eternidad, el tiempo, la antítesis vida/muerte… en esa visión del
mundo sobre el agua (vuelta a Manrique) y la síntesis simbólica en la música.
Siendo el amor y la conciencia elementos que nos salvan de la muerte, en ese
juego de contrastes y profundas reflexiones en las que el fundamento solar es
permanente, así como una notificación de la existencia de raigambre metafísica
en la que los homenajes (a Bowles, Verlaine, Manrique…) surgen por doquier.
La metaliteratura también tiene su espacio y la reflexión sobre la vida
como palabra, viaje… visiones oníricas cercanas a lo surreal que bucean en ese
tiempo amoroso (“El amor y la música –dice en uno de sus versos- reordenan el
mundo/ mientras parece que lo desordenan”). Un lenguaje que disfruta de la
abstracción, el erotismo y el concepto de identidad donde el tú y yo como
relevancia última parece que le dan sentido a esa revolución individual del
poeta. Un libro muy bien escrito.
Balada en
la muerte de la poesía de Luis García Montero, Ed. Visor.
En los 22 poemas en prosa García Montero conforma un libro
desmitificador, pesimista, nihilista, vanguardista, homenaje al tiempo como
rémora y una larga conquista para la muerte.
Es como un largo lamento en el que desde el principio hay un juego
metafórico en torno al concepto “la muerte de la poesía”.
La violencia doméstica, el homenaje a los poetas queridos (Szymborska,
Alberti, Manrique o Baudelaire), la búsqueda muy en la línea de Gómez de la
Serna (de la relevancia expresiva cercana a un vanguardismo definitorio) lo
acerca a la necesidad de la búsqueda de lo ingenioso-literario, como si
pretendiera ir por derroteros no hollados en la conformación de su espacio
literario, muy distinto a esa poesía de la experiencia de antaño, aunque es
verdad que siempre le ha gustado al escritor granadino ese acercamiento a la
vanguardia en la búsqueda de nuevas expresividades.
Hay también mucho de ensayo y de reflexión moralizadora pesimista y de
búsqueda de un nuevo decurso poético-narrativo-reflexivo.
La experiencia y sus desgastes puede ser un buen motivo para la reflexión o
los homenajes a ciudades, así como la caída en una inseguridad vital frente a
la seguridad de antaño, con un deje de agotamiento en el que lo temporal-finito
está muy presente en una especie de duelo personal con el que quiere definir el
nuevo sentido que debe poseer la palabra poética.
Y en ese decurso la reiteración en torno a la muerte de la poesía es
constante, casi como un emblema que actúa contra ese paso del tiempo: “La
poesía está muerta, la historia se deshace en las desinfectadas órdenes de la
biología”.
Es un libro donde el símbolo de raíz baudelairiana tiene mucha presencia
tanto como las indagaciones expresivas y la interconexión de géneros, pues lo
ensayístico y prosaico está muy presente tanto como una cierta contrariedad o desencanto
ante el frío de esa muerte de la poesía en el que la vanguardia está muy
presente: “Un vanguardista me dice al oído que todo entierro sucede como una
sesión fotográfica”.
Desmitificación y pesar forman parte de sus señas de identidad.
El mundo se
derrumba y tú escribes poemas de Juan Cobos Wilkins, Editorial Fundación José
Manuel Lara.
Existe mucho de pérdida y destrucción en este libro
profundamente pesimista. Abundan las
definiciones metafóricas sobre su mundo propio y también ese mundo del que se
siente rodeado, siempre con lucidez y compromiso emotivo y sentimental.
Procura una definición de sí y de su existencia que nace
mucho de los recuerdos, de los deseos y de los resultados obtenidos, lo que se
pensaba que podría ocurrir y lo que ocurrió realmente, con un deje de
desengaño. Surgen experiencias graves y fuertes, e imágenes terribles como la
de la joven del Nevado del Ruiz en Colombia. El paso del tiempo está muy
presente tanto como la transformación de su realidad amenazada en una especie
de equilibrio/desequilibrio existencial en el que se siente huérfano y en el
que está haciendo una especie de inventario de derrotas: “La vida ya en
despiece./ Las ausencias./ Las pérdida”.
La soledad, la incertidumbre, la desolación, la
transformación negativa, el tiempo en permanente zozobra son temas que le
preocupan especialmente y sobre los que trata de conformar una visión
metafórica y expresiva llena de sinceridad poética en una línea de autenticidad
buscada.
Ese concepto vital (en ocasiones a través de imágenes
goyescas negras) es un permanente estado de zozobra que le permite también por
momentos desandar el camino y volver a la infancia y a la alegorización de un
yo poético en el que siempre está inserto. Pero también mira hacia el otro, existe
un compromiso con ese niño o esa niña que sufren, con esa especie de
autoinmolación en la que todos andamos instalados: “Morir y no/ te sigue
estremeciendo/ igual que la fecundidad de la tristeza”.
Mucho de mundo perdido y que ahora con la palabra se trata
de recuperar como una inmensa elegía alegórica en la que está presente la
búsqueda expresiva.
Tiempo de
charol de Albert Torés, Ayuntamiento de Talavera de la Reina.
Existe una voluntad lingüística expresiva y pródiga desde el principio en
este poemario donde está tan presente la causa de la existencia y la pasión
amorosa.
A través de un lenguaje donde la ruptura sintáctica propicia estados de
conciencia autónomos y aislados hay un vocativo desde la iniciación que
conforma ese diálogo poético estructural donde “ella” concita la filogénesis
creadora: “Estás ahí con los brazos cruzados,/ pero no estás. Eres otra”.
A través de la ironía, el sarcasmo, la degradación, la metaforización, la
simbolización… y todo un conjunto de recursos estructurales va conformando esta
historia amorosa desmitificadora donde los grandes poetas amorosos han servido
de resorte fundamental para su ordenación.
Hay una sentimentalidad y emotividad que llega desde un neorromanticismo
cautivador sonoro: “La mañana comienza con tu voz” o “En febrero los mares
renacen con tus ojos”, son ejemplos que conmueven y anuncian esa historia
personal y amorosa donde todos los iconos se dan citan para ofrecer un culto a
la palabra, también desde lo vanguardista, con una prosa poética que es recurrente
en muchos poetas de estos años.
El paso de las cosas, la definición de la amada, la consistencia o no de la
existencia, su pensar o temblor, la concentración de lo conceptual en aras de
crear en el poema una nueva visión nos conducen a una definición permanente de
la amada en la que excita su apasionado amor: “En estas tardes de diciembre
pienso en la vida con forma de mujer”.
La rubia del texto anuncia un tiempo nuevo, una impronta en la mirada, una
nueva forma de conducir lo expresivo y vital, lo corpóreo, y en el que la
presencia de la música, como Verlaine (y su formación francesa se evidencia),
es constante tanto como la perfecta organización de una trama amorosa de gran
sentido estético y vital: “Hubiese querido morir en tus brazos”.
Es una poesía para transitar por el mundo con convencimiento, con paso
seguro, cercano al deseo, lejos del dolor que le permite también dar consejos
amorosos y definir la vida como “deseo ante todo”. Libro ecléctico y
apasionado.
Ajuste de cuentas de Francisco
Domene, Ed. Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes.
Domene
en este poemario se centra en la cotidianidad y el tiempo para desde una horma
desmitificadora conducirnos por los peajes que esta va creando a lo largo de
nuestra existencia. Se trata de una realidad conformada por un lenguaje directo
y en ocasiones irónico donde la gravedad de las propuestas en ocasiones
trascendentaliza la visión poética: “La vida se te vino encima cálida/ y bronca
como/ varahada de carne cruda”.
Pero en
otras ocasiones esta trata de vestirse de un lenguaje metafórico donde el símil
también posee su espacio expresivo. El sarcasmo puede adueñarse de muchas
singladuras, como el ser de la escritura o lo que somos, tanto como las
referencias antisentimentales que lo van cargando progresivamente de un
nihilismo crítico ante una realidad que no soporta y contra la que se rebela:
“Mundo/ detenido, sin eco, que existe, existe, existe,/ como el frío que duele”.
Su
compromiso se enciende con versos que nos recuerdan al Antonio Machado más
comprometido del que persiste esa aclimatación en lo temporal como recurso muy
presente (“Tiempo y modo en mí mismo”, dirá en uno de sus versos).
Cierta
desesperación va avanzando a medida que el poemario nos acerca al final en sus
“Poemas con hambre”, que anuncian a un poeta que siente en profundidad las
conductas humanas y la degradación sobre
ese fondo de ruinas y mentiras y que, a pesar de todo, sigue caminando como ese
buen Machado, oyendo el paso del tiempo, sus ruinas, desesperanzas y
ambiciones.
Blanco en
lo Blanco de Adrián González da Costa, El Desvelo Ediciones.
En esta obra Gónzalez da Costa apuesta por el soneto como horma del
significado, del que demuestra un buen manejo en esa línea que nos llega desde
que el marqués de Santillana nos lo hiciera llegar con sus Sonetos al itálico modo.
La cotidianidad está también presente en esta obra desde sus primeros
endecasílabos tanto como el paso del tiempo: “Todas tus horas saben a lo
mismo”.
Existe una enorme prodigalidad en la creación poética y un buen número de
imágenes que revelan la presencia de un buen discurso poético donde el poeta se
afana en temáticas vitales como el recurso a la infancia, el perro de la cuneta,
el sentido de pérdida, la presencia en el campo, la brillante humedad marina,
pero también cualquier acto de la cotidianidad como un simple fregar o el
apoyar la cabeza en la almohada…
Son imágenes que en cada soneto trata de capturar con la habilidad expresiva
natural que posee y también con el artificio (en literatura todo lo es) de las
buenas lecturas.
Cierta distancia existe pero también una vitalidad asumida. Situaciones
todas que van enhebrando un mundo preciso de contraluces, de cuerpos que se unen
a esta corriente donde la memoria posee también una impronta precisa: “Lo
aprendí de niño de mi abuelo”.
Es una presencia de lo natural y casi espontáneo que tiene la existencia,
sin estridencias, sin tonos grandilocuentes, procurando expresar con precisión
cada detalle en esos “Rojos los labios” o en el “cuerpo mortal”.
Es una literatura que avanza con la solemnidad del endecasílabo sin
estridencias, con una metaforización propicia y una síntesis entre lo emotivo y
lo vital.
Dióxido de
carbono de Juan José Vélez Otero, Valparaíso Ediciones.
Desde los primeros poemas se percibe un tono muy
machadiano que nos habla de sueños que pretenden ser levantados y de la
situación personal de un poeta en el túnel de la historia personal que bucea en
la identidad y trata de conformar la sensación del estar vivos, con un lenguaje
directo en el que la palabra más pronunciada es tiempo.
El recordatorio de la infancia, los ciclos vitales,
amores, tardes frías y pardas… son atendidos a través de un lenguaje emotivo,
del hombre que ha ido quemando años y se
agita en una permanente reflexión con cierto deje nostálgico por el que se
escapan también los homenajes a los muertos y el decurso temporal.
Es un poesía sin estridencias que trata de
reconquistar el tiempo vivido, la memoria, y acercárnosla de nuevo con un tono
confidencial en el que se delimitan personajes, como Toribio, o el cine de
barrio: “Te gustaba ir al cine de aquel barrio/ y regresar después herido y
turbio”. Los viajes ocupan una buena parte del poemario pero, sobre todo, los
viajes interiores y los viajes memoriales transigidos también por la infancia,
el pueblo o el currículum personal. Una lírica para satisfacer la crónica de sí
mismo en un tiempo vivido que bucea en la singladura de una identidad propicia
que se va ajustando a una despedida: “Ahora sé que al final éramos agua,/ sólo
agua,/ solitaria fórmula tangible y oceánica,/ agua y sueño,/ tiempo,/ el azar
sutil que nos mantuvo vivos”.
Las
proximidades de Concha García, Editorial Calambur.
Es un libro original donde la escritora parte de su presencia diaria en
medio de la naturaleza y construye a través de una aleación con ella un proceso
de contenido vital donde el paso del tiempo permanece consistente y
determinante.
La construcción del poema se ciñe a la concisión máxima y la contención
expresiva, encerrándose a veces en imágenes surreales y siempre en simbologías
de carácter sutilmente alegorizador que aspiran a acceder, desde la contención,
al flujo vital.
Lo cotidiano y la memoria se citan de consuno: “Frecuente es/ hay
recuerdos/ que se desapegan/ de ti, estiran del tiempo su modelo”.
Es este en el que bucea la escritora cordobesa afincada en Cataluña donde
lo cotidiano poemático siempre posee la esencialización de la ironía.
Es una lírica que explora en lo profundo que encerramos, en el ser en sí, y
se tiene la percepción de que el paso del tiempo cambia poco las cosas.
Indeterminado en diversos momentos con tendencia a una abstracción que nos
permite penetrar en la naturaleza y sus
antítesis y la presencia de los demás en nosotros en ese recorrido por el
“Almacén del tiempo”.
El ciclo vital, la naturaleza de lo nuevo, el tiempo vacío, la casa, el
crecimiento personal: “Los frutos aún/ están maduros/ paso por delante/ el olor
de mis dedos/ recorriendo su piel/ el sol se levanta/ quieto el horizonte/
surge el bosque”.
Lo que hacemos y el espacio para el nacimiento, la mudanza y la ausencia de
cambios para permanecer hieráticos en medio de esta cercana soledad que nos
permite una búsqueda de sentido al todo.
Vértices de
Francisco Onieva, Editorial Visor.
La paternidad tiene mucho que decir en este poemario ahíto del plano
existencial a partir de esa imagen inicial de una niña en el bosque y la
incertidumbre como reclamo para estar en el abismo o la pequeñez de sentirse
definido desde la asociación de intuiciones desordenadas que buscan la
identidad precisa, unas veces en forma de experiencia cercana, la hija y la
alquimia de la vida o acaso su definición primera.
Onieva se adentra en ese ámbito familiar para contarnos con sencillez
situaciones de la vida cotidiana: un profesor que entra en el aula (puede ser
él mismo), las sensaciones vitales, los pequeños gestos que nos van conformando
como lo que somos, una acumulación de vivencias, reflexiones y afectos en los
que constantemente intentamos definirnos y definir con dificultad la realidad
que habitamos.
La presencia de la amada puede ser un buen reclamo poético con la inmersión
en el espacio doméstico, que va y viene reiteradamente persiguiéndose a sí mismo,
a través de escenarios que son o no nuestros, de los que nos apoderamos para
atender al pensamiento oportuno o al símbolo preciso que nos defina: “La lluvia
escribe los recuerdos”.
Uno de los poemas, homónimo del título del libro, nos recuerda a Claudio
Rodríguez y, en su poética, se define con la intención de crear “un puñado de
mi tierra primera/ para mezclarlo con la nueva./ La mezcla es mi ámbito/ y con
vosotras crezco en él”.
Una poesía sencilla, disciplinada, sin ínfulas, que pretende desde la normalidad
del ciudadano expresar su mundo, su desván personal de recuerdos y vivencias, y
llevarlo al lector con la vocación de la confidencia: “Escribir es dudar. Es
deambular a ciegas/ por una casa que se
vuelve bosque, perderse/ en su
proximidad y su distancia”.
Una lírica que alcanza en algunos poemas, “Sintaxis de lo inédito”, una
experiencia vital extraordinaria, y rememora el nombre de las cosas, esa
necesidad que tenemos de nombrarlas y alcanzar la certidumbre de ese mundo
incierto donde vivimos. Una palabra esta que llena todo el poema, como
queriendo formar parte de ese grupo poético de moda.