viernes, 29 de octubre de 2010

CENTENARIO DE MIGUEL HERNÁNDEZ POR MORALES LOMAS

Miguel Hernández
Mañana, 30 de octubre, se cumplen cien años del nacimiento de Miguel Hernández, uno de los poetas cuya trascendencia ha llenado todo el siglo XX. Poeta que significó para muchos el culmen del sentimiento y el compromiso, pero también la voluntad técnica de la palabra, su poder como instrumento para cambiar el mundo. A Miguel lo sucederían Blas de Otero, Celaya y tantos otros que han visto siempre al escritor como un individuo comprometido con el momento en que le ha tocado vivir.
Lo que el lector puede leer a continuación es un esbozo, una aproximación de un amplio estudio que busca su espacio editorial en estos momentos. Un anticipo.



Miguel Hernández murió en 1942 y el concepto de compromiso literario por antonomasia, el compromiso sartreano, se construye a partir de 1948, cuando su texto ¿Qué es la literatura? y su teoría sobre la estética de la recepción. Sin embargo, cuando leemos a Sartre, su obra, sus entrevistas y los comentarios en torno a su concepción del compromiso literario, no podemos por menos que recordar que unos años antes el modelo de intelectual comprometido ya había tomado posición en el ámbito de la lírica republicana española gracias, entre otros, a Miguel Hernández.
Desde tiempo inmemorial se ha suscitado la antinomia que ha movido a muchos escritores sobre si el escritor debía hacer frente a su mundo interior y vivir ajeno al exterior o lo contrario. Ya Benedetto Croce había realizado una advertencia ante las veleidades de los intelectuales y su identificación con el statu quo. Los criterios de Sartre sobre el intelectual fueron un punto de inflexión en el mundo, pero los paradigmas (como Miguel Hernández) hacía tiempo que se habían puesto en funcionamiento.
Hay dos elementos inherentes a Hernández que supondrían la esencia del compromiso literario desarrollado más tarde: el conocimiento de una época (la toma de conciencia de la misma, Hernández lo tuvo, sin duda) y su praxis (su actuación en el campo de batalla para llevar a cabo las ideas, amparadas en el caso de Hernández por obras como Viento del pueblo, pero no sólo):

Moriré como el pájaro: cantando,
Penetrado de pluma y entereza,
Sobre la dura claridad de las cosas…

Sartre hablaba así de una suerte de humanismo vinculado al mundo contemporáneo y también de una capacidad crítica no exenta de una actuación política (es decir, social) que debía estar presente en el intelectual comprometido, que se acercaba de este modo al político o, si me apuran, al combatiente, al soldado (tanto como lo fue Miguel Hernández):

Estos tres elementos me parecen indispensables: tomar al hombre, mostrar que está vinculado al mundo en su totalidad, hacerle sentir su propia situación, para que se encuentre en ella, y se encuentre a disgusto, y, al mismo tiempo, darle los elementos de una crítica que pueda facilitarle una toma de conciencia. Eso es, más o menos, lo que puede la literatura, a mí parecer (…) Los grandes escritores de hoy, como Kafka, son igualmente filósofos. Esos escritores-fílósofos que, al mismo tiempo, quieren integrarse en una acción, yo los llamaría intelectuales; quiero decir que no son políticos, pero que son compañeros de viaje de los políticos [1]


En consecuencia, el escritor comprometido debía escribir para sus contemporáneos con ojos presentes y no futuros porque es en la época en la que a cada uno le ha tocado vivir cuando debe mostrar su esencia de escritor y su apelación a las musas. Según Fernando Tazo:


Está claro que Sartre ve el rol del intelectual como un agente que debe plegarse a las clases oprimidas de varias formas, no únicamente desde su denuncia verbal (intelectual clásico); esta representación de intelectual es la del que pone también el cuerpo, la figura del que denuncia, del que devela las formas encubiertas que tiene la clase dominante en tal y cual circunstancia de dar vigencia a su ideología; es, por tanto, una figura intervencionista a todo nivel; resulta evidente, por un lado, como Sartre quiere escapar de esa construcción "cerebral" que se ha hecho del intelectual clásico, para configurar uno que, a raíz de su conciencia desgraciada, se sitúe, volviéndose concreto y activo, solidario con una clase a la que no pertenece (la oprimida), abogado y conscientizador (sic) de las masas, denunciador de injusticias de clase, portavoz de los oprimidos y, sobre todo, alguien que tome la mayor distancia posible de su condición a priori de orgánico al poder, esto es, de su condición de técnico del saber práctico[2].


La conciencia de haber tomado una postura y las razones de esta toma de postura son inherentes al mismo. El objetivo es crear un mundo humano desde esa percepción inicial de la libertad del hombre. Si éste es consciente del valor de la libertad y acepta su trascendencia última implicará una conducta auténtica que asume responsablemente y, por tanto, es partidario de una situación, de una época que debe mostrar, sobre la que tiene y debe influir con su obra a través del compromiso humano (el humanismo) que lleva indefectiblemente a la creación de unos valores sostenidos sobre la solidaridad y la humanidad:

Alegraos por fin los carcomidos,
Los desplomados bajo la tristeza:
Salid de los vivientes ataúdes,
Sacad de entre las piernas la cabeza,
Caen en la alegría como grandes taludes[3].

Por tanto, se debe escribir desde la conciencia de que se está tomando una postura con los más desfavorecidos socialmente (los carcomidos y desplomados del poema). En un diálogo con Semprún decía Sartre:

Pienso que debernos contentarnos con dar esa imagen del mundo a las gentes de esta época, para que puedan reconocerse en ella y que, luego, hagan con ella lo que puedan (…) La literatura tiene una función de realismo, de amplificación, en efecto. Y, además, una función crítica[4].


De todo ello resulta que lo contemplativo debe ser ajeno al sentir del escritor, pues posee una carga de especulación innecesaria. El escritor siempre está comprometido, incluso con sus silencios, pero hay un punto más allá que es la implicación en la gnosis de la toma de postura plena y “consciente”. Así dirá Sartre:

Ya que el escritor no tiene modo alguno de evadirse, queremos que se abrace estrechamente con su época; es su única oportunidad; su época está hecha para él y él está hecho para ella. (…) Ya que actuamos sobre nuestro tiempo por nuestra misma existencia, queremos que esta acción sea voluntaria.

Morales Lomas y Miguel Hernández en su casa de Orihuela
Y esta misma visión de integración en la época y de compromiso absoluto con unos valores precisos sólo puede ser entendido en Miguel Hernández en estos versos tan sonoramente contundentes de “Recoged mi voz”:

Cantando me defiendo
Y defiendo mi pueblo cuando en mi pueblo imprimen
Su herradura de pólvora y estruendo
Los bárbaros del crimen.

La dicotomía está presente y se evidencia en estas palabras, pero a ellas y su espíritu no son ajenas estas otras palabras de su amigo Rodríguez Spiteri:

Capacidad para la reforma que filtra las ideas que tienen vigencia y vivifican al vivir en contacto con los problemas de la propia generación (…) Averigua las direcciones esenciales, al sentir que la realidad sobrepasa a la razón para construir una humanidad viva en su reencarnación[5].

De ello colegimos que Miguel era muy consciente del papel del intelectual ante una situación muy concreta, afirmada contundentemente a través de su obra y de los valores de los que imprimió sus textos, cuya cercanía a los postulados del humanismo que años más tarde afirmaría Sartre son evidentes, pues era sabedor de que el arte se debe centrar en esa plena conmoción del ser humano y debe crear obras de intensa humanidad[6]. En la dedicatoria del libro Viento del pueblo a su amigo Vicente Aleixandre podemos encontrar con meridiana claridad los principios que sostienen su entrega y su función social como intelectual:

Nuestro destino es parar en las manos del pueblo. Sólo esas honradas manos pueden contener lo que la sangre honrada del poeta derrama vibrante. Aquel que se atreve a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la poesía, y nadie los lavará: en su misma suciedad quedarán cegados (…) Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres hermosas.

En consecuencia, la lírica de Miguel Hernández se sostiene sobre un compromiso ético y estético, un compromiso con el ser humano en su conjunto, con su humanidad derrotada o excelsa, con la sociedad y sus agravios, sus vencimientos, y con la obra como evolución personal, como portadora de una consistencia precisa y cierta. Una poesía portadora de una humanidad desgarradora que asume la autenticidad de los valores humanos y los hace propios. Dice Pérez Bazo:

Lo que entendemos por humano –es decir, comunicación intimista o interpretativa de lo colectivo- aparece, en efecto, a lo largo de la poesía del alicantino; ahora bien, con distintos grados y matices. Precisamente aun siendo humana en su totalidad –pues trata del hombre- esos grados y matices la estructuran en ciclos –y, por tanto, en núcleos y formulaciones tópicas- en los que dicho rasgo se ciñe al individualismo intimista, o, por el contrario, se incrementa con otros social e ideológico, bien porque éstos condicionan aquél, bien porque lo personal y lo colectivo se reúnen en perfecta simbiosis[7].

Bibliografía
[1] J. Semprún, “Conversación con Jean Paul Sartre”, Cuadernos del Ruedo Ibérico, núm. 3, pp. 78-86.
[2] F. Tazo, “El Sartre marxista y la teoría del compromiso”, [en línea], Dirección URL: <http://www.monografias.com/trabajos28/sartre-marxista-teoria-compromiso/sartre-marxista-teoria-compromiso.shtml#a1> (Consultado el día 12 de mayo de 2010). Y añade: “Aquí, como bien señalará el crítico inglés Terry Eagleton en su obra Una introducción a la teoría literaria (EAGLETON, 1983), se alude directamente a una teoría de la recepción y de la escritura, que recuerda a lo que Iser llamará Lector implícito. En este caso, los lectores implícitos son para Sartre los contemporáneos: un planteo existencialista del aquí y el ahora, de la situación particular, reforzado ahora con tintes marxistas que corrigen sus deslices metafísicos, no podría menos de pretender escribir para su aquí y ahora, para su situación particular, en compromiso para con la única parcela de existencia que le corresponde al ser humano: su tiempo”.
[3] Estos versos pertenecen al poema “Juramento a la alegría” de Viento del pueblo (1937).
[4] Semprún, “Conversación”, op.cit.
[5] C. Rodríguez Spiteri, “Tallo cortado para plantarlo en el alto monte de Miguel Hernández”, en Litoral, núms.. 73-74-75, p. 62.
[6] Es interesante en este sentido su escrito “Hay que ascender las artes hacia donde ordena la guerra” publicado en Nuestra Bandera, número 118, 21 de noviembre de 1937, p. 4.
[7] J. Pérez Bazo, “Síntesis ética y estética de Miguel Hernández: Cancionero y romancero de ausencias”, [en línea], Dirección URL: (Consultado el día 13 de mayo de 2010).

1 comentario:

Miguel Ángel Gavilán dijo...

Interesante análisis del planteo filosófico del poeta y del compromiso. Yo soy profesor de Letras y siempre me ha cautivado Hernández ene se afán de comprometerse como un niño, dar la vida por un ideal romántico casi inalcanzable.

La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano