lunes, 29 de diciembre de 2008

LA ACTUALIDAD DE MANUEL AZAÑA POR F. MORALES LOMAS



Azaña ha adquirido en los últimos tiempos una gran actualidad con algunas obras que se han publicado sobre él y desde que su Obras Completas (más de siete mil quinientas páginas) fueran publicadas en Taurus. Una de las últimas obras dedicada al que fuera presidente de la República es “Yo, Manuel Azaña, tomo la palabra” de Francisco Cánovas, profesor de la Complutense de Madrid y Premio Nacional de Historia.
El profesor, historiador y narrador Cánovas ha querido con esta obra acercarnos de un modo “novelesco” a la figura de un hombre en el que se resume perfectamente la República y uno de los que intentó con más ahínco cambiar la situación de inestabilidad, conservadurismo y atraso de este país, promoviendo su modernización y basándose en el espíritu que había creado la Generación del 98.
Una figura que en los últimos años se ha engrandecido al ser reivindicado tanto por algunos dirigentes de la izquierda como de la derecha. No cabe duda de que estamos ante uno de los presidentes del Gobierno español más importantes de la historia, tanto por su talla intelectual como por su fácil oratoria y por su ingenio como escritor. Aunar a un tiempo la talla intelectual y la de dirigente histórico no se ha dado hasta el momento en ningún presidente.
Cánovas ha tratado que esta obra no sea ni una ficción, ni una biografía, ni unas memorias, sino que aglutine los condimentos y las técnicas propias de unas y de otras para hacerla más cercana al lector. Efectivamente, Azaña toma la palabra y en primera persona habla de sí mismo y de los personajes y acontecimientos históricos más importantes. Una versión reconstruida a la que no le faltan palabras textuales –que van en cursiva- ni situaciones de una gran dureza personal, de una gran intimidad y de una gran sinceridad. Su punto de vista trae como consecuencia una justificación evidente de su actuación y una ausencia total de autocrítica que tampoco asume el autor Francisco Canovas, totalmente identificado con la forma de pensar y la figura de Azaña.
La obra está organizada en diez capítulos y un epílogo, yendo linealmente desde el momento en que (en el capítulo I, La partida) se va de Madrid al sentirse amenazado por la cercanía de las tropas nacionales a Valencia, el día 18 de octubre de 1936 y más tarde su traslado a la Ciudadela en Barcelona. Salvo algunos capítulos en los que se produce un flash-back y reconstruye la biografía de Azaña desde sus años de estudiante en los agustinos de El Escorial hasta la instauración de la República y el protagonismo en ésta y en la Guerra Civil.



Sus primeras palabras no ofrecen ninguna duda: “Siempre alcé mi voz contra la guerra”. Es una idea permanente en el libro y hay constancia de ello en los continuos problemas que tuvo con Negrín (a partir del 37 jefe del Gobierno) para convencerlo inútilmente de que había que acabar con la guerra y buscar una salida pacífica y negociada. Habla de las cuatro causas de la derrota de la República en la guerra: la política británica: Inglaterra no dejó que Francia ayudara a España, y Francia no podía desarrollar su política exterior sin el acuerdo con Inglaterra: si los países europeos hubieran aplicado una política pacífica y solidaria la guerra se habría agotado: “Nuestro mayor enemigo ha sido hasta ahora el Gobierno británico”, escribió en sus diarios; la falta de cohesión de los partidos republicanos enfrentados entre ellos; la ayuda del fascismo italiano y el nazismo alemán: más de ochenta mil soldados italianos y alemanes, por apenas un millar de rusos; Franco y su voluntad de acabar con la República, son otros causantes.
También analiza el porqué se llegó a esta situación: La estructura social de España ofrecía violentos contrastes y penurias, agravada por la crisis económica mundial del 29 y a las discordias de las diferentes clases sociales que generaron una escalada de la violencia. La propensión al golpismo de algunos militares: desde la primavera del 31 había una trama golpista integrada por los militares Orgaz, Barrera, Ponte, Villegas, Carrasco y financiada por Juan March, el duque de Alba y otros hombres de negocios. A estos se incorporarán el general Sanjurjo, Mola... y muy al final Franco, que vio su oportunidad histórica tras la muerte de Sanjurjo y Mola en sendos accidentes de avioneta.
El apoyo decidido de la Iglesia al golpe. Tenía claro Azaña que “el catolicismo ha dejado de ser la expresión y guía del pensamiento español... España ha dejado de ser católica”. Y esta necesidad de no querer perder el protagonismo histórico que siempre ha querido tener (como en el momento actual con sus manifestaciones en la calle) llevó según hazaña al siguiente papel: “La iglesia española ha participado en esta guerra como en una cruzada contra infieles. Ahora cuenta con los moros, y los infieles son otros”.
Pero sobre todo el “odio y miedo causantes de la desventura de España..., por mucho que se maten unos a otros, siempre quedarán bastantes, y los que queden tienen la necesidad y la obligación de seguir viviendo juntos para que la nación no perezca”. Y por último, “la falta de solidaridad entre los pueblos de España ha sido uno de los mayores desengaños que he sufrido en toda mi trayectoria política”. Se fiaba tan poco de los nacionalistas que ya en la guerra dijo: “Caído Bilbao es verosímil que los nacionalistas arrojen las armas, cuando no se pasen al enemigo. Los nacionalistas no se baten por la causa de la República, ni por la causa de España, a la que aborrecen, sino por su autonomía y semi-independencia”.
Finalmente como causas más concretas: la carencia de mandos intermedios en el ejército republicano. Pero hay otras esferas que aborda: el gran papel de México y su apoyo decidido a los republicanos, la represión brutal de Franco, la importancia del arte, la literatura y la música en su vida: “El Museo del Prado es más importante para España que la República y la Monarquías juntas” dijo a Negrín. Y la gran mentira de Franco, vendida a todos los extranjeros: España se va a hacer comunista, cuando el PCE en las elecciones sólo obtuvo el 4% de los votos, menos que en la actualidad.
Como últimas reflexiones queda esta perla sobre el carácter y la forma de ser de los españoles, muy acreditada en la última legislatura española: “España es un pueblo difícil de someter a la disciplina de la libertad y la racionalidad. La mayoría de la gente es impulsiva y apasionada. Hay pocos sesos, o quizá no estamos preparados para utilizarlos convenientemente”.

domingo, 28 de diciembre de 2008

PACÍFICO DE J. A. GARRIGA VELA POR F. MORALES LOMAS


La narrativa de Garriga Vela es fiel a sí misma y a unos principios que la sustentan desde el origen: un lenguaje sencillo, frases cortas, rapidez narrativa, cambios constantes, secuencias breves, una aparente fragilidad (tanto en la densidad de la obra en sí como de su extensión) que es engañosa porque su profundidad vital está presente, la necesidad de objetivar la realidad a través de frases hechas que encierren una idea precisa original o tomada de otros con el verbo ser en un juego metafórico, la configuración de mundos cerrados (los mundos de Garriga Vela caben en una manzana, como él mismo dirá), el espacio como agente delimitador; y los personajes, miembros de una comunidad reducida (a veces de una familia, como en esta novela) «problemática» que asume un azar generalmente desgraciado –casi como los personajes de su admirado Kafka- que los sobrepasa convirtiéndose en héroes trágicos.
Estas condiciones también se dan en “Pacífico” (Ed. Anagrama, 2008). Su mundo pertenece en este caso al espacio cerrado de la calle de Comercio: “Mi mundo literario cabía en un edificio de calle Comercio”, dirá el narrador protagonista y testigo de los acontecimientos. La proyección de lo cotidiano y su trascendencia simbólica es determinante en su obra. Las aparentes vidas anodinas de cada uno de nosotros pueden (como en la obra de Kafka) ser un símbolo de muchas existencias.
La obra desarrolla la historia de una familia (la del narrador), a la que le persigue la desgracia -son dueños de ella, dirá-. A través de la primera persona cuenta las situaciones más llamativas de la vida de su madre (comadrona), su padre (viajante de comercio), su hermano Sebastián, el amante de su madre Fernando Nogueira, él mismo y los boxeadores, el grupo de Los sonaos...



Comienza la obra el 2 de julio de 1961, desde el momento que hacen la Primera Comunión y Hemingway se pega un tiro en la boca. Va de uno a otro personaje sin una estructura premeditada según el fluir de conciencia (aunque haya una organización estructural en treinta y tres capítulos breves). El narrador es un joven que pretende ser escritor. Este hecho crea una vía metaliteraria en la obra, en la que desde el principio aparecen dos escritores como referentes y guías (con continuos guiños a ellos): Hemingway y Kafka, con el que tiene algunas relaciones Garriga Vela en la concentración en esos mundos pequeños y agobiantes. Esta vía metaliteraria está presente con continuas reflexiones al oficio de escribir. Estas reflexiones nos ofrecen muchas claves sobre el modo en que Garriga Vela entiende el oficio literario: ”Yo soy un hombre que piensa en otra cosa” (esta frase es la cita inicial de Antonio Lobo Antunes); “no cabía duda de que para triunfar en la vida, al menos como escritor, era necesario pasar hambre, ser infeliz o estar muerto”; “siempre quise ser un escritor maldito y al final me convertí en un maldito escribiente”; “los escritores oyen el silencio, descubren lo invisible y después lo cuentan en sus libros”; “Kafka afirmó que un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos dentro. Pero yo no ocultaba nada especial en mi interior”... Pero también existe esa relación entre la psicología personal o inventada y la literatura: “Mi tristeza era una pose, una forma de llamar la atención, una condición ineludible para convertirme en escritor. Estaba contento de ser infeliz. Además no cabía duda de que mi aspecto lánguido y desvalido iba a favorecer en el futuro mi carrera literaria”.
La profundidad en la psicología de los personajes, el aire irónico; a veces, tristón y nostálgico invade esta obra en la que todo son infortunios: su hermano acusado de violar a su propio hijo y encarcelado (la historia de la violación se revela a partir del capítulo veintinueve); su padre con los cuernos permanentes y un accidente de coche que le impedirá andar (el final de éste no lo desvelamos); la madre en su romance con Fernando Nogueira y él con ansias de ser un gran escritor pero conformándose como Kafka en trabajar en una oficina. Como un homenaje al boxeo y a su querido Manuel Alcántara, preparador de boxeadores en la obra, surge el grupo de Los sonaos que jugaban los miércoles por la noche al dominó y las cartas, y Antonio Linares, también boxeador, alias el Pipa.
Una de las búsquedas lingüísticas permanentes de Garriga Vela, poco expansivo y tomando el silencio como técnica narrativa, es la concentración de los significados en una frase, la inmediatez y la búsqueda de la palabra o la frase expresiva que rompa y cree un mundo personal, por ejemplo: “En la vida fallas cuando tienes muchas cosas en la cabeza”; ”la felicidad es una biblioteca repleta de libros y un jardín cubierto de plantas”; “si el corazón pudiera pensar se pararía”; “los mexicanos cuentan que el océano Pacífico no tiene memoria”;“Mi hermano se había convertido en un extranjero del tiempo”; “Más que un viajante de comercio, mi padre era un viajante de calle Comercio”; “mi padre no soportaba el silencio”; “me considerada un niño afortunado porque tenía dos padres en lugar de uno”.
En definitiva, una novela con la que se concentra en un estadio concreto, en un mundo cerrado, en unos seres anodinos con sus desafortunadas vidas que llegan a tener una proyección simbólica y universal.

Garriga Vela, “Pacífico”, Ed. Anagrama, Barcelona, 174 páginas, 15 €

sábado, 13 de diciembre de 2008

LA ARQUITECTURA DE LAS EMOCIONES por F. MORALES LOMAS




Desde que conozco a F. Ruiz Noguera (va ya para un cuarto de siglo) he tenido la impresión de que su lírica se construye desde la expectación de las emociones, su crepúsculo y reconcomio. La alquimia de los deseos, el espectáculo del ser humano ante sí mismo y el mundo que le rodea, sus mitos no consumados, su humildad de ser inacabado y en proceso de suspensión, bajo la férula temporal que establecen los imprecisos límites de la vida, a resultas de la gran astenia, su desaliento y su muerte.
Ello es sintomático en el último poema de su nueva obra, Arquitectura efímera (2008, VII Premio Vicente Núñez), en donde establece una poética que lleva por título “Límites”. Y entre ellos, los que debe encerrar la bonhomía de la palabra, la lengua clara, lumínica: “Hablar con claridad de lo que puede hablarse”. La demarcación del poeta, su territorio, su jurisdicción es, en consecuencia, tanto exterior como interior. Hay unas fronteras que se construyen fuera, pero también otras que impone la capacidad del verbo, su transigencia, su luminosidad o su perversión. Y entre esos límites se establecen una serie de unidades temáticas y significativas que son principios estéticos: “los días azules”, “el tedio de las horas o su fulgor gozoso”, “el corazón”, “un libro”, “la espada”, “la penumbra del misterio”, “la gélida seda de la muerte”, “la palabra”; el verbo con el que se está en una relación de autoayuda.
Símbolos o términos precisos que confieren un significado a la vida y a la obra. Todo ello aderezado por una organización sistemática y ordenada del poema en el que se observa cómo el ruido de las palabras no impide dejarles el hueco que necesitan. Equilibrio y clasicismo que en sus últimos poemarios sigue tan vivo, pero adaptado a la incontinencia de una corriente vitalista y elegíaca. El sustantivo y el adjetivo que dan título a Arquitectura efímera refuerzan dos ideas siempre presentes: la lasitud de todo lo que fluye alrededor del ser humano, el discurso de lo perecedero, de lo efímero y precario... junto a la sistémica del proceso, que bien se puede entender como un armónico que delimita los campos, aunque también como una férrea singladura (inamovible) hacia el estertor de lo provisorio y volátil. Podríamos resumirlo en estas palabras: no somos aquí, sino que estamos hoy. Este estar, determina “agarrarse a la vida”, organizar la hora de los sentidos, su mirar limpio, adentrarse en la vida, en su corriente (“Collige, virgo...”: collige, virgo, rosas dum flos novas et nova publes et memor esto aevum sic properare tuum: coge, muchacha, las rosas mientras haya flores nuevas y juventud incipiente y recuerda que así se marchita tu tiempo; coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado... dirá Garcilaso), anclarse en la marcha del hoy: “Sin ir más lejos, hoy” y adentrarse en el conformismo de ser ahora: “Confórmate con ver/ tan sólo lo de siempre,/ por ejemplo, esta calle,/ la de todos los días”. El poeta está bien avenido con el estar, callado el firmamento, alto, distante. Y, más que ser un héroe inmortal, estar en la mortalidad, siendo hoy. De ahí su parodia sobre la inmortalidad en “El héroe inmortal”. Y en esa determinación de estar, la contemplación de la luz, su poder, su secuencia vital: “Pondrás toda la luz/ en el negro abundante”. La única forma de determinar el ruido de la muerte, su oscuridad, su inmortalidad.
A este juego de esencia y presencia no es ajena la línea temporal: la memoria, el pasado, el presente y el futuro sobre el que va y viene el poeta tratando de explicarse el mundo. Se busca el que fuimos y también el que se seguirá siendo. Pero siempre en la inmanencia del presente. Esto se hace preciso en el poema “La máquina del tiempo”: “Tú puedes dominar/ la ruta que desees (...) el trayecto se mueve/ entre el reino ya fijo/ de recuerdos que miran a la bruma/ y el imperio futuro/ que domina los sueños”. Pero también el poema “Tránsito”.
Desde el comienzo nos habla de la terminología de la construcción y nos introduce percepciones como simetría o incompleto. Y se detiene en algunas ideas que determinan su utopía lírica: la esencia de la mirada, su aliento último, como uno de los recursos expresivos más empleados. La mirada es el resorte que nos anuncia lo que el mundo nos ofrece y lo que nosotros le ofrecemos al mundo (una visión lúcida), a través de ella, que es luz, penetra esa claridad, esa esencia. Esta recurrencia a la mirada es constante en el poemario: “Qué sencillez tan plena en la mirada”, “que asombre la mirada”, “toma con la mirada/ todo lo que de hermoso se te ofrece”, “miras y miras a ver qué se te ha perdido”, “mirándote a los ojos”... Incluso como un aldabonazo y símbolo indeleble el verso que fija un poema: “Mirar los ojos limpios de lo oscuro”. Esta bendición lumínica de penetrar en lo impenetrable de la existencia queriendo obtener una explicación racional.
Con esta oportunidad para organizar “la arquitectura efímera” de la existencia le llega también la hora a la muerte, como una victoria del “ángel de las sombras”, luciendo su coraza de charol y eternidad. Por este motivo cualquier herida carece de elocuencia, es un borrón en el estar de hoy, en el momento; es prescindible en esta niebla, en esta columna frágil que es el hombre, anclado en un túnel y efímero por su naturaleza: “Ya no hay ninguna huella,/ ningún vestigio queda/ del calor de una vida.// Sólo nada”.
Un poemario de búsquedas, de observaciones, de ojos que sucumben al estertor de la vida y comprenden su vacío, su desnudez completa, lo que fue un espejismo.

martes, 9 de diciembre de 2008

PERE GIMFERRER, EPÍGONO POSMODERNO POR F. MORALES LOMAS




Tornado (Seix Barral, 2008), o la mirada hacia atrás, es el último proyecto lírico del poeta catalán Pere Gimferrer, miembro de la RAE desde 1985 y Premio Nacional de Literatura en dos ocasiones. Es una continuación de su poemario Amor en vilo, en el que conectaba con el cine, el jazz o la tradición literaria...
Tornado lo componen setenta y tres poemas de amor escritos linealmente desde el día veintiséis de febrero de 2006 hasta el nueve/diez de marzo de 2008; siendo durante el año de 2006 cuando se escriben la mayor parte de ellos: 39. Es un libro que trata de almacenar lo mejor de la tradición clásica del barroco, fundamentalmente (aunque hay también poemas dentro del clasicismo del XVI), y del modernismo, tomando como unidad temática el amor explosivo, la exaltación de la amada, el erotismo múltiple, la acumulación de imágenes, metáforas, símbolos, figuras retóricas, símiles...; y la plétora verbal a través de los elementos musicales que conforman todos lo de repetición (anáforas, aliteraciones, la rima, paronomasias...), estructuras paralelísticas..., que conforman un poemario con una sensibilidad vetusta y antigua, que tiene algo de quincalla; y quizá poco creíble, porque acaso se perciba más como un ejercicio literario que como una pulsión emotiva, aunque quizá esto sean considerados prejuicios de lector. El escritor catalán demuestra en Tornado que es un gran gregario de Góngora, Quevedo o Rubén Darío, a los que trata de emular con su continuo juego metafórico, sus imágenes rutilantes y sus verbalismo incontenido, musical y evanescente.
Decir a la amada en estos momentos de la literatura española que es “Una mujer formada de oro y plafones/ y de una algarabía de estruendo y fuego./ Una mujer escrita en modulaciones/ sobre la partitura del tú y el ego”, o hablar de “la pulsación de soles de tu cuerpo”, o “tus talones de oro me han desencuadernado” es una lírica que puede tener sus prosélitos (y Gimferrer los tiene) pero a mí me resulta, como mínimo, una lírica turbadora y, como máximo, un juego con la tradición literaria a la que pretende remedar o parodiar. Estaríamos, en consecuencia, ante un escritor que en estos momentos desea convertirse en epígono posmoderno tratando de acarrear de nuevo a nuestros días un tipo de literatura que en el pasado cosechó indubitables éxitos.

Gimferrer se convierte, pues, en trasgresor desde la concepción de un discurso prístino, intentando una vuelta a los grandes clásicos, rivalizando con Quevedo y Góngora, con Rubén Darío y Valle-Inclán. Pero escribir como lo hicieron Quevedo o Góngora puede resultar a estas alturas un discurso ajado o deslucido. Aunque también es cierto que es una literatura que tiene sus lectores y Gimferrer desde el 66 posee una cohorte de seguidores (en algún momento yo lo fui) a los que, sin duda, agradará su poesía, por ser un virtuoso de la palabra literaria y un buen lector de los clásicos, que diría Borges. Y, efectivamente, creo que uno de los valores del libro es ese virtuosismo creador intentando por momentos unir la posmodernidad con la tradición literaria.
En este extenso libro de poesía amorosa el lector podrá encontrar esa capacidad lingüística que nadie le niega, un notable talento expresivo y la consideración de que ha recogido el testigo de las lecturas clásicas y ha asumido la mejor tradición de la literatura española..., pero también podrá encontrar a un escritor impersonal, incoloro e inodoro, seguidor de alguien que en su momento descubrió al mundo el papel revolucionario y vital de la palabra, pero cuando se crea ex nihilo.
No considero que sea el papel de un gran escritor actual escribir con sucedáneos imitativos de la mejor literatura española áulica. O al menos alguien que, en el pasado, ha demostrado ser un profundo poeta en obras Arde el mar o La muerte en Beverly Hills. A un escritor así le debemos reclamar que escriba una obra personal, una obra que quede como testimonio de una época.

Gimferrer, Per: Tornado, Seix Barral, Barcelona, 2008, 189 págs.

viernes, 28 de noviembre de 2008

MITOS URBANOS DE MANUEL GAHETE POR F. MORALES LOMAS

F. Morales Lomas, Manuel Gahete y A. García Velasco

Desde hace años he dedicado bastantes páginas a glosar la lírica de Manuel Gahete, uno de los poetas andaluces más prestigiosos, y como tal lo incluí en mi obra Entre el XX y el XXI. Antología poética andaluza (I). Conozco también al hombre Manuel, al amigo. Lo suficiente como para decir que es fiel a sí mismo y, en consecuencia, perfectamente coherente con su visión de la existencia y el mundo que muestra en su obra. Esta coherencia nos permite hablar de un escritor que sustenta su nuevo libro sobre los principios que lo han hecho heredero de una lírica rica en la expresión léxica, en la imaginería y profunda en el concierto y la vocación humana.
Tres palabras ahorman Mitos urbanos (Algaida, 2007) que fue ganador del Premio Ateneo de Poesía: la vida, el amor y la muerte. Los tres términos a los que dio vida Miguel Hernández en su poesía, de la que se siente en parte heredero Gahete.
Muchos han considerado habitualmente a Gahete un escritor barroco. Su nacimiento cordobés y su fidelidad a los poetas de allí desde el origen es un principio inicial, y también su vocación léxica, lingüística e imaginaria; pero pocos lo han conectado con Miguel Hernández del que toma la cita inicial “Con tres heridas yo...” para organizar el poemario, y, sin embargo, no olvidemos los inicios en el barroco de Hernández con su Perito en lunas.
Sin embargo, la relación con el poeta de Orihuela viene de dos ideas que son recurrentes en la lírica de Gahete: su grandilocuencia expresiva y voluntad de estilo, a la vez que también su vitalidad, la trascendencia del amor y los sentimientos en su lírica. Un amor que no se queda sólo en las bellas palabras, sino en el arrebato, en el erotismo, en la palabra fulminante que enardece cuanto toca.
Muy delimitado en los tres vocablos (vida, muerte, amor) se construye este poemario con voluntad estructural y organizativa, pues son ocho poemas los que componen cada uno de los tres apartados. Pero esta voluntad estructural y cíclica también está presente en la concepción del poema libre que usa habitualmente de los elementos de repetición como la anáfora y la estructura paralelística con voluntad de crear ese ámbito musical que posee en general el ritmo de sus versos. Hay un orden directo que genera la estructura. Y, en consecuencia, es un libro muy meditado, muy organizado.
Los poemas bajo el título de “De vita” siembran un lírica existencial, meditativa, de búsquedas, vital, lúcida, que encuentra en la mirada y en el paso del tiempo dos de sus frecuencias. Inicia el poemario como el “homo viator” (“Me sumerjo en las calles”). Con un aire misterioso va desde la incertidumbre hasta la alegría de ser, para después sumergirse en el vértigo de la luz a través de ese monólogo con la amada a la que le confiesa que definitivamente se ha perdido la inocencia, que ya nada es como había sido antes. El despertar al ciego dolor, a la soledad, a la noche y a la muerte en una aire presuntamente decadente, pero sólo presuntamente porque la vitalidad siempre es superior en sus versos. Su optimismo es inmanente. Y en su ámbito vital la libertad adquiere un valor extrínseco: “Por ti surqué las olas.... He dejado mi hambre.... Por ti, mi dios.... Y no encontré en la vida... sino la libertad de haber amado”. Aquí radican las palabras que cierran su poesía sobre sí, el amor. De hecho, en su poética (el último poema lo titula así, “Poética”) dice: “Nada como la lucha abierta de los cuerpos./ Nada es más dulce,/ nada que tu boca/ y ese vago dominio del amor en la entrega.// El amor que ennoblece a aquel que ama y embellece al amado”. Gahete es el poeta del amor. Aquí encuentra su condonación de humano, su salud vital.
La necesidad de vivir, la necesidad de abrir esas ventanas que se nos cierran, de hurgar en el silencio o no acaparar el llanto es lo que le mueve al poeta. La muerte (dedica “De morte” a ella) es una penúltima morada. Surge cuando el amor ha sucumbido, cuando se ha dejado de amar, aunque se continúe vivo. Y esa permanencia sensual sólo puede finalizar cuando acabe la contemplación del ser amado. Esa muerte de ausencia que nos acerca al abismo. Hay poemas que son todo un homenaje a amigos vivos o muertos sin nombrarlos, como en “La equívoca memoria”, cuando nos habla de la palabra del que ha desaparecido, del amigo que se fue, del quebranto de la memoria: “Hablamos del paisaje de la ruina,/ de la serenidad de la memoria,/ de los mudos amigos/ que ya viven en el libro cerrado del recuerdo”. Hay una voluntad de pervivir en la memoria, de no comprender el anhelo de la muerte que siempre corta los afectos (acaso éste sea su sentido), y más que morir nos vamos pereciendo en el afecto. Una memoria que adquiere una suculenta presencia en el poema “Interior” con esa voluntad de hacernos vivir en el poema al amigo muerto: “Nunca quiso vivir como los hombres./ Pero quiso morir porque la tierra/ era la dulce amante de sus ojos”. O en el poema “Confidencia”, acaso una reflexión vital, una reflexión del hombre que todo lo comprende, que como el sabio contempla la vida y la muerte con el sentido que ambas tienen o deben tener, con la distancia que da el haber cumplido años: “Lo que hoy nos abruma/ mañana será nada”.
Pero es en “De amore”, que Gahete expresamente ha colocado al final, donde el escritor de Fuente Obejuna alcanza la máxima sublimación. Gahete se encuentra en plena ebullición cuando se le presenta el tema amoroso. Su voluntad de estilo alcanza una enorme calidad expresiva y encuentra evidentes hallazgos metafóricos y léxicos. Goza en la sensualidad, en la contemplación, en el monólogo emotivo con la amada, se reconoce, vibra, lo celebra, lo amplifica todo: “Que no haya mar/ más hondo que tu aliento/ ni más vigor que tu aguerrida sangre/ en el porfiado esqueje de la herida./ Que sepas que me abrasa/ el vientre cada beso/ y me hierven los nervios/ si me rozas”. Es el amor lo que ennoblece al ser humano, pero sobre todo en Gahete le da rumbo y proyección a su vida, la amplía hasta horizontes elevados. A través de un lenguaje musical sostenido sobre el paralelismo, la anáforas y el abundante juego metafórico va construyendo esa proyección universal, esa sabiduría vital: “Si tú me miras/ no existe absoluto/ más allá de mí mismo que no sea/ el reflejo de ser en tu mirada”.

domingo, 23 de noviembre de 2008

EL TESTIGO DE LOS TIEMPOS DE FERNANDO DE VILLENA POR FRANCISCO MORALES LOMAS



Hace unos años, Antonio Prieto escribió una travesía por el tiempo, Una y todas las guerras, galardonada con el Premio de la Crítica de Andalucía. Se insertaba en ese tipo de novelas que abarcan un prolongado espacio temporal, desde la antigüedad hasta el momento presente. En este caso bajo el pretexto de las guerras o la guerra.
El testigo de los tiempos (Ed. Quadrivium, Girona, 2008) del granadino Fernando de Villena está en la órbita de esta tipología narrativa que pretende abarcar un amplio espacio temporal objetivando la humanidad, creando la historia colectiva, ofreciendo una visión global y espacial desde la experiencia del protagonista, desde el anecdotario narrativo del narrador y los lugares por los que transita.
Existe una clara voluntad de organización sistémica al dividir la obra en cuatro partes (el cuatro como número cósmico que expresa el orden natural) con los títulos de “Edad Antigua”, “Los siglos oscuros”, “El mundo nuevo” y “El fin del mundo”. En cada una de ellas, a su vez, hay siete subcapítulos (de nuevo el mágico número siete como número de la perfección: la deidad y todo lo creado) con el nombre de las ciudades protagonistas en donde se desarrollará la acción en momentos diversos seleccionados por el escritor: Jerusalén, Atenas, Alejandría, Iram, la de las columnas, Cartago, Roma y Constantinopla serían las ciudades correspondientes a la primera parte.
En total son veintiocho ciudades. La última de todas es Jerusalén, también la primera (existe una voluntad de circularidad y perfección pues la novela se construye desde la analepsis mientras el narrador espera la muerte: “Han llegado los días últimos de la especie humana y con ellos la hora de mi descanso. Os narraré todo desde el principio. Prestadme atención”); la penúltima, Granada. Sin embargo, entre ambas se produce una fusión. Hay mucho de sentimentalismo personal en esa unión y también en esta construcción en la que selecciona ciudades-prototipo de la Humanidad como pueden ser Córdoba, Nueva York, San Petersburgo, Toledo... Pero hay también una voluntad ideológica final (cargada de sentimiento) al cerrar la novela con la palabra Jesucristo mientras el protagonista espera la muerte, y añade: “Es Jesucristo quien tiende su mano con el pan... ¡Jesucristo!”. Dando a entender que sólo a través de él está la salvación de la humanidad, y, como dice en otro momento, a través también del desarrollo personal: “El único perfeccionamiento posible era el individual y aun así resultaba tan difícil de conseguir que muchos fracasaban en el intento”.



La organización y distribución genera la autonomía de las partes. Cada una, de hecho, posee su propio desarrollo soberano. De modo que la obra se puede leer como una multiplicidad de pequeñas historias independientes, casi como relatos breves, en una línea bastante cervantina. El único elemento que une este recorrido por la historia de la humanidad es el protagonista de la obra, Juan o Ahshaverus, un personaje mítico, el zapatero judío que, despreciando a Jesús cuando se dirigía con la cruz al Gólgota, será condenado a no morir y a recorrer la historia de las ciudades durante dos mil años.
Esta alegoría de la humanidad le permite a Fernando de Villena construir el libro de los libros, un libro de bibliófilos, un libro de muchas lecturas y bastante erudito por el caudal de información que vierte en él (y, sin duda, didáctico por su afán en transmitir múltiples enfoques), disperso e imaginativo, entreverado de lecturas, fragmentario, con un léxico a veces arcaico o con voluntad de serlo, ligero en la trama compuesta al tiempo de pequeñas y breves historias, y de múltiples personajes que van apareciendo y desapareciendo en ese gran río que es la novela. Novela-río que va pasando por lugares tan diversos como América, Europa y Medio Oriente; en definitiva, todo lo que se ha dado en llamar la cultura occidental con la que, a veces, se muestra muy crítico. También consigo mismo el narrador se muestra crítico y pesimista: “Hemos aprendido lo que este mundo valora. Nos avergüenzan nuestras imperfecciones y casi ya sólo deseamos salir discretamente con cierta dignidad de esta gran farsa que es la vida”.
El testigo de los tiempos (que según el autor es su mejor novela y la más ambiciosa) tiene elementos propios de diversas tipologías novelísticas: aúna los rasgos de la novela de aventuras en los continuos lances y cambios de escenario y también, en cierto modo, una variante de la novela bizantina como la practicada en el siglo XVI por Jerónimo Contreras en Selva de aventuras o Lope de Vega en El peregrino en su patria. Pero no se queda ahí, porque también hay mucho de la novela simbólica, de la alegoría novelística en la que el protagonista, homo viator, sigue la travesía vital hasta que la muerte está cerca, en una línea que puede estar próxima por momentos al Criticón. La novela de viajes estaría presente en esa voluntad de determinar la razón de la intriga en función de un lugar geográfico que condicionará los elementos narrativos. Y, por supuesto, también la novela histórica (son muchos los lances históricos heterogéneos que se encuentra el lector), la novela costumbrista (en su afán por lo acentuado del color local de cada ciudad, la sucesión de elementos propios del sitio en cuestión: arquitectura, costumbres, formas de vida...) y la novela sentimental pues son continuas las situaciones amorosas a las que tiene que hacer frente Juan o Asheverus.
El testigo de los tiempos es, en definitiva, una novela que aporta una visión global, un resumen de la historia de la humanidad cargado de pesimismo y crítico, finalmente, con el capitalismo triunfante: “Y quienes se hallaban detrás del gran capital y de todas las disposiciones referidas no eran sino 200 personas. Esas 200 personas que poseían más de la mitad de la riqueza del planeta, las que quitaban o ponían presidentes o dictadores a su antojo en cualquier lugar del mundo, incluido los Estados Unidos...”

viernes, 21 de noviembre de 2008

MUERTE CON HISTORIA: LOS HERALDOS NEGROS POR F. MORALES LOMAS


Estamos descomunalmente acomodados a las muertes anónimas. Hay épocas, cuando la luna está llena y el mar en calma, que la muerte anónima llega a diario. Son muertos oscuros y con secreto, como el personaje de esta historia, con los ojos abiertos, si acaso a la espera de algo que no llega nunca, como no sean esos heraldos negros del título. Estamos instruyéndonos tanto en los muertos de las pateras, de los cayucos... que nos convertimos en indolentes y apáticos porque son cadáveres recónditos y anónimos que contemplamos ya sin perturbarnos, como los finados de las carreteras, como las víctimas de un mercado de Bagdad o de Kandahar; muertos lejanos, muertos desconocidos; acaso incógnitas.
José Sarria con Los heraldos negros ha querido nominar, nombrar, darle cuerpo, darle lucidez, darle valor, darle claridad a un sentimiento. El origen de esta historia ha nacido de ese alegato por dar rostro, historia, nombre y ternura a un vencido anónimo. Su voluntad ha sido la de conceptuar, la de designar una emoción y hacerlo con la dignidad que cabe en todo ser humano.
Parte del principio de que cualquier muerte ha de ser contemplada con su historia, porque el anonimato es el peor crimen contra estas personas que se juegan la vida al tratar de salir de la ciénaga de la miseria.
Sarria lo sabe y ha querido escribir la historia de Hassan, ha querido darle una forma de estremecimiento y de querencia a su vida: un hombre pegado a un móvil que no cesa de sonar mientras la muerte asiste impávida a ese sonido de ultratumba.
Un rostro de un magrebí o un subsahariano muerto en nuestras costas se disipa en la imagen aprehendida de un momento. Pero Sarria no ha querido pintar un rostro muerto, sino que ha querido construir una vida, una historia personal, un sentimiento que dé sentido a la muerte, que nos enseñe que estos muertos poseen una identidad, que no son un número en el océano.
En consecuencia hay un compromiso cierto, una literatura de denuncia, una provocación a la reflexión desde el momento en que el difunto del móvil es una persona con una historia familiar. Se produce entonces la humanización, la comunión y el compromiso ético en su obra.
Sarria ha querido que Hassan tenga una madre que lo adora, Aixa, una madre que, como todas las madres sufre y se desvela. Ha querido darle un afecto, un encuentro con el amor de Zakia; ha querido darle unos hermanos del que, como primogénito (y tras la muerte del padre), es el responsable según las tradiciones de su pueblo. Sarriá ha visto con realismo la turbación que puede provocar la tragedia de una persona cuando dejamos de hacerla anónima y le creamos la historia particular de sus afectos, de sus sentimientos, de sus deseos, de sus esperanzas.
Esta historia, Los heraldos negros, que fue ganadora del I certamen internacional de relatos breves, «Cuentos del estrecho», se sostiene sobre una estructura circular: a través de la 2 de TVE llega la noticia del fotógrafo Fernando Arévalo que encuentra el cadáver de un joven magrebí en la costa de Bolonia (Cádiz). Noticia con la que se cierra el final del libro aunque con una ligera variante que no desvelamos al lector para no desmontar la intriga. A partir de ahí el escritor juega con el tiempo narrativo en procesos de analepsis y prolepsis. Sabemos el final de la historia de Hassan: su muerte, pero ignoramos la historia de sus sentimientos, de sus afectos; en definitiva, ignoramos su vida. La historia de Los heraldos negros es la reconstrucción de la historia de Hassan: la muerte del padre, el despido de la finca donde trabaja para mantener a su familia, la situación familiar, la situación social... y, finalmente, la resolución de intentar llegar a Europa para salir de la miseria. Hassan, a través del barbero, entra en contacto con una organización que lo llevará a Europa. La historia no se detiene en Hassan sino que contrasta con la época futura (la prolepsis) y descubrimos que todos los inmigrantes que viajan en la patera desde Marruecos han muerto. A través del fotógrafo Fernando asistimos a ese momento en que la realidad de la tragedia se hace visible y los esfuerzos vanos del español por intentar hacer vivir al joven Hassan. Y de nuevo la vuelta atrás (la analepsis) de la narración, los presentimientos de la madre, la llegada a la mezquita para rezar y pedir fortuna para este viaje, la impunidad del barbero Said, la partida de madrugada; y de nuevo el momento actual en la retina de Fernando, el fotógrafo; para volver al pasado, ipso facto, a seguir reconstruyendo la historia personal de Hassan y de Zakia, cuyo padre quiere casarla con un joven de buena posición ignorando su compromiso con Hassan.
Y los presagios, los malos augurios de la madre, los símbolos del libro, los heraldos negros del título extraídos del libro homónimo de César Vallejo: «Pero ¿sabes?, hace unos días tuve un mal presagio (dice la madre). Soñé con caballos negros. Alazanes salvajes que se acercaban hasta la mezquita; uno de ellos, el más fiero, traía algo en su boca».
Sarriá, en definitiva, ha querido con Los heraldos negros crear una literatura realista, de denuncia, una literatura ética que apuesta por la solidaridad y el compromiso, una literatura didáctica que nos haga tomar conciencia de que la muerte que viaja en patera no es anónima, es una muerte cercana con nombre y apellidos, una muerte que previamente ha construido un sentimiento, el que todos edificamos diariamente con nuestras vidas.

domingo, 9 de noviembre de 2008

"EL EXTRAÑO VUELO DE ANA RECUERDA" DE FRANCISCO MORALES LOMAS POR MARÍA DEL MAR GONZÁLEZ MARTÍN




PUBLICADO EL 12 de octubre de 2008 EN LA SIGUIENTE DIRECCIÓN:


http://www.darrax.es/papel-literario/

“Nada es vano, todo sucede como una burla del destino y la soledad”
(Extraído de El extraño vuelo de Ana Recuerda)

El Extraño vuelo de Ana Recuerda, la última novela publicada de Francisco Morales Lomas, cierra la trilogía sobre la transición que incluye Candiota y La larga march”, con una magistral reflexión sobre la búsqueda de la esperanza y los propósitos truncados. Morales Lomas, actual presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios que concede anualmente los Premios Andalucía de la Crítica, afirma a este respecto “Intento transmitir que el ser humano no se debe considerar vencido mientras haya un camino por el que seguir”, “Trato de mostrar lo difícil que es hacer borrón y cuenta nueva”.
Francisco Morales Lomas, poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y crítico literario perteneciente a la Generación de la Transición, un escritor versátil, nos deleita con esta novela en un momento en el que nuestra sociedad parece haber olvidado la separación de las dos Españas, que, al contrario de lo que muchos intentan hacernos creer, aún no ha superado. Vivimos en una sociedad dividida entre la izquierda y la derecha, la España de Zapatero y Rajoy; no hay medias tintas, sino solo extremos, al igual que ocurría en los tiempos a los que, sutilmente, Morales Lomas nos transporta con El extraño vuelo de Ana Recuerda. En referencia a su obra, el autor aclara “Lo que subyace es el enfrentamiento casi sistemático entre las dos Españas, que aún pervive”, y añade “Hay un intento de recuperación de ese antagonismo histórico con la lucha entre Rajoy y Zapatero”.
El Extraño vuelo de Ana Recuerda, de la que el escritor y crítico Fernando de Villena ha apuntado que es un “hito de la narrativa actual andaluza”, se hace un hueco dentro del panorama literario actual que se encuentra inmerso en una vorágine comercial, en la que, en ocasiones, se busca, como único objetivo, la venta masiva de libros; esta nueva corriente literaria tan comercial se debe al intento de las editoriales de captar nuevos lectores. La novela que nos ocupa no necesita ir acompañada de grandes lanzamientos comerciales, es una obra exquisita, cuidada y digna de lectura. En ella, el autor nos transporta a otro tiempo, que se presenta como paralelo al nuestro, en una obra cargada de realismo y de personajes en los que, fácilmente, encontramos similitudes con nuestras propias vidas o con nuestra sociedad actual. Nos encontramos ante, según Espejo Requena, “Una novela de resonancias clásicas, muy diferente a los productos que hoy día se publican”. El objetivo de esta novela es, en palabras del autor, “entretener y no dormir al lector”. Este objetivo que comenta el autor está más que conseguido en esta novela que atrapa al lector desde su inquietante comienzo hasta su incierto final, pasando por las apasionantes historias que les suceden a los personajes a lo largo de la novela.
Mediante la huida desesperada de Ana Recuerda junto a su hija Alba, el autor nos conduce a Cártugos, un espacio que Morales Lomas ha creado conscientemente, para transportar al lector a la “España profunda”. Cártugos se convierte en un lugar con una especial atracción, donde quien llega siente la necesidad de quedarse. Este lugar parece tener una especie de imán para aquellos que huyen de su propia vida, para los que pretenden volver a empezar, para aquellos que ven truncados sus deseos y necesitan hacer borrón y cuenta nueva en sus vidas, para los que necesitan olvidar, ellos encuentran en Cártugos y en su Fuente del olvido, de la que ya hablaremos con mayor profundidad, un atisbo de esperanza. De hecho, Cártugos es un canto a la esperanza en sí mismo, una vía de escape para desaparecer del mundo por un tiempo, o para siempre, un lugar para olvidar, aunque, en ocasiones, este olvido nunca llegue.
La novela comienza con el fatídico accidente en el que fallece “El Mellao”, pero en contra de lo que puede parecer al lector al comienzo de la lectura, esto no será más que un hecho común en la vida de los cartuguenses, que están demasiado acostumbrados a la sangre y a la muerte. Paralelamente a este suceso, Ana Recuerda viaja a Cártugos huyendo de un marido violento e infiel, allí conocerá a Pepe García, un joven apuesto y viril que busca en Ana Recuerda lo que su prometida, Lucía Cienfuegos, no puede darle por su educación tradicional, sexo, relaciones sexuales completas y continuadas, para ser más exactos. Como todas las historias relatadas en esta novela, este triángulo amoroso acaba de forma fatídica, con el suicidio de Lucía Cienfuegos al enterarse de su embarazo y al conocer la noticia del idilio de “su” Pepe con otra mujer; y con la huida de Pepe García que provoca el enfriamiento de la relación entre la protagonista y el amigo del “Mellao”.
El escritor utiliza un sinfín de personajes que parecen sacados de la vida real, realismo que adquieren gracias a la magistral descripción que de ellos se hace en la novela, a sus vidas llenas de recuerdos, deseos, sentimientos, esperanza, inquietudes… estos personajes se encuentran unos con otros en el transcurrir de sus vidas, todos ellos tienen vidas paralelas y caminos cruzados. En El extraño vuelo de Ana Recuerda, Morales Lomas, se acerca a un realismo imaginario en una novela en la que, en palabras del autor, “van surgiendo vidas paralelas que se mezclan en mundos imaginarios”.
El entramado de personajes que componen esta novela coral es muy extenso, tanto, que llega un punto en que el lector puede llegar a sentirse confuso, a esta confusión ayudan los repentinos y continuos cambios de historia, cada punto y aparte se convierte en una historia nueva o continuada. La novela se compone de cuatro capítulos y un epílogo en el que se resuelve el final de la misma, cada uno de estos capítulos da comienzo a una historia diferente, algo que desconcierta al lector. Esta forma de configurar la novela provoca en el lector un sentimiento de desasosiego, de intriga, de confusión… pero también un sentimiento de esperanza hacia el futuro incierto de los personajes, e incluso ante el pasado de los mismos, con los que es fácil empatizar. En El extraño vuelo de Ana Recuerda, Morales Lomas, indaga en la condición humana, él mismo aclara, “Trato de explicar lo que hacemos con nuestra existencia, la búsqueda de afectos ante una especie de mal destino que nos impide conseguir unos propósitos y todo se trunca”. Ana Recuerda y Pepe García, Gerardo Moore “El Seco” y María Andorra, entre cuyos romances hay un absoluto paralelismo, son claros ejemplos de lo que el autor nos explica en esta aclaración. Por un momento sus cuerpos están llenos de pasión, se alimentan de esa pasión, necesitan de esa afectividad tan deseada, pero el destino se encarga de apagar ese fuego y de eliminar cualquier rescoldo que pudiera haber quedado. “La felicidad era una sensación física, pero también química, que duraba tan poco como una estrella fugaz que pasara ante nuestros ojos. No había felicidad absoluta, pensó Ana Recuerda, sino breves espacios instantáneos, rápidos espacios en la fugacidad de la vida, pensó, extrañada, que quizá la felicidad era un relámpago en la tormenta de la vida, una definición que quizá había leído en algún poemario” [pág. 38], piensa Ana Recuerda al llegar a Cártugos, cuando por fin siente un halo de felicidad recorriéndole el alma, pero, cauta y realista, alude también a la fugacidad de ese sentimiento embriagador. Al final de la novela, en el epílogo, vuelve a repetirse una reflexión sobre el breve espacio de tiempo que dura la felicidad plena y la pasión de la carne, “Todo era una inmensa fosa común a la que había que sobrevivir. Y el secreto estaba en encontrar una pequeña brizna de luz que encendiera de nuevo las carnes anodinas. La felicidad iba y venía como las lluvias de la primavera, y a una derrota seguía un periodo de exaltación y de amor encumbrado, como siguiendo los ciclos lunares, siempre llenos de presagios” [pág. 374]; ante estas reflexiones considero interesante recordar aquella frase de Machado que Serrat nos cantaba “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar…”, que explica en tan pocas palabras algo que Morales Lomas trata de hacernos ver en su última novela, la levedad del ser, el tiempo perdido que puede ser recuperado y perderse de nuevo en un instante, la fugacidad de la felicidad, pero también de la tristeza, la fugacidad de todos y cada uno de los momentos que conforman nuestras vidas por intensas y apasionadas que puedan llegar a ser estas. En definitiva, lo nuestro no es más que pasar, “pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”.
Los personajes parecen haber sido sacados de la realidad, con sentimientos, pensamientos y reflexiones, a los que el autor nos acerca en un relato claramente heterodiegético, mediante un narrador omnisciente que opta por “hablar de otros”, aunque introduciendo pequeñas y escasas reflexiones propias sutilmente integradas en las descripciones exhaustivas de lugares, situaciones y personajes. Testimonio claro de la omnisciencia del narrador de la novela es su ubicuidad, la facilidad que posee para cambiar de espacio o tiempo, su conocimiento de los pensamientos, sentimientos y vivencias de los personajes de la novela. El narrador nos acerca a estos personajes mediante extensas descripciones de los mismos, descripciones que llegan a adentrarse no sólo en los sentimientos o pensamientos de los mismos, sino que se introduce en las más profundas sensaciones y reflexiones de los personajes, el narrador los utiliza para comentar la realidad de Cártugos y para reflexionar, de forma muy profunda, en la existencia del ser humano, en la sociedad actual, en la política… e incluso para hacer vibrar al lector con explícitas escenas de sexo apasionado. Estas descripciones suponen la recreación de los hechos con palabras, las palabras tienen que ser dichas por alguien, y ese alguien es el narrador que nos describe, tanto situaciones como personajes, con sus propias palabras, como él quiere que nosotros, los lectores, lo entendamos; en este hecho vemos como el pacto narrativo que se “firma” entre lector y escritor se hace fehaciente. Las descripciones explícitas nos permiten afirmar, con mayor seguridad, que nos encontramos ante un relato heterodiegético. Entre las extensas descripciones que encontramos en esta novela, considero imprescindible destacar la que recibe el personaje Antonio Gualchos, por ser un claro ejemplo de la omnisciencia del narrador; en esta descripción se percibe un cierto tono de asco y desprecio por parte del narrador hacia este tipo de personas, que llega a utilizar la letra cursiva para dar más ímpetu al desprecio que siente ante la saga de los Gualchos y su “falta de imaginación y el conservadurismo antroponímico y la lógica propia de esta familia ” [pág. 98], y continua el narrador, “se trataba ,pues, de una lógica aplastante: la lógica de los imbéciles” [pág. 98], “su filosofía de la vida nacía de una frase que había oído alguien tan vulgar como él: «Todos los hombres se odian naturalmente entre sí»” [pág. 99]. Siguiendo con la descripción de los Gualchos, “Hubo alguno que, en el colmo de la ridiculización y el esperpento llegó a prorrumpir unas palabras que hicieron historia: «¿nosotros somos de los nuestros?»” [pág. 100]. En estas líneas queda implícito el odio del narrador hacia tan vulgar personaje, hacia su simpleza y su imbecilidad. También queda patente la alusión al sinsentido de la política cuando no se tienen ideales profundos, sino únicamente un deseo creciente e inevitable de poder. Esta búsqueda incansable de poder queda patente en la batalla campal que tiene lugar casi al final del libro, en la que Antonio Gualchos se decide a alcanzar el poder cueste lo que cueste, en una “mera lucha de poder donde las ideas poco importaban” [pág. 325]. En este suceso se observa como los cartuguenses sienten un enorme miedo ante la guerra y la postguerra, y temen el regreso de este infierno que, a duras penas, habían logrado superar. El narrador hace una crítica, en pocas palabras, con respecto a esta lucha de poder donde las ideas solamente se presentan como un disfraz de esa ansia insaciable de poder, “En nombre de éstas se habían cometido horrorosos crímenes nunca aclarados y también en nombres de éstas los niños habían mamado resentimiento en los senos de sus madres” [pág. 325]. Las páginas dedicadas a este enfrentamiento se nos muestran como una crítica a esa guerra civil que nunca debió ser, a esa época oscura de la historia de España, a ese enfrentamiento continuado que nunca parece acabar, a esa división entre las personas por unos ideales que nunca fueron, y que, en la mayoría de los casos, no significan nada, más que palabrería barata, escusas para alcanzar el poder.
Una novela, al fin y al cabo, es ficción, y, siguiendo la idea de Henry James, es oportuno afirmar que “la ficción es una casa con millones de ventanas” y, aunque éstas “no son puertas que se abran a la vida”, son la “forma literaria” que nos permiten una amplia visión, desde múltiples puntos de vista, sobre la escena humana, sobre la realidad. En El extraño vuelo de Ana Recuerda se nos muestra el mundo desde múltiples perspectivas, tantas como personajes aparecen en la novela. A pesar de estas múltiples perspectivas, a través de las que la historia se convierte en discurso, podemos advertir que nos encontramos ante un relato no focalizado o de focalización cero, debido a que “el poder del narrador es tal que se sitúa por encima de la mente de sus personajes” (Carolina Molina Fernández). En este relato, el autor, aúna ambas focalizaciones, interna y externa, para acercar al lector a las diferentes situaciones que acontecen en Cártugos. El lector se acerca a los acontecimientos mediante las perspectivas cognoscitivas y perceptivas de los múltiples personajes que componen esta obra coral (aquí podemos ver una focalización interna), pero el narrador, no solo se dedica a mostrarnos estas perspectivas, sino que va más allá, describiendo detalladamente los escenarios, las situaciones y acontecimientos que transcurren en la novela (focalización externa), permitiendo así, que el lector forme parte de la novela, que se acerque más a ese universo creado por Morales Lomas y se adentre en él. La falta de focalización en la novela nos indica el poder del narrador omnisciente, un narrador que es capaz de acercar al lector a la mente de los personajes, a sus puntos de vista, pero también nos da su propia visión e intenta poner al lector en la situación, procurándole un lugar privilegiado en la escena. Las descripciones se detienen tanto en rasgos psicológicos como externos, gracias a ello, el lector es conocedor de los pensamientos y reflexiones de los personajes, así como de las situaciones vistas desde una perspectiva externa, perspectiva que permite la materialización de escenarios y escenas.
“Si hay un aspecto que refleja con nitidez las maniobras que tornan una historia en discurso, es precisamente el tiempo. Ajenos a la inexorable cronología de la realidad, los escritores inventan, instauran y modelan a su arbitrio el cronos de la ficción” (Carolina Molina Fernández). Para observar la forma en que Morales Lomas maneja el tiempo en El extraño vuelo de Ana Recuerda, debemos atender a los tres conceptos a los que, el tiempo, está sujeto en el discurso: orden, frecuencia y duración. Aparentemente nos encontramos ante un relato que sigue un orden lineal en el tiempo, pero si nos adentramos en el corazón de la obra, podemos observar cómo el narrador vuelve atrás en el tiempo para contarnos episodios del pasado, adentrándose en la memoria de los personajes y mostrándonos sus recuerdos o, simplemente, desvelando algún suceso ocurrido en el pasado, necesario para poner en situación al lector. Nos encontramos ante los que se llama analepsis o retrospección, tal como hemos dicho, se trata de una anacronía hacia el pasado del relato de acontecimientos anteriores al momento presente de la acción. Encontramos claros y abundantes ejemplos de retrospección en la novela, pero para no extendernos en el comentario, citaremos únicamente los siguientes:
~ Alusiones continuas al pasado de Cártugos, en su creación en el Cerro de la Mina “… Pero el cauce ya estaba preparado desde hacía siglos, cuando nació el pueblo en torno al Cerro de la Mina, de modo que no le costó mucho seguir una tradición que ya había sido creada y hacerse depositario de los odios lejanos y recientes…” [pág. 99], hablando de las familias de Gualchos. Estas retrospecciones son utilizadas por el autor para retrotraer al lector al pasado de Cártugos, de forma que este entienda mejor la realidad del pueblo, su oscuro pasado.

~ En las descripciones de los diferentes personajes y situaciones, para situar al lector, el narrador retrocede en el tiempo, como ocurre en la historia entre María Andorra y El Seco, en múltiples ocasiones el narrador, hace un paréntesis para “contar” al lector la historia surgida entre ambos, tiempo atrás. “En una de aquellas fiestas conoció por primera vez a María Andorra. Entonces debía frisar los diecisiete años, él marcaba arrugas…” [pág. 152] En este caso, al igual que en el punto anterior, el autor siente la necesidad de que el lector conozca el pasado de los personajes que configuran la historia, para poder entender los hechos que acontecen en el discurso.

~ Alusiones a la infancia de Ana Recuerda, el narrador se introduce en la memoria de la protagonista y nos muestra la nostalgia que siente al recordar su infancia: “La felicidad , envuelta en la nostalgia, embargó el cuerpo de Ana que de pronto como en un vuelo regresó a los dulces momentos vividos durante la infancia, cuando realizaba largas caminatas con el padre por la sierra de Guadarrama, o los veraneos por Asturias, cerca de Villaviciosa, en Caravia Baja, y se adentraban por el monte y durante muchas horas se adentraban por el monte y durante muchas horas se perdían como montaraces personajes que no hubieran conocido la civilización.” [pág. 185] Este acercamiento a la infancia de Ana Recuerda permite al lector sentirse más afín a ella, provoca un sentimiento de nostalgia que da realismo al personaje, solo los personajes reales tienen pasado y sienten nostalgia por él.
El autor también recurre a la prospección o prolepsis para contarnos el vuelo de Ana Recuerda, esto es que se adelanta a los acontecimientos, este hecho es también otra clave más para reafirmarnos en la omnisciencia del narrador del relato. Encontramos diferentes ejemplos de prospección en la novela, entre ellos podemos citar el primer encuentro entre Ana Recuerda y María Gertrudis, en el que el narrador nos da a conocer lo que sucederá en el futuro entre ellas, “Al cabo del tiempo Ana Recuerda conocería profundamente a aquella desconocida del pañuelo en la cabeza que tan buena impresión le dio el primer día que la vio y le dirigió unas palabras a la pequeña Alba. María Gertrudis sería una de sus grandes confidentes, amiga profunda y observadora sagaz de la realidad de Cártugos y los cartuguenses sobre los que había muchas cosas que desconocía. Se daría cuenta de que vivían bajo el peso de las sombras, en historias personales, que se iban cruzando en un gran laberinto y conformaban la existencia de un pueblo a dos mil metros de altitud sobre el nivel del mar”. [pág. 28] La utilización de la prolepsis es una baza con la que cuenta el autor para provocar un halo de misterio, confusión y esperanza alrededor de las historias que acontecen en su novela.
Al igual que el orden de las historias es alterado en el discurso, en el relato, suele alterarse también la duración, decimos que se produce anisocronía, cuando la duración de la historia no coincide con la del discurso. En El extraño vuelo de Ana Recuerda, como en la mayoría de los relatos, se da anisocronía debido a que el autor debe utilizar el tiempo como un recurso más en las artes de la narratología. “Aquellas escenas se repitieron durante muchas noches más” [pág. 157], frase en la que el autor recurre al sumario para resumir todas las noches de pasión que pasaron juntos “El Seco” y María Andorra, tras contarnos detalladamente su primer encuentro apasionado. Esto es un ejemplo entre otros muchos que aparecen en la novela, aunque no resulta un recurso abundante en este relato. Esto puede deberse a la necesidad del lector de esta novela de “estar allí” para entender lo que sucede y entender las actuaciones de los personajes; el autor, conocedor de esta necesidad, crea un narrador capaz de situar al lector en el contexto de la novela, en la mente de los personajes que conforman esta novela, e incluso en sus corazones, para ello debe omitir el menor número posible de situaciones.
En El extraño vuelo de Ana Recuerda son muy abundantes las descripciones detalladas; como ya se ha comentado en varias ocasiones anteriormente, nos encontramos ante un narrador omnisciente que cuenta al lector todos los detalles que considera necesarios para conocer a los personajes y las situaciones que acontecen en la historia. Estas extensas descripciones son pausas críticas o disgresivas en las que el narrador se demora en el discurso, ralentizando, por tanto, el ritmo de la narración. Cada personaje es descrito detalladamente, cada situación es tan sumamente detallada que el lector puede sentirse dentro del escenario en el que está aconteciendo la historia, o en el interior del personaje descrito. El primer encuentro sexual entre Ana Recuerda y Pepe García es una buena muestra de pausa descriptiva, observamos como el narrador se detiene tanto en los hechos que consigue hacer vibrar al lector “Ella se acercó más y más hasta que el firme músculo palpitó en la tela de su pantalón vaquero. Acariciaba el hombre la piel, las orejas, el pelo, recorría con su lengua el contorno de los senos, el ángulo de sombra que hacía el filo del sujetador. Saltó al fin éste y dos llamaradas de fuego blanco y duro brillaron ante los ojos de Pepe García, que se lanzó con frenesí hacia ellas. Los besó, los mordió, los llenó de saliva.” [pág. 285]. Esta abundancia de pausas descriptivas tiene un claro objetivo, la presencia del lector en la novela, la importancia de las relaciones humanas, de los sentimientos, de los recuerdos… para ello es imprescindible que el lector tome parte protagonista en todo lo que ocurre en el corazón de Cártugos y en el de sus protagonistas.
El Extraño vuelo de Ana Recuerda es un relato singulativo, que nos acerca a un entramado de historias con principio y final, un canto a la esperanza, esperanza que no llega, pero por la que hay que luchar, unas vidas truncadas que se entrecruzan unas con otras, en un entramado de personajes que luchan por sobrevivir. La historia de la protagonista es una más de las que nos cuenta esta magnífica novela, en la que el autor nos acerca a historias tan intensas como la de Eusebio Cántigas que regresa a Cártugos para morir haciendo el amor con María Andorra, antigua amante de Gerardo Moore “El Seco”, gran protagonista también de la novela, del que Morales Lomas ha dicho: “Él es el contrapunto de la historia: habla desde fuera, pero a su vez es parte de todos ellos. Él es un ejemplo de que siempre acabas por tomar partido en la sociedad aunque no pertenezcas a ella”.
De necesaria mención en este comentario es el simbolismo de la Fuente del olvido, presente en toda la novela, aunque adquiere un papel principal a partir de la página 223/224, “Algunos decían que había bebido mucha agua de la Fuente del Olvido y había perdido la memoria”, no es casualidad que el autor sitúe en Cártugos, un pueblo creado por él mismo, un lugar donde la mayoría de los personajes acuden para olvidar sus vidas y en busca de esperanza, una Fuente del olvido, al igual que no es mera casualidad que el escritor sea también poeta y fueran los poetas los primeros que, alegóricamente, se refirieran al olvido como hermano de la Muerte, tan presente en Cártugos, y del Sueño. La Fuente del Olvido es una clara alusión a la mitología griega, donde los muertos debían beber de la fuente del olvido, para perder la memoria del pasado. Esta alusión a la mitología griega destaca entre tantas otras que realiza el autor abiertamente a lo largo de la novela, una novela que, en sí misma, parece evocar a las tragedias griegas. Según Campos Reina, El extraño vuelo de Ana Recuerda, es una novela que remoza el mito insertado en las tragedias griegas. Entre sus casi cuatrocientas páginas encontramos continuas alusiones a la mitología y a las tragedias griegas, algunas de forma indirecta como la que aparece en la página 41, “Sintió un intenso dolor en el pecho, el dolor de la desdicha que es como un águila que te va devorando el corazón poco a poco y por la noche recrece lo devorado, y así al día siguiente y al otro y al otro, hasta el último de la eternidad” que hace referencia al castigo que Zeus impuso a Prometeo; o de una forma más directa como en el siguiente fragmento: “Cártugos quedó desierta, al amparo de Caos y Eolo” [pág. 124].
Por un momento ese olvido parece ser alcanzado en Cártugos, en verano, época en la que el pueblo cambia radicalmente, se llena de gente nueva, gente que se fue un día y sigue sintiendo la necesidad de volver, y lo hacen cargados de nuevos familiares, “el verano era la estación de la vida, la agitación recorría también los sembrados, era demasiada vida para una comunidad tan acostumbrada a la muerte. Por unos meses el olvido adquiría cuerpo, la memoria desaparecía y sólo tenía sentido el festival de las vanidades” [pág. 363], por un momento la vida suplantaba a la muerte, al contrario de lo que solía suceder en Cártugos.
El Extraño vuelo de Ana Recuerda, solo observando el nombre de la protagonista ya encontramos un claro simbolismo en su apellido “Recuerda”, parece que llevara grabado en su persona la obligación de recordar su triste pasado eternamente, la imposibilidad de olvidar, ¡Ana RECUERDA!, como si esa necesidad de olvidar estuviera destinada al fracaso absoluto. Solo le queda a Ana la Esperanza presente en la novela hasta el final “Luego llegaría el hombre que llenara el soplo tenue de luz y la devolviera de nuevo a la vida” [pág. 374].
Especial mención merece el Gitano Barrancos, personaje gracias al que, solo con sus cancioncillas, podríamos volver a escribir la historia, es como un ente siempre presente en la novela, sabedor de todas las historias que acontecen en Cártugos e incluso, como el narrador, es capaz de adelantarse a ellas. Quizá el autor haya querido tomar parte en esta historia y estar presente en ella con sus poemas, de hecho, el relato y la narración, fueron en su origen uno con la poesía, poesía que forma parte integrada dentro de esta novela. “…siempre presente como un diablillo cojuelo, en los acontecimientos de la comunidad. Barrancos era una esponja lírica que recogía los detritus que provoca la risa y el llanto, transformándolos en materia poética.”
El espacio juega un papel fundamental en El extraño vuelo de Ana Recuerda, la novela transcurre en un lugar absolutamente aislado, Cártugos, un pueblo de la alpujarra granadina ideado por Morales Lomas, es un espacio geográfico que imprime los comportamientos de los personajes, personajes que se sienten aislados. El autor ha procurado que estos personajes sientan ese aislamiento que les provoca reflexiones profundas, sentimientos que les abstraen de la realidad, ahogamiento en sus recuerdos… Vemos, en esta intención, como Francisco Morales Lomas hace un uso subjetivo del espacio, ya que cobra una gran importancia en la novela. Cártugos es una alegoría de la transición española, una alegoría de aquel fracaso de autarquía promovida por el dictador español. El autor asume su intento de representar la España de la posguerra en ese pequeño pueblo que algunos críticos han intentado identificar con Pórtugos, un pueblo de la Alpujarra granadina, pero nada más lejos de la realidad; Cártugos es “un lugar aislado, como lo fue España durante tantos años, sumida en la autarquía económica pero también en la de los sentimientos, las emociones y la reflexión vital.” (Juan Jiménez Padial). Este espacio creado, ex profeso, por el autor no es nada nuevo, otros autores ya crearon el suyo, como García Márquez creó Macondo o Mágina, Muñoz Molina.
Como final a este comentario he considerado interesante recurrir a la sutileza e ironía del autor que recuerda al lector que todo lo que está leyendo no existe, aludiendo a esa necesidad de creer, a la esperanza que siente el lector de la existencia de aquello que está leyendo:

“¿Acaso la felicidad no es una forma digna de engaño? Sucede algo parecido con el lector de una novela: sabe que todo es mentira, que la farsa puebla tantos personajes, ambientes y situaciones, pero desea, necesita creer que todo es verdad, que todo está sucediendo con la misma naturalidad que lo cuenta el novelista.” [pág. 334]




EL TAM-TAM DE LAS NUBES. Relatos de inmigración de VARIOS AUTORES


Está editado por la Obra Social de Caja Granada en 2008. ISBN 978-84-96660-48-9.

Algunos enlaces en internet:

http://www.libreriaproteo.com/libro-457791-TAM-TAM-DE-LAS-NUBES.html
http://www.iberbook.com/espanol/Informacion.asp?P1=857945
http://andalucianoticias.com/index.php/cultura_se/97817-Redacci%C3%B3n%20GD
http://www.ideal.es/granada/prensa/20080419/opinion/relatos-inmigracion-20080419.html

Es éste- como dice la contraportada- un libro fundamentalmente cordial, hecho de corazón y con el corazón, por cuyas páginas, una tras otra, transita lo mejor de la condición humana desus autores que se han aproximado a los protagonistas de las historias con infinito afecto, solidaridad y deseo de contribuir a la comprensión de la realidad de la inmigración con las decisivas armas de su pluma e inteligencia.
No es poco cuando el empeño ha reunido tantos y tan buenos escritores como felices testimonios de lo más excelente del ser humano. Además, este libro es una aportación importante a una temática en el género literario, la literatura del mestizaje, del desarraigo, del exilio, poco tratadas en clave de contemporaneidad, si bien la hay inspirada en acontecimientos puntuales generados por los grandes conflictos bélicos del siglo XX.
Los autores que han colaborado en esta obra son: Francisco Morales Lomas, Manuel Villar Raso, José Carlos Gallardo, Belén Juárez, Gregorio Morales, Fernando de Villena, Ángel Olgoso, Carlos Asenjo Sedano, José Asenjo Sedano, Enrique Morón, José Antonio Santano, José María Pérez Zúñiga, Charo Blanco, Emilio Atienza, Lezin Kimvouama, Francisco Gil Craviotto, César Girón, Francisca Medina Cuenca, Antonio B. Espinosa Ramírez, Miguel Arnas Coronado, Concha Casas, Andrés Cárdenas, Celia Correa, Antonio César Morón, Nicolás Palma, Manuel Ruiz Amezcua y Armando Guerrero Cejudo.

Fragmento de la historia de F. Morales Lomas, El laberinto de la esperanza:

La esperanza es como una puta de alterne: siempre te traiciona.
El Juanma se lo había remachado erre que erre, pero el negro Eto´o hacía oídos sordos. El peor sordo no es el que no quiere oír sino al que le importa un bledo lo que le digan. Ya le había repetido hasta la saciedad el Juanma que él era un fugitivo y su destino era evadirse, como hacía en la película Harrison Ford interpretando a Richard Kimble. Pero, cuando le hablaba el Juanma, él no estaba allí. Se había marchado. Es verdad que dejaba físicamente su cuerpo, su mirada negra de gacela perdida, sus labio inferior caído y su cabello crespo, pero no se encontraba allí. Se perdía acaso en la evasión del mar de arena y en los cuentos maravillosos del imperio Songai, se perdía en las luces añiles del atardecer sobre el Níger y la mirada vaporosa de su madre. El Juanma lo veía triste y trataba de animarlo y traerlo a la vida que se le perdía desde el talud en que ahora contemplaba el pasado. El Juanma, que no desfallecía fácilmente, insistía una y otra vez y le hablaba de cosas maravillosas, de su amiga Gracia, de los papeles; pero su ánimo se debilitaba. Sin embargo, el Juanma, que tenía la fuerza de una madre magnánima, la voluntad de Teresa de Calcuta y los aspavientos de las panteras enjauladas, iba de un sitio a otro, deambulaba, levantaba la voz, se tocaba la barba rala y miraba al cielo para decir categóricamente como una leyenda aprendida:
-¡El señor te va a castigar, Amadou!
A veces, al Juanma se le aflojaba la palabra y se callaba acompañando el silencio de su compañero de fatigas y mirando la inmensa sabana de agua. Alguna gaviota surcaba el cielo y unas ligeras rachas de viento levantaban de poniente. El Juanma miraba las uñas negras de su colega y las tenues lagrimitas que quería ocultar, pero se perdían en el lagrimal zigzagueando en la mañana soleada de primavera. Y pensaba que su dorado colega, al mirar con tanta intensidad hacia el horizonte, estaba hablando en silencio con las tinieblas. Había dejado al otro lado de la calle del agua una patria de arena y viento, una patria de indigencia y sed, de cantos dulces y padecimiento, unos cuantos muertos amigos perdidos en el océano y una enferma madre que lo esperaba. También el Juanma había dejado al otro lado, en lo más recóndito de la memoria, algunas sombras y muchos cantos fúnebres, pero las cosas eran como eran y cambiarlas no estaba en su mano. Y tan estériles y descarriados, parecían personajes detrás de un espectro, encerrados en las tinieblas de sus respectivos laberintos, tratando de encontrarse a sí mismos tras el charol de la esperanza.

Al Eto´o lo había conocido un tiempo atrás, una noche que regresaba a Los Espigones acompañado del Trifulca. Veníamos de la costa, de hacer un trabajillo que nos había encargado el Lolo: colocarle unas mercancías a unos niños espigados y pijos que conducían bemeuves. Y justo sobre la cama del Trifulca encontramos un ovillo negro. No nos oyó. Teníamos la costumbre de andar con sigilo por si la pasma nos aguardaba, aunque sospecháramos que tampoco sería para tanto. Pero fardar, fardábamos con los colegas sobre nuestra trascendencia y nuestras persecuciones policiales. Al Trifulca se lo llevaron los diablos cuando vio al negro tan ricamente dormido en su catre y, aunque su sangre era briosa, tuvo la majestad que los años confieren a los canallas y sigilo suficiente para desabrochar la navaja y colocársela en la yugular. El negro, de una atroz oscuridad, ni se inmutó. Creo que ni se le oía la respiración.
-¡Negro de mierda, qué cojones haces en mi lecho! –espetó el Trifulca, que tenía la bondad de cierto léxico chabacano y la osadía de la jerigonza culta, una suerte de aleación lingüística entre la RAE y los barrios lentos. Pero al pobrecito Eto´o no le salía el abecedario del cuerpo. Yo creo que, de pronto, pareció más blanco y por el olor que llegó a nuestras narices de pronto afirmo categóricamente que el negro se cagó encima sin recato alguno.
-El hijo puta se ha defecado –insistió el Trifulca con su lenguaje bífido. En aquellas circunstancias me habría cagado yo mismo sin ninguna duda y, sobre todo, cuando comenzó a destilar un poco de sangre del cuello del negro con ojos de gacela.
-No lo mates, picha, que no merece la pena –le espeté al Trifulca.
-Claro, como no se ha acostado en tu tálamo. Con la repugnancia que me da a mí un tostado, y qué peste, tío, cómo hiede –insistió el Trifulca con su labia bicéfala. Y el negro, al fin, habló como pudo:
-No negro, yo andaluz.
-¡Anda coño, andaluz, vaya con el Eto´o! –dijo el Trifulca sonriendo.
A mí me pareció gracioso que, de pronto, el negro, cagado y a punto de espicharla, negara su tenebrosidad y se le disparara la veta nacionalista. Casi lo veía enarbolar la bandera verde y blanca y canturrear el Andaluces levantaos, pedid tierra y libertad. Me cayó simpático el Eto´o y le dije al Trifulca que no merecía la pena matar a un negro nacionalista andaluz, que nosotros también éramos nacionalistas andaluces, y bastante morenos, por cierto.
-¡Manda huevos, que diría el Trillo! ¿Desde cuándo eres nacionalista andaluz? –le preguntó el Trifulca mientras mantenía la navaja en la yugular del Eto´o.
-¿Acaso eres entonces una mica del Jordi? –le devolví la pregunta.
-¡Déjate de hostias! Acabemos con el Blackpower –volvió a insistir el Trifulca, aunque en su voz ya se percibía falta de convicción. Y así, como siempre sucedía en casos extremos, el Trifulca, que en el fondo era un canalla de buen corazón, me hizo caso. El Trifulca era buena gente, sólo que un poco verboso y cotorra. Se le escapaba la adrenalina y los secretos por la boca. Le dijimos al Eto´o que se lavara fuera y tendiera la ropa, que yo le daría unos pantalones.
-Tío, yo no te entenderé nunca. ¿Nos encontramos con un puto calcinado en mi cama, no me dejas que lo ensarte y encima le das unos pantalones tuyos? Y hasta serán de Zara ¿Tú de qué vas, madre Teresa de Calcuta? A ti te canonizan de seguro un día de estos. Yo le escribo al Benedicto, fijo.
Después de aquel episodio, que por poco le cuesta el pellejo al Eto´o, hicimos buenas migas, incluso me iba de marcha con él al pueblo o le ayudaba a enviar algo de dinero a su madre. Pero el Trifulca no. Había visto en la llegada del negrito un rival de los afectos. Ahora yo dialogaba quizá más con el africano y, en muchas ocasiones, el Trifulca se quedaba en silencio, pensativo, como si lo que hablábamos no tuviera nada que ver con él. En el fondo le tenía celos, y ya se sabe que los celos son las furias de la malquerencia y anticipo de los infortunios. Un día me preguntó que por qué no lo echábamos, que era muy lento en el trabajo y daba mucho el cante con ese color a tierra quemada. Pero yo defendí a Amadou y traté de darle un pellizco al Trifulca donde más le dolía, que era en su propia memoria. Al Trifulca, que se llamaba en realidad Francisco Vallejo Martínez, no le quedaba nada más que un apego, el mío, ninguna familia que no fuera yo, al que me había encontrado en la calle un día cualquiera. Éramos dos insumisos solitarios en medio de un mar de fieras, dos anarquistas del hastío, dos prófugos en sus laberintos. Su padre abandonó a la familia cuando él apenas tenía cinco años. La madre los mantuvo a él y a su hermana durante un tiempo pero, al fin, se marchó al extranjero con un guiri con el que se había liado un verano en Marbella, y quedaron al cuidado de una tía. Pero, a medida que fueron creciendo, su hermana se largó también con un chorizo de Camas y él, que comenzaba a inventar pequeñas trapacerías en el colegio, acabó haciéndole la vida imposible a su tía que decidió finalmente darlo en prenda a la Junta de Andalucía. Toda una aventura que lo llevó por colegios diversos, internados, expulsiones de institutos..., hasta que una de las veces que pudo salir, se marchó conmigo. Yo era su única familia. Así que, yo le recordé su pasado y mi ayuda, como ahora trataba de prestársela a Amadou. Sin embargo, no hay peor entendedor que aquel que no quiere hacerlo, de modo que, cuando veía que me apretaba con Amadou y lo acompañaba al pueblo para que le enviara a su madre un dinero o me iba a la disco con él, al Trifulca le entraba una dentera de miedo...

sábado, 8 de noviembre de 2008

LA SIESTA DE EPICURO DE AURORA LUQUE POR F. MORALES LOMAS


Publicado en el Suplemento de Libros de La Opinión de Málaga el día 15 de noviembre de 2008.

"Comamos y bebamos que mañana moriremos", dijo Epicuro, el filósofo griego hedonista que sostenía la ataraxia como guía vital, esa tranquilidad de ánimo que nos conduce a la felicidad cierta. La siesta de Epicuro de Aurora Luque quizá está inspirado en “La siesta del fauno” de Debussy, recreado por Vaslav Nijinski, que a su vez lo toma de “L´après-midi d´un faune”, poema de Mallarmé. “La siesta del fauno" provocó en su estreno un escándalo mayúsculo cuando el bailarín Nijinski se masturbó con el pañuelo que habían dejado las ninfas.
La concepción sobre la vida, la existencia, el placer de vivir y la trasgresión que provoca la muerte, el límite firmado, son la esencia de este libro que actualiza nuevamente percepciones míticas de la tradición clásica actualizándolas, en una línea que es canónica en la lírica de Aurora Luque, con cuyo libro ganó el X Premio Internacional de Poesía Generación del 27.
La siesta de Epicuro apuesta por una concepción hedonista de la existencia desde la misma cita inicial de Michel Onfray, y desde el primer poema: “Tienes que vivir vidas”, la recolección de vida, la pitanza de todo lo bueno que tiene el estar aquí y ahora: “A vivir y a gozar que son dos días/ y uno sale nublado”. Se hace así vivificada, cosmopolita, itinerante, transitoria, pero antes recobra el deseo, se siente atraída por él, con su cargada patria de antorchas en campanias diversas, la instrucción en el vino (ese canto de los hedonistas: “Me animé con el vino de Mollina”) y tomando a la literatura (y la literaturización del hecho estético, su metaliteratura cíclica) como pretexto para la creación de un mundo con su sentido. Y su definición última: “Yo soy yo más Euterpe y Dioniso” (la musa de la música y el dios del vino).
La filosofía de Epicuro se sostenía sobre la negación de los dioses como algo superfluo (también los rechaza Luque cuando dice: “Ojalá que los dioses/ me abandonaran. Todos”), el rechazo al temor que produce el futuro (ella en un poema dice que “esperaba el futuro”) aunque el futuro no es algo que le preocupe especialmente, como no sea el futuro de no ser; y la muerte (para Epicuro es una quimera, pues cuando estamos nosotros ella no está) y la vejez que en Aurora Luque es sinónimo de pérdida del deseo que motiva la existencia, el anhelo de conocer, el anhelo de los sueños. La muerte, directa o indirectamente se encuentra presente como una sombra en buen número de poemas. Con evidencia en “Ellos, el pájaro”: “Malditísima muerte/ que te llevas lo bueno, lo gustoso/ lo mejor de esta vida, puñetera”; en “Lesbia hoy” alude al motivo de la luz que se apaga: “Y luego llega/ el apagón molesto de la muerte”; en el fondo es tomada como cleptómana de sensaciones: “Ahora que ya sé/ lo que roba la muerte/ me importa mucho el aire de esta noche/ mitogénico, vivo, generoso”. También en ese afán experimental, y tomando el futurismo de la informática como pretexto, dice que “la muerte tiene cara de impresora”. Son los últimos versos, a la postre y sin embargo, su posdata, el sentido último de su vida. La necesidad de sentirse vivir, de «ser en la vida», de poseerla mientras pueda, casi agónicamente. En consecuencia, la muerte no es temida, incluso es ignorada, se cuenta con ella, y se juega con ella. En determinados momentos se mofa de ella, se hace juguetona con ella, a través del humor negro, como cuando dice siguiendo a Gómez de la Serna que “a la muerte le importa la gramática”. Pero sobre todo, “la muerte nos advierte de la vida”, nos hace contemplar la indulgencia de todo cuanto nos rodea, como en ese hermoso poema titulado “Bosque”, que nos habla de la pureza genesíaca y la naturaleza como un orden necesario, esa naturaleza que tan presente está en Epicuro; también en el poema 3 de Cabo de Gata.



La emoción es la esencia del libro, una emoción que al principio goza de médula y flamígera palabra, pero a medida que avanza el libro se hace contenida; pocas veces existe en la lírica de Aurora Luque una agitación copiosa, exuberante o lujuriosa, una vibración perturbadora; apuesta en cambio por la contención, la mesura, el comedimiento, la circunspección en una línea bastante epicúrea (y muy presente también en El libro del Tao de Lao Tsé). Siempre es contenida, siempre meditabunda, siempre racional. Aunque, a veces, como en el hermoso poema “La soledad de mi madre”, la retórica de las emociones se hace un cauce sentimental. O en el poema “La serpiente que ulcera a Filoctetes”, donde afirma en un discurso directo y sin tapujos: “El mundo nos lastima/ nos abre ardientes úlceras,/ se adentra en nuestra carne, ajeno y bronco”. A la vez que incita a la lucha y a no desfallecer.
La serie de haikus de “El jardín de Filodemo” contiene treinta y dos poemas en heptasílabos y pentasílabos de tres versos en los que de nuevo el hedonismo vital está presente y su interpretación sobre la soledad, el deseo, el mar, el camino, la muerte, la vida, el tiempo... a través de una recurrencia a lo enigmático, equívoco y recóndito: “Un peregrino/ en sueños vi su espalda:/ poeta Borges”.
Temas tan actuales como la anorexia (“Mueres porque no sientes/ apetito carnal de algo infinito,/ ganas de penetrar/ con la lengua la pulpa de los mundos”), pero también el homenaje al Nilo, o el sensual poema “Himno a la lentitud”. No es ajena a los contenidos vigentes y a la recuperación de lo que llamaría la teoría de lo sensual y del vivir aunque la presencia de Catulo, Lucrecio, Epicuro... se compagina con la interpretación de la existencia y de la definición de lo que ésta significa para ella. Y, a veces, se cuela de rondón esa preocupación periodística a la que ha cedido en los últimos tiempos, y fruto de ello son poemas como el irónico “Senatus Hispanus” (con los sorpresivos Zaplana y Acebes de protagonistas) u “Ocio”, con las Marbellas de turno bajo el hálito del tedio que arruina a los ociosos. Poemas ajenos a la línea estética expresada, pero que conforman también ese mundo creado, ese mundo en el que la actitud creadora va pareja a un intento de ruptura lingüística y experimental, amén de una gran variedad de registros formales y una frescura que rompe la dinámica de la poesía dominante en la actualidad.

sábado, 25 de octubre de 2008

EL CLUB DE LA MEMORIA, FINALISTA DEL NADAL POR F. MORALES LOMAS

Publicado en La Opinión de Málaga el 6 de diciembre de 2008
http://media.epi.es/www.laopiniondemalaga.es/media/suplementos/2008-12-27_SUP_2008-12-06_00_52_35_libros.pdf


Hasta el momento la escritora y periodista sevillana Eva Díaz Pérez ha publicado Memoria de cenizas (2005), Hijos del Mediodía (2006) y El club de la memoria (2008), finalista del Premio Nadal 2008. En El club de la memoria se produce la reconstrucción de una vida a través de los diarios de Adolfo Prieto, miembro de las Misiones Pedagógicas de la República. La que tiene acceso a ellos es una restauradora de la Filmoteca Nacional, pero estas historias son descubiertas como falsas. Desmontar ese despropósito es lo que trata la escritora que de soslayo se basa en algunas ideas que ha reproducido la prensa en los últimos años.
La reconstrucción de la memoria, algo de tanta actualidad, ha llevado a la periodista sevillana a indagar en este magma de despropósitos, revelaciones, invenciones y falsedades. En esta reconstrucción con materiales diversos sigue un tanto el proyecto cervantino de organización de la memoria con materiales dispersos. Para ello ha llevado a cabo una labor previa de recopilación de datos en internet, catálogos de bibliotecas, libros como El erasmismo en España... y ha contado con la ayuda de amigos y críticos como el amigo común José María Bernáldez, desgraciadamente fallecido, del que dice que era una enciclopedia de la España memorialística.
La novela está estructurada en tres apartados: I. Los ojos de la Cibeles; II. Exiliatura y III. La lógica del escorpión. Cada uno de ellos a su vez se divide en múltiples subcapítulos muy breves, y en ellos se producen cambios en la narración, tanto de lugar como de situación, desde Europa a América (México) tras los pasos de López... Esta estructura permite en el orden establecido crear una suerte de viaje de ida y vuelta, cambios permanentes en el proceso de la narración que le dan una gran agilidad y una trayectoria plural tanto desde el ámbito geográfico como del personal. Lo que consideramos un acierto, aunque a veces le puede hacer perder al lector perspectiva narrativa. De ahí que en el primer capítulo se presente el exiliado Adolfo Prieto y en el segundo la restauradora de la Filmoteca Nacional que analiza el legado de Adolfo Prieto. Voces que se van a ir alternando a lo largo de la novela. Poco a poco observamos el compromiso de la escritora con la labor llevada a cabo con Las misiones pedagógicas durante la República y una suerte de exaltación de la memoria de estos intelectuales comprometidos. El fluir temporal de una época actual a otra pasada encarnada en la investigación llevada a cabo permite adentrarnos en dos épocas e intentar progresivamente desenmascarar la mentira de la memoria. Algo esencial en la novela. A veces la memoria puede adquirir tintes algo frívolos cuando se rememora cuando se exalta, por ejemplo, lo bien que sabía el pan negro y las heces del vino y las manzanas podridas. Lo que no deja de ser un contrasentido que sólo se justifica por esa tendencia a olvidar lo maléfico. Lo libresco y costumbrista está también presente y, a veces, se cuela esa investigación previa a la que aludíamos en el decurso de la novela que, por momentos, puede perder en veracidad y ganar en literaturización, esto genera unos incisos y situaciones ajenas al proceso narrativo. Se proyecta también un aire lírico y nostálgico del exiliado que adquiere tintes sentimentales. No obstante, la novela se construye sobre la tensión narrativa que lleva con gran intensidad tanto en lo referente al personaje López como a Prieto. Por tanto, la vida de Adolfo Prieto adquiere un gran interés, su relación con Luisa Galán (y las cartas que ésta le remite), el encuentro de la restauradora con Luisa Galán con la intención de descubrir la verdad de Prieto: “Traicionó a muchos amigos para conseguir quedarse en su puesto”. Existe un evidente compromiso al reconstruir esta historia., las rememoraciones en torno al misterioso fotógrafo-brujo, López; las memorias de Violeta Castro... Val de Omar, fabuloso creador de inventos cinematográficos, será otro de los personajes sobre el que se va y viene constantemente.
En todo este proceso se nota mucho que la escritora es periodista en su afán por obtener diversos puntos de vista, informaciones diversas que crean un puzzle de imágenes con intención de objetivar la realidad y lo que sucedió verdaderamente. Lo que nos llevaría casi al reportaje periodístico con visos literarios y a la técnica del poliedro.

DÍAZ PÉREZ, Eva: El club de la memoria (Finalista del Premio Nadal), Ed. Destino, Barcelona, 2008, 303 págs.

La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano