martes, 25 de marzo de 2008

ENTREGA PREMIOS ANDALUCÍA CRÍTICA Y HOMENAJE A JULIO ALFREDO EGEA 2008





El lunes día 31 de marzo, la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, la Directora General del Libro de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Rafaela Valenzuela, y el presidente de la Diputación Provincial de Almería, Juan Carlos Usero López, entregaron los Premios Andalucía de la Crítica de este año, en un acto solemne que se desarrolló en el Salón de Plenos de la Diputación de Almería a las doce horas. Los ganadores de esta edición han sido el escritor sevillano Julio Manuel de la Rosa con su obra "El ermitaño del rey" y Chantal Maillard con libro de poesía "Hilos".
gualmente, y en el mismo acto, la AAECL homenajeará al escritor almeriense Julio Alfredo Egea que ha desarrollado una brillante trayectoria literaria a lo largo de su vida

ENLACES QUE CONTIENEN LA NOTICIA:
http://www.teleprensa.net/almeria-noticia-123648-Homenaje-a-la-poes26iacute3Ba-de-Almer26iacute3Ba-con-el-reconocimiento-a-la-carrera-de-Julio-Alfredo-Egea.html
http://www.diariodesevilla.es/article/ocio/90183/julio/manuel/la/rosa/y/chantal/maillard/recogen/los/premios/andalucia/la/critica.html
http://www.teleprensa.net/almeria-noticia-123648-Homenaje-a-la-poes26iacute3Ba-de-Almer26iacute3Ba-con-el-reconocimiento-a-la-carrera-de-Julio-Alfredo-Egea.html
http://www.eldiadecordoba.es/article/ocio/90183/julio/manuel/la/rosa/y/chantal/maillard/recogen/los/premios/andalucia/la/critica.html
http://www.diariosur.es/20080401/cultura/chantal-maillard-rosa-reciben-20080401.html
http://www.laopiniondemalaga.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008033100_11_169886__Luces-de-Malaga-Chantal-Maillard-recibe-Premio-Andalucia-Critica
http://www.ideal.es/almeria/20080325/cultura/asociacion-escritores-criticos-homenajea-20080325.html
http://www.diariolatorre.es/index.php?id=39&tx_ttnews[tt_news]=6608&tx_ttnews[backPid]=1&cHash=4da2dc3d19



JULIO ALFREDO EGEA

BIOGRAFÍA:
Julio Alfredo Egea nace en Chirivel (Almería), el 4 de agosto de 1926. Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada, no ejerció en nada relacionado con esta carrera, llevando en su pueblo natal negocios ganaderos para ayudarse a vivir y poder dedicar la mayoría de su tiempo a escribir, leer y viajar por el mundo. A lo largo de la vida visita numerosos países, asiste a congresos y da lecturas de sus poemas por numerosas ciudades de España, Argentina y norte de Portugal.En los años cuarenta su familia se traslada a Granada, y desde esa década toma parte en los movimientos literarios de esta ciudad, siendo fundador y redactor jefe de la revista Sendas, que en 1946 publicó un número monográfico dedicado a Federico García Lorca, siendo el primer homenaje escrito que se hizo en España al poeta granadino, publicándose un inédito de este autor. En la siguiente década pertenece al grupo "Versos al aire libre", quedando incluido entre los poetas de Granada que forman parte de la generación llamada "de los 50", (Elena Martín Vivaldi, José Carlos Gallardo, Rafael Guillén...), publicando sus primeros libros en la colección "Veleta al Sur", que surgió de aquel movimiento. Siempre ha vivido, y vive, en feliz nomadismo entre Chirivel, Granada, y Almería capital, en donde realiza gran parte de su labor literaria.Parte de su obra literaria, no incluida en libros o comprendida en estos, está repartida por periódicos o revistas especializadas de España y América. Poemas suyos han sido traducidos al búlgaro, polaco, árabe, francés, inglés, alemán, italiano y portugués. En 1954 se casa con Patricia López Lorente, teniendo cuatro hijos y numerosos nietos.En abril de 2006 fue nombrado miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada.
- POESÍA:
Ancla enamorada (1956).La calle (1960).Museo (1962).Valle de todos (1963).Piel de toro (1965).Nana para dormir muñecas (1965).Repítenos la aurora sin cansarte (1971).Desventurada vida y muerte de María Sánchez (1973).Antología Poética 1953-1973 (1975).Cartas y Noticias (1973).Bloque Quinto (1976).Sala de espera (1983).Los regresos (1985).Segunda Antología Poética 1973-1988 (1990).Voz en clausura. Antología de sonetos (1991).Los asombros (1996).Desde Alborán navego (2003).El vuelo y las estancias (2003).Fábulas de un tiempo nuevo (2003).Asombros traducidos.Libro antología y CD con la voz del poeta (2003).Tríptico del humano transitar (2004).Legados esneciales (Antología de herencias) (2005).Arqueología del trino ( 2006).
- NARRATIVA:
Plazas para el recuerdo. Sobre el barrio granadino del Albayzín (1984).La Rambla (1996). Antología biográfica.El sueño y los caminos (1990). Antología de cuentos. Puesto de alba y quince historias de caza (1996).Alrededores de la sabina (1997).Sastre de fantasmas (y otros relatos) (2006).
- OTRAS:
Arqueología del trino (1990). Libro de poemas, inédito como libro, con amplio adelanto en Segunda Antología Poética. Mi tierra mi gente (1993). Relato sobre todas las comarcas almerienses, coleccionable publicado en 20 fascículos ilustrados por el periódico regional Ideal, de Andalucía oriental.Encuentro con el mar (1997). Cuaderno antológico 1953-1997, con motivo de habérsele dedicado una plaza al autor en la ciudad de Almería. Asombros transparentes (1996). Adelanto del libro Los Asombros. Pequeña antología poética (1995).Del alma entre la bruma (2003). Cuaderno antológico.
PREMIOS Y DISTINCIONES:
1965: Primer premio "Alcaraván, en Arcos de la Frontera, por el poema "Mis manos".1969: Primer premio "Miguel Ángel Asturias", por el Círculo de escritores.iberoamericanos de Nueva York, por su poema ?La sed?.1969: Primer Certamen Hispanoamericano de Toledo, convocado por "Cultura Hispánica" con motivo de las Fiestas del Corpus.1973: Premio "Ángaro", de Sevilla, por el libro Desventurada vida y muerte de M.S.1973: Premio "Ciudad de Palma", del Ayuntamiento de Palma, por el libro Desventurada vida y muerte de M.S. 1976: Premio "Ceuta", del Instituto de Estudios Ceutíes, por el libro Sala de Espera.1977: Premio "Polo de Medina", de la Diputación Provincial de Murcia por el libro Bloque quinto.1994: Primer Premio de Periodismo de la Casa de Almería en "Barcelona" por Mi tierra, mi gente.1996: Premio "Juan Alcaide", de Valdepeñas, por su libro Los Asombros.2002: Premio Nacional "José Hierro", de la Universidad Popular "J.Hierro", por Fábulas de un tiempo nuevo.2003: Se le otorga el "Premio de las Artes y las Letras" del Instituto de Estudios Almerienses y el "Escudo de Oro" de la Junta de Andalucía, por su labor cultural, aparte de otras distinciones de sus paisanos a través del tiempo. 2003: Finalista del Premio Nacional de la Crítica por Fábulas de un tiempo nuevo.2005: primer premio "La posada de Alham" Benecid (Alpujarras), otorgado a poetas andaluces por su trayectoria. ^

PALABRAS DE JULIO ALFREDO EGEA:
Escribo por necesidad, cuando sufro o gozo con un tema sintiendo urgente necesidad de expresarlo, nunca por vano artificio literario. La mayoría de mis libros tienen unidad temática y mis temas preferentes son humanismo y naturaleza. Estoy entre los poetas que soñaron cambiar el mundo con la poesía; al menos aspiro a dejar un rayo de espiritualidad sobre el materialismo existente. Siempre pensé y sentí que la poesía era algo así como el recibo de un guiño de Dios entre la niebla. Creo que lo que más importa en poesía, como en cualquier género, es llegar a tener una voz personal, mejor o peor pero propia, poder establecer ante el lector una válida oferta de sugerencias, y, si es posible, imprimir un pellizco de sorpresividad. El lenguaje es decisivo, el valor de las imágenes y el ritmo interior del poema. Quizá la poesía sólo sea una traducción de los asombros a través de la sensibilidad del poeta, del asombro inacabable de ir descubriendo la vida, los seres y las cosas, desde la niñez.
EL LOCO (1977)
Recitaba palabrasen la parada del autobús:Sarmientos, oropéndola, oropéndola, almiares, cantarera.La gente sonreíadesconcertada.Él iba instalandosus praderas abstractas, lentamente.Con timidez llenaba la hora puntade sonidos audaces:Calandria, encina, recental, barbecho,que alicortaban ritmos a la prisa.Gritaba a veces:Ángelus, besana,manijero, jornal...Y la gargantadel bloque iba engullendo letaníasperdidas en un tiempo de rayuela.El portero reía como un niño.Se manifestó a veceshombro con hombro, el grito enarbolado,diciendo erial, aurora, hoz, sequía...,poniendo un sudor viejo en los jardines.Un guardia le detuvoPor pronunciar palabras subversivas.Yo lo he espiado en la noche-relente, temporales, sol, artesa-cuando fruncen su ceño las farolas-almirez, serenata, mies madura-como un borracho triste y formidable-plantel, vereda, crines y vellones-que cuenta su cordura a las estrellas.Recitaba palabrascomo si respirara por un cráter,por la herida de un ángel guerrillero,por un labio de azahar, por una llaga.Un cortejo sonorole seguía a todas partes, con rumoresde rama desvelada,de brazos segadores y de pájaros.Cuando murió, como un viento invitado,de puntillas quizá, como un aroma,tuvo tierra llovida.
(De Bloque Quinto, 1977).

ESTUDIOS SOBRE SU OBRA:
CEBA, Juan José, ¿Amorizar?. Estudio introductor en Segunda Antología Poética 1973-1988, 1989.
DOMINGO, Nicolás, Monográfico Julio Alfredo Egea, revista Arte y pensamiento, Buxía, 2005.
ESPADA SÁNCHEZ., José, Poetas del Sur, Madrid, Espasa Calpe, 1989.
GARCÍA TEJERA, María del Carmen, Poetas andaluces de los años cincuenta, Sevilla, Fundación Lara, 2003.
GARRIDO MORAGA, Antonio, ?Humanismo en la base?, en Pequeña Antología, 1995.
JIMÉNEZ MARTÍNEZ, Francisco, Introducción a la poesía de Julio Alfredo Egea (1976-2002), Almeria, Instituto de Estudios Almerienses, 2006.
MARTINEZ DOMENE, Pedro, et al., Con la raíz más alta que la rama. Libro-monográfico de la revista Batarro, en torno a Julio A. Egea, 1999.
MEDINA, Arturo, ?La obra poética de Julio Alfredo Egea?. Estudio- prólogo en Antología Poética 1953-73, 1975.


lunes, 24 de marzo de 2008

La escalera del agua de J.M.García Marín por Morales Lomas


Aunque se nos presenta como una novela histórica, yo diría que La escalera del agua, del malagueño García Marín (autor del exitoso Azafrán, su primera y hasta este momento única novela) es una narración de la memoria con ribetes o componentes históricos. Hay una voluntad histórica en cuanto acceso a la información histórica y la interpretación (si quieren) simbólica –ahí está su simbología humana sobre la emblemática Toledo en la última parte- pero no es una novela histórica strictu sensu, yo diría más bien una novela iniciática, de comienzo de la existencia vital en la que el joven narrador, y descendiente de moriscos, Ángel Castaño Crespo, nos explica su azarosa existencia una vez que asesina a un hombre que ha forzado a su hermana en Las Hurdes y huye a Toledo para ser recogido por los hermanos franciscanos que lo ayudan e intentan completar su formación humana. Si bien es verdad que, en este proceso, los acontecimientos históricos, con continuas analepsis, se manifiestan en todo su esplendor aunque muy resumidamente. Sus ascendientes eran moriscos expulsados de Granada en el siglo XVI y refugiados en Las Hurdes.
Gran parte de los acontecimientos se centran, por tanto, en la consolidación de la imagen de este joven bondadoso, honrado, que actúa con la solvencia de un joven responsable. En el trasfondo de esta historia está la consolidación de un error histórico y la reflexión del escritor sobre esta barbaridad que llevó al exilio (interior o exterior) a parte de los españoles de su tiempo. Compromiso que se manifiesta a través de estas palabras de Ángel: “En las expulsiones de judíos y musulmanes se desterraron auténticos españoles, con otra religión, pero españoles”.
Organiza la obra en seis capítulos: los primeros, más breves y el tercero y cuarto (que se centran en la expulsión y el monasterio) más amplios. A través de la primera persona (que lo hace conectar con la novela picaresca en la organización de las vivencias y antecedentes del protagonista y con la cervantina en la versatilidad y cambio de acontecimientos, lugar y tiempo) García Marín, con una prosa cuidada y una adecuada selección léxica, transmite una imagen entrañable de los moriscos. Las circunstancias históricas de la posguerra española, sin embargo. están ausentes, como no sea la referencia al hambre que se pasó. El resto se soslaya. Una elipsis que creemos intencionada, por cuanto al escritor sólo le interesa la relación entre el personaje como ser en crecimiento y su pueblo como referente histórico. Sólo el lector juzgará.
Su llegada al mundo el día 4 de abril de 1492 en Las Hurdes, sus hermanos Gabriela, Anastasio y José, sus sensaciones infantiles (a veces forjadas con descripciones muy rigurosas y precisas), las historias del abuelo y sus antepasados granadinos, el resumen histórico de la expulsión (en este sentido hay que decir que los acontecimientos históricos están adecuadamente integrados y son suficientes para no ahogar el proceso narrativo), la historia de Eusebio y Clementina, la muerte del vinatero a sus manos, la huida, el encuentro con el padre Zaragüeta (que va a mantener en secreto todo lo que sabe sobre él y lo va a ayudar), salto histórico para estudiar los acontecimientos de 1610, y antes de 1570, la ida de Gerónimo y su grupo a Portugal (siempre perseguidos por las injusticias), los diversos asentamientos y cambios de costumbres, los múltiples problemas y, de nuevo, el momento presente, su situación en el monasterio y su vida en progresión personal gracias a los frailes... hasta encontrar su amor adolescente, son los acontecimientos esenciales que jalonan una obra que tiene momentos también para la metaliteratura y la exaltación de los libros (como en las páginas 162 y ss.) de raíz cervantina y nos permite entrar en el análisis histórico sin olvidar los fundamentos novelescos y la formación de un ser humano y su tiempo.

José Manuel García Marín, La escalera del agua, Rocaeditorial, Barcelona, 2008, 234 págs.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Los últimos días de Thomas de Quincey de Rafael Ballesteros por Morales Lomas


Novelar vidas de escritores posee la magia de la versatilidad, la adaptabilidad al medio, la seducción, pero también encierra en su seno una perversión: el crear una sola imagen, el encerrar una perspectiva abierta, la de la vida de un escritor, y, en definitiva, el cercenar la amplitud de una existencia. Es un fenómeno complejo y difícil por cuanto cualquier cosa que hagamos siempre puede ser fácilmente reducida a la arbitrariedad crítica. Un riesgo que asume el novelista ab initio y su capacidad para llevar a cabo semejante contingencia debe ser también ensalzada.
Lo que se propone Rafael Ballesteros en Los últimos días de Thomas de Quincey (DVD Ediciones, Barcelona, 2006) es novelar una vida, la del escritor inglés nacido en Manchester el 15 de agosto de 1785 y muy apreciado en su momento por Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, y, en general, por los decadentistas del XIX, sobre todo en su descripción de los mecanismos de la mente en las pesadillas:
La novela bebe de aquellos momentos históricos tan relevantes con los que, al nacer en 1785, coincidió su paso por la vida. Vivió de cerca las consecuencias de la Revolución Francesa, vive de lleno todo el hervidero del Romanticismo y participa del utilitarismo inglés que desembocó en la revolución industrial.[1]
Opiómano, consumidor habitual de la adormidera (de uso legal en Europa hasta 1813), Thomas de Quincey escribió tratados teóricos sobre narrativa, filosofía y economía, siendo muchos de sus textos publicados por entregas en las revistas de la época. En este sentido podemos citar su obra El asesinato considerado como una de las bellas artes (1927), resultado de su trabajo como director de la Westmorland Gazette.
Como estudiante de griego en la Universidad de Oxford, De Quincey tiene su primer contacto con la droga en 1804, pero también conoce por entonces a los poetas Coleridge (opiómano como él), y Wordsworth, su gran maestro. Se casa en 1816 con Margaret Simpson. A partir de entonces, Thomas de Quincey se verá obligado a escribir para mantener a su familia, y se sentirá agobiado a este respecto hasta que murió en Edimburgo en 1859, oprimido por la pobreza.
Las páginas más enternecedoras de su vida se refieren al encuentro con una joven enferma y aprensiva, sin embargo su amor platónico será Ann, una muchacha de la calle, que se convertiría con el tiempo en una de las visiones más frecuentes en sus delirios de opiómano.
La producción ensayística de Quincey es de gran valor y destacamos, aparte de la citada, los estudios sobre filósofos alemanes como Kant, Lessing, Richter..., además de un número singular e importante de colaboraciones en revistas y periódicos. Entre sus obras podemos nombrar A las puertas de Macbeth, Suspira de Profundis (1845), (continuación de las Confesiones), Juana de Arco (1847), El coche correo inglés (1849) y Apuntes autobiográficos (1853).
Ante esta biografía resumida, ¿cómo plantea su novela Ballesteros? Una de las grandes advertencias para cualquier narrador es cómo debe organizar su novela, qué punto de vista introducir, qué narrador debe desarrollar la trama, qué estructura u orden/desorden debe llevar, cómo ha de ser su lenguaje, su estilo... En definitiva, la arquitectura narrativa. Por cuanto, la construcción de una novela es como la de un edificio, con sus habitaciones, salones, cuartos de baño, sumideros y puntos de luz y sombras.
Ballesteros ha confesado que inicialmente quiso que su protagonista se hiciera pasar por un alumno de Kant, al que visita con frecuencia y con el que habla de política y filosofía. Y a través de esos encuentros iría relatando la degradación y muerte de Kant, de forma imaginaria; sin embargo, no lograba «encontrar el tono» a su novela desde esa perspectiva, por lo que optó por una estructura narrativa diferente:
Para Rafael Ballesteros, como en su día para Borges o Baudelaire, De Quincey evoca en cambio todo un convulso mundo, cuyos altibajos conocemos bien gracias al carácter autobiográfico de sus Confesiones de un inglés comedor de opio. En ellas se halla, sin duda, el origen de esta caleidoscópica novela, cuyo título y planteamiento son, a su vez, un guiño al ensayo inglés Los últimos días de Emmanuel Kant.[2]
A través de la visión de sus seres más queridos, el lector va adentrándose en la personalidad del hombre y del escritor Thomas de Quincey:
Ballesteros ofrece un recorrido cronológico no tanto por la azacaneada vida de De Quincey como por la forja de su carácter. Lo que le interesa no es tanto la trama biográfica como la perspectiva de quienes tuvieron un papel preponderante en la formación de su personalidad.[3]
La estructura permite hablar de novela diferida en cuanto no es ya él –que también tendrá su papel preponderante en el último apartado, el narrador- sino que serán los otros, sus familiares, los que facilitarán su visión particular, o mejor dicho, sus visiones particulares:
No me interesaba una visión directa del personaje, sino que me gustaba más relatar lo que pensaban otras personas que estuvieron cerca de él y se me ocurrió que fueran ellos los que contaran sus experiencias, para que se desvelaran sus roces con la vida, desde cinco puntos de vista fundamentales: el padre, la madre, la amante, su mujer y él mismo.[4]
La técnica del poliedro, organizado sobre el monólogo interior de los personajes que nos ayudan a conocer la realidad personal y vital de Thomas de Quincey, organiza el esquema narrativo, pero también la del contrapunto de ideas, perspectivas y situaciones determina el edificio narrativo, aunque bien es verdad que Rafael Ballesteros ha tendido a no repetirse y adentrarse en los acontecimientos más trascendentes, soslayando aquellos que ha considerado inanes:
Cada personaje ilumina a De Quincey y, al mismo tiempo, ilumina zonas de la personalidad de los demás y del propio narrador en cada situación; con lo que la eficacia del texto aumenta y las posibilidades de interpretación se abren para el lector.[5]
Creo que la novela ofrece un gran esfuerzo de contención porque es habitual en este tipo de obras explayarse innecesariamente, toda vez que es fácil, tanto por las autobiografías del propio escritor como por documentos de la época, adentrarse en una verborrea innecesaria:
La base de la narración son los propios textos del autor (Confesiones de un inglés comedor de opio; Los últimos días de Emmanuel Kant…) y los de sus biógrafos. Amplia documentación, pues, en la base de este libro, que no resta un ápice de creatividad y equilibrio al resultado.[6]
Ballesteros sigue, en cierto modo, la singladura de la narrativa isabelina en general, muy circunspecta a la hora de ofrecer detalles y con un sentido bastante inglés del equilibrio narrativo, de lo que debe ser y lo que no debe ser desde un punto de vista escritural. Pero es obvio que no todo el proceso posee una aceleración similar. La novela va adquiriendo, a medida que avanza, una gran fuerza literaria (iría de menor a mayor):
El avance de la narración va concatenando los capítulos de manera que unos aclaran, continúan o refuerzan lo tratado en los otros.[7]
Si al principio podemos observar ciertos titubeos, a partir de la entrada en liza de Ann Northom, la amante de Thomas, la novela adquiere un inusitado interés y parece que el narrador se contagia de esa situación novelesca:
Es a partir de ahora cuando empezamos a conocer mejor la personalidad de De Quincey.[8]
Este hecho también va a ser destacado por Ruiz Garzón que afirma en torno a ello lo siguiente:
La novela exhibe su mejor tono en las documentadas recreaciones de la amante, Ann, y la esposa, una entregada Margareth Simpson, cuya voz transmite con sosiego las dolencias y adicciones del autor.[9]
Sobre todo por el carácter libresco de ésta y su impronta literaria. Este hecho precedente entendemos que sucede porque existe una necesidad en los capítulos precedentes de crear la imagen familiar encarnada por el padre de Thomas y su madre, Elisabeth Penson, pero es una necesidad, no una concentración de intensidades para el escritor.
En realidad, Elisabeth de lo que menos habla es de Thomas. Ofrece más bien una visión familiar general, limitándose a hablar del señor Flearty, el tutor de Thomas, y de sí misma: su espíritu inconformista, su carácter soñador… Se trata de una persona culta, intelectualizada, que ama la poesía.
A través de un proceso organizativo fragmentario, en breves y raudas escenas, Ballesteros va de un tema a otro con la obsesión de que el exceso no sea una incontinencia innecesaria y sí la creación de los perfiles adecuados. Es como si estuviera un tanto inquieto por saber zanjar a tiempo la escena o la situación. Y de hecho, como si fuera partícipe de las ideas del escritor, dirá Elisabeth Penson:
Quiero acelerar la historia de estos hechos que me producen inquietud y zozobra.[10]
Sólo al final del capítulo, hará algunas reflexiones sobre Thomas y enumerará algunas ideas o rasgos de su carácter, como cuando afirma que lo dominaba una inquietud incontenible que le producía pesadillas y vómitos cuando su padre, de pequeño, le contaba terribles historias. Pero también nos advierte de que
Era un niño retraído y solitario. También débil y esquivo. Estaba siempre con Jane y Elisabeth que jugaban con él como se juega con un juguete muy querido o con un cachorrillo de perro. Con suavidad y tiento. Cariñosamente (…) Thomas era un niño triste y feliz. Muy pronto advertí que tenía las manos más bellas del mundo: finas, elegantes y presurosas y me llenaba de orgullo su frente altiva, plean de volunta, de entereza y de aires soñadores.[11]
Incluso era muy temeroso de la autoridad del padre, meticuloso y lento, poco hablador, fácil en su comportamiento pero nunca llega a producir paz, tranquilidad o reposo.
La exposición del padre en el capítulo segundo aportaría también poca información sobre Thomas de Quincey. Sabemos que le cuenta historias terribles a su hijo, como la que interpola de Sofrás, con intención de transformar a su débil hijo en un ser fuerte:
El padre será el encargado de desvelarnos la visión masculina de la necesidad y obligación de tomar decisiones firmes y de tener una voluntad infatigable, su doble moral dividida entre el amor respetuoso y a veces hasta tierno y cómplice con su esposa y la secreta preferencia por el fetichismo sexual, además de su animadversión hacia el carácter soñador y enfermizo del hijo a quien educa en la superación de los miedos mediante relatos espectrales que dejarían huella en la posterior vida literaria y personal del escritor.[12]
Nos ayuda a comprender también las ideas del escritor a partir de las conservadoras del padre. De hecho tuvo nuestro escritor ideas conservadoras, aunque su creación fuera arriesgada y atrevida. La fragmentariedad y la interpolación se hace dueña de este capítulo con la «historia amorosa» de su padre y la señorita O´Learty, con la que vive un idilio de voyeur:
Yo no tocaba nada, sólo miraba… Y abría sus piernas. El olor a cenizas de su sexo. La savia salobre que germinaba allí. La rosa bulba que bullía (…) Y el cuerpo de la chica desaparecía detrás de la puertecilla; y entonces, sí, ahora me miraba a los ojos suplicándome algo que nunca supe descubrir.[13]
El tercer personaje-narrador de los acontecimientos será una mujer: su amante. Thomas conocerá a Ann Northom en la calle. Era una mujer del arroyo a la que se le fueron muriendo sus diez hermanos. Pero frente al idílico amor que él sintió por ella; Ann, en realidad, de quien estaba enamorada era del portugués Antonio Andrade; Thomas le importaba poco. Hacia el final del capítulo lo dirá con líricas y bellas palabras:
¿Qué nos unía en verdad? Mi amargura con su desamparo. Mi soledad con su ansia de vida. Mi final con su principio.[14]
Efectivamente, una mujer que venía de vuelta y un hombre que comenzaba a vivir. Es la visión que nos ofrece esta mujer soñadora que entrará en un internado en Londres del que Ballesteros reproduce los once artículos que lo gobernaban:
Dentro de mí se agotaba una especie de serenidad que inexplicablemente había mantenido en el alma.[15]
Sobre Thomas, como su padre y su madre anteriormente, apenas si ofrece unas pinceladas:
Me pareció un chico desvalido, abandonado a su suerte (…) Vi el fuego que llevaba en sus ojos. Era una mirada plana, profunda, asentada en unos ojos oscuros, grandes, que inmediatamente huyeron hacia otro lugar de la taberna; al último rincón de oscuridad.[16]
El capítulo más extenso e intenso corresponde a la mujer de Thomas, Margareth Simpson, hija de un granjero con la que tuvo ocho hijos. Podemos decir que en su recorrido existe mucho de novela sentimental en las relaciones que comienza con Thomas, su intento de suicidio, su permanente abandono cuidando de la plebe:
Llegaron a ser trece años, ¡trece años!, de aquí para allá, llegando a una casa, abandonando ésa para ocupar otra; aquí, la familia sola y allí, de inquilina con otra familia; vivimos en el campo, en pequeños suburbios, en las afueras de ciudades desconocidas (…) Y éramos nosotros solos. Quiero decir: los niños y yo.[17]
Thomas se ausentaba largamente en Londres y Edimburgo para abrir sus posibilidades de escritor, pero también vivían en una permanente zozobra por tener que hacer frente a las múltiples deudas y al agobio de los acreedores:
Y los acreedores… Dios, los acreedores, ¡Cómo sufría Thomas! Cómo lo humillaban, cómo lo avergonzaban; lo perseguían, le iban minando la salud[18].
Finalmente el opio, al que necesitaba imperiosamente. Todo el proceso de la enfermedad y la adicción lo describe Margareth con fortaleza e interés para el lector, cuyas páginas en este momento ofrecen una gran intensidad a partir del momento en que le increpa para que lo asfixie y así poder perder la vida definitivamente:
- ¿Qué me pides, Thomas? ¿Me pides que te mate, que te asfixie?
–No, te pido que me liberes del sufrimiento más terrible Yo no puedo, no puedo resistir… es imposible resistirlo. Tienes que tener valor.[19]
Es, sin duda, el apartado más conseguido, el más literario, el más intenso y el más penetrante.
En el último capítulo es el propio Thomas de Quincey el que toma las riendas del relato y, con el mismo comienzo in media res del resto de la obra, comienza hablando de su amigo Truchk y, acto seguido, lleva a cabo un ataque fehaciente contra los profesores que no supieron inculcarle los valores de las culturas griegas y latinas.
Pronto observamos su espíritu lírico a medida que se va adentrando en ese aire bucólico que llega de su amor a los lagos y a los días soleados, pero también la necesidad de conservar el optimismo, a pesar de la concepción del perdedor de la que está imbuido:
Perder es la base de la vida. Perder los hijos, los amores, la alegría, el placer.[20]
Su encuentro con Wordsworth ocupa algunas páginas. Cuando lo conoció tendría cuarenta años y nos habla de la gran influencia que ejerció sobre él y cómo se emociona el maestro cuando le lee sus composiciones poéticas. También nos habla de Coleridge y su afición al opio, su mirar impetuoso, su misterio, su carácter avasallador. Admira Quincey la belleza del orden y la trascendencia de la filosofía que él amó.
Va formando pequeñas parcelas de la memoria, breves, concisas, raudas, y va conformando una visión. Es como si a Ballesteros le hubiera importado mucho organizar su mundo en torno a fragmentos de la memoria limitándose ex profeso y evitando los excesos tanto verbales como las reiteraciones innecesarias. Esta urbanidad en la expresión puede ofrecer la sensación de orden y perfección pero también un exceso de autoridad sobre el relato, como si todo estuviera demasiado organizado y estructurado, demasiado atado de pies y manos, y no se pudiera escapar un momento la narración de sí misma proyectándose a su albur. Sin embargo, hay todo un espíritu lírico que subyace en la historia, en su escritura, y actúa casi como corriente interna, una simbiosis entre la tragedia y la poesía que organizan un mundo con un elevado valor simbólico con el que Ballesteros ha querido proyectar esta lírica vida al margen de cualquier convención. Al respecto decía Garrido Moraga:
No es una prosa lírica, no es una novela poética, ni por la intención, ni por el estilo, pero la sensibilidad en forma de lirismo, de humana y cálida visión de las cosas es una constante en estas páginas.[21]
Para concluir, Quincey nos ofrece su análisis psicológico, su visión de sí mismo y la atracción que tuvo para él el opio, su batalla para vencerlo y la constante sensación de felicidad a pesar de todos los percances que tuvo que soportar a lo largo de su existencia. Como dirá Moreno Ayora:
Lo cierto es que la dignidad y el sufrimiento son las dos notas comunes a las experiencias de todos los personajes. De Quincey, en su particular visión de sí mismo, confirma, pues, todas las aproximaciones biográficas que de él se han ido haciendo en los capítulos precedentes, y acaba dando una impresionante lección vital al resumir su existencia como una lucha «para hacer frente al fracaso, la adversidad, la desdicha y los infortunios»[22]
Ballesteros es un escritor que sabe imbuirse del tipo de novela que en cada momento está desarrollando, sabe controlar los tiempos, los espacios y los procesos. Y esta organización tan estructurada si bien nos aporta una visión pedagógica puede evitar los arranques de la incontinencia que puede poseer la literatura. Estamos en presencia de una obra sólida que bien puede ser la resultante de una visión del mundo, aunque es verdad que más que organizar y dirimir la existencia del escritor, en realidad observamos en mayor medida su entorno y los que vivieron con él, también una época de la historia de Inglaterra, una forma de vida, de ser y de estar en el mundo.


[1] C.G.Montilla, “Rafael Ballesteros dedica una novela a Thomas de Quincey”, El Mundo, 20 de noviembre (2006), p.10
[2] R. Ruiz Garzón, “Los últimos días de Thomas de Quincey”, Qué leer, febrero (2007), p. 95.
[3] D. Ródenas de Moya, “La perspectiva como arte”, Libros, El Periódico de Catalunya, 15 de febrero (2007), p. II.
[4] R. Cortés, “Ballesteros novela la vida y obra de Thomas de Quincey”, Sur, 10 de noviembre (2006).
[5] A. Garrido Moraga, “Thomas de Quincey y los puntos de vista”, Sur, 26 de enero (2007), p. 76.
[6] R. Romojaro, “Cuando el autor cede su voz”, ABC de las Letras, 779 (2007), p. 15.
[7] A. Moreno Ayora, “Los últimos días de Thomas de Quincey”, El maquinista de la Generación, 13, (2007), pp. 62.
[8] Ibidem.
[9] R. Ruiz Garzón, op. cit.
[10] R. Ballesteros, Los últimos días de Thomas de Quincey, Barcelona, DVD, 2006, p. 30.
[11] R. Ballesteros, op. cit., pp. 36-37.
[12] G. Busutil, “Los últimos días de Thomas de Quincey, Rafael Ballesteros”, Banda, febrero 21 (2007).
[13] R. Ballesteros, op. cit., p.72.
[14] R. Ballesteros, op. cit., p. 115.
[15] R. Ballesteros, op. cit., p. 107.
[16] R. Ballesteros, op. cit., p. 110.
[17] R. Ballesteros, op. cit., p. 156.
[18] R. Ballesteros, op. cit., p. 157.
[19] R. Ballesteros, op. cit., p. 170.
[20] R. Ballesteros, op. cit., p. 191.
[21] A. Garrido Moraga, op. cit.
[22] A. Moreno Ayora, op. cit.

La poesía de Antonio Hernández por Morales Lomas



Muy diferente a su lírica anterior se presenta A palo seco, del buen escritor gaditano Antonio Hernández. La primera impresión del lector puede ser la consistencia de la cauterización lingüística del hecho literario y su contribución a la fiereza personal tanto como al pálpito sentimental, cuando no al ajuste de cuentas con el tiempo y la existencia de lo vivido, que es lo mismo que decir personas, lecturas y épocas tempestuosas.
Su lírica está sostenida sobre la consistencia del tiempo y la horma de los sentimientos. La lírica de Antonio crece en sí misma. En su verso libérrimo tanto como en sus ironías hiperbólicas, en sus reconocimientos, en su sinceridad, en su legitimidad de respuesta desenfrenada. Su incontinencia tiene mucho que ver con la intemperancia verbal y el exabrupto vital. A fuerza de espontánea y a fuerza de su contribución a la expiación personal. No en balde, como nos advierte en el frontispicio, “los poemas de este libro jalonan la evolución de una enfermedad depresiva cuya mejora signa el cambio de ánimo percibido en ellos a medida que avanza el texto”. Son poemas que tienen el valor de espita. Son válvulas que operan de razón de la sinrazón, que actúan para lograr el proceso anímico deseado.
Desde el título ya se nos advierte, “A palo seco”. Una respuesta sin truco ni cartón, con el discurso directo, sin alambiques, sin intermediarios verbales. Los anhelos, como fugacidades, las creaciones del Hacedor y sus antítesis de impiedades (el dolor acaso). Incluso la necesidad de la locura, porque la locura es también un ejercicio de creación. Y sus lecturas, que no están muy alejadas de sí mismo. Con Federico, tan reiterado en su obra como César Vallejo, su Verlaine y su Baudelaire y su Rimbaud. Y también, Cernuda, Juan Ramón, José Saramago, Antonio Machado, Julio Mariscal, al que va dedicado el poema “Poeta en cruz” para emplearlo como paralelismo personal: “A él también le escupieron/ sin mojarle la cara”.
Su lírica, sostenida básicamente por endecasílabos y alejandrinos blancos, aunque hallemos algún soneto y otras cuartetas, abre un espacio expresivo enfático por su cadencia y sus ideas de corte épico-personal, se acerca a la confidencia y la complicidad de la escritura como una forma de devolución a la vida y la muerte. Si por momentos se aleja (“Ha llegado la hora de estar solo/ para ir aprendiendo a estarlo siempre”), como en una preparación para la muerte y una aceptación oriental de ésta (“Sólo queda ir muriendo/ con dignidad, sin memoria”)..., en otros analiza su presente con una firmeza provocadora: “Ella es lo que tengo, o acaso su sombra./ Sombra con luz. Con Mari Luz./ Y dos hijos que no sé si me quieren...”
Por momentos el poemario es una cuenta de resultados de la existencia, un balance al final de un trayecto y para ello se disecciona, se autoflagela y con una sinceridad manifiesta se presenta a sí: “No hace mucho/ era un don nadie sin futuro, un pobre/ diablo, una oveja negra”. Su camino lo lleva por lo que hizo y lo que dejó de hacer a modo de análisis de conciencia, tomando el paralelismo y las diversas convergencias repetitivas como canon estructural para el poema y el autoflagelo, como en “La envidia, mala novia” que advierte de una etapa de su existencia sobre la que volverá al final del poemario en el titulado “Testamento”, en el que reconoce que la envidia, la venganza, el odio y el rencor deben ser desechados de la existencia y concluye con un cernudiano: “Mi ceniza en el olvido”.
En sus palabras hay mucho desengaño, mucho dolor, mucha memoria de seres queridos, como en el poema dedicado a su madre, “Canción de tumba”: “¿Por qué te echo de menos/ si yo no te quería?”; o el dedicado a su hermano muerto, “Cuarenta y tres aniversario”: “A los 25 años sorprendidos te fuiste/ de un lugar que no era el corazón/ que ahora se me sale dando tumbos/ de la camisa, del traje, de cualquier traje;/ como si al recordarte, otra vez/ se hubieran ido los pájaros”. Su sobrino Manolo y el suicidio ocupa un poema que es una elegía emocionante al suicida: “Y se colgó de un árbol para volar más alto y más libre”. No hay en estos versos paños calientes, están escritos a palo seco, sin ningún tipo de narcótico que disminuya el dolor, a corazón abierto, a vísceras descubiertas, a mano alzada.
Ironiza sobre el amor y los enamorados, la decrepitud y sus precios diversos, la encarnadura, la descarnadura, el ensimismamiento y el aire de derrota con un lenguaje cuya emoción radica en su capacidad para abultar en el oído: “Ahí, despojado, yaces,/ sin siquiera esperanza, derrotado./(...) Esa piltrafa que eres”. Demasiada voluntad de fustigarse, demasiadas cicatrices, demasiadas espinas, demasiadas heridas. La lírica así es un desesperado encuentro con uno mismo, a cara de perro, a palo seco.
Nada especulador ni autocomplaciente su corazón habla con huellas, como dice en “La notte” y se despacha en la definición del “Auto de fe” con la estructura A pero B: “Me enseñaron a odiar los ingleses/ pero (...) Me enseñaron que todos los franceses/ eran maricas (...) pero (...)”. La construcción de su lectura, de su conexión con los filósofos presocráticos: Anaxágoras, Empédocles..., y con el mundo clásico ocupa un espacio que sorprende, una incursión que es un diapasón sostenido. Pero siempre él, de cuerpo presente, definiéndose, mostrándose, , ocupando el poema con su brío, con su fuerza, con su paraíso y su garganta rota y su peligrosa realidad: “La realidad es peligrosa:/ puede volver a un loco cuerdo,/ matar a don Quijote”. A medida que avanza el poemario un narcisismo prometeico se apodera del poema en forma de autojustificación vital: el miedo a volar, los honores, Arcos como cuna y pretexto para ser él mismo (y el deseo de volver allí en la muerte: “Cuando me muera quiero que me quemen/ y arrojen mis cenizas por la Peña de Arcos”), el amor a los libros, los enemigos, la mitología ajena y propia, y su continuo esclarecimiento e ironización sobre sí: “Que soy un bicho, sin embargo doméstico;/ que soy irreverente, mas espero que Dios (...)/ me devuelva hasta el mar y las campanas/ (...) Que en el fondo soy bueno, sólo que algo perverso”.
Poemario a palo cortado, invitación a la demonización, declaración y autonálisis sin fingimientos y con un discurso manifiestamente directo, sin cortapisas ni contemplaciones esteticistas, aunque sea la ironía hiperbólica un cauce transitado, emotivo, intransigente con la estupidez y en absoluto ajeno a la radical esencia de la existencia humana.

La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano