sábado, 25 de mayo de 2013

EL HUMANISMO SOLIDARIO
LA POESÍA DE F. MORALES LOMAS

ALBERTO TORÉS







(Las palabras que vienen a continuación son un fragmento del Estudio Crítico inicial de Alberto Torés para la Antología Tránsito de F. Morales Lomas publicada en 2005)





 La escritura poética de Francisco Morales Lomas ratifica un hecho indiscutible, tal sería la labor del poeta consistente en una búsqueda permanente, una investigación continua que se fundamentaría sobre dos planos básicos: el del conocimiento de la realidad y el modo de interpretarlo o transformarlo. Además, desarrolla un conflicto entre la sensibilidad y la expresión que aquí indaga claramente sobre la vida, sobre lo que mancomuna a los hombres, sobre la disposición de un humanismo solidario . Tal vez, el humanismo solidario que recorre la obra poética, pero también la narrativa y crítica de Morales Lomas se deba en parte al contexto de crisis que parece nacer una vez desaparecidos los acontecimientos de Mayo del 68, cuando ya se habla del final de los grandes relatos o ideologías, en el momento en que el término de “globalización”adquiere tintes de categoría con toda su artillería, entre los que contamos el pensamiento único. No renuncia por ello a ningún detalle por insignificante que parezca. ¿Acaso no podría estructurarse una historia de la literatura basada únicamente en las ausencias? De tal suerte, acude a la historia literaria, al marxismo y a su necesidad de releerlo, replantearlo, repensarlo, al psicoanálisis, al estructuralismo, a los fondos de la educación sentimental para encontrar una voz teórica entre los signos exteriores de la modernidad y las señales inconfundibles del raigambre clásico. Se inserta su poesía en una amplia tradición que con todo se quiere reescribir. El lirismo ahora debe ocuparse de encontrar cabida para el sujeto y la colectividad, el sueño y las cotidianidades. Articular, consensuar sus infinitivos susceptibles de identificar esta poesía orientada en sintetizar las contradicciones, en reencontrar el gusto por la emoción y también por la expresión, en mostrar su inquietud más cercana a lo ajeno que a lo propio, en el eco sonoro de hallar algunos rasgos en los descosidos de la prosa. No es casual que F. Morales Lomas deba leerse desde una perspectiva múltiple. Catedrático de Literatura, el empeño por la actitud docente corre paralelo a la preocupación creativa que a veces toma un modelo versal, en otras ocasiones se ajusta a un referencial narrativo, incluso la inquietud se traduce en forma de tesis doctoral.
El espacio que se busca es el segmento que queda con vocación plena entre teorizar lo poético y poetizar lo teórico: he ahí el punto de partida y a la vez de llegada de esta tendencia humanista solidaria.
Poesía de pasión hasta llegar a la desesperación más perturbadora; poesía de serenidad hasta rozar el desaliento; poesía de verdad hasta configurar la esperanza; poesía que encarna la figura del escritor de la libertad; es por ello, un mundo transfigurado que se percibe con toda riqueza de matiz por el lector interesado. Un lector que comprueba que el poeta ha publicado ya en el apartado de  poesía 9 libros  , desde que se iniciara en 1981, lo que constituye una antología esencial de su obra, no sólo es de sentido común sino una necesidad cronológica que todo creador ha de plantear en algún momento. Iniciativa llevada a cabo con buen criterio por parte del Instituto de Estudios Giennenses, a la que modestamente me complace contribuir.
  Francisco Morales Lomas es, dentro del campo literario, un trabajador infatigable, de manera que el dicho en virtud del cual el arte se compone fundamentalmente de trabajo -extendido y ratificado por Picasso- encuentra en las múltiples inquietudes de Morales Lomas toda su razón de ser. Crítico literario, narrador, docente y poeta, ha mostrado siempre una feliz luminosidad expresiva a la vez que una absoluta implicación con el texto y su entorno.

No son contornos indefinidos los que pueblan los versos del poeta jiennense, sino más bien, lo instantáneamente reconocible, lo comunicativo en sus vertientes puras e impuras, ese espacio de la libertad donde se confunden lo real y lo onírico, lo posible y lo necesario. El ensayo continuado de la palabra .
             Así los primeros poemas de Morales Lomas se recogen en Veinte poemas andaluces y tratan fundamentalmente de hacer visible lo oculto, de enseñar en cierto modo sin dejar de deleitar o conocer. Son composiciones que se enraízan en las grandes inquietudes del hombre, de su pasado por ser exacto. La fraternidad, la dignidad, el afán de justicia, el amor, los tormentosos deslumbramientos que permiten una conciencia esencial y melancólica, lúcida y asombrosa, intuitiva y decidida. El poeta percibe la maquinización de su entorno, recibe con espíritu crítico las falsedades de unos momentos de la historia, por esta razón quiere contribuir a la rebelión colectiva, pretende acotar la injusticia social desde la atención a la vida, es decir, desde la poesía, ya que, como afirmaba P. Eluard, la verdadera poesía es el reino de la vida y no se vincula con lo que declina y muere.  F. Morales Lomas es ante todo un poeta atento a la vida .
Habría que considerar para mejor entendimiento de su obra que, las coyunturas culturales conducen a una diversidad de propuestas teóricas, como lo atestiguan el florecimiento o al menos el mantenimiento de todo tipo de publicaciones relacionadas con la poesía. Bien es verdad que los avances tecnológicos y un manifiesto predominio del pensamiento único, además de cierta pereza mental, han posibilitado un reduccionismo crítico, hasta falsear la misma realidad y plantear la poesía, acaso la renovación de la poesía como una postura irreconciliable entre dos polos. Ese enfoque bipolar nace del deseo expreso mediático, sin contenidos rigurosos y con evidentes contradicciones desde el mismo uso terminológico. ¿Cómo podría resultar la poesía si no se basara en los hechos diferenciales, en la experiencia? El posicionamiento de la “poesía de la experiencia” y la “poesía de la diferencia”, aunque albergara una noble dialéctica originariamente, ha respondido a criterios meramente extraliterarios. Fundamento poco convincente ya que nuestro tiempo poético se caracteriza precisamente por un complejo y extraordinario eclecticismo. En este sentido, se pronuncia un crítico tan certero como Juan Carlos Suñén .
        Podríamos añadir otra circunstancia de resultas de nuevas gestiones políticas, por las cuales las instituciones oficiales han prestado atención al espacio de la poesía, y en cierta manera, han filtrado un mensaje uniformado que se podría interpretar como abocada al fracaso, toda perspectiva cultural que no lleve el respaldo público. Habría, en todo caso y antes que nada, que delimitar el terreno de los objetos, las prioridades e incluso los significados semánticos. Sin embargo, la única realidad que aquí me interesa es resaltar a F. Morales Lomas como un poeta, no ya con una voz singular y reconocida por los estudiosos, sino que aporta un nuevo soporte teórico para desarrollar su proyecto poético, lo que, visto la delgadez de las propuestas teóricas sobre las que se han sustentado algunas tendencias recientes, es un hecho casi inusual. Formaría parte de lo que vendríamos a denominar como “humanismo solidario”, términos aparentemente afines y por ello redundantes, pero que por su rasgo de indisociabilidad constituye un recurrencia de énfasis necesario  .
Morales Lomas siente una gran afinidad con los poetas del 60 y, dentro de esa generación, con los que edificaron lo que denominamos como el “romanticismo cívico” que, a poco que se establezcan lazos vinculantes, se comprobará que la “poesía de la experiencia” tiene algunas deudas contraídas con estos poetas. Un grupo de autores socialmente implicados pero que huyen del arte panfletario para lanzarse en complejas indagaciones particulares, y, de manera muy especial, para no verse impregnados de la poesía tan cautivadora de Claudio Rodríguez. Pensemos en Rafael Ballesteros, Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Hernández, Félix Grande, Rafael Soto Vergés, Jesús Hilario Tundidor, Joaquín Benito de Lucas, Diego Jesús Jiménez, Manuel Ríos Ruiz, José Miguel Ullán, Francisca Aguirre y el roteño Ángel García López que es el más firme defensor de esta magnífica promoción poética .

Un grupo mayoritariamente andaluz que tuvieron todos en común padecer una suerte de exilio, encontrándose  Barcelona y Madrid como focos prioritarios. Pertenecen a un tiempo histórico que viene marcado por el reino de las ciencias humanas, el desarrollo del estructuralismo, la búsqueda de las vanguardias, la primacía de la política pero en exacta y transgresora correspondencia con el texto. La atención se concentra en la escritura, introduciendo un matiz revelador: la era de la sospecha viene sustituida por la subversión. Para todos ellos el trabajo lingüístico es esencial. Para el romanticismo cívico el acto poético se percibe como un acto vital, como una fórmula infractora. El verso debe vivificarse, proponiendo una relación singular que la desate de una articulación ordinaria. Imponen un nuevo ritmo, una nueva manera de decir o de conocer lo real. Si la poesía, aun siendo obra minoritaria, ha conquistado cada rincón de las aulas, se ha democratizado y ha tomado un nuevo impulso, la poesía ha retomado la calle. Ciertamente, es una labor de revitalización que, sin embargo, se sostiene sobre modelos clásicos, además de textos fuentes. Un hecho que se convierte en rasgo común e identificador del grupo. El lector de inmediato comprobará ese puente con nuestra literatura más valiosa . Rafael Ballesteros, además de las referencias universales, muestra una cómplice disposición con Bernal Díaz del Castillo y sobre todo con Fernando de Rojas que desempeña un papel crucial en la misma construcción poemática como protagonista y desde luego como sustento teórico. ¿O qué diremos de Rafael Soto Vergés, cuyo lenguaje poético se nutre de la savia de la poesía barroca del Siglo de Oro, a expresión del académico Víctor García de la Concha?  El poeta Ángel García López directamente plantea ya la trascendencia del asunto en 1978, en su libro Mester Andalusí. Diego Jesús Jiménez establece un equilibrio entre Quevedo y Góngora pero sin olvidarse de Fernando de Herrera. También Jesús Hilario Tundidor recrea regularmente a San Juan de la Cruz.
         Por consiguiente, no debe verse como un condicionamiento sino como un principio de invención y de liberación, ya que a la perspectiva clásica se llega también a través de Vallejo o Neruda en el caso de Félix Grande, de García Lorca en Manuel Ríos Ruiz, de Gerardo Diego en Ángel García López, de Machado en Joaquín Benito de Lucas o de Cernuda en Antonio Hernández, sólo por ejemplificar nuestra consideración.
Decíamos que Francisco Morales Lomas era respetuoso con la tradición, se enriquecía de la misma y no ponía marcos a su mundo perceptivo. De manera que figurar es emblema del momento, y lo poético es relacional: el espacio de la realidad, en sentido estricto viene a tener figuras. Más que nunca el hecho poético es la connotación, el texto poético es polifónico y se multiplican las isotopías. Se fijan más que nunca en las imágenes, correspondencias, metáforas: la poesía dice una cosa por otra, es el ámbito de las analogías, una manera propia de habitar el mundo y, Morales Lomas, hereda esa vocación poética del romanticismo cívico que no trata de resolver antinomias sino de hacerlas comparecer, coexistir, coparticipar. Quizá, el gran apunte novedoso del “humanismo solidario” sea su posicionamiento dentro del árbol de la literatura: No se quiere romper con tendencias poéticas dominantes ni con anteriores modelos poéticos, sino hacer valer su derecho al eclecticismo, un eclecticismo inteligente que sólo se fundamenta en el placer del texto. Por esta razón, Morales Lomas va a desviar su mirada hacia un paisaje castizo, auténtico y elemental para encontrar ahí el sentimiento de presencias, pero a la vez, valorará la ciudad, la historia, la circunstancia incluso lo aleatorio. El ser, el mundo y oficiando de punto equilibrador, el lenguaje mismo. No renuncia por ello a fijar composiciones en una radicalización teórica, es decir, a concebir que los valores o verdades que la escritura encierra están fuera del alcance por aprehenderlo o destinadas al fracaso, en cierta manera, a considerar la escritura poética como un universo de simulacros.

            Fernando Pessoa  y su concepción del poeta como fingidor tienen igualmente cabida en el verso del giennense. Considero que uno de los grandes baluartes de la poesía de Morales Lomas está en su multiplicidad de registros, su afán de experimentación y el saber disponer la misma trascendencia para el discurso subjetivo que para el mito de la profundidad. En todo caso, a lo largo de su producción poética, la reflexión sobre el propio quehacer literario embarga cada uno de sus libros . La experiencia de la búsqueda es el prisma maximalista que nos propone.
           Los parámetros en los que también se ha movido nuestro poeta no son sino aquéllos que visionan la escritura poética como conocimiento concreto y lógico, como una suerte de desesperación y por ello de depuración de su propia lengua, en definitiva, como la elucidación de su pensamiento. El poemario Aniversario de la palabra  , uno de los buenos libros de poemas a disposición del lector, es una extraordinaria muestra de manejo temporal que convoca un permanente cuestionar sobre la misma labor creativa pero que anhela y consigue un resultado elegante. Morales Lomas hace indisgregable el binomio ético-estético. Leemos en el poema titulado precisamente “Aniversario de la palabra”:

Todas como jinetes del tiempo
cabalgan una y otra vez en los ecos,
vivos deseos, caminos amplios y dulces,
las palabras.

          Por tanto, una voluntad ilustrada e intensa por articular una reflexión profunda a propósito del sentido mismo de la poesía.


domingo, 19 de mayo de 2013

HUMANISMO SOLIDARIO EN LA 43 FERIA DEL LIBRO DE MÁLAGA

En el marco de la 43 FERIA DEL LIBRO DE MÁLAGA, Francisco Morales Lomas, José Sarria y Alberto Torés han presentado el HUMANISMO SOLIDARIO con una importante asistencia de público (Museo del Puerto. El Palmeral de las Sorpresas, Muelles 2, sábado 18 de mayo a las 20:00 h.) .




Alberto Torés, F. Morales Lomas y José Sarria (43 Feria del Libro de Málaga, 18 mayo 2013)
(Foto de M. P. Esteban)

 Tras la presentación del acto por Juan Gabriel Lama, del Centro Andaluz de las Letras, que organizaba este acto en el marco de la Feria del Libro de Málaga, hubo varias intervenciones: la primera de José Sarria, que ofreció un punto de vista histórico de la génesis de esta corriente de pensamiento justificando su nacimiento en estos momentos como una postura crítica y reflexiva de un grupo de escritores ante  los momentos actuales de crisis social, económica, política y de ideas; acto seguido, Alberto Torés intervino explicando la génesis más inmediata en los años 80 cuando a partir de la revista Canente se comenzaron a reivindicar estas ideas y reflexionó sobre ese proceso histórico concreto en el tiempo. Finalmente, F. Morales Lomas realizó una visión muy específica sobre la relación de ética y literatura, humanismo solidario, alteridad y otredad en la literatura contemporánea.
Para más información le remitimos a www.humanismosolidario.com

A continuación se reproducen las palabras de F. Morales Lomas en este acto.





HUMANISMO SOLIDARIO, COMPROMISO, ATERIDAD Y OTREDAD EN EL SIGLO XXI 



F. MORALES LOMAS





Homo sum et nihil humani a me alienum puto
TERENCIO

Pienso, luego soy todos los hombres
FEUERBACH



Podemos decir con Gabriel Amengual que han existido dos tipos de humanismos: el primero es una atmósfera cultural que surge en Italia en el siglo XIV y conforma las bases de la cultura moderna. Garín lo considera un acto de rebelión contra un logicismo y un fisicismo que invalidaban la experiencia humana concreta: frente al teocentrismo el individuo.
El segundo, recogería todas aquellas concepciones filosóficas que otorgan una dignidad y valor al hombre como tal. Y como diría A. Edel (“Where is the crisis in Humanism”, Rev. Int. de Philos., 85-86, 284), “remite a un haz familiar de actitudes, valores y creencias que incluyen por los menos las siguientes: la igualdad y la dignidad del hombre, una fe en la racionalidad de los seres humanos, un proceso democrático en la acción social, esperanza en el progreso humano en alguna manera gracias a la planificación humana, una aceptación del falibilismo del conocimiento humano y una confianza en la ciencia para la resolución de los problemas humanos”.
Entendemos el Humanismo Solidario como una respuesta nueva del intelectual, del artista… ante el mundo contemporáneo globalizado, una respuesta desde la literatura, desde la obra de arte, en la que sin perder el valor de esta como creación literaria o artística (y desde la heterodoxia creativa de cada uno), ofrezca una réplica comprometida, ética, decidida en la dirección de una nueva visión del hombre y de una nueva visión del escritor y del artista ante las sociedades contemporáneas.
Entendemos que la literatura, la pintura, la escultura o la música no pueden ser instrumentos para cambiar el mundo, pero sí pueden y deben contribuir a estos cambios que llegan desde órdenes sociales, políticos o económicos.
Somos defensores tenaces de la autonomía y la dignidad del artista y del escritor que va contra todo tipo de servilismo o adoctrinamiento al que fueron sometidos estos en otras épocas. Pero esta defensa a ultranza de la autonomía y dignidad del artista no se compadece con una actitud ante el hecho estético ni con la defensa de unos valores que se residencian en la humanidad en su conjunto, que ha de ser entendida siguiendo el imperativo categórico kantiano como un fin en sí mismo, es decir, no una humanidad que deshabilite al hombre sino una humanidad que supere, como dice Juan G. Morán (“Frágil idea de humanidad”, p. 94), las condiciones de pobreza, de desigualdad, de discriminación y de exclusión que privan de una vida digna a un número cada vez mayor de seres humanos. Teniendo en cuenta que la humanidad del hombre no viene dada, no está constituida, sino que debe verse como una conquista, como un compromiso y una responsabilidad, como un deber ser.
¿Esto significa que en la literatura, en el arte existe un discurso ideológico?
Efectivamente, por mucho que algunos repudien este concepto (ideología), ¿en qué literatura o en qué arte no existe este? Cada formación histórico-social lo ha tenido. No querríamos retrotraernos a los Elementos elementales del materialismo histórico (Siglo XXI, 2007) de Marta Harnecker o a la Teoría e historia de la producción ideológica (Akal, 1990, p. 8) de Juan Carlos Rodríguez donde dice que “la literatura surge cuando surge la lógica del sujeto, pero decimos también y esto es lo decisivo, que tal lógica del sujeto no es otra cosa que una derivación –una invención de una matriz ideológica determinada.” Se promueve el rechazo del término ideología aplicado a la literatura como dice Rodríguez porque “los planteamientos derivados desde esa ideología burguesa nunca podrán aceptar que su propio inconsciente de base sea una cuestión ideológica (o sea, histórica), sino que  consideran siempre que los elementos y la lógica propia de tal «inconsciente» constituyen la verdad misma de la realidad física humana” (p. 10).
Nada es cándido en la creación porque, como bien afirma Espino Barahona, (“De Étikos y de Litterae: contornos teóricos para un curso de Ética y Literatura”, Espéculo, Universidad Complutense 2001, s. p.), “lectura y escritura son, desde esta perspectiva, operaciones ideológicas, discursividades o prácticas sociales mediadas por usos, costumbres y valores determinados socialmente (…) Cuando se escribe y cuando se lee no existen "inocentes". Todos estamos imbuidos en un sistema o en un cruce de sistemas axiológicos desde el cual juzgamos la realidad y la representamos mediante la escritura y la lectura. La producción y comprensión de discursos se realiza siempre desde «un lugar ideológico y social determinado»”. Digámoslo claramente, la creación artística y literaria, como diría Bajtín, son medios estéticos de evaluación del mundo, y el texto es siempre ideología.
Y en esta coyuntura ideológica cómo debemos entender la actitud del creador ante la creación. La concebimos desde un neorromanticismo cívico, que, como afirmaban Habermas y Conche, enfatice el “diálogo humano”, genere la actitud crítica como función esencial de la intelectualidad, defienda la humanización ante tanta degradación deshumanizadora y entienda con Brodsky que la estética es la madre de la ética desde la autonomía y la absoluta libertad del creador.
Si la literatura en su origen es una respuesta interior al mundo que le toca vivir al ser humano, ¿cómo vamos a permanece ajenos a este? ¿Cómo vamos a mirar hacia otro lado? Cuando se deja traslucir la idea (como la parece reflejar Paul Auster) de que la literatura debe abandonar la ética, estamos en el camino perfecto para que el creador, el escritor se convierta en un ser perfectamente prescindible (ser sin atributos) o, algo más grave, en un ser perfectamente domesticable y sumiso.
Se sabe, como decía Todorov, que el intelectual se halla entre el polo de la solidaridad (dirigirse a los otros) y la soledad (su tarea), y para él lo más satisfactorio será alternar ambas posturas, pero siendo consciente de que hay un deber de responsabilidad en él, como en su momento evidenció Simone Weil en Cahiers du Sud sobre el gravamen de los surrealistas, los dadaístas y otros escritores en el hundimiento de Francia ante la amenaza hitleriana. Claro que existe una responsabilidad del intelectual, una responsabilidad que se siente afectada por la marcha del bien público, pues, como bien dijo Sartre, la escritura nunca es una estructura inocente. Y como también reflexionó la filósofa norteamericana Martha Nussbaum: “Los griegos no consideraban, ni nosotros debemos hacerlo, que ser poeta fuese un asunto neutral desde el punto de vista ético. Las decisiones estilísticas –las elecciones de ciertos metros, imágenes y vocabularios- se relacionan estrechamente con una determinada concepción del bien” (La fragilidad del bien, Madrid, Visor, 1995, p. 44).
Alberto Torés, Morales Lomas y José Sarria (Feria del Libro de Málaga, 18 mayo 2013)
(Foto de M. P. Esteban)

Esto no quiere decir que el escritor y el artista se conviertan, como en el pasado en agentes políticos. De hecho, la crítica fundamental que se le hacía al concepto de compromiso sartreano era por el hecho innegable de que el contenido de la obra no era garantía de "literariedad" y que la legitimación ética y discursiva no dependía del grado de implicación socio-política del texto ni de la filiación ideológica del escritor. Y, en consecuencia, resultaría lamentable el reducir el repertorio temático y retórico del quehacer literario a cantar "las miserias de los más desfavorecidos" como única opción escritural.
Somos perfectamente conscientes de que este no es el camino, como también lo somos de que conceptos como interioridad, la experiencia amorosa, el problema del tiempo, el reto/angustia de la muerte han sido y son elementos valiosos y trascendentales en la historia de la creación literaria que no se dejan encasillar en la tópica consagrada por los partidarios del "compromiso del escritor", como dice Espino Barahona, pero también, y esto es lo fundamental, que en estos momentos que hablamos el concepto de engagement resulta de una extraordinaria necesidad histórica en medio de una sociedad posmoderna y des-ideologizada. Pues lo ético está en el nacimiento del discurso literario y expresa una visión del mundo.

De hecho, en cada época ha existido la necesidad de crear una nueva educación de la subjetividad que contemple con otros ojos la búsqueda de caminos que den respuestas diversas y adaptadas a los tiempos que nos ha tocado vivir. Tiempos de zozobra e impostura en que la globalización y la despersonalización han creado nuevas formas de dependencia y esclavitud ante las que es indispensable dar respuestas que tengan una consideración sociocultural, literaria, estética, ética, pedagógica y antropológica, como diría Foucault.
Se necesita, en definitiva, una reconquista del ser. Hay una urgente necesidad de construir esa nueva subjetividad que le permita superar la crisis existencial en que vive después de que se ha venido abajo el viejo edificio de creencias y doctrinas.
Y en esa nueva educación de la subjetividad se debe contemplar a ese ser desde una doble perspectiva: la del médico y la del enamorado. En cuanto médico (entenderemos la dolencia del otro) y en cuanto enamorado (el amor en el otro). De modo que esta nueva visión del arte y de la literatura conlleva implícito los conceptos de aceptación de la otredad y alteridad.
La otredad se construye a través de diversos mecanismos psicológicos y sociales. Un Otro implica la existencia de algo que no forma parte de la existencia individual de cada uno. Y su aceptación conlleva su reconocimiento y su defensa.
Como dice Foucault “el otro es indispensable en la práctica de uno mismo para que la forma que define esta práctica alcance efectivamente su objeto, es decir, el yo”. Sin embargo, se sabe que existe una tendencia humana a convertir la subjetividad en una suerte de egocentrismo permanente: uno mismo como forma absoluta, referencial y única.
¿Consideramos que en estos momentos la literatura debe ser una práctica discursiva que se desentienda de la situación concreta del hombre para preocuparse sólo de la belleza pura, de la forma, del así llamado logro estético? ¿Es el momento de "el Arte por el Arte"? ¿La creación estética debe conformarse con el trabajo artesanal de la palabra y desligarse de la circunstancia histórica en la que se está inmerso? Creemos que se debe reflexionar en esta situación sobre ese innatismo del creador o ese narcisismo como estrategia vital o índice de la originalidad o símbolo de una época.
El concepto de otredad y alteridad una vez aceptado nos permite concretar la idea de que el otro (tan diferente y tan diferenciado de mí) es mi igual en la diversidad. Esta aceptación de la humanidad lleva como corolario la aceptación de la pluralidad humana, aunque no siempre fue así. Y esta no aceptación ha sido uno de los grandes problemas de la humanidad, como ha sucedido en la reciente guerra de Yugoslavia donde los asesinos y violadores serbios no consideraban que estuvieran violando los derechos humanos de otros seres sino de musulmanes. Y todo sucede cuando la etnia, el grupo o la nacionalidad… amenazan este reconocimiento del otro. O como en su momento diría Montesquieu ironizando: “No puede cabernos en la cabeza que siendo Dios un ser infinitamente sabio, haya dado su alma, y sobre todo un alma buena, a un cuerpo totalmente negro”.
Vivimos en la sociedad de la otredad y la alteridad y en ella tenemos que reconocernos, en ella tenemos que alcanzar nuestros propósitos estéticos y literarios. Lo que no quiere decir perder nuestra identidad como diría Esteban Krotz (“Alteridad y pregunta antropológica” en Constructores de otredad, p. 20): “Contemplar el fenómeno humano de esta manera en el marco de otras identidades colectivas, empero, no significa verlo separado del mundo restante; al contrario, este procedimiento implica remitirse siempre a la pertenencia grupal propia. De este modo se refuerza y se enriquece la categoría de la alteridad a través de su mismo uso”.
Alberto Torés, F. Morales Lomas y José Sarria
(Foto de Larisa Sarria)

A veces se ha visto en ese “otro” a alguien que en su otredad y en su alteridad te causa zozobra y temor pues se percibe como un sentimiento de extrañeza que no se está dispuesto a asimilar, como reconocía Mircea Eliade (Le sacré et le profane, Paris: Gallimard, p. 32): "...El primero es el Mundo (es decir, "nuestro mundo"), el Cosmos. El segundo es otro mundo, uno extraño, caótico, poblado de larvas, de demonios, de extranjeros (de extraños)..."
No consideramos que la literatura tenga que dar una respuesta instrumental como antaño pero tampoco el creador, el artista ha de contemplar el mundo como una construcción tautológica de su narcisismo autónomo y libertario. No podemos ser prisioneros de la ideología pero tampoco podemos permanecer ajenos a la sociedad, al ser humano, a sus penalidades y a su zozobra vital por mor de una individualidad sagrada.
Somos conscientes de que cada ser humano es un ser de necesidades que sólo se satisfacen socialmente en relaciones que lo determinan y estas deben orientarse a  fortalecer los mecanismos y las formas organizativas democráticas entre la población. Como decía Simone Weil, “los escritores no tienen, desde luego, por qué convertirse en profesores de moral, pero han de expresar la condición humana (y nada tan esencial como el bien y el mal)”.

Se necesita que la ética vuelva a reconectarse con la estética; que el ser como entidad individual-colectiva vuelva a tener un significado poético antes que científico, un asombro y un misterio antes que una certeza. Para que la condición humana se llegue a realizar como tal exige la ética. En la condición humana está implícita la ética. Ya decía Wittgenstein (Tratado lógico-filosófico) que ética y estética son lo mismo, son uno. Y como reitera el filósofo Eugenio Trías (“Ética y estética”, Isegoría, 25, 2001, p. 170-173), “toda verdadera obra de arte, sea arquitectónica o musical, o sea escultórica, pictórica o literaria, mantiene esa relación compleja y mediata con lo ético. Da cauce expresivo simbólico a lo ético (…) Todo gran arte, sea arquitectónico o musical, escultórico o pictórico, o literario, patentiza dicha promesa a través de recursos simbólicos en los cuales «lo ético» parece resonar. De este modo se halla un vínculo intrínseco que convalidaría el aforismo wittgesteiniano relativo a la «unidad» de la ética y la estética”. Incluso el mismo Kant también había dicho siglos antes que “la belleza era un símbolo moral” en alusión clara a esa relación estética-ética.

No tienen por qué ser incompatibles -como se han visto estas posturas desde los que defienden la autonomía y la dignidad absoluta del escritor (su saber hacer) o el artista- la defensa a ultranza de los valores del humanismo solidario, la preocupación por los destinos de la humanidad o por su miseria con la libertad, la dignidad, la subjetividad o la propiedad. Y, en consecuencia, como dirá E. Lévinas en Humanismo del otro hombre (1972), es necesaria la unidad del ser a toda hora, “el hecho de que los hombres se comprenden, en la penetrabilidad de las culturas, los unos a los otros”. Y esa unidad de ser que apuesta por su universalidad que tanto defiende el HS necesitan de actos que defiendan esa realización de una sociedad en la que se manifieste el sentido único del ser a partir de las necesidades que lo orientan y reciben su sentido.
Frente a este Humanismo Solidario que defiende la unidad profunda de ese ser, de esa humanidad, el compromiso actualizado y la ética en la obra de creación, el conocimiento de la realidad, su capacidad crítica y su rebeldía, el romanticismo cívico, la interculturalidad, la otredad, la alteridad… la fraternidad, ha existido a lo largo de la historia una corriente individualista que se fortalece hoy día con el pensamiento único que trata de adueñarse del mundo en todos los órdenes de la vida. Un individualismo ya antiguo que nace de la “insociable sociabilidad del ser humano (Kant)”, la idea de que la sociabilidad es lo real pero el ideal es la soledad, o de que el hombre se ocupa de los otros solo en apariencia porque en el fondo es egoísta e interesado (Maquiavelo y Hobbes), o que “había que desprenderse de todos los lazos que nos atan al otro” (Montaigne) o que, “a veces el hombre parece bastarse a sí mismo” (La Bruyère) que conduce de nuevo hacia los fascismos o los nacionalismos.
La realidad es que vivimos en sociedad porque es la mejor forma posible, el mejor remedio contra nuestros males y en ella los otros son necesarios para que la virtud pueda manifestarse (Aristóteles) porque el hombre que no necesita a los demás o es un bruto o es un dios.
El otro es mi complementario, necesitamos alcanzar esa completitud final desde nuestra incompletitud inicial, como dirá Todorov en La vida en común. Y esto solo se alcanza desde la defensa de la sociedad, de los grandes valores de los que se ha dotado para vencer esa debilidad inicial y esa soledad. En ella existe una facultad extraordinaria que dota al ser humano de una humanidad innata, su facultad para compartir los sentimientos del otro, como decía A. Smith en The theory of moral sentiments: “El ser humano es radicalmente incompleto, necesita desesperadamente a sus semejantes para forjarse una identidad”.
Finalmente, quiero decir que, como decía Albert Einstein, es necesario no dejar de hacerse preguntas y frente a la uniformidad más atroz, la evasión, el desencanto, el individualismo insolidario, debemos buscar críticamente la solidaridad, la interculturalidad y la esperanza porque, como bien dijo Mario Benedetti: “En otras etapas de riesgo el mundo intelectual supo arreglárselas para enarbolar esperanzas e imaginar salidas que aparecían de antemano condenadas”.



Para citar este ensayo en algún tipo de trabajo:
Francisco Morales Lomas, "Humanismo solidario, compromiso, alteridad y otredad en el siglo XXI"
http://www.moraleslomas.blogspot.com



sábado, 11 de mayo de 2013

HUMANISMO SOLIDARIO EN EL X FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA DE GRANADA





F. Morales Lomas, Pablo García Baena, Remedios Sánchez, José Sarria



LA LITERATURA COMO COMPROMISO: DE CÁNTICO (1947) AL HUMANISMO SOLIDARIO (2013)




F. MORALES LOMAS

(Palabras pronunciadas con motivo del X FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA DE GRANADA en LA LITERATURA COMO COMPROMISO: DE CÁNTICO (1947) AL HUMANISMO SOLIDARIO (2013), en la que participaron también Anthony Geist (Universidad de Washigton), Remedios Sánchez (Universidad de Granada)  y José Sarria (secretario de la ACE-Andalucía y poeta); Facultad de Ciencias de la Educación de Granada, miércoles 8 de mayo de 2013).


UNA APROXIMACIÓN DE ENFOQUE CONTEXTUAL A LA LÍRICA DE CÁNTICO Y JUAN BERNIER


CÁNTICO surge con la fortaleza de la historia de un fracaso con reminiscencias de Guillén y San Juan de la Cruz.
En octubre de 1947, tras la decepción de la candidatura al Premio Adonais (José Hierro lo ganó con Alegría) al que se presentaron sus miembros, surge la revista y el grupo CÁNTICO, formado por Juan Bernier, Ricardo Molina,  Mario López, Julio Aumente, Pablo García Baena, Vicente Núñez y los pintores Miguel del Moral y Ginés Liébana.
Genéricamente podemos afirmar con Luis Antonio de Villena que CÁNTICO representará la opción de una poesía neobarroca, sensorial, bajo el paraguas del esteticismo y el cultivo del leguaje, que conoce las novedades del surrealismo y de la mejor modernidad, “amparados en la tradición simbolista y modernista, en el Gide liberador de Los alimentos terrenales, en el Juan Ramón menos hermético y en parte de la tradición más sensual del 27”. Pero también, como dice Guillermo Carnero “es admirable que la llama de los jóvenes que fundaron CÁNTICO supiera nadar por el agua fría de Garcilaso, de Espadaña, del existencialismo impostado y del mesianismo político”. Y, con más precisión, en palabras de García Baena, en la lírica de CÁNTICO se producía “el ahondamiento en la búsqueda de la palabra justa, a veces desusada pero siempre precisa, el intimismo llevado como experiencia hacia un paganismo carnal que puede retroceder ante el acompasado gregoriano de la penitencia, la recuperación de la imagen y la metáfora, tan desdeñadas por los secos poetas escurialenses de la época. Nada de esto era nuevo pero sí ponía sobre el humilde mantel de hule de los racionamientos el poder deslumbrante de Góngora, el erotismo decadente de los modernistas, el ritmo sugestivo y caudaloso de la Generación del 27. Desoyendo a Ortega los poetas de CÁNTICO hicieron una poesía expresamente impura e intensamente humana, visual, una plenitud armónica de intelecto y sentidos”.

En la primera etapa (1947-1949) publican obras como Aquí en la tierra de Juan Bernier, Las elegías de Sandua,  y Corimbo (1949) de Ricardo Molina y Mientras cantan los pájaros (1948) y Antiguo muchacho (1950)  de Pablo García Baena… Del que yo decía en mi ensayo “La magnitud de lo lingüístico y la emoción interior en las primeras obras de Pablo García Baena” que, “tanto García Baena como otros poetas andaluces de entonces, no se habían adscrito al realismo crítico o «poesía social» ni a la protección de organismos oficiales y, además, vivieron en Andalucía, lejos de los centros de decisión editorial, y, eso, en nuestro país tiene un precio: el silencio”. Todos estos postulados, insiste Villena, justifican que pudieran sentirse como “«fracasados» o al menos periclitados, ante el avance poderoso de la poesía existencial que nació con Hijos de la ira de Dámaso Alonso –por lo demás amigo de CÁNTICO- pero sobre todo por el empuje de lo que se llamó «poesía social»”.  Sin embargo, hay que reconocer en esta primera etapa su conexión con la poesía social de Gabriel Celaya o Victoriano Crémer y, además, fueron los primeros en España que hicieron un número homenaje a Luis Cernuda, exiliado en Reino Unido y México.
Es verdad que, grosso modo, se entendía entonces esta poesía como la búsqueda personal, la introspección en la palabra, la reconciliación con la naturaleza y el rechazo de la retórica tremendista, y muy poco como un humanismo vitalista, como dice Teresa García Galán en su libro Esteticismo como rebeldía: la poética de Pablo García Baena, que les hiciera reconocer la lírica comprometida de Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso y Espadaña.  Y, como insisten los profesores Albert Bensoussan y Claude Le Bigot, “se exhibe una propensión al intimismo, un refinamiento formal que linda con el barroquismo (…), una sensibilidad religiosa”.

Queda a salvo el caso excepcional de Juan Bernier, que, en palabras García Baena, es "el es más social, más terrible, más existencialista, mientras nosotros somos más gongorinos". Una poesía a la que no se le ha dado el mérito que tiene: "Es un poeta desconocido y es un poeta vivo porque todo lo que dice tiene una actualidad tremenda". Y añade: se distingue de la del resto de sus compañeros del grupo CÁNTICO por su carácter social: “Era el menos alambicado en el sentido de que los poetas de CÁNTICO van buscando la estética de la palabra".
En aquel momento en el que en España había una poesía poco adicta al arte por el arte, "el reducto de CÁNTICO sí que hacía una poesía realmente sustanciosa, con musicalidad, emoción, belleza...", dirá Manuel Gahete, y quizás el que más se aleje de esta concepción sea Juan Bernier, que "lanza su palabra a la calle", y era el que tenía "más sentido del mensaje porque sabía que a través de la palabra poética podía acercarse al público". Y añade Gahete: "Tenía un cierto dolor interior, resquemor, que plasma en su poesía, la poesía del hombre que está en la tierra obligado a vivir".

José Sarria, F. Morales Lomas, Remedios Sánchez y Anthony Geist

Su sobrino-nieto, el también poeta Juan Antonio Bernier, afirma que su obra tiene varias facetas; por un lado la hedonista y celebratoria de la vida y por otro la poesía social y de protesta contra la realidad y en defensa de los oprimidos, y sus versos se convierten en una verdadera denuncia contra las injusticias y la hipocresía social como en “Los suplicantes”, cuando dice:

Y acaso no olvidan nada en esta borrachera de aire cortado
donde los harapos vuelan como banderines de la alegría.

O en el poema “Los políticos”:

Los políticos sabios discuten, ríen, viven.
El protocolo ciñe sus vientres de bandas,
el paso es solemne y la engolada voz
manda sobre las trompetas, los tambores, los tanques, los cañones,
y la mecha del átomo en su mano.
Nada podemos hacer; pero nos damos cuenta aquí los hombres.

Se han distinguido en la obra de Bernier dos etapas: una primera (1947-1959) con las obras Aquí en la tierra (1947) y Una voz cualquiera (1959) con su grato valor hímnico y concupiscente, escrita en versículos casi bíblicos a la manera de Dámaso Alonso, marcada por imágenes en cascada y un ritmo paralelístico, donde sorprende la temática social de sus orígenes. Y una segunda etapa (1977-1982) ocupada por Poesía en seis tiempos y El pozo del yo, fácilmente reconocible por un uso más contenido del verso libre y por la moderación retórica.
En cualquier caso es una poesía  estéticamente heterodoxa y homoerótica con una evidente exacerbación del paganismo interiorizado, el sensualismo idólatra y un barroquismo sensorio muy expresivo que conectaría con la poesía arábigo-andaluza medieval en medio de una plétora natural y corpórea, y el grito de la protesta más rubicunda.
Guillermo Carnero en su sutilísimo estudio sobre CÁNTICO sintetiza así sus coordenadas: intimismo, refinamiento formal, búsqueda de la palabra rica y justa, tratamiento vitalista del tema amoroso, potenciación del análisis introspectivo. Existe un epicureísmo hedonista, la exaltación del cuerpo, la añoranza de una mítica Edad de Oro soñada en el paisaje andaluz de Córdoba y Málaga, pero también vitalismo escéptico y una mirada escindida en la compasión del paganismo vital, la sensualidad exacerbada y el rosario de encuentros eróticos, siempre a resguardo de miradas o sospechas en una Córdoba asediada por el qué dirán: "¡Qué lejos hoy de Grecia! Se ha convertido en crimen lo que no es sino diferencia. Como ladrones y asesinos, a este amor y a esta caricia se la conoce en las tinieblas, entre la inquietud y las sombras".


Pablo García Baena escuchando la información de los ponentes 

UN ACERCAMIENTO AL COMPROMISO DE LOS CUARENTA: SARTRE Y L´ENGAGEMENT


En esta misma década que surge el grupo CÁNTICO, en medio de esa coyuntura de los años cuarenta reglados por la posguerra europea y la destrucción de la sociedad, germinan las ideas de Sartre en torno al compromiso literario en ¿Qué es la literatura? (1948). En ella se pregunta sobre la antinomia que desde tiempo inmemorial ha movido a muchos creadores: ¿El escritor debe hacer frente a su mundo interior y vivir ajeno al exterior o lo contrario? Ya Benedetto Croce había realizado una advertencia ante las veleidades de los intelectuales y su identificación con el statu quo. Los criterios de Sartre sobre el intelectual fueron un punto de inflexión en el mundo de la escritura y de la creación. Sostiene que el escritor debe estar implicado y entusiasmado con su tiempo y la literatura que produzca ha de ser comprometida con él. Y hay dos elementos inherentes que supondrían la esencia del compromiso literario sartreano desarrollado más tarde: el conocimiento de una época (la toma de conciencia de la misma como les sucederá tiempo antes a Miguel Hernández o César Vallejo) y su praxis (su actuación en el día a día desde los frentes que ofrece la realidad).
Sartre hablaba así  de una suerte de humanismo vinculado al mundo contemporáneo y también  de una capacidad crítica no exenta de una actuación social que debía estar presente en el intelectual comprometido. En consecuencia, el individuo que está en la raíz y el origen de sí mismo, habría de ser auténtico en su relación con el universo, crítico y vinculado a principios éticos y civiles.
Existían en sus palabras mucho del civismo que había configurado L´Encyclopédie en el siglo XVIII y escritores como D´Alembert, Diderot o Rousseau, remozados con algunas ideas del romanticismo y fraguado con la tragedia que habían creado el nazismo y el fascismo recientes.
No se trata de que la literatura deba diluirse en el marco de la moralidad (lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto) porque si fuera así perdería su esencia creadora. Pero apuntaba en la dirección de que el escritor comprometido debería escribir para sus contemporáneos con ojos presentes y no futuros porque es en la época en la que a cada uno le ha tocado vivir cuando se ha de demostrar su esencia de escritor y su apelación a las musas.
Sartre quiere un intelectual que sea activo y solidario con una clase a la que no pertenece y se convierta en el denunciador de las injusticias y portavoz de los oprimidos. Su visión es antropológica en sí misma: defensa a ultranza del ser humano en sociedad. En esta época se ve como un servicio casi moral. Estamos ante los primeros compases de un existencialismo, de un compromiso que ve más al escritor como una herramienta al servicio del bien de la comunidad. El escritor deja de ser un creador (pierde su entidad individual) para convertirse en un homo faber que disputa el espacio al político y tiene una visión rousseaniana del hecho social cuando no claramente romántica.
Es el momento en que se entiende el arte y la literatura como útiles con los que se produce una disolución del individuo en la comunidad. Y surge con fuerza el discurso del otro. El objetivo es crear un mundo humano desde esa percepción inicial de la libertad del hombre. Dice Sartre: “Pienso que debernos contentarnos con dar esa imagen del mundo a las gentes de esta época, para que puedan reconocerse en ella y que, luego, hagan con ella lo que puedan (…) La literatura tiene una función de realismo, de amplificación, en efecto. Y, además, una función crítica”.

Sin embargo, este valor instrumental del que dotó el compromiso sartreano a la literatura hizo que a lo largo de las décadas siguientes surgieran voces disidentes, las de aquellos que no aceptaban este papel meramente instrumental del escritor y consideraban que el poeta debía volver sobre sí, y mirar de nuevo hacia su interior, hacia su ser como individuo. Y este individualismo creciente, esta privacidad exclusivista en literatura y en arte, se va consolidando a medida que el capitalismo tutela el mundo definitivamente y surge la globalización como instrumento totalizador de control urbi et orbe.
El escritor, el artista, entonces aspiran de nuevo a gobernar la palabra desde su mundo interior, en un narcisismo galopante. Si durante un tiempo, desde la perspectiva de ese espíritu engagé,  el goce estético se había convertido casi en una impiedad cobarde y egoísta,  después renacerá con fuerza en los años setenta y ochenta. Acaso llevados por la idea de que, como decía Ernst Jünger en El autor y la autoría, la invención artística es la liberación del rol establecido en el sujeto.
Se ve por parte de algunos escritores la necesidad de separar la ideología de la literatura. Por ejemplo, Enrique Vila-Matas en El viento ligero en Parma dirá: “La condición existencial del hombre es superior a cualesquiera teorías o especulaciones sobre la vida”. Cree que el ser humano en su individualidad creciente, no significa que se desentienda del rumbo del mundo, pero no se comporta respecto a este como si quisieran aportarle respuestas. Algunos, como Gamoneda, entenderán que la palabra (como por ejemplo la dignificó Mario Benedetti), pierde trascendencia, alcance y significación cuando tiene una valor meramente informativo (así considera los versos de Benedetti), e ignora, disidente de la capacidad de crítica moral que puede tener ese tipo de literatura como la de Benedetti, que para él debe llevarse a cabo en los periódicos, en la televisión y en los púlpitos. Es decir, que aquel compromiso de antaño va perdiendo vigencia, como se demuestra con estos excursos, porque se asocia a una instrumentalización de la voz del escritor, a una literatura moral (que discurre entre el bien y el mal), y su cerrazón en unos límites precisos que le impiden la libertad creadora y su amplitud ilimitada. Se le aplica a esta literatura el título de panfletario. Por eso Paul Auster le dirá a Coetzee: “Has escrito una novela, no un panfleto sobre comportamiento ético”. En esto deriva esa visión del compromiso sartreano en una interpretación panfletaria de la literatura.
Y esa caída de la literatura comprometida en los últimos tiempos se puede comprender a través de estas palabras de Vila-Matas: “Me entretuve en el bar con un colega muy pesado (…) que no paró de hablarme de la cantidad de cosas con las que tenemos que competir los novelistas en el mundo actual, tantas –me decía desesperado ese horrible colega- que se planteaba tirar la toalla, porque hoy en día obtener la atención para una novela es mucho más difícil de lo que antes solía serlo, pues cada vez los escritores debemos convivir con más atracciones y diversiones, crisis económicas, invasiones de países árabes, rivalidades futbolísticas, amenazas para la supervivencia, hambrunas y crímenes horrorosos, podridas bodas reales, terremotos devastadores, trenes que descarrilan y no precisamente en la India… Rearmándome de una sensatez que siempre he detestado, pero que a veces he de rescatar de lo más hondo de mi espíritu para corregir a los idiotas, le expliqué que era monstruoso y absurdo ver como “rivales” a todas esas cosas que me había estado nombrando”.
Ideas que concuerdan con el principio que sostiene los nuevos tiempos: dedícate a tus propios negocios, preocúpate de tu desarrollo interior.


                             José Sarria, F. Morales Lomas, Remedios Sánchez y Anthony Geist

LA RAZÓN DE SER DE UNA NUEVA PROPUESTA ESTÉTICA-ÉTICA: EL HUMANISMO SOLIDARIO


Ante este abandono en los últimos años de ese compromiso y de una actitud ética en literatura, ¿cómo debemos entender el concepto de compromiso creado durante el XX en los albores del nuevo milenio?
Entendemos que el Humanismo Solidario puede ser una remoción, una respuesta nueva del intelectual, del artista… ante el mundo contemporáneo globalizado, una respuesta desde la literatura, desde la obra de arte, en la que sin perder el valor de esta como creación literaria o artística, ofrezca una respuesta comprometida, ética, decidida en la dirección de una nueva visión del hombre y de una nueva visión del intelectual ante las sociedades contemporáneas.
Entendemos que la literatura o la pintura o la escultura no pueden ser instrumentos para cambiar el mundo, pero sí pueden y deben contribuir a estos cambios. Comprendemos que los creadores poseen una autonomía y una dignidad que va contra todo tipo de servilismo o adoctrinamiento. Es algo que vamos a defender siempre, pero tratemos de inculcar a nuestra presencia en la tierra de un nuevo neorromanticismo cívico, que, como afirmaban Habermas y Conche, destaquen el “diálogo humano”, generen la actitud crítica como función esencial de la intelectualidad, defiendan la humanización ante tanta degradación deshumanizadora y entiendan con Brodsky que la estética es la madre de la ética.
Si la literatura en su origen es una respuesta interior al mundo que le toca vivir al ser humano, ¿cómo vamos a permanece ajenos a este? ¿Cómo vamos a mirar hacia otro lado? Cuando se deja traslucir la idea, como Paul Auster, de que la literatura debe abandonar la ética, estamos en el camino perfecto para que el intelectual, el escritor se convierta en un ser perfectamente prescindible (ser sin atributos) o, algo más grave, en un ser perfectamente domesticable y manso.
El Humanismo Solidario lo entendemos como una respuesta del artista, del escritor contemporáneo, ante la situación actual del mundo y la época en que le ha tocado vivir. Se sabe, como decía Todorov, que el intelectual se halla entre el polo de la solidaridad (dirigirse a los otros) y la soledad (su tarea) y para él lo más satisfactorio será alternar ambas posturas, pero siendo consciente de que hay un deber de responsabilidad en él, como en su momento denunción Simone Weil en Cahiers du Sud sobre la responsabilidad de los surrealistas, los dadaístas y otros escritores en el hundimiento de Francia ante la amenaza hitleriana. Claro que existe una responsabilidad del intelectual, una responsabilidad que se siente afectada por la marcha del bien público.
En cada época ha existido la necesidad de crear una nueva educación de la subjetividad que contemple con otros ojos la búsqueda de caminos que den respuestas diversas y adaptadas a los tiempos que nos ha tocado vivir. Tiempos de zozobra e impostura en que la globalización y la despersonalización han creado nuevas formas de dependencia y esclavitud ante las que es indispensable dar respuestas que tengan una consideración sociocultural, literaria, estética, ética, pedagógica y antropológica, como diría Foucault. Se necesita, en definitiva, una reconquista del ser. Hay una urgente necesidad de construir esa nueva subjetividad que le permita superar la crisis existencial en que vive después de que se ha venido abajo el viejo edificio de creencias y doctrinas.
No consideremos que la literatura tenga que dar una respuesta instrumental como antaño pero tampoco el poeta ha de contemplar el mundo como una construcción tautológica de su narcisismo autónomo y libertario. No podemos ser prisioneros de la ideología pero tampoco podemos permanecer ajenos a la sociedad, al ser humano, a sus penalidades y a su zozobra vital por mor de una individualidad sagrada.
Somos conscientes de que cada ser humano es un ser de necesidades que sólo se satisfacen socialmente en relaciones que lo determinan y estas deben orientarse a  fortalecer los mecanismos y las formas organizativas democráticas entre la población. Como decía Simone Weil, “los escritores no tienen, desde luego, por qué convertirse en profesores de moral, pero han de expresar la condición humana (y nada tan esencial como el bien y el mal)”.
Se necesita que la ética vuelva a reconectarse con la estética; que el ser como entidad individual-colectiva vuelva a tener un significado poético antes que científico, un asombro y un misterio antes que una certeza.
No tienen por qué ser incompatibles -como se han visto estas posturas desde los que defienden la autonomía y la dignidad absoluta del escritor (su saber hacer) o el artista- la defensa a ultranza de los valores del humanismo solidario, la preocupación por los destinos de la humanidad o por su miseria con la libertad, la dignidad, la subjetividad o la propiedad. Y, en consecuencia, como dirá E. Lévinas en Humanismo del otro hombre (1972), es necesaria la unidad del ser a toda hora, “el hecho de que los hombres se comprenden, en la penetrabilidad de las culturas, los unos a los otros”. Y esa unidad de ser que apuesta por su universalidad que tanto defiende el HS necesitan de actos que defiendan esa realización de una sociedad en la que se manifieste el sentido único del ser a partir de las necesidades que lo orientan y reciben su sentido.
El público asistente a la mesa redonda

Frente a este Humanismo Solidario que defiende la unidad profunda de ese ser, de esa humanidad, el compromiso actualizado y la ética en la obra de creación, el conocimiento de la realidad, su capacidad crítica y su rebeldía, el romanticismo cívico, la interculturalidad y la otredad… la fraternidad, ha existido a lo largo de la historia una corriente individualista que se fortalece hoy día con el pensamiento único que trata de adueñarse del mundo en todos los órdenes de la vida. Un individualismo ya antiguo que nace de la “insociable sociabilidad del ser humano (Kant)”, la idea de que la sociabilidad es lo real pero el ideal es la soledad, o de que el hombre se ocupa de los otros solo en apariencia porque en el fondo es egoísta e interesado (Maquiavelo y Hobbes), o que “había que desprenderse de todos los lazos que nos atan al otro” (Montaigne) o que, “a veces el hombre parece bastarse a sí mismo” (La Bruyère).
La realidad es que vivimos en sociedad porque es la mejor forma posible, el mejor remedio contra nuestros males y en ella los otros son necesarios para que la virtud pueda manifestarse (Aristóteles) porque el hombre que no necesita a los demás o es un bruto o es un dios.
El otro es mi complementario, necesitamos alcanzar esa completad final desde nuestra incompletad inicial, como dirá Todorov en La vida en común. Y esto solo se alcanza desde la defensa de la sociedad, de los grandes valores de los que se ha dotado para vencer esa debilidad inicial y esa soledad. En ella existe una facultad extraordinaria que dota al ser humano de una humanidada innata, su facultad para compartir los sentimientos del otro, como decía A. Smith en The theory of moral sentiments: “El ser humano es radicalmente incompleto, necesita desesperadamente a sus semejantes para forjarse una identidad”.
Finalmente, quiero decir que, como decía Albert Einstein, es necesario no dejar de hacerse preguntas y frente a la uniformidad más atroz, la evasión, el desencanto, el individualismo insolidario, debemos buscar críticamente la solidaridad, la interculturalidad y la esperanza porque, como bien dijo Mario Benedetti: “En otras etapas de riesgo el mundo intelectual supo arreglárselas para enarbolar esperanzas e imaginar salidas que aparecían de antemano condenadas”.


LOS NUEVE MONSTRUOS DE CÉSAR VALLEJO
Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.
¡Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
¡Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
¡Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar...
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver el pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tánta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.



José Sarria, F. Morales Lomas, Remedios Sánchez y Anthony Geist





sábado, 4 de mayo de 2013

Noche oscura del cuerpo de Francisco Morales Lomas por Pilar Quirosa-Cheyrouze



CELEBRACIÓN DE LA CARNE


“Noche oscura del cuerpo”, de Francisco Morales Lomas.
Ancha del Carmen. Poesía. Área de Cultura del Ayuntamiento de Málaga. 2006.


FOCO SUR. Marzo. Crítica. Poesía. Pilar Quirosa-Cheyrouze


La revolución de los cuerpos y su entrega incontinente, toman juego y forma en este cancionero amoroso, del poeta Francisco Morales Lomas, profesor titular del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga y Presidente de la Asociación Andaluza de Críticos Literarios. Junto con los versos contenidos en el poemario “Eternidad sin nombre”, y conformando un total de ciento y un poemas de amor, Morales Lomas nos remite a un clasicismo vitalista, que encierra una carga de sutil erotismo, embriagado del poder de los sentidos y del canto a la naturaleza toda. Ímpetu y deseo carnal, que bullen en la profunda necesidad de amar, en el contacto y en el enlace de los cuerpos. “Dime que me amas/ Y que se detenga la quimera,/ Dímelo y crucifiquemos el idioma”.
El lirismo se hace pálpito de luz, recreación, con reminiscencia de la poética arábigo andaluza, un puñal atravesando la noche de los tiempos: “Y me siento crecer en un vuelo de agua/ En los rompientes de tus surtidores”. Vergeles y manantiales nacidos para la contemplación y el aliento vital, a través de horizontes de luz, creados para el gozo.
La desnudez de los cuerpos se encamina hacia la libertad del ser, la contemplación de un único Edén surgido para los sentidos, espuma y olas entrelazadas en comunión amorosa, impregnadas desde el mismo instante en que surge el incruento combate del amor. Naturaleza y mujer, paralajes del arte, Venus surgiendo de entre las aguas. “Romanza en el mar/ Y en la tierra, fogata”.
La memoria se nutre de instantes nacidos para el canto. Un espacio para la evocación, senderos surgidos desde el sueño y la realidad, buscando siempre una respuesta, caminando hacia la claridad: “Un abril de jardines”, un eterno espacio para la primavera.
Amar, y después de amar, amar de nuevo. Vencer a la muerte en el íntimo contacto de los cuerpos, en esa batalla amorosa donde el eco de las conquistas se convierte en feliz reclamo para la supervivencia. “Amas y vences,/ Como una guitarra que recoge/ El fragor de los oleajes,/ Los besos ensartan su carne rendida,/ sexo que sabe a menta,/ Miel que resucita la sangre”.
Palabra y carne, puente transitado por inagotables singladuras, donde siempre se regresa. “Tu cuerpo es la palabra./ Hecha carne, el libro de ti”. Espacio abierto, sereno como el gozo, “Para vivir no necesito el mundo:/ Sólo tu palabra de libro abierto”. La transparencia de la luz. La poesía, como esencia. La arcilla de los cuerpos, moldeada por la mano que comparte. Una balada azul, frente a la soledad existencial, frente a los despropósitos, frente el peso absurdo de la historia. Recomenzar en la unión de los cuerpos, profanando el aire con la presencia de las caricias. Y por siempre la esperanza, la eterna celebración de la belleza.

Crítica sobre La última lluvia de F. Morales Lomas por Pilar Quirosa-Cheyrouze


FOCO SUR. CRÍTICA. LIBROS ALMERIENSES. Pilar Quirosa-Cheyrouze. JULIO 09.


ESPACIO LITERARIO

“La última lluvia”, de Francisco Morales Lomas. Ediciones Carena. Poesía. Barcelona, 2009.

El último poemario del escritor y profesor Francisco Morales Lomas, presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, nos lleva a recorrer un tiempo de reflexión. Las siete partes que conforman el libro –Ensenadas, Destino, Tempus horribilis fugit, El sur, Descubrimientos, Las orillas, y El regreso-, están inmersas en un corpus sensitivo que bebe de las fuentes clásicas y de un profundo conocimiento de la génesis literaria universal. Morales Lomas, poeta perteneciente a la llamada Generación de la Transición construye un humanismo solidario que entronca con la realidad de su tiempo, un espacio lleno de claroscuros, donde ha de erigirse, como pilar necesario, el triunfo de la esperanza.

Con una corriente de mediterraneidad, que penetra por los poros de la tierra y la convierte en esencia: “En ti termina el sueño del agua, mi palabra mecida en la tarde”. Un referente poético social que nace de la complicidad y el canto. “Siempre náufragos en el misterio”. En esa corriente que se desborda mientras crece la nieve en el alma, entre complicidades y ausencias, en medio de espacios que se mueven entre la sensualidad y los hallazgos. “Y perseguir las horas con sus estrellas/ y la eternidad con su semilla”.

La vida se mueve en círculos concéntricos y la cosecha de las horas recorre diferentes estancias, “entregados al sueño de lo quieto”, donde tiene lugar el regreso de aquello que, en su día, tuvo un significado, el mismo que fluye para huir del caos y el desconcierto. Con los asombros, junto a la existencia de los cuatro elementos que devienen y arrasan, levedad de la tierra y del ser, “abierta marea que esconde el pétalo/ de la alegría y su frondoso encuentro”.

Luces y sombras que tiñen de claroscuro los momentos vitales. Una línea curva de espejismos y vértigos. Transeúntes perdidos, necesitados de una salida, “Música que lleva yemas de acordes/, de añoranzas compases y el rumor/  del aire cuando crece”. Mientras la sencillez de la naturaleza se abre como ánfora viva, “o la espiga con su fiesta de pan”. Orillas de imágenes y símbolos necesarios, un capítulo de esperanza ante un devenir incierto.


IMÁGENES DE LA ENTREGA DEL XIX PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA 2013 (HUELVA 3 DE MAYO)

LIBROS GANADORES DEL XIX PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA 2013
Posdata de Ángel García López (Ed. Visor), premio de poesía
El escalador congelado de Salvador Gutiérrez Solís (Ed. Destino), premio de narrativa
El chico de la estrellas y otros cuentos de José Lupiáñez (Ed. Port Royal), premio ópera prima de narrativa

María del Mar Alfaro García, viceconsejera de Cultura y  Deporte de la Junta de Andalucía y F. Morales Lomas, presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios junto a las obras ganadoras en primer plano
Francisco Cañadas, Fundación Unciaja, Manuel José de Lara Ródenas, vicerrector de la Universidad de Huelva, Elena Tobar, diputada de Dinamización y Cooperación Sociocultural, María del Mar Alfaro García, viceconsejera de Cultura y Deporte, F. Morales Lomas, presidente de la AAEC, Manuel Gahete, secretario de la AAEC
María del Mar Alfaro, F. Morales Lomas, Manuel Gahete
Elena Tobar, María del Mar Alfaro, F. Morales Lomas, Manuel Gahete, Ángel García López, ganador del XIX Premio Andalucía de la Crítica 2013 (poesía)
Francisco Cañadas, Manuel José de Lara Ródenas, Elena Tobar, María del Mar Alfaro, F. Morales Lomas, Manuel Gahete y Salvador Gutiérrez Solís, ganador del XIX Premio Andalucía de la Crítica 2013 (narrativa)
F. Morales Lomas, Manuel Gahete, Manuel José de Lara Ródenas y Rafael Vargas, escritor homenajeado por la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios
María del Mar Alfaro, F. Morales Lomas, Manuel Gahete y Manuel Moya que hace la loatio de Rafael Vargas en su homenaje

F. Cañadas, Manuel José de Lara Ródenas, Elena Tobar, María del Mar Alfaro, F. Morales Lomas, Manuel Gahete

Personalidades asistentes al acto entre las que se encuentran David Luque, director general del Libro Junta de Andalucía, y Francisco Huelva, escritor y miembro de la Junta Directiva en Huelva de la AAEC


miércoles, 1 de mayo de 2013

POSDATA DE ÁNGEL GARCÍA LÓPEZ POR F. MORALES LOMAS


XIX PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA DE POESÍA 2013




Siempre es de agradecer el esmero que García López pone en el cuidado del lenguaje, en llevar hacia nosotros la culminación de la palabra y, en este caso, mostrarnos la raíz de la gran literatura barroca: el cultivo de un lenguaje elaborado y la introspección en la existencia, en este caso desde la vindicación, el pesimismo, la búsqueda de la autenticidad, la persecución de lo imprescindible y banal, la exaltación de la luz y el culto a lo que nos rodea.
Con Posdata, García López nos muestra las diferentes aristas de la pasión humana y la magnificencia de la perfección literaria en el paisaje velado de la ruina. El poeta acepta la venida expiatoria de la muerte como un acontecimiento cercano, si no deseable, al menos sereno y balsámico. Y surge la voz feroz de un Quevedo para desagraviarnos de las heridas de las viejas batallas. Pero también se crea un veredicto antitético a través de la exaltación de la vida. Libro de añoranza, de despedida, de culmen. Crítico e irónico, pero a la vez tintado de dolorida humanidad. Un libro para la reflexión donde el lenguaje impone su riqueza e intemporalidad.
En Posdata (Visor, Madrid, 2012, XXVI Premio Unicaja de Poesía) García López crea dos visiones distintas que llegan desde las dos partes del poemario: “Prólogo” –mucho más incisiva, crítica, sañuda, encarnizada y afligida- y “Epílogo” –canora, luminosa, evanescente y ágil, aceptadora de la muerte-. Ambas están presididas por un poema prologal sin título pero con una cita de Pavese muy conocida (y barroca en su sentido): “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. En este poema desde la mirada asciende a la belleza, al paisaje que se va configurando como un espacio para la muerte, como un cuerpo que se va cercenando  en su riqueza y gratitud. Y observa esa venida lustral de la muerte como si se tratara de un acontecimiento querido, casi como un amor cercano que nos impacta con su mirada mientras se acerca al libro y lo viste.
En “Prólogo” el poeta, desde la alegoría vida/muerte, se siente en el olvido de sí, luces apagadas y pájaros mudos. Se siente huido, excluido y enervado. Los mediocres son centro de su diana, la gloria literaria y su sarcasmo de ruidos, la desolación y la pérdida, la espesura ruinosa del día después de la muerte, esa sensación de persecución y sombra delatora, como víctima de un odio sin cuartel, flagelándose como un disciplinante y confidente del odio, aunque cálido en la relación con el cuerpo y el deseo. Su entonación gélida, crítica, propicia para el sarcasmo y la rotundidad verbal persigue a través de los endecasílabos blancos la denuncia o la  acusación: “Por eso tu currículo de zote/ admiro en su tamaño desmedido,/ la trágica estulticia de tu obra” (¿A quién se está refiriendo?) y en otro momento: “…Sucio, en la impudicia hoza!/ Nada mejor par encubrir lo ajeno/ que abominar de lo tuyo saben”. Una poesía que nace de la acometida y la contundencia verbal en torno a un tú apostrófico que se convierte en centro quevediano de su ataque: “Nunca contigo se verán mis versos/ -mendigo triste, sastre de zurcidos- y habrás codicia para hacerlos tuyos”. El mejor Quevedo nace de esta lírica feroz y colérica con la que quiere resarcirse de antiguas batallas: “Qué habrá podido perturbar lo obsceno/ de su equilibrio tu insidiosa farsa”.


F. Morales Lomas, Ángel García López y José García Pérez (2 de mayo de 2012, Salón de Actos de la Biblioteca Pública Provincial de Huelva)

El poeta se siente agredido, galeote de alguien que, “solícito enemigo”, imposta el engaño para destruirlo. Alguien poderoso con su cohorte de eunucos, alguien (también escritor) del que destaca sus lerdos escritos. Desde el Barroco no habíamos escuchado con tanta destreza y maestría tales acometidas y furias verbales que hablan de vomitar la insidia, de conciencia ignara o de pestilente prosa abominable.
Sin duda es el poeta envidioso y el prosista pestilente el centro de sus furibundos ataques: “A ocasión tan letal llegó tu verso/ que su hiel se mezcló con los olores/ salidos de los vientres, con agallas/ de peces putrefactos, inmundicias/ de carnes desahuciadas al olfato,/frutas agusanadas junto a heces”. Reconoce su admiración de antaño, sin embargo; pero hoy manifiesta que se siente odiado por él. Es la reacción rabiosa del doliente agredido que se preserva con las mejores galas y no precisamente de difunto.
Son situaciones concretas de la vida cotidiana que se trasladan con primor lingüístico al escrito siempre bajo la férula de lo más abyecto del ser humano, para despedirse con una fina ironía al final, como una especie de última y primorosa estocada: “Lo mismo que otros muchos a ti iguales,/ ten estos versos, que el dolor rezuma,/ como regalo agradecido al tuyo/ de guardarme de ti con el olvido./ Por el bien de que gozo, eternas gracias”.
Muy distinto “Epílogo”. Toda una exaltación, un abrazo poético a la vida, a la muerte y la poesía, a las que sensualmente se halla unido. Ya el poeta se encuentra en su mundo, en sus acciones literarias, en su otro yo con el que comunica su pureza, lejos del oprobio de antaño, embutido directamente en el pasado, la infancia, el paisaje y la naturaleza como horma en la que habita.
Se dulcifica el lenguaje, acuden en cadencias sucesivas otras palabras, otros ojos, otras luces que le inviten a sellar esa putrefacción y fermentación y el verso que tanto lleva la impronta de Juan Ramón Jiménez: “El verso, agua conclusa, abre mi noche./ Cuelga desde el vacío una vía láctea/ de luz desparramada, absorta y muda”. Son meritorios versos que se hacen depositarios de la luz y de la tiniebla, de la sensación de vencimiento y también de la celebración, aunque a veces surja de pronto ese antiguo enemigo y su vileza dibuje algo en el poema.
El tiempo, la contemplación de la noche, la naturaleza…. pueden adueñarse de esos horrores y desnudar para siempre la escombrera de la existencia. Pero hay también una irremisible presencia de la muerte con su versos “largos dedos/ con el tamaño del ciprés”.
Una lírica doliente y exultante que puede ser celebrativa tanto como elegíaca, pero que danza sobre sí con otro atuendo distinto, con un ritmo muy diferente en el que la vida se halla presente en toda su dimensión: “Tan milagrosa cada instante, puede/ se final, acabarse, ser camino/ de esa nada que a ella exige llegue”. Hay un tiempo que parece finito, que se acepta en su finitud de sombra y al que mira como se contempla una casa vacía o se pasea por el mundo cuando donde ya nada hay por descubrir. Existe una introspección de muerte, un temblor de espíritu herido y cansado para el que el verso fue la eterna vida pero la palabra ya está presta al silencio. Versos de un hombre que percibe cercana la muerte y en su hermoso clasicismo la contempla desde la cercanía del escrito, a veces culto, otras solemne: “Cese el escrito, como mudo exvoto,/ del humo en lo fugaz sólo memoria”.
Hermosos versos en los que la palabra rendida y complacida siempre vence el  tránsito finis mundi.
(También en la siguiente dirección de Papel Literario: http://www.diariolatorre.es/typo1/index.php?id=269&tx_ttnews%5Btt_news%5D=5810&tx_ttnews%5BbackPid%5D=958&cHash=1031dff922)

La creación literaria y el escritor

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