martes, 30 de junio de 2009

LA NARRATIVA DE LA LIBERTAD DE RAFAEL BALLESTEROS POR F. MORALES LOMAS



Desde su inicio he seguido con interés el surgimiento de la narrativa de Rafael Ballesteros. Menos conocido como narrador, sí es ampliamente reconocido en el ámbito de la lírica y miembro destacado de la Generación del 60 junto a Félix Grande, Antonio Hernández, Manuel Vázquez Montalbán, A. García López o Rafael Pérez Estrada.







Sin embargo, su obra narrativa no va a la zaga de su obra poética. Decía Ballesteros hace un tiempo en su presentación en Málaga de su última gran saga novelesca, La muerte tiene la cara azul (RD Editores, Sevilla, 2009), que fue Pérez Estrada el instigador de esa labor narrativa, pues hasta entonces no se lo había planteado. Sus últimos títulos revelan a un escritor completo, múltiple y heterodoxo (como lo era en su poesía) que no se sostiene sobre el discurso narrativo al uso e inventa su propio mundo novelesco.
Precisamente La muerte tiene la cara azul (cinco novelas) es fiel reflejo de ese mundo personal y sugestivo de la narrativa de Ballesteros. Se trata de cinco novelas que, publicadas en un solo volumen, abordan el tema dilatado y fascinante de la libertad. Se sitúan en momentos determinados de nuestra historia pero los acontecimientos históricos son sólo un pretexto para abordar desde múltiples perspectivas el tentador tema de la represión, la libertad, la traición y los afectos en el magma de la lucha por la vida y por encontrar una solución a los conflictos vitales. Ballesteros no escribe novela histórica en La muerte tiene la cara azul, aunque los elementos históricos sean inherentes a estas cinco obras. Pero, desde el punto de vista teórico, el concepto de novela histórica no surge como tal en ella por razones diversas que no vienen al caso, entre otras, y fundamental, la no voluntad del escritor de hacer revisión histórica alguna o plantear una novela bajo el supuesto inicial de los acontecimientos históricos. En consecuencia, conviene establecer este principio rector ab initio para no confundir al lector.


Ballesteros tampoco escribe en La muerte tiene la cara azul novelas panfletarias y antinómicas donde los buenos son siempre perseguidos y los malvados lo son con inquina, novelas de las que tanto se abusó en los años 50, novelas de muchas berzas y otros productos agropecuarios. Ballesteros no escribe una novela ideológica con la que quiera reivindicar el socialismo militante que, tampoco estaría mal, por su condición de político que ha tenido un importante papel en la historia española reciente.
Ballesteros no escribe al dictado de nadie ni de nada. No escribe por defender ideas (aunque evidentemente las defiende, si bien éste no sea el objetivo sustancial) ni por crear desde la narrativa un discurso ensayístico. Esa tendencia que existe actualmente en muchas novelas seudohistóricas en las que los escritores pretenden hacer periodismo-ensayo-narrativa en un batiburrillo muy aceptado por los lectores (a esto se le llama hoy posmodernidad, o algo así). Ahora bien, esto no quiere decir que llegado el caso muestre su visión sobre la ideología con una claridad meridiana: “Aquel que no tiene ideas políticas ni sabe defender su dignidad, no es verdaderamente una persona ni nunca llegará a serlo. El que carece de ideología, ni tiene cabeza ni tiene corazón; y el que no sabe defender con orgullo su sitio en el mundo, lleva una vida vacía, sin fundamento” (p. 168). Si el lector osa caminar por los vericuetos de las cinco novelas que conforman La muerte tiene la cara azul se va a encontrar con una gran sorpresa. Ballesteros ha querido crear la novela de los seres humanos en conflicto, de seres humanos dotados de esa trascendencia por haber nacido, en consecuencia, que pueden amar, fornicar, crear u odiar, traicionar o dar la vida por un ideal o por una delación o por un quítame allá esas pajas. Es decir, el ser humano en su estado puro, con sus veleidades fascistas, con su bondad, con su enamoramiento y con su deseo de seguir viviendo en libertad.


Más que una novela de personajes, ha querido construir una novela de personas. Y, más que una novela histórica, una historia de personajes en un ámbito temporal dominado por la falta de libertad y la traición, en donde esté presente lo solidario o la capacidad de sacrificio, el odio, el amor o la felonía, muy relevante en todas las obras. Uno de los grandes aciertos de esta obra, llena sin duda de ellos, es el uso del diálogo. Las cinco novelas se sostienen sobre él. Siempre se ha dicho, y yo así lo creo, que uno de los novelistas que mejores diálogos ha creado en la narrativa española contemporánea ha sido José María Vaz de Soto. Los diálogos de Vaz de Soto son densos en el pensamiento y forman parte de la psicología y del psicoanálisis. Son diálogos que sostienen a las novelas por su profundidad y multiplicidad. Los diálogos de Rafael Ballesteros son profundos y certeros, crean un mundo propio y trascendente pero de modo muy diferente a los de Vaz de Soto, pues nacen de sus silencios y de la proyección de su capacidad simbólica, de su capacidad para sugerir, de su brevedad, de su contención, de su normalidad con aspiración a la trascendencia discursiva. Es como si Ballesteros hubiese querido normalizar los diálogos en ese afán de bajar a los personajes de su cascarilla de héroes a su humanidad de personas, a su condición de seres humanos.
Era muy fácil, tomando la perspectiva del propósito final de la obra, la libertad, urdir diálogos trascendentes, «interesantísimos», pero no, ha querido trascender el momento sino plantear el acto en sí de la creación desde la perspectiva de los regidores de ésta, personas anónimas, personas del pueblo, personas ajenas al runrún de la historia pero verdaderos constructores de ella. Decía en este sentido el escritor que uno de los elementos que ha querido destacar es el valor de muchas personas, la entrega de esa gente austera y sencilla que sabe que su nombre no va a pasar a la historia, pero también dejar de manifiesto la superación del dolor, el sentido del perdón... De ahí su voluntad de no crear personajes históricos sino anónimos, en una línea similar a Paz en la guerra de Miguel de Unamuno.

Foto publicada por Diario Sur




Por tanto, no podía hacer otra cosa, para darle más verosimilitud a su obra y no llenarla de literatura vacua o de palabrería efectista, que crear diálogos pequeños, exiguos, diálogos tenues, diálogos que sugieren más que dicen, que casi invitan a cumplir la función fática más que a adentrarse por la poética...; en definitiva, diálogos de personas normales, diálogos normalizados. Y es que las personas normales habitualmente no se dedican a hacer discursos trascendentes, no hablan “imprescindiblemente” porque no se consideran como tales, aunque en un momento determinado lo sean, o porque tampoco desean ser considerados como pedantes, y perder en consecuencia el efecto de la creación. No hay pedantería en los diálogos de Ballesteros, esa falsa creación novelesca, sino cotidianidad, cercanía..., seres que en su pequeñez, en sus menudas cosas, en sus hechos vulgares se ramifican y extienden el momento vivido. Gracias a sus diálogos se intuyen las intrigas, las pasiones solapadas, las traiciones evidentes o las contradicciones vitales. Repito, un gran acierto creativo.



La muerte tiene la cara azul es un ciclo narrativo que está ubicado en Málaga y provincia, que adquiere de este modo un valor como espacio narrativo y sigue en la línea de tantas novelas que están construyendo Málaga como espacio novelesco, algo inédito en los años ochenta. En esta obra ha estado inmerso durante quince años bajo el salvaguarda de la libertad y su lucha en una España que conoce muy bien los entresijos de la misma desde que “indiciariamente” surgiera la emblemática figura de Torrijos, uno de los luchadores por la promulgación de los principios rectores de la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad. En este proyecto ya había aparecido hace unos años, adelantándose a los demás, La imparcialidad del viento, uno de los cinco libros de La muerte tiene la cara azul, pero las otras cuatro obras son novedades. La imparcialidad del viento está en el bloque cuatro, centrado en los últimos meses de la vida de Franco y llega hasta el año 1977.



Las otras obras llevan por título: El peligro de la libertad, que tiene como protagonista a un joven que nos recuerda mucho a Gabriel Araceli de la novela Trafalgar de B. Pérez Galdós (de hecho, en la última novela Miss Damiani, el narrador refiere que entre los libros que leía Cetme estaban los Episodios Nacionales de Galdós, p. 683), a Robert Boyd y, en menor medida a Torrijos. Es la novela más alejada del resto del grupo narrativo que se insertaría en la inmediata posguerra española hasta finales de la década de los setenta.
Esta disposición temporal puede producir en el lector ciertas dudas o, al menos, hacerle que se plantee la siguiente pregunta: ¿por qué este lapso de tiempo entre los acontecimientos de la primera novela, del intento de restablecer la Constitución de 1812, la represión de Fernando VII, y los acontecimientos de la inmediata posguerra en las otras novelas? ¿Qué le ha llevado al escritor a este gran salto histórico? ¿Cuáles son las razones? Evidentemente existe una voluntad de no crear enlaces históricos y de ahí el salto, sino sensaciones humanas, perspectivas y conceptos sobre el entendimiento o no de la libertad en momentos determinados de la historia española. Aunque es verdad que la época franquista es la más extensa, tiene su razón de ser porque está inmersa en el propio conocimiento del autor, en la cercanía y en visión más personal. Esto permite decir que la primera obra, El peligro de la libertad, es más literaria que el resto. Se sustenta sobre un sustrato retórico más evidente y, en consecuencia más novelesco, aunque igual de creíble que el resto porque Ballesteros ha sabido perfectamente aclimatarse a la época y, sobre todo, a los condicionamientos del protagonista y su desarrollo personal tanto como a sus ideales.
Las otras obras son: Rencor de hiena, que desarrolla el triunfo del golpe militar de Franco y la huida de muchos a los montes de Málaga; Verás el sol, la historia de la guerrilla en la Axarquía y Málaga; La imparcialidad del viento, la visión de una anarquista y su voluntad de hacer la revolución; y Miss Damiáni, historia de traición y venganza bajo el diapasón de los afectos pasionales.



El peligro de la libertad está dedicada a todas las mujeres luchadoras y valientes, aunque, curiosamente, no hay ninguna mujer protagonista de la acción. Desde la tercera persona omnisciente el narrador se centra en el intento de Torrijos en 1830 de desembarcar en Málaga e iniciar la revuelta contra la represión de Fernando VII. Con cierto aire de misterio e indeterminación, de modo que el lector quede preso de la singladura, surge esta figura un tanto huidiza, nebulosa y emblemática del militar Torrijos. Santa Olalla lo conduce a un refugio y regresa al día siguiente con los cuatro a los que espera Ángel. Ha transcurrido un año y surge de pronto la figura alegórica de Miguel Laín, y su hermano Juan, que reciben el encargo de llevar un rulo de cartón al general Torrijos de parte del capitán Tarifa.
Desde este momento Miguel Laín comienza a adquirir los emblemas de protagonista de la obra, persona del pueblo, joven, idealista, y sobre el que se enganchan todos los paradigmas de la libertad, definidos como aquello que se lleva en el corazón, “¡Es como volar!” (p. 40), dirá Chili. Pero también en otro momento es definido Miguel como “valiente y generoso”, dos rasgos especialmente destacados por Ballesteros para el que el polo opuesto, evidentemente, es la traición, muy reflejada en esta singladura novelesca. Estos elementos serán también determinantes en la figura de Cetme (en Miss Damiani) o en El Zagal (en Rencor de hiena).



El general encarga una misión a Miguel Laín: llevar una carta y un mensaje sobre cuándo se debe comenzar la acción, pero Tarifa ha sido traicionado por Velarde y aparece la figura soñadora de Robert Boyd, que intenta enseñar a Miguel a jugar al ajedrez pero sobre todo destaca de él algo fundamental: “¡Ay, Miguel Laín! ¡Llevas fuego en la mirada!¡El fuego que tienen los españoles en el corazón!” (p. 55). Miguel se traslada a Antequera (para entregar una carta a Diego Beltrán) y a Rute (a ver a Pedro Tou) para seguir su misión. La sensación de angustia y misterio se va apoderando del relato. Sin embargo, los dos han sido delatados. El capítulo VI desarrolla la historia 12 años años después (en 1943), Miguel Laín ahora tiene veintiséis años y regresa a su casa, adonde han muerto sus padres y queda su hermano Juan con el que dialoga. Es una parte sentimental y memorial en la que se pregunta el narrador: “¿De qué materia está hecha la pesadumbre de los corazones? ¿De dónde esta inquietud interior, esta ansiedad sin saber por qué, esta angustia sin razón y sin destino? ¿Por qué este remordimiento, esta sequedad del espíritu, esta inclemencia vivida cada hora por dentro del corazón, sin querella alguna, sólo con alentar?” (p. 103). Un conjunto sí, esta vez sí, de reflexiones cargadas de lirismo y gran eficacia vital en torno a la existencia, el mundo y las respuestas del hombre, una página, la 104, que adquiere un enorme valor como discurso antológico y literario, en la que se reafirma el escritor en que “el hombre no tiene respuesta para ninguna cosa, ignora todo lo que realmente quiere saber y la desazón del mundo le acompaña”. Un discurso pesimista que enlaza directamente con otras reflexiones, pocas, es verdad, sobre la circunstancia vital, que tanto efecto crearon en la narrativa existencialista de los cuarenta y cincuenta en la línea de Jean Paul Sartre, su mujer, Simone de Beauvoir o Albert Camus. En los capítulos VIII, IX y X de nuevo se produce un analepsis y nos situamos en el año 1831, cuando nace la traición de González Moreno y el encarcelamiento de los conjurados con los acontecimientos que tuvieron lugar en torno a esas fechas: “Y allí estaban aquellos traidores. Aquellos perjuros, aquellos renegados, delatores. Aquellos desleales, miserables, cobardes, que habían jurado levantarse contra la tiranía, estar dispuestos a morir por las libertades” (p. 125). Se recoge la última carta de Torrijos el 11 de diciembre de 1831, dirigida a su amada Luisa, en donde reconoce que decidió “ser víctima por salvar a los demás” y considera que “esta vida es mísera y pasajera” (p. 138). Y otra carta de Chili en donde le advierte a Miguel Laín de los traidoresEl capítulo XI, que cierra el libro, es de nuevo un salto temporal hacia delante, año 1845, en el que se pretende crear un canto a la memoria de los enterrados.
Una novela sentimental, en donde se aborda la relación entre la traición y los afectos, los ideales que perviven por encima de los individuos (o pese a ellos) y en la que Ballesteros ha querido hacer una instantánea de un momento en que la traición venció a la libertad (la otra gran antítesis de ésta, acaso otro paradigma). Una novela bien organizada con esos juegos temporales de ida hacia atrás y hacia delante, y la idea fija de que, como dijo Torrijos, “en la verdad entra siempre el corazón. La verdad es lo que se ve y lo que se sueña. Una mezcla viva” (p. 20).



Rencor de hiena, su segundo libro, transcurre en la más inmediata posguerra. Título muy sugestivo porque en él se encarna el desprecio hacia un animal carroñero y la vindicación como expresión máxima del resentimiento. Momento de represión en el que los que defienden ideas contrarias al régimen dictatorial deben huir al monte para evitar la muerte o esconderse de por vida: “Sé lo que es huir... Conozco el frío del miedo... Sin embargo, sé que a la hora de morir yo moriré de cara. Y que mis ojos estarán abiertos cuando los de la muerte me miren fijamente”. Toda una declaración de principios al comienzo de la novela en la voz en primera persona del Zagal, uno de los protagonistas de la obra.
Aunque su conexión con la novela precedente sólo tiene sentido bajo el paraguas de las ideas a las que aludíamos anteriormente, el canto a la libertad, en cierto modo Ballesteros intenta una conexión con El peligro de la libertad a través de la voz del maestro, el Zagal, cuando dice: “Y yo leyendo en paz mientras sigue la guerra en el mundo, a la busca, entre las vidas de hombres valerosos, Torrijos, Robert Boyd, de algún espacio, por pequeño que fuera...” (p. 252). Una reflexión traída por los pelos pero que tiene el sentido de crear una visión única en torno al sujeto libertad.
La novela se construye sobre dos estructuras narrativas que continuamente se intercambian y coincidirán hacia el final: el monólogo interior en cursiva que mantiene el Zagal en primera persona, un huido de la represión, y el diálogo que crean el resto de los personajes en un pueblo donde la Guardia Civil, aliada con la Iglesia, se encarga de llevar a cabo su atroz escarmiento.
Esta dicotomía permite adentrarnos en una novela coral en la que los perdedores sienten en sus carnes la represión de los ganadores en formas diversas, bien a través de la violación, bien a través de la muerte, bien a través de la tortura. Y, de este modo, la novela se construye bajo la férula de las dos Españas en torno a los represores: el sargento de la Guardia Civil, Nevot; el cura Fermín; el diputado de la CEDA, Pepe Egea; Aguayo, Juan Tronío, Damianito Topete, Urdiales, números de la Guardia Civil... Y los perseguidos: el maestro, el Zagal (con el valor simbólico que proyecta por cuanto la dictadura llevó a cabo un exterminio sistemático de la inteligencia y los que tenían en su mano la labor de la pedagogía, la educación y las ideas, los maestros); la madre del Zagal, Amalia González Rendín, vilmente asesinada al negarse a confesar donde está su hijo; Anselmo (padre del Zagal); Pepa María (violada por la Guardia Civil), Bernabé (huido a la sierra), Amalita (el amor del Zagal), Silverio (ahorcado por la Guardia Civil), los huidos a la sierra...
El componente idealista, que en la novela anterior estaba en boca de Miguel Laín, ahora está en la del Zagal, que sostiene la bondad de la palabra como cauce para la exaltación del corazón, lugar donde residen todos los esfuerzos para configurar la defensa y la búsqueda de la libertad: “Estaba segura de que las buenas ideas, las que podían realmente cambiar la vida del mundo, exigían palabras altas y hermosas, grandes certezas en el corazón, una determinación de hierro y la voluntad firme de morir por ellas”. Así el discurso ideológico profundo, denso y lírico lo lleva a cabo el Zagal, con el que está identificado claramente el narrador. Entre sus ideas podemos señalar las siguientes: sobre los sueños: “El hombre que no sueña es como un animal (...) El hombre que no sueña no vive”; sobre la lectura: “Porque tener los ojos abiertos sólo te enseña para vivir en este pueblo, pero los libros te enseñan para vivir en el mundo” (p. 184); la fortaleza para seguir luchando: “Nunca os deis por vencidos. Demostrad la trabazón del fuerte, la constancia del poderoso y la sed, al mismo tiempo, la evidencia del brío que otorga la razón, el testimonio vivo del vigor y la solidez que encierran los grandes corazones” (p. 206);
Existe una continuidad narrativa y un proceso constructivo apoyado sobre el juego temporal del diapasón de ir hacia atrás y hacia delante creando una situación envolvente en la que lo único indiscutible es que los perseguidos están condenados a seguir siéndolo o a morir. No hay otra escapatoria. Se produce una sensación agónica en la que la lucha por la libertad es un ideal condenado al fracaso, a la huida.
La situación inicial surge cuando la Guardia Civil busca al Zagal, interrogan a su madre, Amalia, y como no confiesa la detienen, tras torturarla. La muerte terrible de Miguelín ante el cinismo de Urdiales, la violación de Pepa María por Juan Tronío y Damianito, la comunicación que lleva Silverio a Bernabé indicándole los violadores de su hermana, algunos lances en la sierra, el asesinato del cura por Bernabé, la vuelta al pueblo del Zagal y el encuentro con su amada... Pero junto a ello la pasión desenfrenada y erótica como un símbolo vital, tanto del Zagal por Amalita como de Juan Tronío por Pepa María. Un contraste sugestivo puesto de manifiesto por el escritor que de este modo configura las entrañas del ser humano, que se mueve entre las tres palabras puestas en solfa por Miguel Hernández en su poema: Vida, amor y muerte.
Novela por momentos cruel, dura, terrible, y otros idealista, reflexiva, tierna, que no impide ofrecer una visión demoledora y extrema del ser humano.

Verás el sol es el tercer libro, organizado en veintidós capítulos breves. Se centra tanto en las guerrillas urbanas en Málaga (los intríngulis de su organización y los problemas para ello) y las guerrillas rurales en la Axarquía, aunque en menor medida.
Uno de los protagonistas es Antonio el Seco, que llega a Málaga con la intención de organizar la guerrilla. Le ayuda la Sota. Se reúne con el Pasmao y El Faldero. Preparan un atraco con el que poder tener algunos medios económicos para organizar sus actos (hecho similar a La imparcilalidad del viento). Encuentra a la Ramona. Se tropieza con Pinto, que se hace pasar por Primo de la Sota y con la Mora, que le gusta al Seco aunque ésta le para los pies: “Seco, tú serás el jefe de mis ideas pero no eres el dueño de mi cuerpo. La dueña de mi cuerpo soy yo”. En el capítulo 7 aparece un jefe, Reverte, que será el que a partir de ahora dará las órdenes mandatado por el PCE. Llegan a Vélez para organizar actos de sabotaje... y suben al monte para reunirse con Granao y otros. Se produce un enfrentamiento entre el Seco y Reverte porque éste ha decidido enviarlo a la sierra. Se encuentra allí con Parallá, el de Luis... Regresa a Málaga y la Guardia Civil le hace una encerrona de la que sale herido y lo detienen, lo torturan y él promete colaboración, delatando a Reverte, que sentirá la persecución de la Guardia Civil que también lo detiene. Los matan.
El argumento busca detenerse por un momento en esos actos de organización, las diversas formas de evitar la represión y la permanente huida y la ocultación ante la realidad que les ha tocado vivir.
Ahora bien, cuando el Seco imagina o sueña el relato se desarrolla en cursiva y aparecen acontecimientos anteriores de su vida personal, en realidad un monólogo interior bastante similar al que desarrollaba el Zagal en la novela anterior. En éste el Seco muestra otra faceta más personal en torno a su abuela y su padre, y una muerte extraña de éste. En estos acontecimientos la acción se sitúa en momentos anteriores al desarrollo de los hechos creándose así un elemento de unión con acontecimientos relevantes como “la desbandá” de Málaga y otros.
Abundan las descripciones y las calles y plazas de Málaga, pero es siempre el diálogo el elemento determinante así como la búsqueda de la libertad como elemento recurrente y los peligros para conseguirla. El amor y el erotismo, inherente a la historia anterior, también surge en ésta con fuerza y como elemento que ofrece a los personajes la otra cara de la existencia.

La imparcialidad del viento es el cuarto libro, una novela sincrética pues participa de varios componentes novelescos que la entroncan con la novela de intriga, policíaca, negra, pero también con la novela de corte existencial y tendente a la conformación de una serie de principios que purifican las entrañas de la narración y crean un espacio para la reflexión y el sentimiento profundo, incluso la sentimentalidad, en determinados momentos, y de corte político y ambientada en la Barcelona de 1975-1977, que tiene como protagonista a un anarquista, Rancho.
Está dotada de una gran agilidad y de una escrupulosa negación de los componentes que retardan la acción. Además el lenguaje popular y, a veces, jergal la dota de una verosimilitud trascendente. Ballesteros apuesta por una novela básicamente dialogada, como en las anteriores, lo que permite una sistematización, el diálogo raudo, ligero, con un valor de funcionalidad (al menos en gran parte de su recorrido) y un gran dinamismo que va en consonancia con una mayor humanidad y preponderancia del elemento oral sobre el puramente narrativo-descriptivo. Pero también acierta con unas oraciones breves o, cuando no, con la abundancia de la yuxtaposición y la parataxis. Cuando no es así, los componentes narrativos están en función directa de los acontecimientos que son los que marcan el ritmo de la novela. Este hecho crea ya un principio estético, pero también es un componente que va en la misma dirección de la novela y de los personajes que están dotados fundamentalmente para la acción y no para la parsimonia proustiana. Lo que le interesa a Ballesteros es contar una historia y que el lector aprenda algo. Lo que nos lleva a hablar también de una novela de pensamiento pues se produce un análisis de la sociedad a la vez que una trascendentalización del discurso individual.
La historia de Rancho, un anarquista atracador de bancos, a priori podría convertirse en una novela política escrita por un político (y Rafael Ballesteros lo ha sido y lo es) que conoce bien el oficio, pero Ballesteros está dispuesto a sorprendernos constantemente y a negar aquello que el prejuicio del lector crea. Rancho es una persona que vive un proceso de conformación desde el atraco inicial hasta su final, que no desvelamos para mantener la intriga que posee la obra. Nos interesa la gestación de los acontecimientos, su estancia en la cárcel, la relación con el grupo, la situación familiar, sus amores y los fantasmas que aparecen, alientan pasiones y traiciones, y generan una expectación compartida. Pero Rancho es una persona que desde el principio adquiere una especial simpatía para el lector (un misterio, le dice en un momento Ruzafa, pero también una persona que sabe escuchar), que lo cree con un enorme poder de seducción en su bonhomía y en su componente idealista, y más parece espíritu rousseauniano que personaje del siglo XX. Rancho cree en las ideas y en las personas, pero tarde se da cuenta que no sucede así con el mundo en torno. De ahí la "imparcialidad del viento".
La novela está organizada linealmente en quince capítulos con un título simbólico en cada uno de ellos. Aunque el narrador es una tercera persona omnisciente, a veces se emplea la primera y la segunda personas narrativas, e incluso los personajes (presentados con su nombre), exponen su pensamiento en estilo directo. En el primer capítulo Cetme, Bandolé, Rancho (románticos de la calle) llevan a cabo un atraco. A partir de aquí el lector va conociendo el entramado clandestino de la organización. Sixto ordena a Rancho (que es un mero ejecutor idealista) la orden de matar a alguien en París. Se produce el encuentro con Oddé y el conocimiento de una traición, de la existencia en la organización de un topo. Mientras viaja en el tren Rancho es detenido y piensa que su trabajo es saber lo que ellos saben. La crueldad de los interrogatorios y la tortura se sucede, y por momentos la novela adquiere tintes neoxpresionistas.
Desde el capítulo séptimo, "Modelo marrón", que ingresa en prisión hasta el decimotercero, "Ya no sé pensar", en que lo hallamos fuera, transcurren un centenar de páginas que son el grueso de la narración y la conformación del eje paradigmático de la novela donde se sustancia la base intelectual de la obra. El tiempo se detiene, el espacio se condensa y sólo cabe el discurrir del diálogo, a veces del breve monólogo de los personajes. Junto a Rancho encontramos en la cárcel a Ruzafa, Morón, Doménech, Zarra, Temple, Pedrosimón, etc. Rancho confiesa que habló tras ser torturado, en cambio Ruzafa, que va de duro y luchador, dice que sólo en "la acción el hombre hace y se hace humanidad, es grupo", refiere pormenorizadamente su historia y niega que haya hablado: "Rancho, cuando lo detenían se empalmaban y en los interrogatorios, se empalmaban, les pegaban y ellos empalmados, Rancho... y otros, que hablaban sin parar, sin parar, le preguntaran lo que le preguntaran, le pegaran, lo patearan en el suelo..." El lector sabrá que el Mami fue quien traicionó a Rancho e irá reconstruyendo a través de la analepsis que lleva a cabo el narrador la historia de cada uno de ellos: una de las digresiones más extensas hace referencia a la muerte de Peiró.
En los últimos capítulos el monólogo interior adquiere presencia y fundamentación frente al diálogo que hasta ahora había sido omnímodo, hecho que le sirve al lector para conocer el pensamiento trascendente de Rancho y el valor que le da al grupo: "Lo colectivo siempre es lo más. Siempre un grupo es más fuerte que el poderoso". El encuentro con Illa le servirá para conocer la magnitud del amor de la mujer hacia Ruzafa y con su madre el valor de la ternura. El sentimiento con tendencia hacia el sentimentalismo adquiere una dosis componencial trascendente al final. Rancho se ha ido transformando durante este tiempo, ha conocido el concepto de humanidad y se ha enseñado a perdonar, se ha convertido, como decía Ruzafa, en un sentimental, en un merengue. Y cuando todo parecía concluso, el último capítulo coge un poco a trasmano al lector y crea una precipitación en el proceso de gestación de la dinámica narrativa que se rompe abruptamente con uno de los miembros del grupo.









La última obra es Miss Damiani, una continuación, en cierto modo de La imparcialidad del viento en cuanto a la existencia de personajes que le dan continuidad pero con una presencia diferente del espacio narrativo.
Aunque el diálogo persiste con fuerza, adquiere una importancia fundamental el monólogo interior que lleva a cabo en primera persona, Cetme, uno de los personajes de la novela anterior, que trata de vengar la traición de Rancho intentando darle muerte. En tanto esto sucede (como así será al final de la obra), reconstruye su existencia, su origen andaluz, su trabajo de joven en los olivares, la muerte del padre, las bromas de la mili... Cetme habla también de su vida en Barcelona y los acontecimientos en torno a Bandolé y Rancho, los atracos para conseguir fondos para la lucha... A través de ésta nos damos cuenta de que Cetme es un hombre de principios, riguroso, serio en lo que cree, incapaz al desaliento y con una gran pasión y empeño en todo lo que intenta llevar a cabo en la vida. Pero también es valeroso y decidido.
Todo ello tendrá una importancia relativa hasta que encuentre a su vecina Tona, la mujer casada que lo hará enloquecer con sus perversiones. La pasión amorosa será junto a la venganza por la traición los dos elementos que configuren a partir de este momento su existencia: “La antigua y única pasión de mi vida que era la de vengarme de Rancho, se añadió otra, viva, rondándome todo el día en mi pensamiento: tenerla, tocar su cintura carnosa, acariciar su vientre pleno, morderle la boca, hasta que la convertí en mi pasión diaria, el contrapeso de mi soledad y mi abandono” (p. 685).
A medida que va avanzando la narración de modo zigzagueante entre el pasado y el presente, la reconstrucción sentimental de la memoria y sus dos pasiones actuales, la venganza y el erotismo, sabemos que sus padres, como tantos españoles en su momento, emigraron a Barcelona desde su pueblo, Antequera. Junto a su madre y su padre irá su hermana, que un día desaparecerá con el mago Tarik por enfrentamientos con el padre que no se adapta a las nuevas costumbres y ya no volverá a verla nunca más.
Hay un componente sentimental evidente en esa ida hacia un lugar extraño, la pérdida de raíces y la vida en otro lugar: “Notaba que había entrado en mi casa una tormenta muy fuerte que había puesto la familia y la casa en ruinas” (p. 730). En determinados momentos se observa la pasión sentimental hacia su hermana, Miss Damiani, nombre con el que se la conocía en sus actuaciones con el mago Tarik que le tiraba los cuchillos que se clavaban cerca de su cuerpo, y la construcción de esa historia que por momentos casi conecta en la pasión con la de Tona creándose unos extraños vasos comunicantes casi incestuosos.
Junto a estos personajes Bandolé es el corderillo inocente, lo mismo que el marido de Tona, Inqui, una buena persona, un pobre hombre, al que su perversa mujer le es infiel con Cetme. De hecho, tras saberlo, lejos de la reacción habitual en estos casos de indignación y venganza, es comprensible y no reacciona, esperando que Cetme le pida perdón aunque su mujer vuelva a las andadas inmediatamente.
Como todas las novelas que tienen como componente el monólogo interior es una novela-río que está, no obstante, bien controlada en aspectos esenciales que impiden convertir la intensidad de las pasiones en lo contrario. Cetme se mueve entre ellas: la pasión de la venganza, la pasión sexual y la pasión filial. Una historia de pasiones para configurar la extraña sinfonía de la traición como elemento último y simbólico en el devenir y la conquista de la libertad.
Quizá sea ésta en la que la trascendencia del discurso en torno a la libertad parezca menos visible y se proyecten con más enjundia otro tipo de pasiones que revelan la fortaleza anímica de una idea y de un deseo.

En definitiva, La muerte tiene la cara azul es un grupo de novelas diferentes y autónomas, con su idiosincrasia personal y su trascendencia narrativa, creadas por voluntad del narrador como tales y en las que no hay voluntad de conformarlas de otro modo pero sí con la manifiesta de ser estandartes de la lucha por la libertad. Es cierto que existen elementos comunes, a los que nos hemos referido, pero sobre todo la voluntad de crear mundos en los que sobresalen las grandes pasiones, los grandes pensamientos y las grandes decisiones. Muerte, vida y amor como determinantes últimos de la existencia del ser humano y el compromiso absoluto por la libertad y sus correlatos.




jueves, 4 de junio de 2009

ACERCANDO ORILLAS DE PALOMA FERNÁNDEZ GOMÁS POR F. MORALES LOMAS



La lírica de Acercando orillas (Fundación Dos Orillas, Diputación de Cádiz, 2008) posee una voluntad de lenguaje y estilo, amén de un evidente proceso de comprensión de dos realidades, a veces tan cercanas y otras tan lejanas: la realidad del norte de África y la del Sur de España, que también conoce la escritora madrileña afincada en Algeciras desde hace muchos años. Fernández Goma hace tiempo que dirige una de las revistas más importantes de las que se publican en Andalucía, Tres orillas, y ha apostado decididamente por la poesía arábigo-andaluza, por la poesía en español que se escribe en Marruecos y otros países del Magreb. Hay, en consecuencia, una perspectiva histórica de comprensión que, sin duda, se ve recompensada en este poemario, que se adentra por la imagen y las realidades de esa calle llamada del agua, para referirse al Estrecho, que nos une y nos separa.
En “Acercando orillas” desde el título existe una voluntad ética. En su escritura se evidencia. Pero no como discurso retórico-social, hueco. El acompañamiento de una estética sonora, apoyada sobre la estructura del sintagma nominal y el adjetivo es determinante en su lírica. La imagen y la sonoridad son dos elementos que realzan este poemario en el que uno y otro están determinados por el paisaje y la adjetivación respectivamente. Esto se puede observar en los siguientes sintagmas nominales: filamentos astrales, tímpano ocioso, orillas núbiles, dólmenes fosilizados, ancho estertor, vigor exaltado, mirada cobriza...


Paloma Fernández Gomá, Rosa Díaz, F. Morales Lomas, Pilar Quirosa-Cheyrouze, J. García Pérez, José María Barrera y Antonio Enrique
Se trata de una poesía cargada de símbolos y, sobre todo, inserta en una literatura profundamente emotiva que trasciende la naturaleza y el paisaje, muy presentes en esta obra, para derivar hacia el cultivo de una poesía que trata de embellecer el lenguaje y acercarlo a su sonoridad prístina. Fez, Algeciras o el Río de la Miel son algunos de esos paisajes en los que los detalles más nimios, como la tórtola en su nido, denotan esa profundidad de observación que tiene la lírica de Fernández Gomá. Rehúye lo circunstancial y, cuando se adentra en los elementos paisajísticos o históricos procura darle una nueva voz, prestarle una nueva visión. Existe también un aire nostálgico de cosas o valores, o elementos de la naturaleza que el deterioro ha conformado. La presencia del agua, del mar como elemento trascendente tiene una presencia supina como en “Castillo de las cigüeñas”: “Delata el salitre su rastro en el olor”, unos versos donde la aliteración de vibrantes constata esa voluntad de estilo sonora que hay en su lírica.
El poemario está conformado en tres partes: Calle del agua (13 poemas), Ángeles del desierto (22 poemas), un poemario que se publicó en Málaga en el 2007 y ahora aparece de nuevo recogido en este poemario más amplio; y Única presencia (3 poemas).
El ángel como elemento simbólico donde los haya se adentra en el segundo apartado en el que se oye la voz de los pueblos oprimidos y su esperanza parece rota incluso cuando se presentan esas orillas fracturadas. Pero el espíritu es el mismo en todos los poemas, la necesidad de la descripción y la presencia de sonidos, luces, oscuridades y el agua como una simiente que ha de fructificar. La tarde también es motivo es muchos poemas y esos estertores decadentes junto a esa agua que se va a dormir en nostalgia y testismonios: “En sus márgenes se cobija el viento/ y devuelve su voz sonora”. Pero Paloma cree en la palabra como elemento indiciario para aunar esfuerzos, para devolver la aparente pérdida. A veces son paisajes recobrados, postales que se van imantando al alma con una fuerza inusitada y la excusa de los colores para adentrarnos en el ámbito de la denuncia social: “De nuevo el náufrago intentará/ alcanzar la playa”. Una poesía también doliente, nostálgica, muy juanrramoniana, que reposa sobre la sugerencia del verbo y su raíz de agua.
El pasado vuelve una y otra vez, la memoria y las esquinas del viento, la savia del sándalo o las llagas de la espuma. Entonces surgen los ángeles, los ángeles azules, los ángeles cromados, ángeles que lloran nocturnos y son custodios del vértigo de las sombras. Una poesía que llama al corazón, a la nostalgia y a la reflexión; también a la amistad, como el poema titulado “Desde la amistad”. Y finalmente Al-Andalus, el poema finisecular que de nuevo se adentra en ese juego de luces y sombras de la existencia, ese juego humano de heridas, de ausencias y reconstrucciones de la memoria, de la naturaleza y sus paisajes interiores.
En definitiva, un poemario profundo, cercano y doliente, que busca la conciliación con la palabra, con su sonoridad a través del encanto del paisaje vivido y un encuentro sentimental con el norte de África.


La creación literaria y el escritor

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