jueves, 26 de junio de 2008

EL EXTRAÑO VUELO DE ANA RECUERDA por L. Espejo Requena





El extraño vuelo de Ana Recuerda (Alhulia, 2007) del escritor y profesor de la Universidad de Málaga F. Morales Lomas es una novela coral que reúne una gran cantidad de personajes bajo el marco geográfico de un pueblo de montaña aislado. Aunque la obra comienza con la historia de un asesinato, sin embargo, no es una historia policial ni es este el pretexto. El comienzo así lo puede indicar, pero no hay más lejos de la realidad. La obra tiene ese comienzo pero, posteriormente va por otros derroteros. Y aunque puede considerarse realista de modo básico, sin embargo, hay elementos con proyección simbólica y con una retórica que la aleja claramente del realismo al uso. Puede considerarse que forma parte de esa tradición de novelas densas en cuanto al número de personajes y a las historias múltiples que se cuentan, que forman una gran urdimbre, como si hubiera creado un mundo propio y nuevo.
Cártugos, el lugar donde se desarrolla la acción, podría considerarse un territorio creado a caso hecho por el autor con el que quiere jugar sus bazas narrativas tanto desde el punto de vista de la cohesión del texto como del valor simbólico y representativo del mismo. Quizá algunos han querido ver en este pueblo un símbolo del país. Puede ser. Lo que sí es cierto es que el lugar influye claramente en los personajes que están como aislados y sometidos a una dinámica de venganzas, odios y caminos cortados que pueden simbolizar la situación de aislamiento en el que viven. Por tanto, la geografía tiene una gran importancia en la creación de la obra.
Otro elemento son los personajes. Todos van buscando algo y todos van frustrando sus expectativas aunque al final de la obra deja entrever, de alguna forma, que la esperanza es lo último que se pierde y los personajes deben seguir como héroes agónicos intentando hacer lo que puedan. Aunque se desarrolla la historia de una maestra que abandona Málaga con intención de edificar una nueva vida, sin embargo, no lo conseguirá al final, aunque inicialmente sí lo parezca cuando se relacione con Pepe García. A partir de ese comienzo fulgurante, la novela nos lleva por unos derroteros en los que tiene una gran importancia la construcción de la sicología de los personajes y las descripciones que poseen un gran valor pictórico. A veces da la sensación como si fuera una novela cervantina porque unos personajes van ofreciendo el camino de otros y al final se forma como una enorme urdimbre en la que casi todos se conocen. En algunos casos, son personajes extraños a los que no les interesa la sociedad, personajes que huyen. En otras hay un fondo misterioso que les obliga a actuar, como si todo estuviera escrito ya o necesitaran seguir unas indicaciones que sólo ellos conocen. Es como si fueran muñecos que son movidos por el destino. Quizá pueda considerarse como una alegoría de España, como ha dicho el escritor en algunas declaraciones. Pero también como una novela de búsquedas y de estertores, muy lírica en determinados momentos, tierna en otros y lúbrica en determinadas escenas.
La novela está formada por cuatro capítulos extensos y un epílogo que resuelve la obra. Cada capítulo comienza con una situación diferente aunque pronto veremos que todos los personajes van y vienen, y van confluyendo en el mismo lugar. Existe aire misterioso, aire envolvente que juega un gran valor, así como una recreación en la invención que nos recuerda en determinados momentos a Macondo, esa gran invención de García Márquez. Sobre todo cuando llegan los del circo, como en Macondo llegaban los gitanos. Y también como en Cien años de soledad, existe una guerra. Pero en El extraño vuelo de Ana Recuerda es una especie de guerra que no se ve, pero existir, sin duda que existe. Las historias de María Andorra y Gerardo Moore el Seco son uno de los mayores aciertos del libro, así como la de Francisco Villena y Eusebio Cantigas que regresa de Barcelona para morir haciendo el amor, como así sucede al final. El sexo está muy presente en la obra pero también la construcción de los afectos, creando un mundo creíble y mágico que se adentra en una novela plural y rica. Una novela de resonancias clásicas, muy diferente a los productos que hoy día se publican. Con ella se profundiza en la existencia y se plantean permanentemente preguntas que sólo el lector puede responder.
Publicado en Papel Literario Digital el día 16/06/2008: http://www.darrax.es/papel-literario/

J.L. ACQUARONI BONMATÍ (1919-1983), PREMIO NACIONAL DE LITERATURA por Morales Lomas

http://sanlucarreconditaciudad.blogspot.com/2007/08/la-casa-de-copa-de-sombra-en-acquaroni_24.html


Se cumple un cuarto de siglo desde la muerte en 1983 de José Luis Acquaroni, un escritor que desgraciadamente ha quedado en el olvido. Nuestro último objetivo es la defensa del libro andaluz y por eso queremos hoy reivindicar la figura de este ilustre escritor.
Aunque no fue andaluz de nacimiento (sino madrileño, si bien sus padres sí lo eran: su padre, sanluqueño, y, su madre, de Puerto Real), José Luis Acquaroni es escritor andaluz en su producción literaria. Desde los dos años vivió en Sanlúcar de Barrameda, estudió Filosofía y Letras, y muy joven comenzó a colaborar en prensa escrita, Ayer o La Voz del Sur, del que llegó a ser director en 1951. Fue también director de la biblioteca de Sanlúcar y de la Colección Arqueológica. Cuando contaba alrededor de treinta años participó en el desarrollo del grupo Platero junto a Fernando Quiñones, José Manuel Caballero Bonald, Julio Mariscal o Carlos Edmundo de Ory, entre otros. Fue un escritor homenajeado en su época y recibió galardones importantes: Premio Camilo José Cela de relatos, Hucha de Oro, Ínsula, Ateneo de Madrid, Blasco Ibáñez y un largo etcétera, hasta llegar al Premio Nacional de Literatura que se le concedió en 1977.
La mayor parte de su producción literaria está centrada en el cuento, siendo uno de sus más importantes creadores entre los años cincuenta y setenta. Su obra se condensa en muchos relatos publicados en revistas de la época, la colección de cuentos Nuevas de este lugar (1965), las novelas cortas El cuchillo de la madrugada y Estado: Soltero, así como las novelas El Turbión (1967), A la hora del crepúsculo, y la mencionada Copa de sombra. También desde hace unos años algunos de sus cuentos fueron reunidos en Liturgias del fracaso (2002).
El reconocimiento del que gozó en vida se apagó de pronto desde su misma muerte. Un hecho al que no son ajenos muchos escritores. La explicación que ofrece de tal suceso José Jurado Morales (la persona que ha trabajado con mayor profundidad su obra) es 'su pensamiento político'. Cito textualmente: “Acquaroni es un conservador que pasa a un segundo plano con la llegada de la democracia, como Pemán, Panero o Vivanco (...) No obstante (amplía el profesor de la Universidad de Cádiz), pocos escritores defendieron como él la reconciliación de las dos Españas”.
Mi análisis tiene como objeto su obra Copa de sombra, ganadora del Premio Nacional de Literatura en 1977. Se ha dicho que es una de las mejores novelas sobre la guerra civil. No lo sé, mi osadía no llega a tanto. Pero puedo decir que es una excelente novela, al menos en su creación lingüística. Y lo es porque, como decía Valle-Inclán, en ella Acquaroni ha demostrado que es un escritor con un estilo y talento narrativos sobresalientes.
Lo primero que le llama la atención al lector es su preciosista uso del lenguaje, su detención en la palabra, el mimo con el que la trata y la simpatía que ofrece con ella, y su expresión cuidada hasta el mínimo detalle. Esto ha llevado a decir a algunos que es un creador de palabras más que un novelista. Como toda reducción o frase hecha puede caer en la simplicidad. Pero sí así fuera, ¿no sería digno de estar en la historia de la literatura por ser un creador de palabras, por dignificar la lengua española, por darle brillo y esplendor? Yo creo que sí. Hay algunos escritores a los que les gustaría estar por un verso. Sin embargo, a veces, se corre el riesgo de que el escritor, llevado del entusiasmo de la génesis verbal, de su intuición innovadora, se deje conducir por una locuacidad apremiante y neblinosa que invalide los procesos narrativos o la contingencia y organización que debe tener todo proceso creador en aras de que una pieza no desmerezca el resto de la orfebrería narrativa. Su prosa es dulce y densa, como esos perfumes que embriagan los sentidos y no es la incontinencia verbal para su pluma.
La fascinación por la palabra no le hace olvidar en Copa de sombra el martirio de nuestra guerra y las secuelas que conllevó a varias generaciones de la posguerra (Es más, hoy día algunos se empeñan en volver a regenerar el estigma o la llaga de la contienda, ¡pobres ilusos!). En Copa de sombra (de título tomado de un endecasílabo de A. Machado: “Con la copa de sombra bien colmada”) Acquaroni integra el narcisismo del héroe novelesco, los restos del naufragio vital y existencial, y el magma espeso y hediondo de la posguerra. Pero la del protagonista nace –como muy bien ha dicho Rof Carballo- de su antiheroicidad, de un instinto de autodestrucción, quizá como oda a la pusilanimidad. El meticuloso y previsor Abel Cipriano Eduardo Fortunato Adón, hijo del médico y director del hospital municipal de Humeros, es un antihéroe por su incapacidad para luchar contra la cesantía final, y descrito como galán maduro de mundaneidad cansada. Tiene “miedo a la vida y a su comburente natural que es la muerte. Porque no se vive sino en la medida que nos exponemos a morir”. Una persona, que como se afirma en la Séptima Jornada, desea “pasar sobre los baldosines de la vida apenas rozándolos levemente, para no desgastarlos”.
En él, en contra de lo que puede indicar su nombre unamuniano, no se delimita el espacio creador sino la vorágine destructora: Adón regresa a su pueblo, Puerto de Santa María de Humeros, para morir. Se acerca la fecha en la que padre y abuelo murieron, y él se apresta a morir igualmente. No es un héroe agónico en el sentido unamuniano, es decir, un héroe que lucha (De hecho, dice Acquaroni, “había querido alcanzar el orgasmo en el amor con el menor esfuerzo”), sino un antihéroe pusilánime que acepta su destrucción como individuo antes de que esta suceda (Luego veremos hacia el final una sorpresa que explica muchas cosas). Desde el principio sabemos que el final de la obra es el final de Abel Adón y el desarrollo no es sino siete jornadas en su vida con el monólogo interior presidiendo el envite a la vez que se alterna con la tercera persona. Monólogo interior como en el Ulysses de Joyce, del que es deudor.
En el prólogo nos dice Acquaroni que nadie había rezado un padrenuestro por los muertos de la guerra y defiende el hecho incontrovertible de que sólo un bando fue el perdedor. Critica el estado de amnesia que siguió a la guerra civil y como honra a los caídos enumera una relación de los ejecutados en Puerto de Santa María de Humeros entre el 18 de julio de 1936 y el 4 de enero de 1937. Su compromiso político no cabe la menor duda.
Comienza el libro con estas palabras: “Abel acababa de entrar en la última semana del que debía de ser año de su muerte. Así parecía escrito en los códigos que soldaron su células o en las oscuras leyes de una como fatalidad heredada”. Esta aceptación de la muerte de corte senequista nace de una voluntad grabada antaño y de la idea de que todo aquel que toma “un fusil para matar se ejecuta un poco a sí mismo”. Pero también hay mucho de naturalidad ascética en ese beneplácito y en el simbolismo de la guerra y la posguerra. En cierto modo, se hace mártir, se niega como individuo porque difícilmente puede aceptar el entramado del pasado que lo ahoga. Sólo esta especie de puede resolver la degradación de una realidad atosigante que lo persigue permanentemente durante toda la obra.
Su ida hacia Puerto de Santa María de Humeros, en la costa y a ochenta kilómetros de Sevilla, en cierto modo origina la singladura hacia la regresión al claustro materno (madre que se convierte en todo un símbolo en la obra). Igual que Bloom en el Ulysses va contando lo que hace desde que se levanta, también Abel Adón. Su último encuentro con la secretaria Solange pero sobre todo la preocupación de no fenecer en el lecho que no fuese el propio. Una vida, la de Abel Adón, lineal, monorrítmica y regular que nos han dado y de la que somos ajenos. Por eso dirá en un momento determinado: “Vivir no es otra cosa que lanzar al aire partículas atomizadas de una como nube que somos, y que son las rachas del viento y la dirección de sus corrientes las que con su fricción nos producen, bien el encono y el desagrado, bien la caricia y el placer”. Una vida como ajena a la voluntad, en la que el fatum es una hipoteca de renta fija, aunque continuamente entreverada, junto al presente monótono, de pulsiones, imágenes, derrotas, fragmentos del pasado que nos ayudan a escribir o sobreescribir o reescribir la historia de una larga posguerra de desolación.
Abel llega a la casa que no veía desde hacía veinte años y encuentra a Benigno, el casero y sus dos hijas: María de la O y Pepita. La descripción sintética y sintagmática es uno de los puntos fuertes de Acquaroni, en unas cuantas líneas delimita perfectamente el lienzo y a la persona. Así resumirá la vida de Benigno: “Dos orgasmos, un manivelazo cada tres minutos, el seis doble uan vez a la semana, la puntualidad mensual en el pago de unos recibos para asegurarse el finis terrae…. Esto había sido la existencia de aquella alma de Dios. Y, a la postre, ya encanecido, el disgustazo de saber a una de sus hijas, de sus dos orgasmos, conducida ante la presencia del sargento de la guardia civil”. Sus aciertos en la creación lingüística son de gran altura estética y, en cierto modo, si se me permite, deudores de la mejor tradición metafórica. Cuando dice, por ejemplo, “cada empedrado es una intimidad de sol y recuerdos. Cada empedrado es una porosa piel, una crónica viva”.
La realidad y los recuerdos se van amasando en esa especie de catenaria de la posguerra. A medida que avanza la novela ese presente y ese pasado se aúnan con los personajes que sin solución de continuidad aparecen como en un gran tapiz. Así sucede en el encuentro con Bellony, que había quedado al servicio del duque al acabar la guerra. Lo que le da pie al escritor para hacer crítica social aunque sin profundizar mucho porque lo único que sabemos, como dirá, es que en la posguerra, “los pobres, desde luego, continuamos siendo pobres, y los ricos, más ricos”. Pero también residencia la explicación de la situación en que “los pobres y la clase media caíamos en la trampa de las exaltaciones patrióticas”.
Abel Adón, sin embargo, se halla entre los ganadores: “Estaba claro que no podíamos perder, éramos los eternos usufructuarios de la verdad, de la virtud, de lo benemérito, lo que nos permitía alzarnos en armas y ejecutar a tanto hereje desalmado”. Sin embargo, existe como una justificación y en su filosofía de vida Abel y Caín van de la mano, afirma que “el hombre es un animal al que todos los dolores engordan” y defiende la enantrodomia, aquel principio inaugurado por Heráclito, de que “todo camina hacia su contrario, etcétera. Quiero decir con ello que a qué viene el que yo me sienta ahora sólo víctima y no victimario también”. En definitiva, restaura el principio de que los caínes están entreverados de abeles y viceversa. Filosofía vital que pretende incidir en el gris como matiz de nuestras existencias y no en el blanco o en el negro.
Abel Adón nos habla con simpatía de las víctimas y con rencor de los victimarios, como Pedro Pedroche, un camisa azul, tabernero de señoritos falangistas y a la postre responsable de la muerte de una serie de personas: “Dicen que Pedro Pedroche, luego de dar la orden de ¡fuego! bajando la fusta del mango de plata, todavía se reservaba el privilegio de poner los puntos finales”. Nos habla desde el corazón, selecciona los restos de éste, porque “el corazón recuerda lo que el cerebro, más sonámbulo y sugestionado, no puede recordar”.
Aparece la tía Anastasia, Rosaespina y los lenocinios, Mate Olavarrieta, la madama, la tendencia de Abel Adón hacia el voyeurismo. Sus descripciones pueden considerarse de lo más acertado de la obra. Por ejemplo, cuando dice de Mate: “Pese a su rostro picado de viruelas, la Mate, natural de Ondárroa y traspalantada a la zaragatera sensualidad andaluza, había sido una mujer de buena planta, algo hombruna, pero que a su paso enhebraba las rijosas querencias de muchos ocupantes de las butacas del casino”. Aparece José López Chía, aguador y socialista ejecutado el 22 de agosto del 36, simplemente por pertenecer a las juventudes socialistas y critica con ironía esa cruzada inaugurada por el dictador, y en ese momento aparece un Abel Adón reivindicativo y crítico con esa terrible realidad: “Que no hay más santo lugar ni lugar más santo en toda la tierra, que el cuerpo y el espíritu del más anónimo de los mortales, del más humilde de los aguadores, y que nunca, nunca podrá permitirse la cruz en el pecho de los que odian”. Una idea que se amplifica al pensar que el hombre ha sido creado también para el rencor, para ser el Caín del que se alimenta.
Los recuerdos de la escuela aparecen en la Quinta Jornada como una especie de memento de una época y el profesor que tanta afabilidad y denuedo ponía en sus alumnos: “Me hurgaba –dice Acquaroni- delicadamente en mi escroto y mi miembro impúber, metiéndome por el pernil la regordeta mano, y uno ignoraba las razones de aquella querencia de la regordeta mano del fraile, tan amanerada al manejar la tiza”. De otro profesor, igualmente de sotana, dice: “Me atizó una bestial paliza porque me oyó decir en clase, sotovoz al compañero de pupitre, me oyó decir cojón en vez de cajón”.
Surge el recuerdo de su padre y la familia, las conversaciones con el psquiatra, y viene a la memoria Francisco Gaitán Moreno, otro asesinado, o el confidente Mauro, al que se referirá en la Sexta Jornada, también a Pablo Repetto Rey, a don Manuel, el profesor krausista en el Instituto. Porque el Puerto de Santa María de Humeros es, en cierto sentido, un lugar para la muerte, es el Celama de José Luis Acquaroni. Sólo aparecen muertos y los vivos apenas si poseen entidad cierta. Y la muerte por momentos forma parte de modo esperpéntico cuando nos refiere la escena en la que el ataúd de su madre no entraba en el cañón del nicho: “Los dos sepultureros sudaban. El agente de pompas fúnebres sudaba. Abel, a un mismo tiempo, transpiraba y sentía frío. Quizá por hurtar la mirada a aquel roer de ratas a que estaba siendo sometido el féretro con los restos de su madre, se puso a recorrer de nuevo con la vista los alineados mármoles de sus tataradeudos”. Y la muerte también se va adueñando del final de la obra cuando acude con una descendiente de la Rosaespina del prostíbulo al cementerio, en una escena macabra que tiene mucho de El verdugo de Berlanga y esa tradición elegíaco-festiva de la literatura española desde Quevedo.
Lejos de ser entendida como un culto a la muerte, sí debe entenderse como una normalización de esta porque Acquaroni no cree en absoluto en el ser humano del que dice cosas tan terribles como esta: “No en balde es el hombre el más carroñero de los animales. Ya que en cuanto tiene uso de razón, y quizá antes, vive atento al olisqueo de su propia fetidez (…) Sí, el hombre es el más carroñero de los animales. El que más vive de la muerte. Porque, ¿es que no son las muertes de los demás las que, meintras se pueden ir recontando, van dándole la certeza de su propia vida? Engordamos nuestra vida con los despojos de los que mueren, los epitafios de los que mueren. Porque al contrario que los animales, vivimos con los sentimientos y no con los sentidos. Y como la vida la reconoce casi únciamente a través de la angustia de perderla, vivir es para el hombre, necesariamente, angustiarse: esa fermentación que, como los vinos, nos aneja”.
Una obra digna ganadora en el 77 del Premio Nacional de Literatura y que hoy día por sus valores estéticos y éticos debería seguir siendo leída con afecto por las generaciones venideras.


(También publicado el 22/06/2008) en http://www.darrax.es/papel-literario/)






domingo, 15 de junio de 2008

MUERTE DE UN AMIGO: JUAN MANUEL GONZÁLEZ



El muy querido amigo, JUAN MANUEL GONZÁLEZ, poeta, narrador, ensayista y periodista madrileño, miembro de la JUNTA DIRECTIVA DE LA ASOCIACIÓN ANDALUZA DE ESCRITORES Y CRÍTICOS LITERARIOS-CRÍTICOS DEL SUR ha muerto en Madrid. Según informaciones extraoficiales (y por confirmar definitivamente) la causa de la muerte podría haber sido el suicidio causado por un disparo. La imagen de Larra se repite una vez más. Desde hacía varios años sufría una honda depresión. Las depresiones pueden hacer que una pistola sea sólo el índice que nos señala la eternidad. Acaso el réquiem para olvidar la gloria mundana y el sol de mediodía.


En el mes de febrero, fiel a su cita de Arcos de la Frontera, Juan Manuel González participó como jurado en el Premio Andalucía de la Crítica, del que formaba parte desde su fundación. Entonces, mientras subíamos parsimoniosamente las empinadas rampas de Arcos, lo veía lejano, distante, profundamente triste, profundamente melancólico. Me confesaba que no veía sentido en la existencia, que no le hacía ilusión nada, que las cosas no cambiarían. Como en el personaje del cuento de Fernández Santos, "Cabeza rapada", yo trataba de animarlo, intentaba mostrarle el mundo. Pero él no hacía caso al mundo. Él ya no estaba en este mundo; quizá él habitaba ya el otro mundo.


Juanma, como le llamábamos los más cercanos, era un tipo literario. Lo decía su formación germana, bretona e irlandesa, de cuyas literaturas era un profundo conocedor. Lo decía su cachimba que llevaba casi siempre en la mano derecha como un resorte al que amarrarse, como ahora se ha desamarrado con una bala, con una bala que nos reduce a sueño y eleva nuestra memoria yacente. Lo decía también aquel pijama generoso con la literatura -cual don Quijote- con borla y amplitud de calzas, que se embutía cuando iba a dormir como si fuera un nuevo mago, un nuevo espíritu que se adentrara en el sueño con ropajes antiguos. Juanma tenía una mirada inteligente, escrutadora, y unos labios finos y enigmáticos, hechos para la ironía inglesa. Les confieso que le tenía un profundo afecto a Juanma. Era de mi misma generación y compartíamos gustos, sueños, aficiones y amigos. Me causa un profundo dolor su muerte.


Hace unas semanas estuve hablando con él por teléfono para pedirle dos ensayos breves sobre Antonio Prieto y Juan Eslava Galán; el primero llegó pero el segundo no ha llegado; y jamás lo hará. El sábado 3 de mayo de 2008 yo publicaba en el suplemento de libros del diario La Opinión de Málaga una recensión sobre su libro "Tras la luz poniente"(Visor, 2007), ganador del Premio Jaime Gil de Biedma y última obra literaria que ha publicado.
Juan Manuel González, como el también amigo José María Bernáldez (muerto en Sevilla y miembro del Jurado de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios), han fallecido con una diferencia de dos meses. Es una gran pérdida para el mundo literario, y también una gran pérdida para los sentimientos, para los afectos, que quedan huérfanos de su palabra y su ternura. Pero también es una pérdida terrible para la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios en la que ellos creían profundamente.


Descansen en paz.




Con los fallecidos José María Bernáldez y Juanma González (su eterna cachimba en mano) algunos miembros del Premio Andalucía de la Crítica




ALGUNOS ENLACES CON BUSCADORES Y PERIÓDICOS ESPAÑOLES QUE DAN LA NOTICIA:



http://actualidad.terra.es/cultura/articulo/muere-juan-manuel-gonzalez-2549309.htm

http://www.elmundo.es/elmundo/2008/06/15/obituarios/1213521873.html

http://es.noticias.yahoo.com/efe/20080614/ten-muere-el-escritor-y-periodista-juan-bbad18b.html

http://www.eldiadecordoba.es/article/ocio/155601/escritor/y/periodista/madrileno/juan/manuel/gonzalez/muere/los/anos.html

http://www.diariometro.es/es/article/efe/2008/06/14/576120/index.xml



NOTA DE PRENSA DE LA AGENCIA EFE


EFE
MADRID.- El escritor y periodista Juan Manuel González murió el 14 de junio en Madrid a los 53 años. Vinculado a la Agencia Efe desde el año 1980, en la actualidad era miembro de la Fundación del Español Urgente (Fundéu) y profesor de Literatura en la Universidad de Valladolid, campus de Segovia.
Poeta, novelista y crítico literario, contaba con numerosos galardones, algunos importantes de poesía como el Jaime Gil de Biedma que ganó en 2007 por su poemario 'Tras la luz de poniente', el Rafael Alberti y el Premio Angel Riesco de León por 'Madrigal de ausencia' de 1998.
Con 'La llama del brezo', Premio de Poesía Ateneo de Sevilla en 2002, completó el segundo ciclo de su labor poética, dedicado al amor y la muerte e integrado por los volúmenes 'En el filo de la sangre' y 'Luces inciertas' en torno a la guerra de Cuba, por el que fue galardonado en 1998 con el premio Rafael Alberti.
Su poesía reunida apareció en 2004 en una edición crítica e íntegra con el título de 'Hacia el alba de nieve'. Contaba también, con el Premio Ojo Crítico de Narrativa que obtuvo en 1993 por 'Cuaderno de combate azul', con el premio de crítica Atlántida de Cataluña y el Internacional de Ensayo SIAL, entre otros.
Juan Manuel González nació el 6 de septiembre de 1954 en Madrid. Licenciado en Ciencias de la Información y en Sociología por la Universidad Complutense, empezó a trabajar en 1975 para la revista 'Vida Mundial' de Lisboa, y luego para una emisora de Múnich, el periódico británico 'Morning Star' y en 1978 para la revista 'Tribuna'.
En 1980 se incorporó al servicio internacional de la Agencia Efe, medio donde en el 87 se encargó de la información literaria. Doctor en Filología de la Complutense, era especialista en literaturas germánicas y célticas, y en autores del modernismo español y portugués, y ha traducido autores como Miguel Torga.
Fundador de la revista literaria 'El Güizaro' (1980-1985), fue columnista de 'La Voz de Galicia' y 'El Norte de Castilla', crítico literario en los suplementos de EL MUNDO y 'El Sol', entre otros diarios nacionales y en publicaciones especializadas.
Su libro de prosa poética 'Vírgenes, masones y visionarios. Rutas iniciáticas y ocultistas', fue el último publicado hace apenas un par de meses.
Ha escrito novelas como 'Fuego sobre las olas' o 'El sol de octubre'; relatos como 'Umbrías y litorales' y 'Viajes antiguos' y los ensayos 'Signos sobre la ceniza", 'El viento entre los juncos', 'La nieve en el espejo' y 'Del modernismo y el 98 al tradicionalismo y la guerra civil: el viaje literario de Ricardo León'.
Ha sido incluido en antologías de narrativa como 'La nostalgia del mar', y de poesía, 'Millenium', 'Poesía ultimísima' y 'Poesía española 1975-2001'.

domingo, 1 de junio de 2008

NARRATIVA ÚLTIMA DE MORALES LOMAS por R. Jiménez Ruce








El extraño vuelo de Ana Recuerda (Alhulia, 2007) es la última novela de F.
Morales Lomas. Un escritor más conocido en el ámbito de la poesía pero que ha
escrito dos libros de cuentos y tres novelas, además de otros cuentos en diversas revistas, etc.
En esta novela desarrolla la historia de una maestra que abandona Málaga y se refugia en un lugar olvidado y aislado de la geografía española, que, por las indicaciones del autor, parece estar en La Alpujarra, para iniciar una nueva vida. Sin embargo, el aislamiento, y ese pretendido paraíso de soledad al que llega pronto se va a convertir en una pesadilla. Simbólicamente el día que llega se ha producido un accidente o un crimen en una cacería. Unos supuestos amigos que están cazando son los responsables. Poco a poco nos va introduciendo en una novela en la que se pueden observar rasgos propiamente españoles pero de otra época, una época de aislamiento, venganzas y rencillas, una época de muerte. En algunos casos, son personajes extraños a los que no les interesa la sociedad, individuos perseguidos por las leyes, individuos que huyen. Alguien ha querido ver en la historia una especie de alegoría de España. Puede ser, pero yo me quedaría con una visión diferente: la búsqueda de la felicidad. Ana quiere buscar la felicidad, bucea en ella pero finalmente no la consigue y anda hacia el final de la novela en permanente búsqueda, pero hay una esperanza que no fallece nunca a pesar de todo ese vano intento se pierde cada vez más. Suele poner en marcha una esperanza cotidiana en la que confía más que en cualquier providencia infalible. Una esperanza que funciona sola y que le mantiene satisfecha.
Con El extraño vuelo de Ana Recuerda, a través de sus casi cuatrocientas páginas, Morales Lomas ha creado múltiples personajes que van organizando el mundo en el que ha ubicado a Ana Recuerda, en cuyo nombre también hay valores simbólicos. Son personajes que también buscan algo, unos lo consiguen; otros no. Y, en el marco, el paisaje, el aislamiento de los personajes que despliegan sus vidas casi en absoluta soledad. Y para construir esa parábola crea un lugar mítico, un territorio literario creado ex profeso: Cártugos.
En El extraño vuelo de Ana Recuerda, en cierto modo, está profundizando en la existencia, está creando una novela densa, plural, rica en sus caracteres, sorprendente, como sucede, por ejemplo, con el gitano Barrancos, que va anunciando lo que sucede en el pueblo y va cantando lo sucedido como hacían los poetas de la antigüedad.

F. Morales Lomas: El extraño vuelo de Ana Recuerda, Ed. Alhulia, 2007, 388 págs.

ÉMILE ZOLA por F. MORALES LOMAS






Es la primera vez que se publica en España La obra (1886) (Émile Zola: La obra, Ed. Random House Mondadori, 2007, 471 págs.) del escritor francés Émile Zola.
Esta novela pertenece al ciclo narrativo Rougnon-Macquart, con el que pretendió crear la historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio; y, en consecuencia, el derrumbamiento moral de la sociedad francesa del XIX. El ciclo está compuesto por las siguientes novelas: La fortune des Rougon, 1871; La Curée, 1871; Le ventre de Paris, 1873; La conquête de Plassans, 1874; La faute de l'abbé Mouret, 1875; Son Excellence Eugène Rougon, 1876; Au bonheur des dames, 1883; La joie de vivre, 1884; L'Oeuvre, 1886; y Le rêve, 1888.
La obra es una novela muy personal que tiene un trasfondo privado: las relaciones de Zola con su amigo el pintor Paul Cézanne. En la novela ambos están representados respectivamente por los personajes: Sandoz. (el novelista) y Claude Lantier (el pintor). A partir de su publicación, Cézanne (todavía un pintor por descubrir) iría progresivamente perdiendo la amistad con su amigo Zola (un escritor ya muy reconocido) hasta desaparecer.
La imagen que proyecta Zola de su amigo Cézanne es de una total ingratitud a fuerza de crítica con su visión artística. Muestra a un Cézanne fracasado (Claude Lantier): “¡Ah, debería de tener uno el valor y el amor propio de estrangularse delante de su última obra maestra!”. También su incapacidad de llevar a cabo la revolución artística que pretendía, una especie de genio demente, como dirá Ignacio Echevarría en el buen Prólogo que la precede. Lantier (siguiendo los criterios del ciclo Rougon-Macquart) es el tercer hijo de Macquart y vive en París dedicado a la pintura, pero con la obsesión de llegar a componer la obra, la gran obra que no llega a elaborar nunca. El concepto de obra era también el de vida inherente en Zola, como cuando dice: “¡Ah, la vida, sentirla y reproducirla en toda su realidad, amarla por lo que es, ver en ella nada más que la belleza verdadera, eterna y mudable, no tener la necia idea de ennoblecerla a fuerza de castrarla, comprender que las pretendidas fealdades no son sino simples particularidades de los caracteres, y crear vida, crear hombres, única manera de ser Dios!”.
Al regresar a casa una noche se encuentra con la huérfana Christine Hallegrain y le presta su cama para pasar la noche. Al cabo del tiempo vuelven a encontrarse y Lantier la toma como modelo para su gran obra, el cuadro “Plein air”, destinado al Salón de Otoño. Pero, el fiasco es rotundo al no ser admitido el cuadro por el jurado. Lantier se retira al campo con ella, con la que tendrá un hijo. Para Christine la pintura de su marido será ya todo también: “La amargura del pintor la agriaba también a ella, compartía sus pasiones, identificada con sus gustos, defendiendo su pintura que se había convertido en una dependencia para ella”.
Regresa a París pero están sumidos en la miseria y muere su hijo al que le hace un retrato para el Salón, que nadie entiende. Sin embargo, ya comienza a percibir que muchos le imitan aunque no quieran reconocerlo. Finalmente asistimos a un final trágico, que no revelamos al lector para no impedir el atractivo de lectura final. Decía Echevarría (y puede ser) que a Zola no le llevó tanto a escribir una obra como vindicación cuanto por expresar la “elegía a la juventud luchadora e idealista en la que Zola había militado” y ahora definitivamente aburguesada y mustia. Sin embargo, creo que lo que ha pretendido Zola es ofrecer una época, centrada en el mundo del arte, pero, al fin y al cabo una época organizada con una extraordinaria sabiduría (creo que La obra es una gran obra literaria, que se debe leer con delectación), tanto en la conformación como hecho estético y literario como por el desarrollo de los personajes y el mundo descrito.
El ámbito privado entre Lantier y su esposa Christine (él ofuscado soñador, buscador imprevisible, que lo da todo por la obra; ella, abnegada, fiel, sufridora empedernida), la construcción de sus emociones y mundos respectivos, y la relación social de Lantier con su entorno de intelectuales y pintores, el propio Sandoz, el novelista, pero también Louis Dubuche, el escultor Mahoudeau, la fea Mathilde, Jury, Fagerolles... son los dos polos de desarrollo de la novela con sus continuas incursiones en lo expositivo-argumentativo del ensayo artístico. Zola reconstruye la infancia de Claude Lantier, sus amistades inseparables (¡Ah, qué felices tiempos aquellos y qué enternecedoras risas...!), surgen ideas sobre el arte, como cuando dice que los novelistas y los poetas deben mirar a la ciencia, pues es la única fuente posible: “Estudiar al hombre tal como es, no ya al títere metafísico, sino al hombre fisiológico, determinado por el ambiente”; la vida de Lantier tras conocer a Christine, su carácter melancólico y soñador, las reuniones en el café Badauquin, continuos pensamientos sobre el arte y la literatura, así como una extraordinaria construcción del pensamiento de Lantier, su forma de ser y vivir: un nuevo arte en una sociedad positivista; la miseria, el rechazo social, el hambre, la desesperación que, en las últimas páginas le hará decir: “La pintura es una imbecilidad. Di que no trabajarás más, que te importa un comino, que quemarás tus cuadros para complacerme”.
Y, finalmente, la muerte.




La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano