LAS PINTURAS NEGRAS DE GOYA
Y EL EXTRAÑO VUELO DE ANA RECUERDA
DE F. MORALES LOMAS
Juan Jiménez Padial
F. Morales Lomas, actual presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios que concede anualmente los Premios Andalucía de la Crítica, es un escritor versátil. Ha desarrollado su campo creativo tanto en la lírica como la narrativa, el teatro y el ensayo, aunque es verdad que de forma desigual porque su producción dramática, por ejemplo, apenas si es conocida.
El relato, la narración, de hecho fueron en su origen uno con la poesía (después llegaría el teatro) y desde que era un adolescente escribió relatos y prosas, según me ha comentado. Algunos libros de aquella etapa juvenil por ahora siguen estando inéditos: La mala pipa, Los parques del cielo o Los breviarios de Wítember.
Sin embargo, la mayoría se han publicado: dos libros de relatos El sudario de las estrellas y Juegos de goma; y otros como El regreso (publicado en Historias republicanas), Un intruso en el cielo (en Andalucía, naturaleza y arte), Subida al cielo (en Árbol de bendición) o El laberinto de la esperanza y Tesis de mi abuela (que se publicarán en breve), etc. También se han publicado las novelas: Candiota y La larga marcha.
El extraño vuelo de Ana Recuerda cierra una trilogía sobre la Transición, y en ella hay que incluir también Candiota (Ed. Sarriá) y La larga marcha (Ed. Arguval). En ellas se suceden los años que preceden a la muerte del dictador hasta la llegada de la democracia y las elecciones democráticas después de cuarenta años. Se produce en su desarrollo una gestación de individuos, una formación de individuos que todavía no están plenamente acabados, construidos, que están como en un proceso de creación, como en procedimiento de formación como seres humanos. En algunos casos, como el protagonista de Candiota, son seres ajenos a la sociedad, ésta no les interesa como tal cuando no están decididamente a luchar contra ella. En otros, como en La larga marcha, son sencillamente individuos perseguidos por las leyes, individuos que huyen y en los que se invierte la carga de la prueba. Son ellos, los acosados injustamente, los que tienen que demostrar que no son culpables y tienen la responsabilidad de la carga de la prueba. En El extraño vuelo de Ana Recuerda son individuos que todavía alegóricamente reproducen la imagen del cuadro de Goya “Duelo a garrotazos”, que pertenece a la segunda etapa de su producción: las pinturas negras. El espectador, en el cuadro, puede ver a dos hombres que luchan con garrotes de madera, pero no pueden mover las piernas por estar hundidos hasta las rodillas en arenas movedizas. No se puede evitar esta pelea, que va a terminar con la muerte de uno de los dos. Uno de esos dos muertos inicia la novela El extraño vuelo de Ana Recuerda, en la que sus personajes están también enquistados en dos bandos que no pueden mover sus posiciones, bandos que no representan en ocasiones ningunas ideas sino posiciones antitéticas y, a resultas, trágicas.
Las arenas del país fueron y han sido inestables. Sin embargo, la proyección estética de esta novela lo que presenta es una traslación del mundo trágico de origen griego a una sociedad encerrada en la montaña, en su propia geografía, una sociedad que te anima a entrar por su belleza exterior pero de la que no puedes salir una vez que has entrado, como le sucede a la protagonista de la novela, Ana Recuerda, que se aleja a Cártugos para olvidar, precisamente ella, que lleva en su apellido la memoria. Sospechamos que la novela, desde este ámbito, adquiere en consecuencia un gran protagonismo, a pesar de estar inserta en ese ámbito de la Transición al que me refiero, un ámbito de la sociedad española casi a medio crear, como los personajes de El extraño vuelo de Ana Recuerda, a los que podríamos considerar precoces sociales, aprendices de demócratas, en buscar de ser alguien.
En aquellos años todos aprendían algo (se ve que todavía estamos en ello) y los personajes de El extraño vuelo de Ana Recuerda estaban en proceso de gestación, de construcción, como esa metáfora, esa alegoría del escultor que ve cómo progresivamente su escultura va saliendo de la piedra, y, sin embargo, todavía forma parte de la misma, todavía forma parte de su pasado, de sus rémoras, de sus atavismos, de su código genético de hombres de Cromagnon. Los personajes de El extraño vuelo de Ana Recuerdan están atados a su pasado, a sus demonios familiares y sociales, a sus atavismos, y no pueden crecer, no pueden salir de la piedra, no pueden ser personajes en busca de un autor, son medio-personas.
En un artículo publicado en El País el día 27 de octubre de 1981 por el escritor José Antonio Gabriel y Galán titulaba “La inenarrable adolescencia española” y decía, entre otras cosas, que “su adolescencia perdura a través de los tiempos: siempre trata de encontrarse a sí misma y en ese vano intento se pierde cada vez más. Suele poner en marcha una esperanza cotidiana en la que confía más que en cualquier providencia infalible. Una esperanza que funciona sola y que le mantiene satisfecha. Después de cuarenta años se murió el padre, en muerte largamente anunciada y deseada. Parecía evidente que tal golpetazo haría reaccionar a la sociedad española instándola a una madurez aún posible y fecunda. Y no. Siguió aferrada a la adolescencia, es decir, al reino de la provisionalidad. Hay quien piensa que arrastra el trauma de no haber sido capaz de matar al padre… Quiere dotarse de un nuevo padre, por propia voluntada… y anda haciéndole carantoñas al Rey, musitando salmodias al Rey, para que se convierta en padre…” Ya ni eso.
Con El extraño vuelo de Ana Recuerda, a través de sus casi cuatrocientas páginas, desentraña también la alegoría de este país a través de una serie de personajes en los que se concentrará coralmente esa búsqueda, esas ansias de libertad, de seguridad, de esperanza, de felicidad, esa necesidad de desprenderse de los genes que los ataban al pasado, que los mantenían sujetos a los dos garrotes y con las piernas clavadas en el fango de las propias miserias de individuos y de país.
Y para construir esa parábola de esa transición se sitúa en un lugar mítico, en un territorio literario creado ex profeso: Cártugos. No es nada nuevo, Vetusta para Clarín, Oleza para Miró, Macondo para García Márquez; Región para Juan Benet; Celama, para Luis Mateo Díez; Mágina para Muñoz Molina… Algunos críticos han querido identificar este territorio literario con Pórtugos en La Alpujarra granadina, pero no es así. Es un lugar de La Alpujarra granadina, pero un lugar aislado, como lo fue España durante tantos años, sumida en la autarquía económica pero también en la de los sentimientos, las emociones y la reflexión vital.
En El extraño vuelo de Ana Recuerda, en cierto modo, está profundizando en los fantasmas del cainismo español tradicional y en la necesidad de una permanente búsqueda de la esperanza y la felicidad, no sólo personal sino social. Sus personajes parecen extraídos de un sueño, formando un enjambre, una colmena de seres enfrentados, de historias tenebrosas y llenas de imposturas en el que cada uno juega quizá el papel que no le corresponde. Una novela que profundiza en la condición del ser humano y se deja conducir por la realidad y la sugestión imaginaria de sus demonios interiores.
El escritor y crítico Fernando de Villena ha dicho que El extraño vuelo de Ana Recuerda es un «hito de la narrativa actual andaluza.» Salvador Compán la ha saludado como una buena novela y Juan Campos Reina como una novela que remoza el mito insertado en las tragedias griegas.
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