lunes, 4 de febrero de 2008


EL MAR INVISIBLE DE J. COBOS WILKINS

F. MORALES LOMAS



Si en su hasta ahora única novela El corazón de la tierra (llevada dignamente al cine por Antonio Cuadri, que creó un producto solvente y creíble) había mucho de Zola en la dimensión social del asunto planteado y en su justificación literaria con profundos guiños al naturalismo y a un neorromanticismo social, creo que en El mar invisible (finalista del VI Premio Ciudad de Torrevieja) hay mucho de su paisano Vaz de Soto en el rescate del diálogo entre dos personajes como estructura determinante de un mundo en continua agitación. Cobos Wilkins ha creado una buena novela que asume los diálogos intercalados entre sus dos protagonistas (un boxeador acusado de doble asesinato y un maestro homosexual, proclive a la denuncia del régimen y sus obsesiones) como horma estructural para dirimir sus respectivas existencias con el poder sanador de la palabra como límite y extensión.
El diálogo es un pretexto narrativo que vehicula la narración en la que al final comprenderemos dos existencias muy diferentes: una de ellas, más intelectualizada, la del maestro Lorenzo Alange Lunar y la otra, la del boxeador chulesco, fanfarrón y presunto asesino, Damián Jaramundi Expósito, alias el Jara, más pegada a la realidad extrema que tanto gusta a Cobos Wilkins, al menos en estas dos entregas. Sus vidas se unen la noche anterior a que el Jara se disponga a sufrir el garrote vil y desde entonces ambos se confiesan mutuamente (aunque con cierto recelo inicial) sus respectivas vidas. Técnicamente Cobos Wilkins delimita ambos mensajes, el que transmite el Jara, imbuido de una jerga vulgar con propensión al erotismo y los exabruptos y la del maestro, más comedida y en una línea más velada. Digamos que ha recogido con solvencia ambos mundos y los ha sabido transmitir con precisión.
El tema de la culpabilidad o la inocencia es determinante en el caso de el Jara (no ha visto nunca el mar) personaje que no interesa socialmente su existencia y, en consecuencia, su muerte tampoco, haya sido o no culpable: “Estaba ante un hombre al que, culpable o inocente, el Estado no aplicaría justicia sino venganza”. Un tema que tiene una proyección evidentemente trágica y se soslaya con una actitud social de absoluta indiferencia. El Jara es un representante de esa sociedad abyecta, que puede que sea el culpable o no, pero el problema no es este sino que probablemente se merecería la muerte según esa sociedad injusta. El maestro homosexual, un desarraigado, un solitario, es también culpable socialmente por no seguir los dictados de una moral social con la que ha colisionado y declara delito la homosexualidad. El maestro es una víctima pero también da igual que lo sea. Al menos, socialmente. Ambos desde perspectivas distintas llegan al mismo lugar: su consideración de víctimas y de culpables por estar al margen del statu quo que ha engendrado una sociedad fascista. Pero también ambos muestran su fortaleza y su valor, sus convicciones.
Estamos el 11 de noviembre de 1971, cumpleaños del maestro que se constituye en narrador en primera persona de los acontecimientos aunque se alterna su voz narrativa con la de su compañero de celda. Y a través de una serie de capítulos breves, raudos, ligeros en el desarrollo lingüístico, construido sobre frases cortas y breves que proyectan con rapidez la narración y en la que no se produce la detención descriptiva ni la parsimonia habitual de los poetas cuando deciden entrar en el mundo novelesco. Esto no quiere decir que existe una tendencia desorbitada a un practicismo narrativo: De hecho dirá el maestro: “Las personas debemos saber comunicar nuestras ideas, transmitirlas con exactitud y belleza, porque si no somos capaces de convertirlas en palabras, alguien vendrá que nos robe el pensamiento”.
Junto a ellos aparecerá la tía del maestro, Genoveva, esnob y excéntrica; su madre depresiva, Marcos el farero, Isabel (su mujer) miembro de la burguesía madrileña; Engracia (madre del boxeador), analfabeta pero lista, igual recogía a un chucho que a un chulo, Tulio, la historia de Stephen (un tanto libresca) el primer amor del maestro; el Mudo, Buenaventura, el verdugo; doña Amalia, la asesinada... Y la gran metáfora del mar : la libertad a través del mar, que estaba casi a un tiro de piedra de la prisión de Huelva.
J. Cobos Wilkins: El mar invisible, Plaza & Janés, Barcelona, 2007, 365 págs.

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