lunes, 4 de febrero de 2008


CUÍDATE DE LOS POEMAS DE AMOR
DE SALVADOR COMPÁN O LA ICONOGRAFÍA ESTÉTICA

F. MORALES LOMAS


Salvador Compán es el depositario de la imagen. Hay escritores que vuelan sobre la narración con el impulso de un avión reactor: sienten la urgencia de los argumentos y el finiquito de la historia, tienen demasiada ligereza y su premura es que el lector llegue a su fin. Compán, sin ser uno de ellos, su prosa risueña y energética es la depositaria de la imagen, la pintura, los perfiles… No en vano nos habla de su afición “irredenta a la pintura”. Juega con la palabra, la construye y deconstruye, la alambica y erige la perfecta singladura del tempo narrativo y el tempo para imaginar, para soñar, porque sus referentes diagéticos nos los hace llegar con la templanza del sabio escultor de la palabra. Esta obsesión iconográfica, por ejemplo, es definitiva en el protagonista de Imágenes en su afán por contemplar a Laura hasta convertirla en icono de su cámara.
Pero no es, al menos en estas catorce historias que componen Cuídate de los poemas de amor (una bella edición de Ed. Almuzara, Córdoba, 2007), un escritor que resuelva las historias con la mano imperiosa del novelista arrogante, sino que deja al lector también su momento de gloria. Por esto, podemos encontrar que el valor del silencio, su estrategia de la palabra no dicha, de la elipsis que deja al lector como ofrecimiento o estipulación, de la sugerencia, los alambiques y los rodeos, permite a éste en determinados momentos ser también parte de su propósito estético. Así podemos encontrarlo, por ejemplo, en Tardes de domingo, en el que el cripticismo de la desenvoltura del relato exige al lector su plus de diligencia. Por ende se cuida de la sugerencia, del afán simbólico y metafórico, de la complementariedad, la connivencia y complicidad del lector. Quizá, porque, como dice en El día que matamos a Salman Rushdie, “nuestra realidad está más en las conciencias de los otros que en la nuestra”. Esta estrategia permite comienzos misteriosos y fulgurantes que atrapan y poco a poco nos conduce por el laberinto del pasado, de las historias vividas o soñadas con una habilidad sutil.
Todas las historias tienen como palabra-guía el amor, sus múltiples misterios, su campo abierto y abonado, su dimensión para la tragedia o la hilaridad, las estrategias de resolución de los conflictos o de creación de los mismos: “Los había enhebrado: en todos ellos, el amor o los afectos se viven entre chispazos de distorsión y con consecuencias en ocasiones duras o perturbadoras o, a veces, simplemente ridículas”. Palabras del prólogo, “Una autobiografía sumergida”, donde reúne las circunstancias temporales de la creación de estos relatos y la dinámica coyuntural de su génesis. Y en él nos ofrece algunas claves a tener en cuenta: “Cada historia lleva alrededor un momento de extrañeza y un determinado impulso que hizo coger cualquier cosa donde se pudiera escribir (…) Cada una de estas historias arrastra otra que tiene que ver conmigo, y no me refiero sólo al poder de evocación, a la capacidad de devolverme a quién era yo cuando las escribí, sino al modo en que luego me he relacionado con ellas, sin poderlas olvidar, y me han quizá condicionado la mirada sobre las cosas”.
Considero su primer relato, Trenes, como un poema en prosa: “Su origen está en un viaje que hice en un lento expreso a Madrid. Cerca de mi asiento, una muchacha miraba con melancolía por la ventanilla”. Este origen y una lectura de un ensayo de los maquis le permite construir una historia imposible en la que Ana, la chica que viaja en tren, se enamora de Juan, un pastor que vive en el campo y ve a la chica asomada a la ventanilla (me recordó por momentos a Adiós cordera, adiós de Clarín), y las historias de guerra, pasado y muerte respectivas, que se van ensartando en el símbolo del tren como juventud inútil, cuyos amores imaginarios nunca tendrán lugar. Considero este uno de los mejores relatos del libro por la atmósfera elegíaca, su tono triste y simbólico, arrebatador, la construcción de la unión mental de ambos personajes y la solvencia de la cautivadora palabra con revelaciones lingüísticas como: “Le atraía la decisión de su cuerpo o la necesidad de su sonrisa que extendía ante ella como una capa sin dueño”.
Anteo tiene una proyección también muy emotiva, amorosa y lírica en este caso hacia la tierra propia: el personaje muere de infarto en Bélgica pensando en su tierra andaluza: “Fue una especie de hombre-árbol, de hombre-olivo, que, mientras flotaba en el aire enrarecido de Vilvoorde, murió imaginando el lugar de Mengíbar”.
El mundo global en el que vivimos ofrece muchas posibilidades para el lector y los cuernos, ese efecto inmediato de la traición y la infidelidad en La estrategia del pescador. Un presentador de televisión, en un programa de éxito, traiciona a Amalia, su mujer, con su compañera Rosa Tolvas. Todo es grabado por el traidor Bermejo, que emite las imágenes por televisión.
Muy breve es el titulado Un alfiler en el corazón: una joven, que se prostituye para ayudar a sus padres, se enamora del hijo de un médico y requiere la ayuda lírica de un poeta para conquistarlo: “Una poesía que lo deje frito, porque la poesía tiene eso, ¿no?, que te deja loca la sangre y te pone como un flan el corazón”.
En una mesa de chiringuito escribió de un tirón Un mar de vino, en torno a un personaje con el que se topó en un chiringuito, en una playa de Almería. Tras un comienzo misterioso surge descriptivo y promiscuo el borracho al que dedica Compán dos páginas de suculenta adjetivación.
Aunque no se dice directamente, Román mata a su mujer, Clara, porque ha entendido que ésta quiere separarse y quedarse con la custodia de los niños. Clara, que determina hablar con él, le advierte de que no llegue antes de las nueve, sin embargo, él llega y la mata. Después sabemos que era una sorpresa agradable que le preparaba Clara con una tarjeta de bienvenida. El absurdo de los afectos/desafectos, la falta de diálogo, la incomprensión del otro se apodera de este trágico relato de Cena de Reyes, que parte de una anécdota reproducida por Compán: “En un bar de la plaza de la Encarnación, en Sevilla, observé algo que me impresionó. Tomaba un café cuando, enfrente de mí, al otro lado de la barra, un hombre solo estaba llorando (…) Intuí qué tipo de víctima era aquel hombre y escribí Cena de Reyes para confirmarlo”.
A través del monólogo interior el protagonista de Tardes de domingo nos hace partícipes de su anodina existencia y del sublime declive de las tardes de domingo mientras nos desvela su alma estafada: “Juana me lee poemas de amor, dulces engaños que oigo entre escalofríos que hacen más leves las horas terribles, las innombrables horas de la noche”
Abunda en estos relatos el empleo de la primera persona como una forma de contrarrestar el vano impulso objetivador de otros puntos de vista y acercarnos la intimidad manifiesta de los personajes y su proyección lírica y simbólica: el narrador de Imágenes (uno de los más interesantes) comienza a contemplar a Laura (la mujer de Jorge; con ambos él y su esposa salen al cine los jueves) hasta convertirla en objeto de su cámara. Se lo confiesa a Jorge y a Laura, que va a visitarlo para hacer el amor con él porque piensa que se ha enamorado de ella, sin embargo, de lo que se ha enamorado es de “imágenes imaginadas”, la realidad, en consecuencia, es otra: “«¿Es por Jorge?» , preguntó. «No. Es por las imágenes, por su desajuste con la realidad», y empecé a atolondrar las palabras hablándole de la falsa eternidad de ciertos momentos o de cómo las imágenes pueden forma un paraíso tan coherente que nos tape el mundo que pisamos”.
Un tanto desigual podemos considerar el titulado “El limpiador de cristales”, que nos advierte de las diversas formas que tiene un limpiador de llamar la atención de su amada.
La historia de amor y muerte ha sido recurrente por el Sur con frecuencia y así lo aborda Compán en La reina del carnaval: “Un alumno mío enfermó de amor una noche de los carnavales de Cádiz. La ensoñación le duró varios meses y lo llevó a componer un puñado de poemas y canciones (…): una desconocida que se le cruzó una noche, en circunstancias muy parecidas a las que en este relato aparecen”. Marcos se enamora de Sara en los carnavales de Cádiz, pero su novio le da una paliza de muerte a Marcos que se vengará matándolo. El desarrollo de la pasión y el uso del lenguaje jergal ha sido recogido magistralmente.
Esa afición irredenta hacia la pintura que confesaba Compán se evidencia en El pintor inglés, que va tras una mujer a la que había dedicado sus últimos cuadros durante los últimos cuatro años.
La poesía es otra de las grandes conquistas de la narrativa de Compán, del que he dicho en más de una ocasión que maneja afinadamente los recursos estéticos, con vigor y conocimiento. Y, en el cuento homónimo, Cuídate de los poemas de amor, nos habla de la de una profesora inepta gracias a su pasión por la lírica de Aleixandre.
La muerte, la sangre fría ante su llegada, resulta conmovedora en Jiménez, el Espeso: “¿Tú no has sentido el miedo, Rubio? ¿Tú no te has visto nunca con un nudo en la garganta y con ganas de cagar? Eso, eso es el miedo”.
El más extenso, y también uno de los más importantes del libro es El día que matamos a Salman Rushdie, en el que los que planifican el asesinato de Rushdie se equivocan y matan a un líder religioso iraní muy parecido. Estaría cerca de la narración de intriga policíaca, de cuyos recursos ha sabido dotarse a la perfección.
En definitiva, una buena obra de creación literaria y libresca, que le ha valido hasta el momento en que escribo (pendientes aún del fallo final) el reconocimiento de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, al haberlo seleccionado como una de las seis obras narrativas más importantes del año 2007. Premio que, no obstante, ya consiguió en 1999 por su novela Un trozo de jardín.

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