Tornado (Seix Barral, 2008), o la mirada hacia atrás, es el último proyecto lírico del poeta catalán Pere Gimferrer, miembro de la RAE desde 1985 y Premio Nacional de Literatura en dos ocasiones. Es una continuación de su poemario Amor en vilo, en el que conectaba con el cine, el jazz o la tradición literaria...
Tornado lo componen setenta y tres poemas de amor escritos linealmente desde el día veintiséis de febrero de 2006 hasta el nueve/diez de marzo de 2008; siendo durante el año de 2006 cuando se escriben la mayor parte de ellos: 39. Es un libro que trata de almacenar lo mejor de la tradición clásica del barroco, fundamentalmente (aunque hay también poemas dentro del clasicismo del XVI), y del modernismo, tomando como unidad temática el amor explosivo, la exaltación de la amada, el erotismo múltiple, la acumulación de imágenes, metáforas, símbolos, figuras retóricas, símiles...; y la plétora verbal a través de los elementos musicales que conforman todos lo de repetición (anáforas, aliteraciones, la rima, paronomasias...), estructuras paralelísticas..., que conforman un poemario con una sensibilidad vetusta y antigua, que tiene algo de quincalla; y quizá poco creíble, porque acaso se perciba más como un ejercicio literario que como una pulsión emotiva, aunque quizá esto sean considerados prejuicios de lector. El escritor catalán demuestra en Tornado que es un gran gregario de Góngora, Quevedo o Rubén Darío, a los que trata de emular con su continuo juego metafórico, sus imágenes rutilantes y sus verbalismo incontenido, musical y evanescente.
Decir a la amada en estos momentos de la literatura española que es “Una mujer formada de oro y plafones/ y de una algarabía de estruendo y fuego./ Una mujer escrita en modulaciones/ sobre la partitura del tú y el ego”, o hablar de “la pulsación de soles de tu cuerpo”, o “tus talones de oro me han desencuadernado” es una lírica que puede tener sus prosélitos (y Gimferrer los tiene) pero a mí me resulta, como mínimo, una lírica turbadora y, como máximo, un juego con la tradición literaria a la que pretende remedar o parodiar. Estaríamos, en consecuencia, ante un escritor que en estos momentos desea convertirse en epígono posmoderno tratando de acarrear de nuevo a nuestros días un tipo de literatura que en el pasado cosechó indubitables éxitos.
Gimferrer se convierte, pues, en trasgresor desde la concepción de un discurso prístino, intentando una vuelta a los grandes clásicos, rivalizando con Quevedo y Góngora, con Rubén Darío y Valle-Inclán. Pero escribir como lo hicieron Quevedo o Góngora puede resultar a estas alturas un discurso ajado o deslucido. Aunque también es cierto que es una literatura que tiene sus lectores y Gimferrer desde el 66 posee una cohorte de seguidores (en algún momento yo lo fui) a los que, sin duda, agradará su poesía, por ser un virtuoso de la palabra literaria y un buen lector de los clásicos, que diría Borges. Y, efectivamente, creo que uno de los valores del libro es ese virtuosismo creador intentando por momentos unir la posmodernidad con la tradición literaria.
En este extenso libro de poesía amorosa el lector podrá encontrar esa capacidad lingüística que nadie le niega, un notable talento expresivo y la consideración de que ha recogido el testigo de las lecturas clásicas y ha asumido la mejor tradición de la literatura española..., pero también podrá encontrar a un escritor impersonal, incoloro e inodoro, seguidor de alguien que en su momento descubrió al mundo el papel revolucionario y vital de la palabra, pero cuando se crea ex nihilo.
No considero que sea el papel de un gran escritor actual escribir con sucedáneos imitativos de la mejor literatura española áulica. O al menos alguien que, en el pasado, ha demostrado ser un profundo poeta en obras Arde el mar o La muerte en Beverly Hills. A un escritor así le debemos reclamar que escriba una obra personal, una obra que quede como testimonio de una época.
Gimferrer, Per: Tornado, Seix Barral, Barcelona, 2008, 189 págs.
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