F. Morales Lomas, Manuel Gahete y A. García Velasco
Desde hace años he dedicado bastantes páginas a glosar la lírica de Manuel Gahete, uno de los poetas andaluces más prestigiosos, y como tal lo incluí en mi obra Entre el XX y el XXI. Antología poética andaluza (I). Conozco también al hombre Manuel, al amigo. Lo suficiente como para decir que es fiel a sí mismo y, en consecuencia, perfectamente coherente con su visión de la existencia y el mundo que muestra en su obra. Esta coherencia nos permite hablar de un escritor que sustenta su nuevo libro sobre los principios que lo han hecho heredero de una lírica rica en la expresión léxica, en la imaginería y profunda en el concierto y la vocación humana.
Tres palabras ahorman Mitos urbanos (Algaida, 2007) que fue ganador del Premio Ateneo de Poesía: la vida, el amor y la muerte. Los tres términos a los que dio vida Miguel Hernández en su poesía, de la que se siente en parte heredero Gahete.
Muchos han considerado habitualmente a Gahete un escritor barroco. Su nacimiento cordobés y su fidelidad a los poetas de allí desde el origen es un principio inicial, y también su vocación léxica, lingüística e imaginaria; pero pocos lo han conectado con Miguel Hernández del que toma la cita inicial “Con tres heridas yo...” para organizar el poemario, y, sin embargo, no olvidemos los inicios en el barroco de Hernández con su Perito en lunas.
Sin embargo, la relación con el poeta de Orihuela viene de dos ideas que son recurrentes en la lírica de Gahete: su grandilocuencia expresiva y voluntad de estilo, a la vez que también su vitalidad, la trascendencia del amor y los sentimientos en su lírica. Un amor que no se queda sólo en las bellas palabras, sino en el arrebato, en el erotismo, en la palabra fulminante que enardece cuanto toca.
Muy delimitado en los tres vocablos (vida, muerte, amor) se construye este poemario con voluntad estructural y organizativa, pues son ocho poemas los que componen cada uno de los tres apartados. Pero esta voluntad estructural y cíclica también está presente en la concepción del poema libre que usa habitualmente de los elementos de repetición como la anáfora y la estructura paralelística con voluntad de crear ese ámbito musical que posee en general el ritmo de sus versos. Hay un orden directo que genera la estructura. Y, en consecuencia, es un libro muy meditado, muy organizado.
Los poemas bajo el título de “De vita” siembran un lírica existencial, meditativa, de búsquedas, vital, lúcida, que encuentra en la mirada y en el paso del tiempo dos de sus frecuencias. Inicia el poemario como el “homo viator” (“Me sumerjo en las calles”). Con un aire misterioso va desde la incertidumbre hasta la alegría de ser, para después sumergirse en el vértigo de la luz a través de ese monólogo con la amada a la que le confiesa que definitivamente se ha perdido la inocencia, que ya nada es como había sido antes. El despertar al ciego dolor, a la soledad, a la noche y a la muerte en una aire presuntamente decadente, pero sólo presuntamente porque la vitalidad siempre es superior en sus versos. Su optimismo es inmanente. Y en su ámbito vital la libertad adquiere un valor extrínseco: “Por ti surqué las olas.... He dejado mi hambre.... Por ti, mi dios.... Y no encontré en la vida... sino la libertad de haber amado”. Aquí radican las palabras que cierran su poesía sobre sí, el amor. De hecho, en su poética (el último poema lo titula así, “Poética”) dice: “Nada como la lucha abierta de los cuerpos./ Nada es más dulce,/ nada que tu boca/ y ese vago dominio del amor en la entrega.// El amor que ennoblece a aquel que ama y embellece al amado”. Gahete es el poeta del amor. Aquí encuentra su condonación de humano, su salud vital.
La necesidad de vivir, la necesidad de abrir esas ventanas que se nos cierran, de hurgar en el silencio o no acaparar el llanto es lo que le mueve al poeta. La muerte (dedica “De morte” a ella) es una penúltima morada. Surge cuando el amor ha sucumbido, cuando se ha dejado de amar, aunque se continúe vivo. Y esa permanencia sensual sólo puede finalizar cuando acabe la contemplación del ser amado. Esa muerte de ausencia que nos acerca al abismo. Hay poemas que son todo un homenaje a amigos vivos o muertos sin nombrarlos, como en “La equívoca memoria”, cuando nos habla de la palabra del que ha desaparecido, del amigo que se fue, del quebranto de la memoria: “Hablamos del paisaje de la ruina,/ de la serenidad de la memoria,/ de los mudos amigos/ que ya viven en el libro cerrado del recuerdo”. Hay una voluntad de pervivir en la memoria, de no comprender el anhelo de la muerte que siempre corta los afectos (acaso éste sea su sentido), y más que morir nos vamos pereciendo en el afecto. Una memoria que adquiere una suculenta presencia en el poema “Interior” con esa voluntad de hacernos vivir en el poema al amigo muerto: “Nunca quiso vivir como los hombres./ Pero quiso morir porque la tierra/ era la dulce amante de sus ojos”. O en el poema “Confidencia”, acaso una reflexión vital, una reflexión del hombre que todo lo comprende, que como el sabio contempla la vida y la muerte con el sentido que ambas tienen o deben tener, con la distancia que da el haber cumplido años: “Lo que hoy nos abruma/ mañana será nada”.
Pero es en “De amore”, que Gahete expresamente ha colocado al final, donde el escritor de Fuente Obejuna alcanza la máxima sublimación. Gahete se encuentra en plena ebullición cuando se le presenta el tema amoroso. Su voluntad de estilo alcanza una enorme calidad expresiva y encuentra evidentes hallazgos metafóricos y léxicos. Goza en la sensualidad, en la contemplación, en el monólogo emotivo con la amada, se reconoce, vibra, lo celebra, lo amplifica todo: “Que no haya mar/ más hondo que tu aliento/ ni más vigor que tu aguerrida sangre/ en el porfiado esqueje de la herida./ Que sepas que me abrasa/ el vientre cada beso/ y me hierven los nervios/ si me rozas”. Es el amor lo que ennoblece al ser humano, pero sobre todo en Gahete le da rumbo y proyección a su vida, la amplía hasta horizontes elevados. A través de un lenguaje musical sostenido sobre el paralelismo, la anáforas y el abundante juego metafórico va construyendo esa proyección universal, esa sabiduría vital: “Si tú me miras/ no existe absoluto/ más allá de mí mismo que no sea/ el reflejo de ser en tu mirada”.
Tres palabras ahorman Mitos urbanos (Algaida, 2007) que fue ganador del Premio Ateneo de Poesía: la vida, el amor y la muerte. Los tres términos a los que dio vida Miguel Hernández en su poesía, de la que se siente en parte heredero Gahete.
Muchos han considerado habitualmente a Gahete un escritor barroco. Su nacimiento cordobés y su fidelidad a los poetas de allí desde el origen es un principio inicial, y también su vocación léxica, lingüística e imaginaria; pero pocos lo han conectado con Miguel Hernández del que toma la cita inicial “Con tres heridas yo...” para organizar el poemario, y, sin embargo, no olvidemos los inicios en el barroco de Hernández con su Perito en lunas.
Sin embargo, la relación con el poeta de Orihuela viene de dos ideas que son recurrentes en la lírica de Gahete: su grandilocuencia expresiva y voluntad de estilo, a la vez que también su vitalidad, la trascendencia del amor y los sentimientos en su lírica. Un amor que no se queda sólo en las bellas palabras, sino en el arrebato, en el erotismo, en la palabra fulminante que enardece cuanto toca.
Muy delimitado en los tres vocablos (vida, muerte, amor) se construye este poemario con voluntad estructural y organizativa, pues son ocho poemas los que componen cada uno de los tres apartados. Pero esta voluntad estructural y cíclica también está presente en la concepción del poema libre que usa habitualmente de los elementos de repetición como la anáfora y la estructura paralelística con voluntad de crear ese ámbito musical que posee en general el ritmo de sus versos. Hay un orden directo que genera la estructura. Y, en consecuencia, es un libro muy meditado, muy organizado.
Los poemas bajo el título de “De vita” siembran un lírica existencial, meditativa, de búsquedas, vital, lúcida, que encuentra en la mirada y en el paso del tiempo dos de sus frecuencias. Inicia el poemario como el “homo viator” (“Me sumerjo en las calles”). Con un aire misterioso va desde la incertidumbre hasta la alegría de ser, para después sumergirse en el vértigo de la luz a través de ese monólogo con la amada a la que le confiesa que definitivamente se ha perdido la inocencia, que ya nada es como había sido antes. El despertar al ciego dolor, a la soledad, a la noche y a la muerte en una aire presuntamente decadente, pero sólo presuntamente porque la vitalidad siempre es superior en sus versos. Su optimismo es inmanente. Y en su ámbito vital la libertad adquiere un valor extrínseco: “Por ti surqué las olas.... He dejado mi hambre.... Por ti, mi dios.... Y no encontré en la vida... sino la libertad de haber amado”. Aquí radican las palabras que cierran su poesía sobre sí, el amor. De hecho, en su poética (el último poema lo titula así, “Poética”) dice: “Nada como la lucha abierta de los cuerpos./ Nada es más dulce,/ nada que tu boca/ y ese vago dominio del amor en la entrega.// El amor que ennoblece a aquel que ama y embellece al amado”. Gahete es el poeta del amor. Aquí encuentra su condonación de humano, su salud vital.
La necesidad de vivir, la necesidad de abrir esas ventanas que se nos cierran, de hurgar en el silencio o no acaparar el llanto es lo que le mueve al poeta. La muerte (dedica “De morte” a ella) es una penúltima morada. Surge cuando el amor ha sucumbido, cuando se ha dejado de amar, aunque se continúe vivo. Y esa permanencia sensual sólo puede finalizar cuando acabe la contemplación del ser amado. Esa muerte de ausencia que nos acerca al abismo. Hay poemas que son todo un homenaje a amigos vivos o muertos sin nombrarlos, como en “La equívoca memoria”, cuando nos habla de la palabra del que ha desaparecido, del amigo que se fue, del quebranto de la memoria: “Hablamos del paisaje de la ruina,/ de la serenidad de la memoria,/ de los mudos amigos/ que ya viven en el libro cerrado del recuerdo”. Hay una voluntad de pervivir en la memoria, de no comprender el anhelo de la muerte que siempre corta los afectos (acaso éste sea su sentido), y más que morir nos vamos pereciendo en el afecto. Una memoria que adquiere una suculenta presencia en el poema “Interior” con esa voluntad de hacernos vivir en el poema al amigo muerto: “Nunca quiso vivir como los hombres./ Pero quiso morir porque la tierra/ era la dulce amante de sus ojos”. O en el poema “Confidencia”, acaso una reflexión vital, una reflexión del hombre que todo lo comprende, que como el sabio contempla la vida y la muerte con el sentido que ambas tienen o deben tener, con la distancia que da el haber cumplido años: “Lo que hoy nos abruma/ mañana será nada”.
Pero es en “De amore”, que Gahete expresamente ha colocado al final, donde el escritor de Fuente Obejuna alcanza la máxima sublimación. Gahete se encuentra en plena ebullición cuando se le presenta el tema amoroso. Su voluntad de estilo alcanza una enorme calidad expresiva y encuentra evidentes hallazgos metafóricos y léxicos. Goza en la sensualidad, en la contemplación, en el monólogo emotivo con la amada, se reconoce, vibra, lo celebra, lo amplifica todo: “Que no haya mar/ más hondo que tu aliento/ ni más vigor que tu aguerrida sangre/ en el porfiado esqueje de la herida./ Que sepas que me abrasa/ el vientre cada beso/ y me hierven los nervios/ si me rozas”. Es el amor lo que ennoblece al ser humano, pero sobre todo en Gahete le da rumbo y proyección a su vida, la amplía hasta horizontes elevados. A través de un lenguaje musical sostenido sobre el paralelismo, la anáforas y el abundante juego metafórico va construyendo esa proyección universal, esa sabiduría vital: “Si tú me miras/ no existe absoluto/ más allá de mí mismo que no sea/ el reflejo de ser en tu mirada”.
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