RAFAEL GUILLÉN Y F. MORALES LOMAS
EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA DE GRANADA. HOMENAJE A LOS ESCRITORES RAFAEL GUILLÉN Y EL RUSO YEVGUENI YESTUSHENKO
El festival internacional de poesía de Granada de este año ha tenido a estas dos figuras como máximos exponentes de la poesía actual. Yestushenko es una figura en Rusia y Guillén es un escritor muy querido para nosotros que hemos dedicado muchas horas a su estudio. En este sentido pueden ver la edición que hice de su obra completa "Ser un instante", publicado por la Fundación Unicaja dentro de la Colección Clásicos Contemporáneos de Poesía, dirigida por García Pérez.
A continuación expongo algunas de las ideas de poesía de Guillén y algunas imágenes del festival donde aparece la mesa inaugural, la intervención de Yestushenko en la Huerta de San Vicente (Granada), residencia de Lorca, mi encuentro con Rafael Guillén, una imagen con Fernando Valverde, Daniel Rodríguez Moya y Remedios Sánchez... Intervención del escritor salvadoreño Jorge Galán...
YESTUSHENKO EN LA HUERTA DE SAN VICENTE (GRANADA)
LA POESÍA CUÁNTICA DE RAFAEL GUILLÉN
F. MORALES LOMAS
Rafael es el caso significativo del escritor fiel a sí mismo y a su modo de ser y estar en el mundo. Constituyendo su lírica una de las trayectorias más coherentes de la literatura española por esa indagación en la epistemología vital y sus correlatos de la vida cotidiana, así como en la búsqueda del conocimiento, como propugnaba Debicki, y la reflexión sobre la materia, el espacio o el movimiento tanto como en su memoria y vivencias.
Pero la materia poética solo puede ser cincelada por la excelencia de un lenguaje cabal y rico, ese monumento a la palabra y su experimentación verbal, como única vía para alcanzar el patrimonio que su obra proyecta y la dota de profundidad en lo esencial. En el núcleo de los temas que han preocupado históricamente al ser humano: el amor, el tiempo, la materia, el sentido de la existencia, nuestra necesidad de conocimiento y nuestra soledad ante los avatares del mundo, con esa duda metódica que pervive en la incertidumbre pero que aspira a la certeza. La penetrante reflexión de todo ello conlleva la emoción sublime de la palabra poética.
Hay poetas que organizan, sistematizan, crean pero son contenidos en la conmoción lírica, romos en sus esencias de humanidad conquistada. No lo es Rafael Guillén, en el que impera el sentido de la agitación poética y acude al lector como su mejor y más conmovido intermediario. Un aliento poético creador que tanto se aprecia en los temas amorosos, metafísicos, sociales o puramente testimoniales… inmersos en las cosas cotidianas. Hay también una subterránea reflexión neorromántica en torno al ser humano y una apreciable conquista del terreno cuántico del hecho lírico.
Pero su poesía está originada en el clasicismo español, se adentra en él y lo redimensiona para después seguir sus propios derroteros líricos al imbuirse del sentido último que posee la realidad y la inmersión en ella del ser humano. De ahí también nace el corolario de una poesía hondamente humanista y esencialmente solidaria con la que pretende crear una metáfora del mundo.
Su independencia artística, su voluntad de creación personal, le ha hecho transigir con su propio camino (ajeno a los cantos de sirena de otros) al entender la poesía como una forma de ser y como una forma de sentido de la existencia. Un personal estado de palabra a través del que ha querido llegar a la transparencia del mundo, su comprensión última, y conquistar las grandes respuestas cuando todo eran/son preguntas. Una poesía que sorprende y trata de iluminar las últimas verdades del ser humano a través de la búsqueda del conocimiento y la interpretación intuida.
La conciencia poética y la voluntad creadora de la palabra irán de la mano para organizar un sentido del espacio y del tiempo desde la esencia de eso que llamamos humanidad. Y para ello todos los sentidos se necesitan porque hay una singladura en la que entrar y un camino que recorrer, por lo que, a veces, su lírica se proclama desde la perspectiva del homo viator o de un camino de conocimiento. Lo que hace engrandecer una poesía profundamente sensorial y creadoramente reflexiva con la que se aspira a la transparencia, a la luz, a un estado de conciencia permanente.
Rafael Guillén reivindica la palabra como concepto poético y sustenta su visión de la poesía en el macrocosmos de riqueza vital y cultural que es el planeta Tierra, por el que ha viajado con profusión y cuya obra ha visto la luz desde Chile a China o desde África hasta Noruega.
Desde su origen la obra de Rafael Guillén ha seguido un camino personal aunque asentado en esa rica tradición que procede del 27 con la que él conecta directamente. De hecho, Rafael Guillén ha manifestado no sentirse adscrito a ninguna de las promociones de posguerra y sí considerarse contemporáneo de la Generación del 27. Y aunque Guillén llegó a cultivar la lírica social, sin embargo, su obra se diversificó, se fortaleció y amplió por otras sendas mucho más sugerentes y ricas en las que habría que constatar su voluntad de ennoblecer la palabra, en ese paradigma intuido de altura, trascendentalizar sus contenidos poéticos y acercarlos a una realidad metafísica y existencial que alcanzará una gran vía en la lírica de José Ángel Valente o la de Francisco Brines en la cavilación elegíaca y melancólica.
No es el individuo en cuanto integrante de una entidad social sino el individuo en cuanto ser humano el que realmente le importa. Es la humanidad del ser lo que prima en su obra, su esencia como individuo en libertad, su percepción como persona con unos valores precisos. Por tanto, su poesía más que socializadora (que en determinados momentos puede darse) tiene más una proyección de neorromanticismo humanista con ascendiente universal, concentrado en ocasiones en la trascendencia de los derechos humanos como guía y en la voluntad del poeta de oponer resistencia.
Una lírica siempre abierta a la capacidad de sugerencia de la palabra con la que pretende organizar una particular visión del mundo y de la existencia, pero nunca como proceso de reducción sino de amplificación consciente.
También hay en su obra una especial concepción de lo real que la conecta con las nuevas vertientes del pensamiento que se ha desarrollado con fuerza en los últimos cincuenta años, la lírica cercana a los descubrimientos de la ciencia y de una nueva forma de mirar la realidad. Esta constatación, que tiene que ver mucho con el concepto de estética cuántica y su especial observación del hecho en sí, nos permite adentrarnos por una poesía conceptual que indaga con solvencia en todo aquello que aparentemente no es realidad (una apariencia sensible) pero que lo constatan el pensamiento y los sentidos.
Pero la materia poética solo puede ser cincelada por la excelencia de un lenguaje cabal y rico, ese monumento a la palabra y su experimentación verbal, como única vía para alcanzar el patrimonio que su obra proyecta y la dota de profundidad en lo esencial. En el núcleo de los temas que han preocupado históricamente al ser humano: el amor, el tiempo, la materia, el sentido de la existencia, nuestra necesidad de conocimiento y nuestra soledad ante los avatares del mundo, con esa duda metódica que pervive en la incertidumbre pero que aspira a la certeza. La penetrante reflexión de todo ello conlleva la emoción sublime de la palabra poética.
Hay poetas que organizan, sistematizan, crean pero son contenidos en la conmoción lírica, romos en sus esencias de humanidad conquistada. No lo es Rafael Guillén, en el que impera el sentido de la agitación poética y acude al lector como su mejor y más conmovido intermediario. Un aliento poético creador que tanto se aprecia en los temas amorosos, metafísicos, sociales o puramente testimoniales… inmersos en las cosas cotidianas. Hay también una subterránea reflexión neorromántica en torno al ser humano y una apreciable conquista del terreno cuántico del hecho lírico.
Pero su poesía está originada en el clasicismo español, se adentra en él y lo redimensiona para después seguir sus propios derroteros líricos al imbuirse del sentido último que posee la realidad y la inmersión en ella del ser humano. De ahí también nace el corolario de una poesía hondamente humanista y esencialmente solidaria con la que pretende crear una metáfora del mundo.
Su independencia artística, su voluntad de creación personal, le ha hecho transigir con su propio camino (ajeno a los cantos de sirena de otros) al entender la poesía como una forma de ser y como una forma de sentido de la existencia. Un personal estado de palabra a través del que ha querido llegar a la transparencia del mundo, su comprensión última, y conquistar las grandes respuestas cuando todo eran/son preguntas. Una poesía que sorprende y trata de iluminar las últimas verdades del ser humano a través de la búsqueda del conocimiento y la interpretación intuida.
La conciencia poética y la voluntad creadora de la palabra irán de la mano para organizar un sentido del espacio y del tiempo desde la esencia de eso que llamamos humanidad. Y para ello todos los sentidos se necesitan porque hay una singladura en la que entrar y un camino que recorrer, por lo que, a veces, su lírica se proclama desde la perspectiva del homo viator o de un camino de conocimiento. Lo que hace engrandecer una poesía profundamente sensorial y creadoramente reflexiva con la que se aspira a la transparencia, a la luz, a un estado de conciencia permanente.
Rafael Guillén reivindica la palabra como concepto poético y sustenta su visión de la poesía en el macrocosmos de riqueza vital y cultural que es el planeta Tierra, por el que ha viajado con profusión y cuya obra ha visto la luz desde Chile a China o desde África hasta Noruega.
Desde su origen la obra de Rafael Guillén ha seguido un camino personal aunque asentado en esa rica tradición que procede del 27 con la que él conecta directamente. De hecho, Rafael Guillén ha manifestado no sentirse adscrito a ninguna de las promociones de posguerra y sí considerarse contemporáneo de la Generación del 27. Y aunque Guillén llegó a cultivar la lírica social, sin embargo, su obra se diversificó, se fortaleció y amplió por otras sendas mucho más sugerentes y ricas en las que habría que constatar su voluntad de ennoblecer la palabra, en ese paradigma intuido de altura, trascendentalizar sus contenidos poéticos y acercarlos a una realidad metafísica y existencial que alcanzará una gran vía en la lírica de José Ángel Valente o la de Francisco Brines en la cavilación elegíaca y melancólica.
No es el individuo en cuanto integrante de una entidad social sino el individuo en cuanto ser humano el que realmente le importa. Es la humanidad del ser lo que prima en su obra, su esencia como individuo en libertad, su percepción como persona con unos valores precisos. Por tanto, su poesía más que socializadora (que en determinados momentos puede darse) tiene más una proyección de neorromanticismo humanista con ascendiente universal, concentrado en ocasiones en la trascendencia de los derechos humanos como guía y en la voluntad del poeta de oponer resistencia.
Una lírica siempre abierta a la capacidad de sugerencia de la palabra con la que pretende organizar una particular visión del mundo y de la existencia, pero nunca como proceso de reducción sino de amplificación consciente.
También hay en su obra una especial concepción de lo real que la conecta con las nuevas vertientes del pensamiento que se ha desarrollado con fuerza en los últimos cincuenta años, la lírica cercana a los descubrimientos de la ciencia y de una nueva forma de mirar la realidad. Esta constatación, que tiene que ver mucho con el concepto de estética cuántica y su especial observación del hecho en sí, nos permite adentrarnos por una poesía conceptual que indaga con solvencia en todo aquello que aparentemente no es realidad (una apariencia sensible) pero que lo constatan el pensamiento y los sentidos.
Antes de conformar la primera gran aportación de Guillén a la poesía española del siglo XX, el ciclo del vitalismo humanista en el asombro, anterior a 1964, el escritor granadino escribió varios libros de poesía que conforman su primer ciclo poético: Antes de la esperanza (1956), Pronuncio amor (1960) y Cancionero-guía para andar por el aire de Granada (1962), además de los cuatro sonetos de Río de Dios (1957) y los poemas extensos Apuntes de la corrida (1959) y Elegía (1961). Incluso habría que acrecentar también este ciclo con el libro Hombre en paz (1966) y Amor, acaso nada (1968), publicados más tarde pero elaborados antes de 1964.
Un ciclo plural, heterogéneo y diversificado en el que igual podemos encontrar trascendentes poemas metafísicos como elegías vitales o la inmersión en el ámbito de la copla y el cante flamenco con temáticas más centradas en la tradición granadina. En esta lírica de raigambre metafísica, los límites del ser humano determinan su proceso vital, su incapacidad para soslayar lo que a todas luces es la inmersión en la nada.
Un ciclo plural, heterogéneo y diversificado en el que igual podemos encontrar trascendentes poemas metafísicos como elegías vitales o la inmersión en el ámbito de la copla y el cante flamenco con temáticas más centradas en la tradición granadina. En esta lírica de raigambre metafísica, los límites del ser humano determinan su proceso vital, su incapacidad para soslayar lo que a todas luces es la inmersión en la nada.
RAFAEL GUILLÉN Y F. MORALES LOMAS
La poesía amorosa ocupa durante esta primera etapa un espacio valioso con la publicación de dos poemarios: Pronuncio amor (1960) y Amor, acaso nada (1966).
La Elegía, dedicada a su madre muerta20, escrita en alejandrinos blancos, es un sentido homenaje que nos recuerda en el tono vehemente e hiperbólico la elegía de Ramón Sijé de Miguel Hernández, con un lenguaje metafórico donde el vacío materno sólo puede ser invadido por la palabra y sus imágenes que ocupan lo inefable de la expresión dolorosa de una ausencia nunca ocupada.
Un segundo ciclo poético, que el escritor ha querido diferenciar ex profeso del resto de su producción, tendría en El Gesto (publicado en 1964 pero comenzado a elaborar en 1958) el comienzo de una singladura diferenciada con la conformación de una trilogía que incluye además Gesto segundo (1972) y Tercer gesto (1967). A pesar de las diferencias propias de cada libro, existe “una misma actitud poética”21 que conforma un tipo de poesía que se articula sobre dos términos: la vitalidad y el asombro:
Abierto al misterio de lo creado, en un vitalismo humanista, en donde es “el hombre el que completa al poeta”, ya que la poesía “nace del conocimiento y del asombro”. Conocimiento y asombro ante el hombre -su yo interior- y las cosas, enigmáticas, ambiguas, ¿verdaderas?22
La necesidad de definir lo que es el ser humano y a definirse como tal encuentra en estos versos su pleno sentido. Hombre-solidario, hombre-en hermandad con los demás hombres, pero también hombre que padece, que sufre, que tiene miedo, que siente la necesidad de Dios. Es un hombre frente a su destino, pero también frente a su pasado: su infancia, su madre y los paisajes vividos ensamblan el misterio que se va abriendo progresivamente en su poesía al mundo, a ese universo cotidiano.
Pero, ¿qué es el gesto que preside esta trilogía? El ser humano solo posee gestos, señas o aspavientos ante el mundo. El ser humano no es nadie, no es nada. Su respuesta ante el universo solo se puede sostener en una pequeña mueca, en un gesto: “sólo me queda un gesto, en esta oscura/ conciencia que aún confía en lo imprevisto”.
Una poesía que se adentra por las siguientes temáticas:
1) El poeta. La reflexión sobre la existencia, la caída y la trascendencia de la palabra o su silencio.
2) Dios, su silencio y luminosa oscuridad.
3) La bondad propicia del ser humano.
4) La guerra, la violencia, la tristeza, la muerte.
5) El hombre ante el miedo, la soledad, la duda, lo desconocido, la muerte.
6) La defensa de los humildes y desamparados.
7) La salida existencial y la búsqueda de la luz y la esperanza.
8) La infancia y la madre como sostén y alimento, como raíz y memoria.
9) La alegría vital y sus correlatos tristes.
Una poesía transparentemente humana y amorosa
Los vientos (1970), Límites (1971) y Vasto poema de la resistencia (1981) son libros pertenecientes a ciclos diversos. Límites, por ejemplo, se inserta en la tetralogía metafísica; en cambio, Los vientos es un poema amoroso que conectaría más directamente con Pronuncio amor (1961); y Vasto poema de la resistencia es un libro muy diferente, que de hecho permaneció olvidado.
La tetralogía metafísica: el tiempo, la materia, el espacio y el movimiento
Esta tetralogía lírica que integran Límites, Los estados transparentes (Premio Nacional de Literatura en 1994), Las edades del frío (Premio Andalucía de la Crítica en 2003) y Los dominios del cóndor (2007). El debate sobre qué es la realidad y el edificio que sostiene la metafísica para explicarla tienen mucho que ver en estas obras. Y precisamente en una obra ya clásica de X. Zubiri, Espacio, tiempo, materia (1996)26, se planteaba esto y el ser humano como un ser de realidades, un ser material, un ser-materia pero no sólo materia pues existe la inmaterialidad de la mente humana. Rafael Guillén prefiere hablar de trilogía (en lugar de tetralogía) sobre el tiempo, la materia y el espacio, en tanto Las edades del frío sería una especie de “coda y complemento de éste (ciclo), pues indaga en los tres temas fundamentales, los enriquece e, incluso, completa la ecuación con un cuarto, el movimiento”27.
En Límites (1971) podemos adentrarnos en la configuración de un mundo confinado desde ese fondo que forma el limo de lo que hemos sido hasta la claridad palpitante de los tangentes abismos del cielo. El poeta necesita encontrar evidencias, puntos de apoyo que estén fuera del universo, sin saber exactamente qué. Los estados transparentes (1993)31 abordan la materia, su estado de transformación y de transparencia: “...la materia me cobija. Entro,/ al fin, en los estados transparentes”. Esta lírica se inserta en el discernimiento y comprensión de la realidad, en su forma de ahormarla e intentar conocerla y definirla. El poeta con ella conquista la claridad, el estado de transparencia, la revelación de mundos antitéticos en un mundo circular y preciso, estando todo en su sitio como si pensáramos el futuro. Siempre, en el trasfondo, existe la lucha con el tiempo, lo sublime de su mundo propio y la llegada al futuro como una vuelta al pasado en esa línea circular o laberíntica. Rafael Guillén sigue la línea de Heidegger cuando plantea en El Ser y el Tiempo que la razón de la existencia del ser depende de que esté o no en el mundo (Dasein: ser ahí). Guillén coincide con Zubiri también en la multiplicidad de espacios, pero sobre todo hay un espacio solemne para el escritor granadino, la inmensidad del espacio del corazón, lo sublime del corazón espacial, sus conquistas sentimentales, que no retóricas ni intuidas.
Aparte de incidir como una especie de epílogo en los tres elementos culminantes de la producción metafísica de Guillén, con Las edades del frío (2002) quiso unir dos ideas que siempre han preocupado al hombre desde su nacimiento (como ser creado y como ser universal), pero sobre todo dos ideas que renuevan la conciencia del ser: la soledad existencial y la comprensión del todo.
Moheda lo organizó en cinco apartados con títulos precisos y simbólicos en sus poemas que revelan un ámbito espacial y, sobre todo, unos lazos persistentes con la conmoción interior en una lírica que conecta directamente con ese ámbito metafísico de la anterior aunque posee especificidades propias. Términos que conectan también con la cultura árabe de la que se siente heredero.
El tema del tiempo siempre fue de profunda raigambre guilleniana y en el sucinto libro Variaciones temporales (2001) quiso construir un poemario donde éste fuera el único protagonista, vía Jorge Manrique, A. Machado, y el francés Henri-Louis Bergson con sus obras Ensayos sobre los datos inmediatos de la conciencia y Materia y memoria.
FERNANDO VALVERDE, DANIEL RODRÍGUEZ MOYA, F. MORALES LOMAS, RAFAEL GUILLÉN, REMEDIOS SÁNCHEZ Y VERO TRIVIÑO
Finalmente Baladas en tres tiempos, última obra publicada, lo componen poemas de amor en los que ya había entrado en el pasado, como Pronuncio amor, pero ahora desde la cotidianidad y la cercanía vital pero siempre con la fortaleza de un pensamiento poderoso y la presencia de esa extraordinaria tradición española que tanto resuena a Quevedo y su conocido soneto amoroso en estos versos en los que se plantea cómo será el amor cuando no tengamos cuerpos:
¿Cómo será después, cuando no sea
así, cuando tengamos
que amarnos sin un cuerpo,
este cuerpo que nos oprime,
que nos limita, sí que nos condena
a ser humanos?
Con esta lírica emocional, entendida como una estridencia permanente en la mente y la sensibilidad del lector, se conforma una de las obras más seductoras de la poesía actual que le ha llevado a Sánchez Trigueros a decir que Guillén es :
Poeta de la palabra precisa y de la versatilidad expresiva, poeta de tradición, moderno y vanguardista, distanciado de modas, poeta de la sorpresa en cada rincón del poema, poeta reflexivo, indagador del ser en la palabra, poeta del tiempo como proceso de vida y como proceso de muerte, poeta del amor más allá de la arruga, poeta de la duda, poeta que trastorna, que perturba, poeta solidario, poeta elegíaco, poeta de los vacíos expresivos, de lo perdido y recuperado por la palabra, poeta de la luz, de los sentidos, poeta de los límites, poeta de los mil temas y los mil matices, poeta, en suma (y son palabras suyas) para quien la poesía no es sino una manera de respirar .
EDICIÓN DE LA POESÍA DE RAFAEL GUILLÉN POR F. MORALES LOMAS
ES LA ANTOLOGÍA MÁS AMPLIA QUE SE HA PUBLICADO DE SU POESÍA HASTA 2010
POEMA DE YEVSTUSHENKO
Me gustaría
(Escrito originalmente en castellano)
Me gustaría
nacer en todos los países,
tener un pasaporte
para todos
que provoque el pánico de las cancillerías;
ser cada pez
en cada océano
y cada perro
en las calles del mundo.
No quiero arrodillarme
ante ídolo alguno
ni hacer el papel
de un ruso ortodoxo hippie,
pero me gustaría
hundirme
en lo más hondo del Lago Baikal
y salir resoplando
en otras aguas,
¿por qué no en las del Mississippi?
nacer en todos los países,
tener un pasaporte
para todos
que provoque el pánico de las cancillerías;
ser cada pez
en cada océano
y cada perro
en las calles del mundo.
No quiero arrodillarme
ante ídolo alguno
ni hacer el papel
de un ruso ortodoxo hippie,
pero me gustaría
hundirme
en lo más hondo del Lago Baikal
y salir resoplando
en otras aguas,
¿por qué no en las del Mississippi?
En mi maldito universo amado
me gustaría
ser una hierba humilde,
nunca un Narciso delicado
que se besa
en el espejo.
Me gustaría ser
cualquiera de las criaturas de Dios,
incluso la última hiena sarnosa,
pero nunca un tirano,
ni siquiera el gato de un tirano.
Me gustaría
reencarnar como hombre
en cualquier imagen:
víctima de una cárcel de tortura,
un niño vagabundo en los tugurios de Hong Kong ,
un esqueleto viviente en Bangladesh,
un pordiosero sagrado en el Tíbet,
un negro de Ciudad del Cabo,
pero nunca encarnar
la imagen de Rambo.
Sólo odio a los hipócritas,
hienas sazonadas en espesa melaza.
Me gustaría tenderme
bajo el bisturí de todos los cirujanos del mundo,
ser un tullido, un ciego,
sufrir todo mal, toda deformidad y herida,
ser un mutilado de guerra,
o el que recoge las colillas del suelo,
con tal de que no las penetre
el infame microbio de la prepotencia.
No quisiera formar parte de la élite,
ni, por supuesto, del rebaño de cobardes,
ni perro de manada,
ni pastor servil al abrigo de su rebaño.
Y quisiera ser feliz,
pero no a costa de los infelices.
Y quisiera ser libre,
pero no a costa de los que no lo son.
Quisiera amar
a todas las mujeres del mundo,
y ser también una mujer
sólo una vez. ..
La madre naturaleza ha menospreciado al hombre.
¿Por qué no lo hizo capaz de ser madre?
Si se agitara un niño
bajo su corazón,
acaso el hombre
sería menos cruel.
Quisiera ser el pan de cada día,
digamos,
ser la taza de arroz
de la sufriente madre vietnamita,
el vino barato
en las tabernas de los obreros napolitanos,
o el tubito de queso
en la órbita lunar.
Que me coman
que me beban,
dejadme ser útil
en la muerte.
Quisiera pertenecer a todas las edades,
atolondrar la historia
y atontarla con mis travesuras.
Quisiera llevarle a Nefertiti
en una troika á Pushkin.
Quisiera multiplicar
cien veces el espacio de un instante
para que al mismo tiempo
pueda beber vodka con los pescadores siberianos,
y junto a Homero,
Dante,
Shakespeare
y Tolstoi
sentarme a beber cualquier cosa,
salvo, por supuesto,
Coca-Cola.
Y bailar al ritmo de los tam-tam en el Congo,
estar en huelga en Renault,
jugar a la pelota con los muchachos brasileños
en la playa de Copacabana.
Quisiera hablar todas las lenguas,
como las aguas ocultas bajo la tierra,
y hacer todo tipo de trabajo de una vez.
Me aseguraría
de que sólo fue poeta un Yevtushenko,
el otro un clandestino
en alguna parte,
no puedo decir dónde
por razones de seguridad.
El tercero, un estudiante en Berkeley,
y el cuarto un entusiasta huaso chileno.
El quinto sería tal vez
un maestro de niños esquimales en Alaska,
el sexto
un joven presidente
en cualquier parte, modestamente digamos Sierra Leona,
el séptimo
podría entretenerse en la cuna con un sonajero,
y el décimo,
el centésimo,
el millonésimo…
Para mí, ser yo mismo no es bastante,
¡dejadme ser todo el mundo!
Estaré en miles de ejemplares hasta mi último día
para que la tierra vibre conmigo
y las computadoras enloquezcan
procesando mi censo universal.
Quisiera combatir en todas tus barricadas,
humanidad,
y morir cada noche
como una luna exhausta,
y amanecer cada día
como sol recién nacido
con una suave mancha inmortal
en la cabeza.
Y cuando muera,
un Francois Villon siberiano,
que no descanse mi cuerpo
ni en la tierra francesa,
ni italiana,
sino en la tierra rusa, amarga,
en una colina verde,
donde por vez primera
me sentí todo el mundo.
me gustaría
ser una hierba humilde,
nunca un Narciso delicado
que se besa
en el espejo.
Me gustaría ser
cualquiera de las criaturas de Dios,
incluso la última hiena sarnosa,
pero nunca un tirano,
ni siquiera el gato de un tirano.
Me gustaría
reencarnar como hombre
en cualquier imagen:
víctima de una cárcel de tortura,
un niño vagabundo en los tugurios de Hong Kong ,
un esqueleto viviente en Bangladesh,
un pordiosero sagrado en el Tíbet,
un negro de Ciudad del Cabo,
pero nunca encarnar
la imagen de Rambo.
Sólo odio a los hipócritas,
hienas sazonadas en espesa melaza.
Me gustaría tenderme
bajo el bisturí de todos los cirujanos del mundo,
ser un tullido, un ciego,
sufrir todo mal, toda deformidad y herida,
ser un mutilado de guerra,
o el que recoge las colillas del suelo,
con tal de que no las penetre
el infame microbio de la prepotencia.
No quisiera formar parte de la élite,
ni, por supuesto, del rebaño de cobardes,
ni perro de manada,
ni pastor servil al abrigo de su rebaño.
Y quisiera ser feliz,
pero no a costa de los infelices.
Y quisiera ser libre,
pero no a costa de los que no lo son.
Quisiera amar
a todas las mujeres del mundo,
y ser también una mujer
sólo una vez. ..
La madre naturaleza ha menospreciado al hombre.
¿Por qué no lo hizo capaz de ser madre?
Si se agitara un niño
bajo su corazón,
acaso el hombre
sería menos cruel.
Quisiera ser el pan de cada día,
digamos,
ser la taza de arroz
de la sufriente madre vietnamita,
el vino barato
en las tabernas de los obreros napolitanos,
o el tubito de queso
en la órbita lunar.
Que me coman
que me beban,
dejadme ser útil
en la muerte.
Quisiera pertenecer a todas las edades,
atolondrar la historia
y atontarla con mis travesuras.
Quisiera llevarle a Nefertiti
en una troika á Pushkin.
Quisiera multiplicar
cien veces el espacio de un instante
para que al mismo tiempo
pueda beber vodka con los pescadores siberianos,
y junto a Homero,
Dante,
Shakespeare
y Tolstoi
sentarme a beber cualquier cosa,
salvo, por supuesto,
Coca-Cola.
Y bailar al ritmo de los tam-tam en el Congo,
estar en huelga en Renault,
jugar a la pelota con los muchachos brasileños
en la playa de Copacabana.
Quisiera hablar todas las lenguas,
como las aguas ocultas bajo la tierra,
y hacer todo tipo de trabajo de una vez.
Me aseguraría
de que sólo fue poeta un Yevtushenko,
el otro un clandestino
en alguna parte,
no puedo decir dónde
por razones de seguridad.
El tercero, un estudiante en Berkeley,
y el cuarto un entusiasta huaso chileno.
El quinto sería tal vez
un maestro de niños esquimales en Alaska,
el sexto
un joven presidente
en cualquier parte, modestamente digamos Sierra Leona,
el séptimo
podría entretenerse en la cuna con un sonajero,
y el décimo,
el centésimo,
el millonésimo…
Para mí, ser yo mismo no es bastante,
¡dejadme ser todo el mundo!
Estaré en miles de ejemplares hasta mi último día
para que la tierra vibre conmigo
y las computadoras enloquezcan
procesando mi censo universal.
Quisiera combatir en todas tus barricadas,
humanidad,
y morir cada noche
como una luna exhausta,
y amanecer cada día
como sol recién nacido
con una suave mancha inmortal
en la cabeza.
Y cuando muera,
un Francois Villon siberiano,
que no descanse mi cuerpo
ni en la tierra francesa,
ni italiana,
sino en la tierra rusa, amarga,
en una colina verde,
donde por vez primera
me sentí todo el mundo.
POEMA DE RAFAEL GUILLÉN
Ser un instante
La certidumbre llega como un deslumbramiento.
Se existe por instantes de luz. O de tiniebla.
Lo demás son las horas, los telones de fondo,
el gris para el contraste. Lo demás es la nada.
Se existe por instantes de luz. O de tiniebla.
Lo demás son las horas, los telones de fondo,
el gris para el contraste. Lo demás es la nada.
Es un momento. El cuerpo se deshabita y deja
de ser la transparencia con que se ve a sí mismo.
Se incorpora a las cosas; se hace materia ajena
y podemos sentirlo desde un lugar remoto.
de ser la transparencia con que se ve a sí mismo.
Se incorpora a las cosas; se hace materia ajena
y podemos sentirlo desde un lugar remoto.
Yo recuerdo un instante en que París caía
sobre mí con el peso de una estrella apagada.
Recuerdo aquella lluvia total. París es triste.
Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo.
sobre mí con el peso de una estrella apagada.
Recuerdo aquella lluvia total. París es triste.
Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo.
Vivir es detenerse con el pie levantado,
es perder un peldaño, es ganar un segundo.
Cuando se mira un río pasar, no se ve el agua.
Vivir es ver el agua; detener su relieve.
es perder un peldaño, es ganar un segundo.
Cuando se mira un río pasar, no se ve el agua.
Vivir es ver el agua; detener su relieve.
Mi vagar se acodaba sobre el pretil de hierro
del Pont des Arts. De súbito, centelleó la vida.
Sobre el Sena llovía y el agua, acribillada,
se hizo piedra, ceniza de endurecida lava.
del Pont des Arts. De súbito, centelleó la vida.
Sobre el Sena llovía y el agua, acribillada,
se hizo piedra, ceniza de endurecida lava.
Nada altera su orden. Es tan sólo un latido
del ser que, por sorpresa, llega a ser perceptible.
Y se siente por dentro lo compacto del hierro,
y somos la mirada misma que nos traspasa.
del ser que, por sorpresa, llega a ser perceptible.
Y se siente por dentro lo compacto del hierro,
y somos la mirada misma que nos traspasa.
La lucidez elige momentos imprevistos.
Como cuando en la sala de proyección, un fallo
interrumpe la acción, deja una foto fija.
Al pronto el ritmo sigue. Y sigue el hundimiento.
Como cuando en la sala de proyección, un fallo
interrumpe la acción, deja una foto fija.
Al pronto el ritmo sigue. Y sigue el hundimiento.
La pesada silueta de Louvre no se cuadraba
en el espacio. Estaba instalada en alguna
parte de mí, era un trozo de esa total conciencia
que hendía con su rayo la certeza absoluta.
en el espacio. Estaba instalada en alguna
parte de mí, era un trozo de esa total conciencia
que hendía con su rayo la certeza absoluta.
Ser un instante. Verse inmerso entre otras cosas
que son. Después no hay nada. Después el universo
prosigue en el vacío su muerte giratoria.
Pero por un momento se detiene, viviendo.
que son. Después no hay nada. Después el universo
prosigue en el vacío su muerte giratoria.
Pero por un momento se detiene, viviendo.
Recuerdo que llovía sobre París. Los árboles
también eran eternos a la orilla. Al segundo,
las aguas reanudaron su curso y yo, de nuevo,
las miraba sin verlas, perderse bajo el puente.
también eran eternos a la orilla. Al segundo,
las aguas reanudaron su curso y yo, de nuevo,
las miraba sin verlas, perderse bajo el puente.
POEMA DE F. MORALES LOMAS
ESTE SILENCIO DE AHORA
Para Domingo F. Faílde
Este silencio de ahora
nace del polvo,
del pálido reflejo
de no querer mudanza.
Es un silencio que viene de antiguo.
Lo hemos visto siempre
agazapado en el lomo de libros,
bañado de indolencia
en muchos rincones abandonados,
como ofrenda vencida.
Un silencio que impregna
el lado oculto de las cosas muertas,
indemne al conflicto.
Y tiende a olvidarse
como larga e inoportuna confianza.
Se advierte compañero de la muerte
y no le importa ser muda promesa
en su conformidad de cementerio.
Y también en la espera de algo simple
Que nunca llega.
Quien lo tiene cercano
Sabe que deja al alma serenarse
Y despide el día con tenue aliento.
IMÁGENES DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA
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