martes, 2 de septiembre de 2014

Crítica de Cruzando Kazmadán de Juan Ceyles Domínguez por F. Morales Lomas





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DOMÍNGUEZ, JUAN CEYLES (2013)
CRUZANDO KAZMADÁN. SUMMA INCOMPLETA 1997-2010
MÁLAGA: CENTRO CULTURAL GENERACIÓN DEL 27.

F. MORALES LOMAS

Esta extensa obra se ha ido elaborando entre 1997 y 2010, y reúne inéditos de ese periodo pero nace de una etapa vital mucho más amplia pues conformarían los cuarenta años, casi una vida. El título alude a un país imaginario cuya travesía se pretende realizar, aunque en realidad es un viaje interior en el que desde el collage y el pensamiento fragmentario va construyendo su visión del mundo y el sentido de la escritura.
Viene precedido de un buen trabajo del profesor y poeta Francisco Chica, que ofrece algunas claves del mismo: su insatisfacción e incertidumbre, el valor de dietario o proyecto de su poesía, el juego de máscaras (pues no olvidemos que muchos de esos poemas han sido publicados con los diversos heterónimos que tiene el autor: Lucio Ségel, Federico Bo, Olga Márquez o Irma Tagla), la necesidad de multiplicarse en el libro, la dificultad interpretativa de sus densos pensamientos, el experimentalismo, el valor de autorretrato e hibridismo congénito junto a la emoción de lo cotidiano de un viejo militante de izquierdas.
Nos interesan de esta obra dos principios fundamentales: la voluntad ruptural, creadora y, en consecuencia, de estilo; y su ámbito ideológico, su raíz vital y su aportación a la literatura española. Muchos podrán ver en Juan Ceyles Domínguez una perspectiva que lo acerca a José Miguel Ullán (con cuyo Maniluvios lo conecta Chica), un escritor afín que se asimila al espíritu de la vanguardia en la búsqueda de caminos no hollados y en sentar las bases de una ruptura del discurso lógico o del realismo al uso.
El escritor malagueño se declara como un poeta promiscuo y esa promiscuidad (p. 181) le llega desde la adopción de un perspectivismo creador en la voluntad inicial y en el uso de técnicas experimentales como el collage fundamentalmente, aunque hay mucho de creación léxica, elipsismo, asociaciones diversas con valor semántico, simbología y lenguaje metafórico definitorio, juegos antitéticos, fonéticos, lúdicos... y, sobre todo, de la voluntad estética de estar continuamente haciéndose preguntas y estar constantemente en el camino, un camino imaginario que le lleva a recrear la realidad y ofrecerla según visiones poliédricas, un camino para no llegar a lugar alguno pero con una enorme fortaleza mental y una evidente claridad. Los principios estéticos y vitales están muy claros en los versos del poema “Ocurrencias de Malevi”, unos principios permanentes y reiterados en toda su obra: la promiscuidad poética, la ausencia de dogmatismo alguno, su aspiración a contar la existencia (ese derramarse figurativo), la diversidad... y yo diría también la heterodoxia en la conformación de un mundo tanto literario como vital, su raíz pesimista (el concepto asumido de fracaso) que lo conecta -como dice Francisco Chica en el prólogo- con los filósofos de la sospecha: Schopenhauer, Heidegger... , los pesimistas, a los que aluden Copleston y los teóricos de la filosofía y, finalmente, la ausencia de dogma alguno: su apertura de pensamiento para entender todo lo que va sobreviniendo al ser humano. Pero existe, además, como afirma en el poema “Toda mi vida aprendiendo a ser poeta” (p. 284), una voluntad por definir su camino, por mostrarse en la normalidad, en la humildad (“poeta y friegaplatos”, dirá), en el pulso de la vida, en el camino como metáfora... y en su voluntad de rastrearlo todo. Lo que nos conduce a su vitalidad discursiva y al enorme valor que ofrece a la palabra y su consistencia para significar y la fortaleza que ofrecen las dudas.
El mundo del antirrealismo, la disidencia y la heterodoxia ha encontrado en Juan Ceyles Domínguez un perfecto aliado para conformar en ocho secuencias fragmentarias una visión del mundo desde la densidad y la búsqueda de la transparencia, pero también desde la “pelea” (pelea vital, pelea por no cejar, pelea por tratar de explicarse el todo, esta summa de origen tomista a la que aspira convertir su mundo), desde la dudas y desde la utopía. ¿Qué sería de la esperanza sin la utopía? Y Juan Ceyles Domínguez cree en ella. La palabra, con su instinto creador, con su insatisfacción, con su dolor infinito... se va adueñando del poema, de sus mensajes, de su pensamiento, ese que tanto vela y quiere el poeta: “El pensamiento/ como un cable eléctrico sigue conectado”. En otro momento dirá que es “lo primero que tenemos que salvar/antes que los bosques”.
La libertad creadora conforma un rumbo impreciso en el que la elección siempre es momentánea o temporal, pero esto es solo aparente, porque en su línea interior hay unos principios irrenunciables que nacen del desprecio de un mundo en el que no cree y de la emoción ante todo lo humano.

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