En Del condestable cielo agrupa una serie de poemas que ya había publicado en libros diversos y reunidos para la ocasión en torno a la temática giennense. Los precede un inicial estudio fecundo y preciso de Antonio Chicharro, donde ofrece al lector las claves de su obra poética.
Destacaría tres elementos trascendentes en esta obra: la precisión musical, la cuidada perfección formal y recreación estética; la majestuosa presencia del paisaje giennense y la dimensión vital y la amplia emoción de una lírica que significa magnificencia en su desvelamiento estético y ampulosidad en su construcción física. La poesía para Carvajal, aun partiendo de elementos anecdóticos y autobiográficos (como es el caso en esta obra, que es un recorrido por la geografía de Jaén y sus lecturas) la lógica poética impone su presencia y conforma la realidad en proceso estético, en construcción bella. Se compone de cinco apartados que llevan por título “Odas y elegías”, “Siete miradas desde el camino de Andujar”, “Dos cancioneros”, “Nidos y variaciones” y “Lluvia en la Quintería”. Algunos de los poemas del primer apartado, los dedicados a José Hierro, o los “Aires de Tíscar” son de gran altura poética. El canto a la piedra como valor creado que sostiene nuestros ciegos impulsos, la alegoría de una noche en el transcurso del tiempo, la rutina de las ciudades de provincias con su aire doliente y cercano o el fervor de las ruinas con el juego de palabras como techo, piedra, hombres… admiten la imposibilidad de la piedra, el abandono de Dios y la soledad de los hombres. Desde la geografía se construye el alma del poeta desasistido y abandonado que encuentra en la destreza de la palabra y su humanidad el principal resorte de su música como en la temática cuerpo/alma del poema “Hospital en silencio”. Mucho de alegoría de la vida (una palabra trascendental, como dice Chicharro) en su obra, pero también la correspondencia entre piedra/agua/luz. En una triada que advierte de los cauces del alma y las singladuras de los ríos, como en el que comienza “El camino derecho de Andújar es un río”.
Morales Lomas y Antonio Carvajal
También hay ocasión para las burlas en una lírica sarcástica que nos llena plagada de gracejo e ironía: “La gallina de Arjona/ le teme al sacristán/ porque le mete el dedo/ para ver si pondrá”. Una poesía luminosa y grácil que conmueve por la bondad de su mirada y por la cercanía y reconocimiento de la tierra de Jaén y el río (el Guadalquivir), ese río de la “Evocación a la vista de Marmolejo”. En otras encontramos juegos y variaciones esteticistas como en las endechas de las tres morillas: Aixa, Fátima y Marién; pero siempre hallará el lector a un poeta que ansía la perfección poética, rehuye de sus tópicos y crea una poesía de gran altura como en el soneto: “Tíscar: la nevada”: “Y fue la aurora blanca en la blancura/ total del monte, el valle, la llanura,/ un campo de azucenas sin fragancia,/ blancos los cielos, blanca tu hermosura// y blanco el humo que la oculta hoguera/ elevada del monte en la ladera/ -denso el perfume y blanca la distancia:/ Toqué tu mano y blanca y tibia era”.
Una lírica que conmueve por su canto de esperanza, como el poema III de “Lluvia en la Quintería” que produce el triunfo de la vida, la promisión del esplendor de la existencia con su lluvia de frutos y “galope en corceles de semillas”. Una lírica para soñar despierto y amando el paisaje andaluz.
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