AHORA QUE EL TIEMPO ES INÚTIL. LA NARRATIVA DE JUAN MANUEL GONZÁLEZ (Junto a Octavio Paz)
El muy querido amigo Juan Manuel González, poeta, narrador, ensayista y periodista madrileño, miembro de la Junta Directiva de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios-Críticos Del Sur ha muerto en Madrid. Juanma se ha querido marchar, sólo de equipaje y con un revolver humeándole. La imagen de Larra se repite una vez más. Los malos vientos pueden hacer que una pistola sea sólo el índice que nos señala la eternidad. Acaso el réquiem para olvidar la gloria mundana y el sol de mediodía. En el mes de febrero, fiel a su cita de Arcos de la Frontera, Juan Manuel González participó como jurado en el Premio Andalucía de la Crítica de este año 2008, del que formaba parte desde su fundación. Entonces, mientras subíamos parsimoniosamente las empinadas rampas de Arcos en dirección al Ayuntamiento para la elección de los ganadores de este año del Premio de la Crítica, lo veía lejano, distante, profundamente triste, profundamente melancólico. Me confesaba que no veía sentido a la existencia, que no le hacía ilusión nada, que las cosas no cambiarían.
Como en el personaje del cuento de Fernández Santos, "Cabeza rapada", yo trataba de animarlo, intentaba mostrarle el mundo. Pero él no hacía caso al mundo. Él ya no estaba en el mundo; quizá él habitaba ya un mundo otro. Juanma, como le llamábamos los más cercanos, era en sí mismo un tipo literario. Lo decía su formación germana, bretona e irlandesa, de cuyas literaturas era un profundo conocedor. Lo decía su cachimba que llevaba casi siempre en la mano derecha como un resorte al que amarrarse, como ahora se ha desamarrado con una bala, con una bala que nos reduce a sueño y eleva nuestra memoria yacente. Lo decía también aquel pijama generoso con la literatura -cual don Quijote- con borla y amplitud de calzas, que se embutía cuando iba a dormir como si fuera un nuevo mago, un nuevo espíritu que se adentrara en el sueño con ropajes antiguos. Lo decía su porte elegante y aristocrático. Juanma tenía una mirada inteligente, escrutadora, y unos labios finos y enigmáticos, hechos para la ironía inglesa. Les confieso que le tenía un profundo afecto a este Juanma, mitad madrileño y mitad andaluz (de Huelva). Era de mi misma generación y compartíamos gustos, sueños, aficiones y amigos. Me causó un profundo dolor su muerte (y era la segunda). Unas semanas antes de decirnos adiós estuve hablando con él por teléfono para pedirle dos ensayos breves sobre Antonio Prieto y Juan Eslava Galán; el primero llegó pero el segundo no ha llegado; y jamás lo hará. El sábado 3 de mayo de 2008 yo publicaba en el suplemento de libros del diario La Opinión de Málaga una recensión sobre su libro Tras la luz poniente(Visor, 2007), ganador del Premio Jaime Gil de Biedma y última obra literaria que ha publicado.
Juan Manuel González, como el también amigo José María Bernáldez (muerto unas semanas antes en Sevilla y miembro del Jurado de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios), han fallecido con una diferencia de dos meses. Es una gran pérdida para el mundo literario, y también una gran pérdida para los sentimientos, para los afectos, que quedan huérfanos de su palabra y su ternura. Pero también es una pérdida terrible para los amigos de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios en la que ellos creían profundamente.
Poeta, novelista y crítico literario, Juan Manuel González, que, entre otros galardones poseía el Premio Rafael Alberti y Ateneo de Sevilla, así como el Atlántida de Crítica, el Ojo Crítico de Narrativa y el Internacional Sial, amén de haber quedado finalista del Premio Nacional de Narrativa con su novela El sol de octubre, fue un vigoroso escritor en todos los géneros citados, en los que ha destacado siempre por su rigor y solvencia. Profundo conocedor de la literatura centroeuropea y nórdica sobre la que ha realizado diversas investigaciones.
Su primera novela, Cuaderno de combate azul data de 1993 y desde entonces no abandonó una de sus facetas como creador que compatibiliza con las demás. Su siguiente novela es El sol de octubre; luego llegará Fuego en las olas (2004) y los relatos Umbrías y litorales y Viajes antiguos.
El sol de octubre (1999), publicada por la Junta de Castilla y León, es un remake personal y erudito sobre la oposición antifranquista y la Revolución de los claveles en Portugal. Utilizando como estructura novelesca el libro de viajes y el punto de vista del narrador en primera persona, González nos va introduciendo en situaciones concretas de la oposición a Franco y en la perspectiva de diferentes personajes con los que convive en Francia, Gran Bretaña y Portugal, así como en la compleja personalidad del protagonista y sus dos leit motiv: las mujeres y la política.
Es una novela completamente autobiográfica, así la entendemos, de un escritor de izquierdas comprometido con un momento histórico concreto. En el prólogo que escribe Rosa Montero dice, entre otras cosas, que “lo mejor de El sol de octubre es su narrador, un personaje improbable, en parte misántropo esteta y erudito, en parte pistolero canalla, en parte delicado y febril amante”.
La acción en realidad comienza en 1994, pero siguiendo la analepsis, el narrador se retrotrae en el tiempo en veinte años y comienza a contar acontecimientos que habían sucedido entonces. El primer capítulo (de los siete en que está estructurada la novela) se abre misterioso porque de un modo oscuro y ambiguo nos da a entender el narrador que está al final de una etapa junto a una mujer que va a ser víctima de sí y de sus mutuos pasados (el de ella y el de él): “La he encontrado. Veinte años después. Está en el centro del punto de mira de mi querida carabina checa”. Al final de la obra, que no desvelamos, la ambigüedad sigue latente. Pero este comienzo fulgurante de alguien que va a ser “tiroteado” no tiene una continuidad, sino que el personaje-narrador comienza a contarnos acontecimientos concretos y puntuales de los últimos años del franquismo. Novela de acción y novela agónica. Desde el comienzo nos introduce en las reflexiones o digresiones constantes del narrador sobre su situación vital y social: “Hombres que imaginamos héroes e ideales, caímos en la ingenuidad de soñar con una victoria sin escombros”. Es verdad que la historia que nos cuenta Juan Manuel González es un proceso también psicológico de destrucción del personaje fundamental que va observando como los ideales de antaño van siendo minados a medida que avanza el tiempo. Hay mucho de El extranjero de Camus, esa novela de corte existencialista que plantea constantes interrogaciones al lector y al propio narrador.
En el segundo capítulo comienza la acción veinte años antes, en el primer domingo de enero de 1974. El protagonista nos presenta de un modo parsimonioso y con abundancia de descripciones los paisajes de su infancia. El lirismo, muy abundante a lo largo del libro, demuestra el dominio de la técnica, bastante normal, por otra parte, cuando se trata de un poeta como Juan Manuel González, conocedor de la expresividad del lenguaje, y al que realmente en esta novela le saca mucho partido. Sobre todo a través de un tipo de descripciones en el que predomina la frase corta, directa, de trazos, como siguiendo al impresionismo en pintura.
El narrador pertenece a una célula política y a su cargo están más de noventa personas en toda la ciudad. Al comienzo todos los acontecimientos transcurren en Madrid. Igual se narra en pasado que en presente. Va alternando los acontecimientos o las opiniones sobre la situación política con otros personales, sobre su situación anímica y amorosa. Podría entenderse que existe un monólogo interior que determina la divagación del protagonista, pero los acontecimientos tienen un orden y no se trata de ese discurrir libre de la conciencia del personaje. No obstante, no existe linealidad narrativa y en muchos casos los acontecimientos están deslavazados con continuos saltos narrativos e incisos como el del cruce de cartas entre Gerda y Martin –en 1942- o los la historia del Majestic, que impiden crear un todo armónico y sí una novela-río con aristas que apuestan en muchos casos por un cierto anarquismo narrativo y digresivo. Tanto es así que a la narración sucede la descripción y la exposición, con abundancia de estas dos últimas que permiten darle un tempo lento y reflexivo.
En otros la narración avanza rauda y un acontecimiento sucede a otro. De Madrid salta a Mallorca y después a la ciudad de la luz, París, en el capítulo titulado “La flecha en la veleta” , hacia la mitad de la novela. Existe una cierta tendencia naturalista en algunos momentos del relato, quizá en aras de una mayor expresividad, en la que González nos ofrece todo lo más fermentado de la realidad. Quizá la escena más llamativa se produce hacia el final de la novela cuando describe la caza del cochino que es paralela a la cacería de una mujer, y dice textualmente: “Mi tacón izquierdo hace palanca en su papada, y logro sacar la mano, y el pincho, y mis dedos, y quizá algún trozo de su hermoso corazón (...) Su sangre me resbala hasta el codo, me cruza la cintura, y no puedo evitar beberla, caliente, antes de que entinte de fuerza la nieve” (p.239). El protagonista siempre está opinando absolutamente de todo, de lo divino y humano, de la política y el amor, de la existencia y de la esencia. Por ejemplo, cuando nos habla de la reencarnación y la curiosa teoría de la justicia retributiva. (p.143). Lisboa se abre con el capítulo titulado “Margen izquierda”. Allí encuentra a Esmeralda, una militante del Movimiento de Esquerda Socialista. Abundan de nuevo las descripciones, las frases intelectuales y las citas como la de Nietzsche: “Únicamente el pensamiento grande es el que da grandeza a una acción o causa”. Oración que parece ser el motivo vital del protagonista. Se suceden los acontecimientos trágicos de la Cafetería “Rolando” en Madrid, la Revolución de los claveles, etc. que demuestran el dominio del lenguaje periodístico del autor. Sin duda, su trabajo durante tantos años como periodista le permite con facilidad acceder a la noticia y contar el suceso con breves trazos, hasta el punto de que si reconstruimos los hechos objetivos podemos obtener una breve historia de la oposición franquista.
Novela, pues, personal, profundamente bulliciosa, reflejo o punto de vista de una época desde la mirada de un hombre de izquierdas. Pero también novela crítica e imprevisible, aunque perfectamente coherente con el pensamiento del narrador. Si bien es cierto que todos esos pensamientos de una época parecen quedar en entredicho cuando dice el protagonista: “La verdad es que no sé por qué soy medio marxista. El marxismo niega todo lo que de verdad late en mí; es una escolástica de lo tangible, de lo vulgarmente indispensable (...) pensar en una sociedad idealista, regida por la capacidad de sacrificio, el honor y el combate limpio” (p. 193). Novela, pues, de ideas, esto que tan poco se lleva en la actualidad, y de una profunda originalidad.
Su última novela Fuego sobre las olas (Ed. Planeta, Barcelona, 2004) es una extensa obra narrativa que bucea en los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial. El narrador, un alférez bávaro, Ludwig Pocchamer, cuenta en primera persona (de modo lineal, salvo referencias a la memoria o a acontecimientos del pasado, que se van interpolando continuamente), casi a modo de diario, las vivencias en el buque de guerra Emden, desde que por sorpresa estalla la Primera Guerra Mundial hasta que es destruido por un barco de guerra alemán entrado el otoño. La novela, que abarca un período de unos meses, cierra con una especie de epílogo, una carta del narrador fechada en Munich el 17 de marzo de 1938 y dirigida a su amigo y compañero de fatigas, Geerdes, en la que advierte de la llegada al poder de Hitler en Alemania.
Pocchamer es un caballero, una persona refinada y noble que ve la guerra como un arte militar, dotado aún de ese afectación un tanto neorromántica en una época, a principios de siglo, que ve el derrumbamiento de su linajudo mundo (con toda la parafernalia en torno al honor militar) y el despertar de nuevos imperios: “Uno puede ser un desastre como persona, pero jamás perder el honor” (p. 220). Un hombre que no cree en la guerra como ejercicio para dominar al rival sino como un hecho caballeresco y como tal ha sido educado (“Para creerme un héroe. O al menos un aprendiz de héroe”, p. 206). Muy conocedor de la tradición germánica, del santo Grial, sobre el que ofrece continuas interpretaciones e interpolaciones, melómano, refinado en los gustos de la mesa y del amor, es un perfecto representante de aquellos caballeros renacentistas en los que se unían el arte de la guerra y el de las letras. De hecho las referencias literarias, los comentarios críticos, las recomendaciones y las lecturas son amplias y convergentes. Todo ello nos da una imagen de un héroe honorífico que más que en la guerra cree en el amor. De hecho a todo lo largo de la novela es constante la presencia de una dama portuguesa a la que incluso buscará inútilmente al final de este conflicto sin llegar a hallarla. Este hecho, y también el que sea narrador en primera persona, obliga a continuas referencias literarias que, en determinados momentos, convierten a este novela en un ámbito para la profundidad en las grandes ideas, en acontecimientos literarios o artísticos, y le da un aire intelectual en la línea de escritores como Antonio Prieto, o lo hace deudor de escritores de principios de siglo como Ramón Pérez de Ayala.
Pero la novela puede ser considerada dentro del subgénero de aventuras y sería también deudora, de un modo sentimental y romántico, de las grandes obras inglesas del siglo XVIII así como de las novelas románticas alemanas, por ejemplo, el Werther de Goethe a quien, por cierto, comentará en la obra. Se da, por tanto, esa simbiosis inter-subgéneros, entre la novela histórica, de aventuras, intelectual, romántica y memorial. Todo ello es a la vez y todo esto le da su variedad y su ingenio. El estar al límite de uno y otro género le permite al narrador adentrarse por los tópicos de unas y de otras, así como manejar con soltura el proceso narrativo, tanto en cuanto todo él depende de las dosis: la contención en los excesos lleva a una suerte de equilibrio que le hace mantener un ritmo adecuado, una singladura, como la del propio buque Emden, proporcionada.
Con esta novela Juan Manuel González construye no sólo un buen proyecto literario sino también estético por su interés histórico, por el punto de vista que adopta, el de un alférez bávaro, y por aderezar todo este proceso con los acontecimientos en una cuota tal que no cansan al lector. Más bien lo contrario.
La sensualidad es el flujo sanguíneo inicial en el que sostiene un comienzo fulgurante, amoroso y lírico, con una prosa de gran calidad literaria y un soporte estético creciente que amplía los resortes para la significación que nos ha recordado su novela El sol de octubre. Una sensualidad que nos traslada al erotismo en algunos momentos (aunque no muchos, en torno a una mujer de la que sabemos misteriosamente algunas cosas y de la que descubriremos su final cuando la obra concluya). Una mujer sobre la que se sustenta el tú permanente y la horma estructural. El despertar del amor coincide al principio con el de la primavera y el lector se deja imbuir y seducir de ella a través del narrador, el oficial bávaro Pocchamer, cuya bisabuela era andaluza (como la del propio narrador si no me equivoco; de hecho los andaluces son definidos como gente dotada “de una alegría sencilla y apacible”; en este sentido hay que situar un caro homenaje a Cádiz: “Era una ciudad muy singular, casi una isla...”). Pero acto seguido los miembros de la tripulación conocen el asesinato del heredero de Austria y su esposa desde Tsing-Tao (Asia). A medida que avanza la novela vamos conociendo a parte de la tripulación entre los que se hallan filias y fobias: Ellerbock, Von Müller, Von Mücke, Geerdes, Lauterbach, Atkinson..., y vamos comenzando a saber de Pocchamer, su pasión por el Tao Te Ching (algo que realmente puede colisionar con la supuesta formación germánica del protagonista, pero no si viene de un espíritu renacentista que está ávido de conocimiento) y el Parsifal.
A medida que avanza esta suerte de memorias lineales desde el fallecimiento del archiduque de Austria hasta la finalización del conflicto (con un epílogo en el período de Hitler) del paso del tiempo en medio de un conflagración armada, el protagonista recupera la evocación personal y nos va incardinando fragmentos de su pasado, de sus relaciones amorosas, de sus lecturas, impresiones, intervenciones militares, reflexiones, críticas literarias, comentarios, melomanías... Con un mapa ante sí podemos recorrer la singladura del barco desde el golfo de Bengala hasta Indonesia intentando rehuir al enemigo o haciéndole frente..., que transcurre pareja a su propia singladura (dos singladuras que se van intercambiando técnicamente) personal por los mares de la memoria y el amor. Con un referente apostrófico a su enamorada, a la que contaría esta especie de diario de a bordo.
A la vez que todo este proceso de reconstrucción del pasado y del presente se engasta con lecturas que sirven de símbolo o de reconstrucción pictórica de sucesos. En un momento de la narración dice: “Qué diferencia de mundos. El Oriente, sensual, sabio en lo pausado, nuestro Occidente, simbólico y sufriente, arrebatado por la sangre y lo intangible” (p. 65). Ambos mundos surgen pero con una distancia intelectual, y se puede decir que en el protagonista confluye la síntesis, pues posee elementos que como tal lo conforman. En este sentido la novela aspira a reconstruir ambos mundos, a atraerlos y darles consistencia hermanándolos literariamente.
Las islas Celebes, Tanah Djampeah, Colombo, Calcuta, el golfo de Bengala, Bara, las islas Cocos... nos van a servir de descanso y descripción de ambientes y situaciones cuando los marineros hacen escala y también de encuentros. Nietzsche, Goethe, Wagner y sus ideas son comentadas con acierto. Pero hay una aspiración a convertir esta novela en cervantina por la interpolación de todo tipo de situaciones e historias, como la del demonio (en el que se manifiestan disquisiciones entre el sueño y la realidad), comentarios sobre España y los españoles (siempre de agradecer cuando vienen de un español, aunque se vista de bávaro), la cultura de los samurais, los relatos en torno al Grial, situaciones eróticas, cartas, la metaliteratura (en torno a la novelista Myriam Harry), la historia del capitán español Luis María Guzmán, los comentarios de Il Piaccere de D´Annunzio, la historia de Ludwig, los análisis políticos sobre la situación europea (aunque no es precisamente la política una referencia imprescindible y sí necesaria para distribuir el orbe de la narración), los lupanares, la historia de Mijail Skariatin, el ocultismo de Goethe y Madame Blavatsky (la gran ocultista de finales del XIX, que tanto influiría en Valle-Inclán), etc.
Con esta bien organizada novela lo colectivo se sustancia en lo particular y la historia de Europa en la historia de Pocchamer; en la síntesis de lo Occidental y lo Oriental, de la memoria y del presente hay todo un viaje por la memoria y por la esencia de un periodo. Todo ello adobado con la presencia intelectual de un recio escritor que maneja como nadie el discurso literario y sus bondades.
En resumen, la narrativa de Juan Manuel González es depositaria de un español esmerado en el decir, culto en la conformación de unas ideas que sostienen con profundidad una visión política y social, pero fundamentalmente una visión idealista que sustenta un tipo de personajes comprometidos con la realidad y con una visión aristocrática de la existencia. En sus manos, el castellano alcanza un gran valor literario y la obra narrativa adquiere una valía intrínseca.
El muy querido amigo Juan Manuel González, poeta, narrador, ensayista y periodista madrileño, miembro de la Junta Directiva de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios-Críticos Del Sur ha muerto en Madrid. Juanma se ha querido marchar, sólo de equipaje y con un revolver humeándole. La imagen de Larra se repite una vez más. Los malos vientos pueden hacer que una pistola sea sólo el índice que nos señala la eternidad. Acaso el réquiem para olvidar la gloria mundana y el sol de mediodía. En el mes de febrero, fiel a su cita de Arcos de la Frontera, Juan Manuel González participó como jurado en el Premio Andalucía de la Crítica de este año 2008, del que formaba parte desde su fundación. Entonces, mientras subíamos parsimoniosamente las empinadas rampas de Arcos en dirección al Ayuntamiento para la elección de los ganadores de este año del Premio de la Crítica, lo veía lejano, distante, profundamente triste, profundamente melancólico. Me confesaba que no veía sentido a la existencia, que no le hacía ilusión nada, que las cosas no cambiarían.
Como en el personaje del cuento de Fernández Santos, "Cabeza rapada", yo trataba de animarlo, intentaba mostrarle el mundo. Pero él no hacía caso al mundo. Él ya no estaba en el mundo; quizá él habitaba ya un mundo otro. Juanma, como le llamábamos los más cercanos, era en sí mismo un tipo literario. Lo decía su formación germana, bretona e irlandesa, de cuyas literaturas era un profundo conocedor. Lo decía su cachimba que llevaba casi siempre en la mano derecha como un resorte al que amarrarse, como ahora se ha desamarrado con una bala, con una bala que nos reduce a sueño y eleva nuestra memoria yacente. Lo decía también aquel pijama generoso con la literatura -cual don Quijote- con borla y amplitud de calzas, que se embutía cuando iba a dormir como si fuera un nuevo mago, un nuevo espíritu que se adentrara en el sueño con ropajes antiguos. Lo decía su porte elegante y aristocrático. Juanma tenía una mirada inteligente, escrutadora, y unos labios finos y enigmáticos, hechos para la ironía inglesa. Les confieso que le tenía un profundo afecto a este Juanma, mitad madrileño y mitad andaluz (de Huelva). Era de mi misma generación y compartíamos gustos, sueños, aficiones y amigos. Me causó un profundo dolor su muerte (y era la segunda). Unas semanas antes de decirnos adiós estuve hablando con él por teléfono para pedirle dos ensayos breves sobre Antonio Prieto y Juan Eslava Galán; el primero llegó pero el segundo no ha llegado; y jamás lo hará. El sábado 3 de mayo de 2008 yo publicaba en el suplemento de libros del diario La Opinión de Málaga una recensión sobre su libro Tras la luz poniente(Visor, 2007), ganador del Premio Jaime Gil de Biedma y última obra literaria que ha publicado.
Juan Manuel González, como el también amigo José María Bernáldez (muerto unas semanas antes en Sevilla y miembro del Jurado de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios), han fallecido con una diferencia de dos meses. Es una gran pérdida para el mundo literario, y también una gran pérdida para los sentimientos, para los afectos, que quedan huérfanos de su palabra y su ternura. Pero también es una pérdida terrible para los amigos de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios en la que ellos creían profundamente.
Poeta, novelista y crítico literario, Juan Manuel González, que, entre otros galardones poseía el Premio Rafael Alberti y Ateneo de Sevilla, así como el Atlántida de Crítica, el Ojo Crítico de Narrativa y el Internacional Sial, amén de haber quedado finalista del Premio Nacional de Narrativa con su novela El sol de octubre, fue un vigoroso escritor en todos los géneros citados, en los que ha destacado siempre por su rigor y solvencia. Profundo conocedor de la literatura centroeuropea y nórdica sobre la que ha realizado diversas investigaciones.
Su primera novela, Cuaderno de combate azul data de 1993 y desde entonces no abandonó una de sus facetas como creador que compatibiliza con las demás. Su siguiente novela es El sol de octubre; luego llegará Fuego en las olas (2004) y los relatos Umbrías y litorales y Viajes antiguos.
El sol de octubre (1999), publicada por la Junta de Castilla y León, es un remake personal y erudito sobre la oposición antifranquista y la Revolución de los claveles en Portugal. Utilizando como estructura novelesca el libro de viajes y el punto de vista del narrador en primera persona, González nos va introduciendo en situaciones concretas de la oposición a Franco y en la perspectiva de diferentes personajes con los que convive en Francia, Gran Bretaña y Portugal, así como en la compleja personalidad del protagonista y sus dos leit motiv: las mujeres y la política.
Es una novela completamente autobiográfica, así la entendemos, de un escritor de izquierdas comprometido con un momento histórico concreto. En el prólogo que escribe Rosa Montero dice, entre otras cosas, que “lo mejor de El sol de octubre es su narrador, un personaje improbable, en parte misántropo esteta y erudito, en parte pistolero canalla, en parte delicado y febril amante”.
La acción en realidad comienza en 1994, pero siguiendo la analepsis, el narrador se retrotrae en el tiempo en veinte años y comienza a contar acontecimientos que habían sucedido entonces. El primer capítulo (de los siete en que está estructurada la novela) se abre misterioso porque de un modo oscuro y ambiguo nos da a entender el narrador que está al final de una etapa junto a una mujer que va a ser víctima de sí y de sus mutuos pasados (el de ella y el de él): “La he encontrado. Veinte años después. Está en el centro del punto de mira de mi querida carabina checa”. Al final de la obra, que no desvelamos, la ambigüedad sigue latente. Pero este comienzo fulgurante de alguien que va a ser “tiroteado” no tiene una continuidad, sino que el personaje-narrador comienza a contarnos acontecimientos concretos y puntuales de los últimos años del franquismo. Novela de acción y novela agónica. Desde el comienzo nos introduce en las reflexiones o digresiones constantes del narrador sobre su situación vital y social: “Hombres que imaginamos héroes e ideales, caímos en la ingenuidad de soñar con una victoria sin escombros”. Es verdad que la historia que nos cuenta Juan Manuel González es un proceso también psicológico de destrucción del personaje fundamental que va observando como los ideales de antaño van siendo minados a medida que avanza el tiempo. Hay mucho de El extranjero de Camus, esa novela de corte existencialista que plantea constantes interrogaciones al lector y al propio narrador.
En el segundo capítulo comienza la acción veinte años antes, en el primer domingo de enero de 1974. El protagonista nos presenta de un modo parsimonioso y con abundancia de descripciones los paisajes de su infancia. El lirismo, muy abundante a lo largo del libro, demuestra el dominio de la técnica, bastante normal, por otra parte, cuando se trata de un poeta como Juan Manuel González, conocedor de la expresividad del lenguaje, y al que realmente en esta novela le saca mucho partido. Sobre todo a través de un tipo de descripciones en el que predomina la frase corta, directa, de trazos, como siguiendo al impresionismo en pintura.
El narrador pertenece a una célula política y a su cargo están más de noventa personas en toda la ciudad. Al comienzo todos los acontecimientos transcurren en Madrid. Igual se narra en pasado que en presente. Va alternando los acontecimientos o las opiniones sobre la situación política con otros personales, sobre su situación anímica y amorosa. Podría entenderse que existe un monólogo interior que determina la divagación del protagonista, pero los acontecimientos tienen un orden y no se trata de ese discurrir libre de la conciencia del personaje. No obstante, no existe linealidad narrativa y en muchos casos los acontecimientos están deslavazados con continuos saltos narrativos e incisos como el del cruce de cartas entre Gerda y Martin –en 1942- o los la historia del Majestic, que impiden crear un todo armónico y sí una novela-río con aristas que apuestan en muchos casos por un cierto anarquismo narrativo y digresivo. Tanto es así que a la narración sucede la descripción y la exposición, con abundancia de estas dos últimas que permiten darle un tempo lento y reflexivo.
En otros la narración avanza rauda y un acontecimiento sucede a otro. De Madrid salta a Mallorca y después a la ciudad de la luz, París, en el capítulo titulado “La flecha en la veleta” , hacia la mitad de la novela. Existe una cierta tendencia naturalista en algunos momentos del relato, quizá en aras de una mayor expresividad, en la que González nos ofrece todo lo más fermentado de la realidad. Quizá la escena más llamativa se produce hacia el final de la novela cuando describe la caza del cochino que es paralela a la cacería de una mujer, y dice textualmente: “Mi tacón izquierdo hace palanca en su papada, y logro sacar la mano, y el pincho, y mis dedos, y quizá algún trozo de su hermoso corazón (...) Su sangre me resbala hasta el codo, me cruza la cintura, y no puedo evitar beberla, caliente, antes de que entinte de fuerza la nieve” (p.239). El protagonista siempre está opinando absolutamente de todo, de lo divino y humano, de la política y el amor, de la existencia y de la esencia. Por ejemplo, cuando nos habla de la reencarnación y la curiosa teoría de la justicia retributiva. (p.143). Lisboa se abre con el capítulo titulado “Margen izquierda”. Allí encuentra a Esmeralda, una militante del Movimiento de Esquerda Socialista. Abundan de nuevo las descripciones, las frases intelectuales y las citas como la de Nietzsche: “Únicamente el pensamiento grande es el que da grandeza a una acción o causa”. Oración que parece ser el motivo vital del protagonista. Se suceden los acontecimientos trágicos de la Cafetería “Rolando” en Madrid, la Revolución de los claveles, etc. que demuestran el dominio del lenguaje periodístico del autor. Sin duda, su trabajo durante tantos años como periodista le permite con facilidad acceder a la noticia y contar el suceso con breves trazos, hasta el punto de que si reconstruimos los hechos objetivos podemos obtener una breve historia de la oposición franquista.
Novela, pues, personal, profundamente bulliciosa, reflejo o punto de vista de una época desde la mirada de un hombre de izquierdas. Pero también novela crítica e imprevisible, aunque perfectamente coherente con el pensamiento del narrador. Si bien es cierto que todos esos pensamientos de una época parecen quedar en entredicho cuando dice el protagonista: “La verdad es que no sé por qué soy medio marxista. El marxismo niega todo lo que de verdad late en mí; es una escolástica de lo tangible, de lo vulgarmente indispensable (...) pensar en una sociedad idealista, regida por la capacidad de sacrificio, el honor y el combate limpio” (p. 193). Novela, pues, de ideas, esto que tan poco se lleva en la actualidad, y de una profunda originalidad.
Su última novela Fuego sobre las olas (Ed. Planeta, Barcelona, 2004) es una extensa obra narrativa que bucea en los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial. El narrador, un alférez bávaro, Ludwig Pocchamer, cuenta en primera persona (de modo lineal, salvo referencias a la memoria o a acontecimientos del pasado, que se van interpolando continuamente), casi a modo de diario, las vivencias en el buque de guerra Emden, desde que por sorpresa estalla la Primera Guerra Mundial hasta que es destruido por un barco de guerra alemán entrado el otoño. La novela, que abarca un período de unos meses, cierra con una especie de epílogo, una carta del narrador fechada en Munich el 17 de marzo de 1938 y dirigida a su amigo y compañero de fatigas, Geerdes, en la que advierte de la llegada al poder de Hitler en Alemania.
Pocchamer es un caballero, una persona refinada y noble que ve la guerra como un arte militar, dotado aún de ese afectación un tanto neorromántica en una época, a principios de siglo, que ve el derrumbamiento de su linajudo mundo (con toda la parafernalia en torno al honor militar) y el despertar de nuevos imperios: “Uno puede ser un desastre como persona, pero jamás perder el honor” (p. 220). Un hombre que no cree en la guerra como ejercicio para dominar al rival sino como un hecho caballeresco y como tal ha sido educado (“Para creerme un héroe. O al menos un aprendiz de héroe”, p. 206). Muy conocedor de la tradición germánica, del santo Grial, sobre el que ofrece continuas interpretaciones e interpolaciones, melómano, refinado en los gustos de la mesa y del amor, es un perfecto representante de aquellos caballeros renacentistas en los que se unían el arte de la guerra y el de las letras. De hecho las referencias literarias, los comentarios críticos, las recomendaciones y las lecturas son amplias y convergentes. Todo ello nos da una imagen de un héroe honorífico que más que en la guerra cree en el amor. De hecho a todo lo largo de la novela es constante la presencia de una dama portuguesa a la que incluso buscará inútilmente al final de este conflicto sin llegar a hallarla. Este hecho, y también el que sea narrador en primera persona, obliga a continuas referencias literarias que, en determinados momentos, convierten a este novela en un ámbito para la profundidad en las grandes ideas, en acontecimientos literarios o artísticos, y le da un aire intelectual en la línea de escritores como Antonio Prieto, o lo hace deudor de escritores de principios de siglo como Ramón Pérez de Ayala.
Pero la novela puede ser considerada dentro del subgénero de aventuras y sería también deudora, de un modo sentimental y romántico, de las grandes obras inglesas del siglo XVIII así como de las novelas románticas alemanas, por ejemplo, el Werther de Goethe a quien, por cierto, comentará en la obra. Se da, por tanto, esa simbiosis inter-subgéneros, entre la novela histórica, de aventuras, intelectual, romántica y memorial. Todo ello es a la vez y todo esto le da su variedad y su ingenio. El estar al límite de uno y otro género le permite al narrador adentrarse por los tópicos de unas y de otras, así como manejar con soltura el proceso narrativo, tanto en cuanto todo él depende de las dosis: la contención en los excesos lleva a una suerte de equilibrio que le hace mantener un ritmo adecuado, una singladura, como la del propio buque Emden, proporcionada.
Con esta novela Juan Manuel González construye no sólo un buen proyecto literario sino también estético por su interés histórico, por el punto de vista que adopta, el de un alférez bávaro, y por aderezar todo este proceso con los acontecimientos en una cuota tal que no cansan al lector. Más bien lo contrario.
La sensualidad es el flujo sanguíneo inicial en el que sostiene un comienzo fulgurante, amoroso y lírico, con una prosa de gran calidad literaria y un soporte estético creciente que amplía los resortes para la significación que nos ha recordado su novela El sol de octubre. Una sensualidad que nos traslada al erotismo en algunos momentos (aunque no muchos, en torno a una mujer de la que sabemos misteriosamente algunas cosas y de la que descubriremos su final cuando la obra concluya). Una mujer sobre la que se sustenta el tú permanente y la horma estructural. El despertar del amor coincide al principio con el de la primavera y el lector se deja imbuir y seducir de ella a través del narrador, el oficial bávaro Pocchamer, cuya bisabuela era andaluza (como la del propio narrador si no me equivoco; de hecho los andaluces son definidos como gente dotada “de una alegría sencilla y apacible”; en este sentido hay que situar un caro homenaje a Cádiz: “Era una ciudad muy singular, casi una isla...”). Pero acto seguido los miembros de la tripulación conocen el asesinato del heredero de Austria y su esposa desde Tsing-Tao (Asia). A medida que avanza la novela vamos conociendo a parte de la tripulación entre los que se hallan filias y fobias: Ellerbock, Von Müller, Von Mücke, Geerdes, Lauterbach, Atkinson..., y vamos comenzando a saber de Pocchamer, su pasión por el Tao Te Ching (algo que realmente puede colisionar con la supuesta formación germánica del protagonista, pero no si viene de un espíritu renacentista que está ávido de conocimiento) y el Parsifal.
A medida que avanza esta suerte de memorias lineales desde el fallecimiento del archiduque de Austria hasta la finalización del conflicto (con un epílogo en el período de Hitler) del paso del tiempo en medio de un conflagración armada, el protagonista recupera la evocación personal y nos va incardinando fragmentos de su pasado, de sus relaciones amorosas, de sus lecturas, impresiones, intervenciones militares, reflexiones, críticas literarias, comentarios, melomanías... Con un mapa ante sí podemos recorrer la singladura del barco desde el golfo de Bengala hasta Indonesia intentando rehuir al enemigo o haciéndole frente..., que transcurre pareja a su propia singladura (dos singladuras que se van intercambiando técnicamente) personal por los mares de la memoria y el amor. Con un referente apostrófico a su enamorada, a la que contaría esta especie de diario de a bordo.
A la vez que todo este proceso de reconstrucción del pasado y del presente se engasta con lecturas que sirven de símbolo o de reconstrucción pictórica de sucesos. En un momento de la narración dice: “Qué diferencia de mundos. El Oriente, sensual, sabio en lo pausado, nuestro Occidente, simbólico y sufriente, arrebatado por la sangre y lo intangible” (p. 65). Ambos mundos surgen pero con una distancia intelectual, y se puede decir que en el protagonista confluye la síntesis, pues posee elementos que como tal lo conforman. En este sentido la novela aspira a reconstruir ambos mundos, a atraerlos y darles consistencia hermanándolos literariamente.
Las islas Celebes, Tanah Djampeah, Colombo, Calcuta, el golfo de Bengala, Bara, las islas Cocos... nos van a servir de descanso y descripción de ambientes y situaciones cuando los marineros hacen escala y también de encuentros. Nietzsche, Goethe, Wagner y sus ideas son comentadas con acierto. Pero hay una aspiración a convertir esta novela en cervantina por la interpolación de todo tipo de situaciones e historias, como la del demonio (en el que se manifiestan disquisiciones entre el sueño y la realidad), comentarios sobre España y los españoles (siempre de agradecer cuando vienen de un español, aunque se vista de bávaro), la cultura de los samurais, los relatos en torno al Grial, situaciones eróticas, cartas, la metaliteratura (en torno a la novelista Myriam Harry), la historia del capitán español Luis María Guzmán, los comentarios de Il Piaccere de D´Annunzio, la historia de Ludwig, los análisis políticos sobre la situación europea (aunque no es precisamente la política una referencia imprescindible y sí necesaria para distribuir el orbe de la narración), los lupanares, la historia de Mijail Skariatin, el ocultismo de Goethe y Madame Blavatsky (la gran ocultista de finales del XIX, que tanto influiría en Valle-Inclán), etc.
Con esta bien organizada novela lo colectivo se sustancia en lo particular y la historia de Europa en la historia de Pocchamer; en la síntesis de lo Occidental y lo Oriental, de la memoria y del presente hay todo un viaje por la memoria y por la esencia de un periodo. Todo ello adobado con la presencia intelectual de un recio escritor que maneja como nadie el discurso literario y sus bondades.
En resumen, la narrativa de Juan Manuel González es depositaria de un español esmerado en el decir, culto en la conformación de unas ideas que sostienen con profundidad una visión política y social, pero fundamentalmente una visión idealista que sustenta un tipo de personajes comprometidos con la realidad y con una visión aristocrática de la existencia. En sus manos, el castellano alcanza un gran valor literario y la obra narrativa adquiere una valía intrínseca.
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