domingo, 1 de junio de 2008
ÉMILE ZOLA por F. MORALES LOMAS
Es la primera vez que se publica en España La obra (1886) (Émile Zola: La obra, Ed. Random House Mondadori, 2007, 471 págs.) del escritor francés Émile Zola.
Esta novela pertenece al ciclo narrativo Rougnon-Macquart, con el que pretendió crear la historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio; y, en consecuencia, el derrumbamiento moral de la sociedad francesa del XIX. El ciclo está compuesto por las siguientes novelas: La fortune des Rougon, 1871; La Curée, 1871; Le ventre de Paris, 1873; La conquête de Plassans, 1874; La faute de l'abbé Mouret, 1875; Son Excellence Eugène Rougon, 1876; Au bonheur des dames, 1883; La joie de vivre, 1884; L'Oeuvre, 1886; y Le rêve, 1888.
La obra es una novela muy personal que tiene un trasfondo privado: las relaciones de Zola con su amigo el pintor Paul Cézanne. En la novela ambos están representados respectivamente por los personajes: Sandoz. (el novelista) y Claude Lantier (el pintor). A partir de su publicación, Cézanne (todavía un pintor por descubrir) iría progresivamente perdiendo la amistad con su amigo Zola (un escritor ya muy reconocido) hasta desaparecer.
La imagen que proyecta Zola de su amigo Cézanne es de una total ingratitud a fuerza de crítica con su visión artística. Muestra a un Cézanne fracasado (Claude Lantier): “¡Ah, debería de tener uno el valor y el amor propio de estrangularse delante de su última obra maestra!”. También su incapacidad de llevar a cabo la revolución artística que pretendía, una especie de genio demente, como dirá Ignacio Echevarría en el buen Prólogo que la precede. Lantier (siguiendo los criterios del ciclo Rougon-Macquart) es el tercer hijo de Macquart y vive en París dedicado a la pintura, pero con la obsesión de llegar a componer la obra, la gran obra que no llega a elaborar nunca. El concepto de obra era también el de vida inherente en Zola, como cuando dice: “¡Ah, la vida, sentirla y reproducirla en toda su realidad, amarla por lo que es, ver en ella nada más que la belleza verdadera, eterna y mudable, no tener la necia idea de ennoblecerla a fuerza de castrarla, comprender que las pretendidas fealdades no son sino simples particularidades de los caracteres, y crear vida, crear hombres, única manera de ser Dios!”.
Al regresar a casa una noche se encuentra con la huérfana Christine Hallegrain y le presta su cama para pasar la noche. Al cabo del tiempo vuelven a encontrarse y Lantier la toma como modelo para su gran obra, el cuadro “Plein air”, destinado al Salón de Otoño. Pero, el fiasco es rotundo al no ser admitido el cuadro por el jurado. Lantier se retira al campo con ella, con la que tendrá un hijo. Para Christine la pintura de su marido será ya todo también: “La amargura del pintor la agriaba también a ella, compartía sus pasiones, identificada con sus gustos, defendiendo su pintura que se había convertido en una dependencia para ella”.
Regresa a París pero están sumidos en la miseria y muere su hijo al que le hace un retrato para el Salón, que nadie entiende. Sin embargo, ya comienza a percibir que muchos le imitan aunque no quieran reconocerlo. Finalmente asistimos a un final trágico, que no revelamos al lector para no impedir el atractivo de lectura final. Decía Echevarría (y puede ser) que a Zola no le llevó tanto a escribir una obra como vindicación cuanto por expresar la “elegía a la juventud luchadora e idealista en la que Zola había militado” y ahora definitivamente aburguesada y mustia. Sin embargo, creo que lo que ha pretendido Zola es ofrecer una época, centrada en el mundo del arte, pero, al fin y al cabo una época organizada con una extraordinaria sabiduría (creo que La obra es una gran obra literaria, que se debe leer con delectación), tanto en la conformación como hecho estético y literario como por el desarrollo de los personajes y el mundo descrito.
El ámbito privado entre Lantier y su esposa Christine (él ofuscado soñador, buscador imprevisible, que lo da todo por la obra; ella, abnegada, fiel, sufridora empedernida), la construcción de sus emociones y mundos respectivos, y la relación social de Lantier con su entorno de intelectuales y pintores, el propio Sandoz, el novelista, pero también Louis Dubuche, el escultor Mahoudeau, la fea Mathilde, Jury, Fagerolles... son los dos polos de desarrollo de la novela con sus continuas incursiones en lo expositivo-argumentativo del ensayo artístico. Zola reconstruye la infancia de Claude Lantier, sus amistades inseparables (¡Ah, qué felices tiempos aquellos y qué enternecedoras risas...!), surgen ideas sobre el arte, como cuando dice que los novelistas y los poetas deben mirar a la ciencia, pues es la única fuente posible: “Estudiar al hombre tal como es, no ya al títere metafísico, sino al hombre fisiológico, determinado por el ambiente”; la vida de Lantier tras conocer a Christine, su carácter melancólico y soñador, las reuniones en el café Badauquin, continuos pensamientos sobre el arte y la literatura, así como una extraordinaria construcción del pensamiento de Lantier, su forma de ser y vivir: un nuevo arte en una sociedad positivista; la miseria, el rechazo social, el hambre, la desesperación que, en las últimas páginas le hará decir: “La pintura es una imbecilidad. Di que no trabajarás más, que te importa un comino, que quemarás tus cuadros para complacerme”.
Y, finalmente, la muerte.
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