domingo, 12 de mayo de 2019

MANUEL RÍOS RUIZ POR F. MORALES LOMAS

MANUEL RÍOS RUIZ, F. MORALES LOMAS, ALBERTO TORÉS (DE ESPALDAS)


MANUEL RÍOS RUIZ. UN GRAN POETA ANDALUZ. IN MEMORIAM



F. MORALES LOMAS
Presidente de la Asociación Andaluza
de Escritores y Críticos Literarios
Presidente de la Asociación Internacional
Humanismo Solidario
Universidad de Málaga


Hace unos meses, el 3 de octubre de 2018 falleció el poeta jerezano MANUEL RÍOS RUIZ a los 85 años de edad. Ríos Ruiz fue un gran poeta y una gran persona. De todos no se puede decir lo mismo. Hoy quiero recordarlo, cuando apenas si han transcurrido ocho meses. Pocos homenajes ha habido desde entonces. Sería bueno recordar su lírica, una de las más expresivas que se han escrito, una verdadera riqueza lingüística y vital en él, que era uno de los grandes conocedores del flamenco y que llegó a tener casi todos los premios literarios. Con El oboe obtuvo en 1972 el Premio Nacional de Literatura. Les invito a leerlo.



                     La lírica de Manuel Ríos Ruiz[1] es un pozo profundo, un río de imágenes que sacuden los sentidos, un canto solemne a la tierra de Andalucía, una exaltación de la cultura popular, la expresión más álgida del sentido que tiene la vida en estas latitudes. En este sentido decía José Lupiáñez[2] que "recurre frecuentemente a la amplificatio, a la enumeración, al paralelismo; (...) su léxico espectacular, entre lo argótico y lo culto; en la invención gongorina, la asociación caótica, el dinamismo positivo de verbos y de nombres; o en sus transgresiones sintácticas y semánticas".
       No existe autor en este siglo desde Francisco Rodríguez Marín, por ejemplo, el más viejo a la llegada del siglo,  que haya expresado con mayor originalidad ese reguero del terruño, ese belén de creatividad exultante en el que tiene sus cuarteles la poesía del autor jerezano. Las bases de esa literatura nacen en escritores como Adriano del Valle, Vando Villar, Villaespesa, Rueda, Morón, M. Machado, Tejada,  y tantos otros, pero hasta la llegada de la poesía de Miguel Hernández no se dan las condiciones para que florezca esa poesía cercana a la tierra y la geografía con un rumbo inédito y muy peculiar. Los escritores aludidos aún viven en una cultura con trazos folkloristas, cargados de tópicos, muchas veces, y con un cierto aire ñoño en la expresión, en otras, que hace que sus líricas vayan perdiendo fuelle y brío a medida que avanza el siglo. No obstante, la actualidad de aquellos temas llega con pujanza renovada de la mano de Manuel Ríos Ruiz.
        Si Miguel Hernández trascendió la geografía de su tierra natal creando un proceso de integración e identificación absoluto entre hombre y tierra (ambos son la misma cosa) en poemas ejemplares como “Menos tu vientre” o “Nanas de la cebolla”, Miguel Ríos Ruiz, en la estela de ese genio creador del poeta de Orihuela, amplía el espectro y enriquece aún más si cabe la visión múltiple de una realidad más exuberante y copiosa, más llena de matices. José Ortega decía que "Andalucía se impone como destino dramático, o permanente conflicto de fuerzas contrarias (...) El suelo andaluz no como nostalgia de algo perdido, o deseo de retorno al origen, sino como tensión o destino, que se le impone al hablante lírico desde la raíz de su existencia". El propio Ríos Ruiz[3] ha definido su poesía en múltiples ocasiones y al respecto comentaba: "Es sumamente autobiográfica en la mayoría de sus versos y también profundamente enraizada en mi tierra, en mi casta, en lo que he dado en llamar la ´bizarría de los pobres´, de mi gente a la que intento reivindicar"
          Junto a lo que decimos la música y la geografía adquieren una preponderancia extraordinaria. En Honores a la guitarra, verbigracia, dirá el poeta: “Ven, tocaor, descansa tu corazón en la guitarra, tiempla,/ templa el tiempo, escarola tus dedos, pon en las cuerdas/ pedernales, terrenales quimeras...” Existe, pues, un ámbito en el que la simple imagen de un hombre tocando la guitarra se llena de connotaciones culturalistas, humanistas, sensitivas y reproduce incluso esquemas ancestrales en los que las aliteraciones de los fonemas dentales sordos y vibrantes reproducen el sonido de las cuerdas. Quizá una de sus obras fundamentales, El Oboe, por la que obtuvo en 1972 el Premio Nacional de Literatura es la que nos da un mayor rayo de luz en este sentido: “La melodía, archipiélago de sones, espita, célica virtud, trasmuta/ presente y memoria, acontece, puebla vértices y ángulos,/ soporta/ los pilares del recuerdo, armoniza los gránulos del ser,/ reposa/ la agria levadura de los huesos y nubla el reloj...” Enumeración de sensaciones en las que está presente esa memoria histórica, ese tiempo reconocido y transformado en la palabra, la sensación de que el léxico es tan rico como sea el interior del que sepa manejar el instrumento. Cascada de imágenes por el río abierto y solemne del verso, pálpitos del corazón que asciende y desciende en la curvatura amplia del poema y asociación de imágenes en las que todos los sentidos se afanan en la búsqueda de una expresividad ilimitada: "Han trazado sus manos guirnaldas en el cordel, alientan en el aire, /musican su blancura lienzos, linos, servilletas o aleluyas, bullen/ las últimas pompas de jabón como campanas..." Castillo de sensaciones que se construyen desde el fluir del tiempo, la memoria infantil y la percepción abierta de los sentidos. La poesía de Ríos Ruiz es el río de su nombre, un torrente que culmina en el océano del poema: construcciones amplias, cadenciosas, con compases bíblicos, ilimitadas estelas que va dejando el buque del verso en el mar del papel y donde nos perdemos embriagados por su amplitud y grandeza.
          Pero quizá sea Razón, vigilia y elegía de Manuel Torre (1978), ( escrito en un solo poema) el poemario representativo de lo ilimitado, en él la elegía alcanza la entonación altisonante de los grandes poemas homéricos o la amplia expresividad de una oda pindárica. Sobre él decía Manuel Urbano[4] que destacan dos ideas: “la capacidad para crear destiladísmas coplas flamencas. Cómo, conociéndolo hasta la minucia, realiza poemas en los que se describe y se ofrece el flamenco con todas sus entrañas”. Razón, vigilia y elegía de Manuel Torre es la elegía construida desde la narración-descripción en la que presenciamos el júbilo de la existencia más que la presencia hartera de la muerte, y en la que el homenaje a Manuel de Torre, como recordaba José Ortega[5],  es una actualización de la "biografía emocional de esta legendaria figura, en la que se confunden historia y tradición, para exaltar la memoria de Andalucía".
     La lírica de Ríos Ruiz es la tierra, la geografía, la naturaleza: a través del sabio uso e investigación de las capacidades expresivas de la palabra adquiere connotaciones nuevas hasta ahora sólo intuidas por algunos poetas. Esta búsqueda e investigación de lo que llamo las razones de la palabra, la hace original y ajena a la poesía difundida habitualmente. Dodecafónica en sus ritmos, enhiesta y mirando siempre al universo de la búsqueda. Ahí radica una de las grandes originalidades de su poesía: en el rastreo de la voz. La sensualidad verbal es el lujo de la palabra del poeta hecho carne, canto, sociedad, arrullo y embriaguez que nos traen a los sentidos los cantos medievales de los poetas del Al-Andalus a través de la cascada de miel y azogue de su verbo.
        En el prólogo de José Jaén Ruiz a su Antología La memoria alucinada declara nuestro poeta que una de las funciones de la poesía es "darle el mayor esplendor posible al idioma" e insiste Ríos Ruiz en sus "Reflexiones para una imposible poética": "Sí, la palabra poética debe ser al menos dos cosas a la par: vehículo de escándalo hermoso -ese milagro que tú ves en mis poemas- y piedra de amolar invenciones de hombre. Pero todo ello yendo de lo íntimo a lo comunitario". Efectivamente, hay poetas en los que la vena subjetiva encuentra en sí mismo su propio reflejo en un camino tautológico de ida y vuelta; en la poesía de Manuel Ríos Ruiz la poesía va del poeta a la colectividad en una acto de generosidad, pero previamente éste ha tomado sabiamente, certeramente, ese magma de sensaciones, cantos, imágenes que están en la colectividad y no todo el mundo puede cosecharlos. La labor del poeta es la del agricultor de música y vida que sabe sentirse inmerso en el pulso diario de su tierra y su gente,  y trascender desde la individualidad con la que escribe los efluvios de lo colectivo: "Profundamente enraizada en mi tierra, en mi casta, en lo que he dado en llamar , de mi gente, a la que intento reivindicar", dirá en su Poética. Por este motivo sus poemas adquieren una universalidad tal que pueden abanderar el sentimiento y el espíritu de cualquier ser humano en cualquier latitud, y acercarse a esa pasión por la tierra de escritores como los poetas del Al-Andalus, el peruano César Vallejo o el irlandés Seamus Heaney.
      Ya desde sus inicios en 1963, con la publicación de su primer libro, La búsqueda, Ríos Ruiz recuerda sus propósitos vitales y líricos, y en el primer verso del poema “La carga” –poema en tres sonetos, dice: “Soy andaluz”. Habrá que esperar años después a que se publique Dolor del sur (1969), sin embargo, este referente al Sur siempre ha estado presente en su obra, aunque, como dice García Rey[6] es “la búsqueda de sí mismo, el camino, las raíces en sus múltiples aspectos y el medio, el canto: ”.
       En Dolor del Sur (1969), se inserta la temática del crecimiento y sentir de la tierra como origen de su existencia. La búsqueda, en cambio, era un libro de corte barroco y difícil. Y no es vana idea porque la lírica de Ríos Ruiz, caracterizada por su poder de fascinación y por una álgida sensualidad y sensorialidad, siempre tuvo como algo de desmesura y desbordamiento, como dice Lupiáñez[7], pero ya desde ese libro inicial una búsqueda incesante: “Una obra, a mi parecer bastante fiel al título de su primer libro que, usando de éste como consigna, se ha convertido en búsqueda incesante, en búsqueda permanente”. Búsqueda que le ha llevado progresivamente a ir ganando en afinamiento y originalidad desde el libro inicial. También había en esta primeriza obra la exaltación de lo andaluz y la incardinación en unas raíces que bien podrían provenir de Bécquer y, en última instancia una síntesis entre la tradición culta y la popular por el cultivo de los sonetos y otras formas y la copla: ”.
       Seis años después de ese primer libro publica Dolor del sur (1969), con el que encuentra su propio tono, como declara: “Por eso busqué en un momento dado, a partir de algunos poemas de Dolor de sur, mi tono propio, porque la regiduría íntima del tono es lo más importante para escribir una poesía personal, intransferible e intercambiable”[8]. Está  dedicado a Antonio y a Manuel Machado. Dos escritores siempre presentes en Ríos Ruiz y con quienes tiene ciertos débitos, tanto o más que con la lírica de García Lorca, César Vallejo y Pablo Neruda. Aunque existe una continuidad temática con respecto al anterior en el cante, el toreo, el ancestro, la infancia, lo cultural..., Andalucía, en definitiva, sin embargo formalmente es diferente pues se depura el estilo y va surgiendo una personalidad poderosa. Pero la identificación con el Sur, según Lupiáñez[9], se produce fundamentalmente con Jerez y luego, por extensión, referirlo a las otras regiones y comarcas: “De ahí que sus textos resulten tan convincentes, porque desprenden la autenticidad de lo vivido, por eso sus versos electrizan, porque llevan muy dentro la verdad de la vida de un hombre que ha sabido convertir su propia biografía en obra poética y, a la par, dar rienda suelta a una novedosísima épica de los occidentes. Una épica nueva, digo, por su lenguaje y por la naturaleza de sus héroes". Pero también una obra donde se crea el símbolo de la llama que alimenta ese Sur cultural, esa tierra madre y creadora de la existencia. Mucho que ver por otra parte con su siguiente poemario, con quien conecta en el sentimiento.
        En Amores con la tierra (1970), el verso comienza a estirarse y surgen series de quince, veinte y treinta sílabas, que ya pusiera de moda Dámaso Alonso en sus versículos de 1949. Se puede ver en este libro, como decía Jiménez Martos[10], una Andalucía heterodoxa en la que el escritor “respira lo ancestral, cuya raíz es mucho más honda que la de popularismo, y se expresa como un salmista. Todo cabe en esa textura; el yo y los otros, el paisaje y la gente, el sentimiento exaltado y el que se encueva, la acumulación enumeradora y el gusto por el matiz y la síntesis”. Una Andalucía que está presente permanentemente en su obra y le ha llevado a decir a Galanes[11] que su obra es circular “plegándose en la determinación de un paisaje y de una particular manera de ver y sentir el mundo: Andalucía y todo cuanto la determina”.
       Se considera como un libro de plena madurez, y una de sus mejores obras como comentábamos, El oboe (1972), del que afirma Jesús Ayet[12] que es el libro “del placer y el dolor, sobre la búsqueda de sí mismo, y, también, sobre la belleza. Un libro dirigido a un intelocutor plural, alque se inmiscuye irremediablemente en un proceso lírico que un mundo de sensaciones, junto a una descripción melodiosa de elementos naturales y humanos”. En cambio, en Los arriates (1973) realiza una reivindicación del “paraíso a través de la ilusión, el suspiro, la gracia, la pasión, la voluntad, el deseo, el viento, la inociencia o candor, en un movimiento de tierra apasionado de evocación aleixandrina” [13]. Una presencia de la tierra que es como un bálsamo, pero también un canto permanente en el que los espacios adquieren un comportamiento y valor no ya sólo simbólicos sino románticos, como decía Téllez[14], “como una descripción del alma; o como un eco céltico, de un tiempo en el que el poeta jugaba a ser la voz de la tribu”. En este sentido decía el mismo escritor en una entrevista de Eugenio Cobo[15] que “aparte de que siempre nos vence la nostalgia y de que es imposible vivir sin recordar, las razones de mi dedicación a glosar mi lugar natalicio, su ámbito y su gente –incluso escribo diariamente una sección (Catavino de papel) en Diario de Jerez-, son de índole anímica, claro. Pero tengo no sé si la facultad onírica y a la vez proverbial de vivir en Madrid sin dejar de estar en Jerez”.
        Uno de los libros en donde la sonoridad adquiere ese valor expresivo que trajo como consecuencia que algunos llamaran a su generación la del lenguaje es Vasijas y deidades (1977), sobre él afirmaba Paz Pasamar[16] que tanto en ésta como en otras obras se observa en su lírica la tendencia al énfasis y a desencajar el orden establecido y para ello emplea una fonética deslumbrante: “Lo de menos, en la poesía de Ríos Ruiz, es la complicación del fonema, de la que cada poema lleva algo: y tantos y tantos más del libro Vasijas y Deidades, por citar. Pero a pesar del aparente desbarajuste, lo que rige es la armonía del paso del poeta, haciendo camino al andar de ese prolongado poema que entregas que es su obra, conseguida y considerada”. Sobre este aspecto y la tendencia al énfasis poético y su ritmo altisonante, decía el propio Ríos Ruiz que “el énfasis poético, como el énfasis del cante, hay que modularlo para que tenga donosura, sutileza, duende, relieve estético, belleza clamorosa y, sobre todo, son”[17]. Y es que Ríos Ruiz conjuga en la sonoridad una de sus apuestas más deslumbrantes y en este sentido su poesía se acercaría al genio de Nicaragua en esa búsqueda que se ejerció en todo el modernismo.
      Los predios del jaramago (1979) se organiza en tres partes (“Predio del ánimo”, “La devoción” y “El fatalismo”). Se puede considerar no sólo un culto a la tierra, sino también una oda y un panegírico barroco, con el que progresivamente el escritor nos introduce hacia la heredad íntima y en la que el poeta cultiva la muerte para desterrarla de la soledad. A veces brota la nostalgia y la melancolía en ese afán por sobrepasar la muerte. Su verso entonces se hace barroco, rebelde, expresivo, una catarata cromática. Según Concha Zardoya[18], "la riqueza verbal de Ríos Ruiz se acerca más a la imaginación comunicativa de César Vallejo, a sus intuiciones, que enlazan lo cercano con lo cósmico y telúrico".
        En Cartas a una madrina de guerra (1979) el cauce expresivo epistolar, confidencial, íntimo, adquiere una  gran trascendencia por cuanto bajo una estructura narrativa se sintetizan en ella los dos elementos fundamentales de su obra: el intimismo trascendente (desde el escrito que dirige el poeta a su madrina Sonia mientras se halla en el servicio militar) y la exaltación del lenguaje a través de las expresivas imágenes del terruño. Está ordenado en siete apartados: descripción del paisaje, el paso del tiempo, el amanecer, la muerte, el ansia de felicidad, la confianza y desconfianza de Dios y el dolor de ausencia. Finaliza con el regreso, con la plena consciencia del significado de la existencia.
       Una inefable presencia (1981), reúne su visión de Dios, su presencia, su cercanía y humanidad que nos recuerda en el tono a Dámaso Alonso, aunque con matices muy del Sur: "La voz de Dios es un nutricio y fúlgido caligrama/ y está escrita en los altares del aire y sus azoteas". Trasciende esa imagen adocenada que nos ha llegado de la liturgia popular. Es en realidad un poema en veinte apartados desde los orígenes del mundo y Dios hasta la despedida, junto con las constantes metáforas y visiones múltiples del Creador: su voz, la unificación de las cosas del mundo, la fe que nos da vida, la liberación de lo terrenal a través de la palabra, etc. En éste, como en otros, se pone de manifiesto una de las funciones de la poesía, “y muy junta a la función social, es darle el mayor esplendor posible al idioma”[19].
        Otras veces el discurso intimista, como en Plazoleta en los ojos (1982), nos conduce a Cernuda y la exaltación de todo lo que de hermoso tiene la existencia. La lírica de Ríos Ruiz se hace entonces plural e incandescente y todos los temas tienen cabida, desde la música, el canto a su patria chica, la sentida presencia del Dios o la definición de conceptos en una suerte de diccionario lírico que lleva el nombre de Poemas inéditos. Lírica deslumbrante, lírica densa, expansiva, altisonante, abierta al mundo, lírica donde la palabra es un milagro de expresividad, en la que el mundo se ilumina y adquiere una dilatada presencia, lírica autobiográfica pero cercana al lector, original, sabia. En ella el "lenguaje es el esplendor del conocimiento" como dice el mismo poeta en uno de sus versos y el rito de escribir transforma la presencia del poeta en la tierra.
        Su visión de personajes y personas que han influido decididamente en su vida llegará de la mano de Juratorio (1991) donde realiza un canto a sus héroes particulares: el Cid, Charles Chaplin, Dostoyesvski, Beethoven, Piaf, Mozart, Mallarmé, Bécquer, Marilyn, Picasso, César Vallejo, Pavese y Lorca.
           En 1998 se publicó la séptima y última antología poética de su obra: La memoria alucinada que refleja, en palabras de Antonio Hernández[20], esa visión social, religiosa, íntimista, metafísica y neorromántica, también común, como hemos dicho a los poetas de esta Promoción del 60 y añadía, como realizando un colofón: “Él es un traductor de la naturaleza a la que añade la mayor sabiduría encuadernada de todos sus maestros, los que ayer y hoy han dejado su experiencia de vida plasmada en la letra mágica de la imprenta. Pero sobre todo es un cronista de la realidad y su potencialidades y como un director de orquesta que acordara el estudio, la instrumentación, la partitura y el ejecutamiento. A veces es toda una sinfonía hecha a base de versículos embriagadores. A veces un concierto que se nutre del sentimiento popular andaluz y del talante clásico académico. A veces un oratorio, una danza, una cantata”. Pero su poesía siempre es personal y autobiográfica “enraizada en mi tierra, en mi casa de campesinos y artesanos, en lo que he dado en llamar [21], como no se cansa de repetir en entrevistas y en su propia definición de Poética.
           Como síntesis de las grandes ideas de su lírica, podemos decir con Antonio Costa Gómez[22] que la poesía de Rios Ruiz es "ubérrima y eruptiva, y dentro de su fidelidad a la tierra, quimérica o alucinada (...) Se expresa en la abundancia y la catarata (...) Se nutre de la tierra que desemboca en la invancia, el vino, el mito o la guitarra (...) Simpatiza con la voz cósmica de Neruda, con los vagabundeos telúricos de Knut Hansun, con las explosiones de Van Gogh, con las liberaciones del vino (...) Compagina lo andaluz con lo universal, lo popular con lo culto, lo tradicional con lo moderno y aún lo vanguardista, la lucidez con el delirio, el folklore más hondo con las referencias más distantes, lo rotundo con lo delicado. Y aún si cabe, la sobriedad con el desenfreno".

CARLOS ÁLVAREZ, BENITO DE LUCAS, RÍOS RUIZ, ALBERT TORÉS, PACA AGUIRRE, MORALES LOMAS, MANUEL RICO Y ANTONIO HERNÁNDEZ





[1]  Morales Lomas, F. (2003). “La lírica sensitiva de Manuel Ríos Ruiz” en La obra poética de Manuel Ríos Ruiz. Góngora. Revista de Literatura 1, 67-69.
[2] Lupiáñez, J. (2003). “Poesía bajoandaluza de Manuel Ríos Ruiz”, en La obra poética de Manuel Ríos Ruiz. Góngora. Revista de Literatura 1, 12.
[3] Estas opiniones son recogidas por Jaén Ruiz, J. (1998). “Palabras preliminares para compilar criterios fundamentados de poetas y críticos sobre la poesía de Manuel Ríos Ruiz”, en La memoria alucinada (Antología) Madrid: Calambur, 16.

[4] Urbano, M. (2003). “Lo flamenco en la poesía de Ríos Ruiz” en La obra poética de Manuel Ríos Ruiz. Góngora. Revista de Literatura 1, 96.
[5] Ortega, J. (1989). “El concepto del tiempo en la poesía de Manuel Ríos Ruiz”, en Omarambo, 9, 51.

[6] García Rey, J. M. (2003). “Manuel Ríos Ruiz y la plaza sur de la poesía” en La obra poética de Manuel Ríos Ruiz, Góngora. Revista de Literatura 1, 24.
[7] Lupiáñez “Poesía” en op. cit., p. 9.
[8] Cobo, E. (2003). “Entrevista a Manuel Ríos Ruiz” en La obra poética de Manuel Ríos Ruiz, Góngora. Revista de Literatura 1, 138.
[9] Lupiáñez, “Poesía” en op. cit., p. 10.
[10] Jiménez Martos, L. (2003). “Presentación del poeta Manuel Ríos Ruiz” en La obra poética de Manuel Ríos Ruiz, Góngora. Revista de Literatura 1, 49.
[11] Galanes, M. (2003). “Búsqueda y recuperación de la obra de Manuel Ríos Ruiz” en en La obra poética de Manuel Ríos Ruiz. Góngora. Revista de Literatura 1, 72.
[12] Ayet, J. (2003). “Una antología de Ríos Ruiz: La memoria alucinada” en  La obra poética de Manuel Ríos Ruiz, Góngora. Revista de Literatura 1, 53.
[13] Ibidem.
[14] Téllez, J. J. (2003). “Manuel Ríos Ruiz entre la ciudad y el campo” en La obra poética de Manuel Ríos Ruiz, Góngora. Revista de Literatura 1, 91.
[15] Cobo, “Entrevista” en op. cit., p. 137.
[16] Paz Pasamar, P. (2003). “La poesía de Manuel Ríos Ruiz” en La obra poética de Manuel Ríos Ruiz, Góngora. Revista de Literatura 1, 100-101.
[17] Cobo, “Entrevista” en op. cit., p. 138.
[18] Zardoya, C. (1980). “Los de Manuel Ríos Ruiz”, en Cuadernos Hispanoamericanos, 361-362, 397.
[19] Cobo, “Entrevista” en op. cit., p. 138.
[20] Hernández, A. (2003): “El juratorio de Manuel Ríos Ruiz”, en La obra poética de Manuel Ríos Ruiz, Góngora. Revista de Literatura 1, 63.
[21] Cobo, “Entrevista” en op. cit., p. 139.
[22] Costa Gómez, A. (2011): “Manuel Ríos Ruiz, el sentido de la tierra”, en Tierra de nadie, 9, 61-63.

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