jueves, 18 de julio de 2013

EL MISTERIO DE LA PALABRA
Y LA EXISTENCIA EN LA LÍRICA
DE JOSÉ VERÓN GORMAZ

F. MORALES LOMAS

Las dos últimas obras poéticas de las que he tenido noticia de este buen escritor y fotógrafo aragonés han sido Ritual del visitante (Zaragoza, Olifante Ediciones de poesía, 2012) y Viento y la palabra (Calatayud, Centro de Estudios Bilbilitanos, 2010). Existen unas claves en su escritura (en ambos libros) que permiten una interacción y una continuidad: el sentido de la palabra para el ser humano y el poeta, la exploración del significado de la existencia desde esa oscuridad de las interrogaciones sin respuesta, el tiempo con su inexorable avance y la licuación con el misterio de la vida, la música como privilegio que nos rememora y conmueve en ese camino de visitantes… todo conduce a conformar una lírica del sentido, del sentimiento y de la elucidación a través del néctar de las palabras y sus respuestas.


En Ritual del visitante (2012) hay un grupo de ideas en torno a las que se organizan los campos semánticos que ofrecen el sentido del poemario: bajo los semas de luz en contraposición a la sombra, pero también luz en relación sinonímica con la palabra y a su vez en contraposición al silencio, sinónima a su vez de la sombra. Dos términos: luz y palabra comunicados y contrapuestos a su vez a otros dos (sombra y silencio) que están participados a su vez entre sí. La búsqueda de esa luz a través de la palabra confirma una temática clásica (habitual, por ejemplo, en el Cinquecento): la inefabilidad del lenguaje para poder llegar a esta.
Frente a ese ámbito, incrimina la oscuridad como una losa que siempre hostiga al ser humano desde su nacimiento. Dirá el poeta: “Solamente palabras que despiertan”.  La palabra como estímulo que nos salve de la melancolía y la frustración de juzgarnos incapaces de explicar los secretos de la existencia, mientras va avanzando el tiempo inexorable: ese otro gran símbolo machadiano junto a la palabra: la poesía era palabra en el tiempo para Machado, creo que para Verón Gormaz también.
El grito (de Munch) puede advertirnos de esa inmovilidad, de esa incertidumbre, de lo efímero de la existencia mientras el ser humano se deja guiar por resplandores, ascuas, latidos… se hace preguntas retóricas que no tienen respuestas e invoca las palabras “para buscar los senderos del conocimiento”, pero también “para sentir el tiempo… para nombrar la realidad”. Ante este afán natural de búsqueda responde el silencio con su oscuridad de perseguida luz, con su evanescencia de futurible que nace muerto. En este ritual que es la existencia, el visitante (todos estamos de visita en ella) ve misterios en el tiempo y las estaciones, que van cambiando de reclamo y de color, pero como dice en un poema: “Tengo la sensación inexplicable/ de que siempre y jamás significan lo mismo”.
La bruma, como una gran mancha, se va apoderando de todo y el misterio, como una ruina, va ocupando el espacio sin respuestas. Hay seres errabundos que han perdido su equipaje y no comprenden el sentido de la vida: “Hijos de los suburbios,/ agrupados delante del azar en larguísimas filas,/ esperábamos un humilde milagro”.
La sombra se hace dueña de los espacios, del tiempo y de la palabra. Y las llamas pueden ser espasmos de lo efímero, expolios: “En la tarde serena, madre de los enigmas (…)/ Hablarán los silencios del eterno retorno,/ existirán las dudas, los versos fugitivos”.
Hay un sueño soñado, no obstante, que continuamente se trata de recobrar y nace de esa necesidad que tenemos los humanos por no caer definitivamente, en esa agónica lucha por la luz, por la explicación del mundo, por que la nostalgia o la melancolía no nos devoren: “Entre la luz sublime/ y la tiniebla opaca,/ apenas una luz”.


El viento y la palabra (2010), anterior en la publicación, posee una reciprocidad evidente con los poemas anteriores como ya hemos dicho. El poeta se halla ante el abismo del misterio, en un paisaje invernal donde el tiempo invita a sus trampas, acaso ante el despeñadero de la soledad, en una sombra perpetua de quietudes que deslumbran  mientras el viento remueve las cenizas de la memoria, sus pasos, su oscuridad de fatiga ineludible.
Hay imperativo a que el tiempo se apodere de todo (de hecho lo hace) pero también de que (como en el poemario anterior) se alíe con la luz en un maridaje perfecto que genere una vibración interior. Es un deseo permanente del escritor mientras la soledad lo acompaña en este devenir mortuorio del tiempo machadiano: “Tic-tic, tic-tic… Ya pasó/ un día como otro día/, dice la monotonía/ del reloj”. 
En ese transcurso por la naturaleza, los valles, las ensenadas, el poema se abruma en el “abismo de las horas”, busca esa luz que lo resplandezca y trata de hallarlo, como en el poemario anterior en la palabra que, a veces, se esconden “en una taza de café sin rumbo”.
Abajo la oscuridad, arriba la cima de luz, parecen evidencias  ya consagradas por la simbología del paso del tiempo mientras la sensación de amargura y de camino del destierro aumenta y el dolor de ausencia permanece. 
Mientras, el viento (ese otro símbolo etéreo) va ocupando los espacios que deja la palabra a la que le presta su voz y va transigiendo esa especie de camino de incertidumbre que avanza y retrocede hacia el fin de la palabra, hacia su silencio.
La música –como en Verlaine- entonces puede aparecer como un indicio de luz, como un trayecto de colores que conversan dulcemente con ese recuerdo. Una música para avanzar con el cuerpo iluminado, una música que evite el caos, creando acaso esa belleza de las formas, resolviendo o conformando el misterio. Acaso un aria o un oratorio, sereno como un refugio donde encontrar la luz y su llama: “El músico imagina que la nota es el viento,/ que en ella se devana la esencia de las horas,/ El misterio remoto que asoma en las estrellas/ y a todo ser viviente hechiza con el signo/ del aire temperado que brota entre violines”.

Canciones indias, Rhapsody in Blue, Preludios, La Bohème… se diría que avanzan en ese repertorio que nos conmueve y resucita el misterio, la bondad de un tiempo sagrado, el estallido de la certeza o de la fugacidad de la nostalgia mientras unos versos finales de Machado y Góngora concita su simbología y misterio.

martes, 16 de julio de 2013

EL HOMO TRANSCENDENTE
DE JOSÉ MEMBRIVE

F. MORALES LOMAS


El poeta, editor y ensayista José Membrive ha publicado El homo transcendente (Barcelona, Ediciones Carena, 2103), una obra lúcida, compleja y necesaria en el momento actual porque profundiza en uno de los grandes temas del hombre a lo largo de su existencia y más hoy día: su concepto de trascendencia y de humanidad. El desvelar la interrogante rubeniana de “Lo fatal”: “Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo (…)/ No saber adónde vamos,/ ni de dónde venimos”. La humanidad como centro neurálgico de esos valores espirituales que se han ido perdiendo a lo largo de la historia por mor de un “progreso económico aparente” que a pocos satisface, sustentado sobre principios y proyectos que juegan contra esa humanidad que debemos reivindicar con fuerza.
Podríamos insertar algunas de sus reflexiones dentro de lo que algunos venimos llamando desde hace tiempo el HUMANISMO SOLIDARIO (www.humanismosolidario.com), aunque con las especificidades que aporta Membrive.


Tomando como horma el espacio novelesco, va configurando un tipo de narración o relato ensayístico (ambos subgéneros forman un buen mestizaje) que nos ha traído a la memoria el Cándido de Voltaire. A través de un supuesto viaje por el pensamiento bíblico y la evolución humana durante siglos Membrive profundiza en un libro muy dieciochesco que hubiera sido alabado por los enciclopedistas por su dimensión ciclópea y enciclopédica, pues en él hallaremos reflexiones estéticas, políticas, económicas, sociales, filosóficas, antropológicas… que tratan de devolver al hombre hacia el camino de la humanidad desde su condición de homo Neanderthal y Cromagnon. Se produce una acumulación interpretativa de diversos órdenes que muestra las profundas relaciones entre las artes, la filosofía, la economía o la ciencia,  algo que en la historia contemporánea (por esa tendencia a la especialización) se ha perdido pero que los sabios de Grecia o Roma (digamos los filósofos presocráticos, verbigracia) lo tenían apropiado, también los renacentistas (digamos Leonardo da Vinci).
Membrive parte de la tesis de que se ha producido el desplome de la civilización simi-humana y existe una armonización entre lo telúrico y lo espiritual. El mono ha dejado su vigencia y se produce una búsqueda de la espiritualidad, la verdad y el amor (cuyas iniciales configuran las siglas de la palabra EVA).
Estructura su obra y su pensamiento en tres apartados: El Homo Dual (¿Quiénes somos?: los orígenes desde ese planeta semihumano hasta el homo sapiens que sería un sujeto lírico), El Homo Artístico (¿De dónde venimos?: las tres dimensiones a las que nos referimos anteriormente y constituyen EVA, además de a la inteligencia material y espiritual y al Homo Artístico) y el Homo Trascendente (¿Adónde vamos: las bases del Homo Trascendente, la importancia del pensamiento de Gandhi y el decálogo para superarnos y alcanzar una sociedad espiritual, reflexiva y trascendente).
Una obra que, con sus toques de ironía y sarcasmo, obedece a una lógica extraordinaria y revela una gran lucidez, amena en su lectura y desde luego original, en una época en que solemos reivindicar la futilidad y la reducción al absurdo de lo trascendente.
JOSÉ MEMBRIVE

Algunas de sus ideas, son muy reveladoras:
A)                               Las plantas y los animales han sido concebidos por una especie de CCE (Cerebro Central de la Especie), un cerebro colectivo que vela por el fortalecimiento de la especie. Y sigue leyes básicas (el fomento de la competencia para premiar, la prevalencia de los intereses colectivos y el fomento de la vía instintiva). El CCE se compone de tres cerebros: 1) El paleoencéfalo o cerebro reptiliano (regidor de los instintos y la acción), 2) El mesoencéfalo o límbico (rige el desarrollo sentimental y social) y 3) El cerebro sapiens con dos procesadores: el procesador instrumental (PI): pensamiento, habilidad manual, lenguaje; y el procesador meditativo o espiritual (PM), que nos permite vernos desde fuera y señala el camino de la humanización.
B)                               Membrive sostiene que se produce un gran viaje desde esa condición inicial de simio hacia la humanización con etapas intermedias, por ejemplo, una muy significativa: aquella en la que se reza en la iglesia y a la vez se mata en la guerra.
C)                               En esa travesía surgirá el concepto EVA: la espiritualidad, la verdad y el amor, valores clave de los tres universos.
D)                               Pero Membrive no es ajeno a la inteligencia consciente, al mundo inconsciente, a las creencias, a la moda y a las manipulaciones. Tampoco es ajeno a la inteligencia material que busca el paraíso terrenal y a esa inteligencia social que nos permite la interacción, y añade: “Ninguna revolución basada en parámetros puramente materialistas puede crear una sociedad justa” (p. 89).
E)                                Membrive apuesta por la dimensión espiritual y su fortalecimiento, por la emoción cósmica y la inteligencia sentimental, y busca ese homo artístico donde se alíen ética y estética, siendo la pasión la alianza entre ambas, entre lo espiritual y la fuerza telúrica, entre lo mental y lo biológico.
F)                                En esta armonización de lo social no olvida que Gandhi es un precursor (“Si Gandhi se hubiera limitado a tratar de mejorar las condiciones económicas de su país, no habría sido asesinado por los «suyos»” p. 139).
G)                               Membrive propone unas bases para la transformación de esa sociedad en la que la sanidad, la justicia y la educación sean piezas fundamentales, en la que (sin producir una ruptura evidentemente, así lo plantea) se “aspira a gozar de una buena economía, creando circuitos lícitos (…)  habrá de impulsar una banca ética (…) la especulación, como medio de enriquecimiento, ha de ser extirpada (…) los salarios han de reflejar el diferente grado de compromiso y eficacia… Todo un conjunto de propuestas económicas que para muchos serían discutibles pero que forman parte de su visión del mundo racional y consciente.
H)                               Una sociedad que apueste por la recomposición social y política, se produzca una democratización de la sexualidad y los sentimientos, un pacto por la recomposición sentimental en el que el pacto por una afectividad sana flexibilice las instituciones y las despoje del prisma que las deshumaniza.

En definitiva, un conjunto de ideas que reflejan la inteligencia y la originalidad de una obra a la que el lector no podrá permanecer ajeno, siempre sugeridora, siempre motivadora de encuentros y desencuentros, una explicación que organiza el sentido del mundo y aquellas preguntas de dónde venimos ya hacia dónde caminamos.
JOSÉ MEMBRIVE Y F. MORALES LOMAS



domingo, 14 de julio de 2013

KARNAVAL DE JUAN FRANCISCO FERRÉ
O LA ALEGORÍA DEL PODER

F. MORALES LOMAS



           Sumergirse y hurgar en el ascenso y caída de los poderosos siempre ha sido una buena aspiración para un escritor. Aunque más mueve a tragedia griega o shakesperiana que a escrito narrativo pues en este las intensidades, los ímpetus o los ardores se diluyen. Sin embargo, el tono y el punto de vista de la narración invariablemente introducen ya una visión de la realidad que, como diría Valle-Inclán, ha sido observada desde los espejos cóncavos del Callejón del Gato.
             Como buen outsider, Ferré escribe Karnaval (reciente ganadora del premio Herralde) con ka de kilo. Mascaradas, comparsas, bailes y otros regocijos bulliciosos forman parte del carnaval, de esta hiperbólica alegoría de un mundo posmoderno, y  este espectáculo narrativo nace al tomar como pretexto a un sorprendente personaje público de alcance universal: Dominique Strauss-Kahn, el exdirector del FMI, acusado de violación por una camarera de un hotel de Nueva York, y convertido vox populi en el nuevo y poderoso villano. Un hombre rico y socialdemócrata (dos principios muy sugerentes y de largo recorrido) que habiendo sido director del estandarte del capitalismo (el Fondo Monetario Internacional) pretendía, gracias a su inteligencia y buena preparación técnica,  conformar una visión del mundo y acaso “rectificar” el salvaje capitalismo tras llegar a la presidencia de la República francesa para sustituir al todopoderoso Nicolás Sarkozy.


         ¿Venganza? ¿Traición? ¿Quién había o qué había detrás de aquella camarera del hotel? ¿Acaso importa? La entrepierna, como diría Edgard Allan Poe, fue la delatora, y su glande el responsable de la caída de un dios. A partir de la entrepierna de Paris, Homero escribió su Iliada. A partir de la simbología fálica se crea y se destruye un héroe. Era una historia muy potente para no entrar en ella, pero también una historia muy potente para perderse en cuernos, best-sellers y otras zarandajas.
          Ferré, de quien no me cabe la menor duda de que es un escritor inteligente, sabe que la única forma de no perderse en la historia es a través de la forma. También lo supo Cervantes, también lo supo Valle. También lo ha sabido Ferré. Pocas historias merecen la pena de ser leídas en la literatura española actual (y pocas historias serán tan incomprendidas, acaso relegadas, como Karnaval) junto a La noche de los tiempos de A. Muñoz Molina y unas cuantas más.
          Ferré acierta en la hipérbole del poder, acierta en la caricatura, en el punto de vista, en la simbiosis de elementos para configurar una imagen, en la conformación de un espacio narrativo múltiple, abigarrado y heterodoxo en el que concierta  elementos dispares y crea desde una óptica combinada y plural una visión de época (monólogo interior, tercera persona narrativa…), pero también una visión clásica, porque el poder siempre ha estado asociado a su ascenso y caída.
        La fábula que aquí se cuenta es lo de menos. No podemos quedarnos en esa anécdota de un hombre que por un polvo pierde el poder y las posibilidades del héroe: la transformación del mundo. Aún en su podredumbre humana (por ser ejercido desde la fuerza quizá), aun en sus mecanismos de desolación y absurdo, la anécdota en sí es el pretexto. No podemos quedarnos ahí. Al igual que no podemos quedarnos en la anécdota de Don Quijote como un viejo que leía novelas de aventuras y enloqueció. Este punto de partida es lo de menos. Es el subterfugio. El punto de partida del héroe ferreniano D. K. (un coito innecesario o necesario) es lo de menos.
          Lo importante es adentrarse en los mundos de D. K., en los mundos personales propios y en el mundo corrupto que hemos construido en el que el capitalismo salvaje se ha adueñado de las señas de identidad de la moralidad. Lo importante es construir su identidad y la identidad social. Por eso en la primera línea se pregunta el protagonista: “¿Quién soy yo?”. Y más abajo dice: “He tenido muchas vidas. Muchos nombres. En el curso de la historia adoptaré muchas formas, pero me reconocerán enseguida (…) Soy un principio de perplejidad”. Ferré va a crear esa identidad múltiple en la obra. Y va a concitar también la amplitud novelesca al configurar una narrativa que no se muere en el realismo decimonónico en curso. Ya lo hizo en Providence y lo vuelve a hacer ahora. Sabe asumir perfectamente los recursos que han puesto en funcionamiento las vanguardias y la narrativa hispanoamericana. Ferré los conoce y los pone en funcionamiento para dotar a su novela de un decurso narrativo personal propio. Y esto la hace particular y digna de ser tenida en cuenta, aunque me consta que haya críticos que no la comprendan
       Este ascenso y esta caída del dios D. K. ya está en la cita de Heráclito: “La lucha es en efecto el generador de todas las cosas, empero también el conservador y, en efecto, deja a unos aparecer como dioses, a los otros como hombres”. Ferré construye esa imagen múltiple y abigarrada, porque todo puede ser y no ser, lo es a pesar de todo, pero puede parecer muchas cosas más. El no caer en la simpleza es ahondar en el mundo que nos ha tocado vivir, pero también vivir en la claridad de que estamos en manos de unos poderosos individuos y organizaciones que nos gobiernan, de las que somos esclavos, y que a su vez son esclavos de sus propios actos, naipes que se derrumban en sus querencias más lúbricas.
            La imagen final y el símbolo como instrumento retórico que nos habla del auge y la caída de los dioses humanos, del poder de la sexualidad. En el maravilloso libro de Foucault, Historia de la sexualidad, ya se ahonda en la relación del sexo y el poder. Parece que al releer al cabo de los años esta obra estemos en presencia de todo el discurso de Ferré: “Poder que se deja invadir por el placer al que da caza: y frente a él, placer que se afirma en el poder de mostrarse, de escandalizar o de resistir”. En una sociedad de la perversión la mitología del glande ocupa un espacio reservado. De este modo, poder y placer no se anulan sino que se imbrican en la novela. Crean su mundo propio, ofrecen sus propios mecanismos de intervención: unas veces para justificarse, otras para explicarse y finalmente para conformar un símbolo, que, como en los viejos mitos, pretende darnos una reducción de la fábula a su contenido propio y explicable.
         Para la construcción de este mito, Ferré adopta la secuencia corta: pequeños fragmentos que se van enlazando en diversos bloques. Cuarenta y seis capítulos breves en tres grandes unidades donde lo importante no es lo que sucedió y cómo sucedió sino desmenuzar los instintos, crear un individuo, una sociedad, conformar las relaciones de poder y ofrecer una visión del mundo en su salsa, en su Karnaval.

        Podemos tener precedentes en Cervantes, en Tolstoi o en Joyce. Pero más que los precedentes, que todos los escritores los tienen, lo que importa es el corolario. Y Ferré consigue con su novela no crear solo un individuo en su identidad sino una sociedad podrida. Desde luego que en ese camino, el erotismo es un buen Hermes y también la explicación del mundo en que vivimos. El papel de la mujer en este mundo también ocupa buen número de páginas, así como la autojustificación suicida de los personajes. Quizá en determinados momentos la concupiscencia verbal pudiera haberse desbocado pero su irradiación siempre será signo de esa tendencia a la expansión del narrador. Unas veces novela policíaca, otras sentimental, otras erótica, otras social o en el modelo de cartas tan del Quattroccento… tiene todas las posibilidades que ya había creado en sí Cervantes y con las que Ferré (tan kafkiano) pretende coincidir en los procesos que conforman el espíritu de una época y en la creación de un mito de la posmodernidad: el glande de nuevo, como Zeus, como instrumento de la retórica narrativa y como símbolo del ascenso y la caída de una idea, de un individuo, de una forma de ver y construir el mundo.

sábado, 13 de julio de 2013

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viernes, 12 de julio de 2013

SELECCIÓN DE POESÍA ACTUAL POR F. MORALES LOMAS



Se abordan obras de ENRIQUE BARRERO, ÁLVARO GARCÍA, JOSÉ LUIS REY, JULIO CÉSAR JIMÉNEZ, DOMINGO F. FAÍLDE, MARÍA SANZ y JOSÉ A. MORENO JURADO

La variedad de la poesía actual asegura una presencia constante de una serie de escritores que en muchos casos son un referente nacional en antologías. Algunos de ellos catalogados ya entre las generaciones de fin de siglo XX. De ellos queremos transmitir una visión rauda que ofrezca claves significativas para el lector.



Los héroes derrotados de ENRIQUE BARRERO participa del dolor, soledad, tristeza, amargura, muerte y reconocimiento de abandono como elucidarios de un poemario sobre la derrota a través de la mitología y los símbolos cristianos y paganos (por ejemplo, “El llanto de Príamo”). Hay un encuentro meditativo consigo mismo, con el consuelo de la muerte, en tanto el corazón se siente atormentado con esa aureola bíblica y religiosa. Existe una presión en el ser, una constancia pesimista que solo de vez en cuando se solaza ante el esplendor de la naturaleza que actúa como refugio. Poemario cadencioso y trabajado en aspectos técnicos, con un peso enorme y redoblado del aire doliente en una estela muy juanramoniana, un tanto envolvente, como si se hallase prisionero del laberinto de orfandad y melancolía en el que ha caído. Hay a nuestro entender buenos poemas, como el que tomando como tema el tópico de la muerte de Alfonsina Storni reproduce el momento del suicidio, o la referencia a Ana Frank como instrumento para la literaturización de un personaje histórico tan conocido, o la actriz y cantante Marilyn Monroe cuyo contraste con la madre en urgencias en bastante revelador y deslocalizador. Un buen poemario en el que la heterogeneidad nos aproxima a una armonía de constrastes.




La reflexión de ÁLVARO GARCÍA en Canción en blanco aborda desde la estructura unitaria del monólogo interior una continuidad en torno a las grandes palabras que definían la existencia en una continuidad poemática advertida por Miguel Hernández: vida, amor y muerte. Sucumbe al flujo la historia sentimental y el juego de las antítesis y las paradojas cuando cuenta ese relato personal desde la habitación de un hotel: un espacio cerrado (como en los filmes de Bergman) para hablar de un espacio abierto: nuestra vida. La singladura de Álvaro García es fijar la memoria, reconstruir la ilusión del tiempo y de lo vivido a través de un lenguaje metafórico que busca la expresividad lingüística y la creación de un mundo sentimental creíble… Y llegamos a la conclusión de que la frontera entre lo consciente y lo inconsciente está rota pero lejos de construir un mundo para la muerte siempre quedará en ese sedimento que hubo, en esa pared edificada, en ese mundo de paradojas y antítesis la conformación de una historia con sus soles y su vida acaso vivificadora.



Las visiones de JOSÉ LUIS REY es una obra profunda en el ejercicio de acumulación de imágenes y en la asociación de espacios interiores, situaciones familiares, lugares, mundos ajenos, lecturas e impresiones a la conformación de un mundo propio y personal. Rey parte de ese mundo interior para proyectarse hacia ese mundo exterior visto a veces como una aventura, pero la percepción es que está muy atado, se produce una imposibilidad o cuando llega una liberación. De hecho se convierte en deudor de un pasado interiorizado del que cuesta desprenderse o acaso conforma el presente cerrado. Esta dinámica permite una lectura del libro como la recreación de objetos y seres en busca de una identidad, del ser en sí que acredite lo que somos. El motivo de la esencia desde la presencia, desde el pulso de lo que hemos habitado o con lo que hemos cohabitado. Con ello se produce una síntesis lírica y alegórica entre los mitos de ese mundo cerrado en aras de conquistar una fantasía personal idealizada o fantasmagórica con una consistente creación narrativo-descriptiva que aspira a lo memorial. Muchas asociaciones que pretenden ofrecer una conceptualización en ocasiones con el motivo de la mentira, la impostura o la esencia como instrumentos líricos. Acaso la esperanza o los despojos familiares  centran parte de esa serie de símbolos para transitar la mitología personal.




Las categorías de Kant no funcionan en la noche de JULIO CÉSAR JIMÉNEZ vibran con fuerza inusitada. Las categorías kantianas se centraban en la totalidad, la pluralidad, la cualidad de la realidad, la negación, la relación entre substancia y accidentes o la posibilidad-imposibilidad. Kant llamaba categoría a aquello que se toma de la experiencia o tiene como fundamento a esta o los principios que no tienen un origen empírico y forman parte del a priori. Parte Kant de los principios sin los cuales ningún elemento puede ser pensado. Esto trata de insertarlo en una lírica narrativa que apuesta por la experiencia personal tratando de trascenderla. Así sucede de un modo muy ejemplificador en el poema homenaje al Jean Moreau suicida. Desde la anécdota del sucidio del poeta se llega a lo categórico. Así organiza su proceso de creación en ocasiones construido desde la irrupción de la ingeniosidad como categoría intuitiva trascendente, sobre la que se ejemplifica una cierta autocomplacencia. La vida familiar es muy reclamante, la infancia, su hija, los grandes maestros de la filosofía, descripción de personajes, lecturas o mujeres deseadas. Todo ello llevado a través de la estructura narrativo-expositiva en la que ambas conforman el ciclo poemático. Se trata de una poesía antisentimental, retórica, que se mira en el espejo de sus propias palabras y siempre busca la frase o la imagen perspicaz. Con una tendencia al monólogo expositivo y la sensación de tener siempre al lector con el que compartir un lenguaje cercano, directo con toques de intelectualidad y ritmo humano.





Con Danaide de MARÍA SANZ se percibe la profundidad del mito.  Danaide posee su gestación en el mito de la búsqueda del agua y ya conocemos todas las interpretaciones habidas y por haber en torno a este símbolo trascendental de la lírica de todos los tiempos. Acogida en el seno de ese símbolo literario, Sanz profundiza en los apotegmas, en los axiomas de la existencia, con un lenguaje muy literaturizado que apuesta por el endecasílabo blanco con el que busca un espacio definitorio y definitivo partiendo de ese amor de antaño desparecido ahora. Los juegos simbólicos y las imágenes amorosas se suceden con una belleza transfigurada en la expresión y un ritmo solemne que prefigura ese fracaso y esa pérdida que toma como centro de su relato lírico. Aunque este desamor y este abandono es manifiesto nunca es revelado directamente sino a través de la ambigüedad propia que ofrece la literatura. Aire de indeterminación y de desolación metafórica que impregna todo el recuerdo. La soledad, los errores, la desolación son sentimientos que en diversas oleadas llenan los poemas.




En La mala letra de DOMINGO F. FAÍLDE se muestra pesimista, sincero, rotundo, profundamente humano y desolador. Una lírica confesional, desgarradora, enternecedora en su arraigada franqueza nos advierte de un fracaso personal. La mala letra es un corolario vital, una inferencia sobre lo que hemos creado a lo largo de los años. No existe lugar para la esperanza, tampoco para la ponderación y sí un espacio para el desasosiego. Faílde crea la circularidad del desengaño y la decepción vital de naturaleza tan barroca, pero lo hace con un lenguaje claro, directo, falto de atributos y de retóricas que le impidan o le eviten esa claridad ansiada. Es una confesión en toda regla en la que al poeta no le duelen prendas para sentirse “nada tal vez”. No solo considera que no vale nada lo escrito sino tampoco ha sensación de ganancia en la existencia. Una vez perdido todo (dirá el autor) solo la libertad lo hace invicto. La libertad de la huida, de ser un surco seco en la existencia en esa intención de definirnos y proclamarnos centro neurálgico del poeta en el que pivotamos como en ruinas. En este corolario vital hay mucha canción de despedida y epítome de la existencia: ¿Qué hemos hecho? ¿Para qué ha servido nuestra vida? ¿Qué hemos querido hacer y qué hemos logrado? Un aire triste y elegíaco lo inunda todo, pero no es la elegía de lo mortuorio sino la manumisión del que al afirmar estas enseñanzas se recobra definitivamente a sí mismo.



Últimas mareas de JOSÉ A. MORENO JURADO es una confesión personal sobre la situación anímica en sus últimos años.  El poeta desde ese lugar que da la experiencia y la vida ya vivida, expresa la sensación de estar ante los últimos días de su existencia. Se define a sí mismo, hurga en el pasado y va desmenuzando situaciones de la historia personal: una muralla, fragmentos del pasado (en Mazagón, en Moguer) con la recreación de la soledad como bandera. Todo con un aire doliente y agónico que profundiza en el sentido último de la existencia y las razones éticas que determinan esta, contra los fanatismos y sus defensores, con una evidente profundidad psicológica y filosófica penetrante. Esta sería una de las partes más trascendentes del libro que iría de lo individual a lo social, de lo personal a lo colectivo, mostrando esa mirada interior y esa especie de ética del dolor. En ese camino vital, se siente atacado, perjudicado y así lo acredita con su lenguaje doliente, alegórico y altisonante. Hay mucho de meditativo, de contemplativo en torno a ese mar que lo circunda y una tendencia a adherirse a lo realmente trascendente en su vida, a sus símbolos vitales: la madre es uno de ellos, en él con gran sencillez habla y aspira esa sensación de la ida. También profundiza en el concepto de identidad (“Soy yo    al fin me reconozco”, dice en unos de sus versos) y en el reiterado fin que todo lo invade: la muerte.  Considera que los actos están llenos de vana intencionalidad y de inutilidad y se siente como un perro viejo y cansado en el camino de la vida. Hay un conformismo vital como en el poema “Cicuta”: “Me conformo con lo que tengo * con lo que soy  * conductor de una ética en equilibrio  * y beligerante con la estupidez  * he sido buenamente comadrona de la verdad *  de la verdad común sin absolutos”.  Para Moreno Jurado en este bello poemario (muy juanramoniano aunque con claves mitológicas muy mediterráneas que llegan desde la antigüedad griega hasta la actualidad y con las que define la existencia desde una perspectiva pesimista.


CANCIÓN EN BLANCO DE ÁLVARO GARCÍA POR F. MORALES LOMAS




 El blanco es el color de la muerte en Oriente, pero también la pureza en Occidente y puede ser incluso, en la forma de una canción, la metáfora de la cosa misma (como dice en la cita de Pound), de la existencia vacía.
La reflexión de Álvaro García en Canción en blanco (Visor, Madrid, 2012, XXIV Premio Loewe) aborda desde la estructura unitaria del monólogo interior una continuidad en torno a las grandes palabras que definían la existencia en una continuidad poemática advertida por Miguel Hernández: vida, amor y muerte.
Sucumbe al flujo la historia sentimental y el juego de las antítesis y las paradojas cuando cuenta ese relato personal desde la habitación de un hotel: un espacio cerrado (como en los filmes de Bergman) para hablar de un espacio abierto: nuestra vida. Con ese referente poético que le sirve de receptor, la amada, la singladura de Álvaro García es fijar la memoria, reconstruir la ilusión del tiempo y de lo vivido a través de un lenguaje metafórico que busca la expresividad lingüística y la creación de un mundo sentimental creíble; en determinados momentos retenido y reducido al ámbito de una habitación de hotel que acaba convertida en un círculo cerrado en el que fluctúan los símbolos, las imágenes, los engranajes de dos vidas: “Los dos somos el pájaro/ que se posó en el hueco/ entre dos mesas/ y se asustó por un trozo de miga/ como aparece el miedo en la conversación:/ amar: abandonar el hábito de un daño”.
¡Cuántos destellos de lo vivido en torno a esa imagen de la música y el amor reordenando el mundo, una música y un amor que pueden tener la singladura o “la forma estricta de la felicidad”! Las palabras y la lucha por mantener ese sentido de las cosas, de que las palabras signifiquen y no sean una simple huida sino profundos troncos a los que asirse. En esa conformación de la historia sentimental, la música casi lo invade todo, en su circularidad, en su deseo, en esa claridad que pueden despedir en un momento determinado cuando hay un recuerdo de amor y se escapa uno del tiempo; ajeno a él, como humanos, aunque rápido ese contraste emerge (esos contrastes que son la vida y ocupan el poema) en la sombra que nos acoge, la muerte. Hay en esta singladura vital un tránsito evidente desde los gestos hacia la vida cuando la mirada se dirige hacia un punto y la conciencia despierta las sensaciones ansiadas.
La imagen del hotel como espacio de libro abierto en el que se fijan los enigmas de la existencia, las razones de nuestras fragilidades o de nuestras grandes aventuras vitales. Por momentos ella, en su vocación de protagonista, en ese tú que llena el poema, como luz desplazada en el tiempo: “El tiempo: una insistencia/ que late: una constancia como el pulso,/ igual que si un latido/ pudiese reavivar otro latido”. Y el amor como punto de fusión vital, como catalizador y sentido último. Pero también la muerte con su aureola, con su victoria, porque llega más lejos que el tiempo, va más allá que esa habitación de hotel que es, que ha sido nuestra vida. Y esa mezcla de la realidad y la irrealidad que se unen en las quimeras, en los sueños, en la búsqueda del sentido a todo: “No importa tanto aquí un significar,/ las palabras anidan por su aroma”.
¿Qué sentido tiene entonces la palabra eternidad? Hay una limitación fijada en ese necesidad de marcha, de irse con la muerte: “La ola de la muerte/ pasará sobre ellos como página./ Ellos temen la muerte;/ nosotros la llevamos como una intimidad estimulante”. Es el tiempo que nos condujo por creencias, cuando todo estaba ya decidido en su abandono, en su falta de perspectivas y de propósitos, en el derrumbe de los mitos que se habían necesitado en otro tiempo. Hay en esta lírica como un intento de comprender definitivamente el todo, como una universalización de esa sabiduría que nos hace más fuertes aunque parezcamos más agotados, en esa tendencia nuestra a procurar la inmortalidad mientras surge la noche: “Arrugada y manchada/ como una servilleta tras la cena”.
Momentáneamente ellos, sus afectos, sus mundos encontrados pueden detener el rigor de esa pérdida, ajeno al mundo y sus desequilibrios, ajeno a cualquier orden y la libertad de querer ser en ese orbe cerrado como instrumentos para crear algo nuevo y verdadero en ese fondo de certeza que en determinados momentos tiene la existencia. Pero pronto la muerte acaba apoderándose de esa pared construida y acaba siendo “una humedad en un muro”.

Y llegamos a la conclusión de que la frontera entre lo consciente y lo inconsciente está rota pero lejos de construir un mundo para la muerte siempre quedará en ese sedimento que hubo, en esa pared edificada, en ese mundo de paradojas y antítesis la conformación de una historia con sus soles y su vida acaso vivificadora: “Lo que antes hemos sido,/ antes de consistir uno en el otro/ y comprender de pronto el universo/ en este cuarto de hotel y lluvia,/ poder al fin fundirse,/ escapar hacia dentro junto a alguien,/ olvidar junto a alguien el destino/ de un mundo que en sí empieza, en sí termina/ Puede que un día estemos/ juntos en el olvido uno en el otro./ La muerte tendrá dentro memoria de un sol/ vivo”.

La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano