domingo, 24 de febrero de 2008

LA MAGNITUD DE LO LINGÜÍSTICO Y LA EMOCIÓN INTERIOR EN LAS PRIMERAS OBRAS DE GARCÍA BAENA POR MORALES LOMAS



García Baena es un escritor que en la sutileza de las formas palpita sobre lo primitivo del lenguaje (el mundo) y un príncipe intuitivo y lúcido en la transverberación de la vibración interior, siempre afectada por el rosario del ímpetu y sus correlatos de entusiasmo humano. No es la quietud la argamasa de su demonio interior, sino un permanente estado de sacudida, que, ¡quién lo diría!, contrasta con su aparente sosiego externo y sus formas mansamente contemplativas.
Aún recuerdo su lucha con el atril al intentar leer unos versos con motivo de la entrega que le hicimos del Premio Andalucía de la Crítica de 2006. Pablo trataba de no desfallecer ante la inhábil mecánica de los atriles, que tanto hubiera gustado a los poetas ultraístas. Con la mano trémula obtuvo la recompensa de un poema de Los Campos Elíseos (2006) mientras luchaba denodadamente por mantener en la zozobra del atril su poesía íntima, sonora, recóndita, lúcida, luminosa… Su voz octogenaria, aun en su balbuciente estremecimiento, tenía y tiene la consideración de lo alabastrino, la fortaleza del clasicismo y la reciedumbre de lo perenne. El mármol de García Baena, término que tanto frecuenta en sus versos y sobre el que se sostiene su clasicismo mediterráneo de rigurosa construcción arquitectónica, está dispuesto a competir con La Mezquita.

Pablo sostiene su lírica en las dos columnas que organizan su mundo expresivo: la palabra y la emoción interior. La palabra, esa condición del lenguaje y de la vida tan denostada en la lírica actual, y la emoción interior que, en ocasiones, se ha confundido con una dinámica neorromántica a lo George Sand. La palabra es la conditio sine qua non. La emoción, el convenio, la salvedad, el fundamento, la razón de ser del poema.
Pablo García Baena ha dicho que la palabra ha de ser la más precisa, y «si la más precisa es un poco arcaica, no tengo ningún miedo en usarla». Es uno de los fundamentos que confiere a su lírica una razón de ser moderno, porque se ha entendido la modernidad, a veces, como un hecho disruptivo: la palabra fluyendo en su vulgaridad de trapo.



En García Baena la palabra pierde su dispositio de instrumento para convertirse en materia de su lírica. Esta falta de aclimatación a las tendencias prosaicas y sistemáticamente «averbales», que llevaron a la lírica española a una charlatanería autocomplaciente y singularmente reiterativa por su tosquedad, que veía en esta lírica la retórica de lo estéril-lingüístico, permitió a García Baena un alejamiento de la lírica al uso y la construcción de un castillo interior de recogimiento hasta que acudieron en su rescate escritores de los sesenta y setenta (los poetas del lenguaje y algunos novísimos) para ennoblecer su aportación a la lírica española del siglo XX. Algunos lo han explicado diciendo que tanto García Baena como otros poetas andaluces de entonces no se habían adscrito al realismo crítico o «poesía social» ni a la protección de organismos oficiales y, además, vivieron en Andalucía, lejos de los centros de decisión editorial, y, eso, en nuestro país tiene un precio: el silencio. Sordina rota en 1984 cuando se le concede el Premio Príncipe de Asturias. A partir de este momento se produce la redención de García Baena.





Esta necesidad de rescatar la esencia lingüística para la lírica ha sido confundida tradicionalmente (bien por maldad o bien por ineptitud crítica) con la pedrería lingüística, con el arrebato sensual de la palabra, con el «huerismo» verbal. Pero esa crítica a García Baena finalmente ha sucumbido y se ha optado por reconocer en él a uno de los escritores que más ha renovado el lenguaje poético en la segunda mitad del siglo XX en España.
Hasta 1958 (al año siguiente publicará, no obstante, una antología que publica el Ayuntamiento de Bujalance, pero su obra ya estaba asentada el año anterior) podemos fijar un primer período en su lírica que dará lugar desde este momento a un largo olvido. Entre esta fecha de publicación de Óleo y 1971, en que se edita Almoneda (12 viejos sonetos de ocasión) en Ediciones Guadalhorce, se han cumplido trece años de diáspora y apartamiento, un riguroso período de silencio estético, al que nos referiremos en otro lugar.
Durante esta primera etapa publica Rumor oculto (1946), Mientras cantan los pájaros (1948), Antiguo muchacho (1950), Junio (1957) y Óleo (1958). En el primer poema de Rumor oculto, de título homónimo, existe en el joven de veintitrés años una intención de configurar una poética, una declaración de principios rectores, una personalidad decisiva: para ello se sostiene en la musicalidad del heptasílabo con asonancias, la sensualidad de la naturaleza con su valor de canto primigenio, la fortaleza primaveral y el neorromanticismo militante: “Quiero que sea mi verso/ como luna de abril,/ como las rosas blancas,/ como las hojas nuevas./ Que mi cítara suene/ como el agua en la yedra,/que mi canto sea nada/ para que lo sea todo/ y que a mis versos caigan/ heridas las estrellas”.
En esta cadencia de lo oculto que lleva implícito el murmullo, el bisbiseo de su lírica, quiere entrar en la poesía española como de puntillas, sin hacer ruido, cantando a Chopin (como en el poema “Elegía a Chopin”: “Pero suena la música…,/ suspiraba en la tarde sin que nadie la oyera…”) y a la pintura (con el homenaje a Ginés Liébana: te he buscado, te busqué con tristeza), pero ya, ab initio, surgen los grandes temas de su lírica (al menos, en esta etapa inicial): el deseo (tanto en su ámbito de lo maléfico, insatisfacción, aprehensión, desgarro…), la muerte, lo decadente y huidizo, el olvido, la memoria/desmemoria, la desazón ante la insatisfacción vital, la constante presencia de la naturaleza y el paisaje como revulsivos de su viaje interior… Existe ya en su componente lírica una reciedumbre de sustancias, una vitalidad marmórea, una agitación y lucha íntima, la expresión de un alma en constante zozobra: la pérdida de Cristo y el infierno del deseo: “Aunque me hayas quitado a Cristo, el que perdona,/ el comprensivo, el dulce, el manso Jesucristo,/ un día volveré al alba,/ ya cansado,/ con mis descalzos pies sangrantes de la senda/ y lloraré las lágrimas, las que tú no ves nunca,/ hasta borrar el último recuerdo del pecado”. Son unos versos que anuncian un futuro, pero el poeta ha caído en la tentación en el aire, el demonio interior, en el que se ahoga, el que adivina su alma, y lo quiere como ángel suyo en el magma fogoso y etéreo del estío: “Por seguir tus caminos/ dejé en un lado a Cristo”. Se abandona el poeta en la impudicia de Venus, en los mirtos lascivos, en la sensualidad de los valles idílicos. Y poco a poco ese deseo del novicio que asciende con un frenesí inaudito se va enquistando en el yo poético y adquiriendo la fortaleza de todo lo marmóreo: “Mis manos, que no saben, moldean asombradas/ el mármol desmayado de tu cintura esquiva,/ donde naufraga el lirio, y las suaves plumas/ tiemblan estremecidas a la amante caricia”. Pero también: “Como aquella trompeta/ que un día romperá los mármoles”. Es ya un mundo plagado de erotismo, intemperancia, sensualidad e impertinente aleación con la naturaleza y el paisaje que entra de lleno a la conquista de un naturalismo corpóreo y vibrante, que se estremece en la metáfora (caracol marino para el oído) o los símiles sensitivos. Un encuentro con la carne (“De mis labios bebiendo en los tuyos”), con los olores del membrillo, con la caricia, con el río de la tarde. Una poesía que nos inunda con aromas sutiles, con cuerpos que se agitan en el despertar del mundo, cuerpos jóvenes como dioses…, pero sobre los que planea también el tránsito de la despedida y la muerte en un tono sutilmente elegíaco: “Deja que pueda echarme sobre tu tumba blanca/ y que cruce mis manos sobre mi pecho y muera/ cara el cielo, igual que tú bajo la tierra”.


A través de la ampulosidad del versículo, su cadencia versal transige con el discurso narrativo-descriptivo de los endecasílabos y heptasílabos, de los operísticos alejandrinos en los poemas “Jardín” u “Otoño en los castaños”, o el versolibrismo de “Elegía para un amigo muerto”. Irrumpe, con el ritmo acompasado y lento de los versos de arte mayor, la «hierofanía» del deseo en cuanto manifestación de lo sagrado, como cuasi vivencia religiosa susceptible de revelarse como una sacralizad cósmica. Si el hombre de las sociedades arcaicas, como nos recuerda Mircea Eliade, tenía tendencia a vivir lo más posible en lo sagrado y en la intimidad de los objetos consagrados, García Baena aúna en el misterio pagano esa suculencia mística que ofrece el paisaje, la naturaleza y el cuerpo del amado, soldando los símbolos de la sacralización con el encuentro amoroso. Eros y thanatos estarán presentes de consuno en una obra que lejos de los versos iniciales de la poética irrumpen en la informalidad de lo impetuoso.
Uno de los proyectos vitales que nunca abandonó García Baena es la presencia obsesiva de la naturaleza como síntesis interior. Desde Garcilaso de la Vega ha habido una tradición de interacción lingüística entre el paisaje interior y la naturaleza en curso. En su momento lo puso de manifiesto mi maestro Emilio Orozco. San Juan de la Cruz lo recogió con inusual sentido en su Cántico espiritual y también Fray Luis de León, más sutilmente Meléndez Valdés y más estentóreamente el romanticismo, llegando casi a un éxtasis de melancolía con Rosalía de Castro y de renovación formal con Bécquer y Juan Ramón Jiménez. García Baena es consciente de esta tradición que arranca evidentemente de la poesía arábigo-andaluza, como bien puso de manifiesto García Gómez, y al respecto hablará siempre del sentido barroco del lenguaje, de la riqueza de la palabra: «Y no puede extrañar: lo llevábamos en la sangre. Ahí están Góngora y los poetas arábigoandaluces, y nosotros estamos en la misma sangre. No podíamos olvidarlo.»
Uno de los poemas que puede ser bandera de lo expresado es el que lleva por título “La vida es como un bosque”, perteneciente a su libro Antiguo muchacho, donde con un ritmo cadencioso y el estribillo del título conforma su experiencia vital a tan temprana edad como veintisiete años: “Oh, sí, la vida es como un bosque./ Un bosque donde un día entramos confiados/(…) A veces pasan sombras por mi mismo camino./ (…) Oh, sí, la vida es como un bosque,/ un bosque donde al alba resuenan las lejanas arpas suavísimas,/ (…) Un bosque donde sopla furioso un viento rojo/ que roe nuestras carnes,/(…) Oh, sí, la vida es como un bosque./ Un bosque sembrado de esqueletos y sal,/ un bosque donde se balancean rígidos los ahorcados/ en cada árbol…”
Por eso adquiere un valor alegórico determinante en la obra Mientras cantan los pájaros, que ya reúne formalmente en su título la premonición de lo afirmado con la síntesis de la música como rúbrica y antídoto (a veces no sólo como oda sino también como elegía) de la existencia. Y para este camino García Baena se sostiene en uno de sus mayores afinidades: la pintura, la imagen: múltiples, heterogéneas y ricas invaden este sazonado alimento imaginario que siempre acompañó al cordobés: “Un puñal de palomas/ rasga como un suspiro el timbal de las nubes” (la interacción entre la música y la imagen); “Hay un tejido espeso con aroma de mieles y trigo” (la simbiosis entre la pintura y los olores); “Y hay un himno en mis labios/ un himno que le levanta su corola” (lo sensual y musical humano junto a la expresión formal de la flor); “Cuando la tarde estruja jacintos olorosos/ en el cáliz temblante de los árboles” (el olor de la tarde y la prosopopeya de los árboles con el latinismo de estremecimientos)… El imaginario del lenguaje se sostiene sobre recursos y tropos como la metáfora, la sinécdoque, la metonimia, la prosopopeya y el símil (básicamente) y en ellos la proyección del imaginario poético se amplifica en el misterio presente del individuo y en su interacción dinamizadora. Por ejemplo, cuando dice “En mis párpados, lirios de pálidas visiones/ mueren todas las tardes” está generando un proceso asociativo entre lo trascendente humano, la naturaleza y la finalización del día. De este modo, el mar puede respirar mientras el joven busca por la selva o en el oscuro aljibe queda el frío de las estrellas en una antítesis que fusiona la luminosidad/oscuridad con la frialdad/sensibilidad. El yo poético se interacciona de tal modo que el viento es el que deja en su boca el metafórico soplo de la dicha, y el color y el sonido se fusionan en un todo: “Un rumor de trompetas coronaba de oro las terrazas”. En este lenguaje conquistado para la palabra no hay nada para la reducción y mucho para la amplificatio de sensaciones y la alegoría de un mundo que se sostiene sobre la mirada, el sonido y la proyección simbólica.
Pero, en los primeros tiempos, la zozobra del deseo pulsa como un caballo encabritado los versículos del extenso poema “Llanto de la hija de Jephté”. A través del símbolo de la vida/carro atascada en el fango de los días, y el magma de la oscuridad de la noche (“aquella noche que se abrazaba como un escarabajo”), trata de reconstruir un historia sucedida años ha y el estremecimiento del ángel o demonio, y la pérdida de la virginidad disipada y la intromisión promiscua del deseo frente al devenir solemne de la muerte. El poeta se debate en sus hogueras interiores y requiere la presencia simbólica de una “túnica tejida” que calme su fuego. Pero todo sigue su cauce de río, de regato que esgrime su propia singladura, su vida, en el fango de las ruedas ya resuelto y el anhelante jadeo de las respiraciones, en este trasiego en el que la noche del alma también es luna de mármol, misterio, canto incendiado, lujuria de los racimos. La voz potencial de García Baena se hace de una reciedumbre sonora, de una casta bizarra en la solemnidad de la primavera, como en el poema dedicado a José Manuel Cardona en endecasílabos blancos y con la estructura paralelística y la simbiosis de las anáforas y el juego de luces presente.
Pero también la necesidad de reconstruir historias. Lo que nos confirma que García Baena es un poeta de la oralidad, que le gusta sistematizar la oralidad en sus escritos, recoger la dinámica de las antiguas historias, cadenciarlas en el poema, hacerlas narración y conservar la euritmia del arte mayor en la organización de nuevas sonoridades (“bronce mortal de los crepúsculos”), de nuevos símiles de corte seudorreligioso o pagano, de una incipiente garra neorromántica que amplifique su potente y poderosa voz a través de la perspectiva sonora, vital y autocomplaciente de sus pinturas en el poema: “Vi el hoyo de mi cuerpo sobre la sucia sábana/ y ahogadas sus palabras en la roja marea de la fiebre”. La cadencia oral se presta en la simulación de lo temporal, por eso formalmente ha preferido muchas veces el verso difuso, heredero de los surrealistas, y muy preciso para la comunicación de los matices de la comunicación, pero también del uso de expresiones que indica ese tiempo transcurrido, las vivencias, los ecos del pasado a través de los verbos perfectivos o imperfectivos con afán narrativo: “Yo era entonces… Era el tiempo… Recortábamos…. Había corolas… Tú ibas anudando”. Esta predisposición, muy familiar en toda su trayectoria poética, incluso hasta su última obra, Los Campos Elíseos, se manifiesta ex profeso en un gran poema, “Noche del vino”, que es un hermoso himno a la construcción de las emociones a través de una cadencia que manifiesta la raíz de una historia que se va poetizando: “Te he escuchado en la noche despeinada del vino”, comienza el poema, y a través del símil del río (constante en la obra anterior) se va inflamando y ofrece una ambientación fantasmagórica: puentes de llanto, ramas desgajadas, trenzas húmedas de sudor, lamentos prolongados. Toda una escenografía (tramoya teatral que como un fanal enigmático ilumina su discurso lírico) de sonidos, rumores, sensaciones, colores… va creando la argamasa de las emociones, construyendo la erótica de la imagen y su formación en una historia de afectos y deseos: flores hirientes como flechas de felicidad. Y siempre la indeleble pintura, como la de esos amantes cuyos cuerpos están embalsamados o la presencia neorromántica de la muerte, casi un tópico en la lírica de Espronceda y el duque de Rivas.
García Baena cimienta su poesía a golpe de sortilegio, a golpe de acumulación, perseverando en la comprensión de la teogonía barroca del sur, que expresa ineludiblemente la pasión hecha carne, la carnalidad del paisaje y sus historias y su visualización: “Soy la carta abandonada sobre el mar,/ el polvo de los besos antiguos cubriendo con su clamor/ el puñal de los ríos,/ la saliva del ángel emigrante del véspero…”
En 1950 publica Antiguo muchacho, que el año anterior había presentado sin suerte al premio Adonais, ganado por Ricardo Molina. Guillermo Carnero señaló que este libro formaría parte con los dos anteriores de una primera época del poeta. Sin embargo, Antiguo muchacho tiene, desde mi punto de vista, su propia soberanía lírica en cuanto rescate de un mundo ya vivido que se sostiene sobre la memoria pero también sobre el presente, con el que ofrece no pocas complementariedades en ese afán de cimentación narrativa de lo vivido: paisajes, personajes, sensaciones, olores… que ofrecen su propio temperamento y condición y elementos exclusivos diferenciados de los poemarios anteriores, aunque es evidente que en la construcción formal y en el alimento lingüístico formaría un todo con los libros anteriores.
Está dedicado a su madre y comienza con un poema titulado “Alma feliz”, concluyendo con un áspero poema: “La vida es como un bosque”, en el que tanto existe lo mejor del mundo como lo más abyecto. En absoluto sería el locus amoenus de las églogas garcilasinas o las odas de Fray Luis de León (nunca presente en García Baena ni siquiera cuando reconstruye su infancia) sino más bien un espesa selva donde tanto podemos hallar la zozobra del alma como la simbólica fuente, tantas veces anhelada, en una especie de ut pictura poiesis. Y se inicia profundizando en los tópicos de la tradición literaria: el ser humano como un náufrago en la corriente procelosa del mundo que ha perdido el rumbo y necesita recomponer el viaje: “Como nauta que asiste impasible en su leño/ al naufragio solemne de la torva tormenta”. El homo viator (hombre caminante), la vida como viaje que nos va purificando a la vez que transfigurando, tan presente en Berceo o en Antonio Machado, va también en relación con la vita flumen (la vida como río), que sería una variante, tan reiterada en Jorge Manrique y a la que acudirá con frecuencia el escritor cordobés. García Baena está pensando en ellos cuando nos habla del “joven ahogado” o los “senderos dormidos”.
García Baena advierte de la pérdida de la bonhomía inicial, de la bondad eugenésica y paradisíaca tan querida en el XVIII (el motivo del buen salvaje) para penetrar en otros rumbos vivenciales, de ahí la sistematización antitética entre el ayer y el hoy: “Viviste bajo el ala florida de aquel tiempo/ glorioso para el hombre. Hoy, que cansado vuelves,/ mira como endiamanta tu llanto las ruinas”. El tema del desengaño vital de tan clara raíz barroca, que está siempre presente en estos versos desde el comienzo, surca el poema para solventar la cadencia final en una exaltación vital necesaria que se proyecta sobre la traslación de la música, como en Rubén Darío, y dice: “… Los címbalos sonoros/ gotean áureo polen en ansiosas corolas/ y desnuda a la luz de trompas y de oboes/ embriágate, oh alma, recordando tu dicha”. La memoria del gozo para recomponer la herida vital, que no está proyectada sobre nada en concreto. En un afán en el que se congregan la vitalidad y la sonoridad más desafiante y optimista.
Una presencia de la música invariable en el poemario como en el homónimo “Antiguo muchacho”, que comienza: “Entre la noche era la madreselva como de música”. Y en consecuencia también el amor (“fugitivo”) será un trovador (el cantor por excelencia, el músico, gloria in excelsis Deo) y se conforman sonoras metáforas como “el laúd de los besos”; y cuando la luz nace será “con su parra latiendo de áureos cimbalillos”. Un mundo donde los avíos plásticos, sonoros, odoríferos, metafóricos son un totum en la ebullición emotiva de la construcción de la emoción, con el objetivo de conmemorar el tópico del pasado satisfactorio y fluvial: “Fluyendo como un agua fresquísima/ del manantial cegado de los días”.
García Baena trata de rememorar los paisajes y los personajes de su pasado cercano, trata de transportarse a una época (“Cuánto tiempo ha pasado desde que yo de niño/ corría por la arena íntima de esta senda”) o cuando recuerda a “Las tres viejas mujeres” en el bullicio también estentóreo de la música: “Lloraban quedamente por largas galerías/ las tres viejas mujeres y a su balcón llegó/ un rumor de violines destrenzando sus crenchas”. Esta alzadura de la memoria, a la vez que deconstrucción de una pasado (en cuanto la memoria construye/destruye al unísono) necesita del versolibrismo y la cadencia amplia de los versos que se pierden rítmicamente en la prosa y en todos los artilugios técnicos de la narración-descripción como horma expresiva. Así de ejemplar resulta en “El puesto de leche”, que comienza temporalmente como si se tratara de un relato: “Al frío de las ocho,/ cuando en las piedras lisas de la calle”. Para, a continuación, conformar ese mundo que trata de cimentar: los mulos, el arriero, la leche de las cántaras, la fruta, el recuerdo de las láminas de la Historia Sagrada… O “Bajo la dulce lámpara”, donde construye la geografía de los viajes por el mundo. Para ello, García Baena ha tomado la imagen bíblica del hijo pródigo, el mismo, que al cabo del tiempo vuelve a casa (el paisaje exterior tanto como los olores, las imágenes, las sensaciones…): “Esta es tu casa, Pródigo. Hoy que vuelves”.
Ya en el poema “Corpus” hacía referencia a Junio, título de su siguiente poemario. En él decía que el cuarto jardín se llamaba Junio: “Y sus flores, abrumadas de escarlata y de oro,/ son como bengalas ardiendo entre los peces de un estanque”. La poesía de García Baena desprende la salutación odorífera de los perfumes embriagadores que arrebatan los sentidos y son capaces de trasladarlos, como los antiguos poetas del Al-Andalus, por lugares mágicos, por caminos de somnolencia aromática. Precisamente Junio va precedido de una cita de Gabriel Miró, el narrador sensitivo por excelencia, que dice: “Es la felicidad la que tiene su olor, olor de mes de Junio”.
De este poemario dijo García Baena que almacenaba el triunfo de la carne y el paganismo, que no puede ir desligado de la iconografía lírica y el cultivo de la imagen corporal en la persona amada. En el extenso poema titulado “Narciso” se adentra por el estío y el deseo en la carne para progresivamente declarar su presencia en esa noche que los refugia a los amantes y despierta el arrebato más carnal: “Haciéndome gritar de angustia por tu cuerpo que escapa a/ mi cuerpo”. El juego de artificios del deseo a través de los tópicos al uso en un ámbito natural, en una Arcadia de nuevo cuño donde dar rienda suelta al milita amoris: “Tú dormías en la tierra. Dormías y esperabas./ Me acerqué a tu mirada y mis piernas elásticas/ encontraron el loto esbelto de tus piernas./ La mañana era entonces unos labios abiertos,/ unas caderas ágiles, un cestillo de fresas,/ una corona húmeda del rocío de la dicha”.
Una poesía que arrebata en su suculenta búsqueda, como en el poema “Junio”, que emplea la anáfora y la repetición de la búsqueda de amor en el topos de Junio, definido en el poema inicial “Bajo tu sombra, Junio…” como un canto fecundo a la zozobra de los cuerpos en la siesta, la respiración agitada y los espasmos sensuales de los besos. Conformación de una exaltación de perfumes, bosques, sonoridades que en este poemario adquieren una singular magnificencia, por cuanto hay varios poemas que tienen como título la música, directa o indirectamente: “Casida”, “Rondel para un joven violinista” e “Himno del cedro”. En el primero, hay un mundo promiscuo para los sentidos, para la edificación de un mundo vegetal con perfumes de azahar, dátiles, pieles oscuras, lirios, diamantes calcinados, alhelíes, rosales, jaras, cálices, destellos de amatista y ópalos, pero también la metafórica “enredadera enervantes de los abrazos” o en el gemido de las cítaras y el placer presidiendo el sorprendente acaparamiento de sensaciones.
En el segundo, surgen los oscuros cabellos de violines en una alianza misteriosa entre el cuerpo y la música, o “la carne de la humilde madera” que es toda una premonición en la que el misticismo de la mixtura alcanza una elevación sonora: “Y los puros sonidos/ cuando pulsas sombrío el corazón nocturno”.
El tercero, un canto a la palabra, su fortaleza, su presencia en la confidencialidad del perfume y en la premura del perfumado beso de ese amor fugitivo que ante nosotros se reclina.
Un mundo de exacerbación vital en el cuerpo del amado que se resume en “Amantes” nada más iniciar con la mezcla de música, cuerpo y sentidos: “El que todo lo ama con las manos/ despierta la caricia de las cítaras”. Después se extiende en una enumeratio de depósitos en los que el amante adquiere todo el protagonismo al adentrarse en la dicha: “El que encuentra los muslos del aljibe/ entre sus muslos”. Para finalmente enloquecer en la dicha de amor en torno al flamma amoris: “Todos, la noche maga con su rezo/ los enloquece (…) y los devuelve dulces, poseídos”.
En 1958 publica Óleo, que sigue en la estela de las obras anteriores en el beneplácito del canon pictórico, el entusiasmo sensual, la enumeración cognitiva con ansias de enclaustrar la amplitud del mundo observado, la solvencia de la terminología litúrgica en un peregrino maridaje entre paganismo y cristianismo, la determinación lujuriosa de un paisaje que siempre lo acompaña misteriosamente, mixti fori, como sucedía en Valle, la gradación de los componentes vitales, la presencia obsesiva de la música, la voluntad del ut pictura poiesis, la arquitectura del libro divino de la naturaleza y el alma trágica de los seres que se anudan al vivir incierto, la flamma amoris, lo cristiano en el ámbito de una naturaleza que se exalta continuamente, y, finalmente un espíritu agónico que está dispuesto a combatir y a revitalizar la existencia.
Se inicia con “Sueño de Adán”, donde el Tú apostrófico es Dios, la respiración de Dios, su mundo y la sombra que palpita sobre el poeta que en soledad se siente anegado en sus límites de arcilla y ansía esa voz sagrada, esa lumbre angelical que embellezca el “laurel desnudo y joven”. Su poesía, a fuerza de relevante fonéticamente, se eleva a través del paisaje de Dios para adquirir progresivamente la concepción del sic transit gloria mundi. Pero, mientras que nos toca vivir, lo quiere hacer con la voluptuosidad de la naturaleza que eleva su plegaria en el poeta, que ha depositado en su alma desvelada el recorrido de los sueños. Se pregunta en “Los que un día os llevasteis” qué harán los que han dejado la existencia y tiene momentos de piedad para ellos mientras aspira llevar siempre delante un camino de tierra y una “higuera sedienta”. Símbolos de estar animado de una voluntad vital y terrenal, aunque (como en “Cuando los mensajeros…”) sepa que el polvo sellará los labios un día dando fin al homo viator.
El apóstrofe de Dios está muy presente en algunos de estos versos, como en “Ceniza” para expresar su potestad y la finitud del camino humano, en una línea muy cercana a Jorge Manrique aunque sin la contención de éste. García Baena es expansivo en su poesía, amplio y esplendente. Y así, los matices de la ceniza con su carga de simbología cristiana y renovación de compromiso y, también, de muerte, en este poema se adentran por diversos vericuetos mientras el alma confusa en la plenitud del deseo observa el engaño del mundo, pero también se prepara litúrgicamente para la ascensión, una elevación espiritual de corte místico que aspira a destruir su paganismo militante, como cuando dice el poeta: “Subirán a tu cielo como el perro que teme/ y confía y se arrastra delante de su amo,/ subirán a tu cielo suplicando que anegues en tu ceniza viva todo incendio que levante en mí/ y que tu lava arrase mis mármoles paganos,/ la púrpura soberbia de mis templos, / y los plintos florecidos de mis deseos”.
La amplitud sonora y la magnificencia de los verbos: desnúdame, sájame, hiere, raspa, opera, rebana, deja, remueve en “Día de la ira” convierte al poema en un arrebato de desesperación y una lucha (el agonismo al que nos referíamos) que se hace persistente y dolorosa. El poeta advierte de ese destino trágico, un personaje en medio de un cerco que lo anega y lo enfrenta progresivamente a la muerte: “El sombrío aposento de las urnas,/ el agujero oscuro, el cenotafio…” En cambio, un hálito de luz, de ciego que recobra la luz misteriosamente despide su hermoso “Palacio del cinematógrafo”, donde comienza con unos versos que son una invitación narrativa y confidencial: “Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero/ como siempre. Tú sabes que estoy aquí. Te espero”. El poeta encadena la experiencia del cine, el grito de los sioux, la sangre grasienta, el lago clausurado, el corazón loco que galopa… y, a través de las enumeraciones, conforma un mundo, crea una atmósfera vital.
Sin embargo, uno de los poemas, probablemente el más importante, es el dedicado a su amigo Juan Bernier, “Nocturno”. A través de la epímone “he visto”, del paralelismo, la enumeración acumulativa y el tópico ascético-místico del poeta que pasea en la noche, va construyendo su mundo interior en el ámbito del paisaje exterior con claras reminiscencias de San Juan de la Cruz: “Cuando mi alma era una oración de nieve en un lago de sangre”. Va creando los elementos de ese mundo: el jardín cerrado (de proyección evidentemente barroca, en el conde de Villamediana, y después retomado por Emilio Prados), el sueño deslumbrante, los mármoles, el corazón morado, el vino de la lujuria, el fuego consumido y las hostias mancilladas, las promesas de los amantes, el amor que arde en el deseo permanente, la audacia, la palabra como luminosa presencia la adolescencia, el veneno de la vida y el final, el miedo del existir: “Y tuve miedo y frío. Me calaba la lluvia. Me cubrí la cabeza para no ver/ y todos aquellos que pasaban eran como yo mismo.”
En definitiva, la lírica de García Baena proyecta una áurea fortaleza vital en el ámbito lingüístico por su magnificencia verbal y amplitud metafórica y en la conformación de un mundo interior tupido, trabado, promiscuo, que conforma una de las más brillantes trayectorias líricas de los últimos tiempos.

LA PRECARIEDAD DEL TIEMPO (Sobre "Días precarios" de Miguel García-Posada, publicado en el Suplemento Libros de La Opinión de Málaga, 23.02.2008)


F. MORALES LOMAS

La precariedad del tiempo, las posibilidades de la memoria en la organización vital, la justicia histórica, la expulsión de los demonios interiores y un aire de desenlace y entrega final parecen adueñarse del último poemario de García-Posada, Días precarios. El poemario es diverso, plural, heterogéneo y abigarrado tanto desde el punto de vista estilístico como temático.
Si es verdad que en determinados momentos encontramos un lenguaje directo, confesional, claro, arañado, emotivo y neorromántico; en otros podemos hallar una compensación a la retórica, al gusto por la metáfora, a la creación formal per se, no en el sentido de la retórica en sí misma, sino de la vuelta al barroco español.
Temáticamente es diverso porque podemos encontrar series diferentes y bien organizadas: una de ellas lleva por título sueño: de la amiga de veinte años, de Ignacio Prat, del turista italiano, de la decrepitud, del desesperado, del soñador... Catorce sueños que se extienden por el reconocimiento cuando van dedicados a los amigos muertos: Prat, Álvarez Palacios o Jiménez. Pero también desde ellos observamos el tópico del paso del tiempo y su doliente y próximo fin. Se llenan los poemas de una confidencialidad lastimosa y triste. Se desvela la añoranza por aquel amor que no llegó o por la finitud de lo que va pasando imperceptiblemente: “Todo será lo mismo para este transeúnte de los días precarios”. La precariedad, del ser humano, su interinidad, su tránsito vuelan con rigor y decadente mirada este poemario dolorido. La descripción posee un gran valor como elemento definidor cuando se refiere a las personas citadas porque es un compromiso personal con ellas, un reconocimiento y un aliento vital. Y se hace duro y justiciero cuando llama a la puerta el innombrable, el dictador Franco, su verso se vuelve duro, directo, punzante: “Odió a muchos y a muchos/ aborreció. Mató y encarceló y desterró y torturó a demasiados”. La pérdida de la energía vital y la resolución del conflicto existencial permite ofrecer una metafórica expiación personal: “La vejez es el tiempo/ de la sabiduría inútil”. Es una voz prestada al pesimismo barroco y sus rémoras existenciales, en las que la decrepitud, la desesperación y el desconcierto campean a sus anchas. En el bello poema “Sueño del soñador” hace una de las más grandes defensas escritas sobre Cervantes, “el que quemó sus días postrimeros/ en la precariedad y la penumbra”. ¿Acaso también como él mismo se siente? La épica de lo narrativo transita por la confidencialidad del poema “Reuniones”, y un trasfondo sentimental, de confesión, de reconocimiento la definición de la casa en “Retorno a Bideshead”. Pero siempre están presentes las sombras, la desolación, la claudicación, la sensación de que la vida se va, de la caída vital. De ahí que el apartado titulado “Fin”, compuesto por ocho sonetos, se reproduzca el misterio de la palabra y toda la presencia metafórica y vital/mortuoria del barroco español: nihilismo, imágenes proyectivas, enumeraciones, la antítesis luz/sombras, el encabalgamiento como procedimiento solemne y reflexivo, la intertextualidad manriqueña y su caducidad: “El oro de la edad tornose cobre./ Postrero, voy sin mí y oliendo a muerto./ Caduco, soy un pájaro sin nido”. En los últimos versos nos ofrece un homenaje a Góngora que tiene un aire doctrinal y didáctico en torno al concierto de la vida, la definición del mundo y la memoria elegíaca del corazón. Un legado de sensaciones y sentimientos que nos conducen por una poesía vital, desgarradora y comprometida con el ser humano y su fin.


García-Posada, Miguel: Días precarios, Madrid, Visor, 2007, 80 pp.



viernes, 22 de febrero de 2008

LA CREACIÓN DE UN UNIVERSO (sobre "El extraño vuelo de Ana Recuerda" de Morales Lomas, publicado en Sur, 22 febrero 2008) por ANTONIO GARRIDO


UNA definición muy extendida de novela es la de universo con tiempo, personajes y acciones. Los matices y las sutilezas vienen después cuando hay que tratar del punto de vista del narrador, del famoso problema de la verosimilitud -adecuación o no con eso que llamamos realidad-, del tiempo, del estatuto de los personajes; en fin, de una serie de cuestiones que permiten que, en definitiva, la novela sea un territorio de experimentación más que rentable y también que siga siendo el género de mayor éxito desde que un glorioso manco la inventara en su sentido moderno.

Morales Lomas pertenece a la estirpe del profesor-escritor; ha tocado diversidad de géneros y tiene publicaciones de crítica literaria de las que destacaré su estudio de la lírica de Valle Inclán. Esta novela nos plantea una serie de cuestiones, de las que no es la menor la creación de un espacio, de un lugar, Cártugos, un pueblo entre montañas, heredero del asentamiento del Cerro de la Mina. La delimitación física conlleva también una delimitación de rasgos de carácter colectivo.

Dulces acciones

El autor establecerá una relación que llega a ser de claro enfrentamiento en algunos momentos entre el paisaje y los personajes; a lo largo del tiempo natural que las estaciones determinan el paisaje llega a tener una belleza que dulcifica las acciones de los personajes.

Se ha dicho que es una novela coral, sin duda, pero yo extiendo este rasgo estructural y determinante al todo narrativo, no sólo a los personajes que viven en el pueblo; por ejemplo, las cartas de Esteban Montiego lo convierten en parte de la colectividad aunque esté lejos y lo mismo sucede con otros personajes. Este rasgo impide que nadie prevalezca en importancia sobre los demás compañeros de la vividura unamuniana; no obstante, se hace necesaria una mirada exterior que son dos en realidad, la de Ana Recuerda y la del inglés, trasunto de Brenan de alguna manera. Esta doble perspectiva comunica al lector las claves que interpretan una sociedad, en teoría apacible, en la práctica, llena de tensiones y de violencia.

Ana Recuerda y su hija llegan al pueblo huyendo de una vida que se les ha hecho insoportable. El pueblo donde ejercerá de maestra se les presenta como un espacio de paz y de sosiego donde vivir sin sobresaltos; claro que una cosa son los planes y otra la realidad; sobre todo cuando esta toma forma de joven apuesto capaz de enamorar, capaz de encender la pasión de una mujer que ha sufrido y que se entrega sin más límites que los que el amante, Pepe García, que tiene novia, establezca.

Esta situación se resolverá en tragedia y en decepción, en vacío, en soledad. Lucía, la novia de Pepe, se suicidará y el texto lo narra con economía de medios y eficacia. En otros casos, la prosa hace meandros y se detiene, se demora, hasta con riqueza de imágenes líricas.

Se puede considerar que Ana es uno de los ejes narrativos de la novela pero hay otros de mayor o menor presencia que unidos forman un paisaje espiritual muy rico, poblado por personajes que funcionan como elementos de un fresco que refleja la condición humana. La literatura es la más maravillosa de las mentiras pero en el realismo esta mentira se acerca a lo que conocemos como realidad y el lector revive hechos y situaciones y esta vivencia produce placer como afirmaba Aristóteles.

La estructura de la novela se basa en historias particulares, de mayor o menor extensión, que se cruzan en momentos determinados para crear el clima, la atmósfera y el sentido del conjunto. Se trata de un sentido de la vida áspero, lleno de rencores, de esos que se pierden en la noche de la memoria pero que siguen enfrentando a generaciones en todos los aspectos que se concretan en las diferencias políticas que llevan hasta el motín contra el alcalde electo. Unos personajes capaces de matar por honor como se afirma en la página 150. Merece la pena demorarse en esta galería creada con cervantina sensibilidad por el autor. El párroco, Francisco Villena, es un ejemplo de quien pretende ser fiel de la balanza y término medio, no lo conseguirá.

Desde el capítulo primero, con la desgraciada muerte del Mellao en el Día de los Santos, el sentimiento trágico es la constante. En la página 29 se hace la relación de los hechos infaustos, violentos o accidentales, que han marcado la historia del pueblo. La novela también acaba un Día de los Santos, el ciclo se cierra y el pueblo sigue en su vivir sin tiempo en el tiempo.

domingo, 10 de febrero de 2008

POESÍA DE MORALES LOMAS

OBRAS DE POESÍA DE MORALES LOMAS hasta 2009


Veinte poemas andaluces, Ediciones Cla, Bilbao, 1981.

Basura del corazón, Ediciones Rondas, Barcelona, 1985.

Azalea, Canente, Málaga, 1991.

Senara, Colección Doralice, Ediciones Antonio Ubago, Granada, 1996.

Aniversario de la palabra, Excma. Diputación Provincial, Jaén, 1998. (Finalista del Premio de la Crítica y del Premio Andalucía de la Crítica)

Tentación del aire, Excma. Diputación Provincial, Colección Puerta del Mar, Málaga, 1999. (Finalista del Premio de la Crítica)

Balada del Motlawa, Cuadernos de Sandua, Cajasur, Córdoba, 2001. (Finalista del Premio de la Crítica)

Salumbre (Cuaderno), Colección Azul y Tierra, Ed. Corona del Sur, Málaga, 2002.

Soneto (Plaquette), Editorial Corona del Sur, Málaga, 2001.

La isla de los feacios, Colección Agua de Mar, Ed. Corona del Sur, Málaga 2002.

Eternidad sin nombre, en Tránsito, Instituto de Estudios Giennenses, Diputación de Jaén, 2005.

Tránsito (1981-2003). Antología. Estudio crítico de Alberto Torés, Instituto de Estudios Giennenses, Diputación de Jaén, 2005.

Noche oscura del cuerpo, Col. Ancha del Carmen, Ayuntamiento de Málaga, 2006.

El agua entre las manos, Aula de Literatura José Cadalso, Fundación Municipal de Cultura ‘Luis Ortega Brú’, San Roque, 2006.

La última lluvia, Ediciones Carena, Barcelona, 2009.






LA ÚLTIMA LLUVIA

Ediciones Carena, Barcelona, 2009.



Manuel Ríos Ruiz, “Un poeta andaluz: Morales Lomas” (sobre La última lluvia), Diario Jerez, 18 de enero de 2010.


AYER releímos varias veces este poema: "¿Qué hay en el fondo de las cosas?/ Lejos del polvo que se acumula/ sobre ellas como una rémora,/ del olor que desprenden o de la imagen/ que proyectan en su silencio./ Las cosas nos contienen/ como pesados fardos y nos envuelven,/ acaso como mundos vaporosos/ que se pierden en su interior./ Nos dejamos llevar por ellas/ y sabemos sentirnos frágiles/ en su cálido lecho./ De su sombra lo sabemos casi todo/ y nuestra mayor condena/ son sus labios animosos".

Este poema que acabamos de releer y transcribir nos parece sumamente original en su concepción y desarrollo discursivo. Es un poema solidario con cuanto nos rodea, esas cosas que está ahí para que nos acompañen la existencia, incluso para que nos definan como seres al tenernos. El poema lo ha escrito Francisco Morales Lomas y pertenece a su último poemario, titulado "La última lluvia" (Ediciones Carena, Barcelona, 2009).

Francisco Morales Lomas, malagueño, es autor de una extensa obra poética, narrativa y ensayística. Su dedicación a las letras la comparte con su labor docente como catedrático . En la nota editorial se nos dicta que pertenece a la Generación de la Transición, significada por un humanismo solidario, a una corriente lírica que aspira a impregnarse de la senda del romanticismo cívico. Y la lectura de "La última lluvia" nos ha convencido de tamaños presupuestos creativos.

Si en su primera parte,"Ensenadas", se glosa las ascuas del mar, la segunda, "Destino", se abre con un poema "Diccionario humano", pálpito de amor, que consideramos clave en el conjunto de la obra. Leamos sus últimos versos: "Cada vez más dentro del tacto, más dentro del árbol que arde y grita./ Ser entonces la vivienda, su oscuridad que avienta y la corriente excita./ Un suspiro, una cadencia que doblega las piernas y el placer grita,/ grita de nuevo en los jardines de la estancia, en la juventud que nos mira,/ esa juventud de tus manos dulces, tus sábanas blancas de carne ahíta./ Y entonces, el silencio, el silencio que nos ata, como su cirio, a la vida".

Francisco Morales Lomas es asimismo un poeta enamorado de su Sur. Y le dedica cinco espléndidos poemas: "El sur con las ventanas abiertas", "El sur a media tarde en el crepúsculo", "El sur donde resbala el agua limpia", "Si digo mi canto, una mano grande" y "El sur con sus pobres y su alegría". Poema este último que se nos antoja el certificado del legítimo andaluz: "El sur con sus pobres y su alegría./ Lleno de toreros que cantan muerte/ y fanfarrias en las ferias del pueblo./ Con las guitarras que callan al gallo/ de la madrugada y su disimulo/ de procesiones que huelen a saeta./ El canto como grito que seduce/ a los sentidos y a la mandolina./ Siempre en la taracea de murallas/ y en su olor a cera de la acera./ Entre la añoranza de lo que fue/ y los farolillos de las paredes/ encaladas con olor a geranios,/ La elegía del vencido y la gloria/ de la sangre en el albero del sol".


NÁUFRAGOS EN EL MISTERIO


Siempre náufragos en el misterio.
Barcos con pabellones hundidos
en el fondo del mar a la espera.
Espectros a la deriva y solos
con la noche y su sepultura.
Frutos de un oasis que germina
en el agua y enreda en el viento.
La barca nos espera en la calma,
en el remanso de los jardines
con su noche y su nieve oscura.



FIN DE PRIMAVERA


Sólo era un hombre ante el ruido del mundo.
Mujer que acoge el brillo de los tiros.

Y luego el vacío que va creciendo
entre la arena como pasionaria.

El mundo estaba en calma y la casa
en silencio. Llegó la noche y Dios
no estaba para pulsar el laúd
de su música. Sólo el hombre en sombra.

Supimos ser perfectos con la muerte,
darle alas a la oscuridad y al aire.

Mujeres invisibles y hombres muertos.

Se despedía el mundo y su tumulto.
Sin la piedad que moldea el silbido
del odio. Y la tierra siendo piedra.

Sin cuerdas guitarras. Seres de manos
grandes para empuñar la suciedad
de los acordes y su desaliento.

El mundo estaba en calma y la casa
en silencio, pero el hombre movió
las estrellas y el jardín con palomas
fue el vacilante búho de la noche.

*Los versos en cursiva son un préstamo
del poeta norteamericano Wallace Stevens.



LA CONSISTENCIA DE LA NOCHE


Siempre hubo ese ocaso que nos unía
como una caricia que deja perfil
humano. Declinación con su sombra.
Un ocaso con muros de palabras
que se enredan a la consistencia
de la noche. Con bergantes y odaliscas.
Pequeñas traiciones de luminarias
y esa luna con su recuerdo de misterio
a palabras mojadas. Apenas oscuridad.

O acaso el viento con su tumulto.

Ahora que el vivir se nos hace lento
y nadie nos espera para entrar en la rada
con su vocación de siesta,
sacrifico mi empeño de claridades
y te recuerdo al borde de un vuelo,
como el primer día que nos revelamos.


LUZ



Digo ojos y se ilumina
la palabra que asciende
al cielo y, fúlgida, enciende
la antorcha de luz divina.
Claro arcano que camina
por las escalas del cielo
y despojada del velo
del mundo, en desconcierto,
alienta en el dulce huerto
la esperanza del vuelo.


IV EL SUR


A Pablo García Baena


El sur con sus ventanas abiertas
y la majestad de la roca y sus jardines.
Se va nutriendo del desasosiego de las estrellas,
de ese violín que enciende la cosecha
con las frutas de verano.
Nace de las acequias y las blancas fachadas
y va mirando al hombre hacia adentro,
hacia la respiración y los sobresaltos.
Viene de los temblores de las terrazas
y los jardines, de los balates con maizales
y el olivo que acecha la tarde.
Su belleza es fruto de las arenas del mar
y de la luz que se hace frontera y guía.
¡Oh color de ruinas y relucientes huertos!
Están las aves cargadas de luminarias
y en el cielo sus trinos de audacia se llenan.
Canta el desorden caminos y las lluvias
con sus versos encabalgados.
Cantan las begonias y los lirios
evocando el viento y su agua.
Y el sosiego se llena de claveles
y páramos con adorno de lagartos.
Lugares apartados, donde el vértigo
no es noticia, lugares para nutrirnos
de estrellas y respirar como las corrientes.
Con las heridas que deja la guitarra
cuando no sueña, con las heridas abiertas
como crónicas de una infamia.
Y el río en el centro abriendo el mundo
con su lluvia de resplandores.
Alguien es capaz entonces de hablarle
a la belleza con los ojos limpios
y dispersarse entre los blancos caseríos
haciendo náufrago al corazón y su elegía.




El Sur a media tarde en el crepúsculo
de las iglesias que huelen a azahar,
con vidrieras que destilan
el color del incendio que perece.
Cada vez más olor que chispea
y entona la sinfonía del viento.
Con sus piedras que van tomando
el color de la muerte y la sangre,
y sus mendigos estirados
con la última ola que se agita.
Cantos que ahuecan su oscuridad
y tejen en la orilla sus espumas.
Cereales con su tea de azafrán
y las eras como círculos que cierran
el sonido de la parva.
Campos que hacen la historia amarilla
y repiten su eterna canción de verano.
Y la angostura del aire con su precipicio
de luz encendiendo como una lámpara
terrestre el cuerpo de los acantilados,
el agrio recinto de la piedra.
Y la verdura de las acequias con su karma
y el agua que ronda los campos
y los hace crecer como emblemas.
Dejadme que os cante como Eliot
la tierra baldía en la hora de las vanidades.
En la hora que el marino llega de madrugada
con su copo abierto al mundo.
En la hora del náufrago que destila
su postrer lamento en La Herradura.
La hora propicia para romper en el espejo
lo trivial y las macetas con sus geranios.
Y yo siendo como él un Tiresias
que contempla ciego la creación:
El Sur que crece con su Támesis
de agua y aceite, con su cántaro
de brasas en la campiña que se estira.
Tierra que acoge el nombre de la nieve
y el impulso del fuego,
el estampido del trueno y el grito de las gaviotas.
Donde la primavera mancha el aire
de una esperanza sagrada
y el hombre crece como una espada
llena de raíces y canto,
como un puñado de música que salta
a borbotones en las fuentes.




El Sur, donde resbala el agua limpia,
engaña a la muerte con sus fuentes abiertas,
anuncia con sus trompetas la clara
aurora, un candil de olores que se desfallece.

Cerca del remanso, del ramo verde
que la madrugada ilumina azul.

A él vuelven los días con su campanas
que marcan las horas, y esta imagen
que pasea conmigo como vieja rapsodia.

Atrás quedó la piedra, en el lago
que en círculos concéntricos ahora regresa
para curar los males de hastío y el horizonte.

Siempre volvemos a aquel agosto
donde el sol brilla con blancas banderas.
Al regazo lechoso de caminos
y a la ardiente piel de plácido ardor.

Entregados al sueño de lo quieto.



Si digo mi canto, una mano grande
conduce el olor de la jara al viento,
a la serenidad de un cielo cárdeno.

Llegaba de las aguas de las fuentes,
de lo inmenso de la patria dormida,
del sonido de las norias ligeras.

Como el sentimiento de un hombre
que vuelve a casa,
el mundo imaginado en la tormenta.

Preso de la fruta que amarilleó el verano,
inmóvil en la crujía de fronda,
como arañando lo dulce del fuego,
en medio del crepitar de las ascuas
y de los mayores que hablan de la tormenta.

La significación de la captura
y su niebla que densa nos abraza.

Abierta marea que esconde el pétalo
de la alegría y su frondoso encuentro.

Aquí estoy, en el Sur, con la música que dúctil
me conduce por las palabras y su misterio,
abriendo puertas al cielo y su celada.
En una torre erigido, con alas
grandes que me lleven a la certeza
de la aurora y su cristal de reliquias.







El sur con sus pobres y su alegría.
Lleno de toreros que cantan muerte
y fanfarrias en las ferias de pueblo.
Con las guitarras que callan al gallo
de la madrugada y su disimulo
de procesiones que huelen a saeta.
El canto como grito que seduce
a los sentidos y a la mandolina.
Siempre en la taracea de murallas
y en su olor a cera de la acera.
Entre la añoranza de lo que fue
y los farolillos de las paredes
encaladas con olor a geranios.
La elegía del vencido y la gloria
de la sangre en el albero de sol.







ANIVERSARIO DE LA PALABRA
Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 1998.

(Finalista del Premio Andalucía de la Crítica y del Premio Nacional de la Crítica.)


GAHETE, Manuel (1999): “Memoria habitada” en Cuadernos del Sur de Diario Córdoba, 1 de julio 98, p. 11.



“Francisco Morales Lomas rompe con el oscurantismo que envuelve la poesía jiennense, mostrándose una dimensión virtual que alumbra un poderoso universo lírico no exento de memorias cotidianas, pero trascendidas por la filosofía, por el análisis cuticular de los lenguajes literarios y las tradiciones que nunca mueren, porque significaría perder de vista las raíces que alimentan nuestra cultura. Si alguien piensa que referenciar la magia de los mitos, el fulgor de las rosas recién cortadas y sus ecos clásicos, la emoción reprimida del prisionero en los romances prerrenacentistas, los ubi sunt medievales de Jorge Manrique adulzado por la palabra andaluza de Juan Rulfo, la voz húmeda de los poetas barrocos y románticos (Francisco de Quevedo, “más poderoso que la muerte”; Bécquer, “En un ángulo oscuro”) y los prototipos psicológicos de sus más geniales creadores (don Juan, Mefistófeles) es una exhumación arqueológica de palabra y piedra muerta, ciertamente tendré que lamentar la carencia de ideas de quien ignora u olvida, incapaz de crear una nueva mitología porque la antigua luz no ha sido absorbida en los jóvenes labios sino abrasados por ella y en la conflagración definitivamente secos y estériles.
(...) Actualidad y nostalgia. Historia y periodismo. Ciencia y capricho estético se yuxtaponen y se complementan para mostrarnos un vigoroso aliento empapado de mitología y épica, con nombres propios (Zeus, Apolo, Narciso, Erebo, Virgilio, Caballo de Troya) y temas intemporales como la desolación, la añoranza, el amor y la muerte. Clasicismo y modernidad aparecen tachonados por reminiscencias ancestrales”.




Tránsito

Diputación de Jaén, 2005.


Francisco Morales Lomas, Tránsito. Antología (1981-2005), estudio preliminar de A. Torés García, Diputación Provincial de Jaén, 2005.

David González Ramírez
http://www.anmal.uma.es/numero20/Resen-01-06.htm


Acerca de las «antologías» decía Alfonso Reyes que tendían a correr por dos cauces principales: el científico o histórico, y el de la libre afición. Añade que estas últimas pueden «alcanzar casi la temperatura de una creación»[4]. En rigor, toda antología es una guía de lectura que el antologador propone, haciendo uso de la libre elección. Por consiguiente, habría que concluir que en toda antología existe un prurito creativo. El carácter antológico de una obra, bien mirado, brinda al lector un ramillete de flores escogidas con sumo primor; elección que deviene tras un atento y detallado caminar por la obra de un autor, generación, movimiento o época.
Lo que parece estar fuera de duda es que una antología in vita es la confirmación como poeta, una particular corona de laureles que sirven de signo distintivo y premian una trayectoria rica en expresiones y provechosa en ideas (o pensemos que debería ser esto). Si Horacio dejó escrito ese verso tan manido que refería la igualación entre la pintura y la poesía («Ut pictura poesis», verso que además todos citamos truncado), se me viene a la mano el parangón de las antologías con una enorme galería que alberga estancias y que muestra en sus expositores los tapices de más bellos matices, los mejor compuestos o los de más rica factura; pero sobre todo el antologador atenderá a recoger lo más representativo de un autor con el fin de presentar un surtido cargado de variedad; los clásicos, en uno de sus muchos asientos del argumento (así llamaba Quintiliano a los lugares comunes), afirmaban que lo novedoso da gusto y place. Dentro de la variedad se tratará de realzar las innovaciones que haya podido ir asimilando el creador. Una vez transitada la galería, el lector podrá recrearse con morosidad en las estancias y verlas por entero.
En cuanto a un autor se refiere, una antología es una muestra más que fiable de la trayectoria del poeta, de la madurez que haya podido alcanzar e igualmente de las preocupaciones, sentimientos e inquietudes que éste haya podido ir experimentando con el curso del tiempo. En definitiva, su propia visión del mundo y el modo en que su voz poética lo proyecta sobre la palabra escrita. Con el subtítulo de Antología (1981-2005) llega a nuestras manos Tránsito. Un derivado de esta voz, transitar, se nos descubre, y no fortuitamente, como sinónima de las que he utilizado en las palabras prologales: caminar, recorrer, etc. El lector, una vez comenzada la lectura del primer poema de 20 poemas andaluces transita por los vericuetos poéticos y las curvaturas líricas que Francisco Morales Lomas ha venido cincelando durante más de veinte años.
Dos son las vertientes que creo que definen la personalidad de la obra de Morales Lomas: experimentación y sugerencia (adviértase que ambas son extensibles al fondo y a la forma). Ambas vertientes derraman sus aguas en las estrofas de su poesía. Existe en el poeta un afán enriquecedor por renovar y variar, por descubrir y descubrirse, por reinventar sus propios moldes. Si nos fijamos en sus cuatro primeros libros, siempre va a haber algún detalle que capte nuestra atención (quizá visualmente sorprendan en cada uno de estos libros ahora las estrofas tan dispares que existen entre Basura del corazón y Azalea, ahora la postura vanguardista en poemas de Senara con la omisión de los signos de puntuación; si nos adentramos en su temática los temas que atesoran cada uno de esos libros son también muy dispares).
Es en el poemario Aniversario de la palabra donde creo que cristaliza toda la búsqueda interior y exterior del poeta, donde la poética ha hallado un lugar que se aclimata a las necesidades, voluntades y pruritos del creador. Morales Lomas se acomoda a esa poesía que ha estado en ciernes durante años y viceversa. Esta interrelación se entrevé en el fluir del verso, en el lirismo de sus estrofas, sin forzar los versos ni atropellar las palabras: «Sin querer somos samaritanos / de sueños, despojos que el combate / ha ido construyendo a cada dentellada, / siempre pendientes de la mano / extendida que nos conduce al aposento. / Sabemos, porque nos lo han dicho, / que en cada mano luce el sol, / que cada silencio es un espacio / de luz que nos conmueve, / que cada mañana es el hoy encantado» (de «El reparto de los sueños», pág. 37). No en vano, ha sido Aniversario de la palabra el poemario que más éxito ha cosechado (Finalista del Premio de la Crítica y del Premio Andalucía de la Crítica) y mejores críticas ha granjeado.
En el exhaustivo estudio preliminar (sobre el que más adelante me extenderé, ya que se apuntan temas sustanciales) en el que Alberto Torés García recorre todos los libros de Morales Lomas, echamos de menos la disección de los últimos poemas inéditos que se recogen en el volumen, veintinueve poemas que pueden constituir todo un poemario: Eternidad sin nombre. Por sí sólo este libro ocupa un tercio de Tránsito. Un tema que desde los comienzos ha estado ligado a la literatura ha sido sin duda el Amor. Eternidad sin nombre está poblado por el amor y sus derivados, como la ausencia, la soledad, la sensualidad,... El yo poético se dirige a un tú ficcional, a una receptora. Se cifra en un título la idea general: «l’amour est l’en­fant de la liberté». El amor nos viene trans­mitido en versos que se han despojado del oropel retoricista y la hojarasca vocinglera; aquí tenemos los sentimientos al desnudo. En ocasiones ese tú se particulariza en la amada, como en «Un canto»: «Tú y yo solos, / en medio de la voz, / en medio del mundo, / cultivando la palabra / desnudos y ajenos / a las tradiciones y las imposturas. [...] Necesito que seas un canto, / mi voz, amada mía, / el murmullo de los astros» (pág. 103). No es gratuito que aparezcan plasmados en dos títulos los nombres de Laura y Penélope (nombres que nos traen a las mientes el amor platónico, la constancia, la fidelidad, etc.).
El libro se completa con un estudio preliminar del propio antologador, Alberto Torés García, titulado «El Humanismo solidario». Este sintagma fue propuesto por los propios Torés García y Morales Lomas (antologador y antologado) en un artículo publicado hace unos años. La cita que paso a copiar a plana y renglón es extensa, pero juzgo a bien introducirla para una más completa comprensión de lo que supone la asunción de este concepto. Ambos autores atienden a la poesía de los 90 como una época de eclecticismo, unos momentos confusos que por sus rasgos se traducen en «una permanente contradicción, una dispersión que probablemente pueda justificarse y una voluntad por rehacer, revivir y rememorar [...]. Por consiguiente, el paradigma poético está por clasificar, más aún, está por superar la fase previa que no es sino la selección. Por ese motivo, merecen destacarse los presupuestos y los intentos teorizadores de esa tendencia del ‘humanismo solidario’ que viene a reivindicar la necesidad de recuperar la historia, plantear la reflexión y la búsqueda como desobediencia a los efectos de la inmediatez, rechazando los revestimientos extraliterarios como elementos estructurales». Y más adelante concluyen —matizando aún más esta idea— esgrimiendo que «los estados particulares del ensayo, las artes plásticas, la música, son los que permiten una vida en sociedad que persiguen los componentes de esta tendencia»[5]. Como se nos anuncia en nota a pie de página (pág. x, nota 7) ambos están actualmente puliendo esa declaración de principios de lo que puede resultar una tendencia poética (cualquier término referible a la idea de agrupación, como promoción, grupo, generación, escuela, etc., que siempre son tan controvertidos, tendrán que especificarlo y apoyarlo ellos mismos).
Tenemos un estudio inteligente, minucioso, que brota de una lectura concienzuda de la obra, asimilando de raíz los postulados poéticos de Morales Lomas. Se da detallada cuenta de la poética del autor atendiendo a su obra como un todo, para pasar en páginas posteriores a analizar cada poemario individualmente (a excepción, como anuncié de los poemas incluidos en Eternidad sin nombre, que los excluye deliberadamente). Una detalladísima relación de la enjundiosa bibliografía (en todos los campos, desde el teatro, la narrativa, el periodismo, etc.) de y sobre Morales Lomas se consigna tras el estudio preliminar, ocupando más de treinta páginas. La obra se culmina con un cuidadoso formato de la edición. Ineluctablemente, los poderes públicos se están convirtiendo en los mecenas de las manifestaciones del Arte. La cultura se está haciendo desde las minorías y para una minoría; las editoriales independientes desde luego no pueden hacer frente al comercio del mundo libresco, hoy tan desmejorado y desprestigiado por la recua de borregos que nos inundan.
Me interesa destacar, en otro orden de cosas, que Torés García deja traslucir en varias ocasiones que ciertas afinidades intrínsecas y extrínsecas de la obra literaria de Morales Lomas pudiesen haberlo vinculado al movimiento de «La otra sentimentalidad»[6]. Desde luego, contemplar esta adscripción generacional no sería nada descabellado, pero como dice en otras páginas Torés García «su escritura poética no pretende cumplir funciones de adscripción a determinadas corrientes poéticas sino directamente multiplicar y diversificar las complicidades que pueda establecerse con el lector» (pág. xxi).
El agrupamiento de determinados creadores dentro de un movimiento no es perjudicial para nadie, antes bien, resulta beneficioso desde muchos prismas. Sin restarle valor estético y literario a sus obras literarias, las formaciones de grupos suelen fomentar la endogamia y el gregarismo (y que me conste, esto no es muy saludable para la República de las letras). Se agudiza y agrava este síndrome cuando son los propios creadores los que de forma más o menos artificial se dan cita para concretar abstracciones. Ellos son los que comandan y orquestan la mercaduría desaliñada de la poesía, los jurados de premios de postín, las publicaciones en editoriales de alto coturno, y por si bien no fuera aun se reparten el botín de la mercancía habida (si no que se lo pregunten a los miembros de cierto movimiento, citado en estas líneas). Los forzamientos generacionales no son recomendables; el libre fluir de los pensamientos, ideas, posiciones y perspectivas conformará a la postre las asociaciones.
Por el contrario, Morales Lomas no ha necesitado del aplauso regalado de los corifeos ni alistarse a un ejército para combatir la soledad en la distancia. El trabajo silencioso, apartado de toda mundanal mercadotecnia y de la renuencia que sobreviene a estos contubernios ha preponderado hasta ahora en la obra de Morales Lomas. Afanarse en conseguir el éxito en vida puede convertirse en una trampa mortal; intentar calar en tus contemporáneos (cuando precisamente la cultura vive en una declarada minoría y contradictoriamente ésta permanece en estado de masificación) a veces se transforma en una ilusión quimérica; contra esto, la humildad debe aliarse con el creador y conducirlo a que haga suyo esta máxima latina: tempus omnia revelat (el tiempo todo lo descubre).
En definitiva, tenemos una poesía que cumple la función primera de vehicular un método cognoscitivo a partir del cual el poeta sacia el deseo de apre(he)nder la realidad tangible y exteriorizar las sensaciones que irrumpen en su interior. A su vez, tenemos un poeta que hace de cada libro una expedición a la zaga de nuevos descubrimientos, tomando diferentes rumbos y ensayando rutas novedosas; un poeta que se opone frontalmente al conservadurismo y que se resiste a cobijar en su acervo léxico el término «repetición». Concluyo con unos versos de un versado maestro en materia poética, quien viene a refrendar otro sentido yuxtapuesto al que posee el título del poemario que comento: «Los poetas estamos para eso: / para ofrecerles tránsito a los demás, / para que se encaramen sobre nuestros latidos, y que divisen / un poco más allá, en medio / de tanta oscuridad como nos circunda»[7] (Tránsito).

D. González Ramírez




SELECCIÓN DE POEMAS

EL VERBO DE LAS CACEROLAS


Mamá siempre convivió con las palabras
De las cacerolas y el diálogo lento y prolongado
De la plancha deslizándose sobre la tabla.
La geografía de sus sentimientos andaba perdida
Por los castillos que las arañas construían
En los rincones y en los devaneos de las hileras
De hormigas que habitaban los huequecitos
De los rodapiés.
Mamá desnudaba sus más íntimos sentimientos
En la soledad de las cosas cuando cada mañana
Todos descendíamos los escalones de casa y nos
Alejábamos.
Era un encuentro prolongado con un cuarto a media luz
Que dictaban las olvidadas letras de un tiempo vivido
Que poco a poco se iba apagando en la llama fría del hogar.
Mamá atizaba el fuego igual que la luna atizaba las olas
Y esperaba que la polilla no corroyera los lazos
De la memoria, aquellos vestidos de antaño
Que con tanto amor guardaba en el armario.
Mamá siempre anduvo perdida en el ocaso
De la luz eléctrica y en los rancios olores a grasa.
Mamá siempre ha sido ese pez solitario
Que da saltos y zozobra en el mar de los muebles
Y no sabe muy bien si los hijos o el marido
Son prolongaciones de una pared desconchada
O musas que le obligan a estar viva.
Siempre mamá, en todos los objetos
Que me acompañan con el beso cálido del más allá.

CALLES DE INVIERNO POR LAS HERIDAS

Vagan por las heridas mustias calles de invierno
Como una procesión triste y antigua.
Las heridas tienen enormes avenidas
Y aceras amplias y semáforos que regulan la murria
Y encienden el verde de la ilusión pasajera
Y el ámbar de la indiferencia
Y el rojo de la desidia.
Nadie sabe quién ha sido el ingeniero
O el desdichado arquitecto que a la herida
Le ha edificado tan abultados monumentos
Ni cuáles son sus intenciones ocultas.
Nadie se explica por qué a una herida
Se le debe construir toda una ciudad,
Un parque o una casa de salud.
Nadie acierta a saber por qué
Se extiende tanto hacia los montes
Y alcanza los abismos innominados
Y te deja el corazón manando áloe y desconsuelo.
No hay causa aparente
Para la invasión de calles y plazas;
De árboles y barcos, sólo sé que poco a poco
Me están ahogando,
Y caigo en el abandono como un expósito
Ante los cascos de los arrabales.
Y ya me van creciendo las avenidas
En los pasillos de mi tenue alegría
Que va callando envuelta en la niebla.


LA CAMIONETA DE LA NIEBLA

Papá dijo que la ciudad nos esperaba henchida
tras los cercanos montes en bruma,
aquellos montes ahogados en las nieblas densas,
oscureciendo el lento caminar de un incierto futuro
y marcando con un arado de noche los límites de nuestras vidas.
La camioneta, cargada de muebles, lamía el manto
del asfalto y atravesaba desiertos poblados
donde el olor a soledad producía miedo.
En un hueco que los desvencijados muebles
me habían dejado, contemplaba el paisaje noctámbulo
que se iba perdiendo como Gretel
perdía sus granos en el bosque.
Al cabo de los años volvería a desandar el camino,
pero la tierra había escrito un romance anónimo
en su geografia:
lánguidos vientos del cierzo,
aquellas flores encendidas
de mayo, cenizas por sus corolas supuraban
igual que el eco en el mugir de las horas.
Llegamos a la ciudad, un cúmulo de pesar
que me fue arrancando poco a poco de la tierra,
el seno materno de mis días infantiles,
cuando la aurora no tenía límites
ni inviernos ni hojas derrotadas en el suelo.
Al cabo siempre es otoño en mí,
siempre una camioneta
que se va alejando en la bruma de la gran ciudad:
el raudo anochecer de todo lo que fue.



HOMBRE

Ese hombre solo
que en los labios del día
mece la sonrisa de un sueño
cruza por calladas calles,
desiertas avenidas
que guardan la rabia
en el adobe de sus telares.
Sólo sabe sonreír,
extranjero errático
en ciudad de fábula y barro,
y ensuciar con cálidos orines
antiguas cenefas de catedrales.
Vaga por el lomo de la desolación
como un funámbulo
en el cielo del alambre
que en su cuello habita cada hora.
De las veleidades de la fortuna
es perito y consejero
de las heridas de las estrellas.
Algún día, cuando menos te lo esperes,
te fumará los sueños.

EL REPARTO DE LOS SUEÑOS

Sin querer somos samaritanos
de sueños despojos que el combate
ha ido construyendo a cada dentellada,
siempre pendientes de la mano
extendida que nos conduce al aposento.
Sabemos, porque nos lo han dicho,
que en cada mano luce el sol,
que cada silencio es un espacio
de luz que nos conmueve,
que cada mañana es el hoy encantado.
¡Sabemos tantas cosas,
somos tan sabios!.
Respondemos cuando se nos pregunta
y lavamos la cara de la soledad
con la melodía de las lágrimas.
¡Somos tan sabios!
Caminamos la larga jornada
con el primer beso de una madre
altiva que nos reconoce a cada instante.
Todo lo sabemos porque somos sabios.
Nada nos limita,
somos inmortales,
conducimos el espíritu por la derecha,
no bebemos de las aceras
que se estremecen,
ni fumamos en el alambique de lo etéreo.
¡Somos tan sabios!
Pero durante la noche
el espíritu aletea ausente
y el triste niño que somos llora
y el desconsuelo construye sus arcajes
y los venablos de la desolación
vomitan sobre la sabiduría conquistada.

TCHAIKOVSKY 6ª

Trapos tendidos al viento de poniente,
figuras humanas que bailan al son
de sus formas.
Cerca los cipreses ventean la eternidad
mientras agujas frías
vencen la calma, el lento
del cuarto movimiento.
Llega el claxon desde la monotonía
de lo cotidiano y un concierto de nubes
asume la huida hacia Al Mulhacem.
Tchaikovsky tiene la cadencia
de la nube y los trapos tendidos
al cierzo y el dulce runruneo d
e la tragedia líquida
que va traspasando uno a uno
todos los poros de Leonard Bernstein.
La música bien tañida,
la oscura nube,
el viento desolado,
los cipreses del amanecer,
dioses de lo cotidiano, todos
y cada uno en la bruma radiante de Tchaikowsky.

CREENCIAS DE UN BUEN TIEMPO

Edad luminosa cuando prendes el piélago
profundo en una bocanada de osadía y por el mar
tempestuoso del cuerpo vuelan y se desvanecen
los aleteos impúberes de mil saladas gaviotas.
La realidad y la noche se van juntas de la mano
por los tortuosos caminos que el horizonte construye
y la felicidad, engreída, bien puede caber en la comisura
de unos labios o en una botella de cristal.
Todos los nombres son entonces gigantes
palabras pletóricas rescatadas del vacío de la memoria,
aposentos de una mirada amplia y serena
que bucea en la realidad y la edifica
a cada paso como en el origen de los días.
Sois los dioses de la palabra certera
porque habéis recogido el mundo
en sonoridades nuevas que sólo marchitarán
cuando el tiempo, pertinaz compañero de viaje,
las deshoje en el otoño de los días.
Niño que me miras desde los ocho años,
castillo hierático,
vital consistencia de la materia,
hoy creo en ti y en tus exultantes labios
y en los dedos que señalan nuevas rutas
y en la voz deslumbrante
que a cada instante crea.
Hoy creo en ti,
palabra en movimiento, pausa,
imagen y sueño,
metáfora de lo que quiero ser.
Sólo en ti creo.

ESA HOJA VERDE

Esa hoja verde, que mece el rubor
de las horas y el viento decrépito
que la zozobra, te observa desde la distancia
y te ves envuelto, de pronto, en la lozanía
de su ávida presencia.
Su espacio en movimiento es la vida
que crece y se consume a cada paso
como tú cuando la miras.
Sólo ella eres tú
y tú en ella
como una unidad vencida.
Simula el descrédito de la heroína
que disuelta en la savia
quiere perderse y fundirse
y tú no vacilas en darle la mano
y caminar de su semilla
por el pálpito del abigarrado parque.
Siempre la buscas
en la desbandada de la noche
cuando sólo tú y ella sois unidad
en lo absoluto.


URBIS

Coronan la ciudad morenas crines
que lamen rocas y aguas fecales,
que prestan sus bridas a los amaneceres
opacos y deshilachan las conciencias
y los deseos de eternidad.
Cuando la ciudad adquiere tintes
de boato y resurgimiento, toda la mañana
quiere sublimar la agonía de sus aceras,
el raudo paso de los caminantes
que, como aparejos tendidos al sol,
prestan alambiques de osadía
a la vida que llega.
Sentirse cosmos en la ruin espera del charol
de unos edificios que te observan
desde la cercanía e impregnan
tu cuerpo de la soledad compartida.
Hay hombres en las esquinas de sombra
solazados en la contemplación de lo huero
y huidizo, hombres tiernos que portan
en el ojal de su compostura
el bello belfo de la derrota
y niños lejanos que corretean
sus labios por estrechas callejuelas.
Tiene la ciudad el canoro rubor
de lo desconocido e intangible,
aquello que los sabios que en el mundo
han sido llaman «saudade».


RECINTO SAGRADO

Una biblioteca es un recinto sagrado
donde jóvenes inclinados desmenuzan el tiempo.
Todas ellas tienen una esperanza
y un anhelo grapados a las hojas de tantos
y tantos libros que las empapelan.
Me reconozco en las bibliotecas y en el alma
que las habita: cadencia de conocimiento
que vaga como halo sobre cabezas tronchadas.
Buceo en mesas, en amplios anaqueles,
en espíritus que se acomodan a las sillas,
siempre silenciosos, siempre serios
como caballeros antiguos, quijotes
en busca de dulcineas de celofán.
Son espacios que me pellizcan
y me obligan a olvidar
esa cansina araña ciempiés
que llaman paso del tiempo.
Definitivamente me quedo arropado
por sus letras y su monotonía
como un impedido que babea
con la mirada de sus torvas grafías.
Y todo se me torna vago sueño,
dulce sonrisa, guiños de letras negras
que me van atando a la vida
con su ruidoso murmullo de silencios,
ladrones oscuros, arrebatos de la voluntad.









El agua entre las manos

Aula de Literatura José Cadalso, San Roque,
























LA FLOR DE LA CANELA

Ahora que aún se mece en un sueño
Tu memoria de palabras abiertas
Y jazmines que crecen,
Quiero dejar la noche mojada
Por tu verbo y tus lágrimas.
Como si ya no tuviéramos
Que morir ni dejar en el olvido
Nuestras almas desnudas.
En el viejo puente, en el río
y la alameda te esperaré siempre
navegando las aguas del Motlawa
como héroe que regresa
en la luz indiferente del amanecer.



Y EL MUNDO


Hay un hombre y una mujer
que se hunden en el instante
y son finitos en sus sollozos
y en la contaminación de su tristeza.

Una mujer como un arcano
que no extingue su horizonte.
Un hombre como un hijo
que padece su vuelo de carbón.

Y ambos con su realidad a medias,
con su invisible corazón que juega.

Une el aire sus puentes
y acaso la ternura sus bocas.

Frutos de la benevolencia de las manos,
de esa alerta que el amor crea.

Firmes en su propósito de abarcar
el mundo y con ello ser más ellos mismos,
más tierra que retoña.

Su delicadeza de seres que se abrazan
bien puede caber en un silencio
o en una noche junto al mar,
pero su empuje de rosas viene de lejos,
de esa carne remisa al cansancio
y su osamenta.

Su obra son ellos mismos atados
al universo, con los balcones que crean
sus surtidores y la necesidad
de amarse para que las heridas del mundo
no los ahoguen.



SOLEDAD QUE VUELA

Ahora el silencio nos ocupa.
Sin nadie, sólo, en la lejanía.
Regreso al vacío que como un fantasma
Me protege y de mí se apiada.
Quizá sea pájaro
Que asciende los cielos
Y en la infinitud del aire
Se solaza y crece.
Navego hacia el horizonte
Que nunca alcanzaré
Sin más velas que el bramido
Del oleaje y la historia
Que se resiste a morir.


FUEGO

Digo ojos y se ilumina
la palabra que asciende
al cielo y, fúlgida, enciende
la antorcha de luz divina.
Claro arcano que camina
por las escalas del cielo
y despojada del velo
del mundo, en desconcierto,
alienta en el dulce huerto
la esperanza del vuelo.



REENCUENTRO

Ayer te besé en los labios.
Fue como el beso del recuerdo,
El mismo beso de un verano joven
Que ya dura muchos años.
No sé si mis labios ajados
Sucumbieron ante el peso
De tu arrogancia
O fue tu cuerpo desnudo
Quien me devolvió el poso
De la memoria.
Si sé que tus palabras
Zozobraron contra el mascarón
De proa de mi cuerpo.
Que el silencio habitó
Cada palmo de la piel
Y ya sólo fuimos
Infancia que vuelve.
Morena o rubia,
Con el hábito de la carne,
En el pretil de tu mirada,
Te conté la historia
De estas arrugas que me invaden.
Me desvanecí en el sigilo
De tus largos dedos albos.
Luego me pediste
Pruebas de mi amor,
Como si el amor
Admitiese propuestas
De abogados.
Quizá algún presente
Sonoro que llevarte a la cama.
Pero sólo supe darte
Un puñado de palabras vencidas,
La película antigua
Que durante muchos años
He soñado.

















Tentación del aire


Colección Puerta del Mar, Diputación de Málaga,


Quiroga Clérigo, Manuel: “Las sonoras palabras (Tentación del aire de Morales Lomas)”, en Cuadernos del Sur del Diario Córdoba, 20 enero 2000, p. 10.


Ahora que tan dados somos a aplaudir a los poetas oficiales o a los que son “galardonados” en concursos torpemente amañados, es bueno recordar que existen creadores libres, honestos e imaginativos. En esta nómina se encuentra, por ejemplo, Francisco Morales Lomas, licenciado en Derecho y Filología Hispánica, y autor de una docena de libros donde predominan los de versos. En Tentación del aire aparecen poemas magníficos, auspiciados por el sentimiento y los afectos más cercanos, mundo donde surge una historia de viento y de sorpresas, esas leyendas ávidas de alguna vivencia.
El autor, que también es narrador, ha dado recientemente a la imprenta un precioso libro que contiene interesantes páginas donde se dan cita el ensayo, la crítica literaria y el relator fugaz. Este libro se titula El sudario de las estrellas, y ha sido editado por Corona del Sur (Málaga, 1999). Todo ello nos sitúa ante un escritor constante, preocupado por la literatura en sus más variadas vertientes y hombre sumamente disciplinado ante la labor creativa. Se dice que prepara actualmente una tesis doctoral sobre la lírica de Ramón del Valle-Inclán.
En sus versos late como un especial rigor ese aire de insinuada ternura que hace posible mantener los espacios del sueño. El poema que da título a este libro, Tentación del aire, está dedicado a José García Pérez, director de la colección que publica...




Antología de poemas de Tentación del aire

Tentación de tierra,

bruma que anega mis pestañas
y reclama la claridad
de los serrallos de la memoria.
Olorosa tierra que sacude
las flores otoñales de la constancia,
imágenes que se difuminan
en los pedregales sin cauce.
No abandonéis la belleza
del heno y el roble,
los senderos que eran como huertos
de manzanos o coronas de vid.
Colinas que son muslos
que se solazan en la sabiduría
del tomillo y jóvenes tenebrosas.
Dichosas selvas pobladas
de lunas y culebras,
ventas que corrían entre el río
de los coros otoñales.
Sometido a la luz de las estaciones
corre el marfil por mis venas
como la escarcha.
Pero la tierra vuelve
una y otra vez desde la lejanía,
como una brasa avivada
por el céfiro y la furiosa hoguera.
Hace tiempo que sueño
estos remansos de catedrales
y pinos, los huertos que baña
el sol y son corolas de violines,
espesas rosas que aletean
entre el rocío.
Tengo el corazón abierto
como las alas de un ave,
mientras la música colma
como un jardín este barbecho
que mira extasiado la vida.





Tentación del aire,

la dicha de ser finitos cuando la vida
crepita y prende su hoguera
en los arreboles del crepúsculo.
Siento que hoy es un bardal luminoso
que aspira a ser cielo y corriente
levantada, ardida, constante.
Velan mis armas las flores
del sendero que tanto te gustaba
caminar y el arrullo de las esquirlas
es como la sinfonía de mi pobreza.
Hoy la paz tiene arrullos
de bosque y donceles que pierden
sus gritos en las acequias de los montes olvidados.
Siento que la vida penetra
como una daga en este cuerpo
enlucido por romanzas y armiño.
Mi despertar es rojo y desmesurado,
la rabia del viento que se crece
como el beso de una ilusión,
un surtidor de lumbres
que pueblan el mito del hastío,
la razón de haber sido.
Me siento cegado por renacer de aves
y montañas que rompen el cristal
del tedio en este paisaje que asciende.
No sé descifrar el limón del olvido
ni conozco las razones del buitre
ni esa oscuridad que, a veces,
surca esta tarde como la vida misma.
Cerca de lentiscos y primaveras
alzo el ansioso corazón con las aulagas
y cada vez soy más ave febril
que aletea por los montes,
una esperanza que va
tomando cuerpo y fuego.
Queredme como soy,
desarmado y finito,
con el secreto vientre poblado
de agosto y esbeltos ramajes,
una hoguera que es
como la tentación del aire.




Tentación del agua,
del rumor de una fuente
que es como una larga espera.
Agua clara con sonido
que tan dulcemente alborota
los preludios del sueño.
Por montes y valles
la memoria se hace río
de una infancia poblada
de verduras y lágrimas que corren.
Un sendero de agua
que tiembla a cada instante,
como las hojas en el invierno.
Aquí estoy de pie y bronce
en las corrientes que se desploman
sobre mi constancia,
aquí preso de los sonidos
del viento y las esquirlas,
como un enamorado
del rumor de los dioses.
Retumban y gimen las aguas
cristalinas y en un cedazo
son estrellas, gozos del universo.
Entre las hojas escondido
observo la cava de tu cuerpo
en este río que calla y no refrena,
testigo de la dicha,
o mensajero del dolor del mundo.
Prisionero de tu llanto
entono la libertad de tu río,
los límites de tu alberca,
que son las orillas de ti.
Dulce agua que siente,
espesa breña cristalina,
envidia del viento,
hoy tomo la arena que me quema,
la carne de tu sol que danza
y de nuevo la alegría
es un puente y un niño.



Tentación del fuego,
dulce tiranía que despide estrellas.
Desvanecido en la llama
que me consume en la pira
de otro cuerpo, gozo
en la altiva noche de claridades
y resplandores.
Acaso sean espejismos
de una carne de antaño
que aún abrasa la memoria.
En la noche turbia
los jardines de venas y sombras
dejan huellas fugitivas
que son la púrpura que aún acecha,
el olor a besos que hieren,
guedejas que me atan
con la solemnidad de las tormentas.
Mi cintura es verano caliente,
una florida primavera que bulle,
un niño que amó a Greta Garbo
en el silencio de la alcoba,
o a Leonor o a Elena de Troya.
Perfumado de lamparillas de aceite
renazco en ti cada día,
como un agosto de cohetes,
perdido en los pétalos del calor,
en la retama de un deseo
siempre colmado.


Más tarde que el primer amor, se olvida
el aliento de mamá en las noches
de invierno, y el corazón de Julián
cuando saltaba, o el asma de papá,
que le daba un color azulado,
como las luces de las fiestas de Carlos.
Al primer amor lo olvidamos pronto,
casi sin darnos cuenta, de improviso,
en el recodo de unas medias negras,
en las laderas de unos senos blancos,
o en los ojos de alguien que te devora.
Es la imagen en el viejo papel
de la memoria que se borra rápido
con el borrador de unos besos cálidos
o con la palabra que nos evita
la soledad o la desesperanza.
Más tarde que el primer amor, se olvida
uno de sí, y anda perdido como
un fantasma, un barco a la deriva,
en busca de flecos de algún amor
del que no nos olvidaremos nunca.



¡Escurríos, gotas! ¡Dejad azules mis venas
en la hazaña del día, en la calma del mar
que ya se ha detenido y respira a mi lado,
tenue como un guerrero que abandonó el combate!
¡Escurríos en el pie de página de mi historia,
en el ISBN del ser que te mira con asombro,
en el título oscuro con que escribo mi vida,
en todos los postres de esta noche de leones,
en la más mínima caricia de la carne ágil
que es tinta que canta la soledad del escrito!
Dejad mis venas limpias en la corriente azul
de los ojos que roen mis sueños y se ceban
en la espera oscura de este yogur caducado.
Si por un momento mi destino se trucara
en algarabía y pasodobles de delirio.
Si por un momento mi sexo brillara excelso
en el pálpito nocturno y fuéramos uno.
Si por un momento mi alma un mar domado fuera,
dulce hoguera que todo lo aviva y codicia.
¡Escurríos gotas! ¡Dejad azules mis venas!



En vano hojeo mi vida:
vuelan aves radiantes
su boca es amplio palomar
orillas desnudas
con el sexo abierto a la nada
despliegan sus mantos
extienden sus cascadas
arrasan las alturas del techo
buscan alas que prender
su sangre asciende
o desciende tronchada
el día con su cuerpo
transparente despliega manos
el verano libertades
desnudos el agua
Pero mi lecho volteado
por la desolación se pierde:
a mi derecha no hay nada
los labios se han ido
mi orgullo se incendia
y sobre mi fracaso
se precipitan los refranes
y los guiños.
Demasiado tarde para las palabras:
el instante se congela
y el poema prepara su orden.









La isla de los feacios

Colección Agua de Mar, Ed. Corona del Sur, 2002.



LARRABIDE, Aitor L. (2003): “La isla de los feacios”, en Empireuma, núm. 29, pág. 36.


Francisco Morales Lomas autor de una ya estimable obra (Veinte poemas andaluces, 1981; Basura del corazón,1985; Azalea, 1991; Senara, 1996; Aniversario de la palabra, 1998; Tentación del aire, 1999; y Balada del Motlawa, 2001) también ha ocupado su tiempo como ensayista y antólogo (Literatura en Andalucía. Narradores del siglo XX, o Poesía andaluza en libertad. Una aproximación antoló­gica a los poetas andaluces del último cuarto de siglo, 2001), miembro del consejo de Redacción de "Papel Literario y amigo de "Empireuma", ha dado a la estam­pa un poemario coherente, en donde se mezcla el memorialismo y la preocupación por los problemas sociales. Creo que ambos temas no se contradicen, al contrario, se hermanan y superpo­nen.
La isla de los feacios se estructura en tres partes: "Del lado de allá" (12 poemas), "Del lado de acá" (12 poemas) y "De otros lados" (11 poemas). Armonía en la división del libro, como vemos, con reiterativos motivos que se entrecruzan, como veremos.
Libro memorialístico porque en el primer poema, "Ciudad en la distancia” el yo poético afirma: "Fragmentos de una memoria que ahora/Trato de reconstruir (p. 13). El recuerdo, la rememoranza se torna con frecuencia triste, cuando sale en escena la sombra de un niño muerto (pp. 27 y 56). La presencia de elementos que actúan como símbolos (el fuego del hogar o la tahona, por ejemplo, son sintomáticos) ofrecen personalidad y empaque al libro. Veranos, la siega, la constancia de una presencia materna que recorre, con terquedad y ternura, las estancias aparentemente inamovibles de la Historia, los árboles frutales, símbolos de la fertilidad y de una esperanza de porvenir gozoso, los piratas como arquetipos de un pasado que no puede volver, etc., forman parte de ese ejercicio de recordar, con dolor y también dulzura. Sólo quedar convivir con el pasado, pactar con él.
La preocupación por los pobres o desheredados de la tierra se advierte ya en el poema "Lecciones de Historia" (p. 23), donde podemos leer: "Un hambre que sólo se detenía en el pezón/De una mujer o en el alma de un leproso". Más adelante, en el poema "La Farola" (p. 43) o en "El destino de una lágrima" (p. 49) vemos con mayor claridad la solidaridad que alimenta la voz de un exiliado de sí mismo. Es de destacar el hermoso poema "Un marinero busca las olas" (p. 44), construido en dos partes, todo él sumido en la nostalgia de un imposible ayer.
La tercera y última parcelación del poemario se fija en reflexiones en prosa con un alto contenido poético, casi todos los poemas se basan en la filosofia oriental. De nuevo, una pequeña joya: "La opinión de las cosa? (p. 62), en donde se iluminan la sorpresa y el humor. El libro concluye con esta penetrante sentencia: "Hernos dado tantas vueltas, hemos girado tanto que nunca hemos salido del laberinto donde nos encontramos" (p. 65).
En definitiva, una voz clara, que busca la profundidad y perennidad de lo sencillo, sin falsas pretensiones, pero tampoco sin escamoteos, puramente. Libro que aspira a perfumar nuestra piel con algunos versos. Sencillamente, pero ¡qué dificil conseguirlo!



ANTOLOGÍA DE POEMAS

CIUDAD EN LA DISTANCIA


Pudiste ser ciudad con avenidas,
Aclarada por palomas y fuentes
Que como surtidores llenaran la mañana.
Pero fuiste la herida de una tarde
Con senderos vacíos que se pierden
en el monte, urdidos de distancias y palabras,
Como chorro de agua que asciende al cielo,
Fragmentos de una memoria que ahora
Trato de reconstruir.
Se serenan las calaveras junto a los arroyos
Y las niñas saltan al saltador,
El silencio se alza con su frontera
De sombras y una mujer tolera el crucifijo
Como un estigma en el pecho candente.
Tiempo de rótulos y academias militares,
De amores imposibles que como enredaderas
Ascendían por las paredes del pensamiento.
Vegas de frío y cálidos
Abrazos en la estación de poniente,
Fútbol en los senderos y las tardes
Besos en las esquinas en tinieblas.
Miro esta aparición nocturna y los años roznan
trashumantes por los rancios atajos.
Ciudad de altas atalayas y esquinas,
Ciudad de plazas con muerto en el centro
Y las iglesias sacramentadas con aroma
A incienso recién cortado en los campos.
Es primavera, casi luz ceniza,
Y lo turbio recobra su sentido,
La predisposición a ser eclipse.
No recuerdo dulces almas dormidas,
No quiero recordar por más que quiera
Las placetas vacías en domingo,
La soledad rumiando callejones,
Ni las prédicas de las ocho en punto,
Con el olor a incienso.
Heridas o base de un edificio
Con muchas plantas y andenes y arcenes.
Me quedo en el bruñido despertar
De un verano, en la acequia
Donde dije te quiero,
En el mismo instante donde palabras
Fueron carne y limpias habitaron el principio.



UN CÁNTARO DE BRASAS

¡Mamá!, te llamaba, y eras agua abierta,
la sensación de un cántaro en los labios,
agua que retorna a su quebrada luminosa
como las golondrinas regresan al verano.

Mamá en el fuego rojo del invierno
acunando las brasas de un futuro
de alpargatas y letanías frágiles,
atenta al desfile de la quimera.

Pero la vida era sucia y ordenada,
de fogatas interiores y abrazos de esparto,
generales que hacen ronda a la noche.
Descosidos y cautivos, no obstante
nos arropaban sus brazos de viento.
Mamá con la alcuza de su vasija
llenando soles en la fuente de la glorieta,
más rescoldo, más cuajada de hogazas.

Llamadla ya por su nombre de cántaro,
como si de una nube redimimos hechizos,
como si al pasado le pusiéramos perfume.
Llamad a ese latido que alimenta,
a esa casa con ventanas de luz.


LA LLUVIA DEL TIEMPO


Quizá una tierna lluvia
y su lente de agua para las manos.
Porque fuimos perdedores de un tiempo
que sólo conocía de imposiciones
y blasfemias. Un pueblo que salió
de Port Bou perseguido por lo rancio.
Después hubo versiones, viejos versos
que se arraciman en la vid de nuestra memoria.
Apenas nada, o casi nada, frases.
Y antiguos principios que presidieron
todas las fachadas con unos rostros
de azufre y mujeres viudas y solas.
Fue una emigración de oscuras maletas
con cordeles y predios en francés.
Venidos de una petenera y atados
a la desventura con nuestro miedo.
El riesgo de que la vida es algo clandestino,
contingencia para la libertad.
Luego escribimos para consumir
el aliento de los compañeros de pupitre
en esa escuela que es la vida sórdida.
Seguramente protegidos por la esperanza,
conocimos los dogmas del corazón,
los únicos acordes, meras letras
del himno sin música que es memoria.
Son como patrias sin fin, patrias viejas
que se nutren de la aspereza de las cornetas
y las estrellas en la bocamanga.


Azalea

Málaga: Canente, 1991.




RODRÍGUEZ LÓPEZ-VÁZQUEZ, Alfredo (1987): “A propósito de Azalea de Francisco Morales”, en Canente, núm. 11, Málaga, pp. 138-140.

Apuntaba Luis Cernuda, hablando de Pierre Reverdy, la percepción en toda poesía, de una , que, como el espléndido poeta había sabido ver, no siempre acompaña al quehacer literario. Algo similar podría decirse de este libro, hermoso, difícil, arduo en ocasiones no carente de cierta brusquedad, que firma Francisco Morales Lomas. Me explicaré.
Cuando alguien acepta emprender la búsqueda de una vía de expresión literaria, ese alguien acepta, al mismo tiempo, el riesgo de la tentación. Una vez adquirida la destreza en el oficio, o, cuando menos, cierta entidad estética, sobreviene una primera tentación: la perduración del oficio, el anquilosamiento de estilo. Unos poetas, en ocasiones tentados por la buena –o mala- acogida crítica, se instalan en una forma adquirida, en un estilo reconocido; otros buscan, ante todo, continuar su camino, aunque sea éste difícil, teniendo su meta puesta en que la poesía no es un sino un pleno ser en sí, una comunicación con el fondo escondido, aterrador a veces, del alma del peota y de los escondrijos de su mundo y su lengua. En la trayectoria poética de Morales Lomas hay un libro juvenil, ardoroso y en gran medida, romántico, escrito y presentado bajo la advocación de César Vallejo. La huella del genial peruano es ahí inequívoca, y tutela la andadura de Morales Lomas. En Basura del corazón (Barcelona, Rondas, 1985) se apuntan inmersiones en un espacio que ya se adivina como personal y anclado en lo cotidiano: cierto expresionismo violento no desentona de los temas que elige su autor, aún obsesionado por acentos vallejianos en el lenguaje, tutelado aún su verso por intuiciones ajenas; a medio camino aún entre al forma explorada por otros y el temor a ahondar en su propia experencia, no decimos vital, sino exacta y hondamente estética.
Azalea es ya un libro personal, y al teimpo que nos descubre a un poeta que realmente empieza a serlo en este libro, nos enseña no pocas cosas sobre la dificultad y el riesgo de hacerse poeta. Por un lado el poemario aparece como un sistema articulado de manera muy coherente: un poema independiente, “Flor de Azalea” a manera de primer espacio lírico, según el epígrafe “Parábola del navegante”. Curiosa elección: “parábola”, que nos sitúa en un mundo simbólico (o, como querría mejor Kostas Axelos, simbológico), el agua. El lector entra en el poema recibiendo una admirable dentellada: “En este día que es noche/cargada de leones, alguien/ha embarcado en la mar de púrpura”.
Más allá de la hermosura de la expresión, innegable, se nos ofrece una introducción a la muerte, residencia última de la vivencia poética. Un acierto, consciente o no, es el paso de ese presente inicial a un oscuro pasado marcadao por el imperfecto transformado en pasado simple para sugierir el sacrificio de la parábola: “Soñó/buques negros y parvos hombres...y el barco, herido en sus entrañas,/ se desarboló”. La proyección metafórica de esto culmina en la palabra y en su evocación: flor de azalea. Que según el epígrafe del libro, extracto del Diccionario de la RAE, es “arbolito ericáceo, originario del Cáucaso, de hermosas flores reunidas en corimbo... divididas en cinco lóbulos desiguales que contienen una sustancia venenosa”.
Estamos en el territorio de la belleza y la muerte, esencia misma de lo que sentimos como poesía. Los dos epígrafes siguientes, Niflheim, Muspelheim y Variaciones sobre un tema del Génesis son de difícil lectura, como lo es siempre la poesía de corte alegórico. No es evidente que en ellas el peota haya acertado con la elección del tono: conceptos como “eternales golondrinas”, “polvo quebradizo” (...) parecen proceder de la etapa anterior del peota, más preocupada por constreñir las palabras a su pasión conceptual o existencial que a buscar la expresión de esas pasiones indagando al mismo tiempo en el sustrato lingüístico del idioma y el ritmo de los versos. La impresión que tiene el lector –al menos el lector que intenta integrar su sensación personal en la propuesta poética del autor- es que hay un exceso de discurso par exponer algo que requería más intensidad y, tal vez, más fulgor. Quizá no sea tarea del crítico apuntar posibilidades alternativas, pero en algunos casos nos resulta inevitable hacerlo. Así, el poema que empieza “Cuando tu pezón de niebla” sitúa al lector en un putnto vital acuciante desde los primeros versos: “comprendo que la nave ahogue en silencio...”; a partir de ahí el lector tiene la impresión de que el poema se torna excesivamente literario, innecesariamente retórico: ¿por qué “el amor que el ubicuo anhela”, o “emerge y emponzoña los surcos del cuerpo”? ¿No mejora el poema, y su ritmo, con “el amor que anhela” o con “brota y emponzoña su cuerpo”?
Sin duda el libro se perfila con mayor claridad y se ofrece de una manera más límpida en los poemas del apartado IV (no en vano escritos bajo la pluma de Fray Luis de León), como en el pasaje “hilvanando ternura y ocaso,/hilvanando labios y voces, halagos y anhelos” o el poema “Eternidad y barro” en donde encontramos al misma fluidez lírica que al comienzo del libro. Así la imagen “espada de besos que cabalga/ a lomos de la piel de un corazón sublime”, o, poco más adelante la inquietante sugerencia de “y algún pasillo de lujuria/ entre tus ojos”. El libro se eleva definitivamente en el “Tríptico del peregrino”, donde volvemos a sentir toda la emoción contenida que proporciona el espacio mítico en donde nos movemos (“con el mar llega el aliento que en los ojos/ se enajena”) y en donde acechan los miedos más intensos, expresados con clara percepción poética: “incluso en el quejido ahoga/ un alfanje de niebla”, o bien, “lvantas a horcajadas tu silencio/ para hacerlo/ quejido y llama y la ceniza te escucha en los ecos”.
Esta experiencia se resuelve de manera espléndida en el poema “Por el aire”, a mi entender el más logrado e intenso del libro, escrito en tono de irrealidad ensoñadora (A veces el viento penetra... quizá será que ha llovido... quizá todos los quizás no signifiquen nada... a ves es noche en mi habitación y llueve”) y en donde vemos reparecier imágenes de raigambre romántica y resolución formal expresionista (es decir: procedentes del fondo íntimo del propio poeta, según se ha visto por los poemarios anteriores) como “quizá será que todavía cuelgan/ de los tejados amaneceres rotos”, y una capacidad técnica ya reposada y asumida, que organiza toda esa experiencia sensual y metafísica en unos versos finales de elegante y esmerada sensibilidad: “Qué viento más raudo el que ha llegado esta noche/ qué viento, pequeña, me ha cogido por los hombros/ y ha perseguido mi sombra por el hall, qué viento”.





ANTOLOGÍA DE POEMAS

IV



Ungido llevo tu cuerpo a mis labios
Y toda la savia que en él anida
Castillo tomado en mis ojos se agota.
Se agota tu voz en los recodos
De mi espalda y en tu erizado seno
Breve luz que el viento eleva.
Tardo paso de unos dedos
Por los callejones que el viento
Anega y el tiempo aniquila.
A veces es primavera en tu ciudad
Y desde el mar ocre de los ojos
Se divisan golondrinas marchitas
Que cada noche anidan distancia y silencio.
Es primavera tu cuerpo en la cochura
De mis dedos, en el aliento bífido
De esta lengua espigada
Que atrapa el sigilo de las farolas,
En la cintura que nace plomiza
Desde el asfalto, en los recónditos
Viveros que pululan tu cuerpo.
Y es primavera allí,
En el centro de tu cuerpo,
Donde la vida ha escrito un glosario
De gorjeos y penas,
Cerca de la nada que atrapa
La lluvia del hombre,
Donde tú eres germen,
Es decir, piélago profundo.
Por eso, ya no importa tu pelo
Ni los vendavales que manchan
Las avenidas ni las caricias
Tiernas de esta torre acerada.
Ungido llevo tu cuerpo a mis labios
Y toda la savia que en él anida.


POR EL MAR


Con el mar llega aliento que en los ojos
se enajena y vibra cuando mesa los rutilantes
espacios terrales, incluso en el quejido ahoga
un alfanje de niebla y precipitado huye
en la marea. Huye porque ha vulnerado la virginidad
de plata y ha sido toro erecto en la Europa
de tu cuerpo. Huye con la precipitación que ofrece
el viento y el sigilo que arropa rumor del aire.
Con un estandarte de niebla en la frente ha buscado
nuevos rumbos y ha llorado la savia amarga
que el cuerpo acogiera.
Era alma cuando hacia Euménides extendió la arboladura
de su copla y siempre compungido y pesaroso
lo he seguido. Lo he seguido porque es Alma
la estela que deja su paso, porque en cada puerto
de niebla precipita esperanza, porque escarchea labores
en los confines que alcanza.
Ay mar, que desde el acantilado
del cuerpo te precipitas en la Mara,
mar de papel y viento donde cela el hálito
fugaz que nos embarga.


POR LA TIERRA



Cilicio y sólo cilicio el cubil de tu frente
y de ese paraje verde donde la sangre mora,
cilicio que inunda el valle y la montaña
cuando preso alza el vuelo hacia el infinito.
Si lanzas al viento tu llanto, escarcha y lluvia
la sombra que sobre la tierra se solaza
y pudre, como un venero de óbitos dispuestos
a engendrar la ceniza del dios que has sido.
Sí, anciano guerrillero de batallas perdidas,
con una mano aprehendes la tierra y con al otra
levantas a horcajadas tu silencio para hacerlo
quejido y llama y la ceniza te escucha en los ecos
que el vendaval difunde.
No has visto, harapiento anciano, que la aurora
cubrió de nubes su maculada frente y es lluvia
y barro lo que de su cetro baja.
No te das cuenta, infame engendro, que tu Dios
ha nevado sobre ti desde el origen y la sal
configura tu rostro enjuto e inane.
Tierra y hombre en eternal aflicción,
soledad unánime del que ha sido dios
y está inmerso en ruinas.

POR EL AIRE


A veces el tiempo penetra por tu boca y el regazo
De las venas lo disuelve. Parece música y parece
Polen el sudor que emite y tus ojos se empañan
Del día porque ha sido aliento la nota aspirada.
Por ello, cuando el llanto bulle hacia el infinito
Y la solidez de su cuerpo salobre cae a tierra,
Te miro el rostro y algo se escapa.
Quizá será que ha llovido y el viento ha penetrado
En tu lecho con la aflicción del herido y el lamento
De lo fugaz, quizá será que todavía cuelgan
De los tejados amaneceres rotos y alguna cisterna
De lágrimas; quizá será que hoy es domingo y el gran
Dios ha descendido con su batuta de cristal.
Quizá todos los quizás no signifiquen nada
Y yo sólo sea un zafio impostor que ha roto
La botella de amor en algún rostro ingenuo e impróvido.
Todo puede ser, incluso tu rostro bañado de adiós
Y la silueta de sombra que despide en la aurora nocturna
El hombre que ha dejado tu lecho.
A veces es noche en mi habitación y llueve
Con lentitud en mi pecho y el alma se habita
De ti porque sabe que no te has ido y es el polen
De tu cuerpo quien le aprieta y condena.
Qué viento más raudo el que ha llegado esta noche,
Qué viento, pequeña, me ha cogido por los hombros
Y ha perseguido mi sombra por el hall, qué viento.






















Balada del Motlawa

Col. Cuadernos de Sandua, Ed. CajaSur, 2001

(Finalista del Premio Nacional de la Crítica)



Torés, Alberto: Balada del Motlawa, en Canente, núm. 2, diciembre de 2001, págs. 258-260.



Francisco Morales Lomas es, dentro del campo literario un trabajador infatigable, de manera que el dicho en virtud del cual el arte se compone fundamentalmente de trabajo –entendido y ratificado por Picasso- encuentra en las múltiples inquietudes de Morales Loas toda su razón de ser. Crítico Literario, narrador, dramaturgo, docente y poeta, ha mostrado siempre una feliz luminosidad expresiva a la vez que una absoluta implicación con el texto y su entorno. Balada del Motlawa, tras haber publicado 7 poemarios, 20 Poemas Andaluces (1981), Azalea (1991), Senara (1996), Aniversario de la palabra (1998), Tentación del aire (1999), Salumbre (2001), acaba de publicarse en la colección cordobesa “Los Cuadernos de Sandua” con más de 80 títulos en la calle. Morales Lomas afianza desde un principio alguna perspectiva que resulta a la sazón crucial para leer con rigor su obra poética. Aquí, entiende que no puede darse ninguna estética, ni siquiera un avance en una estética en concreto sin el detenido conocimiento del entorno, sin la reflexiva mirada hacia el pasado, en definitiva, sin la enriquecedora red de relaciones que la aventura viajera aporta. Un cierto tono de rebeldía hacia lo decadente, la desilusión y la mediocridad de un tiempo, podría considerarse como un rasgo de una tendencia poética emergente que viene a conocerse bajo la denominación de “humanismo solidario” de la que el poeta jiennense es precisamente uno de sus ejes básicos. Retomamos una aportación de José Ángel Valente para su aplicación en la escritura de Morales Lomas ya que éste se decanta por las “palabras substanciales”. Palabras que buscan la belleza, la exactitud y la plena significación con la suma de saberes, intuiciones y expresiones intensas. Pero además, habría que señalar la presencia pulmonar del hombre y de la historia, todo lo cual configura un sustento que actúa como contrapunto a los flecos de los brillos efímeros así como antídoto de la sinrazón y finalmente como rumor intelectualizado que lúcidamente transgrede quiebras, caídas y pérdidas. Esas naturales conexiones entre nuestro interior y el hecho social son una dimensión más de la escritura de Morales Lomas, entiéndase como un proceso de búsqueda y de maduración hacia la propia conciencia cuando no hacia el papel que ha de desempeñar el generoso oficio de la escritura. El despliegue del pensamiento, la formulación de un lenguaje sugerente y descriptivo, original y auténtico tienen forma de balada como si de forma traslúcida e inquebrantable el poeta quisiera introducir la vertiente de atemporalidad que encierra la música para conferir a lo perceptible un apunte de intangibilidad. Mas es sólo parte de un todo ya que la música y todas sus connotaciones discurren por el río Motlawa, en un claro simbolismo de renovación a todos los efectos. Witold Gombrowicz y, en menor medida, Stanislaw Witkiewicz junto con Bruno Schulz, son las referencias literarias polacas que le sirven para extender sus objetivos. El desarraigo, la búsqueda de una verdadera actitud humana, la otredad, el pleno del doble, un sistemático rechazo a lo normativo, ciertas dosis de ironía tan mordaz como crítica, un documentado perfil de la sociedad contemporánea y alguna perspectiva existencialista. Esa idea de Gombrowicz que ahonda acerca de cómo se deja de ser lo que se es para convertirse en lo que se nos impone, se refleja con nitidez en este poemario. Balada del Motlawa puede ser la metáfora moderna de la tristeza. En cualquier caso, no pierde el enfoque, ahondando en detalles íntimos o esperanzas que se protegen del dolor para establecer una propuesta coherente que es devenir y piedra angular de su poesía: “Quizá no llegue nunca la calma/y el mar sólo sea una voz triste/que se muere en los arrecifes de coral”, nos escribe en el poema titulado “Cuerpo de arrecifes”. En otra composición, “Nowa Huta” se nos fecha la inquietud: “Lejos de los sonidos de la trompeta/de la iglesia Santa María de Cracovia/y de aquella leyenda del vigía herido,/hoy quiero hablarte del dolor,/...Es un dolor antiguo que desciende/del cielo con la nieve...”. Poesía es aquí inteligente introspección y una turbulenta representación del amor sustentada en una portentosa estructura memorialista, es decir, nociones-clave en su proceso creador. La educación sentimental alcanza una significación esencial que refuerza si acaso las consideraciones expuestas. Paralelamente, el campo histórico sienta las bases para gran parte de su obra, tanto la ficticia como la ensayística. Añadiría que el valor y el manejo de los pretéritos en este poemario no sólo son un rasgo sobresaliente sino también diferenciador. De ahí que se produzca un permanente retornar a las raíces, un constante girar a las fuentes clásicas, un contundente planteamiento de la alternativa del origen como referencia indispensable de la literatura y de la vida. Poesía sin convulsiones pero incesante en sus experiencias y exploraciones. Poesía palpable que toma el terreno de la geografía como espacio para manifestar tensiones. Poesía vibrante que implica y evoca a la vez en una sabia mezcla de tono crítico y concepción sensual. Poemas como “Chopin”, “Una noche Copérnico observa una estrella desde Frombork”, “Historias inciviles” o “Tiempos modernos” son algunas muestras ilustrativas. Balada del Motlawa, entre sus aportaciones, posee la capacidad de generar interpretaciones de gran riqueza para el lector, no se aleja de una visión comunicativa como fórmula conceptual de la poesía pero no huye de las posibilidades de la figuración.


ALGUNOSP POEMAS DE ESTE LIBRO




LAS CAMPANAS DE GDANSK

A Günter Grass

Las campanas de Gdansk tienen el brillo incendiario
De los amaneceres sobre el Motlawa
Y el consuelo de las palomas.
Son bronces ebrios de gratitud
Y ruiseñores que gorjean.
Claros ríos de murmullos
Que ascienden evangélicos
En el vertiginoso estío.
Zarzas que encienden la paz
Y ocultan el gemido del viento
Mientras el corazón místico
Las proclama.
Compiten con los pájaros
Y los blancos salterios
Pero su corazón es más puro.
Y es su despertar corolas
Que se abren y campos inflamados.

TIEMPOS MODERNOS

Siempre quedará la oratoria
y la amargura de los suburbios.
Buenos tiempos para las versiones
originales de lo que es una senda,
húmeda de sangres y ríos.
Bailamos el regreso de la libertad
y sentimos que oleadas
de electricistas invocaban a Juan Pablo
desde Gdansk hasta Zakopane.
Algo ha cambiado en nuestra alma
y bailamos con los sindicalistas
y los militares y los arzobispos.
Nuestra alegría es en tecnicolor
y las lágrimas las hemos dejado
en los últimos ataques de los alemanes,
Vístula abajo o en el frente ruso de Lublin.
Nos sedujo la televisión
y la oratoria, un sucio discurso
que hablaba de limpieza y progreso.
Hemos conquistado la felicidad
cuando apenas queda nada en pie,
sólo suburbios y grandes palabras.

HISTORIAS INCIVILES

“Nunca más la guerra”
HENRIK SUCHARSKI,
Comandante de la plaza de Westerplatte.

La muerte siempre es cosa
De otros, de seres anónimos
Que no caben en el viento,
Es un ánfora de tempestades
Que busca cuerpo a la deriva,
Un negror de retamas en ardentía.
Cada uno lleva su atavío
De zarzas que arden
En el crepúsculo violáceo
De una tarde en ruinas.
Pero siempre es anónimo
El que muere
En la cruenta oscuridad,
Dejando el aire beodo
Y la música de cuchillos,
Los huesos encenagados
Por la tenebrosidad de las cenizas
Y las espinas como gredas
Que construyeron lo que somos.
Toda nuestra historia
Está llena de tumbas
Y cruces muy ordenadas
Que son como graznidos
de herrumbre en la noche.


CHOPIN

El amor es el fraude de los sentidos,
El hueco de las palabras,
El rugido de los corazones,
Tú lo sabes,
Ahora que ya nos moldea el tiempo
Y podemos guardar sigilo.
Ahora que quizá Chopin toque el piano
en la Zelazowa Wola y haya dejado su corazón
como una aldaba, emparedado en la piedra
de una iglesia de Varsovia.
Pero yo te quiero
Con el tañido del teclado
Y el pálpito de un corazón que suena.
Llueve en ti, cercano el otoño,
y la música puede ser la cadencia
de tus ebrios labios,
hojas que lamen las escalinatas
de este templo donde está cautivo
Chopin, y las notas suenan
y los valses nos siguen cuando bajamos
las escalinatas y el mundo estalla.
Sólo ruge la verdad cuando me miras,
quizá sólo sea el corazón
de Chopin emparedado.


UNA NOCHE COPÉRNICO OBSERVA
UNA ESTRELLA DESDE FROMBORK


De nada sirve ya la mecánica palpitación del mundo
ni el lugar que ocupan las aves que desde el mar
anegan estas mansiones. Los hombres han ladrado
demasiado en el indomable laberinto
de las catedrales y las sacristías.
Ahora sólo veo la fulgurante estrella
que reverbera como una respiración
en el orden celeste del mundo.
Sólo me llega su llama antigua
y su sonido que es la consagración de la claridad.
Es el mar de luz el que anega estos ojos
cansados, ahítos de tanta estupidez mundana.
Pero hoy te espero en el ojo oscuro,
poderoso como el primer sonido de la creación,
con la ansiedad de las horas,
feliz porque la vida ha creado el orden.



EL CAMPO DE TUS OJOS



Y te has visto en la nieve
construyendo el silencio de la tarde,
solitario en medio de las campiñas
de ceniza, que son como los cauces
oscuros de cualquier riachuelo seco.

Todo un mar negro y nieve
la memoria, un angosto mar lejano,
en la espera de los campos sin flor,
la frialdad rota de tu cuerpo sepia.

Lejos el horizonte
abría la claridad de la esperanza,
ese invierno de sucia claridad
que es como un ceniciento catafalco
en campos sin retorno.

Y te has sentido preso
de los ojos de antaño, las mazmorras
de la memoria, en este
invierno, abierto campo,
vencido por el frío.







DONDE EL SOL ANIDA


Sabes que hoy es noviembre
y ruge el viento como un perro herido.
Los postigos de tu cuarto han cerrado
la postrera claridad de la tarde
y el silencio, reducto
de esa estancia en bruma,
ha pernoctado en ti como un chacal.
Se ha hecho largo ladrido la noche,
redimidas sombras en desbandada,
cachorros de arrebato.
Te has sentido sucio y criminal
como un matón a sueldo
al que sólo persigue el infortunio,
cómplice del asesinato de la vida
o acaso resto de algún petrolero
que obita en mar lejano.








Salumbre

Colección Azul y Tierra, Ed. Corona del Sur, 2002















INSTRUCCIONES PARA MATAR

Al caer la noche
espere en la esquina del sueño,
afile la navaja de la memoria,
huela la profundidad del crimen
que viene de camino,
preste sus sentidos
al silencio y olvide,
olvide que hubo una mano
que acometió su cintura,
un labio que sucumbió
hace tiempo en otra historia
y espere, espere, espere.
Al caer la noche
usted se habrá escondido
para no ser descubierto por la pasma,
habrá ocultado sus huellas
tras unos guantes de plástico,
habrá perdido un instante
en recrear el pálpito de la víctima.
Al caer la noche,
olvide el zapping, los partidos
de fútbol, la noche de amor,
las películas de Orson Welles,
los exabruptos de Burroughs.
Olvide que fue niño,
que el colegio era un crimen
y la adolescencia el cementerio.
Olvide que se enamoró
y sucumbió a la alegría.
Para ser un buen criminal
hay que beber del olvido.
Si lo interrumpe un buen sueño,
aséstele de puñaladas.
Y espere, espere, espere.
Sin la menor reserva
ahí está su víctima,
sus palabras solazadas en el escrito,
su vanidad al descubierto,
su número de identificación fiscal,
la osada procacidad de sus ilusiones.
Sin el menor sigilo
alguien llamará a la puerta
y usted estará detrás,
porque así lo hacen los asesinos
y usted lo es.
Brillará en ese instante la navaja
y esperará a que la respiración
de su víctima llegue a su piel.
Y mate, mate, mate,
verá que el pasado ya no existe,
que el tiempo se ha detenido,
que la sed de la palabras
es ahora un canto,
un silencio.










Senara

Colección Doralice, Ed. Antonio Ubago, 1996




“(...) Vuelvo a este libro, organizado (los neoparnasianos dicen ahora estructurado”) en tres territorios: , , y . Consciente o al albur, el primero de ellos me recuerda a Baudelaire (le vert paradis des amours enfantines) y a Aleixandre. La pérdida de la inocencia y el exilio son señal de madurez dolorosa. También, aunque el voquible suena tremendo, de catarsis o expiación redentora. En cualquier caso paseamos inquietos por varios poemas de esmerada factura en los que Francisco Morales demuestra que conoce los requisitos para hacer buenos poemas (...) Y de pronto aparece el poema magnífico, el poema hecho de exceso que desborda; el poema que dice mucho más que la gramática de la que está hecho. Un poema cuyo comienzo agarra al lector y lo pasma: . No voy a cometer el error de explicar cuánta sabiduría poética hay en esos 16 versos; la nitidez lírica de este poema viene de algo que es muy difícil de alcanzar; el lenguaje poético se ha puesto aquí al servicio de lo que se está comunicando; no es ya artificio que se exhibe, sino arte que aparece convocado por la necesidad de hablar sobre un sentimiento que sólo puede ser compartido y entendido si al ritmo le corresponde la fluidez de las ideas; del yo sintiente (me miras, me hieres, me amas, mi espanto) al tú redivivo (cuando caminas, tus dedos oscurecen y asesinan). Figuras de un misterio de pasión que se ejerce de modo intemporal, en un alto paisaje de símbolos (...), acuciado por la fugacidad del tiempo en el que el poema vive, aletea....”

RODRÍGUEZ LÓPEZ-VÁZQUEZ, Alfredo (1996): “Senara” en Papel Literario de Diario Málaga-Costa del Sol, núm. 178, 24 de noviembre, p. 7.

ANTOLOGÍA DE POEMAS DE SENARA (1996)


QUÉ TIENE LA TRISTEZA cuando me miras
Cuando me hieres cuando me amas
Cuando las golondrinas del adiós me
Deshabitan y un poliédrico vacío
Sublima mi espanto
Qué tiene esa tristeza que como una
Puntiaguda rama araña las entrañas
Y al cielo escupe las hojas de la
Melancolía el oro de este encuentro
En la mar de las despedidas
Dime qué tiene entonces la tristeza
Cuando caminas y en el rastro tus
Dedos oscurecen y asesinan
Qué tiene la tristeza
Dime
Cuando me miras.







SOL Y CARNE

Fait palpiter le dieu,
Dans l´autel de la chair.
A. Rimbaud

En el altar de tu carne las volutas de la eternidad
Edifican el friso de la esperanza.
Porque esperar es sólo mecer tu desatado cuerpo
En la sombra y respirarlo con el aire y beberlo
Con el agua mientras el horizonte nos ocupa.
Esperar es creer al dios del deseo en el templo
De los ojos, del viento y la tempestad,
En la distancia que envuelve los cuerpos
En una comunión cárnica.
En el altar de tu frente los besos
Plácidamente caminan carne y sol desatados
En la cochura de los dedos, en el afán
De andar perdido en ti como se pierde
La brisa en la oscuridad.
En el altar de tus senos
Raudo desciende y obita el viento.
Palpita dios en todos los capiteles de tu piel
Y se derrama en tus besos en el río
Que fluye desde oriente a occidente
En el amplio mármol de tu catedral.
En la espera se muerden dos corazones.




PROFANADOR CARMÍN


Y tus labios volaron en el pretil de mis dedos
como un sello de olvido que deja a la memoria
prisionera y escuálida y no sabe si la finitud
se encierra como un ave negra en ese hueco
profundo y oscuro que el carmín ha dejado era
otoño y los árboles vomitaban victoriosa arrogancia
mustia esparcida por los espurios suelos restos
de un manjar yacente y tú en la lejanía depositabas
tu beso en mis abuhados dedos tan lánguidos
y lejanos como las horas o la geografía era
tan hondo el otoño que sólo labios de hojarasca
soñé en la soledad del tren como una balada
triste y ñoña pasaron tantos otoños mujer que
ya sólo me queda de tu cuerpo de tus labios
de tus senos el profanador carmín de la despedida




ALIENTO BÍFIDO


En tu aliento bífido envuelto mi cuerpo
por la arquitectura densa de los dientes
corredor de amor y muerte nave de lujuria
que en tus encías recala pertrecho de la
ardua marea asciende y desciende el soniquete
de los deseos espada altanera que a los
alveolos alcanza y presurosa recorre
la planicie roma de tu cielo lengua y aliento
y besos y eterno recorrer del día en la noche
en una cabalgata sin fin reposo en el corazón
de tu boca en la honda estancia donde sólo
lenguas construyen esperanzas y alcanzan
el cenit del buen puerto de nuevo la cercana
desolación pugna por alcanzar la comisura
pero los labios las lenguas el aliento
en una excelsa función de amor
repelen sus aristas y alejan los despojos
del deseo Asciende al fin la dicha
por las entrañas y tu larga pasión
presa de mi amor sucumbe y sólo los deseos
caminan juntos.



EL SUICIDIO DE UNOS BESOS ES LA ALEGORÍA
obscura de la muerte que nada entiende
de historias personales
El suicidio de unos besos es como un jinete
enloquecido que al corazón cabalga
y asesina que asesta saetas salvajes
que renace en las pócimas de la soledad
El suicidio de unos besos sabe de la lejanía
del mar de la escarcha de un suspiro
de los ojos pálidos de la noche
y del silencio que como un suicidio
te besa y oprime.











Veinte poemas andaluces

Ed. Cla, Bilbao, 1981.

Librería virtual donde adquirir el libro:
http://www.todocoleccion.net/veinte-poemas-andaluces-francisco-morales-lomas~x7159459


TORÉS, Alberto (2005): “Veinte poemas andaluces” en “Estudio preliminar” de Tránsito, Jaén: Instituto de Estudios Giennenses, pp. XIV-XV.


La mirada y el pensamiento, un sustantivo poderoso y un adjetivo agreste son los ingrediente fundamentales para el rito iniciático de Morales Lomas. Su primer poemario, ya desde el mismo título, lanza un guiño de ojo a la narrativa y poesía hispanoamericanas. Se respira Neruda a lo largo de los poemas, pero es que además el libro abre sus ventanas con cita de César Vallejo para cerrarse con Miguel Hernández. Con ello no sería comprometido rastrear las huellas de poetas del Siglo de Oro, del Romancero, de Rubén Darío, de Juan Ramón Jiménez y en general de aquella poesía atenta al gusto por las formas de la naturaleza. En este sentido, se acusa el predominio del color verde. Un color en una amplia graduación que llega a términos absolutos, incluso de categorización: “Todo es verde, verde negrograma”. La blancura también aparece ligada a los campos, a los espacios libres; el rojo a los papeles, a la pintura, a lo pasional encerrado en el arte; el negro aparece en contextos de tristeza, tragedia, muerte. Un crítico riguroso como Enrique Villagrasa asocia la sensación lectora con el eco plural de las palabras que Julio Cortázar dejó escritas en Rayuela [1]. Se plantea un afán nada imitativo sino que se asienta en lo real e inmediato, en la cercanía de la tierra. Con belleza y fuerza ratifica el poeta nuestras primeras consideraciones : “ Mi pensamiento cubre la mirada de sus rostros,/verde maíz, verde membrillo, verde uva,/traspasa la barrera de la tierra, esa putrefacta figura”. La tierra pues, es el tema central, aunque enlanza tangencialmente con otras realidades: “Encrucijada del cuerpo y la tierra/soltándole inhóspita a las llagas” puede leerse en el tercer poema del libro. Pero no siempre es la tierra bajo un peculiar tratamiento metafórico, sino que directamente es la historia directa del hombre : “Emigración no es paso anual de animales de un sitio a otro...”. Por este motivo, la recurrencia más eficaz para expresar y argumentar las sensaciones que mueven al poeta es la sucesión y acumulación verbal con un manejo significativo de la sinestesia, habida cuenta de que estamos hablando del primer libro de poemas de un autor con poco más de veinte años. Los ejemplos son variados pero rescato la extraordinaria carga simbólica del verso que transcribo: “La voz del nacimiento, del agua verde/atraviesa mi encéfalo”
Aquí figuran poemas largos de un versolibrismo sugerente que ahonda en un proceso metafórico e imaginístico de personificación (nadie es culpable de que el libro/sea la cultura que esculpe algunos rostros), de animalización (buscamos las ovejas tiernas, cariñosas,/como quien alcanza su cenit tardo/de las tardías otoñales), de vegetalización (no somos emigrantes, sí claveles tronchados). Por otro lado insistimos y destacamos la variada policromía del poemario que viene a reforzar esa idea en virtud de la cual, la poesía es una estrategia de nuestra propia realización, es decir, como una interpretación para reducir el desgaste de nuestra vida cotidiana, como una fórmula para dotar de sensaciones a nuestro entorno.


ANTOLOGÍA

VII

Nos arranca el sueño, no el canto
del tren o la tierra herida, el trigo limpio
de la sangre helada, narcotizada de dedos,
cortos, recortados como las mismas venas de la hoz.

No pensemos, nosotros emigrantes,
nosotros andaluces,
no superamos una rabia encendida al granito,
al yunque de la hoguera ojeada...
Sólo el tiempo como minuto de lucha desesperada
arranca al ojo lo que es de la voz,
a la luz lo que es de Lucifer.

Envuelto como una bruma persecutoria
esa pradera verde crujiente, bolo de luz,
en la incandescencia superflua de rostros.

¡Por favor, siempre rostros, rostros...!
Pero rostros resquebrajados, segados,
encendidos al día y la noche,
luciérnagas constantemente candil.

¿Los sonidos?
Sólo sonidos para la metáfora, imagen
preciosista, pero no grites con imágenes,
puros, pureza de incautos asustados.

No, no... El tren no debe pisar una sola vena helada,
se calentará teñida de vinagre,
verde, de tierra herida.

Esperar espacios abiertos no significa sucumbir,
sólo una palabra eterna para el hacha,
que sólo corta, y eso es solución...
Hacha no corta de raíz putrefacta,
los ojos hierven de sudor...



XIV


Abrazo en vendaval a la montaña inhóspita
Que creció indeleble bajo estos pies pulcros,
Soñolientos, esforzados, montañas de artículos,
Cutículas incluso en los ojos o en el pecho.

La aventura de la montaña entreabierta
Al postigo de nuestra habitación, oculta,
Mensajera: allá fueron los granizos de la piel,
La pelambrera estancia remozada en vino.

Maldito cartón que nos cubría la esclerótica,
Verde zanja de cipresales huérfanos ya
Somos, existencia de postigos descuartizados.

Mirad, mirad, ¿veis entonces una súbita
Hondonada aquí, en el cráter de mi pecho,
En la estulta sombra de mi cara, en mi sexo?

Una teja tras otra rompiéndonos un cerebro
De viña, de aguardiente para los jugos.

El monte sí, allá, sopla a las nubes
Sus añejos sitios, los arrambla, los hace sutileza,
En un sigiloso encuentro amoroso.

Nosotros entrañas, harina, miel, pisamos
El monte de la tarde, de St. Julien o St. Maximine...

No importa la existencia,
La comida, la bebida, la casa...
¡Para qué los plagios de ventanas verdes,
los acordeones al exterior!
Solo contra la boca abierta tenemos sueño,
Suculento, postura introvertida en los senos.


xx

Ese espacio devuelve al pájaro a su hábitat
instaurando un arco iris de rojo vivaz,
fuerte remembranza hacia el futuro.

El esqueleto de esa tarde puede esculpir
la carta escrita años ha con el devenir de los pasos.

Cansadas nubes esperando un maná hambriento.
Pechos desalojados de horas:
Son como un recuerdo perdido, un copretérito
de nubes verdes, fláccidas y soñolientas.

El parto del campesino es una rúbrica
de luces, un panteón enamorado en los días
de tierna lluvia, llameante corazón plateado.

Un retorno de caminos, un paso transido
pretérito, suave, cabizbajo...

La pasión de la tierra
como sombra de estrellas.
Y siempre dormimos de Béziers a Huelva.


[1] Enrique Villagrasa en su artículo “Visión poética del momento”, Diario Español, Mayo, 1986 insistía en que F. Morales Lomas “dibuja como nadie el sentir temporero”. El propio poeta asegura que es “una introspección en la conciencia del ser extrañado bajo el paisaje mercenario de la vendimia”.













Basura del Corazón

Ed. Rondas




TORÉS, Alberto (2005): “Basura del corazón” en “Estudio preliminar” de Tránsito, Jaén: Instituto de Estudios Giennenses, pp. XV-XVII.

Una inspiración elegante, luminosa, argumentada que responde con personalísimos atisbos de originalidad al impacto de la ciudad. Un poemario con una fuerte carga conceptual que se manifiesta en un lenguaje cuidado, minucioso mas desobediente.
Aquí el poema no es sólo lo que reside en el mismo texto sino las ideas que anida y con las que se carga el poema. De ahí la extrañada importancia que adquiere la disposición diegética. Los paréntesis son protagonistas de un recorrido que sin perder esencia va buscando las claves del hecho cotidiano.
Este segundo poemario es una óptica radical donde la contradicción logra espléndidos resultados. Subraya el poeta un apuntalamiento ético que asigna promesa y realización históricas:
Me he rajado todo el corazón
en busca de la piedra que aniquile
el último escalón de vidamuerte...



Pertenece al poema “Suicidio”. Del texto “Suculento camino” también entresacamos:

Sobran los versos
para la Eternidad
del solo, del número, de la plusvalía.
Para hacer el camino
sobran guerras, espantos, ladrillos.

Paralelamente atendería a los aportes de Claude Le Bigot [1].
El poemario, con todo, se vuelve hacia el interior, y ese gesto transforma la composición en un recuento sensible que no en una disposición vociferante. Si, la poesía de la experiencia -por citar, una tendencia todavía en activo y relevante dentro de nuestro panorama poético de inmediato- propuso la abolición de la modernidad, solicitando un lenguaje comprensible, rechazando el aspecto circunstancial de las vanguardias así como de la experimentación, en el caso de Morales Lomas, la modernidad y la experimentación son precisamente sus dos mejores bazas, aunque comparte ese reclamo de realismo sustancial, esa experiencia socialmente armonizada para liberar el discurso poético de todo artificio. Puede percibirse con toda nitidez en el poema “Sabrás todo”:

He de contar, facsímil,
el tremoleo de la rata
en la alcantarilla.
Hacia abajo,
en la espeleología
de la razón humana.

Conviene recordar que, por otro lado, F. Morales Lomas cursó sus estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Granada y que se impregnó del mismo ambiente que entonces se respiraba. En cierta medida, por afinidad pero por cercanía, no estuvo ni alejado ni reacio a las tesis de “la nueva sentimentalidad”, compartiendo aulas, materias, lecturas y profesores tan cruciales en esta materia como Juan Carlos Rodríguez. Sólo el hecho de haberse trasladado a Barcelona refuerza el camino de la experimentación particular. En este poemario se manejan extremos: la experiencia cotidiana pero también el existencialismo onírico, el imperativo cultista y la propuesta contemporánea de la intimidad que ha de conocer variaciones discursivas. Son entonces unas sucesivas puestas en escena de juegos de contrarios, espejos, reflejos, guiños vanguardistas.
Transversalmente emergen una serie de diálogos e interrogantes que el poeta dispone a lo largo de todo el libro porque está declarando que el elemento azaroso no sólo es prescindible sino ajeno a la propia invención literaria. Morales Lomas, en esta segunda entrega, ya plantea la necesidad de reivindicar la memoria, la pertinencia de acudir a la historia para enriquecer en conciencia al mismo poema.



ANTOLOGÍA POËTICA

CUERPO CALINO

La escuadra del Odio habitó
en maridaje perfecto
con el hombre concreto,
desprendió la cal de sus venas
hacia el suelo cual vertebrado opaco,
asiento de lo putrefacto.

Y la voz se hizo eco
mugido
de profundas resonancias...

Se quebró la luz
de su cuerpo
proyectando en la pared del edificio
un tierno cordón de Muerte.

El Odio se aventuró una vez más.

Explotó, sancionó, arrojó
mil haces en plurales direcciones
siempre con la misma intensidad y sinestesia.

El hombre, que ya había perdido
el sigilo de lo cotidiano,
se abrazó al día besando
con eros cada minuto justificado.

Haces felinos enfilaron
la línea horizontal
siendo ya deshecho de luz.

Al llegar de nuevo el rayo todo ha sido inútil.




PEINE DE PLOMO


Cuando Juan‑calle se convierte en un mundo
de hombres adocenados,
dejo pasar la última sonrisa entre sus dedos
que se escapan de entendimiento amoroso.

Cuando Juan‑calle se tiñe el pelo de noche
y espera que el cartón con los últimos
rayos de la sensibilidad le apriete la yugular.

Cuando atado al pasaporte de nuestra
existencia retrato la opacidad hacia el futuro,
como fustigado amante.

Cuando me abanico el escozor del cerebro
con un peine de plomo entreabriéndome
a la sílfide ocasión de la nada.

Entonces.
Cuando tantos cuandos se busquen
en el tiempo para grabar mi historia,
romperé al hombre en cien amapolas.

Cuando mis venas respiren la gasolina
de la noche como el que come santos
de esperanza.

Cuando se sienta el camino
entre mi cemento plateado.
Cuando sea un futuro
que no me coma en la derrota del farol de turno...
Cuando la vida sea la boquilla encendida...
Cuando me encuentres dormido.
Cuando...
Cuando, ah la vida...

Justo entonces podremos mirar sin asombro
a un niño que juega.


ALBORADA


Ha rugido tantas veces,
Madre,
Brotada desde el asfalto,
Nuestros pañales
Eran crin de terciopelo,
Los lagos de sangre...
Y tú inquirías la epidermis
De la Muerte, como el que cuenta
Érase una vez...

Ha bramado la Epidemia
En los libros, púberes
De tanta violencia
Cuando se arrastraban
Durante horas y horas
Llevando por compañero al silencio...

La Epidemia lo ha seguido,
Una y otra vez,
Rozando ladrillos y leucocitos,
La abrazaba dulcemente
Llamándole amor.

Ha increpado a guardias
De blanco,
Anunciados (todos) del mismo color,
Con niños breves en sus brazos,
Igualmente viejos.

El aire ha mugido denso y opaco:
Sílabas tónicas,
Rabias,
Terremotos,
Percances,
Odios,
Límites,
Verbos...
Y ha gritado a los óbitos,
Con los brazos cosidos
De niños débiles y cenicientos.

La sangre ha vuelto a brotar
Del asfalto,
Limando la geología
Y los valles, como un volcán
De pájaros...

Todo ha sucumbido todo
Incluso las ratas se han devorado
Unas a otras,
Otras a unas,
Y han sido carne de sangre,
Carne de Alborada.

[1] C. Le Bigot en su artículo, “La poésie de l´expérience”, Europe, Abril, 2000, afirma : “La poésie est donc connaissance de soi et connaissance du monde, reconnaissance de soi par rapport au monde, c´est-à-dire invention d´une identité. Elle exprime toujours les liens dialectiques ou conflictuels entre soi et le monde ; cette position doit être distinguée de la projection d´un désir sur une réalité vulgaire ou insatisfaisante. La concepción de la poesía como vía de conocimiento está muy presente en F. Morales Lomas.





Noche oscura del cuerpo

Ayuntamiento de Málaga, Col. Ancha del Carmen









AMOR EN ALTA MAR




Carlos Benítez Villodres




http://www.carlosbenitezvillodres.es/paginas/criticas_literarias/012_noche_oscura_del_cuerpo_franicsco_morales_llamas.htm



“Noche oscura del cuerpo” es un poemario excelente que su autor dedica “A la mujer, única, plena, constante”. La lectura de esta obra deleitará tanto al hombre como a la mujer, ya que ambos seres, además de complementarse, de formar un todo, son la fuente inagotable de la vida, del amor, de la alegría, del placer, de la entrega generosa… Amar a una mujer que cada día se afana en ser más mujer es el tesoro más valioso que un hombre puede encontrar en la vida, por consiguiente “mostradme al hombre que diga algo contra las mujeres como tales mujeres, manifiesta Dickens, y declararé solemnemente que no es hombre”. Desde que el tiempo es tiempo, los poetas han escrito y hablado del amor. Ciertamente este libro es un bellísimo canto a la mujer y al amor.. Un canto a la vida con una potencia lírica sorprendente, repleto de imágenes perfectamente formadas; de una musicalidad que seduce, que impresiona; de un lenguaje diferente, mágico, en el que predomina la luz y la estética y la profundidad dotadas de una capacidad productora de efectos vitales para el ser humano.
La poética del profesor Morales Lomas se identifica plenamente, según mi criterio, con la de Octavio Paz. Los temas predilectos del autor de “¡No pasarán!” (el ser humano, el amor, la vida, la soledad y la muerte) se vierten en una expresión luminosa, vibrante, de gran riqueza indagatoria y renovadora. Cuando al poeta mexicano, galardonado con los premios Cervantes (1981) y Nobel de Literatura (1990), un periodista le preguntó: “¿Qué pretende el poeta cuando expresa su experiencia?”, contestó sin titubeos ni opacidades: “La poesía ha dicho Rimbaud, quiere cambiar la vida. No piensa embellecerla como piensan los estetas y los literatos, ni hacerla más justa o buena, como sueñan los moralistas. Mediante la palabra, mediante la expresión de su experiencia, procura hacer sagrado al mundo; con la palabra consagra la experiencia de los hombres y las relaciones entre el hombre y el mundo, entre el hombre y la mujer, entre el hombre y su propia conciencia. No pretende hermosear, santificar o idealizar lo que toca, sino volverlo sagrado. Por eso no es moral o inmoral; justa o injusta; falsa o verdadera, hermosa o fea. Es simplemente poesía de soledad o de comunión. Porque la poesía que es un testimonio del éxtasis, del amor dichoso, también lo es de la desesperación. Y tanto como un ruego puede ser una blasfemia”.
Morales Lomas funda su credo poético a partir de sus inagotables manantiales anímicos que enriquecen sus campos de sentimientos, de valores, de experiencias… en ávido contacto con sus congéneres, con la naturaleza y con la presencia de las cosas, que expresa en su relación con su propia intimidad. Por ello, la poesía del poeta jienense, afincado en Málaga, se despliega en amplios modelos formales de tejido comunicativo, los cuales avanzan rápidamente hacia el lector y con el tiempo en distintos procesos de creación muy positivos. Ciertamente en “La noche oscura del cuerpo”, su autor mantiene la disciplina que exige el seguir una serie de ideas, en perfecta comunión, hasta la finalización de la obra, forjando y conduciendo cada uno de estos ingenios hasta el límite deseado, pero sin dar ninguno de ellos por cerrado.
Para el poeta Morales Lomas el amor es el sentimiento intenso del ser humano más sublime. Cualquier persona es insuficiente por naturaleza. Por ello, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser que naturalmente la atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, la completa, alegra y da energía para vivir en plenitud. De estas palabras se deduce que “el amor, expresa Charles Baudelaire, es la necesidad de salir de uno mismo”.
El amor es el alma de la creación y la sensación más maravillosa que puede apoderarse de nuestros sentidos; es poder y es también magia. Mil y un epítetos no han podido describirlo con justicia, a pesar de ser reconocido como el sentimiento más noble que el ser humano puede atesorar. Se vive por amor, se muere por amor, y hasta se mata por amor. “No existe nada más allá del amor, / Ni el vacío del infinito, / Ni la soledad compartida, / Ni los secretos ardientes. / La mujer es entonces / un carbón de sangre, / un nacimiento de pinos y espesuras / yacijas que retienen por un momento / la claridad del universo. / Sólo el sonido de la piedra / Puede apagar tanto amor, / Pero el agua callada nos va meciendo / mientras el infinito nos conduce”. // (Del poema “Más allá del amor”, p. 25).
Al hurgar en el poema - que, precisamente, da título a la obra - hasta su fondo más hondo, sentí palpitar en mí el corazón de su creador. En él el poeta nos lleva desde la soledad, desde la añoranza, por el camino del deseo y la imaginación siempre vivificantes, hasta la esperanza de quien busca lo que ansía poseer. (“Había un bosque olvidado en las sábanas. / Solo en medio de la sobria nostalgia / que produce el olvido. / (…) Y me llegó la aulaga de su luz / Como un aullido de frutas maduras, / El despertar de su rostro de azúcar, / (…) Supe del negro rostro de la vida, / De la savia de sus campos en flor, / De la música suave, / De sus címbanos que al cielo imitan. / Dormir quise en sus anchas / radas protegidas por el fanal / del cuerpo y los encajes de la espuma, / (…) Paciente buscador / Del tesoro que custodian tus piernas”. // (pp. 54 y 55).
Poetas y escritores y artistas…han hecho al amor protagonista de sus obras. Amores clásicos han sido los de Paris y Helena (por cuya belleza se luchó durante 10 años la guerra de Troya, cantada por Homero); el de Marco Antonio y Cleopatra (cuya pasión truncó el imperio romano) o el de Romeo y Julieta, los célebres personajes de la tragedia de Shakespeare. Romeo y Julieta continuarán encarnándose en cualquier lugar del mundo, en cualquier condición, sin importar la edad o el color. Porque la necesidad de amar es más fuerte que cualquier obstáculo. Otros autores, como Omar Khayam, C. P. Cavafy, Federico García Lorca o Pablo Neruda han entendido que el amor es lo único que prevalece ante la trivialidad de la vida. Lo cantaron cuando lo tuvieron, y lo lloraron cuando lo perdieron. “A este lado del corazón amanece / Y el mar todavía nos une. / (…) Tus brazos me acogen / Como el aliento de un recién nacido. / Y soy el pebetero que recoge el vino / De tus labios, el río de tu interior. / (…) Velo la noche, / Nocturno el aliento, / Me rinden tu jardín en penumbra / Y el aroma que despliega”. // (Del poema “Mar adentro”, pp. 118 y 119).
“Noche oscura del cuerpo” forma un todo compacto, indiviso, porque el tema tratado así lo requiere y por el hilo conductor que une a la perfección los 74 poemas que componen la obra. De estos 74 poemas, 36 son monoestróficos y 38 poliestróficos (las estrofas heterométricas predominan, con un elevado porcentaje, sobre las isométricas). El léxico que usa el profesor Morales Lomas es de una riqueza abrumadora. En las distintas estrofas de los poemas poliestróficos, abundan, con creces, los versos blancos libres sobre los blancos sueltos. Lo mismo sucede en los poemas monoestróficos. En cuanto a la métrica, tanto en unos como en otros, prevalecen los versos simples de arte mayor - fundamentalmente los endecasílabos -, sobre los de arte menor - imperan los heptasílabos -, y sobre los de más de 14 sílabas.
Para no extenderme más en este comentario-crítico sobre el libro “Noche oscura del cuerpo”, referiré que el poeta Morales Lomas emplea, con la sapiencia lingüística y literaria que lo caracteriza, abundantes recursos expresivos, sobresaliendo los encuadrados en el plano léxico-semántico, y los del morfosintáctico sobre los fónicos. “Este amor de nosotros / lo queremos risueño, / como ventana abierta que despide / lo efímero y divino conjugado”. // (Del poema “Este amor de nosotros”, p. 145).
Francisco Morales Lomas, Campillo de Arenas (Jaén), 1957. Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista, columnista y crítico literario. Doctor en Filología Hispánica. Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras. Profesor de la Universidad de Málaga y catedrático de Lengua y Literatura Españolas. Especialista en la lírica de Valle-Inclán. Ha realizado también estudios de francés en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha ejercido su actividad docente en universidades de Granada, Barcelona y Polonia. Es presidente de la Asociación Andaluza de Críticos Literarios.
En poesía ha publicado más de una docena de libros. Ha sido traducido al francés y al polaco. Como novelista, dramaturgo y ensayista tiene también en su haber bibliográfico varias obras.
Desde hace años ejerce el periodismo, y sus artículos han visto la luz en diversos medios de comunicación: Diario Sol de Málaga, Diario 16 de Málaga, La Gaceta de Málaga, Diario Sur…, colaborando actualmente como columnista fijo en el Diario Málaga y como crítico literario en el Suplemento Cultural Digital (“Papel Literario”), siendo miembro de su equipo de redacción. También escribe en periódicos y revistas especializadas sobre crítica literaria, narrativa, teatro, lírica actual… Es miembro de la Asociación Colegial de Escritores, del Consejo de Redacción de la Revista Canente, de C.E.D.R.O., Asesor del Centro de Estudios Andaluces de Málaga.
Está en posesión del Premio de Teatro Doña Mencía de Salcedo (2003), del Premio de Periodismo “Censos 2001” del Ministerio de Economía y Hacienda, del Premio de Investigación Joaquín Guichot, otorgado por la Junta de Andalucía. Fue Finalista de los Premios Nacional de la Crítica (1998), (1999), (2002) y del Premio Andalucía de la Crítica (1998).

POEMAS DE NOCHE OSCURA DEL CUERPO


EL AZAR DE LO ETERNO



Surge de pronto una alegría
Alta, un extenso celaje
De carne y ojos que me miran.
En medio del camino
Oigo venir al amor
Como un pálpito,
Como un abrazo,
El suave roce de la llama.
Desde la vida sube,
Desde una tarde de vacaciones
Y miradas que se cruzan.
Sólo entonces conozco
El ruido del planeta
Y su algarabía.
La siento como un triunfo.
El azar de lo eterno.
La respuesta de la luz.
Un abril de jardines.
Mía y única,
Recién hallada y nueva,
El agua que eleva mi alma.


HUELLAS DE TEMPORAL


Huellas va dejando el temporal
A la altura de tu pubis,
Linfas del arroyo en que me he convertido,
Dedos que son como incendios
Que crepitan en la llama del deseo,
Remos que se clavan en la mar de tu piel,
Río de sangre que se incendia y vuela.

Huellas va dejando el temporal
Y labios perfumados a la búsqueda
De ese pecho tuyo que es el refugio
Del amor más rutilante.
Queridos labios que sois la mano
De mis sentimientos,
Sangrientos y humanos en mi vientre,
Surtidores que lloran de placer,
Quién puede olvidar vuestro maná,
El rumor placentero que va surcando
los arrecifes de mis rodillas.
Huellas va dejando el temporal
En el pubis donde ahora brota la hierba,
Se desmayan tronchados mis labios y tus labios
En la fugacidad de nuestras carnes
Y presos de las venas sucumben
sedientos de agua enamorada.


NOCHE OSCURA DEL CUERPO


Había un cielo olvidado en las sábanas.
Sólo en medio de la sobria nostalgia
que produce el olvido.
Eterna ausencia que se desvanece,
Gruta de vientos y mareas huecas,
Soplo de la noche oscura del cuerpo,
Jardín secreto poblado de plantas,
Cuna de las huellas de la pasión.

Y me llegó la aulaga de su luz
Como un aullido de frutas maduras,
El despertar de su rostro de azúcar,
El abismo de sus acantilados
De seda y algas marinas.

Supe del negro rostro de la vida,
De la savia de sus campos en flor,
De la música suave,
De sus címbanos que al cielo imitan.

Dormir quise en sus anchas
Radas protegidas por el fanal
Del cuerpo y los encajes de la espuma,
Contumaz barquero que se alimenta
De sabrosas sedas humedecidas,
Paciente buscador
Del tesoro que custodian tus piernas.












HISTORIA DE LA PIEL


Ahora sientes cómo la vida
Se va haciendo espesa
Entre las cuatro paredes
Que sólo conocen el goce de ti.

Y es un misterio que nuestros cuerpos
obsesos se beban uno a otro
Como si se alimentaran de la eternidad.

Sólo dos cuerpos que comparten
La soledad de la primavera,
Una soledad que nos va ocupando
Como en aquel cuento de Cortázar.

Cuerpos que despiden el olor
De los almendros, que desde la ventana
Nos dicen que nuestro amor
También puede ser una espesura
De lebreles que se cazan uno a otro
E intentan olvidar la noche que los conmina.

Imagínate tú y yo hablándonos con los dedos,
Bebiendo en pequeños sorbos nuestros ojos,
Que sólo ven el resplandor de la aurora.

Revolcados en el césped de las sábanas
Parecemos dos dioses tendidos al sol
De nuestras caricias, dos furtivos
Que leen un libro antiguo, el libro
De las pieles, el libro de los labios
Que invocan la servidumbre de amar.

Te llevaré a la cama,
Como el que persigue el mar
Desde la ribera y en él deposita las reliquias
Que le ha dado la vida.

Y debe ser como tú,
Un cuerpo desnudo que zozobra,
Que jadea, que suda el amor por cada gozne.
Debe ser la vida tu sexo abierto
Y caliente, la fragua de tu tiempo,
El peso de los enigmas que te ocupan,
El deseo de encontrar la felicidad
Entre historias proscritas.

Pocas cosas hay tan profundas
Como el vértigo de tus labios
O los aullidos de tu pubis
Que suben al cielo en grandes oleadas.

Dulces piernas,
Rituales piernas que me ayudan
A encontrar la lujuria,
Esa prolongación del sueño de estar vivos.

Hoy he venido a tu ciudad,
A tus avenidas de árboles frutales,
A tus remansos, a tus jardines
Primaverales y me siento agua serena,
Cubierta de pinares y de caricias.







AMOR UDRÍ


Estoy condenado a ser Urwa ibn Hizam al-´Udri
Y quemar mi vida detrás del perfume que dejas
Cuando pasas. Perdido en el deseo como una maraña
Que se apodera de mi vida.
Condenado a mirar el cielo por si coincidiera contigo.
Avergonzado de acercarme a hurtadillas hacia ti,
bebiéndome tu boca en la soledad de un cuarto
Cubierto de libros y la aureola de un amor
Que nunca olvidaremos.
Dime por qué te siento tan lejos,
Como agua turbia que va hurtando
El éxtasis de una tarde que no acaba nunca.
Ojalá supiese aspirar la semilla de tus labios,
Ojalá tu saliva fuera el barco que nos transportara
A los parajes donde compartiéramos el paraíso.
Pero mi corazón es un tiovivo que te rodea,
Una madeja ahoga este corazón débil.
Me veo muriendo, derramado tu silencio.
Mejor es morir de silencios que de palabras,
En la esquina de un cuarto oscuro olvidado,
Igual que las sombras del Erebo.
Mi mundo es una mujer
Que espesa la noche y me ofrece sus encinas,
Su corazón abierto y despejado
Que estrangulo a cada instante.
Pobre Urwa ibn Hizam al-´Udri,
Condenado al murmullo de unas medias
Que van bajando sinuosamente,
Al olor a almendros de un pubis
Que se desvanece en la aurora,
Al brillo de un paisaje que no puede
Beberlo sin que el alma se conmueva.
Hoy vivo en tu garganta,
En el ruido de tus labios,
En el zumo de tus amaneceres,
En el incendio de tus manos.
Amor, tu nombre está todavía sin crear,
Es como una eterna espera que va naciendo,
El caudal de la sangre y la simiente,
El soplo primigenio de Dios.



































Tránsito

Diputación de Jaén



Tránsito de Francisco Morales Lomas
José García Pérez
http://www.papel-literario.com/PL154%5Cpg15401.htm

Este Tránsito, título que Francisco Morales Lomas (Presidente de la Asociación de Críticos Literarios de Andalucía) ha elegido para la Antología (1981-2005) que ha publicado el Instituto de Estudios Gienenses, es un libro total que recoge la obra literaria, asombrosamente abundante en calidad y extensión, de este escritor, poeta, crítico literario y ensayista, que tiende a situarse entre los primeros escritores a nivel nacional.
En él se encuentran recogidas muestras perfectamente seleccionadas de sus obras Veinte poemas andaluces ( 1981), Basura del corazón (1985), Azalea (1991), Senara ( 1996), Aniversario de la palabra (1998), Tentación del aire (1999), Balada de Motlawa (2001), Salumbre ( 2002), La isla de los reacios (2002) Soneto (2001), y su último libro Eternidad sin nombre.
De Tentación del aire recojo un fragmento de su poema “Mis manos ya están lejos”:

Mis manos ya están lejos
en otra orilla, en otro río.
olvidaron la caricia
que la memoria dejó
como un ciempiés
que escapa de los lamentos…

Toda la capacidad de fingimiento del poeta Morales Lomas alcanza su máxima expresión en estos versos de celebración nostálgica que expresa con suprema maestría, ya que a partir de esa huida que manifiesta con la metáfora del ciempiés estará en toda su obra: la intuición de una memoria presente y el rigor de una palabra que late en las entrañas de su conciencia.
Tiempo, amor, desolación, junto a una capacidad para que la descripción se convierta en protagonista va a ser el denominador común de sus obra, que con un realismo social se van a convertir en la vértebra, sostén, de toda tesis poética que abarca sentimientos y pensamientos.
Así en Balada de Motlawa Morales Lomas tiene la capacidad de jugar con el lector en la lúdica, incandescente y libre interpretación del receptor del poemario que, en un momento dado, ignora si lo contemplado por el autor es la magnificencia del río Motlawa o el crucero memorístico de su memoria mecida por los versos:

…Aunque no te conozco,
sé que eres abril
y las flores que te crecen
alrededor como un vergel
son el alimento que hoy me entregas.
Deja que el viento de tus ojos
conmueva mi cuerpo y la transparencia
del día ilumine esta claridad
que hoy nos inunda,
mientras el Motlawa construye
velas y se duermen las olas.

Reconozco mi ignorancia, lo que supone una virtud, en todo lo relativo a la letra oculta de la estructura poética. Soy de aquellos que, como Alfonso Canales, afirman que “la poesía gusta o no”, pero mi poca preparación debee dejar paso a lo que el experto Alberto Torés, en su riguroso prólogo, afirma de la poética de Morales Lomas: “La obra poética de Morales Lomas se impregna entonces de un vitalismo meditado que no deja paso a ningún universo fantamasgórico. En cambio, si existe un recorrido simbólico que incluye entre sus elementos compositivos, la constatación objetiva que a veces se toma el distanciamiento para traducir la amplitud de la desilusión”.
Debe ser esa tesis del profesor Torés, no lo sé, pero es casi seguro que toda esa definición sobre parte de su obra es la que hace que Morales Lomas en el poema Un cántaro de brasas” le haga exclamar entre llamas de nostalgia:

¡Mamá!, te llamaba, y eras agua abierta,
la sensación de un cántaro en los labios,
agua que retorna a su quebrada luminosa
como las golondrinas regresan al verano.

Mamá en el fuego rojo del invierno
acunando las brasas de un futuro
de alpargatas y letanías frágiles,
atenta al desfile de la quimera.

Pero la vida era sucia y ordenada,
de fogatas interiores y abrazos de esparto,
generales que hacen ronda a la noche.
Descosidos y cautivos, no obstante
nos arropaban sus brazos de viento.
Mamá con la alcuza de su vasija
llenando soles en la fuente de la glorieta,
más rescoldos, más cuajada de hogazas…

Toda la poesía de Morales Lomas es un conjunto de voces que dan como resultado que la suya brote con luz propia. Es la palabra con mayúsculas la que se esconde y no, la que brilla y constata la adversidad, la que conjuga realismo con utopía, amor con desamor.
Su poesía es la capacidad de describir su mundo con sus ficciones y fingimientos, pero especialmente con la verdad de su sentimiento. A veces, en un guiño al clasicismo, nos introduce en la mitología, pero las más sus versos nos van a describir, por supuesto que líricamente, lo que es el denominador común del pueblo, de la mayoría y de la minoría, del lector y del que oye, como un eco, que sus temas, sus problemas, son los temas y los problemas del poeta.
Morales Lomas traduce la grandeza del pueblo, también sus miserias, y acude con su saber decir con la palabra escrita a todo aquél que se encuentra en una situación límite a fin de que sus versos se conviertan en brisas de aliento:

…Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los almendros,
enseñarte que la luna ama la sangre,
que somos una playa creciendo,
un inmenso rayo en la soledad de mundo.

Imposible para mí abarcar su estallido lírico y, por desgracia, casi imposible para usted, querido lector, hacerse con Tránsito, tal vez aniquilado en los anaqueles de las instituciones.

Un lujo poder contar con su presencia, la de Tránsito, en esta tediosa vida que se apaga. O no.

ENLACES A ALGUNAS PÁGINAS CON POEMAS DE MORALES LOMAS
http://sindromepoesia2.blogspot.com/2008/03/francisco-morales-lomas.html

La creación literaria y el escritor

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El creador de libros, pintura de José Boyano