miércoles, 12 de diciembre de 2012

PALABRAS INSENSATAS QUE TÚ COMPRENDERÁS DE SALVADOR COMPÁN POR F. MORALES LOMAS








       Salvador Compán es, junto con su paisano ubetense Antonio Muñoz Molina, uno de los escritores más serios y rigurosos del panorama actual. Con su última novela, Palabras insensatas que tú comprenderás (Editorial Almuzara, Córdoba, 2012) se adentra en una intriga de personalidades desdobladas, en una intriga sentimental a varias voces con la que consigue profundizar en el alma humana, sus contradicciones, sus desafíos, sus podredumbres, su irrelevancia y su poder de destrucción a la vez que aspira a dirimir los tenues límites existentes entre la ficción y la vida. Y como dirá un de sus personajes: “No un simple libro donde se fundan dos biografías, sino algo que refleje la resistencia de las mujeres para superar la presión ajena y la de sus propias trampas sentimentales” (p. 212). No es un simple libro sino una novela compleja con muchas hendiduras y mucha profundidad. Pero sobre todo es una novela sobre el doble –temática tan habitual en escritores como Justo Navarro o Vila Matas-, sus matices, sus recovecos, sus construcciones y deconstrucciones,  sus alambiques y sus laberintos en la que el artificio literario, el juego de la literatura y la vida, el juego de la vida imitando a la literatura y viceversa toman el camino de la construcción, el juego de la verdad y la impostura… en una novela muy bien estructurada, ágil, con un ritmo que permite (a pesar de la temática tendente al solipsismo, la evanescencia y la meditación incierta) continuar con soltura y profundidad sus comedidas reflexiones y sus adecuados ritmos. Es uno de los elementos que enseguida aceptamos como determinantes del proceso narrativo solvente.
         La intriga se inicia a partir del momento en que el escritor norteamericano y profesor de escritura creativa Scott Cover está en la costa granadina preparando su tercera novela y a punto de iniciar unos cursos en Alabama sobre escritura creativa. Asiste a una escena en la que Luisa Lasarte (la otra gran protagonista de la novela) sufre una agresión de un hombre en su presencia y deja sin pagar la consumición que abona Scott. Después sabremos que Scott Cover tiene asuntos pendientes en EE.UU. donde una alumna lo ha acusado de violación y pesa sobre él una posible condena de cuatro años de cárcel.
        Poco a poco van surgiendo los personajes Andrés Salgado (amigo de Cover, licenciado en arte y biblioteconomía), Manuela Blanco (su mujer), Santiago Díaz-Rey (poeta con cierto reconocimiento y marido de Luisa Lasarte) y otros personajes que proceden directamente de la literatura, de los libros de Antonina Rodrigo, como María de la O Lejárraga, mujer del dramaturgo G. Martínez Sierra (mujer “a oscuras”,  podríamos decir) y autora de sus obras dramáticas, como Canción de cuna…; feminista y sumisa, miembro del PSOE y activista en la defensa de los derechos de la mujer, que acabará convertida en el doble de Luisa Lasarte.
          Se produce de este modo una fusión de la literatura (el personaje María Lejárraga) con la vida (Luisa Lasarte) en una disposición duradera y precisa en la que vemos los vasos comunicantes que actúan entre ambas sin solución de continuidad. Todo ello conduce en determinados momentos por una línea narrativa que ha sido practicada con frecuencia en su obra: la metaliteratura. Emplear la literatura como pretexto para reflexionar sobre ella pertenece al ideario novelesco de Salvador Compán en otras obras anteriores.            
        En el primer capítulo está casi todo planteado (falta la figura de Pedro Castilla) y son, pues, varias las vías de intriga con las que se van construyendo los materiales narrativos:
1. La historia personal de Cover en EE.UU. (su acusación de violación y su trabajo en su país) y en España. A medida que avanza la obra la relación con Luisa Lasarte será cada vez más profunda y de acabará convertido en su biógrafo y reconstructor de su historia personal.
2. La historia de Luisa Lasarte: un personaje complejo y apasionante en el que confluyen además de su propio mundo interior, la imagen de María Lejárraga, que adquiere la referencia inmediata en la que anclar su vida. Pero a la vez su multiplicidad de perspectivas en su relación con su marido Díaz-Rey, Andrés Salgado, Scott Cover y Pedro Castilla.
3. La historia de María Lejárraga que corre paralela a la de Lasarte creándose así una dualidad: María Lejárraga/ Martínez Sierra y Luisa Lasarte/Díaz-Rey.
4. El tetrágono formado por Cover, Lasarte, Pedro Castilla y Díaz-Rey.
       A lo largo de los siguientes capítulos las heterogéneas historias que configuran esta obra adoptarán toda la urdimbre anunciada trasladándonos el autor ubetense de una a otra sin solución de continuidad, singladura que nos permite hablar de vivacidad narrativa y riqueza imaginaria. Todo ello conformado con diversos puntos de vista: la narración en cursiva, donde se presentan los acontecimientos en primera persona relatados por alguno de los personajes;  y en redondita, donde se adopta la tercera persona del narrador omnisciente. Lo que puede conducir también, sensu contrario, según algunas percepciones, a una intriga volátil en la que el lector, como una mariposa en el bosque de la narración, de pronto se halla en una u otra situación, en una u otra relación, en uno y otro personaje con tenues filamentos entre unos y otros.
        La novela aspira a la reconstrucción de los acontecimientos. Algo también habitual en la narrativa de Compán, como sucedía en Cuaderno de viaje y Un trozo de jardín.

SALVADOR COMPÁN Y F. MORALES LOMAS

        Hay un intento de suicidio de Luisa Lasarte que es salvada por Andrés Salgado y otros buzos. Lo que conlleva una primera introspección en este vínculo que le permite a Andrés Salgado definirla a ella como “un escenario” (p. 77). Sabemos que su marido es el que figura como poeta oficial pero todo es una impostura porque es ella quien realmente escribe los poemas de Díaz-Rey: algo que su marido lleva a cabo inicialmente sin consentimiento y llegado el caso siente sed de venganza cuando descubre su traición y el plagio: “Acaba de leerse a sí misma, a quien ella era hace unos años, en el volumen firmado por Díaz-Rey (…) De los sesenta y ocho poemas de los que consta el libro, solo ocho son ajenos a Luisa” (p. 117). Una situación que le lleva a decir a Cover: “Una violación más profunda, mucho más extensa que la sexual” (p. 121). Precisamente en la dedicatoria de ese libro a Luisa figura el título de esta novela recreando unos versos de Jacques Brel: “A Luisa Lasarte, para quien sigo inventando palabras insensatas que solo ella puede comprender”. El paradigma de Luisa Lasarte es el mismo de Lajárraga: ambas son víctimas de sus esposos, ambas son anuladas, ambas luchan por conseguir sus derechos… que llegado el caso debe ser entendido también como una lucha por los derechos de la mujer en una sociedad plenamente machista.
       Cover (biógrafo oficial de Lasarte) acaba entrando progresivamente en su vida a través de los diarios a los que tiene acceso y va tratando de desentrañarnos ese misterio que existe en torno a ella y la extraña dependencia del marido cuya vida sólo tiene sentido gracias a ella. Y a medida que Lasarte (aparentemente débil al inicio) va ganando consistencia y haciéndose fuerte, su marido adquiere un perfil de absoluta fragilidad inundado por el temor a ser descubierto socialmente en el engaño.
          En esos develamientos y en la investigación que esto conlleva Scott Cover va organizando el dialogismo silencioso de Lejárraga/Lasarte como consecuencia de los estudios que Luisa Lasarte hace de Lejárraga, su espíritu feminista, la maternidad frustrada, las infidelidades de Díaz-Rey al mismo tiempo que las infidelidades de Martínez Sierra. Toda una correspondencia de situaciones que van organizando esta nueva singladura de vasos comunicantes. En determinados momentos percibimos que puede existir cierta reiteración en situaciones o en ámbitos psicológicos que habían quedado limitados y pueden resultar prescindibles. Pero quizá lo ha creído oportuno para dar más profundidad a ese dialogismo en la oscuridad novelesca.
       De pronto surge un personaje que jugará un papel importante hacia el final de la novela, Pedro Castilla, un ser anodino y prosaico: “Administrativo, viudo y con poco más patrimonio que una cultura de lo trivial y una ligera cojera”. Una persona extraña  en su normalidad que padece una enfermedad concretada en un dolor de cabeza permanente difícil de combatir con analgésicos, una persona desequilibrada. Entre ambos comienza a establecerse una historia sentimental en el que ella verá la persona adecuada para encajar esos días, un semental en el que brilla la nobleza de corazón. Dirá Luisa Lasarte: “Me gusto sentirme nueva, con la lengua suelta, un poco puta, mientras le decía, «te estoy hablando de un polvo, no de una boda»” (p. 156).
         La visión personal de Pedro Castilla nos llegará a partir del Capítulo III cuando en cursiva explique su visión sobre la realidad y su propia perspectiva narrativa sobre quién es Luisa Lasarte. Lo que nos permite configurar un personaje rico en matices y profundo, del que no nos percatamos con precisión hasta el final porque todo en él está lleno de sorpresas: “Quién soy yo, qué  especie de cáncer hay en mi sangre que la paraliza, qué es cosa tan superior a mí que me ha tapado la boca y ha hecho que se encoja el cuerpo hasta hacerlo más débil, mucho más chico, de lo que es”. Más adelante la violencia ejercida por su marido contra él y contra ella abocará al intento de suicidio.
       Luisa Lasarte es también una mujer acosada. Se sabe no solo víctima del marido de quien es consciente que su actuación podría conducir a su muerte, una situación sórdida de la que Scott Cover piensa que es difícil escapar. Intenta que Díaz-Rey le dé información sobre el libro que está preparando y del que él forma parte como un actor más. Un personaje que también está encajonado en su violencia vital en ese afán de querer que lo quieran, de querer inventar incluso a quienes lo quisieron. También sabremos más adelante que Luisa Lasarte le firmó un documento a su marido que le cortaba el camino para reclamar sus poemas.
       En ese deambular por la coyuntura vital de Luisa Lasarte, el papel de Andrés Salgado es ambiguo, pues si inicialmente busca la ayuda de Scott Cover para que realice el libro sobre Luisa Lasarte, después trata de llevar a cabo trampas para evitar las complicaciones que puede generar el mismo ante las posibles denuncias de Díaz-Rey. Un libro con el que Luisa Lasarte trata de darle objetividad a su vida (todo lo contrario de lo que pretendía el protagonista de Cuaderno de viaje, otra de las novelas de Compán donde el tema de la verdad y la mentira y sus imposturas es básico) porque si ella hubiera escrito la obra sobre sí misma pensarían que lo hacía por despecho.
        La estructura, como decíamos es muy precisa: cinco capítulos en los que cada uno tiene un protagonista sobre el que pivota la acción novelesca pero complementado por las reflexiones de la traducción del inglés de los textos de Scott Cover. En el primer capítulo el elemento referencial sustantivo es el escritor americano Scott Cover; en el segundo, Luisa Lasarte; en el tercero Pedro Castilla; en el cuarto, Santiago Díaz-Rey y en el quinto, que sería el epílogo: Scot Coover, Pedro Castilla y Luisa Lasarte.
        Hay una precisión de relojería suiza en esta obra que nos permite decir que se trata de una novela muy bien trabajada, perfectamente diseñada y, como una buena maquinaria de escrupulosidad, perfecta en la organización y ensamblaje de sus elementos.  A medida que la novela se vaya acercando al final, los subcapítulos serán más breves con intención de que la narración acelere su decurso en un final bastante cinematográfico.
       A lo largo del libro también existen reflexiones precisas sobre la existencia en ese juego de imposturas, traiciones y consentimientos como cuando dice: “Puede que una de las claves de la vida consista en comprender que las grandes palabras son solo representaciones de realidades pequeñas, y que lo que llamamos autonomía o, libertad se reduce a maniobrar en el territorio que aún no ha sido inundado por lo ajeno”.
       La construcción de la realidad personal y el papel, aparentemente secundario de la mujer (habría que decir primario en estos casos) así como la singladura sentimental de afectos y contradicciones configura una de las mejores novelas que ha escrito Salvador Compán.

domingo, 9 de diciembre de 2012

ANTONIO CARVAJAL PREMIO NACIONAL DE POESÍA 2013

ANTONIO CARVAJAL ENTRE LA POESÍA PURA Y EL COMPROMISO ESTÉTICO Y ÉTICO (II)
F. MORALES LOMAS



     

LA LÍRICA EVOCADORA

          Siempre defendió Carvajal en su lírica tres compromisos permanentes y reiterados: la inferencia de la música y el metro (en una acepción amplia que no se limita a la simplificación de la medida o la articulación rítmica), la evocación sensorial, sensual y bella del discurso poético, y el débito con la libertad y la moral: “Y sin la belleza moral, no hay poesía (…) Sigo creyendo en el amor, en la amistad, la lealtad, la libertad, el respeto al prójimo: y los practico”. Compromisos que recoge reiteradamente en su última obra, Los pasos evocados (Madrid: Hiperión, 2004), que estructura en los siguientes apartados: De Flandes las campañas, Siete miradas desde el camino de Andújar, La música en Viana, Flores de Invierno, Jardines de Granada, Trances, remansos, ámbitos: Granada y Bagatelas.
         La organización en apartados diversos no conlleva un cambio estructural ni rítmico, ni un orden diferente en cuanto al acceso a su mundo personal pues la obra está dotada de unidad en torno a varios ejes significativos: la importancia de la memoria, la rememoración de los paisajes vividos, la trascendencia de lo sensorial que provoca una inmediatez de la naturaleza con todo tipo de recursos al olfato, la vista, el oído…,  el paisaje como horma en donde proyecta su singladura en la tierra y su organización de lo particular en universal, los lugares (Granada, Córdoba, Andújar, Flandes…) que condicionan su discurso poético translaticio, la variedad de metros (desde los versos de arte menor, los más habituales, hasta la relación de endecasílabos y heptasílabos blancos, los sonetos, las décimas, etc.)…
        Siempre ha prevalecido en su lírica la formación de un discurso poético preciso, en el que cada adjetivo ocupa el lugar convenido, cada aliteración el efecto deseado y cada epanadiplosis o símil la correspondencia certera. Su formación, su buen hacer como poeta no se descubre ahora sino que se reitera y amplía aún más en un proceso en que la naturaleza se convierte en principal protagonista, como ya sucedía en Alma región luciente, y nos proyecta su alma en las cosas, en los elementos nimios y mínimos que rodean su naturaleza y su paisaje interior que se traslada, como en Juan Ramón Jiménez, animando la naturaleza y viceversa, en un dialogismo propio de la lírica renacentista y de parte de un simbolismo profundo.
         Las bimembraciones, los símiles, las enumeraciones, las anáforas, los paralelismos, las interrogaciones retóricas, la sugerencia, los símbolos son los instrumentos retóricos más empleados para dotar al poema de la cadencia musical necesaria cuando la lírica rastrea lo narrativo-descriptivo y se adentra en los cauces de lo emotivo para rozar las velas del sentimiento. Advertimos en los poemas iniciales el encuentro con una naturaleza neblinosa, profunda en su perplejidad, lluviosa, donde el viento arrastra la noche hacia las aguas del sueño, un paisajismo nórdico con frondas densas, donde junto a los junquillos, las camelias, los tilos, los castaños..., surge una concepción del paisaje tomado de cualquier referente de la pintura paisajística holandesa dotándolo de un valor simbólico de ensoñación: “En Flandes/ sale el sol y se aprende/ de su paleta dulce/ que el color y el latido/ del corazón resisten/ bajo bruma y costumbre”. Pero donde también convive junto a la exaltación del paisaje, las burguesas endomingadas de Brujas, el recuerdo a los caídos en su campos de batalla, la memoria  dialogada de Tomás Rodaja (El licenciado vidriera),  etc. en unos versos en los que siempre demuestra que la lírica hay que humanizarla y trascenderla a través de sus símbolos: “Entrar vestido de nada/ en la nada o de suspiro”.
      El desengaño de raíz barroca aflora en su segundo apartado, se hace existencial y profundo y surge la muerte en el juego de “O polvo o nada o nada o polvo”. El discurso poético se hace más directo y las enumeraciones se adueñan de los poemas donde igual hay un canto a las piedras y sus interioridades o se recobra la luz al hilo de una naturaleza que se trascendentaliza. Junto a poemas raudos y ligeros en heptasílabos u octosílabos, el número 6 es muy diferente en el tono épico que lo anima y en su descubrimiento de la vida y el camino a seguir. La exaltación de los sentidos llena el grupo titulado “La música en Viana”, donde el verso mayor se adueña del poemario y la osadía imaginaria conjuga los diversos sentidos en metáforas sinestésicas y humanizaciones diversas: “Suena un árbol/ gota de llanto que resbala en mármol”. Y siempre la música, el rumor de los pozos, la belleza que suena.
     Pero es siempre la naturaleza en simbiosis con el paso del tiempo (tan del gusto rubeniano), en los restantes apartados, la gran protagonista: “Comparar las edades/ del hombre con los ciclos/ de la naturaleza”, dirá Carvajal. Si la música se asimilaba a Córdoba, los jardines a Granada, pero son jardines recién creados o derruidos, y una constante reiteración a ese símbolo permanente de los simbolistas: la rosa: “Rosas, todas; y no son/ la rosa”. En otros el tema  recurrente es la luz, a través del motivo renacentista del ascenso o el concepto de quietud, tan querido para Valle. En los últimos hay un canto alegre de los días y la aceptación del amor, a pesar de su sufrimiento o tomando como símbolo otro elemento simbolista: el ruiseñor.
       Carvajal con Los pasos evocados ha conseguido unir el renacimiento con el simbolismo en la trascendencia de la naturaleza, en su humanización y en el acopio de la música para describir o narrar un proceso que eleva los sentidos y despierta un aire contemplativo e interiorizado.
         


LA GLOSA DE LA LÍRICA Y “CASI UNA FANTASÍA”


          La lírica del granadino Antonio Carvajal ha sido adscrita de un modo tópico a la corriente barroca que en el siglo XX enlazaría básicamente con miembros del 27, la primera época de Miguel Hernández y el Grupo Cántico de Córdoba. Sin embargo, este emballenado formal tan ordenancista y puerilmente didáctico impide ampliar el campo de visión de su lírica. Sanz Villanueva, por ejemplo, lo ha definido en este sentido como poeta culturalista, de tendencia barroquizante, de fuerte sabor arcaico y dotado de una enorme facilidad para la versificación. García Martín, por su parte, afirmaba que Carvajal es un representante de la exhibición en lo artificioso de una obra literaria. Pedro J. de la Peña lo situaba en la onda de Cántico. Incluso, ha habido algunos, que rizando el rizo, como Fernando Ortiz, ha creado la pecadora idea de que su lírica desde el barroco y precisión singular, desde la vitalidad y la alegría, expresa “el hombre nuevo” del marxismo.
          Desde mi punto de vista, yo diría que Antonio Carvajal es un escritor que hunde sus raíces, antes que en el barroco, en el renacimiento (en los Luises) y continúa en línea directa con el panteísmo vitalista de Juan Ramón Jiménez, y el comprometido de Antonio Machado y Miguel de Unamuno. De estos últimos fundamentalmente toma el compromiso ético. Como ha visto bien Antonio Chicharro, Carvajal se aparta en muchos aspectos de los novísimos a los que algunos ensayistas lo han adscrito erróneamente, y aborda en su poesía, desde las constantes renacimiento-barroco, una profundización en el compromiso individual, humano y solidario, y como ejemplo manifiesto podríamos señalar entre otros: Sextina dedicado a Blas de Otero o los heptasílabos blancos de Del lado de la vida (ambos pertenecientes a su libro Sol que se alude, 1983). Pero es que además, Carvajal ha sido siempre un pensador de izquierdas –amigo y discípulo de Carlos Villarreal- aunque haya huido en su poesía de hacer un ejercicio de realismo socialista, neorrealismo o lírica figurativa, más atento hacia la amplitud de la que debe gozar el arte, más atento a Adorno que a Althusser, más atento a una poesía globalizadora que encerrada en sus propios límites discursivos. A mi entender, digamos que se produce una síntesis entre esa poesía impura que postulaba Neruda y la poesía pura predicada por Juan Ramón Jiménez, enemigo declarado del chileno. Ser un escritor de síntesis, ecléctico, creo que ha sido uno de los grandes aciertos de Carvajal y ese eclecticismo ha sido conducido por el debate de las formas métricas y por el no menos subliminal del discurso manifiestamente humano.
        Carvajal se ha definido en un soneto de Miradas sobre el agua (1993) como un obrero del verso -que tanto nos recuerda a Gabriel Celaya-, un obrero esperanzado quizá por esa formación católica asimilada en su niñez y adolescencia como decía Carlos Villarreal, que un día fuera herido en su alma por el rayo de la poesía –en una expresión muy querida para Miguel Hernández-, que vagó como un peregrino por la vida y la literatura –como también hizo Valle-Inclán- y dejó un bouquet de flores, aunque encerradas en una fosa, que es la poesía. Encerradas en una fosa porque como decía Chicharro, “la vida está encerrada y enterrada en sus poemas”.

F. MORALES LOMAS Y ANTONIO CARVAJAL

       Desde ese presupuesto inicial de obrero del verso, la lírica de Carvajal posee una profunda formación anterior al hecho de la creación. Quiero decir que su virtuosismo literario ensalzado, por ejemplo, por García de la Concha, nace de una formación previa, de un ejercicio versificador desde los dieciocho años en que comenzó a escribir. Operando por emulatio antes que por imitatio, realmente la lírica de Antonio Carvajal es de una inusitada perfección formal, pero yo añadiría, es de una inusitada perfección musical. ¿De qué servirían las metáforas, los símiles y los símbolos, sin los encabalgamientos, la acentuación o la rima? Se le ha atacado por el hecho de que en una época de versos blancos Carvajal acudiera al verso medido y rimado, cuando en el siglo XX han coincidido ambas estructuras musicales sin complicarse la existencia.
          A veces sucede en la literatura española que por ese afán formal de construir una música endiabladamente perfecta, la obra deviene un puro juego de artificio sin la menor emotividad (“A lo caña silbada de artificio/ rastro si no evasión de su suceso”, que dijo Miguel Hernández). Lejos de este presupuesto, la lírica de Carvajal, como por ejemplo sucede en Serenata y navaja, sitúa el epicentro en el corazón, pero también en la razón desde la cima de los sentidos y Umbral en su momento habló del hastío, el escepticismo y la ironía de Carvajal. Quiero decir que esta lírica perfectamente construida tiene el calor de la fragua y la alegría de la fuente. En muchos de sus poemas observo lo que llamaría una oda a la elementalidad, una exaltación de lo humilde y lo sencillo que existe en la naturaleza y que conecta directamente con esa visión panteísta que le dio San Francisco de Asís a la observación del mundo. Un membrillo, un río, un paisaje otoñal o primaveral le pueden servir a Antonio Carvajal para construir un discurso bello estéticamente, rítmico musicalmente, pero sobre todo humano. Esa visión de la naturaleza en Carvajal procede directamente del Renacimiento y yo diría que más de las Églogas de Garcilaso. Existe un animismo simbolista dotado de gran sensualidad, con tendencia clasicista en su lenguaje y una vital reflexión metafísica que lo conecta con Jorge Manrique.
          A caballo entre el Renacimiento y el Simbolismo modernista, lejano no obstante, de cisnes, ínfulas y folklores extraños, la lírica de Carvajal igual se adentra por el discurso del amor y construye entonces unos sonetos en alejandrinos en los que sobresale la sintaxis de la carne y los mitos arcangélicos, o en un barroquismo álgido de besos, metáforas, pulsiones y metonimias, que genera esa alegría de fragua a la que aludíamos, o bien celebra el gozo de la existencia, el gozo de estar asido a su tierra granadina que es el verdadero germen de toda su poesía.
         Podrá haber en su lírica una muerte asociada al paso del tiempo, a quien Valle-Inclán consideraba diablo, o a la soledad (siempre de pequeño vivió Carvajal la soledad) de la que llegó a decir en un verso emblemático: “Peor la soledad que la muerte”. Quizá por esta razón escribe Antonio Carvajal: para sentirse querido. En estos temas creo entonces que es profundamente machadiano (de don Antonio), profundamente Fray Luis de León, profundamente Manrique, más que Quevedo. Quiero decir que existe una mayor contención en la expresión, mayor clasicismo, menor atención al decurso de los recursos expresivos, una mayor claridad expositiva. Tampoco diría que su discurso en este sentido es expansionista o dilatado sino de una contención nihilista, de formación religiosa y comprensible.
       Muchas veces la mirada de Carvajal, a pesar de sus registros cultos, produce la sensación de que es nueva, de que detrás de las palabras existe una mirada infantil y original que observa el discurso de la vida como si se produjera ex nihilo, y surgen los animales, el campo, la exaltación vital, la sensualidad, la amistad en lo que yo llamaría la “humanidad de lo perecedero” porque todo está visado con la firma del Gran Ignoto. Quizá por todo ello Carvajal haya dicho que lo único que nos deja de sí “es una manzana /que en vuestras bocas suene a fresco fruto”.    
        Su primer libro es Casi una fantasía, escrito en 1963, aunque publicado en 1975 en la colección Silene de la Universidad de Granada –y posteriormente en Extravagante jerarquía (1968-1981) con epílogo de Ignacio Prat-, tras sucesivas depuraciones y limpiezas. No obstante, el primero que publica es de 1968, Tigres en el jardín; aunque es un año antes, en la primavera de 1967, cuando publica en Ínsula tres poemas. Ambos libros liminares han sido publicados de nuevo en 2001 en Hiperión, quizá como un intento reivindicativo de ese origen. En un breve prólogo, el también poeta y amigo de Carvajal, Francisco Castaño, realiza una aproximación a algunas de las ideas desarrolladas en ambos: la naturaleza y el amor.

         Casi una fantasía es un libro unitario bajo la égida del tema que le sirve de inspiración, el verso de Paul Valéry: Il faut tenter de vivre!, tomado como eje semántico en torno al que se organizan las coordenadas de los endecasílabos. Un libro organizado en un disciplinado orden (cuatro apartados) en el que la presencia de la música es consustancial, pues no en vano lo divide el poeta en Preludio, Adagio, Scherzo y Allegro. Si bien es cierto que fantasía, según el DRAE, es la facultad del ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas o de reperesentar las ideales en forma sensible o idealizar las reales, la organización aludida tendrá más que ver con el ámbito musical y en concreto con la otra definición de fantasía como composición instrumental de forma libre o formada sobre motivos de una ópera. Juan José Lanz así lo advertía cuando afirmaba que “ese ansia de representar en el texto la música del universo se manifiesta también como una voluntad de unidad cósmica”. Y relacionaba Casi una fantasía con Noticia de setiembre y De un capricho celeste.
         La estrofa empleada es el sexteto en endecasílabos con la rima total siguiendo el esquema frecuente de un pareado inicial y un cuarteto, según el esquema AABCCB. En el siglo XX habían escrito sextetos Unamuno, Alberti y Gerardo Diego, y fue una estrofa también utilizada durante el Romanticismo y el Modernismo.
            Cuatro apartados, pues, perfectamente separados aunque integrados por vasos comunicantes entre ellos que pueden formar, según Antonio Chicharro, “un largo poema de concepción épica, con importantes elementos simbólicos y desarrollo musical –el mismo título nos recuerda el que dio Beethoven a sus dos sonatas opus 27: Sonata quasi una fantasia (...)- que toma como punto de arranque las oídas vivencias de la infancia y adolescencia de Carlos Villarreal y se basa en sus reflexiones y posturas ideológicas”. De hecho en los versos 28-30 de la segunda parte hay toda una referencia a Beethoven cuando dice: “Todo tu ser gozaba la armonía/ de vivir que, en su Sexta Sinfonía,/ pusiera el pastoril Luis van Beethoven”.
       Cuatro secciones que están moldeadas respectivamente por 8 sextetos con un total de 48 versos  (Preludio), 18 estrofas con 108 versos (Adagio), y las restantes, el Scherzo y el Allegro con 18 estrofas también cada uno y, por tanto, 108 versos respectivamente. Un total, pues, de trescientos setenta y dos versos. Pero, ¿qué signfica esta reiteración en torno al número ocho? El ocho es el número de la perfección de todo tetrágono, pero también el ocho representa la amistad indicando el cubo. Y como comentábamos mucho de amistad deben existir hacia las ideas y pensamientos de Carlos Villarreal que fue precisamente el que lo acompañaba en la Navidad del 68 (de nuevo el ocho, como símbolo de la amistad y el azar) a la casa de Vicente Aleixandre cuando Carlos Bousoño le espetó: “Has escrito un libro precioso –se refería a Tigres en el jardín-, ahora a sufrir par ser un gran poeta”, y Aleixandre respondió: “No, por Dios, que no sufra”.

jueves, 6 de diciembre de 2012

REY TINIEBLA DE ANTONIO ENRIQUE POR F. MORALES LOMAS


REY TINIEBLA DE ANTONIO ENRIQUE (EDITORIAL ALMUZARA, 2012)


        No es una novela histórica Rey Tiniebla de Antonio Enrique (Ed. Almuzara, 2012). La tradición narrativa en torno a Felipe II ha sido rica en los últimos tiempos: en muchas de ellas los parámetros creadores nacían de la perspectiva histórica y de seguir las consecuencias de la teoría literaria de sir Walter Scott o en el caso español del reputado Pérez Galdós: la recreación de la historia a través de hechos novelescos, sin olvidar aquella perspectiva que, en muchos casos, acaba aplastando el rigor de la creación narrativa y de los hechos ficticios.
         Antonio Enrique adopta un punto de vista original, una representación novedosa, una configuración estética que sublima la esfera afectiva y conmovedora en detrimento de la histórica (apenas esbozada en trazos irregulares para dotar al conjunto de perspectiva, y nada más) en la relación que se establece entre Maltrapillo, el narrador que asiste al rey, y el propio monarca Felipe II y su mirada limpia, salvífica e incauta que ofrece un enfoque juvenil de la realidad cuando el mundo iba llegando a su fin; y también parcial, por cuanto siempre trata de salvar al rey en cualquier circunstancia, como cuando defiende su inocencia en la muerte de Escobedo.
           Me interesa destacar especialmente esta faceta porque los conocedores de la narrativa de Antonio Enrique sabemos que siempre existe en sus obras de calado histórico un elemento más consistente que lo puramente histórico que las dota de originalidad propia y les da su valor como personalidad diferenciada: la perspectiva simbólica de la fábula, la traslación a otros ámbitos, la introspección en los elementos que residencian el sentido de nuestra existencia, como pueden ser el amor, los afectos, la vanidad, la lucha por el poder, el odio… y sus correlatos. Son las grandes ideas lo que sostienen la trama argumental de sus obras, son los grandes principios rectores. La fábula (en el sentido aristotélico) sólo contribuye a dotar a su ideario de una repercusión plástica, sonora, visual… pero lo importante es la idea, como diría un platónico. Y Antonio Enrique lo es.
       ¿Qué hay en este personaje, Maltrapillo (verdadero coprotagonista de la historia), para que tenga esa entrega personal hacia el rey? ¿La gloria? ¿El dinero? ¿El ascenso social? Nada de esto existe. Lo que le mueve es un principio cristiano básico: la misericordia, la piedad, la indulgencia, la humanidad, la generosidad... Él no ve a Felipe II como el todopoderoso emperador. Él ve la humanidad de Felipe. Sabe que se está muriendo por el lugar más abyecto. Sabe que defeca continuamente. Que ha bajado definitivamente a la tierra o al infierno y se ha hecho hombre. Un hombre que está a punto de morir. Maltrapillo no hace el juicio de la historia aunque en un momento determinado (en ese alambicado espacio para la humanidad y la mentira) diga que las heces del rey son su poder. Tampoco a Antonio Enrique le interesa. Esto pertenece a los historiadores.
          Antonio Enrique ha querido crear la novela de la misericordia, de la humanidad, de la compasión. Y la sistematización teórica que toda novela conlleva, su estructura, su decurso narrativo,  la palabra y su organización como vehículo de las significaciones, la estructura del significante… en definitiva, está al servicio de esta causa. ¿Y cómo es el significante de Rey Tiniebla? A través de la voz del joven Maltrapillo que rememora en su magín los recuerdos de aquella época desde una situación actual vamos entrando en los últimos días del “Rey Tiniebla”. Aunque existe una narración lineal, ésta se ve trenzada de vez en cuando con la intromisión del monólogo interior del rey que invade el proceso narrativo de Maltrapillo conformando así una novela de sensaciones.
         Antonio Enrique ha querido construir más que una visión de época (que la hay pespunteada) una perspectiva sentimental, un enfoque de alucinaciones,  de sacudidas, de estremecimientos, de olores, de muerte… Hay una intemperancia escatológica que se alimenta de la singladura mortuoria y funeral que contribuyen a darle un realce épico sublime a esta muerte a través de los tres apartados: “Mundo”, “Entremundos” y “Trasmundo”.

ANTONIO ENRIQUE Y F. MORALES LOMAS (Arcos de la Frontera, 2009)

          “Mundo” (de unas cien páginas) da comienzo a la narración en junio de 1598 y nos presenta ese proceso de descomposición (las heces son el símbolo comprensible) del rey y la atmósfera que gira en torno a él. A Antonio Enrique le interesa destacar a “un hombre como los demás (…) Porque, sobre su dignidad de rey sufriente, emanaba una modestia que hoy, pasados los años, no dudaría en calificar de sobrenatural” (p. 75). El rey es llevado a El Escorial y en este trayecto el hombre es Homo Viator (Mundo), el símbolo también de la vida hacia la cercana muerte. Es la podredumbre lo que pone de manifiesto Antonio Enrique y su valor de humanidad. Sólo en esta indigencia nos humanizamos.
          El segundo apartado “Entremundos” (unas ciento cincuenta páginas) juega en el proceso entre la realidad, la memoria, la conciencia y las diversas pesadillas del rey. El pasado y el presente se unen en un extraño maridaje mientras se acerca el fin definitivo del rey con la muerte que concluye este apartado a medida que El Escorial como espacio, como tumba, se hace dueño del escenario creado. Se producen procesos de desdoblamiento y alusiones a la vida y la angustia del ser humano y la tendencia del narrador a estar en el meollo pero sentirse ausente, a ser invisible: “Lo que yo quería inspirar era invisibilidad, pasar desapercibido” (p. 136).
          No hay grandes sucesos, sólo el monótono discurrir de los días y ese trasiego entre la luz y las tinieblas antes de alcanzar la definitiva muerte. Y en ello el cuadro del Bosco como gran símbolo, El jardín de las Delicias: “¿Qué había pretendido el mago que pintó semejantes escenas de amor-pánico universal? ¿Qué hay en nuestra alma que no es humano? ¿Cuánto de bestias somos? (…) Con el tiempo, Villacastín me contaría que aquello era la apoteosis de La Carne, segundo enemigo del alma (…) Villacastín me dijo una vez que don Felipe gustaba de aquel cuadro porque le recordaba al Nuevo Mundo (…) o bien el mismísimo Paraíso Terrenal”.
         Y el tercer enemigo, El Demonio, acomodando al rey en su sillón-retrete. Y El Escorial como una gran casa, en soledad, en silencio: una tumba. En esta etapa intermedia los acontecimientos históricos aparecen como incisos: el fracaso de la Armada Invencible, San Quintín, Flandes, Antonio Pérez, los recuerdos de Isabel Osorio, de su madre, de María Tudor, de Isabel de Valois… Y aparece una teoría “curiosa” que defiende Antonio Enrique al considerar que “la mujer es el alma del hombre (…) Por eso inspira, la mujer, encantamiento, que es la expresión propia del alma” (p. 186).
        En el tercer apartado, “Trasmundo” (62 páginas), el rey ha muerto. Se produce lo que llama el vacío de la incertidumbre. Surge la España negra, la España de los grandes simbolistas de la oscuridad y de la novela se adueña de pronto el misterio de lo infefable, la pátina de lo incomprensible y aherrojado del mundo. Hay una cosmovisión que nos conduce de la realidad más mísera al misterio de la existencia. Y adquiere toda su razón de ser el Tríptico aludido. Surge la figura todopoderosa de Lerma, “árbitro de las liviandades”. El cuadro adquiere categoría de novela en su valor como pieza que representa una época. La pintura llevada al relato, hecha relato. Y germina otra figura del monarca desde fuera y desde dentro, analizándose y analizándonos. Hay toda una alegoría visionaria con la que Antonio Enrique pretende inducirnos a entrar en las grandes parábolas de su obra. Algo en lo que siempre ha insistido una y otra vez desde aquella mágica novela sobre la catedral de Granada, La Armónica Montaña (Akal, 1986).
           Esto le permite adentrarse también en la estela de la metaliteratura, el ensayo y la interpretación, al crear la Imago mundis de ese “Trasmundo” aludido, que adquiere un valor quimérico y visionario: “Dimos así en una caverna con aguas que irisaban las paredes por una poza que había en su centro (…) Y es que, hacia el sur, se abría un foso, bajo él un río, y tras el río, una pradera” (pp. 298-299). Una mirada cercana a la literatura quevediana de obras como Los sueños: El sueño del infierno, El mundo por dentro… De los que sigue incluso la huella lingüística. Aparece la fuente de la juventud, Proserpina, el deán de los Infiernos, Adán y Eva, el Redentor… y el espectro de don Felipe.
          El Bosco se adueña definitivamente de la obra y surgen las preguntas de ¿qué es Dios? o se interpreta el valor del placer, el libre albedrío… Y en su imagen, el Rey, ajeno al mundo, “almocafre o azuela en mano, aplicado al bancal” (p. 314).
         Toda una categorización del universo de Antonio Enrique que, en una línea descendente, vendría de la obra de Dante y sus proyecciones metafóricas y visionarias, con la que el autor granadino no sólo crea literatura adquiere un principio de valorización humana y ética en torno a la retórica del mundo: su visión sobre él y su interpretación figurada de la vida y la muerte.
             Su lenguaje culto, a veces arcaico tanto como venerable en usos de otra época, contribuye a incidir en el valor alegórico y sintomático de la lengua como fuerza sorprendente que ayuda a expresar una situación. Cada palabra es medida y sopesada por Antonio Enrique, que no deja nada al albur de su narración.
          Una obra, en definitiva, heterodoxa y muy diferente a lo que existe en el panorama actual. Original, pues, y efectiva. Una visión que no es nueva, pues nace en el mismo instante en que Antonio Enrique entra en la narrativa con su obra La Armónica Montaña, con la que inicia una de las visiones más originales e incontestables de la narrativa contemporánea. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Información y fotos presentación en Granada de Puerta del mundo de F. Morales Lomas




Artículo de Juan Luis Tapia sobre Puerta del mundo de F. Morales Lomas
Ideal de Granada 27 de noviembre de 2012

F. Morales Lomas y Remedios Sánchez, presentación de Puerta del Mundo de F. Morales Lomas,
Centro Artístico de Granada, 28 de noviembre de 2012

F. Morales Lomas durante la lectura de Puerta del mundo en Granada
Centro Artístico 28 de noviembre de 2012

sábado, 1 de diciembre de 2012

Nadando por el fuego/Nageant à travers flammes de Rafael Ballesteros por F. Morales Lomas






Nadando por el fuego/ Nageant à travers flammes de Rafael Ballesteros


         La poesía está construida con palabras pero sobre todo con el cerebro, con las vísceras, con el sentimiento más feroz o más tierno –nunca inane-, con la matriz de lo contemplativo y con una profunda meditación sobre el papel de nuestra existencia, esa mirada interior que escudriña y se pregunta y dialoga con su otro yo, con sus otros yoes, con sus demonios, con las sombras que arriban con afán de devorarnos.
           Presidida por una magnífica pintura del pintor malagueño Enrique Brikmann, la poesía de Nadando por el fuego/Nageant à travers flammes (2012) es una edición bilingüe español/francés, con traducción de Lucien Castela publicada en Les Éditions de la Bastide, en la localidad francesa de Rousset sur Arc, perteneciente al departamento de Bouches-du-Rhône y a la región de Provence-Alpes-Côtes d´Azur. Es el último poemario de Rafael Ballesteros, una bella edición especial para bibliófilos de veinte ejemplares únicos numerados en papel Bristol Clairefontaine de 210 g. F.S.C., del que el mío hace el número 5. Presentado en forma de hojas acartonadas sueltas en número de 93 y recogido en sendas envolturas, fundas o revestimientos: una primera de cartón rojo y una caja rígida en tono verdoso con una tira en blanco en la que figuran dos versos del autor malagueño. Por tanto, también un objeto-libro magnífico sin duda.  Una exquisita edición, cuyo proyecto y realización ha trabajado con rigor Bernard Mahesela y dedicada a Lucien Castela, el apasionado hispanista creador de esta aventura editorial.

Pintura de Enrique Brikmann para el libro de Rafael Ballesteros

           La poesía de Nageant  à travers flammes posee el germen de la creación impura, del compromiso del poeta con la realidad y la sublimación de lo infalible, de lo cierto… de la búsqueda de la verdad, se halle donde se halle, aunque esto signifique la paradoja del nadador por el fuego: el afán de búsqueda, de reflexión, de ensimismamiento… sabiendo que somos pasto de las llamas, que la muerte, en ese mar de fondo se adueñará de todos nuestros pensamientos, será siempre victoriosa.   En ocasiones son graznidos en la noche que nos despiertan de nuestro letargo y nos descubren que, cuando alcanzamos la sabiduría, fenecemos. No tenemos tiempo. El tiempo ha sido una conquista para nuestra cognición y la última victoria de la muerte: “Ya que estaba preparado/ para el mundo, me queda poco mundo”.


Antonio Soler, Rafael Ballesteros y F. Morales Lomas

          El pasado se agita en su interior, se encastilla, se mece en el presente… suavemente remolinea y nos propone las reflexiones actuales, nos permite la observación y justificar o comprender nuestra actitud en la vida. Existe mucho de acogimiento en el seno del testimonio. De la fuerza de las convicciones y la resolución del sentido del hombre. Y su otro yo, al que retóricamente le pregunta, con el que se desdobla, le permite adentrarse en la retórica del ser, en sus dudas, en la vacuidad del mundo y sus imposturas.  Y el compromiso, siempre presente tanto como la poética de las actitudes ante la existencia: el hombre que no sabe si “echarse entre las aguas o contemplar”… y su decisión ante la existencia, su convicción desde el aprendizaje de la vida y la lucha permanente “por librarme de esta desazón de sentirme/ dentro de una parte,/ de saberme tan parcial, tan subjuntivo”.
           Hay una profunda filosofía de vida, de enfrentarse al mundo, con la verdad, sin rencor, con valentía y entereza, y entonces en sus conquistas se evidencia la razón de ser. Pero no todo es placentero camino, las dudas le asaltan, la sinrazón le persigue, el afán por explicarse las cosas lo mantiene en una lírica que zozobra permanentemente en esa búsqueda de sí. En algún momento se rebela contra la duda: “No dudes más: tira al cauce del arroyo negro la daga/ acusadora”. Su poesía nace desde las antítesis del mundo, como un náufrago en medio de la tempestad intentando ser, conseguir su identidad que zozobra, su identidad desbocada. El huracán interior se agita entonces, la turbación como un “pajarillo ciego que en la alta rama/ se mantiene callado, a punto de caer”. Y este lenguaje de la quietud que busca la nada se adueña del sentimiento del poeta que lo acepta como finalidad.
        A veces la traición (“El que traiciona tiene mano/ con la que ofrece mirra huera”), tan presente en la temática narrativa también emerge con fuerza en el poemario con ese icono de la daga presta para asestar la última embestida. O la iglesia con su simbología de viejos dominicos, que ordenan silencio, y la desolación como testigo ante los excrementos de la historia y sus despojos obscenos: “El palo de la muerte hincado en el centro de la plaza”. O Dios (siempre en minúscula en su poesía), como un reflejo persistente del gran Unamuno, al que increpa con fuerza su desventura, sus profundas contradicciones, su ausencia de perdón y de clemencia. Y por ese camino se pregunta qué nos condujo a la condena, a las obscenidades,  a la profanación… acaso la libertad de ser jóvenes, de ser nosotros mismos conquistando el mundo.
       La presencia de lo temporal pervive con fuerza a través de la imagen del río manriqueño, tan presente en su obra como tantos otros símbolos del genial escritor y de una época presidida por Fernando de Rojas, uno de sus grandes escritores de cabecera. Y en ese río, la duda y la confusión lo atenazan, y se siente baldío y minúsculo. Pero en ocasiones hay unas enormes ansias de ser aire, de alcanzar una libertad soñada, solo anhelada en la evanescencia, como un corazón exultante, que palpita tras de sí… y el agua como río o como mar manriqueño se hace esencia, le da sentido a la totalidad cuando el poeta consiente al fin “que el mar a donde voy/ tiene la fuerza de querer ser todo”. Existe un asentimiento de vida si otrora fuera río convulso y agitado fluir. Pero incluso en estas circunstancias el poeta tiene una profunda necesidad de alcanzar su propia identidad como ser que ha vivido.

       La pasión se agita con la fortaleza de una palabra dinámica, poderosa, cruda en su creación y en sus asociaciones que buscan permanentemente una explicación a todo lo que le rodea. El poeta necesita saber, comprender el porqué de las amenazas del mundo, de sus desafíos y  advertencias, y en su filosofía vital hacerse presente, tenaz, vertical, en esa verdad conquistada, pasional y querida.
         Existe una fortaleza ética que defender, una indagación necesaria, una ausencia de apatía ante la vacuidad de lo inerte y una necesidad de definirse a sí mismo: “Y un Ballesteros hay que es único en el mundo,/ porque suma hasta cuatro sólo él: por ser cosa viviente/ que es y se pregunta, ya lleva en su collarino dos; más uno/ cuando se pone peluca de poeta y le anochece aún más/ su oscuridad, y cena sopa helada cuando amanece; y por/ quedarse mudo, lleno de asombro, diáfano y tirito como los / niños/ ante la vida, cuatro es”.
        Una historia que crear, una historia personal que conformar, que conducir, que explicar o que evidenciar. Para ir progresivamente en los últimos versos acercándose a ese mar grande que tanto nos ilumina y la llegada de amigos difuntos como Juan Campos Reina, en el poema 37, uno de los más bellos del libro. Una desembocadura que siempre estará velada por las preguntas de rigor, que son como un silabario del desconcierto: “¿Es el mundo el que se pierde y desvanece o eres tú el que se/ avienta, el que naufraga, está vencido?”
Poema 1 de Rafael Ballesteros

         La poesía nace del silencio, pero también de las entrañas, de las vísceras, de la necesidad de “sernos”, de sentir que nada ha sido inútil y en esa singladura, que es todo libro, todo poema, siempre la búsqueda de la luz, de la paz… en el infinito laberinto de la existencia, en la hondura de las cosas, en la exigencia de que la oscuridad y el vacío no venza nuestra ignorancia.


La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano