jueves, 26 de marzo de 2009

ÚLTIMO LIBRO DE F. MORALES LOMAS: LA ÚLTIMA LLUVIA


Ed. Carena, Barcelona, 2009, 80 páginas, 10 €
http://www.edicionescarena.org/cont/173


La lírica de Morales Lomas, poeta perteneciente a la Generación de la Transición, pertenece al humanismo solidario, una corriente poética que trata de impregnarse de la senda del romanticismo cívico, sin olvidar la riqueza de la tradición y las conquistas históricas en el ámbito socio-lingüístico, para abogar por la presencia del ser humano en el poema como referente ético y social, a la vez que como materia poética.
La última lluvia es un poemario cargado de civismo solidario, de un ascendiente que va más allá de la realidad porque aspira a su transformación, y se sumerge en el naufragio de la existencia, la verdad del poema, su idioma de agua y viento, su pesadilla última; un ser humano ante el mundo y sus contradicciones, unas veces símbolo prometeico, otras íntimo de complicidades y ausencias; una insólita visión del sur con el clasicismo en los afectos, los ámbitos sociales como espacios para la reflexión y la costumbre de intentar descubrir el mundo y los sentimientos a través de lo que nos rodea y no sólo desde nuestra proyección interior. En definitiva, el mundo de Morales Lomas no es suyo exclusivamente, sino que también es un mundo conquistado, recuperado para los demás y de los demás un mundo solidario en el que La última lluvia es acaso la postrera opotunidad de seguir creciendo como personas.
Algunos poemas:
ENSENADAS
A Pepe Ponce
DESTINO DE SAL
Y el mar con su destino de sal
prolongando el silencio esta tarde.
Corazón de agua, rosa oscura,
sábana de oro rojo que muere,
rapaz tormenta, alas al viento,
rumor de antigua historia que amaina.
En ti termina el sueño del agua,
mi palabra mecida en la tarde,
calentura que salta en mi pecho.
Tú , mar, con el destino de sal.
OLAS TURQUESAS DE MAR
Y las olas turquesas de mar
con su aventura de arena cálida.
Vírgenes derrotadas que atracan
y alcanzan la tierra virgen, nunca
hollada. Inventan aventuras
en las doradas playas de arena
y aroman de verticales ráfagas
de luz ensenadas ocultas.
En tranquilas bahías fondean
y en su pleamar de faro alumbran.
NÁUFRAGOS EN EL MISTERIO
Siempre náufragos en el misterio.
Barcos con pabellones hundidos
en el fondo del mar a la espera.
Espectros a la deriva y solos
con la noche y su sepultura.
Frutos de un oasis que germina
en el agua y enreda en el viento.
La barca nos espera en la calma,
en el remanso de los jardines
con su noche y su nieve oscura.
ASCUAS TENUES
Viven ascuas tenues en el cielo,
en el misterio de la mañana.
Árboles de luz y claridades
majestuosas que a la aurora prestan
su secreto. En destellos cifran
sus charoles y llamas solares,
y al agua su reflejo consagran
y el mar, onda en la calma, palpita
gozoso a la forma de sus fuegos.
Ascuas tenues y la mar en llamas.
ROSA DE PASIÓN
Rosas respiran cerca del mar,
en la cárcel del agua palpitan
y crecen, mórbidas vierten besos,
caricias de pétalos sus muslos.
Solo contemplo como un ladrón
su canto de agua y carne, carne
que vierte murmullo de amor,
carne húmeda que crece en la arena
y resucita esencia en mis ojos.

sábado, 21 de marzo de 2009

NARRATIVA ANDALUZA CONTEMPORÁNEA



El último número de la revista El maquinista de la Generación (Centro Generación del 27-Diputación Provincial de Málaga), número 16 de diciembre de 2008, presentado durante el mes de febrero por Aurora Luque y José A. Mesa Toré (codirectores de la publicación) aborda, entre otros (se puede ver la información en el índice que figura abajo), uno de los eventos más importantes sobre narrativa española escrita en Andalucía.

Se trata de más de cien páginas dedicadas a narradores que iniciaron su labor en los años cincuenta y llegan hasta nuestros días. Este apartado de narrativa ha sido coordinado por los narradores y críticos Campos Reina y Francisco Morales Lomas. En él han intervenido los ensayistas: Juan de Dios Ruiz Copete, Alberto Torés García, Manuel Ramos Ortega, Antonio García Velasco, Fernanda Suárez Casasús, Antonio Moreno Ayora, Justo Serna, Juan Manuel González, José Domínguez Hoyos, y el propio Francisco Morales Lomas.

F. MORALES LOMAS Y CAMPOS REINA


El trabajo está dividido en los siguientes apartados:

1. Introducción


2. Escritores nacidos en las décadas de los 20 y 30: José Manuel Caballero Bonald, Aflonso Grosso, Fernando Quiñones, Antonio Prieto, José María Vaz de Soto.

3. Escritores nacidos en la década de los 40: Campos Reina, Juan Eslava Galán, Antonio Hernández, Eduardo Mendicutti, Manuel Talens.

4. Escritores nacidos en la década de los 50: Salvador Compán, Antonio Enrique, Antonio Muñoz Molina, Justo Navarro y Antonio Soler.

5. Escritores nacidos en las décadas de los 60 y 70: Felipe Benítez Reyes, Juan Bonilla, Antonio Orejudo, Guillermo Busutil, Hipólito G. Navarro, Andrés Neuman, Fernando Iwasaki, Pablo Aranda, Elvira Lindo, Isaac Rosa, Alfredo Taján, Eva Díaz Pérez, Joaquín Pérez Azaústre, José Manuel Benítez Ariza, José María Pérez Zúñiga, Ángel Olgoso, Antonio Álamo, Salvador Gutiérrez Solís y Vicente Luis Mora.

Aparte de estos autores, sobre los que se habla más en profundidad hay otros muchos más sobre los que se escribe en los apartados generales como: Rafael Ballesteros, Rafael Pérez Estrada, Agustín Gómez Arcos, Antonio Martínez Menchén, Manuel Villar Raso, Antonio Gala, Julio Manuel de la Rosa, Manuel García Viñó, Fanny Rubio, José Calvo Poyato, José A. Garriga Vela, Juan Cobos Wilkins, F. Morales Lomas, y un largo etcétera.

Enlaces en internet:

http://www.revistasculturales.com/revistas/116/el-maquinista-de-la-generacion/num/16/

HOMENAJE A PABLO GARCÍA BAENA


La revista República de las Letras dedica su número 109 a uno de los poetas actuales más importantes, el cordobés del Grupo Cántico, PABLO GARCÍA BAENA.

F. MORALES LOMAS colabora en ese número con el siguiente estudio crítico:

LA MAGNITUD DE LO LINGÜÍSTICO Y LA EMOCIÓN INTERIOR EN
LAS PRIMERAS OBRAS DE GARCÍA BAENA

García Baena es un escritor que en la sutileza de las formas palpita sobre lo primitivo del lenguaje (el mundo) y un príncipe intuitivo y lúcido en la transverberación de la vibración interior, siempre afectada por el rosario del ímpetu y sus correlatos de entusiasmo humano. No es la quietud la argamasa de su demonio interior, sino un permanente estado de sacudida, que, ¡quién lo diría!, contrasta con su aparente sosiego externo y sus formas mansamente contemplativas.
Aún recuerdo su lucha con el atril al intentar leer unos versos con motivo de la entrega que le hicimos del Premio Andalucía de la Crítica de 2006. Pablo trataba de no desfallecer ante la inhábil mecánica de los atriles, que tanto hubiera gustado a los poetas ultraístas. Con la mano trémula obtuvo la recompensa de un poema de Los Campos Elíseos (2006) mientras luchaba denodadamente por mantener en la zozobra del atril su poesía íntima, sonora, recóndita, lúcida, luminosa… Su voz octogenaria, aun en su balbuciente estremecimiento, tenía y tiene la consideración de lo alabastrino, la fortaleza del clasicismo y la reciedumbre de lo perenne. El mármol de García Baena, término que tanto frecuenta en sus versos y sobre el que se sostiene su clasicismo mediterráneo de rigurosa construcción arquitectónica, está dispuesto a competir con La Mezquita.
Pablo sostiene su lírica en las dos columnas que organizan su mundo expresivo: la palabra y la emoción interior. La palabra, esa condición del lenguaje y de la vida tan denostada en la lírica actual; y la emoción interior que, en ocasiones, se ha confundido con una dinámica neorromántica a lo George Sand. La palabra es la conditio sine qua non. La emoción, el convenio, la salvedad, el fundamento, la razón de ser del poema.
Pablo García Baena ha dicho que la palabra ha de ser la más precisa, y «si la más precisa es un poco arcaica, no tengo ningún miedo en usarla». Es uno de los fundamentos que confiere a su lírica una razón de ser moderno, porque se ha entendido la modernidad, a veces, como un hecho disruptivo: la palabra fluyendo en su vulgaridad de trapo.
En García Baena la palabra pierde su dispositio de instrumento para convertirse en materia de su lírica. Esta falta de aclimatación a las tendencias prosaicas y sistemáticamente «averbales», que llevaron a la lírica española a una charlatanería autocomplaciente y singularmente reiterativa por su tosquedad, que veía en esta lírica la retórica de lo estéril-lingüístico, permitió a García Baena un alejamiento de la lírica al uso y la construcción de un castillo interior de recogimiento hasta que acudieron en su rescate escritores de los sesenta y setenta (los poetas del lenguaje y algunos novísimos) para ennoblecer su aportación a la lírica española del siglo XX. Algunos lo han explicado diciendo que tanto García Baena como otros poetas andaluces de entonces no se habían adscrito al realismo crítico o «poesía social» ni a la protección de organismos oficiales y, además, vivieron en Andalucía, lejos de los centros de decisión editorial, y, eso, en nuestro país tiene un precio: el silencio. Sordina rota en 1984 cuando se le concede el Premio Príncipe de Asturias. A partir de este momento se produce la redención de García Baena.
Esta necesidad de rescatar la esencia lingüística para la lírica ha sido confundida tradicionalmente (bien por maldad o bien por ineptitud crítica) con la pedrería lingüística, con el arrebato sensual de la palabra, con el «huerismo» verbal. Pero esa crítica a García Baena finalmente ha sucumbido y se ha optado por reconocer en él a uno de los escritores que más ha renovado el lenguaje poético en la segunda mitad del siglo XX en España.
Hasta 1958 (al año siguiente publicará, no obstante, una antología que publica el Ayuntamiento de Bujalance, pero su obra ya estaba asentada el año anterior) podemos fijar un primer período en su lírica que dará lugar desde este momento a un largo olvido. Entre esta fecha de publicación de Óleo y 1971, en que se edita Almoneda (12 viejos sonetos de ocasión) en Ediciones Guadalhorce, se han cumplido trece años de diáspora y apartamiento, un riguroso período de silencio estético, al que nos referiremos en otro lugar.
Durante esta primera etapa publica Rumor oculto (1946), Mientras cantan los pájaros (1948), Antiguo muchacho (1950), Junio (1957) y Óleo (1958). En el primer poema de Rumor oculto, de título homónimo, existe en el joven de veintitrés años una intención de configurar una poética, una declaración de principios rectores, una personalidad decisiva: para ello se sostiene en la musicalidad del heptasílabo con asonancias, la sensualidad de la naturaleza con su valor de canto primigenio, la fortaleza primaveral y el neorromanticismo militante: “Quiero que sea mi verso/ como luna de abril,/ como las rosas blancas,/ como las hojas nuevas./ Que mi cítara suene/ como el agua en la yedra,/que mi canto sea nada/ para que lo sea todo/ y que a mis versos caigan/ heridas las estrellas”.
En esta cadencia de lo oculto que lleva implícito el murmullo, el bisbiseo de su lírica, quiere entrar en la poesía española como de puntillas, sin hacer ruido, cantando a Chopin (como en el poema “Elegía a Chopin”: “Pero suena la música…,/ suspiraba en la tarde sin que nadie la oyera…”) y a la pintura (con el homenaje a Ginés Liébana: te he buscado, te busqué con tristeza), pero ya, ab initio, surgen los grandes temas de su lírica (al menos, en esta etapa inicial): el deseo (tanto en su ámbito de lo maléfico, insatisfacción, aprehensión, desgarro…), la muerte, lo decadente y huidizo, el olvido, la memoria/desmemoria, la desazón ante la insatisfacción vital, la constante presencia de la naturaleza y el paisaje como revulsivos de su viaje interior… Existe ya en su componente lírica una reciedumbre de sustancias, una vitalidad marmórea, una agitación y lucha íntima, la expresión de un alma en constante zozobra: la pérdida de Cristo y el infierno del deseo: “Aunque me hayas quitado a Cristo, el que perdona,/ el comprensivo, el dulce, el manso Jesucristo,/ un día volveré al alba,/ ya cansado,/ con mis descalzos pies sangrantes de la senda/ y lloraré las lágrimas, las que tú no ves nunca,/ hasta borrar el último recuerdo del pecado”. Son unos versos que anuncian un futuro, pero el poeta ha caído en la tentación, en el aire, el demonio interior, en el que se ahoga, el que adivina su alma, y lo quiere como ángel suyo en el magma fogoso y etéreo del estío: “Por seguir tus caminos/ dejé en un lado a Cristo”. Se abandona el poeta en la impudicia de Venus, en los mirtos lascivos, en la sensualidad de los valles idílicos. Y poco a poco ese deseo del novicio que asciende con un frenesí inaudito se va enquistando en el yo poético y adquiriendo la fortaleza de todo lo marmóreo: “Mis manos, que no saben, moldean asombradas/ el mármol desmayado de tu cintura esquiva,/ donde naufraga el lirio, y las suaves plumas/ tiemblan estremecidas a la amante caricia”. Pero también: “Como aquella trompeta/ que un día romperá los mármoles”. Es ya un mundo plagado de erotismo, intemperancia, sensualidad e impertinente aleación con la naturaleza y el paisaje que entra de lleno a la conquista de un naturalismo corpóreo y vibrante, que se estremece en la metáfora (caracol marino para el oído) o los símiles sensitivos. Un encuentro con la carne (“De mis labios bebiendo en los tuyos”), con los olores del membrillo, con la caricia, con el río de la tarde. Una poesía que nos inunda con aromas sutiles, con cuerpos que se agitan en el despertar del mundo, cuerpos jóvenes como dioses…, pero sobre los que planea también el tránsito de la despedida y la muerte en un tono sutilmente elegíaco: “Deja que pueda echarme sobre tu tumba blanca/ y que cruce mis manos sobre mi pecho y muera/ cara el cielo, igual que tú bajo la tierra”.
A través de la ampulosidad del versículo, su cadencia versal transige con el discurso narrativo-descriptivo de los endecasílabos y heptasílabos, de los operísticos alejandrinos en los poemas “Jardín” u “Otoño en los castaños”, o el versolibrismo de “Elegía para un amigo muerto”. Irrumpe, con el ritmo acompasado y lento de los versos de arte mayor, la «hierofanía» del deseo en cuanto manifestación de lo sagrado, como casi vivencia religiosa susceptible de revelarse como una sacralización cósmica. Si el hombre de las sociedades arcaicas, como nos recuerda Mircea Eliade, tenía tendencia a vivir lo más posible en lo sagrado y en la intimidad de los objetos consagrados, García Baena aúna en el misterio pagano esa suculencia mística que ofrece el paisaje, la naturaleza y el cuerpo del amado, soldando los símbolos de la sacralización con el encuentro amoroso. Eros y thanatos estarán presentes de consuno en una obra que lejos de los versos iniciales de la poética irrumpen en la informalidad de lo impetuoso.

Uno de los proyectos vitales que nunca abandonó García Baena es la presencia obsesiva de la naturaleza como síntesis interior. Desde Garcilaso de la Vega ha habido una tradición de interacción lingüística entre el paisaje interior y la naturaleza en curso. En su momento lo puso de manifiesto mi maestro Emilio Orozco. San Juan de la Cruz lo recogió con inusual sentido en su Cántico espiritual y también Fray Luis de León, más sutilmente Meléndez Valdés y más estentóreamente el romanticismo, llegando casi a un éxtasis de melancolía con Rosalía de Castro y de renovación formal con Bécquer y Juan Ramón Jiménez. García Baena es consciente de esta tradición que arranca evidentemente de la poesía arábigo-andaluza, como bien puso de manifiesto García Gómez, y al respecto hablará siempre del sentido barroco del lenguaje, de la riqueza de la palabra: «Y no puede extrañar: lo llevábamos en la sangre. Ahí están Góngora y los poetas arábigoandaluces, y nosotros estamos en la misma sangre. No podíamos olvidarlo.»
Uno de los poemas que puede ser bandera de lo expresado es el que lleva por título “La vida es como un bosque”, perteneciente a su libro Antiguo muchacho, donde con un ritmo cadencioso y el estribillo del título conforma su experiencia vital a tan temprana edad como veintisiete años: “Oh, sí, la vida es como un bosque./ Un bosque donde un día entramos confiados/(…) A veces pasan sombras por mi mismo camino./ (…) Oh, sí, la vida es como un bosque,/ un bosque donde al alba resuenan las lejanas arpas suavísimas,/ (…) Un bosque donde sopla furioso un viento rojo/ que roe nuestras carnes,/(…) Oh, sí, la vida es como un bosque./ Un bosque sembrado de esqueletos y sal,/ un bosque donde se balancean rígidos los ahorcados/ en cada árbol…”
Por eso adquiere un valor alegórico determinante en la obra Mientras cantan los pájaros, que ya reúne formalmente en su título la premonición de lo afirmado con la síntesis de la música como rúbrica y antídoto (a veces no sólo como oda sino también como elegía) de la existencia. Y para este camino García Baena se sostiene en dos de sus mayores afinidades de raíces sinestésicas: la pintura y la imagen: múltiples, heterogéneas y ricas invaden este sazonado alimento imaginario que siempre acompañó al cordobés: “Un puñal de palomas/ rasga como un suspiro el timbal de las nubes” (la interacción entre la música y la imagen); “Hay un tejido espeso con aroma de mieles y trigo” (la simbiosis entre la pintura y los olores); “Y hay un himno en mis labios/ un himno que le levanta su corola” (lo sensual y musical humano junto a la expresión formal de la flor); “Cuando la tarde estruja jacintos olorosos/ en el cáliz temblante de los árboles” (el olor de la tarde y la prosopopeya de los árboles con el latinismo de estremecimientos)… El imaginario del lenguaje se sostiene sobre recursos y tropos como la metáfora, la sinécdoque, la metonimia, la prosopopeya y el símil (básicamente) y en ellos la proyección del imaginario poético se amplifica en el misterio presente del individuo y en su interacción dinamizadora. Por ejemplo, cuando dice “En mis párpados, lirios de pálidas visiones/ mueren todas las tardes” está generando un proceso asociativo entre lo trascendente humano, la naturaleza y la finalización del día. De este modo, el mar puede respirar mientras el joven busca por la selva o en el oscuro aljibe queda el frío de las estrellas en una antítesis que fusiona la luminosidad/oscuridad con la frialdad/sensibilidad. El yo poético se interacciona de tal modo que el viento es el que deja en su boca el metafórico soplo de la dicha, y el color y el sonido se fusionan en un todo: “Un rumor de trompetas coronaba de oro las terrazas”. En este lenguaje conquistado para la palabra no hay nada para la reducción y mucho para la amplificatio de sensaciones y la alegoría de un mundo que se sostiene sobre la mirada, el sonido y la proyección simbólica.
Pero, en los primeros tiempos, la zozobra del deseo pulsa como un caballo encabritado los versículos del extenso poema “Llanto de la hija de Jephté”. A través del símbolo de la vida/carro atascada en el fango de los días, y el magma de la oscuridad de la noche (“aquella noche que se abrazaba como un escarabajo”), trata de reconstruir un historia sucedida años ha y el estremecimiento del ángel o demonio, y la pérdida de la virginidad disipada y la intromisión promiscua del deseo frente al devenir solemne de la muerte. El poeta se debate en sus hogueras interiores y requiere la presencia simbólica de una “túnica tejida” que calme su fuego. Pero todo sigue su cauce de río, de regato que esgrime su propia singladura, su vida, en el fango de las ruedas ya resuelto y el anhelante jadeo de las respiraciones, en este trasiego en el que la noche del alma también es luna de mármol, misterio, canto incendiado, lujuria de los racimos. La voz potencial de García Baena se hace de una reciedumbre sonora, de una casta bizarra en la solemnidad de la primavera, como en el poema dedicado a José Manuel Cardona en endecasílabos blancos, y con la estructura paralelística y la simbiosis de las anáforas y el juego de luces presente.
Pero también la necesidad de reconstruir historias. Lo que nos confirma que García Baena es un poeta de la oralidad, que le gusta sistematizar la oralidad en sus escritos, recoger la dinámica de las antiguas historias, cadenciarlas en el poema, hacerlas narración y conservar la euritmia del arte mayor en la organización de nuevas sonoridades (“bronce mortal de los crepúsculos”), de nuevos símiles de corte seudorreligioso o pagano, de una incipiente garra neorromántica que amplifique su potente y poderosa voz a través de la perspectiva sonora, vital y autocomplaciente de sus pinturas en el poema: “Vi el hoyo de mi cuerpo sobre la sucia sábana/ y ahogadas sus palabras en la roja marea de la fiebre”. La cadencia oral se presta en la simulación de lo temporal, por eso formalmente ha preferido muchas veces el verso difuso, heredero de los surrealistas, y muy preciso para la comunicación de los matices de la comunicación, pero también del uso de expresiones que indican ese tiempo transcurrido, las vivencias, los ecos del pasado a través de los verbos perfectivos o imperfectivos con afán narrativo: “Yo era entonces… Era el tiempo… Recortábamos…. Había corolas… Tú ibas anudando”. Esta predisposición, muy familiar en toda su trayectoria poética, incluso hasta su última obra, Los Campos Elíseos, se manifiesta ex profeso en un gran poema, “Noche del vino”, que es un hermoso himno a la construcción de las emociones a través de una cadencia que manifiesta la raíz de una historia que se va poetizando: “Te he escuchado en la noche despeinada del vino”, comienza el poema, y a través del símil del río (constante en la obra anterior) se va inflamando y ofrece una ambientación fantasmagórica: puentes de llanto, ramas desgajadas, trenzas húmedas de sudor, lamentos prolongados. Toda una escenografía (tramoya teatral que como un fanal enigmático ilumina su discurso lírico) de sonidos, rumores, sensaciones, colores… va creando la argamasa de las emociones, construyendo la erótica de la imagen y su formación en una historia de afectos y deseos: flores hirientes como flechas de felicidad. Y siempre la indeleble pintura, como la de esos amantes cuyos cuerpos están embalsamados o la presencia neorromántica de la muerte, casi un tópico en la lírica de Espronceda y el duque de Rivas.
García Baena cimienta su poesía a golpe de sortilegio, a golpe de acumulación, perseverando en la comprensión de la teogonía barroca del sur, que expresa ineludiblemente la pasión hecha carne, la carnalidad del paisaje y sus historias y su visualización: “Soy la carta abandonada sobre el mar,/ el polvo de los besos antiguos cubriendo con su clamor/ el puñal de los ríos,/ la saliva del ángel emigrante del véspero…”
En 1950 publica Antiguo muchacho, que el año anterior había presentado sin suerte al premio Adonais, ganado por Ricardo Molina. Guillermo Carnero señaló que este libro formaría parte con los dos anteriores de una primera época del poeta. Sin embargo, Antiguo muchacho tiene, desde mi punto de vista, su propia soberanía lírica en cuanto rescate de un mundo ya vivido que se sostiene sobre la memoria pero también sobre el presente, con el que ofrece no pocas complementariedades en ese afán de cimentación narrativa de lo vivido: paisajes, personajes, sensaciones, olores… que ofrecen su propio temperamento y condición, y elementos exclusivos diferenciados de los poemarios anteriores, aunque es evidente que en la construcción formal y en el alimento lingüístico formaría un todo con los libros anteriores.
Está dedicado a su madre y comienza con un poema titulado “Alma feliz”, concluyendo con un áspero poema: “La vida es como un bosque” (ya referido), en el que tanto existe lo mejor del mundo como lo más abyecto. En absoluto sería el locus amoenus de las églogas garcilasinas o las odas de Fray Luis de León (nunca presente en García Baena ni siquiera cuando reconstruye su infancia) sino más bien un espesa selva donde tanto podemos hallar la zozobra del alma como la simbólica fuente, tantas veces anhelada, en una especie de ut pictura poiesis. Y se inicia profundizando en los tópicos de la tradición literaria: el ser humano como un náufrago en la corriente procelosa del mundo que ha perdido el rumbo y necesita recomponer el viaje: “Como nauta que asiste impasible en su leño/ al naufragio solemne de la torva tormenta”. El homo viator, la vida como viaje que nos va purificando a la vez que transfigurando, tan presente en Berceo o en Antonio Machado, va también en relación con la vita flumen, que sería una variante, tan reiterada en Jorge Manrique y a la que acudirá con frecuencia el escritor cordobés. García Baena está pensando en ellos cuando nos habla del “joven ahogado” o los “senderos dormidos”.
García Baena advierte de la pérdida de la bonhomía inicial, de la bondad eugenésica y paradisíaca tan querida en el XVIII (el motivo del buen salvaje) para penetrar en otros rumbos vivenciales, de ahí la sistematización antitética entre el ayer y el hoy: “Viviste bajo el ala florida de aquel tiempo/ glorioso para el hombre. Hoy, que cansado vuelves,/ mira como endiamanta tu llanto las ruinas”. El tema del desasosiego y desengaño vital de tan clara raíz barroca, que está siempre presente en estos versos desde el comienzo, surca el poema para solventar la cadencia final en una exaltación vital necesaria que se proyecta sobre la traslación de la música, como en Rubén Darío, y dice: “… Los címbalos sonoros/ gotean áureo polen en ansiosas corolas/ y desnuda a la luz de trompas y de oboes/ embriágate, oh alma, recordando tu dicha”. La memoria del gozo para recomponer la herida vital, que no está proyectada sobre nada en concreto. En un afán en el que se congregan la vitalidad y la sonoridad más desafiante y optimista.
Una estancia de la música invariable en el poemario como en el homónimo “Antiguo muchacho”, que comienza: “Entre la noche era la madreselva como de música”. Y, en consecuencia, también el amor (“fugitivo”) será un trovador (el cantor por excelencia, el músico, gloria in excelsis Deo) y se conforman sonoras metáforas como “el laúd de los besos”; y cuando la luz nace será “con su parra latiendo de áureos cimbalillos”. Un mundo donde los avíos plásticos, sonoros, odoríferos, metafóricos son un totum en la ebullición emotiva de la construcción de la emoción, con el objetivo de conmemorar el tópico del pasado satisfactorio y fluvial: “Fluyendo como un agua fresquísima/ del manantial cegado de los días”.
García Baena trata de rememorar los paisajes y los personajes de su pasado cercano, trata de transportarse a una época (“Cuánto tiempo ha pasado desde que yo de niño/ corría por la arena íntima de esta senda”) o cuando recuerda a “Las tres viejas mujeres” en el bullicio también estentóreo de la música: “Lloraban quedamente por largas galerías/ las tres viejas mujeres y a su balcón llegó/ un rumor de violines destrenzando sus crenchas”. Esta alzadura de la memoria, a la vez que deconstrucción de una pasado (en cuanto la memoria construye/destruye al unísono) necesita del versolibrismo y la cadencia amplia de los versos que se pierden rítmicamente en la prosa y en todos los artilugios técnicos de la narración-descripción como horma expresiva. Así de ejemplar resulta en “El puesto de leche”, que comienza temporalmente como si se tratara de un relato: “Al frío de las ocho,/ cuando en las piedras lisas de la calle”. Para, a continuación, conformar ese mundo que trata de cimentar: los mulos, el arriero, la leche de las cántaras, la fruta, el recuerdo de las láminas de la Historia Sagrada… O “Bajo la dulce lámpara”, donde construye la geografía de los viajes por el mundo. Para ello, García Baena ha tomado la imagen bíblica del hijo pródigo, el mismo, que al cabo del tiempo vuelve a casa (el paisaje exterior tanto como los olores, las imágenes, las sensaciones…): “Esta es tu casa, Pródigo. Hoy que vuelves”.
Ya en el poema “Corpus” hacía referencia a Junio, título de su siguiente poemario. En él decía que el cuarto jardín se llamaba Junio: “Y sus flores, abrumadas de escarlata y de oro,/ son como bengalas ardiendo entre los peces de un estanque”. La poesía de García Baena desprende la salutación odorífera de los perfumes embriagadores que arrebatan los sentidos y son capaces de trasladarlos, como los antiguos poetas del Al-Andalus, por lugares mágicos, por caminos de somnolencia aromática. Precisamente Junio va precedido de una cita de Gabriel Miró, el narrador sensitivo por excelencia, que dice: “Es la felicidad la que tiene su olor, olor de mes de Junio”.
De este poemario dijo García Baena que almacenaba el triunfo de la carne y el paganismo, que no puede ir desligado de la iconografía lírica y el cultivo de la imagen corporal en la persona amada. En el extenso poema titulado “Narciso” se adentra por el estío y el deseo en la carne para progresivamente declarar su presencia en esa noche que los refugia a los amantes y despierta el arrebato más carnal: “Haciéndome gritar de angustia por tu cuerpo que escapa a/ mi cuerpo”. El juego de artificios del deseo a través de los tópicos al uso en un ámbito natural, en una Arcadia de nuevo cuño donde dar rienda suelta al milita amoris: “Tú dormías en la tierra. Dormías y esperabas./ Me acerqué a tu mirada y mis piernas elásticas/ encontraron el loto esbelto de tus piernas./ La mañana era entonces unos labios abiertos,/ unas caderas ágiles, un cestillo de fresas,/ una corona húmeda del rocío de la dicha”.
Una poesía que arrebata en su suculenta búsqueda, como en el poema “Junio”, que emplea la anáfora y la repetición de la búsqueda de amor en el topos de Junio, definido en el poema inicial “Bajo tu sombra, Junio…” como un canto fecundo a la zozobra de los cuerpos en la siesta, la respiración agitada y los espasmos sensuales de los besos. Conformación de una exaltación de perfumes, bosques, sonoridades que en este poemario adquieren una singular magnificencia, por cuanto hay varios poemas que tienen como título la música, directa o indirectamente: “Casida”, “Rondel para un joven violinista” e “Himno del cedro”. En el primero, hay un mundo promiscuo para los sentidos, para la edificación de un mundo vegetal con perfumes de azahar, dátiles, pieles oscuras, lirios, diamantes calcinados, alhelíes, rosales, jaras, cálices, destellos de amatista y ópalos, pero también la metafórica “enredadera enervantes de los abrazos” o en el gemido de las cítaras y el placer presidiendo el sorprendente acaparamiento de sensaciones.
En el segundo, surgen los oscuros cabellos de violines en una alianza misteriosa entre el cuerpo y la música, o “la carne de la humilde madera” que es toda una premonición en la que el misticismo de la mixtura alcanza una elevación sonora: “Y los puros sonidos/ cuando pulsas sombrío el corazón nocturno”.
El tercero, un canto a la palabra, su fortaleza, su apariencia en la confidencialidad del perfume y en la premura del perfumado beso de ese amor fugitivo que ante nosotros se reclina.
Un mundo de exacerbación vital en el cuerpo del amado que se resume en “Amantes”, nada más iniciar con la mixtura de música, cuerpo y sentidos: “El que todo lo ama con las manos/ despierta la caricia de las cítaras”. Después se extiende en una enumeratio de depósitos en los que el amante adquiere todo el protagonismo al adentrarse en la dicha: “El que encuentra los muslos del aljibe/ entre sus muslos”. Para, finalmente, enloquecer en la dicha de amor en torno al flamma amoris: “Todos, la noche maga con su rezo/ los enloquece (…) y los devuelve dulces, poseídos”.
En 1958 publica Óleo, que sigue en la estela de las obras anteriores en el beneplácito del canon pictórico, el entusiasmo sensual, la enumeración cognitiva con ansias de enclaustrar la amplitud del mundo observado, la solvencia de la terminología litúrgica en un peregrino maridaje entre paganismo y cristianismo, la determinación lujuriosa de un paisaje que siempre lo acompaña misteriosamente, mixti fori, como sucedía en Valle, la gradación de los componentes vitales, la presencia obsesiva de la música, la voluntad del ut pictura poiesis, la arquitectura del libro divino de la naturaleza y el alma trágica de los seres que se anudan al vivir incierto, la flamma amoris, lo cristiano en el ámbito de una naturaleza que se exalta continuamente, y, finalmente un espíritu agónico que está dispuesto a combatir y a revitalizar la existencia.
Se inicia con “Sueño de Adán”, donde el Tú apostrófico es Dios, la respiración de Dios, su mundo y la sombra que palpita sobre el poeta que en soledad se siente anegado en sus límites de arcilla y ansía esa voz sagrada, esa lumbre angelical que embellezca el “laurel desnudo y joven”. Su poesía, a fuerza de relevante fonéticamente, se eleva a través del paisaje de Dios para adquirir progresivamente la concepción del sic transit gloria mundi. Pero, mientras que nos toca vivir, lo quiere hacer con la voluptuosidad de la naturaleza que eleva su plegaria en el poeta, que ha depositado en su alma desvelada el recorrido de los sueños. Se pregunta en “Los que un día os llevasteis” qué harán los que han dejado la existencia, y tiene momentos de piedad para ellos mientras aspira llevar siempre delante un camino de tierra y una “higuera sedienta”. Símbolos de estar animado de una voluntad vital y terrenal, aunque (como en “Cuando los mensajeros…”) sepa que el polvo sellará los labios un día dando fin al homo viator.
El apóstrofe de Dios está muy presente en algunos de estos versos, como en “Ceniza”, para expresar su potestad y la finitud del camino humano, en una línea muy cercana a Jorge Manrique aunque sin la contención de éste. García Baena es expansivo en su poesía, amplio y esplendente. Y, así, los matices de la ceniza con su carga de simbología cristiana y renovación de compromiso (y, también, de muerte) en este poema se adentran por diversos vericuetos mientras el alma confusa en la plenitud del deseo observa el engaño del mundo, e incluso se prepara litúrgicamente para la ascensión, una elevación espiritual de corte místico que aspira a destruir su paganismo militante, como cuando dice el poeta: “Subirán a tu cielo como el perro que teme/ y confía y se arrastra delante de su amo,/ subirán a tu cielo suplicando que anegues en tu ceniza viva todo incendio que levante en mí/ y que tu lava arrase mis mármoles paganos,/ la púrpura soberbia de mis templos, / y los plintos florecidos de mis deseos”.
La dilatación sonora y la magnificencia de los verbos: desnúdame, sájame, hiere, raspa, opera, rebana, deja, remueve en “Día de la ira”... convierte el poema en un arrebato de desesperación y una lucha (el agonismo al que nos referíamos) que se hace persistente y dolorosa. El poeta advierte de ese destino trágico, un personaje en medio de un cerco que lo anega y lo enfrenta progresivamente a la muerte: “El sombrío aposento de las urnas,/ el agujero oscuro, el cenotafio…” En cambio, un hálito de luz, de ciego que recobra la luz misteriosamente despide su hermoso “Palacio del cinematógrafo”, donde comienza con unos versos que son una invitación narrativa y confidencial: “Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero/ como siempre. Tú sabes que estoy aquí. Te espero”. El poeta encadena la experiencia del cine, el grito de los sioux, la sangre grasienta, el lago clausurado, el corazón loco que galopa… y, a través de las enumeraciones, conforma un mundo, crea una atmósfera vital, que será de influencia en algunos poetas posteriores.
Sin embargo, uno de los poemas, probablemente el más importante, es el dedicado a su amigo Juan Bernier, “Nocturno”. A través de la epímone “he visto”, del paralelismo, la enumeración acumulativa y el tópico ascético-místico del poeta que pasea en la noche, va construyendo su mundo interior en el ámbito del paisaje exterior con claras reminiscencias de San Juan de la Cruz: “Cuando mi alma era una oración de nieve en un lago de sangre”. Va creando los elementos de ese mundo: el jardín cerrado (de proyección evidentemente barroca, en el conde de Villamediana, y después retomado por Emilio Prados), el sueño deslumbrante, los mármoles, el corazón morado, el vino de la lujuria, el fuego consumido y las hostias mancilladas, las promesas de los amantes, el amor que arde en el deseo permanente, la audacia, la palabra como luminosa representación, la adolescencia, el veneno de la vida y el final de la misma, el miedo del existir: “Y tuve miedo y frío. Me calaba la lluvia. Me cubrí la cabeza para no ver/ y todos aquellos que pasaban eran como yo mismo.”
En definitiva, la lírica de García Baena proyecta una áurea fortaleza vital en el ámbito lingüístico por su magnificencia verbal y amplitud metafórica, y en la conformación de un mundo interior tupido, trabado, promiscuo, que conforma una de las más brillantes trayectorias líricas de los últimos tiempos.

Breve biografía:

Asistió de niño al colegio Hermanos López Diéguez, en cuyo patio lo recuerda una lápida, y cursó el bachillerato en el colegio Francés, con los Maristas y en el colegio de la Asunción. Estudió pintura e historia del arte en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba, donde amistó con el pintor Ginés Liébana. A los 14 años leía ya a San Juan de la Cruz. Empieza a frecuentar la Biblioteca Provincial, donde conoce al también poeta Juan Bernier, quien le descubrió a Marcel Proust, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Jorge Guillén y sobre todo Luis Cernuda. Empieza a publicar en la prensa local con poemas y dibujos, firmadoa a veces con una E mayúscula o con el seudónimo Luis de Cárdenas, en Caracola, en El Español y en La Estafeta Literaria. En el año 42 estrenó en Córdoba una versión teatral de cuatro poemas de San Juan de la Cruz. Rumor oculto, su primer poemario, apareció en la revista Fantasía en enero de 1946. En 1947 él y su amigo Ricardo Molina concurrieron al Premio Adonáis de poesía, sin éxito, por lo cual decidieron crear su propia revista junto con los poetas Juan Bernier, Julio Aumente y Mario López y los pintores Miguel del Moral y Ginés Liébana: Cántico (Córdoba, 1947-1949 y 1954-1957), que será una de las más importantes de la Posguerra española. Estos autores serán conocidos desde entonces como Grupo Cántico.
Cántico reivindicaba una mayor exigencia formal y estética y una mayor sensualidad, y enlazaba con la poesía de la Generación del 27, en especial con Luis Cernuda; barroca, exaltada y vitalista, su poesía influyó entre las generaciones más jóvenes sirviendo de puente entre los Novísimos y la Generación del 27. Entre Óleo, de 1958, y Almoneda (1971), sostuvo un largo silencio poético, roto ya definitivamente tras este último libro. 1964, junto con otros amigos, viajó por la Costa Azul francesa, la Riviera italiana, Milán, Florencia, Venecia, Roma, Nápoles, Capri, Atenas, Delfos, Athos, El Cairo y Alejandría. También hizo viajes ocasionales a Florida y Nueva York. A su vuelta en 1965 fijó su residencia primero en Torremolinos y finalmente en Benalmádena (Málaga), donde residió trabajando como anticuario hasta el año 2004 en que volvió a Córdoba. Es colaborador de distintos diarios nacionales y realiza lecturas y conferencias en los centros culturales españoles.
En 1984 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Fue declarado Hijo Predilecto de Andalucía en 1988, y Premio Andalucía de las Letras en 1992. Recibió la Medalla de Oro de la Ciudad de Córdoba en 1984, y de la Provincia de Málaga en 2004. Actualmente es miembro de la Comisión Asesora del Centro Andaluz de las Letras del que es director. Su poesía posee un acento gongorino y sensualidad, e incluye la temática religiosa de los ritos y las procesiones. Su obra poética hasta la fecha se halla reunida en Poesía completa (1940-2008) (Madrid, Visor, 2008). En mayo de 2008 gana el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

OBRAS.

POESÍA
Rumor oculto, en Fantasía (Madrid), 1946. Edición facsímil: Sevilla, Renacimiento, 1979, Suplemento de Calle del Aire
Mientras cantan los pájaros, en Cántico (Córdoba), 1948. Edición facsímil: Córdoba, Diputación de Córdoba, 1983
Antiguo muchacho, Madrid, Rialp, 1950, Adonais. 2.ª edición: Madrid, Ediciones La Palma, 1992
Junio, Málaga, Col. A quien conmigo va, 1957
Óleo, Madrid, Col. Ágora, 1958
Antología poética, Córdoba, Ayuntamiento de Bujalance, 1959 (edición facsímil, 1995)
Almoneda (12 viejos sonetos de ocasión), Málaga, El Guadalhorce, 1971
Poesías (1946-1961), Málaga, Ateneo de Málaga, 1975
Antes que el tiempo acabe, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1978
Tres voces del verano, Málaga, Col. Villa Jaraba, 1980
Poesía completa (1940-1980), introducción de Luis Antonio de Villena, Madrid, Visor Libros, 1982, Visor de poesía
Gozos para la Navidad de Vicente Núñez, Madrid, Hiperión, 1984. 2.ª edición: Sevilla, Fundación El Monte, 1993
El Sur de Pablo García Baena (Antología), introducción de Antonio Rodríguez Jiménez, Córdoba, Ayuntamiento de Córdoba / Ediciones de la Posada, 1988
Antología última, Málaga, Instituto de Educación Secundaria Sierra Bermeja, 1989, Col. Tediria
Fieles guirnaldas fugitivas, Melilla, Ciudad Autónoma de Melilla, Ayuntamiento de Melilla, 1990, Rusadir
Prehistoria, Córdoba, Ayuntamiento de Córdoba, 1994, Cuadernos de la Posada
Poniente (con dibujos de Pablo García Baena), Córdoba, Fernán Núñez, 1995, Cuadernos de Ulía
Como el agua en la yedra (Antología esencial), introducción de Manuel Ángel Vázquez Medel, Sevilla, Fundación El Monte, 1998, La placeta
Poesía completa (1940-1997), introducción de Luis Antonio de Villena, Madrid, Visor Libros, 1998, Visor de poesía
Impresiones y paisajes, Cuenca, Ediciones Artesanas, 1999
Recogimiento (Poesía, 1940-2000), estudio introductorio de Fernando Ortiz, bibliografía preparada por María Teresa García Galán, Málaga, Ayuntamiento de Málaga, 2000, Col. Ciudad del Paraíso
En la quietud del tiempo (Antología poética), prólogo de José Pérez Olivares, Sevilla, Renacimiento, 2002
Fieles guirnaldas fugitivas (Premio Ciudad de Melilla; Melilla, Rusadir, 1990; 2ª ed., San Sebastián de los Reyes, Universidad Popular José Hierro, 2006). ISBN 84-95710-29-3.
Los Campos Elíseos (Valencia, Pre-Textos, 2006). ISBN 84-8191-729-X.
Poesía completa (1940-2008), introducción de Luis Antonio de Villena, Madrid, Visor Libros, 2008, Colección Visor de poesía.

PROSA
Lectivo, Jerez de la Frontera (Cádiz), Ayuntamiento de Jerez, 1983, Fin de Siglo
El retablo de las cofradías (Pregón de Semana Santa en Córdoba, 1979), Córdoba, Diputación de Córdoba, 1984. 2.ª edición: Diario de Córdoba, 1997
Calendario, Málaga, Col. El Manatí Dorado, 1992
Ritual, Córdoba, Diputación de Córdoba, 1994
Los libros, los poetas, las celebraciones, el olvido, prólogo de Rafael Pérez Estrada, Madrid, Huerga & Fierro, 1995, La rama dorada
Vestíbulo del libro, Málaga, Junta de Andalucía, Consejería de Cultura, 1995
Zahorí Picasso, Málaga, Rafael Inglada Ediciones, 1999





CUADERNOS DE ROLDÁN. JAÉN POR F. MORALES LOMAS


J.A.A. es el responsable de Cuadernos de Roldán dedicados a Jaén(Sevilla, 2009).
En esta obra los lectores pueden encontrar poemas y cuadros de escritores de Jaén. Entre los escritores se hayan, entre otros, Salvador Compán, Juan Eslava Galán, F. Morales Lomas, Manuel Urbano, Juan Carlos Abril, Javier Cano, Esther Morillas, José Cabrera Martos, Pablo Naranjo, Jesús Solano, Raquel Rico, José Ramón Vaca, Agustín Torres Márquez, José María Bedoya, Francisco Núñez Roldán...
Y entre los pintores Carmen Márquez, Miguel Viribay, Mario León, Carmen Mogollo, Justo Girón, Paco Molinero Ayala, Francisco Carrillo, Francisco Molina Montero, Paco Lara-Barranco, Ángeles Agreda, Teresa Lafitta...

Una obra importante para conocer de primera mano lo que escriben o pintan los creadores actuales de la provincia de Jaén llevada con total acierto por J.A.A. en Cuadernos de Roldán.

Seleccionamos estos textos de Salvador Compán:

EL COLOR DE JAÉN
Para Manuel Urbano
atalayero de los mejores
caminos de Jaén.


Pongamos que fue en esta tierra
donde me coronó la infancia
como rey de los charcos,
bandolero de olivos
y emperador de horizontes.
Pongamos que era azul el color de la infancia,
un añil tan moldeable
que latía en albercas y cuadernos,
oreaba mis sábanas de noche
y con él se hacían tirachinas
para cazar a traición
los mejores deseos.
Pongamos que aquel color de la infancia
me sigue manchando de azul
al Jaén del presente,
como si a ti, antiguo pirata
de geografías transparentes,
se te llenaran de mar y velas
las sierras que entonces te miraban,
y un oleaje de brisa y vida
siguiera estremecido sin fin
las recias torres de tu tierra inmóvil.

Poema de Juan Eslava Galán:

BAFOMET DE LA CATEDRAL DE JAÉN

Cinco siglos sentado en la cornisa
acechando la vida de mi gente,
mi vida misma. Y yo tan sólo veinte
años tras ese arcano de tu risa.

La anciana enlutada que va a misa
y que nunca notó tu vista hiriente
o aquel joven que en balcón de enfrente
tanta remota arena sueña y pisa.

En mi cruel espejo el tiempo enlaza
cada momento al tuyo, en ti me invierte,
viejo enigma tenaz que me atenaza.
J. Eslava Galán y F. Morales Lomas
Miro morir el día y puedo verte:
este preciso instante tuyo abraza
los de mi nacimiento y mi honda muerte.

Poema de F. Morales Lomas:

HOMBRES DUROS

Los hombres duros se alimentan del rescoldo
de los salones fríos.
Sufren el embate de las olas pero se dejan
querer, porque son duros.
Se alimentan de promesas de cosechas
y algo del carmín de un beso.
Son hombres duros porque la vida
no les pertenece. Le es ajena.
Son hombres ungidos por esa gracia
de las ceremonias.
Y tienden a abandonar el campo de batalla
con una espada en la mano,
porque son duros,
porque son duros.
Son hombres duros que no se agotan en el caos
y sobre su historia siempre hay algún monólogo,
algún acto heroico con estatua.
Tenaces al desaliento
los hombres duros evocan
una armonía antigua de rituales, y cosas así.
Los hombres duros nunca se hacen preguntas
porque tienen todas las respuestas.

Protégeme, maestro, de tanta fortaleza.

Poema de Manuel Urbano:

VENUS, ITÁLICA

Para Salvador Compán

No está la imagen rota, sí la piedra fracturada. La precisa línea que marca el abrazo mutilado ofrece el inquietante arranque de la luz y subraya el desnudo perfil; su círculo es el espejo en el que, con insinuante tiemblo retenido, el terso seno nacarado se refleja. Vibra el compás en flor de la carne cercenada. La desposesión y el labio del deseo con toda su longitud enervan la libido, mientras el corazón, ojos atrás, se despoja y titila entre los párpados. La tarde, lenta, comienza a tenderse entre la cálida mudez de las sombras; la hora, mansa, recostada y horizontal, escucha. Se advierte en la sala como un murmullo ingrávido. Al pie de la diosa sus ropas recogidas. Y el lívido silencio del mármol al pie de la estatua.

Poema de Juan Carlos Abril:

SÚPER ANDRÓGINA

Proserpina

Los árboles caídos en el suelo
se han podrido, sus ramas -melodía
de drogas, sin denscanso- obstruyen la vereda...

Pero ¿qué prisa tienes? Vas
hacia un fin excitado que revive.
¡Es el infierno! Es la primavera

que ha emergido en sus profundidades
tu muerrte siempre joven; ha nacido otra vez.
Vence tu piel itinerarios de tinieblas

y acariciando la esperanza -en el imperio
del humo hay una esfera herida- vuelves cantando:
Es el infierno. ¡Es la primavera!

Poema de Esther Morillas:

NUEVE VENTANAS

Nueve ventanas hay en esa casa
con nueve luces que se ven
detrás de las ventanas, y siluetas,
y músicas que llegan a la calle
con un fulgor acústico.
Hay tanta luz, tan poco se distingue,
ni canciones ni besos, ni habitantes,
que me paro a mirar. Desde la calle
cuento nueve ventanas: me parece
estar viendo un incendio en cada una.

viernes, 20 de marzo de 2009

VIDA Y TIEMPO DE MANUEL AZAÑA POR F. MORALES LOMAS





La biografía más completa que se ha publicado del presidente de la República, Manuel Azaña, la ha escrito Santos Juliá, catedrático de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED. Una obra imprescindible para el que quiera adentrarse en la comprensión de uno de los políticos más trascendentes de la historia de España del siglo XX. Amado y odiado, Azaña no puede permanecer ajeno al vendaval que se ha creado en torno a él.
Santos Juliá sigue un procedimiento diacrónico desde los días de Alcalá de Henares donde nació hasta los de destierro y persecución, con un álbum fotográfico de gran valor emotivo y cuatro cartas que Azaña escribió a Pedro Sainz Rodríguez, a Alejandro Lerroux y dos a Salvador de Madariaga.
Santos Juliá trata al político con distancia profesoral pero con enorme afecto. Por ejemplo dice de él: “Hay quien dice que era orgulloso. No es cierto”. Una prueba de esa necesidad de establecer la pasión por el personaje casi por encima de sus detractores. Si embargo, no es un libro de idolatría personal, sino de profundo rigor histórico. Desde luego que existen acontecimientos en su vida que explicarán al político y al escritor. No en vano Azaña dejó de ser católico tras estar con los frailes de El Escorial, y siempre consideró la actuación de la Iglesia española durante la República como un retroceso histórico y, en general, un mal para el país. Nunca fue enemigo de la religión, aunque sí rechazó ese control de la jerarquía sobre la enseñanza.
Políticamente Azaña nace dentro del liberalismo social y progresivamente irá radicalizando sus discursos hasta la llegada de Izquierda Republicana, ya durante el periodo anterior al 36. No obstante, siempre fue un político moderado y cerebral que intentó sin poder, evitar los males del país y, sobre todo, evitar la guerra. No podríamos decir lo mismo de los demás.
La política y la literatura, el pensamiento... lo convertirían en uno de los pocos políticos españoles que sabe escribir sin tener que ruborizarse. Los años del Ateneo son trascendentales en este sentido, su amistad con los intelectuales de la época y sobre todo con su cuñado, Rivas Cherif, que dará mucho que hablar. Por entonces las crónicas de ABC decían: “Gran espíritu y gran cerebro los de Manuel Azaña (...) Su charla, ingenio fino e incisivo, verbo elegante y preciso, sagacidad crítica, noble erudición...”
De los veinticuatro capítulos, los dieciséis primeros, hasta el momento que estalla la República ocupan más de la mitad de la obra. Los seis restantes otro tanto. De ahí la comprensión del personaje en el ámbito de la República. Azaña es la República y la República es Azaña. Desde el primer momento. Como ministro de la Guerra creó una ley que generó un profundo malestar en la tropa aunque fuera elogiada por Ortega y Gasset (“Maravillosa e increíble, fabulosa, legendaria reforma radical del Ejército”). A partir de aquí se crearía una fama injusta de antimilitarista, hecho que no era cierto.
El otro gran escollo, la Iglesia: “España ha dejado de ser católica”, dijo. Y con ello que la Iglesia no informaba la cultura española y la mayoría de la gente vivía de espaldas a la religión. Cosa que efectivamente era una constatación de un hecho. Ya tenía dos enemigos declarados, que a la postre se unirían para luchar contra él.

Pero Azaña era, sobre todo un extraordinario orador (el más culto, el más importante que ha tenido este país en el siglo XX): “Dialéctica demoledora y fascinante, capacidad para convencer, subyugar y arrastrar a las masas” (dirá Miguel Maura). Valle-Inclán definía su discurso de Mestalla como una “pieza admirable, porque une la energía a la cautela sin detrimento de la emoción y el fervor”. Un orador que logró concentrar para escucharlo a 500.000 personas que eran incluso capaces de pagar la entrada. Ningún político europeo, decía Henry Buckley, habría sido capaz de concentrar una masa tan numerosa. Su gran ambición fue la absoluta democratización del país, con todas las consecuencias, y esto no lo aceptaron los que siempre estuvieron al acecho: “Franco es el más temible”, dirá en la temprana fecha del 15 de julio de 1931.
Se hace masón. Y es acusado por la derecha española emergente de antinacional y antiespañol. Cometió algunos errores de bulto como no considerar un peligro la llegada de Hitler al poder ni la autoridad de la iglesia católica para cambiar el rumbo de la política española. Su detención era cosa de tiempo. Como sucedió tras los sucesos de octubre del 34. Será presa de los ataques de Ramiro de Maeztu y González Ruano, pero también de la derecha de este país, de los lerrouxistas, de los cedistas...
Sin embargo, logra ser elegido presidente de la República. La división de la izquierda, el no apoyo de Gran Bretaña y Francia, la intervención de Alemania e Italia, los excesos y el egoísmo particularista de los catalanes y los vascos (“felonías de los separatistas catalanes y vascos”, dirá)... acabaron por vencerlo. Sin embargo, él todavía seguirá insistiendo: “Los españoles tendrán que convencerse de la necesidad de vivir juntos y de soportarse a pesar del odio político”. Y reiterará una y otra vez que ninguna política se podía basar en exterminar al adversario. Se le llamó también comunista, pero no había nada más lejos de la realidad: era un burgués profundamente anticomunista, como le dijo a John Leche, el encargado de negocios británico.
Lo que sí se apoderará del país es una dictadura militar de curas y soldados: “España estaba gobernada por la mezcla de crueldad y estupidez fundidas en el nuevo régimen, cuyos ”.
Sus últimos momentos fueron una persecución constante y ni siquiera en la huida por los Pirineos hacia Francia le dejaron un momento de resuello.

Santos Juliá, “Vida y tiempo de Manuel Azaña. 1880-1940”. Taurus, Madrid.



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La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano