viernes, 24 de diciembre de 2010

EL RARISMO Y MALDITISMO LITERARIO DE CARLOS EDMUNDO DE ORY POR MORALES LOMAS

Carlos Edmundo de Ory

Con motivo de la muerte de Carlos Edmundo de Ory y como homenaje al gran escritor he querido hacer una reflexión sobre su obra.



En España no se permiten los raros. O haces lo que todo el mundo hace o no entras en el juego escénico. Su ausencia lejos de España también creó sobre él una fantasmagoría dramática y un escenario poco propicio para la consideración social en una época en que todo lo raro sonaba a invertido o loco, muy lejos del espíritu del Movimiento Nacional, del Frente de Juventudes y del brío militarista y autoritario que invadía la sociedad española. De hecho, según Arias Salgado, director general de Información y Turismo, se habían recibido “cartas de obispos y de padres de familia escandalizados”, que tildaban a los filopostistas de homosexuales, comunistas y extravagantes. Cuando no rusófilos y frentepopulacheros, o que estaban pidiendo a gritos que “los lleven a la cárcel, al manicomio o al patíbulo”. Incluso Eugenio d´Ors llegó a decir que el Postismo fue un movimiento artístico que tuvo fama en Cádiz.
Carlos era un espíritu libre y sólo fuera de España podía ejercer ese oficio tan raro y tan digno de la libertad en unos tiempos de dictadura.
Nacido bajo el signo Tauro en una época en que Primo de Rivera desciende a los infiernos de la dictadura militar, Ory conoce después los altercados sangrientos de una República a la que no la dejaron crecer ni llegar a una mínima infancia. Luego llegaron las cruces gamadas pisando el suelo europeo y todo el mundo se fue al garete. Carlos tenía veinte años en plena guerra mundial. Bastantes para tomar consciencia de la insuficiencia del realismo. Y quiso tomar otras vías, pensar que había vida en otros planetas literarios, seguir la estela que habían inaugurado con acierto las vanguardias a comienzos de siglo y ser él mismo en sí una vanguardia: el Postismo.
Toda una rareza, tras el valor de apisonadora que va a ejercer el realismo allá por los cincuenta, asociado a la crítica social y a la lucha contra la dictadura cuando no, en el ámbito europeo, el triunfo del existencialismo sartreano y camusiano… Todo llegará. Su espíritu libre, ajeno a escuelas y corrientes dominantes, no obstante, iba por otros derroteros. Siempre minoritarios, siempre exclusivos. Ory entendía, mucho antes que en mayo del 68, que la única manera de luchar era con la imaginación y las nuevas propuestas literarias. Permanecer ajeno a los dogmas y dictámenes sociales y convertirse en un ISMO. Hubo dos grandes espíritus foráneos a esa imposición del realismo de época: uno fue el Grupo Cántico, que desde Córdoba escribió una extraordinaria historia literaria. Sólo desde hace unos años renace de sus propias cenizas y por fin ha tenido la consideración y trascendencia histórica que en su momento nadie reconoció. Tuvo que pasar medio siglo para que fuera reivindicado. Y curiosamente un elemento de unión entre ambos, entre el Postismo y el Grupo Cántico, llegó de la mano del pintor Ginés Liébana, que fue muy amigo de Ory, con quien tendrá una importante correspondencia entre 1967 y 1969. Y así, en una carta de 28 de agosto de 1967 le comenta a Ginés Liébana sobre su novela Diario de un loco: “¡Soy feliz! Soy mi espectáculo perpetuo. Me ocurren cosas dignas de observación, mis angustias son el columpio de los más bellos demonios. Estoy escribiendo de nuevo mi novela del adolescente negro. He encontrado un plasma de estilo tenso y vibrante como la música del mal y el vientre puro de una virgen”.
El gran movimiento irresoluto y ajeno a garcilasismos, vírgenes trasnochadas y cantos de primavera con caras al sol, fue el Postismo y Carlos Edmundo de Ory, un descreído, un innovador. Un movimiento que quiso ser el movimiento literario por antonomasia. El movimiento de movimientos. Así lo pretendió en el Manifiesto aparecido en La Estafeta Literaria en 1946. Firmado por Ory, Chicharro Hijo y el florentino Sernesi. A la revista Postismo seguirá La Cerbatana, que durará un número. A este movimiento estético se unirían luego otros escritores como Francisco Nieva, Ángel Crespo o Fernando Arrabal. Pero no lo dejaron crecer tampoco. Y es que por entonces la libertad creadora no estaba de moda, sólo los métodos literarios y los dirigismos. No se admitían ni nuevos estados de ánimo, modos de ser o aspectos nuevos de la naturaleza y el arte, como dijo Carriedo, ni lúdicos juegos escénicos, ni un lenguaje de greguería renovado, ni un humor surrealista, ni la bondad con la imaginación y el despropósito literario. Pero sobre todo no se permitía algo que aportó de un modo esencial el Postismo: la investigación del lenguaje y los mecanismos que éste posee para alcanzar la máxima expresividad, uno de los instrumentos esenciales del hecho literario. Los postistas no eran escritores reductibles y pagaron por ello con el olvido.
Mientras en otros momentos se han reivindicado escritores realistas puros, sin embargo, los impuros, los raros, los malditos han seguido su manifiesta noche. Llegaron a llamarlos los brujos de la palabra. Renacían de sus propias cenizas. Eran ángeles caídos que apostaban por la resolución de la cuadratura del lenguaje a través de la imaginación. Ory lo definió como “la locura inventada”, y no estaba el horno para bollos.

Ory abandona los estudios en la Escuela Náutica a comienzo de la guerra civil y en 1940 escribe sus primeros poemas, Sombras y pájaros (1940) y Canciones amargas (1942). En 1945 publica una selección de poemas, Versos de pronto y Las patitas de la sombra con Eduardo Chicharro. Su padre, el modernista Eduardo de Ory, “el único poeta que había en el mundo”, según confesó Carlos, amigo de Juan Ramón Jiménez y de Rubén Darío, es su guía espiritual. En París su padre había publicado en la prestigiosa editorial Garnier Mariposas de oro y Alma de luz, convirtiéndose en un activo publicista del modernismo y autor de catorce libros de poesía, ocho de prosa y seis antologías. Carlos seguirá los pasos de su padre y después de la guerra decidirá que su ámbito es definitivamente la literatura y no la Escuela Náutica. De Carlos escribió en su momento su padre: “¡Pobrecito mío,/ siempre tan callado,/ tan meditabundo,/ tan triste y pálido.// (…) Tú serás poeta,/ poeta preclaro,/ ¡serás… mi obra magna/ y mi mejor lauro!”. Y así fue.
El niño que llegó de Cádiz a Madrid con sus fantasmagorías y su poesía paternal fue progresivamente entrando en el lenguaje y creando un mundo propio, distinto y diferente al resto. Pero, sobre todo, con una tradición que venía tras de sí, una tradición de gran trascendencia histórica: el modernismo, creador por antonomasia de dos conceptos: la música y el lenguaje. Algo que desde luego no fue ajeno al genio de Ory. Chicharro diría de él que le enseñó a detestar a Lorca (aunque escribirá el ensayo Lorca en 1967, en París, publicado por Éditions Universitaires) y a todo lo que España apesta a gitanería, a retórica, a podredumbre, a casa de putas y a españolismo que llegaba desde Maeztu, Zunzunegui y D´Ors, y lo introdujo en el dadaísmo, el futurismo y el surrealismo. Todo ello en el 44. De algún modo Ory junto a Chicharro, etc. Representa ese espíritu español que viene desde Ramón Gómez de la Serna y se adentra en la España de los cincuenta y sesenta con autores como Cirlot y Miguel Labordeta. Pero había, hay una gran diferencia con Cirlot, mientras éste siguió el camino de la abstracción, Ory siguió el de la vida.
Su poesía, en consecuencia, nace de la emoción libre y de la musicalidad, uno de los grandes primeros requisitos de cualquier poeta. La técnica surgirá de esa necesidad de expresar la música. Su amigo Eduardo Chicharro dirá de él: “Jamás vi a un hombre tan endiabladamente capacitado para jugar con las más insospechadas y valiosas gamas musicales en lo que el idioma castellano se puede apetecer”. Y cuando descubrió una noche en el café Pombo su figura despistada y fuera de lugar dijo: “Éste es un poeta”. Era un poeta que se asombraba ante la realidad y pretendía forjarla en su mente y en sus versos como lenguaje y como vida, en un ceremonial en el que no están ausentes la risa o el dolor pero siempre llevado por un irresistible deseo de crear y en permanente conflicto con el juego de antitéticos y con la asimilación en el poema de lo antagónico. Su visión sobre esa radicalidad poética la expresaba en su Diario (1944-1956) cuando decía: “Yo parto del romanticismo germano y universal. De la idea teórica y activa del espíritu libre. Del ansia del infinito y de la eterna Sehnsucht (deseo). Del amor eterno y de la eterna inestabilidad amorosa de la vida terrena. Leopardi; Novalis también. Mi poesía parte del hombre humano. De la nostalgia y de la angustia, y aspira a ser escuchada por Dios. Yo soy todo anhelo, inteligencia amorosa. Toda la ternura de Baudelaire, toda su sensualidad”.
Su concepción de la realidad a partir de entonces cuestiona el modelo que se había creado en torno a ella: la realidad era lo que él quería que fuera y, en última instancia, una estrategia permanente de cuestionamiento de ésta. La libertad y el ejercicio de ésta sobre el lenguaje conforman su verdadera creación que nace siempre de la música. En su “Soneto paranoico” manifiesta una visión de esa realidad: “Solo en el mundo con mi media oreja/ y una cortada flor en el semblante/ bajo a la mina honda del diamante/ que no tiene raíz ni tiene reja.// Mas como soy del odio tenue abeja/ manada de algún duende nigromante/ peinaré de mi espalda el monte amante/ y con heces de concha de almeja”. Y en una carta que le escribía al poeta García Nieto en los cuarenta, ante la afirmación del poeta ovetense de que era un genio, le respondía: “Somos sólo los dos los poetas que hay en el mundo”.
Su poesía comienza una nueva etapa en 1951, con la publicación del Manifiesto Introrrealista, con el pintor dominicano Darío Suro, en el que reivindica un arte entendido como manifestación de la realidad interna del hombre a partir de misteriosos estados de conciencia. Es una postura más humanizada y hacia instancias existencialistas que se habían puesto de moda entonces en la posguerra europea. Es una poesía que se pretende cercana a una realidad exterior próxima. Pero que difiere del realismo en su componente individual e introspectivo. En tanto el realismo pretendía reflejar la realidad externa o exterior, el introrrealismo expresa una conciencia de las cosas, el poeta será el artífice de la fusión entre vida y poesía. De ahí que dijera que tendía a hundirse en lo vivo. Como recuerda en Nuestro tiempo: poesía (1951), se centra en la neurosis de lo oscuro y misterioso y en lo cotidiano ordinario, pero, cuidado, no interesa la evidencia, pues toda poesía es oscura en su propio plan. Su poesía introrrealista se va a caracterizar por ser la que “aúna íntimamente la transfiguración, el idealismo mágico y la concreción sensual de las cosas”. También de estos años cincuenta y en plena ebullición del intrareralismo son sus libros de relatos El Bosque (1954) y Kikiriquí-Mangó.
Vivió en el Gijón la farándula de la posguerra y se relacionó con los consagrados de la Juventud Creadora, de los que, no obstante, se decía que se reía. E incluso llegó a escribir en la tercera página del ABC. Desde entonces tendrá buena acogida en revistas como Platero, Garcilaso, Poesía Española, Cuadernos Hispanoamericanos, Caracola, Papeles de son Armadans, Índice o La Estafeta Literaria más esporádicamente.
En 1955 se instala en París, donde residirá hasta el 1967, fecha en la que se traslada a Amiens tras su divorcio y allí funda L´Atelier de la Poésie Ouverte que formará parte como una sección de la publicación que hace la Maison de la Culture donde trabajará desde entonces como bibliotecario. Tiene cuarenta y cuatro años. De 1962 son sus primeros Aérolithes, nueva expresión de su obra cada vez más cercana a la filosofía. Sin embargo, su primer libro sólo llegó a las librerías en 1963, gracias a José Luis Prado y Luis López Anglada. Después Luis Jiménez Martos le publicará en Adonais. En este año 1963 publica Los Sonetos y el ensayo Camus o el ateísmo in extremis. Y en 1964 el libro de relatos Una exhibición peligrosa.
En Barcelona y en 1970 aparece una edición antológica de su obra al cuidado del poeta Félix Grande, Poesía 1945-1969. Es el primer reconocimiento de su obra que comienza a tener ya un interés creciente. Más adelante, a lo largo de esta década y la de los ochenta, publicará su novela Diario de un loco (1973), que fue considerada un rito de iniciación intelectual y prosística. El poeta y crítico sueco Lasse Söderberg decía de él a raíz de la publicación de su narrativa que muchos críticos lo compararon con Kafka: “Como el autor checo describe un mundo simbólico y expresa sus sueños de la manera más sencilla así como sus más secretos deseos”. Sin embargo, su narrativa no ha sido motivo de estudio, aunque sí su poesía. En Toro-Mujer de Gregorio Prieto establecía cuáles eran sus criterios estéticos en el ámbito de la narrativa pospista y afirmaba que la ficción poética y la narración de personajes, acciones y mundos imaginarios es el arte más antiguo y reafirmaba que lo importante es que los personajes creados tengan vida y desarrollos propios, que hablen y demuestren sus estados espirituales y que mueran, al fin, si ese es su destino. Decía José Luis Calvo que las narraciones de Ory consisten en estirar hasta el absurdo una situación o una anécdota “no estigmatizada” por el tópico, es decir, rescatarla del anonimato de la vida cotidiana. Pero también desatacaba la atmósfera onírica presente en sus relatos que los emparentaban en su mundo con Kafka.
En poesía publicará Música de lobo (1970), Técnica y llanto (1971), Los poemas de 1944 (1973), Lee sin temor (1976), Metanoia (1978), Energeia (1978), La flauta prohibida (1979), Miserable ternura. Cabaña (1981), Soneto vivo (1988). Su poesía llegará a ser conocida por un ámbito de personas reducido, pero no llegará ni entonces ni ahora a ser un poeta popular.
Desde entonces no se han dejado de formular elogios sobre su obra literaria. No ya el temprano de García Nieto. No olvidemos tampoco el de Camilo José Cela alabándolo como el mejor poeta de España o del mundo sino este otro de Pere Gimferrer que lo calificó de poeta prodigioso y añadió: "Es uno de los grandes poetas españoles contemporáneos. Quizá por su residencia en el extranjero gran parte de su vida y porque, primero, se adelantó a su época y, luego, estuvo al margen de ciertas corrientes imperantes, nunca se le acabó de hacer justicia. Pero es un poeta absolutamente extraordinario por su prodigiosa inventiva de palabra e imagen y la mezcla de trascendencia metafísica y sentido del humor".
Entre sus últimas obras figuran Melos melancolía (1999) y Música de lobo. Antología poética (2003). Y uno de los más esclarecedores fue Diario (1944-2000), que ha ido publicando en varias entregas, de una singular línea aforística similar a los Aerolitos. En él deja constancia de las heridas del tiempo y los rigores del vivir.
Estamos en presencia, pues, de uno de los grandes escritores actuales que nos ha dejado y en el que se produjo, como decía Rafael de Cózar, a lo largo de su vida un proceso en el que adquirió la conciencia de que la clave de la vanguardia no estaba tanto en los poemas como en la revolución personal que la motivaba, no tanto en el discurso concreto como en las actitudes. Y por eso la experimentación del lenguaje llegó con la alquimia de los materiales de la vida.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

MEDALLA DEL ATENEO DE MÁLAGA A RAFAEL BALLESTEROS

Antonio Soler, Rafael Ballesteros y Morales Lomas (Entrega de la medalla de oro a Rafael Ballesteros, 14 diciembre 2010)


El pasado martes día 14 de diciembre fueron entregadas las medallas de oro del Ateneo de Málaga que prestigian la labor de toda una vida dedicada a una disciplina científica, humanística, humanitaria, artística... Una de ellas recayó en Rafael Ballesteros, uno de los escritores que ha realizado una de las obras más serias y rigurosas en la ciudad malagueña y merecedor como ningún otro de tan alta distinción. Este hecho sólo nos indica una vez más que una gran trayectoria como escritor que culmina un año importante para él pues en el mes de mayo el consejero de Cultura Paulino Plata le entrego XVI Premio Andalucía de la Crítica por su obra “La muerte tiene la cara azul”, premio que concede la AAEC.
La defensa de la persona y la obra la llevó a cabo el narrador malagueño Antonio Soler, que hizo un serio y riguroso análisis.
La medalla le fue entregada por el escritor y profesor Morales Lomas, vocal de literatura del Ateneo de Málaga.
Rafael Ballesteros es en la actualidad un escritor fundamental en el ámbito de la narrativa y la poesía española contemporáneas, además de haber sido durante muchos años un baluarte de las ideas que han hecho progresar a este país hacia ámbitos de libertad y solidaridad. Su obra literaria inmersa en la tradición clásica crea mundos propios y personales que pivotan en torno al concepto de creatividad, libertad y compromiso ético.
LIBROS DE POESÍA Y NARRATIVA
1966 "Desde dentro y desde fuera". Corn Press. Iowa City.
1966 "Esta mano que alargo". Separata de Diez jóvenes poetas, El Bardo. Barcelona.
1969 "Las contracifras". El Bardo. Barcelona.
1972 "Turpa". El toro de barro. Carboneras de Guadazaón. Cuenca.
1983 "De el mundo, la mar". Jarazmín. Málaga.
1983 "Jacinto.(Primera versión de la primera parte)". Godoy. Murcia.
1984 "La cava". Litoral. Málaga.
1984 "Séptimas de Ammán". El Guadalhorce. Málaga.
1986 "Numeraria". Puerta del Mar. Málaga.
1987 "De Crísides a Jacinto. (Epístola)". Cuadernos de David. El Guadalhorce. Málaga.
1987 “De morte. (De Crísides a Jacinto. Epístola)". Papeles de poesía. Málaga. 1987.
1988 "El pie". Edición Rafael Pérez Estrada. Málaga.
1989 "Antología mínima". Colección Tediría. Málaga.
1992 "Testamenta". Visor. Madrid.
1996 "De los poderosos". Llama de amor viva. Málaga.
1997 "Jacinto. (Primera versión de la II parte)". Colección Juan Ramón Jiménez. Huelva.
1998 "Jacinto. (Primera versión de ..la III.. parte)". Diputación Provincial. Granada.
1999 "Fernando de Rojas acostado sobre su propia mano". Rafael Inglada, ediciones. Málaga.
1999 "Selección". Universidad de Málaga.
1999 "Aula Literatura José Cadalso". San Roque. Cádiz.
2001 Libreto de “Amor pelirrojo”: Ópera electrónica para cuatro voces solistas, coro de voces blancas y trío de figurantes. Alandra producciones. Y en “El maquinista de la generación”. CC del 27. Nº 5-6 Diciembre 2002.
2002 "Jacinto (Primera versión de la IV y última parte)". Ediciones Alfar. Sevilla.
2002 "Fernando de Rojas acostado sobre su propia mano (II)". Rafael Inglada. Poesía circulante, 2ª época. Málaga.
2002 “Amor pelirrojo”. Ópera de R.B. “El maquinista de la generación”. CC del 27. Nº 5-6 Diciembre.
2003 "Los dominios de la emoción". Editorial Pre-Textos. Valencia.
2004 "La imparcialidad del viento". Novela. Editorial Veramar. Málaga.
2005 Amor de mar. Novela. Editorial Renacimiento. Sevilla.
2005 "Huerto místico".. Maneras de vivir. Centro del 27
2005. En “El Quijote, Instrucciones de uso”. (Edición y Prólogo de Juan Francisco Ferré), con el texto “Capítulo donde se da cuenta….” Editorial e.d.a. Málaga.
2006 "Cuentos americanos". Ateneo de Málaga. Málaga.
2006 "Los últimos días de Thomas de Quincey". Finalista del premio Andalucía de la crítica. DVD Ediciones. Barcelona.
2007 Poemas inéditos de "Nadando por el fuego". Fiesta de la canela. Antequera. Noviembre.
2008 Cuaderno de lectura "La obra en Marcha". CC. de la Generación del 27. Febrero.
2009 "La muerte tiene la cara azul". Conjunto de 5 novelas. RDeditores. Sevilla.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Reseña de La última lluvia de Morales Lomas por Luis Vea García


Los interesados pueden leer el último comentario que se ha publicado sobre "La última lluvia" de Morales Lomas, Ediciones Carena, Barcelona, 2009 en el siguiente enlace


Algunos poemas de este libro:
LA CONSISTENCIA DE LA NOCHE


Siempre hubo ese ocaso que nos unía
como una caricia que deja perfil
humano. Declinación con su sombra.
Un ocaso con muros de palabras
que se enredan a la consistencia
de la noche. Con bergantes y odaliscas.
Pequeñas traiciones de luminarias
y esa luna con su recuerdo de misterio
a palabras mojadas. Apenas oscuridad.

O acaso el viento con su tumulto.

Ahora que el vivir se nos hace lento
y nadie nos espera para entrar en la rada
con su vocación de siesta,
sacrifico mi empeño de claridades
y te recuerdo al borde de un vuelo,
como el primer día que nos revelamos.

FIN DE PRIMAVERA


Sólo era un hombre ante el ruido del mundo.
Mujer que acoge el brillo de los tiros.

Y luego el vacío que va creciendo
entre la arena como pasionaria.

El mundo estaba en calma y la casa
en silencio. Llegó la noche y Dios
no estaba para pulsar el laúd
de su música. Sólo el hombre en sombra.

Supimos ser perfectos con la muerte,
darle alas a la oscuridad y al aire.

Mujeres invisibles y hombres muertos.

Se despedía el mundo y su tumulto.
Sin la piedad que moldea el silbido
del odio. Y la tierra siendo piedra.

Sin cuerdas guitarras. Seres de manos
grandes para empuñar la suciedad
de los acordes y su desaliento.

El mundo estaba en calma y la casa
en silencio, pero el hombre movió
las estrellas y el jardín con palomas
fue el vacilante búho de la noche.



miércoles, 1 de diciembre de 2010

LAS GUERRAS DE ARTEMISA DE ANDRÉS SOREL POR MORALES LOMAS





EL JUEVES DÍA 2 DE DICIEMBRE PRESENTÉ EN LA LIBRERÍA LUCES DE MÁLAGA A LAS 20.00 H. ACOMPAÑADO DEL PROPIO AUTOR Y DEL EDITOR EDUARDO MORENO.




Eduardo Moreno, Andrés Sorel y Morales Lomas (Málaga, Librería Luces, 2/12/2010)



Estamos en presencia de una obra de rasgos épicos y monumentales. Así sucede con las novelas en las que las causas de los pueblos engendran la guerra y los personajes alcanzan una altitud de miras o impudicia histórica.
Desde los prolegómenos Andrés Sorel quiere dejar muy claro al lector quiénes son los protagonistas de la obra y sobre qué andamiaje sostiene el hecho creador. Ya en el mismo Prefacio existe una advertencia sobre los protagonistas de esta novela que no son otros que el pueblo cubano, el escritor y militar Manuel Ciges Aparicio y las tropas españolas en Cuba comandadas por el general Valeriano Weyler, en un marco temporal, básicamente el ocaso del siglo XIX, que en el último capítulo posee ramificaciones finales en torno a julio de 1936 que tienen un profundo valor alegórico y el remate del ciclo novelesco.
Tradicionalmente se ha entendido el ocaso perentorio de España a partir del momento en que se pierde la guerra de Cuba desde un ciclo inicial que comienza en el siglo XVII. La generación del 98, a la que pertenece Ciges Aparicio, se encargó de levantar esta bandera de la decadencia española. Lo que no se ha explicado suficientemente o, al menos, hay referencias vacuas en la población, es la enorme crueldad e infamia con la que los españoles actuaron en Cuba. Sobre todo los españoles acomodados y los criollos fieles a la corona españolizados sobre cuyas espaldas caerá la responsabilidad histórica por su carácter racista y explotador, fundamentalmente si tenemos en cuenta que Cuba fue la última en abolir la esclavitud y siendo los negros cubanos descendientes de los esclavos son odiados por estos y sienten su absoluto desprecio por los caudillos rebeldes.
Andrés Sorel, a través de Las guerras de Artemisa (El Olivo Azul, Córdoba, 2010, 287 págs.) hurga en esta herida y consigue indagar en el territorio de la promiscuidad despótica y la absurda crueldad. Artemisa es el símbolo, un lugar en el que identificar un territorio concreto, la capital militar de Pinar del Río que estaba bajo el poder de un allegado de Weyler, el general Arolas, y que, por extensión, debe ser identificado con toda Cuba. Pero hay algo que va más allá de la anécdota, o lo que diría la semiología, el argumentario de los acontecimientos concretos en torno a Cuba, y es el hecho de que con la alegoría de Artemisa no se concluye un período sino que, en cierto modo, se inicia y finalmente culmina en el golpe militar de Franco y, al amparo de esa crueldad histórica, los españoles nos adelantamos a la creación de los campos nazis cuarenta años antes que los alemanes con el protagonismo absoluto de un militar español, Valeriano Weyler.
La novela posee una voluntad de estructura coral en la que varias voces participan del proceso narrativo. De hecho cada capítulo tiene un protagonista que enarbola el transcurso de la narración en primera persona aunque éste se halla trufado de permanentes intromisiones de la tercera persona omnisciente. En unos casos el propio Weyler, Ciges Aparicio, Tula, Juan Vives… De manera que el relato pretende introducir en esta línea argumental un abigarrado espectro sonoro e imaginario, si bien, en el fondo (acaso hilo ideológico o tesis del escritor) se mantiene la voz crítica ante el simulacro ominoso que el lector va a contemplar.
Esta armazón estructural se sistematiza en nueve capítulos que llevan los siguientes títulos: 1. El anciano; 2. 1986. El general Weyler; 3. 1986. El sargento Manuel Ciges Aparicio; 4. 1896. El capitán Martínez Calonge; 5. Tula, de Artemisa; 6. Reconcentración y exterminio; 7. La ceguera; 8. Últimos días de Artemisa; y 9: 1936. Los hijos de Weyler. Si el primer capítulo aparece el general Weyler con noventa años, en la absoluta decrepitud, hablando con fantasmas, de los capítulos segundo al octavo mana el protagonismo de Cuba y los «héroes» del relato, para llegar al último capítulo que representa un salto temporal espectacular, pues en el precedente la acción transcurre en el año 1897 y ahora nos hallamos en 1936. Cada capítulo se concentra en esencia en un personaje y su mundo o en un lugar o una situación, pero todos los personajes van entreverándolo con su densidad, con sus ideas y con su torrencial creador.
¿Qué sucede para que el escritor haya querido dejar ese capítulo final como un elemento único, como un broche literario, acaso como un réquiem? En sí entendemos una voluntad de circularidad. Creo que hay una tesis clarificadora de Andrés Sorel, una opción que nadie puede soslayar: la idea de que las perversiones históricas se reproducen en el tiempo y acaban convirtiéndose en recurrentes por su capacidad para mantenerse y desplegarse cuando las condiciones históricas le son propicias. Weyler es el símbolo de una España estremecedora que en el último capítulo (por eso lo titula “Los hijos de Weyler”) toma de nuevo la iniciativa por mor de la Falange y el golpe militar del general Franco. Aunque Weyler muere el 20 de octubre de 1930, quedan figuradamente «sus hijos», los golpistas del 36, los autores de la muerte de Ciges Aparicio, gobernador civil de Ávila durante la República y fusilado cuando los sublevados se hacen con el control de la ciudad. Si Ciges Aparicio logró sobrevivir a Weyler, no conseguirá zafarse de «sus hijos político-militares». Y así, dirá el narrador en tercera persona: “E inmediatamente, un rostro se asoció al de aquellos más jóvenes que le contemplaban con desprecio y odio: el de Valeriano Weyler. Eran sus descendientes. Otra vez la historia maldita de España. El general había muerto hacía seis años y ya encontraba asesinos que le reencarnaban” (p. 273).
Pero es la voz de Ciges Aparicio, verdadero protagonista de la obra, de cuyas ideas

Dueño de librería Luces, Eduardo Moreno, Andrés Sorel y Morales Lomas (Málaga 2/12/2010)

Andrés Sorel se hace deudor, quien en el capítulo postrero entona esos últimos momentos de existencia, confiesa su humanidad libre, la sujeción a la tiranía y la disciplina y sus ideas antimilitaristas que le vieron forzado a salir por dos veces al exilio: “Todos los militares son iguales. España no tiene remedio. Es carne de Inquisición. Curas, militares y marquesas” (p. 278). Pero ya antes, en el capítulo tercero había dicho hablando del cuartel: “Allí contemplé, en su pura esencia, la brutalidad ejercida por militares ineficaces que sólo se preocupaban de maltratar a la tropa, esclavizar y utilizar a los soldados como criados a su servicio y rapiñar cuanto pudieran de la intendencia” (p. 73). Y cuando lo llevan a fusilar va mezclando en su imaginación los momentos vividos en el pasado y en el presente, cercano ya el paredón de fusilamiento, y afirma: “Aquí no hay ningún Weyler. Ha sido el general Franco. Caigo en el error”. Es a través de los sueños cuando, como en una nebulosa de una España triste y trágica, se mezclan esos acontecimientos del pasado y del presente sin solución de continuidad creando un magma uniforme y aciago. A través de sus palabras, de sus acciones, existe una toma de partido y una crítica feroz contra la dictadura y contra ese monstruo que se ha ido engendrando históricamente.
Existe en el trabajo de Andrés Sorel una profunda labor de lector, de recopilador de datos y acontecimientos históricos, pero no podemos olvidar que estamos en presencia de una creación novelesca aunque el relato esté trufado de esos acontecimientos verídicos que se sostienen en la obstinación de los datos reales e irrefutables.
Los comienzos de la novela son tenebrosos y nos anuncian ese interior desolado en el que nos introduciremos progresivamente. Y surge el emblema de la ambición y la traición en la imagen de la cita de Macbeth de Shakesperare: “¡Apágate, breve llama!” El general ha cumplido noventa años y no puede dormir. La pesadilla se apodera de su mente y también, como Ciges en el último capítulo, confunde la realidad con los sueños y se pregunta si existió realmente aquel tiempo. Se halla en el prólogo de la muerte que no llega, abandonado por sus hijos, en el colmo de la decrepitud: un militar en su laberinto, muy cercano a personajes similares que nos ha dejado la narrativa hispanoamericana, dictadores, sanguinarios. No he podido dejar de recordar La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes. Pero en la imagen que nos proyecta Andrés Sorel existe también mucho del esperpento valleinclanesco de Martes de Carnaval, en esa irrisoria estampa del general y su cornetín, un general que se considera traicionado, igual que Macbeth. A medida que avanza la narración y en tanto él es el protagonista, la paleta negra, los elementos neoexpresionistas se apoderan de su semblante, de su trayectoria vital para ensuciar con su vida y con sus obras esta historia. Hay una crítica indignada y acérrima del narrador que presenta a un personaje tan sañudo que no sabe llorar y al que describe el propio general de esta guisa: “Feo, asimétrico (de 1,60 metros de altura), me sacaron tal vez del vientre de mi madre antes de tiempo, por eso nací canijo. Tardé en crecer, y pese a mis esfuerzos nunca lo logré del todo” (p. 22). Y que, como Macbeth (con el que encuentra el parangón literario) se encuentra acosado por los fantasmas de su propio pasado: “Fui valiente a la hora de matar a los demás y ahora me muestro impotente para quitarme la vida a mí mismo” (p. 21). Creedor e instigador de la muerte (“Sólo creo en la muerte”, p. 23, como Millán-Astray, su hijo alegórico “¡Viva la muerte!”), se transforma desde el inicio en un personaje repulsivo al que le gusta el olor fuerte y ácido de los orines, capaz de una vida de impostura y de fidelidad a la muerte. Surge la etopeya del general amigo de la dureza y la violencia, incapaz de despertar afecto alguno, sobrio, no bebía, no fumaba y rara vez entablaba conversación con alguien y a quien siempre se le compara con ese Macbeth sanguinario, lascivo, codicioso, pérfido, falsario y violento. Que permitía a sus soldados robar, violar, matar… Y que, como dice en el relato, enseñaba bien cuál era la regla para destruir a los bandidos cubanos: “Incendiar, asolar los pueblos, no hacer prisioneros, no guardar consideración alguna con ancianos, mujeres o niños. Licencia para matar, violar, que nadie les va a exigir explicaciones” (p. 58).
Hay una filosofía sombría que se va descubriendo a medida que avanza

Andrés Sorel

el relato y actúa como elemento disuasorio de aquel lector que pudiera tener algún tipo de veleidades. No hay dudas para el narrador y su punto de vista busca crear una imagen abyecta del militar. El capítulo segundo es un compendio para crear un retrato desolador de este personaje que fue destituido por los acontecimientos terribles comentados con soltura por el personaje Piedelobo que afirma del general: “En el ejército, y le habla alguien que lleva más de treinta años en él, los hombres cultos no tienen cabida, y menos en la guerra, se los odia y desprecia al tiempo. Weyler, si pudiera, los mataría a todos” (pp. 64-65). Un icono que se irá ampliando progresivamente a través de las declaraciones de personajes que sevincorporan al relato, como el escritor-militar Ciges Aparicio, que dirá sobre él: “Weyler es solamente un asesino sin conciencia del mal” (p. 82). A su imagen servirá de contrapunto la que transmite básicamente en el capítulo cuarto el capitán Martínez Calonge, que tendría relaciones directas con el general y la periodista Eva Canel, cuya adoración hacia éste era manifiesta. En este capítulo dirá sobre los homosexuales y los pueblos: “Los pueblos se corrompen y pierden cuando se feminizan y relajan en su natural destino, sin una disciplina. Los homosexuales, por ejemplo, no son hombres, sino enfermos que debilitan la raza y conducen a la derrota” (p. 110).
Pronto, sin embargo, surgen los otros personajes que poco a poco se adueñarán del relato, pasando en determinados momentos Weyler a un segundo plano, se trata de Ciges Aparicio y Juan Vives… pero también la periodista Eva Canel, entregada a la causa de Weyler, González Arocha (Maceo), el cubano revolucionario, Tula (que apoya a las tropas de Maceo en Artemisa)…
El sargento Ciges Aparicio es el alma humanitaria y crítica del relato a partir del capítulo tres. Será definido por la revolucionaria Tula como “tímido pero bueno, como pocos hombres he conocido en mi vida” (p. 260). Miope, amante de las ropas negras, huérfano de padre, ajeno a la disciplina y a la religión, le repugna la violencia y tiene miedo de las mujeres, pero, sin embargo, no lo tiene de los castigos aunque viva obsesionado con la eternidad, y entra en el ejército como un modo de abandonar su aciago hogar; solitario, se aferra a la literatura como tabla de salvación. A través de la primera persona Ciges nos habla de sus sensaciones y de su vida, los artículos con los que colaboraba en la prensa, y se va produciendo un proceso de enamoramiento del personaje que es paralelo al que transmite el escritor que se ve reconocido y recompensado en su actitud y puntos de vista. A medida que se pierde la sombra que ha engendrado el general Weyler, Ciges se convierte en su normalidad en el verdadero héroe del pueblo, en el intelectual comprometido que desde dentro zahiere y repudia con todas sus fuerzas al estamento militar. A Ciges acompaña con frecuencia Juan Vives, cuyas ideas son puestas en discusión con mucha frecuencia en el relato y crean una condensación del pensamiento de ambos. De ellos se deducirá progresivamente la personalidad de Ciges, verdadero protagonista de la obra en el ámbito más sugestivo. Le dice Juan Aparicio: “Tu defecto, Ciges, es que todavía aceptas leyes morales, cuando la moral no existe” (p. 88). Pero Ciges Aparicio es la conciencia de lo que sucede en Cuba. Un hombre que se conmueve más con el sufrimiento de los otros que con el suyo propio y al que finalmente encerrarán cuando descubren que ha escrito un artículo dirigido al periódico francés L´Intransigeant donde critica el comportamiento del ejército español en Cuba. Pero también un escritor que tenía un profundo amor a la literatura a la que identificaba con la vida. Detenido el 6 de enero de 1897, fue condenado veintiocho meses y un día de prisión por injurias al ejército.
La historia de Tula, a partir del capítulo quinto adquiere gran importancia, pues a través de ella se ofrece una visión desde el otro extremo, desde el pueblo perseguido, violado y diezmado, una mujer de carácter que entra en la causa de la revolución y la liberación del pueblo cubano, aunque tendrá relación con algunos militares, especialmente con Ciges Aparicio con el que dialogará bastante y con Juan Vives. Y cuya simbología sexual y su historia amorosa compensa momentos de la crueldad del relato. En ocasiones ha podido ser vista como la niña Chole de la Sonata de Estío de Valle-Inclán, una mujer que desborda los límites de la sensualidad y el erotismo. Pero también es la mujer consecuente y luchadora que encarna los valores de un pueblo en la lucha por su libertad. Personifica también el personaje que analiza la situación politico-social de su país y explica las causas de su miseria y la falta de libertad.
A partir de un determinado momento, perdida la vigencia del general Weyler, el relato se adensa en historias breves, en interpolaciones que enriquecen las situaciones secundarias y así aparecen las historias de Narciso López, Abel Borrego, el padre Arocha…
Pero la novela, que participa de los elementos históricos, psicológicos, sociales… también ofrece momentos en los que la acción se adueña del relato y las escenas de guerra y atentados se multiplican en el capítulo séptimo. No hay momentos para la relajación porque el tempo narrativo consigue su efecto esperado y la transición de unas situaciones a otras siempre tienen el interés que con su fortaleza narrativa logra darle Sorel al relato.
Una obra en la que las ideas no ahogan la narración pero sostienen el sentido último de la historia que alcanza, como hemos dicho, una consideración épica. Los compartimentos estancos de su estructura se diluyen cuando los personajes se imbrican en el transcurso de ellos y asimilan situaciones de unos en otros creando perfectos vasos comunicantes.
En definitiva, Sorel con Las guerras de Artemisa consigue mostrarnos un periodo aciago de nuestra historia en Cuba y nos hace revivir una época, pero también nos adentra en el pensamiento de un personaje, Ciges Aparicio, cuyas ideas de humanidad y solidaridad son reivindicadas como principios también inmanentes de la historia de España.

La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano