jueves, 22 de octubre de 2009

INVITACIÓN A LA LIBERTAD. LA POESÍA DE MANUEL ALTOLAGUIRRE

Se acaba de publicar en la Universidad de Málaga un ensayo sobre la obra completa de Manuel Altolaguirre. Entendemos que es el primer y único ensayo que se ha llevado a cabo en España sobre la obra completa de este genial poeta malagueño tan olvidado como creador aunque exaltado como impresor.
Los estudios del 27 siempre habían empequeñecido a Manuel Altolaguirre llamándolo poeta menor, y con el ensayo "Invitación a la libertad" sus autores tratan de rescatar a este escritor para el lector y la crítica literaria. Altolaguirre es un gran poeta, como constatan sus estudiosos. De ahí el acierto de esta obra única sobre toda la producción poética de Altolaguirre. Ofrece cuatro apartados que van cronológicamente desde los acontecimientos anteriores a la guerra hasta la muerte accidental del autor.
Las personas interesadas en la obra la pueden adquirir en el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga a la siguiente dirección:
http://malaka.spicum.uma.es/

Colección:
Estudios y Ensayos (Num. Colección: 120)
Autores:
Morales Lomas, FranciscoTorés García, AlbertoÁvila, RafaelVila Merino, Eduardo
ISBN: 978-84-9747-284-5
Formato: 14 x 21
Páginas: 236
Año de Edición: 2009
Precio: 13.00 €

domingo, 18 de octubre de 2009

Crítica de Rafael Morales a la obra "Entre el XX y el XXI"



Esta crítica ha sido publicada en la Revista Papel Literario, el día 18 de octubre de 2009, en la siguiente dirección:
http://www.papel-literario.com/

Ha llegado a mis manos Entre el XX y el XXI. Antología poética andaluza (II), compilada y prologada por Francisco Morales Lomas. Este segundo tomo completa los nombres que el primero de ellos trajo al lector, con el indudable mérito de acercar poetas poco difundidos más allá de Andalucía. Lo cual siempre es de agradecer. Poetas como Rosa Díaz o Manuel Gahete y Juan José Téllez, cuya obra es mucho menos conocida que la de algunos ilustres antologados como Benítez Reyes o Ana Rosetti, aparecieron en el 2007 con una muestra suficiente de poemas como para que los lectores pudiéramos apreciar los indudables méritos de la poética andaluza contemporánea y el porqué de su elección. Y lo mismo vuelve a ocurrir en este segundo tomo donde a los bien conocidos Luis García Montero, Aurora Luque y Rosa Romojaro o Álvaro García y Antonio Jiménez Millán, se incorporan los de Fernando de Villena, José Sarria, Alberto Torés, Antonio Enrique, Domingo F. Faílde para difundir la que desde siempre viene siendo la mayor cantera de poetas española. José Membrive y la editorial Carena parece que se han propuesto traer con esta aventura sin pacto buena parte de lo más representativo de una época, aunque siempre faltarán nombres (Juan Lamillar, Juan Bonilla o Josá Mateos entre otros, como no podía ser menos en algo tan personal, aunque se ajuste a sólidos criterios) y también por dejar testimonio de una época. En este sentido la apuesta de Morales Lomas, tiene la virtud de traer en este tomo segundo escritores poco difundidos de calidad, aunque siempre haya ausencias, lo que parece hacernos creer que ha hecho su elección sabiendo que hay corrientes representadas en algunos nombres y no es necesario insistir en poetas de mérito que deben dejar espacio a los desconocidos ilustres. La apuesta ha salido bien al traérnoslos en sustitución de otros bien representados, y de hacerlo a veces con inéditos, como en el caso de Alberto Torés, Domingo F. Failde o Jose Sarria. Lo cual indica que se ha preocupado por conferir actualidad al trabajo. Quizá echemos en falta la presencia de las poéticas jóvenes, Juan Bernier, Elena Medel, Juan Carlos Abril, David Leo, Javier Vela entre muchos y que seguramente serán materia de un tercer tomo. Porque ahora se ha inclinado Morales por las poéticas de madurez y hablar de autopistas ya hechas.
Cuando Antonio Enrique en Viendo caer la tarde muestra toda esa complicidad con una anciana desposeída, en “¿A dónde va esa mujer de negro?” (casi como las de Vicente Valero, pero con una perspectiva más inmediata), sabemos de una atención que rastrea sin pacto en lo humano, y rescata para el lector lo próximo, huyendo de la abstracción con que buena parte de las poéticas se han ensimismado e incluso encriptado. Tal y como ocurre en Domingo F. Failde, cuando aborda la penumbra del dejar de ser, “Ghost”, tal y como aquella nadadora fatal encontraba al poeta de Habitaciones separadas, y por entonces le desdeñaba. Una agonía que se trocaba en humor y gozo, remiendo divertido y sano, en La casa sosegada. Faílde es un poeta que funciona a veces desde la réplica y la angustia de las influencias en sus mejores momentos (“Manifiesto”), pero también en la melancolía del rememorador que no se avisa, sino se consuela en la memoria (“La sombra del celindo”). Una versatilidad que Francisco Lomas ha leído bien, sin anteojeras, incluso para destacar el estupendo poema religioso, en época de ausencias, de Fernando de Villena en “Nacimiento de Nuestro Señor”. Toda una contención que se desborda en los inéditos de Pistas de lluvia, como en “Inventario”. En cualquier caso opuesta sólo en la fórmula tonal a esas miradas de Venecia de José Sarria desde la perspectiva de Heráclito y el fragmento 124, El mundo más bello es un montón de escombros dejados caer en confusión, que nos hablan del consuelo/desconsuelo sin romanticismo ni desolación extrema por pérdida del albergue metafísico (Lukács). Un resultado que llega como simple melancolía con Alberto Durero y Richard Burton, próximas a la casa Usher de Poe, o a las fotografías de Martín Usher y Robert Burrows, frente al clasicismo del primer Carlo Ponti, y traen esa otra faceta de Sarria que dialoga con la cotidiana/ excursión hacia la muerte (más desabrida de esos momentos), y casi en los mismos términos que Carlos Marzal en Metales pesados. Sarria ahí se muestra tan espléndido como en “Pecados”, un delicioso poema erótico, de muy diferente sinclinal. Y es que Francisco Morales ha sabido mostrar, tal vez demasiado poco, quizá por dejar el comienzo de la aventura al lector, esta apuesta donde hallaremos buena parte de la mejor poética de la poesía andaluza al día de hoy. Debemos pues felicitarnos, porque no está entre nosotros otra antojología, como dice con humor su antólogo, sino un trabajo que quiere exponer y dar a conocer a muchos poetas semiocultos y de valía sin embargo, solo leídos por críticos y lectores próximos, que han formado desgraciadamente parte, hasta ahora para el lector nacional, de la poesía secreta. Saludemos pues y agradezcamos esta empresa y enfoque, sin duda con sus riesgos, pero que habla de un trabajo hecho con cuidado y al que su labor divulgativa y seria, ha puesto un pequeño prólogo orientativo. Y porque se ha preocupado de pedir a los seleccionados una poética para que los lectores hagan su cartografía lírica de primera mano.

sábado, 17 de octubre de 2009

CARTAS DE LA «REINA RECLUSA» EMILY DICKINSON POR F. MORALES LOMAS




Emily Dickinson, Cartas (Edición y traducción de Nicole D´Amonville Alegría), Lumen, Barcelona, 2009, 294 págs.

Eligió vivir encerrada. Su cárcel mágica fue su casa, la casa de Amherst (cerca de Boston, EE.UU) donde tantas personalidades influyentes se reunieron en otro tiempo y donde hablaba a las pocas visitas que se acercaban a través de una puerta entornada. Emily Dickinson, una de las grandes mujeres del siglo XIX, vivió la poesía y las cartas con una premeditada alevosía, una alevosía literaria y perfeccionista. Su sensibilidad es extraordinaria y también ese desapego (que no al mundo, pues lo vivió intensamente desde su encierro) sino a las cosas. Si acaso, como ella misma escribió en una carta de 1883: “La Crisis del dolor de tantos años es lo único que me cansa”. Porque, aunque no admitiera ser visitada por nadie consecuencia de su estado depresivo permanente («postración nerviosa», decía el médico; acaso heredado de su madre, de la que dijo que nunca la tuvo) desde aproximadamente 1861 hasta su muerte el 15 de mayo de 1886, sí escribió múltiples cartas a gran cantidad de personas y su correspondencia fue relevante (también su amistad) con poetas de la época, por ejemplo, con Helen Hunt, la poeta norteamericana más célebre del momento.
Sus más de mil setecientos poemas y más de mil cartas muestran que el encierro no supuso alejamiento de la vida sino todo lo contrario, vivirla profundamente, en intensidad y fortaleza. Su casa era la casa del corazón, la casa del alma... pero también la tumba. Y fue su autoprivación lo que eligió siguiendo un cierto espíritu calvinista inherente a la familia.
Cartas en edición y traducción de Nicole d´Amoville Alegría, con abundantes notas a pie de página que ofrecen claridad sobre circunstancias y personajes. Estas ciento una cartas son un muestrario de esas mil a las que aludíamos y una inmersión en su mundo. No se muestra en ellas depresiva sin todo lo contrario: vital y activa, muy abierta al mundo, a su observación, a su contemplación. El amor ocupa en ellas una importancia total, sobre todo a raíz del descubrimiento del que fue su gran amor, el juez Otis P. Lord, fallecido dos años antes que ella y al que le dirige unas apasionadas palabras. Un amor correspondido aunque Otis tuviera mujer, que falleció de cáncer en 1877. Hombre inteligente, cultivado y exquisito al que Emily confiesa amar y del que dice, por ejemplo: “Encarcélame en ti –pena rósea- hilvanando contigo este bello laberinto, que no es Vida ni Muerte- aunque tiene la intangibilidad de una y el arrebol de la otra- despertar por ti el Día vuelto mágico contigo antes de irme”. La historia amorosa de Emily Dickinson, sin embargo, ha sido confusa porque se ha transmitido la idea de su lesbianismo, a partir de un desengaño amoroso. También se habla de otros amores: Samuel Bowles, Charles Wadsworth, Otis P. Lord (todos ellos permanentes en sus cartas) y alguien no identificado. También se ha hablado con profusión de que esta vida pasional estuvo reprimida. Puede ser. En cualquier caso, la palabra de Dickinson en estas cartas es vehemente, misteriosa, simbólica, críptica a veces, pero siempre vital. Es curiosa esta paradoja en una persona que estuvo recluida toda la vida por voluntad propia: “De tener menos que decir a aquellos que amamos, a lo mejor lo diríamos con más frecuencia, pero viene la tentativa, luego la inundación, luego todo ha terminado, como decimos de los muertos”. Misterio, sugerencia, fervor de la palabra.
La capacidad para impresionar, para esbozar ideas, para crear un misterio en torno a la palabra es una de sus grandes virtudes como escritora, que no es ajena al escrupuloso uso de la lengua y a no caer en los tópicos y usos comunes del momento romántico o al realismo en ciernes. Las Cartas muestran una creencia extraordinaria en las personas y, sobre todo, en los afectos; desde esas cartas iniciales de 1842, con apenas doce años, cartas largas, engoladas y con faltas de ortografía, a las más contenidas, sugerentes y perfectas de la madurez donde el sentimiento no se pierde pero la lengua se transforma para transmitir la profundidad de las cosas, su sentido último.

miércoles, 7 de octubre de 2009

CANÍBAL TEATRO DE F. MORALES LOMAS

Publicado en 2009 por Editorial Fundamentos (Madrid)




Jauría canibalesca. Introducción.


Somos predadores rituales por naturaleza. Nos alimentamos de esencias propias de otros individuos, de cerebros ajenos, de sensibilidades intrusas, de labios extraños, de clítoris exóticos, de sueños que nos vienen como médulas para seguir viviendo desde otros confines. Ya en Atapuerca se practicaba un canibalismo ritual. Los cariba o caniba encontrados por Colón en su primer viaje a la Hispaniola lo sabían bien. También los guaraníes, los indios amazónicos, los aztecas, los pigmeos, los nativos de Nueva Guinea… El doctor Hannibal Lector habita entre nosotros.
Goya, en la Quinta del Sordo, decoró el comedor y el salón con la imagen de Saturno devorando a sus hijos, aquel dios mitológico, en realidad Cronos -identificado por los romanos con Saturno-, quien, temeroso de ser destronado por sus descendientes, devoraba a los hijos que daba a luz su esposa Era. Los hijos se los puede usted comer partiéndolos en seis pedazos: cabeza, tronco, brazos, pelvis, muslos, piernas, incluyendo, claro está, manos y pies. Puede incluso partirlos en ocho pedazos, ya que les gustará sacar el hueso redondo de las rodillas recubierto de carne roja.
Pero, si lo prefiere, se puede comer a la persona entera. A mordiscos lentos. Si se harta, lo puede guardar en el frigo para seguir en el desayuno. Pruebe los ojos. Verá qué bocata di cardenale.
¡Cuántas veces su madre, que tanto lo adora y lo ha adorado, le ha dicho: te voy a comer, hijo! Y no les falta razón en muchas ocasiones, y cómo nos gustaría. El caníbal es un defensor de sí mismo, es un defensor de la especie, sólo come a quien ama. La belleza será comestible o no será, dijo Dalí.
Mi teatro es comida social. De todo el cuerpo social se alimenta y vuelve sobre sí una y otra vez, mordisqueando su esencia, sus médulas, sus ojos, sus tímpanos, sus estómagos sociales, sus hígados que devuelven la condición de la sociedad. ¿Nos nos estamos comiendo el cuerpo espiritual con el pan y la sangre de Cristo? ¿No es esto canibalismo ritual?
Mi teatro toma conciencia de la realidad apretando las mandíbulas, aprisionando a su presa, deglutiéndola, saboreándola: es el mayor refinamiento teatral. Y mi teatro tiene el refinamiento de la sangre y la conformación del espíritu hecho sanguinario. La espiritualidad es comestible. Es una bacanal mágica en la que todos somos devorados por todos. Y el escritor-carnicero con el cuchillo-pluma en la mano. El cuerpo social, macizo, indeleble, debe ser devorado, debe ser fragmentado, consumido. La filosofía de la historia se mantiene sobre este principio sistemático de devoradores endémicos que solo tienen la posibilidad de seguir siendo en los otros.
Te comerás a tu prójimo como a ti mismo. Bien sea tu amigo o tu enemigo. Ya lo dijo Freud en Tótem y tabú. Queremos ser caníbales culturales, caníbales afectivos, caníbales enamorados de nosotros mismos y de todo lo que nos rodea. Sólo podemos seguir siendo devorando el cuerpo social, la sangre y el pan que nos ofrece este día a día que tanto afirma nuestra propia realidad y existencia. Hay que hundir la nariz en la carne fresca social, en la carne anciana social, en los entresijos de las médulas. A través de esta ingesta atroz nuestro teatro nos distanciará de nuestras víctimas, nuestro drama se hará más clarificador, más emocional, más divertido, llegando al éxtasis sublime de la inmediatez sádica. Juego de sublimación. Juego teatral.

Wítember, 2007




OBRAS PUBLICADAS

El caníbal
Cosas de familia
El accidente
El banco espiritual
El butanero
El fumador divino
El lagarto
El muerto
Los ídolos
La meditación
El parnaso
El urólogo
Un okupa en tu corazón
La yaya de Mauritania

















domingo, 4 de octubre de 2009

SAGRADAS PALABRAS OBSCENAS DE GREGORIO MORALES POR F. MORALES LOMAS

Palabras obscenas, palabras sucias, indecorosas, lujuriosas, palabras, siempre palabras para ordenar/desordenar el mundo y sus afectos. Lo recio de su diapasón. Acaso su verbo de lumbre. Las palabras son lumbre y queman. El novelista Gregorio Morales escribe un libro de poemas que queman y suscitan de nuevo a la palabra: “Hay, pues, que rehabilitar las palabras obscenas como algo nuestro, como algo muy íntimo, con lo que hemos crecido y que forma casi parte física de nosotros mismos”.
Gregorio Morales, el más conspicuo representante de la poesía cuántica, había escrito en el pasado importantes obras sobre el erotismo y la palabra eros como musa sagrada. Recordamos su Antología de la poesía erótica (Ed. Espasa ,1998), obra cumbre y necesaria.
Con Sagradas palabras obscenas (Col. Mirto Academia, Ed. Alhulia, 2009) Gregorio Morales se hace palabra, cuerpo y erótica sagrada. Las bóvedas naranjas de los muslos, el tesoro que hierve, el licor de las piernas acuden a la voz del poeta para encumbrarnos en la singladura pero junto a estas metáforas celestes la suculencia del erotismo que también tienen las palabras obscenas: “Meas, amada,/ y tus orines son mocárabes/ de la más bella de las Alhambras”. Durante mucho tiempo fueron prohibidas las palabras. Todavía hoy día en determinados ámbitos las palabras producen miedo o repulsa, pero Morales no desconfía de las palabras, ama las palabras y no distingue sobre su verbo estilizado o sobre la crueldad de su estilismo, de su memoria zafia. Implora su poder de seducción y su capacidad para crear un mundo balsámico: “oh polla, implorante ya desde el amanecer”.
Junto a estas la metáfora cuida su camino de luz y estalla, surgen entonces los cojones, esa palabra de campesino, esa palabra de obrero que tanto llena en el poema, que tanto establece y concede, la virilidad de los cojones, la virilidad para hundir y amar. Acto de absorción y deglución, acto por el sendero del viento y por la fuerza irresoluta del placer. Surgen los espacios que eran prohibición perpetua, el retrete con su sístole/diástole, sus manos ardientes. También la reciedumbre y la voracidad de la serpiente. La palabra de Gregorio Morales se descompone, surca un vuelo ascendente y adquiere una singladura de corazón abierto y la amada se convierte en “mi esterilla de oraciones de carne,/ mi sustento hacia las sombras que hay en mí”. La virulencia de todo lo poderoso que sucumbe: “Qué felicidad pronunciar la palabra prohibida”. Como aquellos personajes de Días de radio que jugaban a decir tacos por la radio, como liberación de todo un pasado de represión y angustia. La palabra puede encanallar cuando no es dicha en libertad y puede ser horizonte de placer, de sentirse a sí mismo en el océano de la dicha.

En dos apartados (“Sagrados dioses lascivos” y “Sagrados héroes impuros”) conforma un poemario de la palabra en la que el erotismo va de la mano de la obscenidad y del afecto en un lenguaje metafórico, lírico, ácido, agradecido a la sonoridad y suculento. Puede haber metáforas diversas sobre el culo, o sobre los cojones, o sobre las tetas, o sobre esas palabras que la verdad del mundo desconoce. Allí aparece el viejo verde, Onián, Murtiox, Finé... Y se hacen anhelantes personajes de una fábula que hemos construido entre todos. En “Eferia” son las tetas, “aquellas dos blancas colinas”, las que recuerdan aquel niño y su memoria de carne. En “Putifar” el hombre amarrado a la esposa de José que trató de seducirlo y no consiguiéndolo lo acusó de intentar violarla: “¡Cómo te gustaría ver a tu mujer/ recibiendo en su lengua la cálida nieve/ de otro,/ dando a beber de sus pechos/ a otro,/ suscitando, tentadora y lasciva/ con los movimientos de sus muslos/ el hambriento deseo/ de otro!”.
También surge la reina de las amazonas, “Hipólita”, la tortillera, una mujer que se busca a sí misma, en su poder y su fuerza, en la simetría de la belleza y la bestia. Acaso también “Circe”, la maga de la isla de Ea; ahora guarra, en el sudor del hombre: “Quiero poner mi boca en tu coño/ y ser penetrado por el acre olor de tu deseo./ Tus efluvios son mis filtros de amor”.
Un poemario que no pasará inadvertido, que se crea en la palabra y la historia sagrada de los cuerpos disipados, los cuerpos amados, los cuerpos en absoluta lascivia y siempre en el éxtasis del que no finge. Del que no quiere ser ese poetilla mojigato que se asusta de las palabras y luego no sabe escribir como folla: “Tú versificas, pero yo versiculo./ Y hundo la lengua entre los carnosos glúteos/ de mi amada, / y desciendo hacia su coño enmarañado de/ sedosos aceites”. El canto de la palabra en alianza con el poder de seducción de dos cuerpos al unísono luchando consigo mismos, luchando en sí mismos y queriéndose y devorándose: “Gimes como una mujer/ Aúllas como un hombre./ Acometes como un hombre./ Tiemblas como una mujer”.

HAIKUS DOMÉSTICOS DE J. M. MESA TORÉ POR F. MORALES LOMAS

Lo pequeño nos alimenta. Yo diría que nuestra propia fragilidad, nuestra nadería nos alimenta. Somos tan grandes como nuestra propia sombra. ¿Dónde “seré” en cinco mil millones de años? Tan importante como el silencio, o casi. Son los haikus domésticos de José Antonio Mesa Toré, alimento a mitad de caballo entre el silencio y la profundidad del tiempo, su paso, su filosofía de escenario para una puesta en escena, una imagen.
También lo son, imágenes, imágenes a medio componer, imágenes que se sostienen sobre el pespunte de las palabras. Casi imágenes. Pero, al fin y al cabo completas. Y complementarias. Complementarias de nosotros mismos. Porque en esos Aburrimientos (Antigua Imprenta Sur, Málaga, 2009) de Mesa Toré está Mesa Toré, sus espacios, su tiempo, su existencia, condensada, sugerida, demediada. Dividido en la serie temporal al uso (verano, otoño, invierno y primavera), añade una quinta estación: “La melancolía/ de la naturaleza. Un bibelot”. Y lo es, porque todo se tiñe de melancolía frente al paso inexorable de las horas. Las horas, que acaso podría decir A. Machado, son esas peligrosas señoras negras. Lo negro de lo que ya no será.
Mesa Toré construye su mundo de pentasílabos y heptasílabos con pequeños detalles de tesela, para llegar hasta el mosaico de la vida, un tapiz de encuentros y desencuentros, de silencios; y su palabra apenas yacente, apenas sugerida, como aquellos cuerpos de la Galería de los Uffizi que apenas hacía falta que salieran de la piedra porque no lo necesitaban, eran cuerpos aludidos, y eran definitivos en su insinuación. Metáforas para lectores inteligentes que no necesitan masticar todas las palabras del discurso en una simbiosis en el que los elementos, los seres, las cosas se unen a la imagen, se pervierten en ellas, son ya otras cosas vistas de nuevo: “No se cansan lo perros/ de oler la luna”. Cripticismo que no oscuridad, presencia vanguardista, dadaísmo, pero también un trasfondo cotidiano de estaciones y paisajes interiores como los escenarios de Bergman. Juego de esencias, como ese “temor de la piscina/ a desnudarse” en el otoño. Acaso tránsito de simbologías, de felicidad consentida y humilde. Canto a las pequeñas cosas pero sobre todo a la proyección sensual, sensitiva de las mismas. Con su acierto de calendarios y contrastes. Un mundo para los afectos, para el sentimiento de lo chico que es el mundo.
Y la necesidad de detenernos a restaurar todo lo nuestro, lo que nos alimenta cada día y nos ennoblece, nos hace más humanos.
¡Cuánto puede dar de sí el silencio y los aburrimientos! ¡Cuánto mundo, cuánta palabra, cuánta esencia!

La canción del outsider de Álvaro Salvador por F. Morales Lomas


Publicado por Visor Libros en 2009. XI PREMIO GENERACIÓN DEL 27.
La vida sigue siendo sentimental y torpe. Así sin duda es la vida: sentimental y torpe, como reza uno de los versos, y algo se desvanece en la memoria y el presente del forastero o el intruso de La canción del outsider del poeta granadino Álvaro Salvador. Conozco a este catedrático de la Universidad de Granada desde que en 1977 me hablaba de la música en la poesía del genio de Nicaragua. Ambos éramos jóvenes. Ahora todo es bastante diferente. Álvaro ha andado un camino poético importante con la poesía de la experiencia en su valija. También profesor él de Luis García Montero, su alumno y amigo. Y ambos construyendo con Javier Egea, Jiménez Millán y otros esta poesía de los 80 que sigue viva en estos versos sencillos, directos, confidenciales y propios de un hombre normal que discurre en la cotidianidad de la mano de una palabra serena y, a veces, desgarrada, una poesía interiorizada y categórica que abandona los aspectos más ligeros de la experiencia para adentrarse en las cavernas de la existencia. La muerte puso algunos frenos a la vida, pero la poesía sigue, ¡cómo no!
Álvaro Salvador, silencioso él, imperceptible, como si pasara sobre la vida como de puntillas, sin hacer ruido. Así se ve en el poema “La canción del outsider”: “Tú, discretamente oculto entre bambalinas. Así fue siempre y así te complace”. Álvaro se pone delante de la vida y se abre paso a través de un día cualquiera, antirretórico, pero sabio porque descubre a cada paso la memoria, lo que fue y lo que es para adentrarnos en la emoción de todo lo cotidiano. Puede ser confidencial y melancólica su poesía, emanada de un paisaje exterior o de una impunidad o de una iniquidad interior. De un despropósito que alcanza oscuras profundidades de bodega, una pandilla de amigos y la memoria, a veces, socorrida de la palabra vulgar: “y correrá a mear/ en un agujero abierto en el suelo”. Pero también lejos. Porque en el poemario la memoria y el viaje se confunden. Así aparece el muelle de Matthews Beachs desde donde recuerda a un hermano que a diez mil kilómetros se adentra en el combate de la muerte. Acaso el mismo a quien considera su dios en “El dios de los peces”, donde recuerda los días en que su hermano le enseñaba a pescar siendo niño. Tan parecido a esa reconstrucción de una vida como la de Sam Murao que acabó por descubrir que “Lo penoso de la vida/ es que uno la conoce/ cuando se acaba”.

Foto publicada por Ideal de Granada
Álvaro era y sigue siendo un escritor abstraído y reconcentrado en su mundo. Un hombre que va desde el interior al exterior y viceversa. Para el que no hay medios nombres ni medias verdades. Y su compromiso es fiel y cierto como si fuera un himno: “Oigo el constante grito que lanzan los hijos de esta tierra,/ ese constante grito que intenta seducirme,/ dominarme,/ que me llena de turbación con su esplendor”. A veces los haikus son un descanso de “casi silencio” en el esplendente poder de la palabra de unos versículos que se alargan en la meditación interior. Haikús con sabor a metáfora y pintura. Y siempre adivinándose, observándose, contemplando su mundo, desde casi ¡ay! una nostalgia. Surge el amor con resolución y eros, desde la contemplación selectiva y el recuerdo en la serie en prosa poética de “El pornógrafo”: “Llegados a este punto, no importa otra belleza que la de la vulva abierta, su volumen, su forma apetitosa, su elegancia, su fuerza”.
De los seis apartados del libro (“El canto de la mañana”, “Poemas del Noroeste”, “Cinco Haikús, dos epigramas y un epitafio”, “El pornógrafo”, “Estación de servicio” y “La canción del outsider”) el penúltimo en tres poemas es el más interesante. El poeta se desdobla y bajo la férula de una escenografía de preguntas retóricas se halla inmerso en la elocuencia de lo misterioso, lo que acecha como herida, como memoria o amores que llenan lo cotidiano y esa presencia de ella, la muerte, ella que llama desnuda, “Blanca, como el silencio,/ rasga por fin el manto de la niebla/ para beber de ti/ para marcharse”. Y una aire elegíaco ocupa la oscuridad presente, los sonidos sordos, el horror y el sufrimiento de tanta gente que ahora es rememorada con compromiso permanente: “Son los trenes/ y vienen de muy lejos./ De Auschwitz unos, otro de Basora,/ los terceros de Gaza, los cuartos de Mauthausen...” Ese tren solitario como era desolada la mujer con alcuza del poema de Dámaso Alonso. A medida que avanzamos hacia el final, las sombras van ocupándolo todo y el paisaje de Nueva Inglaterra se adueña del poema y la insignificancia de lo creado: “Nada puede/ temer quien nada tiene, quien nada/ espera tener, apenas tiempo:/ calor en los inviernos impacientes/ en los cortos veranos, sólo sombra”.

La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano