martes, 26 de abril de 2016

LA BOTELLA DE BUKOWSKI DE RAFAEL RUIZ PLEGUEZUELOS POR F. MORALES LOMAS





LA BOTELLA DE BUKOWSKI
DE RAFAEL RUIZ PLEGUEZUELOS
F. MORALES LOMAS


Decía el escritor argentino Marcelo Figueras que ser escritor es como ser padre, algo que tienes que demostrarte todos los días; sin embargo, ya es mucho cuando existe una bibliografía escritural detrás; y, sobre todo,  cuando tu obra ha sido reconocida con importantes premios como el García Lorca de Teatro, el Ciudad de Segovia de Guión Cinematográfico, el dramaturgo Moreno Arenas con obras como El pez luchador, Flores para Ginebra, Terapia de choque, Los zapatos sucios, o el ensayo La rebelión nace en el bosque, un estudio detallado del escritor inglés afincado en Mallorca, Alan Sillitoe.
Sin embargo, la primera novela, como es esta que presentamos hoy, La botella de Bukowski (Editorial Tempestas, Madrid, 2015), significa para el escritor adentrarse de nuevo en un proyecto diferenciado del resto. Aunque existe ese poso bibliográfico anterior y el conocimiento del oficio que se tiene entre manos, no en balde, Ruiz Pleguezuelos es doctor en Filología Inglesa y licenciado en Filología Hispánica y Teoría de Literatura, sin embargo, la novela tiene sus propios engranajes y su dinámica creadora. Los que escribimos en varios géneros sabemos que la perspectiva, la proyección de la obra, la presencia de los personajes está diferenciada. Es verdad que una novela, como decía Cela, es aquello que bajo el título figura el nombre novela, un cajón de sastre. Pero también es verdad que no siempre la perspectiva es esta.
Y todo este excurso inicial es para decir que la novedad de lo primero se percibe en la estructura y el espíritu de bildunsgroman en que se convierte La botella de Bukowski. Algo muy habitual en los escritores que comienzan: el ser aprendices de brujo, el querer recorrer un camino de aprendizajes. El bildunsgroman fue un término creado por el filólogo alemán Johann Carl Simon Morgenstern a principios del siglo XIX para referirse a la novela de formación o novela de educación. La botella de Bukowski lo es por varias razones: el protagonista es un escritor en ciernes, un escritor que comienza y vive preso de sus ídolos. Es un joven que se está formando, que necesita coger un camino. Al fin y al cabo eso es escribir novela: escoger caminos, adentrarse en las procelosas aguas de un mundo que vamos creando paso a paso. Así lo va haciendo el protagonista, Juan Navarta Pommera, de la mano de su ídolo Bukowski. Un escritor perteneciente a la generación beatnik norteamericana que se convirtió en los años 70 en un icono del realismo sucio con sus continuas llamadas a un neoexpresionismo desgarrador de nuevo cuño en el que las referencias al alcohol, el sexo y las drogas estaban muy presentes como un claro proceso desmitificador de las nuevas sociedades neocapitalistas, un ataque a esa sociedad degradada. También durante esa década de los setenta, Bukowski fue un icono para nosotros y obras como La máquina de follar (1978) fueron libros emblemáticos durante la transición que nos abrieron los ojos y permitieron avanzar desde una sociedad franquista represiva a otra más libre.
El protagonista de la novela, Juan Navarta Pommera, un joven aprendiz de escritor, viaja hasta París porque sabe que Bukowski va a participar en el programa de televisión de Bernard Pivot y desea conocerlo. Existe la erótica de la imagen, existe la erótica de la recepción, la erótica que produce en un escritor que comienza el sentirse cerca, al lado… el tocar a sus grandes ídolos. Fue la misma sensación que tuve en febrero del 80, cuando entrevisté en su casa de Juan Ramón Jiménez a Francisco Umbral con motivo de mi tesis de licenciatura.  Sin embargo, lo que ocurre habitualmente es que a medida que se conoce al hombre este acaba por derrumbarse en tanto crece la figura del escritor, pero ya la imagen proyectada es otra cosa.
La novela se concibe como el recorrido de un camino a través del París de los 70 y, a medida que avanza la acción concreta en esa búsqueda de Bukowski se va reflexionando sobre el proceso de creación novelesca y cómo desde las palabras, a través de las estructuras, de la sensibilidad, de las percepciones personales y de las intuiciones propias se configura la literatura. Toda literatura tiene un camino. Juan Navarta a través de ese camino está conformando el suyo propio.
La obra tiene un interesante prólogo del catedrático de la universidad complutense, J. Ignacio Díez, donde dice, entre otras cosas, que la novela es “la historia de una ’ semana iniciática’ que usa y transforma tópicos literarios bien conocidos para contar, como toda buena historia, una decepción, tan divertida y fructífera. El relato apunta a un encuentro alocado e imposible, y por el camino tritura los apriorismos de los encuentros idealizados” (p. 9).
El punto de vista adoptado por el narrador es el de primera persona por boca de su protagonista, Juan Navarta, que nos va transmitiendo una visión personal, sistematizada y precisa de ese recorrido por las calles de París en busca de Bukowski con la presencia de diversos personajes como Armand, su hermana, o Nadine.
Sistematiza el proceso de narración en diez capítulos y un epílogo en el que confirma finalmente que ha conseguido publicar su primera novela Les Garçons des Étoiles y realiza una serie de reflexiones metaliterarias –constantes a lo largo de la novela- sobre el proceso de transformación y metamorfosis que se opera en Juan Navarta y cómo va progresivamente conformando la carrera creadora.
La obra transcurre en 1978. Un año en el que también yo andaba por París en un intento de recuperar aire después de vivir casi asfixiado en la sociedad española que se preparaba para el emblemático año de la constitución. Por entonces había ilusión, pero todavía muchos temíamos que pudiera haber nuevos golpes de estado o un retroceso social como luego tuvimos tiempo de comprobar. Durante este año emblemático, Juan Navarta sale de casa, una casa con un padre que después descubriremos aspiraba a ser escritor y acaba trágicamente. Instrumento de la retórica novelesca que servirá para iniciar simbólicamente el comienzo de la carrera escritural de Juan Navarta.
La novela conforma desde la brevedad de sus doscientas páginas un mundo preciso en el que la literatura es el gran tema a desarrollar, la necesidad de la creación y cómo esta se va conformando en la mente de un joven, pero también las disquisiciones en torno a un mundo que es reflejado perfectamente por el autor con un estilo contenido, raudo y preciso en el que el tempo narrativo es conducido con solvencia y absoluta pericia.


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