LA BOTELLA DE BUKOWSKI
DE RAFAEL RUIZ PLEGUEZUELOS
F.
MORALES LOMAS
Decía el escritor
argentino Marcelo Figueras que ser escritor es como ser padre, algo que tienes
que demostrarte todos los días; sin embargo, ya es mucho cuando existe una
bibliografía escritural detrás; y, sobre todo,
cuando tu obra ha sido reconocida con importantes premios como el García
Lorca de Teatro, el Ciudad de Segovia de Guión Cinematográfico, el dramaturgo
Moreno Arenas con obras como El pez
luchador, Flores para Ginebra, Terapia de choque, Los zapatos sucios, o el ensayo La
rebelión nace en el bosque, un estudio detallado del escritor inglés
afincado en Mallorca, Alan Sillitoe.
Sin embargo, la
primera novela, como es esta que presentamos hoy, La botella de Bukowski (Editorial Tempestas, Madrid, 2015), significa para el escritor adentrarse
de nuevo en un proyecto diferenciado del resto. Aunque existe ese poso
bibliográfico anterior y el conocimiento del oficio que se tiene entre manos,
no en balde, Ruiz Pleguezuelos es doctor en Filología Inglesa y licenciado en
Filología Hispánica y Teoría de Literatura, sin embargo, la novela tiene sus
propios engranajes y su dinámica creadora. Los que escribimos en varios géneros
sabemos que la perspectiva, la proyección de la obra, la presencia de los
personajes está diferenciada. Es verdad que una novela, como decía Cela, es
aquello que bajo el título figura el nombre novela, un cajón de sastre. Pero
también es verdad que no siempre la perspectiva es esta.
Y todo este excurso inicial es para
decir que la novedad de lo primero se percibe en la estructura y el espíritu de
bildunsgroman en que se convierte La botella de Bukowski. Algo muy
habitual en los escritores que comienzan: el ser aprendices de brujo, el querer
recorrer un camino de aprendizajes. El bildunsgroman
fue un
término creado por el filólogo alemán Johann Carl Simon Morgenstern a
principios del siglo XIX para referirse a la novela de formación o novela
de educación. La botella de Bukowski
lo es por varias razones: el protagonista es un escritor en ciernes, un
escritor que comienza y vive preso de sus ídolos. Es un joven que se está
formando, que necesita coger un camino. Al fin y al cabo eso es escribir
novela: escoger caminos, adentrarse en las procelosas aguas de un mundo que
vamos creando paso a paso. Así lo va haciendo el protagonista, Juan Navarta
Pommera, de la mano de su ídolo Bukowski. Un escritor perteneciente a la
generación beatnik norteamericana que se convirtió en los años 70 en un icono
del realismo sucio con sus continuas llamadas a un neoexpresionismo desgarrador
de nuevo cuño en el que las referencias al alcohol, el sexo y las drogas estaban
muy presentes como un claro proceso desmitificador de las nuevas sociedades
neocapitalistas, un ataque a esa sociedad degradada. También durante esa década
de los setenta, Bukowski fue un icono para nosotros y obras como La máquina de follar (1978) fueron
libros emblemáticos durante la transición que nos abrieron los ojos y
permitieron avanzar desde una sociedad franquista represiva a otra más libre.
El protagonista de la novela, Juan Navarta Pommera, un
joven aprendiz de escritor, viaja hasta París porque sabe que Bukowski va a
participar en el programa de televisión de Bernard Pivot y desea conocerlo.
Existe la erótica de la imagen, existe la erótica de la recepción, la erótica
que produce en un escritor que comienza el sentirse cerca, al lado… el tocar a
sus grandes ídolos. Fue la misma sensación que tuve en febrero del 80, cuando
entrevisté en su casa de Juan Ramón Jiménez a Francisco Umbral con motivo de mi
tesis de licenciatura. Sin embargo, lo
que ocurre habitualmente es que a medida que se conoce al hombre este acaba por
derrumbarse en tanto crece la figura del escritor, pero ya la imagen proyectada
es otra cosa.
La novela se concibe como el recorrido de un camino a
través del París de los 70 y, a medida que avanza la acción concreta en esa
búsqueda de Bukowski se va reflexionando sobre el proceso de creación novelesca
y cómo desde las palabras, a través de las estructuras, de la sensibilidad, de
las percepciones personales y de las intuiciones propias se configura la
literatura. Toda literatura tiene un camino. Juan Navarta a través de ese
camino está conformando el suyo propio.
La obra tiene un interesante prólogo del catedrático de
la universidad complutense, J. Ignacio Díez, donde dice, entre otras cosas, que
la novela es “la historia de una ’ semana iniciática’ que usa y transforma
tópicos literarios bien conocidos para contar, como toda buena historia, una
decepción, tan divertida y fructífera. El relato apunta a un encuentro alocado
e imposible, y por el camino tritura los apriorismos de los encuentros
idealizados” (p. 9).
El punto de vista adoptado por el narrador es el de
primera persona por boca de su protagonista, Juan Navarta, que nos va
transmitiendo una visión personal, sistematizada y precisa de ese recorrido por
las calles de París en busca de Bukowski con la presencia de diversos
personajes como Armand, su hermana, o Nadine.
Sistematiza el proceso de narración en diez capítulos y
un epílogo en el que confirma finalmente que ha conseguido publicar su primera
novela Les Garçons des Étoiles y
realiza una serie de reflexiones metaliterarias –constantes a lo largo de la
novela- sobre el proceso de transformación y metamorfosis que se opera en Juan
Navarta y cómo va progresivamente conformando la carrera creadora.
La obra transcurre en 1978. Un año en el que también yo
andaba por París en un intento de recuperar aire después de vivir casi
asfixiado en la sociedad española que se preparaba para el emblemático año de
la constitución. Por entonces había ilusión, pero todavía muchos temíamos que
pudiera haber nuevos golpes de estado o un retroceso social como luego tuvimos
tiempo de comprobar. Durante este año emblemático, Juan Navarta sale de casa,
una casa con un padre que después descubriremos aspiraba a ser escritor y acaba
trágicamente. Instrumento de la retórica novelesca que servirá para iniciar
simbólicamente el comienzo de la carrera escritural de Juan Navarta.
La novela conforma desde la brevedad de sus doscientas
páginas un mundo preciso en el que la literatura es el gran tema a desarrollar,
la necesidad de la creación y cómo esta se va conformando en la mente de un
joven, pero también las disquisiciones en torno a un mundo que es reflejado
perfectamente por el autor con un estilo contenido, raudo y preciso en el que
el tempo narrativo es conducido con solvencia y absoluta pericia.
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