jueves, 5 de octubre de 2017

EL HOY ES MALO PERO EL MAÑANA ES MÍO DE SALVADOR COMPÁN
F. MORALES LOMAS
Presidente Asociación Andaluza
de Escritores y Críticos



Lo primero que sentimos al concluir la lectura de la última novela del giennense Salvador Compán es su complejidad y riqueza estructural así como la conformación de un mundo perfectamente orquestado que suena como una sinfonía lingüística de primera mano.
Las secuelas de la guerra civil en un perdedor, Vidal Lamarca, concitan un primer elemento de interés pero también la novela de aprendizaje en torno al narrador Pablo Suances, la historia de amor y adulterio entre Lamarca y Rosa Teba, la relación de Lamarca y el falangista Lanza, que nos permite adentrarnos en una posguerra soez, y la singladura de dos mundos (los años sesenta junto con la guerra y la posguerra). Pero, al mismo tiempo, encontramos la novela en construcción, el poder de la metanovela, en este caso a través de la serie de dibujos que Lamarca va creando para conformar una “novela gráfica”. Y, junto a todo ello, la ciudad de Daza como un territorio vital y personal de Compán, en donde se aúnan la sílaba final de Úbeda y la final de Baeza, en una “ciudad bipolar” que posee una gran eficacia y nos advierte de una tradición ya consolidada en autores como Díez, Mendoza, Marsé, Umbral, Longares, Muñoz Molina, Soler…


La estructura temporalmente en un prólogo, que establece el marco espacio-temporal y de personajes (junto a la simbología de Antonio Machado del que toma el título y que determina un relevante designio: “Como a Machado, será el coraje ético el que lo arrancará de su letargo”, p. 24) y cinco apartados, en torno a los años 1964, 1936, 1964, 1939-1940 y 1940-1969, que nos advierten de las continuas analepsis y prolepsis y el camino de ida y vuelta en la construcción de personajes y situaciones, que son continuamente interrumpidas para ir creciendo posteriormente llenas de interés, como actos que presagian la memoria histórica (también la personal) y como magma que determina y conforma el futuro, y a través de la que existe una necesidad de adentrarnos en una época para reconstruirla de un modo verosímil y comprometido. Compromiso y ética que está desde el principio no ya en las citas iniciales de Machado y César Vallejo sino que se prolonga en los constantes comentarios que entreveran la focalización del autor tanto como en el espíritu que las desarrolla.
La temática de los perdedores y su estatus vital en una época de presidio social (Vidal Lamarca es un “esclavo” de esa posguerra a través de la figura del falangista Sebastián Lanza) es un frente que abre el autor desde un origen de delación y traición del que parte. Fue también el de muchos perdedores que tuvieron que consentir para poder alcanzar un camino sin muerte.
Esta acumulación de situaciones y vivencias se enlazan a través de una urdimbre bien trazada en la que el asesinato, como elemento que conmueve a la intriga, está muy presente provocando la agitación del lector.
Desde el comienzo Rosa Teba (la madre de Raúl Colón y mujer de Pedro Colón, director de un banco en Daza) siente que su existencia ha perdido la razón de ser hasta que se despierta con el encuentro de Lamarca: “Un pueblo que la asfixia y la está convirtiendo en lo que está viendo Vidal, una mujer que no sabe ni defender con decisión lo que quiere” (p. 45). Esa coincidencia es recuperada por Raúl Colón, que tiene acceso a la historia que rememora en su diario su madre, y Pablo Suances, el alumno de Lamarca, que tendrá acceso a ella por su amigo. Desde los primeros lances, el erotismo es una instancia que había olvidado Rosa Teba, y Lamarca enciende ese cuerpo pero es una recuperación de ambos en un periodo anodino de sus existencias.
El joven Pablo Suances, como todos los adolescentes, transmite una visión de descubrimiento, no ya solo vital sino también histórico, y su punto de vista tiene la emoción de lo juvenil, del develamiento a la vida tanto como a la memoria. Al mismo tiempo que no es ajeno a la cimentación de una imagen del espacio de Daza tanto como al de una época: los años sesenta. Y cuyas confidencias con su amigo Raúl transigen con el descubrimiento de la sexualidad y a la vida en esa especie de bildungsroman que amplifican.
Junto a ello, ya desde las primeras tintas de Lamarca, observamos que se configura una novela gráfica donde asoma una pistola y un disparo sobre Lanza y el juego narrativo entre la realidad, la ficción y el dibujo.
A partir del capítulo II, con la analepsis hacia el año 36, vamos cimentando otro relato que parece diferenciado desde el momento en que Vidal Lamarca se encuentra en Almería y se construye su historia vital hasta que cae en la cárcel. Todo ello con breves trazos y una singladura rauda con la que quiere Compán desarrollar brevemente los acontecimientos que darán pie a su encarcelamiento. En este contexto no podemos olvidar los comentarios que definen una actitud ante el conflicto: “Todo desemboca en una larga matanza hecha de cálculo y de un lento ensañamiento que solo puede entenderse como brutal desgarrón de la lógica o como la difícil conjunción de la vileza, el miedo acumulado y una saña en la venganza que no solo se sabe impune, sino también jaleada pro los que vuelven a dominar vidas ajenas” (p. 146).

SALVADOR COMPÁN Y F. MORALES LOMAS

Pero de nuevo se interrumpe la historia y nos hallamos en 1964 y el relato de Vidal Lamarca y Rosa Teba al hilo de los descubrimientos de Raúl y su relación con su madre. En los subcapítulos que siguen, como el titulado Luci Diosdado, aborda la relación de esta y Pablo. Un ir y venir con el que Salvador Compán pretende sistematizar un especial sentido del tiempo pero sobre todo del desarrollo de unas psicologías que están descubriendo la sexualidad y el sentido de la existencia en un mundo incomprensible. Un mundo en el que el sentido de culpa está muy presente en la existencia de Lamarca: “Como siempre que revive a Bluff en su cómic, lo hace en medio de la náusea que le produce actualizar el acto más miserable de su vida: el haber testimoniado sobre un dibujante inocente y las terribles consecuencias que trajo esa delación” (p. 207).
La figura de Sebastián Lanza, otro de los personajes mejor desarrollados, adquiere una especial relevancia a partir de la página 215. Lanza es uno de los vencedores del conflicto que había prometido al padre de Lamarca (que le perdonó la vida) sacar a Vidal de la cárcel, siempre y cuando éste delatase al dibujante Bluff, al que acusan de encerrar consignas en sus dibujos y permanecer bajo la estrecha custodia, como un “esclavo” de Lanza, incluso por momentos con la intuición de esclavitud sexual. Porque Lanza vive su homosexualidad con horror, pues necesita mostrar que es fuerte y no sucumbe al hombre. Es una figura que mueve al odio pero también conforma la simbología del vencedor y donde la focalización externa del autor se hace más presente. De ahí que continuamente pivote sobre él esa sed de venganza y de caída con las imágenes de su presunto asesinato: “Yo me encargaré de redimirte (le dice a Vidal Lamarca), porque sé que son anchos los brazos del Caudillo para los que se arrepienten de corazón del daño que le hicieron a España” (p. 224).
Los episodios de guerra, breves, tratan de organizar ese mundo y ofrecen breves pinceladas necesarias para establecer un marco de relaciones en el que el lector va evaluando la condición de esa dependencia vital del perdedor con respecto al ganador, incluso hasta en el ámbito más íntimo: “La idea que domina a Lamarca cuando abandonan Madrid es la de aceptar su condición. Ha rehuido un terrible castigo a causa de un hombre que como un dios le exige y lo domina, lo protege y lo tutela. A ese dios le ha transferido su conciencia” (p. 272).  Durante mucho tiempo Lamarca es un “no hombre”. Un ser sin destino propio, hasta el punto de que cuando en esa época se dibuja lo hace siempre solo y humillado, servil y subalterno. Hay un punto de inflexión en torno a la página 317 en que se produce el esperado enfrentamiento entre ambos. Es entonces cuando Lamarca toma del altillo la Star del nueve largo… que le permite al escritor diferentes simulaciones y juegos con el lector, y añade: “Tres años después dibujará como final de su biografía cinco variantes de lo que casi sucedió el 8 de marzo de 1961, ese asesinato tantas veces motivo de cálculo” (p. 327).
El mundo del arte y las reflexiones sobre el mismo (no olvidemos la condición de artista de Vidal Lamarca) y encuentros con otros artistas como el pintor Rafael Zabaleta, con el que mantendrá relación, le permiten a Compán adentrarse en un mundo que también él domina en su condición de pintor y le servirá al escritor para hablar de la mentira del franquismo, el revisionismo histórico y la inmersión en el concepto de culpa, al tiempo que Lamarca construye su novela gráfica: “En la novela de Lamarca se recoge esta conversación en tres dibujos que presentan a los dos pintores mientras cenan…” (cap. 304). Es un momento en que, en cierto modo, el narrador trata de salvar a Vidal Lamarca y reconciliarlo con el lector. Porque, como ha dicho el autor: “La creación plástica es quizá el único rescoldo de humanismo que permanece dentro de él, y lo utilizará como un tizón para alumbrar su pasado. Quiere comprenderse, asumirse y, como si resucitara, dibujará una novela gráfica para contar su vida y explicarse cómo ha llegado a un presente de absoluto desvalimiento”.
Lamarca es un antihéroe obsesionado con su pasado y con su historia personal, muy consciente de todo lo que ha perdido en la maldita posguerra y con la necesidad de construirse a partir de los 60 su propia conciencia como individuo si antes era un ser sin atributos.
Estamos, por tanto, ante una buena novela, ante un producto literario de primera calidad que lejos de incidir directamente en el conflicto civil y mortuorio, que tantas narraciones ha creado y sigue creando, ahonda en la dinámica de sus disoluciones, en la degradación de los que perdieron e incide en un ámbito humanizador, porque son vidas que se van construyendo (en el caso de los jóvenes) o destruyendo (en el caso de Lamarca) a lo largo de los años mientras el amor parece ser el bálsamo donde puedan concentrarse y definirse para crecer, desde un antiheroísmo lleno de culpabilidades hasta la resolución del conflicto vital y las úlceras de la memoria.


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