martes, 9 de febrero de 2016

LA POESÍA DE ÁNGELES MORA







LA POESÍA DE ÁNGELES MORA

F. MORALES LOMAS


        Ángeles Mora consideraba que la lírica era una forma de pensarse y de pensar en el mundo. De ahí que el componente emocional tenga un papel preponderante en todo ese proceso en el que la escritura gana al yo, bien a ese yo que se relaciona con el mundo o al yo/hombre-mujer que lleva a cabo tanto un diálogo consigo mismo como con la naturaleza. Este ámbito hace que su lírica tenga su entronque con el romanticismo de Bécquer y Rosalía o el simbolismo de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. Pero también con los poetas del 50 en su afán por convertir al poema en un proceso súbitamente reflexivo en torno a nuestro lugar en el mundo y el papel que jugamos como individuos, por eso ha dicho que “para mí la poesía es vida, no es que imite a la vida sino que tiene su propia vida. El poema , tampoco es la o de mi vida interior, el poema es algo que , se produce (...) Así pues, lo que le importa a un poeta es crear otra realidad fuera de sí, que es la poesía”. Su lírica posee un componente narrativo que genera un ámbito para la historia confidencial cargada de sensaciones y sentimientos contradictorios y en el que versolibrismo es su base rítmica o en la organización de endecasílabos y heptasílabos o de pentasílabos, heptasílabos y trisílabos. En muchos momentos su lírica avanza construyéndose a sí misma e intentado construir esa realidad de la que está entreverada y en la que, en muchos momentos, palpita un yo que no se resiste a salir sino que se hace confidencial y cercano. De ahí que la estructura dialógica es permanente en su obra, que, como decía Díaz de Castro[1], surge “en el ambiente intelectual y político de , y desde un clarividente análisis de las condiciones de la escritura femenina contemporánea, Mora ha desarrollado a su manera los dos presupuestos iniciales de dicho movimiento: que los sentimientos son históricos y que sólo cuando se aprende que la poesía es es cuando puede empezar a escribirse ”.
     Una de sus reflexiones creadoras gira en torno a la relación entre el sujeto poético, el objeto (la palabra, la existencia...) y el valor de la palabra como cauce expresivo. Así dirá la escritora que escribe no sólo para construir su yo, sino a la vez el poema: “Me gusta decir que el poeta se interna en el poema como un explorador en una selva oscura, y para abrirse camino lleva la luz y el cuchillo de la palabra. Las palabras construyen el sendero, o sea, el poema, porque el poema no es sólo el resultado final, el claro del bosque, sino el proceso. Cada verso, cada palabra, nos va dando una luz, para eso escribimos, para buscarnos y para comprender el mundo”. Una reflexión sobre lo que somos y el lugar que ocupamos en el mundo y en la escritura a través de un lenguaje directo, narrativo (como si contara breves historias, confidencial...) en el que la palabra se basta por sí misma sin excesivos recursos hacia la imaginería lírica y mucho hacia la contención poética y el prosaísmo. Su forma de vivir, sus intereses personales son el objetivo del poema en una poesía que arranca del yo y se conduce hacia el tú lírico (lo externo, la realidad sustancial). Dirá la escritora en la definición de su poética que su obra “cree en la historia, que no se sitúa en un terreno esencialista, aparentemente ajeno a nuestra realidad. Vivimos en un mundo cada vez más duro e implacable, donde sólo la ley del mercado y de la competencia funciona. Hace falta una poesía dialéctica que analice y se cuestione la vida, el mundo en que vivimos, la muerte que nos rodea. Vuelvo a pensar, con Machado, como cuando empecé a escribir, que la poesía es "palabra en el tiempo".
Nació en Rute y desde los 80 vive en Granada donde se casó con el conocido catedrático de Literatura Juan Carlos Rodríguez, el teórico de la nueva sentimentalidad. Fue en la facultad de Filosofía y Letras donde finalizó su licenciatura en 1986, aunque en 1982 ya había publicado Pensando que el camino iba derecho y en 1985 La canción del olvido (1985). No será hasta la década siguiente cuando vuelva a publicar gran parte de su producción: La dama errante (1990), La guerra de los Treinta Años (1990) que fue en el año 89 Premio Rafael Alberti de poesía, Silencio (1994), Elegía y postales (1994), Antología poética (1995), Cámara subjetiva (1996), Canto de sirenas (1997).  y Caligrafía de ayer (2000). Desde entonces, y ya en el nuevo siglo XXI ha publicado: Contradicciones, pájaros (2001), traducido al italiano: Contraddizioni, ucelli (2005), La guerra de los treinta años (2005), Bajo la alfombra (2008) y Ficciones para una autobiografía (2015).


ÁNGELES MORA Y JUAN CARLOS RODRÍGUEZ

Caligrafía de ayer (2000) es un libro de ambiente familiar y eminentemente personal y emotivo, siendo la memoria de sus padres desaparecidos los que se convierten en protagonistas de esta obra fundamentalmente, su pérdida “está implícita siempre en mi , y, sin duda, también el recuerdo de mis hermanos ”. Pero también amigos y conocidos. Las claves interpretativas del mismo las ofrece la escritora meridianamente claras en el “Prólogo”[2]: “Éste es un libro debido. Debido no sólo a mí misma sino sobre todo a la tierra en que nací, a la geografía y a la historia que me dieron la primera consciencia de ser quien creo ser. Fundamentalmente es un libro sobre la pérdida, no sólo como añoranza sino, más que nada, como constitución real de nosotros mismos, de nuestro yo actual (...) Es la nostalgia del presente lo que en realidad se refleja en las líneas de esta nostalgia del ayer”. Hay varios conceptos sobre los que pivota la obra en los que me gustaría detener: la concepción del presente como recepción del pasado, la organización de la materia poética desde la memoria, la profundización en el pasado como una forma de profundizar en su presente, la fundamentación del tiempo (al que dedicará continuas reflexiones) y la organización emotiva, directa, confidencial y amable de un pasado dulce que en absoluto está teñido por nada relevante que denote crueldad o extremismos desoladores. Si queremos conocer a la escritora Ángeles Mora, éste sería un buen libro para organizar este pensamiento. Se presenta bajo la fundamentación formal del versolibrismo, de modo genérico, aunque podemos encontrar un soneto y algunos versos asonantados. La confidencialidad y el tono suave y meditativo conforman una delicada penetración en la memoria, en el recuerdo, en el sentido que recordar es guardar en el corazón, y Ángeles Mora nos conduce por su camino familiar y personal.
     Los diversos apartados en que se organiza la materia poética no son óbice para recoger en el poemario una unidad. Ahora bien, el primer apartado “Álbum”, el más extenso, se adentra por las imágenes que han quedado en la retina y en el pensamiento, el detalle de un día, un paisaje, un encuentro, gestos, ideas, historias..., todo ello organizado de modo plácido. No obstante, en el poema inicial se aprecia un rechazo a la existencia ante la pérdida de sus padres: “Quisiera cualquier cosa:/ que me abrazaras,/ dormir,/ no haber nacido”. Una idea inicial que no casa con el espíritu desarrollado en el libro, en el que no asoma esa oscuridad con la que comienza sino todo lo contrario: “Y tú esperabas,/ y esperaba la luz,/ y yo corría y corría/ una vez más a buscar tu perfume”. La penetración en la memoria lo es para adentrarse siempre hacia la luz, para regresar y amar todo lo que ahora surge a través de imágenes certeras. Esas imágenes que nos traslada son tiernas fotografías de esa niñez que vuelve y frente al presente (“una piedra que duele”), el pasado es encuentro permanente con las canciones, el juego del diablo (diabolo), la conformación de la casa y sus habitantes, y su pérdida de ese mundo “antiguo” representa como la pérdida de la luz. Una casa que es recordada con “triste alegría”, y nos llega a través de una imagen que se intenta crear con esa sinceridad que da recordar algo en lo que uno ha sido. Son postales, fotografías, álbumes sobre los que se ha posado por un momento la mano de la escritora para organizarlos en su memoria y nos pueden llegar en cuadernos azules (Paisajes con figuras) o en cuadernos rojos (La usura del tiempo). Una frase del profesor en clase, como en el poema homónimo “Caligrafía del ayer”, una imagen certera y nunca olvidada, unas palabras, un paseo, un paisaje, el pelo “recién peinado”, un pájaro, una rosa en abril..., pueden ser los elementos iniciales que catapultan el poema, que lo conforman y lo llenan de nostalgia y de ternura. Van apareciendo, los restos, los efluvios, las querencias, como en el poema “Pepa” o “Mamá Elisa” asociados a los cuentos infantiles: “Con tus ojos ciegos mirando al infinito”. Pero también los lugares: el patio del molino, etc.
      El concepto temporal está muy presente en su obra hasta convertirse permanente y reiterado en diversas imágenes. Uno de sus poemas lo titulará “Intuición del tiempo” y entre otras cosas dirá que éste “se nos vuelve mortal”, de pronto. Un tema, el de la mortalidad del tiempo, que pretende deshacer creando esta historia de su tiempo personal y, por tanto, inmortalizándolo. En su tercera parte, “El cuaderno rojo”, lleva por subtítulo “Canciones contra la usura del tiempo”. Y en él se adentra, de nuevo, en las imágenes que han conformado su existencia: una amiga en los cañaverales, los héroes de la niñez, las trenzas, el agua y siempre la nostalgia: “Canción que tan vivo quemas/ el corazón donde estamos”. Son múltiples, pues, las referencias al tiempo: “Yo solamente/ detengo el tiempo”, “El tiempo está en las ruinas,/ los minados cimientos”, “Veo al tiempo dormirse/ en tus brazos redondos” (la casa), “Ahora el sol invade/ aquel rincón del tiempo”. Pero siempre desde una perspectiva del tiempo paralizado y finito, como ahora resultan estas imágenes que han conformado una vida.


           En Contradicciones, pájaros (2001) el grueso de los poemas pertenecen al primer apartado, “Para hablar contigo”, en el que, a través de un discurso dialógico, tan querido para Bécquer, Cernuda o Salinas, la escritora lleva a cabo una lírica confesional, confidencial y declarativa donde continuamente trata de establecer el estadio que ocupa su amor, su deseo, en su existencia y “ha esencializado el erotismo, antes omnipresente, y ha incorporado una voluntad meditativa en la que están presentes la sombra de la muerte y la melancolía”[3], a través de un lenguaje parco, directo, construido a base de impresiones e imágenes directas sobre las que gira el poema, aduciendo motivos clásicos y queridos para el modernismo. Es como si sus breves poemas fueran destellos visuales, imágenes, bien sobre el motivo de la carta que no llega a su destinatario, de la mujer sentada en la terraza secándose el pelo, la sensación de unos labios, el tema de la mirada del amor, o de la definición o el significado del vivir cotidiano. Pero también, como en A. Machado, está presente el motivo del camino: “Hasta dónde pudieron conducirme,/ tantos caminos inexplorados”. Aunque ya lo había advertido en el poema prologal: “Estos son sólo pasos/de un peregrino errante./ Los caminos/ que no me pertenecen,/ las palabras prestadas que los días/ dejaron en mi oído”. Lo que le ha llevado a hablar a J. C. Rodríguez[4] de aplicada como concepto genérico a este libro: “Nómadas hoy somos todos, porque, para bien o para mal hemos perdido el sitio. O mejor, nuestro lugar o bien es inmaterial como las ondas que recibimos por la radio o la televisión o la informática, o bien es mítico (como cualquier nacionalismo) o bien es sencillamente el silencio, es decir, el no-lugar del lenguaje y de la escritura”. Y afirma más adelante que “todos somos nómadas porque nadie sabe cual va a ser la norma o el código del día siguiente”[5].También el tema de la mentira literaria: la construcción de la vida se hace a través de la falsedad del poema: “Yo sé que estoy aquí/ para escribir mi vida/(...) Sé que voy a contártela/ y que será mentira”. Por tanto una poesía que gira entre dos formas de construcción: la definición de lo que somos (el yo presente) y de lo que hemos sido (el yo histórico) y el hacia dónde vamos. Lo que le ha llevado a decir a Rodríguez[6] que su poesía se construye en torno a dos ejes claves: “la búsqueda del yo relacional y la práctica del nomadismo en la escritura”, comentado ya.
        En el segundo apartado “Días enteros en las ramas” se centra en el tema de la reconstrucción de lo que se es, a través de la memoria de lo que se ha sido, del poso que las vivencias han ido forjando en el yo poético. En ese proceso el tiempo (su obsesión) siempre es determinante: “Rompe el tiempo sus cuentas”. Y la necesidad de saber que fue de nosotros o adónde llegamos. De ahí esa necesidad de definirse: “Qué quedó en mí (...) Yo soy la misma”. ¿Qué efectos causó el tiempo en nosotros, los amores diversos que ahora vuelven? Las sensaciones de antaño, las promesas de lo que sería o el amor dotado de sensualidad: “No va a olvidarme nunca/ la amplitud de tu boca,/ la cruel provocación de tu pelo,/ tus labios entreabiertos/ en sonrisa feliz,/ tu rubor encendido, delator”.
       Lo histórico narrativo-descriptivo ocupa el apartado tercero: “Luna a lo lejos”, sólo dos poemas donde nos habla de Stony Brook, un paisaje de la memoria que ahora recobra lleno de nostalgia y soledad. Y en la última, “Más allá de la literatura” no sólo surge el discurso metaliterario integrado con la vida, sino la pretensión de definir la relación de los afectos, como en “Mi amiga y yo”, o un homenaje a Rafael Alberti en “No es tiempo de ángeles”, pero también la constante obsesión por el significado de la existencia, de su crecimiento, de su finitud, así como del motivo del espejo, de la contradicción o de la mentira literaria. En el poema que da título al libro reflexiona sobre el concepto de verdad en la vida y en la literatura y afirma con rotundidad en una frase hecha que “si las verdades dijeran la verdad/ mentirían”, para a continuación situarse sobre el concepto de contradicción, uno de los asuntos como ha dicho en su poética a los que más importancia le da en una especie de antitética huida para quedarse. Díaz de Castro[7] exponía algunas de las claves esenciales del mismo: “Distancia, emoción y sensualidad, amor y deterioro, tiempo y deseo se amalgaman, esencializados, en poemas de la memoria y del presente, en medio de , dejando al descubierto, entre la pasión y la ironía las vías de un análisis teórico que se despliega en la última parte, , que añade registros a su producción y que abarca una renovada reflexión sobre la identidad (“Yo sé que soy la misma,/pero dónde estoy”), sobre el propio nombre (“los ángeles de hoy/son el cielo de nadie”), sobre la escritura (“La tierra es un lugar para vivir/pero los versos son la propia vida”), sobre las contradicciones en que nos sustentamos (“Las contradicciones parecen insufribles/en nuestro mundo./Pero uno intenta/huir de ellas/como los pájaros:/ huir quedándose.”) y sobre la exigencia de una ética solidaria como recurso autocrítico.




[1] Díaz de Castro, F. (2002): “Contradicciones, pájaros” en El Cultural de El Mundo, 6 de febrero.
[2] Mora, A. (2000): “Prólogo” en Caligrafía de ayer. Rute: Ánfora Nova, p. 7.
[3] Rico, M. (2002): “Para huir quedándose” en Babelia de El País, 19 de enero.
[4] Rodríguez, J.C. (2001): “Ángeles Mora o la poética nómada” en Contradicciones, pájaros. Madrid: Visor, p. 11.
[5] Ibidem, p. 12.
[6] Ibidem, p. 13.
[7] Díaz de Castro, F. (2002): “Contradicciones, pájaros” en El Cultural de El mundo, 26 de febrero.

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