PUBLICADO EN humanismosolidario.com
12/08/2013
Estudio realizado por
Alberto Torés, en el año 2005, acerca de la poesía de Francisco Morales Lomas,
en donde aparecen las primeras acotaciones y aportaciones acerca de la
corriente de Humanismo Solidario.
Alberto Torés, F. Morales Lomas y José Sarria en la presentación en Málaga del Humanismo Solidario, Feria del Libro 2013
(Las palabras que
vienen a continuación son un fragmento del Estudio Crítico inicial de Alberto
Torés para la Antología Tránsito de F. Morales Lomas publicada en 2005)
La escritura
poética de Francisco Morales Lomas ratifica un hecho indiscutible, tal sería la
labor del poeta consistente en una búsqueda permanente, una investigación
continua que se fundamentaría sobre dos planos básicos: el del conocimiento de
la realidad y el modo de interpretarlo o transformarlo. Además, desarrolla un
conflicto entre la sensibilidad y la expresión que aquí indaga claramente sobre
la vida, sobre lo que mancomuna a los hombres, sobre la disposición de un
humanismo solidario[1].
Tal vez, el humanismo solidario que recorre la obra poética, pero también la
narrativa y crítica de Morales Lomas se deba en parte al contexto de crisis que
parece nacer una vez desaparecidos los acontecimientos de Mayo del 68, cuando
ya se habla del final de los grandes relatos o ideologías, en el momento en que
el término de “globalización” adquiere tintes de categoría con toda su
artillería, entre los que contamos el pensamiento único. No renuncia por ello a
ningún detalle por insignificante que parezca. ¿Acaso no podría estructurarse
una historia de la literatura basada únicamente en las ausencias? De tal
suerte, acude a la historia literaria, al marxismo y a su necesidad de
releerlo, replantearlo, repensarlo, al psicoanálisis, al estructuralismo, a los
fondos de la educación sentimental para encontrar una voz teórica entre los
signos exteriores de la modernidad y las señales inconfundibles del raigambre
clásico. Se inserta su poesía en una amplia tradición que con todo se quiere
reescribir. El lirismo ahora debe ocuparse de encontrar cabida para el sujeto y
la colectividad, el sueño y las cotidianidades. Articular, consensuar sus
infinitivos susceptibles de identificar esta poesía orientada en sintetizar las
contradicciones, en reencontrar el gusto por la emoción y también por la
expresión, en mostrar su inquietud más cercana a lo ajeno que a lo propio, en
el eco sonoro de hallar algunos rasgos en los descosidos de la prosa. No es
casual que F. Morales Lomas deba leerse desde una perspectiva múltiple.
Catedrático de Literatura, el empeño por la actitud docente corre paralelo a la
preocupación creativa que a veces toma un modelo versal, en otras ocasiones se
ajusta a un referencial narrativo, incluso la inquietud se traduce en forma de
tesis doctoral.
El espacio que se busca
es el segmento que queda con vocación plena entre teorizar lo poético y
poetizar lo teórico: he ahí el punto de partida y a la vez de llegada de esta
tendencia humanista solidaria.
Poesía de pasión hasta
llegar a la desesperación más perturbadora; poesía de serenidad hasta rozar el
desaliento; poesía de verdad hasta configurar la esperanza; poesía que encarna
la figura del escritor de la libertad; es por ello, un mundo transfigurado que
se percibe con toda riqueza de matiz por el lector interesado. Un lector que
comprueba que el poeta ha publicado ya en el apartado de poesía 9 libros [2],
desde que se iniciara en 1981, lo que constituye una antología esencial de su
obra, no sólo es de sentido común sino una necesidad cronológica que todo
creador ha de plantear en algún momento. Iniciativa llevada a cabo con buen
criterio por parte del Instituto de Estudios Giennenses, a la que modestamente
me complace contribuir.
Francisco Morales Lomas
es, dentro del campo literario, un trabajador infatigable, de manera que el dicho
en virtud del cual el arte se compone fundamentalmente de trabajo -extendido y
ratificado por Picasso- encuentra en las múltiples inquietudes de Morales Lomas
toda su razón de ser. Crítico literario, narrador, docente y poeta, ha mostrado
siempre una feliz luminosidad expresiva a la vez que una absoluta implicación
con el texto y su entorno.
No son contornos indefinidos los que pueblan los versos del poeta jiennense,
sino más bien, lo instantáneamente reconocible, lo comunicativo en sus vertientes
puras e impuras, ese espacio de la libertad donde se confunden lo real y lo
onírico, lo posible y lo necesario. El ensayo continuado de la palabra[3].
Así los primeros poemas de Morales Lomas se recogen en Veinte poemas andaluces y tratan fundamentalmente de hacer
visible lo oculto, de enseñar en cierto modo sin dejar de deleitar o conocer.
Son composiciones que se enraízan en las grandes inquietudes del hombre, de su
pasado por ser exacto. La fraternidad, la dignidad, el afán de justicia, el
amor, los tormentosos deslumbramientos que permiten una conciencia esencial y
melancólica, lúcida y asombrosa, intuitiva y decidida. El poeta percibe la
maquinización de su entorno, recibe con espíritu crítico las falsedades de unos
momentos de la historia, por esta razón quiere contribuir a la rebelión
colectiva, pretende acotar la injusticia social desde la atención a la vida, es
decir, desde la poesía, ya que, como afirmaba P. Eluard, la verdadera poesía es
el reino de la vida y no se vincula con lo que declina y muere.[4] F. Morales Lomas es ante todo un poeta
atento a la vida[5].
Habría que considerar para mejor entendimiento de su obra que, las coyunturas
culturales conducen a una diversidad de propuestas teóricas, como lo atestiguan
el florecimiento o al menos el mantenimiento de todo tipo de publicaciones
relacionadas con la poesía. Bien es verdad que los avances tecnológicos y un
manifiesto predominio del pensamiento único, además de cierta pereza mental,
han posibilitado un reduccionismo crítico, hasta falsear la misma realidad y
plantear la poesía, acaso la renovación de la poesía como una postura
irreconciliable entre dos polos. Ese enfoque bipolar nace del deseo expreso
mediático, sin contenidos rigurosos y con evidentes contradicciones desde el
mismo uso terminológico. ¿Cómo podría resultar la poesía si no se basara en los
hechos diferenciales, en la experiencia? El posicionamiento de la “poesía de la
experiencia” y la “poesía de la diferencia”, aunque albergara una noble
dialéctica originariamente, ha respondido a criterios meramente
extraliterarios. Fundamento poco convincente ya que nuestro tiempo poético se
caracteriza precisamente por un complejo y extraordinario eclecticismo. En este
sentido, se pronuncia un crítico tan certero como Juan Carlos Suñén[6].
Podríamos añadir otra circunstancia de resultas de nuevas gestiones políticas,
por las cuales las instituciones oficiales han prestado atención al espacio de
la poesía, y en cierta manera, han filtrado un mensaje uniformado que se podría
interpretar como abocada al fracaso, toda perspectiva cultural que no lleve el
respaldo público. Habría, en todo caso y antes que nada, que delimitar el
terreno de los objetos, las prioridades e incluso los significados semánticos.
Sin embargo, la única realidad que aquí me interesa es resaltar a F. Morales
Lomas como un poeta, no ya con una voz singular y reconocida por los
estudiosos, sino que aporta un nuevo soporte teórico para desarrollar su
proyecto poético, lo que, visto la delgadez de las propuestas teóricas sobre
las que se han sustentado algunas tendencias recientes, es un hecho casi
inusual. Formaría parte de lo que vendríamos a denominar como “humanismo
solidario”, términos aparentemente afines y por ello redundantes, pero que por
su rasgo de indisociabilidad constituye un recurrencia de énfasis necesario [7].
Morales Lomas siente una gran afinidad con los poetas del 60 y, dentro de esa
generación, con los que edificaron lo que denominamos como el “romanticismo
cívico” que, a poco que se establezcan lazos vinculantes, se comprobará que la
“poesía de la experiencia” tiene algunas deudas contraídas con estos poetas. Un
grupo de autores socialmente implicados pero que huyen del arte panfletario
para lanzarse en complejas indagaciones particulares, y, de manera muy
especial, para no verse impregnados de la poesía tan cautivadora de Claudio
Rodríguez. Pensemos en Rafael Ballesteros, Manuel Vázquez Montalbán, Antonio
Hernández, Félix Grande, Rafael Soto Vergés, Jesús Hilario Tundidor, Joaquín
Benito de Lucas, Diego Jesús Jiménez, Manuel Ríos Ruiz, José Miguel Ullán,
Francisca Aguirre y el roteño Ángel García López que es el más firme defensor
de esta magnífica promoción poética[8].
Un grupo mayoritariamente andaluz que tuvieron todos en común padecer una
suerte de exilio, encontrándose Barcelona y Madrid como focos
prioritarios. Pertenecen a un tiempo histórico que viene marcado por el reino
de las ciencias humanas, el desarrollo del estructuralismo, la búsqueda de las
vanguardias, la primacía de la política pero en exacta y transgresora
correspondencia con el texto. La atención se concentra en la escritura,
introduciendo un matiz revelador: la era de la sospecha viene sustituida por la
subversión. Para todos ellos el trabajo lingüístico es esencial. Para el
romanticismo cívico el acto poético se percibe como un acto vital, como una
fórmula infractora. El verso debe vivificarse, proponiendo una relación
singular que la desate de una articulación ordinaria. Imponen un nuevo ritmo,
una nueva manera de decir o de conocer lo real. Si la poesía, aun siendo obra
minoritaria, ha conquistado cada rincón de las aulas, se ha democratizado y ha
tomado un nuevo impulso, la poesía ha retomado la calle. Ciertamente, es una
labor de revitalización que, sin embargo, se sostiene sobre modelos clásicos,
además de textos fuentes. Un hecho que se convierte en rasgo común e
identificador del grupo. El lector de inmediato comprobará ese puente con
nuestra literatura más valiosa[9].
Rafael Ballesteros, además de las referencias universales, muestra una cómplice
disposición con Bernal Díaz del Castillo y sobre todo con Fernando de Rojas que
desempeña un papel crucial en la misma construcción poemática como protagonista
y desde luego como sustento teórico. ¿O qué diremos de Rafael Soto Vergés, cuyo
lenguaje poético se nutre de la savia de la poesía barroca del Siglo de Oro, a
expresión del académico Víctor García de la Concha? El poeta Ángel García
López directamente plantea ya la trascendencia del asunto en 1978, en su libro Mester Andalusí. Diego Jesús
Jiménez establece un equilibrio entre Quevedo y Góngora pero sin olvidarse de
Fernando de Herrera. También Jesús Hilario Tundidor recrea regularmente a San
Juan de la Cruz.
Por consiguiente, no debe verse como un condicionamiento sino como un principio
de invención y de liberación, ya que a la perspectiva clásica se llega también
a través de Vallejo o Neruda en el caso de Félix Grande, de García Lorca en
Manuel Ríos Ruiz, de Gerardo Diego en Ángel García López, de Machado en Joaquín
Benito de Lucas o de Cernuda en Antonio Hernández, sólo por ejemplificar
nuestra consideración.
Decíamos que Francisco Morales Lomas era respetuoso con la tradición, se
enriquecía de la misma y no ponía marcos a su mundo perceptivo. De manera que
figurar es emblema del momento, y lo poético es relacional: el espacio de la
realidad, en sentido estricto viene a tener figuras. Más que nunca el hecho
poético es la connotación, el texto poético es polifónico y se multiplican las
isotopías. Se fijan más que nunca en las imágenes, correspondencias, metáforas:
la poesía dice una cosa por otra, es el ámbito de las analogías, una manera
propia de habitar el mundo y, Morales Lomas, hereda esa vocación poética del
romanticismo cívico que no trata de resolver antinomias sino de hacerlas
comparecer, coexistir, coparticipar. Quizá, el gran apunte novedoso del
“humanismo solidario” sea su posicionamiento dentro del árbol de la literatura:
No se quiere romper con tendencias poéticas dominantes ni con anteriores
modelos poéticos, sino hacer valer su derecho al eclecticismo, un eclecticismo
inteligente que sólo se fundamenta en el placer del texto. Por esta razón,
Morales Lomas va a desviar su mirada hacia un paisaje castizo, auténtico y
elemental para encontrar ahí el sentimiento de presencias, pero a la vez,
valorará la ciudad, la historia, la circunstancia incluso lo aleatorio. El ser,
el mundo y oficiando de punto equilibrador, el lenguaje mismo. No renuncia por
ello a fijar composiciones en una radicalización teórica, es decir, a concebir
que los valores o verdades que la escritura encierra están fuera del alcance
por aprehenderlo o destinadas al fracaso, en cierta manera, a considerar la
escritura poética como un universo de simulacros.
Fernando Pessoa y su concepción del poeta como fingidor tienen igualmente
cabida en el verso del giennense. Considero que uno de los grandes baluartes de
la poesía de Morales Lomas está en su multiplicidad de registros, su afán de
experimentación y el saber disponer la misma trascendencia para el discurso
subjetivo que para el mito de la profundidad. En todo caso, a lo largo de su
producción poética, la reflexión sobre el propio quehacer literario embarga
cada uno de sus libros[10].
La experiencia de la búsqueda es el prisma maximalista que nos propone.
Los parámetros en los que también se ha movido nuestro poeta no son sino
aquéllos que visionan la escritura poética como conocimiento concreto y lógico,
como una suerte de desesperación y por ello de depuración de su propia lengua,
en definitiva, como la elucidación de su pensamiento. El poemario Aniversario de la palabra [11],
uno de los buenos libros de poemas a disposición del lector, es una
extraordinaria muestra de manejo temporal que convoca un permanente cuestionar
sobre la misma labor creativa pero que anhela y consigue un resultado elegante.
Morales Lomas hace indisgregable el binomio ético-estético. Leemos en el poema
titulado precisamente “Aniversario de la palabra”:
Todas como jinetes del tiempo
cabalgan una y otra vez en los ecos,
vivos deseos, caminos amplios y dulces,
las palabras.
Por tanto, una voluntad ilustrada e intensa por articular una reflexión
profunda a propósito del sentido mismo de la poesía.[12]
[1] Francisco Morales Lomas y Alberto Torés García en Canente Revista Literaria, 2, Málaga, 2001, van analizando
algunos rasgos de la poesía española actual, destacando el espacio dedicado a
los poetas-profesores universitarios. En dicho artículo, plantean el eclecticismo
como característica relevante de la poesía de los 90, e introducen el concepto
de “humanismo solidario” aplicado a aquellos poetas que ven la necesidad de
recuperar la historia para plantear un conjunto de propuestas teóricas en las
que se desarrollen las aplicaciones prácticas. En todo caso, puestos que ambos
autores inciden muy especialmente en esta acuñación terminológica, habrá
ocasión de ir matizando algunos aspectos a lo largo de estos preliminares.
[2] F. Morales Lomas publica Veinte
poemas andaluces, Vizcaya, 1981. Basura
del corazón, Barcelona, 1985. Azalea,
Málaga, 1991. Senara,
Granada, 1996. Aniversario de
la palabra, 1998. Tentación
del aire, Málaga, 1999. Balada
del Motlawa, Córdoba, 2001. Salumbre,
Málaga, 2002 Y
recientemente La isla de los
feacios, Málaga, 2002.
[3] Manuel Urbano en un magnífico trabajo Antología consultada de la nueva
poesía andaluza (1963-1978) estudiaba
ese doble proceso de coacción y represión personal que se sumaba a la falta de
libertad. Un argumento que, por extraño que parezca, sigue siendo vigente hoy
por hoy. F. Morales Lomas emprende un camino personal, aunque por afinidad,
términos generacionales y coincidencias en la Universidad de Granada, haberse
amoldado al discurso poético de la nueva sentimentalidad no hubiese nada
descabellado.
[4] La vida de Eluard se confundió con la historia del
surrealismo, y se confundirá con la historia de la Resistencia. La poesía no se
separa del combate político, amor y libertad son sus dos ejes constructivos
tanto en su obra poética como en su producción ensayística.
[5] Se identifica perfectamente con aquel genial verso de
Blaise Cendrars: “Je trempe ma plume dans l´encrier de la vie”.
[6] Juan Carlos Suñén, poeta y crítico literario, director de
la revista El Crítico,
publica un artículo en la revista Magazine
Littéraire, Marzo 1995, titulado “Les Nouvelles écritures”, donde afirma
que la crítica descubre un grupo de autores, que, sin formar grupo, participa
de una misma aventura ética, tal sería la de dar cuenta de un mundo marcado por
la discontinuidad.
[7] En la actualidad F. Morales Lomas y A. Torés García están
elaborando lo que será la base teórica del “humanismo solidario” que toma gran
parte de su filosofía de la Escuela de Frankfurt. En todo caso, el contexto socio-histórico es
determinante. La poesía es también una actitud, y como tal se pide la máxima
tolerancia, la más extensa curiosidad, la más persistente inquietud.
[8] En la revista literaria Canente,
el primer número de la segunda época, Málaga, 2001, F . Morales Lomas y A.
Torés García dedican un amplio estudio a esta generación, base de un futuro
libro antológico en trámite de publicación.
[9] Víctor García de la Concha, Cuaderno de Literatura, 40,
Aula José Cadalso de San Roque,
Febrero, 1996, dedicado a Rafael Soto Vergés. En los preliminares escribe
exactamente: “Se movía la escritura en un discurso de carácter mágico que
presentaba una textura barroca intensamente expresionista”.
[10] Manuel Gahete en su artículo “Juegos
de soledad”, Diario ABC,
13.10.2002, se encuentra en nuestra misma sintonía lectora y señala : “Inmersos
en la vorágine del individualismo, nos olvidamos muchas veces de reflexionar
sobre lo que ocurre en el entorno donde necesariamente naufragamos... Morales
Lomas participa de ese doble interés de la literatura y la vida”.
[11] Un crítico tan certero como Domingo Faílde no escatima
adjetivación al referirse al libro de Morales Lomas: “Uno de los mejores libros
de este final de siglo, a cuyo influjo acaso se debe cierto tono apocalíptico
que contribuye aún más a ennoblecer el discurso, confiriéndole un aire
enigmático, una atmósfera densa, dejando en el lector el regusto gozoso de
haber leído a un clásico”. Suplemento La Isla, Diario Europa Sur, 13.02.1999.
[12] El eminente profesor y crítico Ricardo Senabre, en los
cursos de verano de San Roque de la Universidad de Cádiz, a propósito del acto
consciente de escritura, señalaba que, en muchas ocasiones, el sentido último
de la obra era desconocido por el propio poeta, lo que en todo caso, no impide
el deseo de constatar el universo.
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