Alberto Torés, F. Morales Lomas y José Sarria (43 Feria del Libro de Málaga, 18 mayo 2013)
(Foto de M. P. Esteban)
(Foto de M. P. Esteban)
Para más información le remitimos a www.humanismosolidario.com
A continuación se reproducen las palabras de F. Morales Lomas en este acto.
HUMANISMO SOLIDARIO, COMPROMISO, ATERIDAD Y OTREDAD EN EL SIGLO XXI
F. MORALES LOMAS
Homo sum et nihil humani a me alienum puto
TERENCIO
Pienso, luego soy todos los hombres
FEUERBACH
Podemos decir con Gabriel Amengual que han existido dos tipos de humanismos: el primero es una atmósfera cultural que surge en Italia en el siglo XIV y conforma las bases de la cultura moderna. Garín lo considera un acto de rebelión contra un logicismo y un fisicismo que invalidaban la experiencia humana concreta: frente al teocentrismo el individuo.
El segundo, recogería todas aquellas concepciones filosóficas que otorgan una dignidad y valor al hombre como tal. Y como diría A. Edel (“Where is the crisis in Humanism”, Rev. Int. de Philos., 85-86, 284), “remite a un haz familiar de actitudes, valores y creencias que incluyen por los menos las siguientes: la igualdad y la dignidad del hombre, una fe en la racionalidad de los seres humanos, un proceso democrático en la acción social, esperanza en el progreso humano en alguna manera gracias a la planificación humana, una aceptación del falibilismo del conocimiento humano y una confianza en la ciencia para la resolución de los problemas humanos”.
Entendemos el Humanismo Solidario como una respuesta nueva del intelectual, del artista… ante el mundo contemporáneo globalizado, una respuesta desde la literatura, desde la obra de arte, en la que sin perder el valor de esta como creación literaria o artística (y desde la heterodoxia creativa de cada uno), ofrezca una réplica comprometida, ética, decidida en la dirección de una nueva visión del hombre y de una nueva visión del escritor y del artista ante las sociedades contemporáneas.
Entendemos que la literatura, la pintura, la escultura o la música no pueden ser instrumentos para cambiar el mundo, pero sí pueden y deben contribuir a estos cambios que llegan desde órdenes sociales, políticos o económicos.
Somos defensores tenaces de la autonomía y la dignidad del artista y del escritor que va contra todo tipo de servilismo o adoctrinamiento al que fueron sometidos estos en otras épocas. Pero esta defensa a ultranza de la autonomía y dignidad del artista no se compadece con una actitud ante el hecho estético ni con la defensa de unos valores que se residencian en la humanidad en su conjunto, que ha de ser entendida siguiendo el imperativo categórico kantiano como un fin en sí mismo, es decir, no una humanidad que deshabilite al hombre sino una humanidad que supere, como dice Juan G. Morán (“Frágil idea de humanidad”, p. 94), las condiciones de pobreza, de desigualdad, de discriminación y de exclusión que privan de una vida digna a un número cada vez mayor de seres humanos. Teniendo en cuenta que la humanidad del hombre no viene dada, no está constituida, sino que debe verse como una conquista, como un compromiso y una responsabilidad, como un deber ser.
¿Esto significa que en la literatura, en el arte existe un discurso ideológico?
Efectivamente, por mucho que algunos repudien este concepto (ideología), ¿en qué literatura o en qué arte no existe este? Cada formación histórico-social lo ha tenido. No querríamos retrotraernos a los Elementos elementales del materialismo histórico (Siglo XXI, 2007) de Marta Harnecker o a la Teoría e historia de la producción ideológica (Akal, 1990, p. 8) de Juan Carlos Rodríguez donde dice que “la literatura surge cuando surge la lógica del sujeto, pero decimos también y esto es lo decisivo, que tal lógica del sujeto no es otra cosa que una derivación –una invención de una matriz ideológica determinada.” Se promueve el rechazo del término ideología aplicado a la literatura como dice Rodríguez porque “los planteamientos derivados desde esa ideología burguesa nunca podrán aceptar que su propio inconsciente de base sea una cuestión ideológica (o sea, histórica), sino que consideran siempre que los elementos y la lógica propia de tal «inconsciente» constituyen la verdad misma de la realidad física humana” (p. 10).
Nada es cándido en la creación porque, como bien afirma Espino Barahona, (“De Étikos y de Litterae: contornos teóricos para un curso de Ética y Literatura”, Espéculo, Universidad Complutense 2001, s. p.), “lectura y escritura son, desde esta perspectiva, operaciones ideológicas, discursividades o prácticas sociales mediadas por usos, costumbres y valores determinados socialmente (…) Cuando se escribe y cuando se lee no existen "inocentes". Todos estamos imbuidos en un sistema o en un cruce de sistemas axiológicos desde el cual juzgamos la realidad y la representamos mediante la escritura y la lectura. La producción y comprensión de discursos se realiza siempre desde «un lugar ideológico y social determinado»”. Digámoslo claramente, la creación artística y literaria, como diría Bajtín, son medios estéticos de evaluación del mundo, y el texto es siempre ideología.
Y en esta coyuntura ideológica cómo debemos entender la actitud del creador ante la creación. La concebimos desde un neorromanticismo cívico, que, como afirmaban Habermas y Conche, enfatice el “diálogo humano”, genere la actitud crítica como función esencial de la intelectualidad, defienda la humanización ante tanta degradación deshumanizadora y entienda con Brodsky que la estética es la madre de la ética desde la autonomía y la absoluta libertad del creador.
Si la literatura en su origen es una respuesta interior al mundo que le toca vivir al ser humano, ¿cómo vamos a permanece ajenos a este? ¿Cómo vamos a mirar hacia otro lado? Cuando se deja traslucir la idea (como la parece reflejar Paul Auster) de que la literatura debe abandonar la ética, estamos en el camino perfecto para que el creador, el escritor se convierta en un ser perfectamente prescindible (ser sin atributos) o, algo más grave, en un ser perfectamente domesticable y sumiso.
Se sabe, como decía Todorov, que el intelectual se halla entre el polo de la solidaridad (dirigirse a los otros) y la soledad (su tarea), y para él lo más satisfactorio será alternar ambas posturas, pero siendo consciente de que hay un deber de responsabilidad en él, como en su momento evidenció Simone Weil en Cahiers du Sud sobre el gravamen de los surrealistas, los dadaístas y otros escritores en el hundimiento de Francia ante la amenaza hitleriana. Claro que existe una responsabilidad del intelectual, una responsabilidad que se siente afectada por la marcha del bien público, pues, como bien dijo Sartre, la escritura nunca es una estructura inocente. Y como también reflexionó la filósofa norteamericana Martha Nussbaum: “Los griegos no consideraban, ni nosotros debemos hacerlo, que ser poeta fuese un asunto neutral desde el punto de vista ético. Las decisiones estilísticas –las elecciones de ciertos metros, imágenes y vocabularios- se relacionan estrechamente con una determinada concepción del bien” (La fragilidad del bien, Madrid, Visor, 1995, p. 44).
Alberto Torés, Morales Lomas y José Sarria (Feria del Libro de Málaga, 18 mayo 2013)
(Foto de M. P. Esteban)
(Foto de M. P. Esteban)
Somos perfectamente conscientes de que este no es el camino, como también lo somos de que conceptos como interioridad, la experiencia amorosa, el problema del tiempo, el reto/angustia de la muerte han sido y son elementos valiosos y trascendentales en la historia de la creación literaria que no se dejan encasillar en la tópica consagrada por los partidarios del "compromiso del escritor", como dice Espino Barahona, pero también, y esto es lo fundamental, que en estos momentos que hablamos el concepto de engagement resulta de una extraordinaria necesidad histórica en medio de una sociedad posmoderna y des-ideologizada. Pues lo ético está en el nacimiento del discurso literario y expresa una visión del mundo.
De hecho, en cada época ha existido la necesidad de crear una nueva educación de la subjetividad que contemple con otros ojos la búsqueda de caminos que den respuestas diversas y adaptadas a los tiempos que nos ha tocado vivir. Tiempos de zozobra e impostura en que la globalización y la despersonalización han creado nuevas formas de dependencia y esclavitud ante las que es indispensable dar respuestas que tengan una consideración sociocultural, literaria, estética, ética, pedagógica y antropológica, como diría Foucault.
Se necesita, en definitiva, una reconquista del ser. Hay una urgente necesidad de construir esa nueva subjetividad que le permita superar la crisis existencial en que vive después de que se ha venido abajo el viejo edificio de creencias y doctrinas.
Y en esa nueva educación de la subjetividad se debe contemplar a ese ser desde una doble perspectiva: la del médico y la del enamorado. En cuanto médico (entenderemos la dolencia del otro) y en cuanto enamorado (el amor en el otro). De modo que esta nueva visión del arte y de la literatura conlleva implícito los conceptos de aceptación de la otredad y alteridad.
La otredad se construye a través de diversos mecanismos psicológicos y sociales. Un Otro implica la existencia de algo que no forma parte de la existencia individual de cada uno. Y su aceptación conlleva su reconocimiento y su defensa.
Como dice Foucault “el otro es indispensable en la práctica de uno mismo para que la forma que define esta práctica alcance efectivamente su objeto, es decir, el yo”. Sin embargo, se sabe que existe una tendencia humana a convertir la subjetividad en una suerte de egocentrismo permanente: uno mismo como forma absoluta, referencial y única.
¿Consideramos que en estos momentos la literatura debe ser una práctica discursiva que se desentienda de la situación concreta del hombre para preocuparse sólo de la belleza pura, de la forma, del así llamado logro estético? ¿Es el momento de "el Arte por el Arte"? ¿La creación estética debe conformarse con el trabajo artesanal de la palabra y desligarse de la circunstancia histórica en la que se está inmerso? Creemos que se debe reflexionar en esta situación sobre ese innatismo del creador o ese narcisismo como estrategia vital o índice de la originalidad o símbolo de una época.
El concepto de otredad y alteridad una vez aceptado nos permite concretar la idea de que el otro (tan diferente y tan diferenciado de mí) es mi igual en la diversidad. Esta aceptación de la humanidad lleva como corolario la aceptación de la pluralidad humana, aunque no siempre fue así. Y esta no aceptación ha sido uno de los grandes problemas de la humanidad, como ha sucedido en la reciente guerra de Yugoslavia donde los asesinos y violadores serbios no consideraban que estuvieran violando los derechos humanos de otros seres sino de musulmanes. Y todo sucede cuando la etnia, el grupo o la nacionalidad… amenazan este reconocimiento del otro. O como en su momento diría Montesquieu ironizando: “No puede cabernos en la cabeza que siendo Dios un ser infinitamente sabio, haya dado su alma, y sobre todo un alma buena, a un cuerpo totalmente negro”.
Vivimos en la sociedad de la otredad y la alteridad y en ella tenemos que reconocernos, en ella tenemos que alcanzar nuestros propósitos estéticos y literarios. Lo que no quiere decir perder nuestra identidad como diría Esteban Krotz (“Alteridad y pregunta antropológica” en Constructores de otredad, p. 20): “Contemplar el fenómeno humano de esta manera en el marco de otras identidades colectivas, empero, no significa verlo separado del mundo restante; al contrario, este procedimiento implica remitirse siempre a la pertenencia grupal propia. De este modo se refuerza y se enriquece la categoría de la alteridad a través de su mismo uso”.
Alberto Torés, F. Morales Lomas y José Sarria
(Foto de Larisa Sarria)
No consideramos que la literatura tenga que dar una respuesta instrumental como antaño pero tampoco el creador, el artista ha de contemplar el mundo como una construcción tautológica de su narcisismo autónomo y libertario. No podemos ser prisioneros de la ideología pero tampoco podemos permanecer ajenos a la sociedad, al ser humano, a sus penalidades y a su zozobra vital por mor de una individualidad sagrada.
Somos conscientes de que cada ser humano es un ser de necesidades que sólo se satisfacen socialmente en relaciones que lo determinan y estas deben orientarse a fortalecer los mecanismos y las formas organizativas democráticas entre la población. Como decía Simone Weil, “los escritores no tienen, desde luego, por qué convertirse en profesores de moral, pero han de expresar la condición humana (y nada tan esencial como el bien y el mal)”.
Se necesita que la ética vuelva a reconectarse con la estética; que el ser como entidad individual-colectiva vuelva a tener un significado poético antes que científico, un asombro y un misterio antes que una certeza. Para que la condición humana se llegue a realizar como tal exige la ética. En la condición humana está implícita la ética. Ya decía Wittgenstein (Tratado lógico-filosófico) que ética y estética son lo mismo, son uno. Y como reitera el filósofo Eugenio Trías (“Ética y estética”, Isegoría, 25, 2001, p. 170-173), “toda verdadera obra de arte, sea arquitectónica o musical, o sea escultórica, pictórica o literaria, mantiene esa relación compleja y mediata con lo ético. Da cauce expresivo simbólico a lo ético (…) Todo gran arte, sea arquitectónico o musical, escultórico o pictórico, o literario, patentiza dicha promesa a través de recursos simbólicos en los cuales «lo ético» parece resonar. De este modo se halla un vínculo intrínseco que convalidaría el aforismo wittgesteiniano relativo a la «unidad» de la ética y la estética”. Incluso el mismo Kant también había dicho siglos antes que “la belleza era un símbolo moral” en alusión clara a esa relación estética-ética.
No tienen por qué ser incompatibles -como se han visto estas posturas desde los que defienden la autonomía y la dignidad absoluta del escritor (su saber hacer) o el artista- la defensa a ultranza de los valores del humanismo solidario, la preocupación por los destinos de la humanidad o por su miseria con la libertad, la dignidad, la subjetividad o la propiedad. Y, en consecuencia, como dirá E. Lévinas en Humanismo del otro hombre (1972), es necesaria la unidad del ser a toda hora, “el hecho de que los hombres se comprenden, en la penetrabilidad de las culturas, los unos a los otros”. Y esa unidad de ser que apuesta por su universalidad que tanto defiende el HS necesitan de actos que defiendan esa realización de una sociedad en la que se manifieste el sentido único del ser a partir de las necesidades que lo orientan y reciben su sentido.
Frente a este Humanismo Solidario que defiende la unidad profunda de ese ser, de esa humanidad, el compromiso actualizado y la ética en la obra de creación, el conocimiento de la realidad, su capacidad crítica y su rebeldía, el romanticismo cívico, la interculturalidad, la otredad, la alteridad… la fraternidad, ha existido a lo largo de la historia una corriente individualista que se fortalece hoy día con el pensamiento único que trata de adueñarse del mundo en todos los órdenes de la vida. Un individualismo ya antiguo que nace de la “insociable sociabilidad del ser humano (Kant)”, la idea de que la sociabilidad es lo real pero el ideal es la soledad, o de que el hombre se ocupa de los otros solo en apariencia porque en el fondo es egoísta e interesado (Maquiavelo y Hobbes), o que “había que desprenderse de todos los lazos que nos atan al otro” (Montaigne) o que, “a veces el hombre parece bastarse a sí mismo” (La Bruyère) que conduce de nuevo hacia los fascismos o los nacionalismos.
La realidad es que vivimos en sociedad porque es la mejor forma posible, el mejor remedio contra nuestros males y en ella los otros son necesarios para que la virtud pueda manifestarse (Aristóteles) porque el hombre que no necesita a los demás o es un bruto o es un dios.
El otro es mi complementario, necesitamos alcanzar esa completitud final desde nuestra incompletitud inicial, como dirá Todorov en La vida en común. Y esto solo se alcanza desde la defensa de la sociedad, de los grandes valores de los que se ha dotado para vencer esa debilidad inicial y esa soledad. En ella existe una facultad extraordinaria que dota al ser humano de una humanidad innata, su facultad para compartir los sentimientos del otro, como decía A. Smith en The theory of moral sentiments: “El ser humano es radicalmente incompleto, necesita desesperadamente a sus semejantes para forjarse una identidad”.
Finalmente, quiero decir que, como decía Albert Einstein, es necesario no dejar de hacerse preguntas y frente a la uniformidad más atroz, la evasión, el desencanto, el individualismo insolidario, debemos buscar críticamente la solidaridad, la interculturalidad y la esperanza porque, como bien dijo Mario Benedetti: “En otras etapas de riesgo el mundo intelectual supo arreglárselas para enarbolar esperanzas e imaginar salidas que aparecían de antemano condenadas”.
Para citar este ensayo en algún tipo de trabajo:
Francisco Morales Lomas, "Humanismo solidario, compromiso, alteridad y otredad en el siglo XXI"
http://www.moraleslomas.blogspot.com
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