XVI PREMIO CIUDAD DE TORREVIEJA 2011
RANDOM HOUSE MONDADORI , BARCELONA, 2012
Belleza, contención emotiva, lirismo
desde situaciones que la memoria recobra, pequeños detalles que adquieren
categoría de historia sentimental donde la oralidad y la construcción de las evocaciones
y los espacios vitales adquieren una singularidad cotidiana que desagravia el
paso del tiempo. Ahora que todo tiene una utilidad, Cobos Wilkins se pregunta Para qué la poesía (XVI Premio Ciudad de
Torrevieja 2011, Random House Mondadori, 2012) en su último libro. Y es en el
último poema, que sigue el monólogo interior de obras como Espacio de Juan Ramón Jiménez, donde advierte que tiene una
utilidad para la vida y para fortalecerse.
La reconstrucción de su mundo rutinario, de sus
miedos, de su desazón… desde la memoria y también desde el presente rebela la
pureza del descubrimiento. La poesía como armonía, como pasión, como desvelo que
induce a seguir en la vida, a veces con el vértigo de la huida o el regreso; en
ocasiones, como un equilibrio en la duda, el desorden en la turbación o la
niebla que penetra en nuestros reinos a medio construir, siendo la indefensión
y el abandono efectos de ese búsqueda de la belleza y el no querer andar
perdido.
Las grandes preguntas se dignifican
en el poema entre la síntesis paradójica de lo cotidiano y la eternidad. Somos
ese lento desvivir que conduce hacia los olores, las pequeñas presencias o
ausencias, los breves y contumaces latidos del corazón, la singladura del ser
en su constante caminar hacia delante o hacia atrás, para reconstruirse, para
“serse”, para sentirse vivo. Por eso hay tantos poemas en el campo léxico del
vivir, tanto mundo en relación con otros mundos. Un poeta en el fragor del
combate de la memoria: en uno de los poemas más emotivos del libro que tiene a
su madre como presente cierto sobre la que opera una especie de imagen
cinematográfica que suena en el corazón.
JUAN COBOS WILKINS
Pero lejos del sentimentalismo de
otros, la lírica de Cobos Wilkins tiene la dignidad de la ola, que golpea una y
otra vez en el pensamiento, en los espacios (la casa, “lluvioso laberinto”), en
el concepto de tiempo (como respuesta a la existencia en un lenguaje
metafórico: “Días o pestañas caídas,/ ciempiés/ despacio en tu solapa”), o el
no querer ser fijado en una imagen de fotoshop.
Hay mucho de recuperación sensual en torno a los olores, el tacto o la vista:
“Olías a barquillo”. Pero siempre una necesidad constante de respondernos a la
perennes preguntas: quiénes somos, quiénes fuimos y cómo crear o recrear las
imágenes que han motivado nuestra existencia, que nos moldearon en la infancia
y nos siguen cautivando en el presente como si fuera un inmigrante: “Voy/ por
la casa/ buscando, pidiendo mis papeles/ igual que un inmigrante”. Y cuando los
jardines modernistas se introducen en el poema, ya no operan la melancolía de
antaño: son jardines renovados en los que la espina se agita y con dureza hunde
su punzada, y las rosas sangran su picadura en ese joven ruiseñor que se
desangra. La deconstrucción poética se adueña de esas sensaciones de antaño,
las moldea, las conduce o las desboca en la huida, en la deserción (“Desertar/
y que borre un verso o petirrojo/ o húsar y disparo mis huellas en la nieve”)
porque no todo es mensurable: “Y esta extraña forma saqueada,/ despojada,/ que
tan celosamente cuelgo/ en la percha del insomnio,/ oscura, me reclama:/ fue/
mi cuerpo”.
Esta dispersión de imágenes en esta
poesía de los espacios, las sacudidas y los estremecimientos vitales también
busca en ocasiones la experimentación, los reflejos de muchas imágenes de una
época que sucedió al modernismo renovado con sus experimetalismos diversos: a
veces surrealista, a veces, conceptual, directa en ocasiones, dura, conmovedora
y siempre inquietante. La geografía del espíritu (en ocasiones burlón, en otras
trágico) llega para intentar explicarse la tristeza, para aspirar a que el
poema resuelva con palabras la encrucijada de la vida, las grandes avenidas de
un sentimiento que durante años se ha ido cociendo con lluvias y mareas, con
oleajes inciertos y cáusticos afectos.
Como en Cernuda, tan presente, memoria
y olvido resucitan para ser de nuevo los cauces de los sueños, la “infancia
tendida”, las breves sensaciones de las castañas entre sus manos, o el baile
del tocadiscos rojo o el beso “como blanco/ eclipse del invierno/ tendido con
mi infancia”. Las palabras de Cobos
Wilkins tienen la magia de la desolación porque dan miedo y escupen a la vida
con su nostalgia consciente. Y pueden convertirse en “flores carnívoras”,
“peces-lobo” o “cuellos pelados de buiter”…
Una historia sentimental de sí para un
mundo reflexivo que ansía crear una imagen en huida, a medio construir… porque
nunca tendremos las claves definitivas de este destino, eterno y fugaz a un
tiempo, que escapa de nosotros, que nos envuelve, que se convierte en nuestra
piel, en nuestro secreto más íntimo y mejor guardado. Hasta que, al final, en
lugar de nosotros, aparecemos en la inconsciencia de los sueños y el lenguaje
se deja llevar por sus asociaciones automáticas en medio de una solución que
pervive en la duda.
El libro nace desde la realidad, desde
ese poema inicial e iniciático que tiene a la madre como centro. Y como un
camino en construcción y deconstrucción llega desde el pasado real y emotivo
para ir progresivamente siendo conducido hacia el sueño y la duda. A medida que
ese misterio se apodera de sus palabras el estilo poético va cambiando desde la
observación y la confidencia hasta las diversas asociaciones metafóricas y el
lenguaje más instintivo.
En definitiva, un buen libro de poemas
muy merecedor de este premio.
Entrega del XVI Premio Andalucía de la Crítica 2010 (Jaén)
Juan Cobos Wilkins obtuvo el Premio de la Crítica en Andalucía por su libro de poesía Biografía impura
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