viernes, 18 de mayo de 2012

Coordenadas de silencio de Genoveva Rodea por F. Morales Lomas





           Seguro que una novela no ofrece respuestas filosóficas, pero, como decía James Wood en Los mecanismos de la ficción, sí puede aportar la complejidad de nuestro tejido moral y, yo añadiría, conducirnos por unas horas (los del tiempo de lectura) por los entresijos de nuestras conductas, de nuestros miedos, de nuestras derrotas y de nuestras elucubraciones.
          Por supuesto que, también desde la novela, se puede edificar el operativo de los sueños y podemos observar cómo “la ambición, el poder, el ego y el misterio, mueven a menudo el mundo con mayor fuerza que las buenas intenciones”. Así lo constata la autora en el último capítulo. Y añade: “Se vive pendiente de alcanzar la seguridad y, sin embargo, es el vértigo por la pérdida del equilibrio lo que nos ayuda a mirar al frente y seguir adelante”.
          De sueños y vértigos, intrigas y enigmas, reconstrucción del pasado y mirada hacia la síntesis entre la fantasía y la realidad, la ficción y la vida nos alimentan los mecanismos ficcionales de Coordenadas de silencio (Ed. Quadrivium, Gerona, 2011) de Genoveva Rodea.
         No todo lo que parece (al menos en las primeras doscientas páginas) puede resultar axiomático. Pero también lo es que no todo en la fábula narrada tiene una vigencia meramente festiva o de pasatiempo. Hay un discurso que nos habla de la complejidad de la existencia y de nuestras respuestas ante las carencias o los desequilibrios del mundo en que vivimos que nos ayudan a la abstracción y a introducirnos en un ámbito de lo privado desde lo público de los hechos narrados.
           En toda novela hay, en términos de la Poética de Aristóteles, una fábula, o sea, una historia que ha de ser contada a través de un sistema de hechos que la hagan verosímil. La protagonista, Rebeca Soriano, una empresaria zaragozana se ve envuelta en un proceso de recuperación del pasado y el misterio que corteja la vida de su abuelo. Y en esta aventura la van a acompañar una serie de personajes… Lo que es algo anodino (la realidad: un viaje por motivos de trabajo), tras un fortuito accidente de moto, se convierte en algo extraordinario a través de una relación de contingencias que Genoveva Rodea va encausando sin solución de continuidad y con destreza, creando una tupida malla que mantiene el suspense hasta la última página. Esta es la fábula, pero si la serie de acontecimientos los dejáramos ahí, aunque la obra esté bien desarrollada, bien construida, bien organizada, no dejaría de ser sino una novela de tantas.
         Coordenadas de silencio proyecta un arcano que la hace novedosa frente a muchas obras que puedan leerse hoy día de misterio; y no por la sorpresa que toda historia de intriga y de suspense conlleva, sino por las reflexiones que van acumulándose y por la introducción de un submundo que amenaza con ahogar al mundo real, una organización de la gaviota insólita que acumula una serie de personajes con valor simbólico y antecedentes mitológicos como Hades, Cancerbero… que le dan al relato una proyección mucho más rica, más amplia que la meramente anecdótica que puede encerrar cualquier fábula, una función novedosa que le permite a la autora hablar de la relevancia del ser humano, de sus sueños, de sus ambiciones, de sus egos… como proyección de una realidad vivencial.
       Es una novela muy meditada en la que la autora ha invertido cuatro años y ese trabajo se percibe en pormenores y en la consistente construcción novelesca. Aunque el proceso de arquitectura narrativa es usual, la sorpresa adquiere señas de identidad hacia el final. Y les aseguro que nunca lograrán dar con ella por mucho que se empeñen. Las novelas de misterio juegan con el lector por diversas vías y sólo una será la correcta. Aquí no existen diversas vías sino un solo camino con afluentes que derivan hacia submundos. Pero este submundo es tan rico que sólo gracias a su comprensión entre líneas podemos comprender la dimensión de su universo.

Genoveva Rodea

         Una serie de sucesos encadenados van retroalimentándose linealmente desde el principio a lo largo de treinta y siete capítulos breves pero con dos elementos que crean una variante sorprendente desde los primeros compases: las líneas iniciales y las últimas que se presentan en cursiva. Las fechas son muy relevantes en este proceso: las primeras palabras pertenecen al 14 de diciembre de 2009. No sabemos quién las escribe, pero sí conocemos que no poseen la misma esencia narrativa que las que comienzan a contarse inmediatamente a partir del 11 de mayo de 2008, ya con letra redondita. En esas primeras palabras alguien dice: “os paso las pruebas”. Pero, ¿qué pruebas son éstas? ¿Las pruebas de una novela quizá? ¿Y esto qué sentido tiene? ¿Y qué es todo lo que está previsto que salga a la luz el 3 de enero? ¿Por qué el 2 se convocará a la prensa? ¿Para qué? Son preguntas que el lector no sabrá responder. Preguntas que desde el principio nos estaremos haciendo. Un primer eslabón con el misterio que no se resolverá hasta las últimas páginas con fecha 31 de diciembre de 2009, firmadas por una tal María.
       A partir de aquí, el resto de la acción novelesca acontecerá unos meses antes de ese escrito en cursiva inicial.  Rebeca Soriano, la empresaria protagonista, sale desde Zaragoza hacia S. Sebastián por asuntos de trabajo en moto y tiene un accidente. Al despertarse se halla atendida por un octogenario, Francis Leclerc, que la ha acogido en Villa Belza. El detonante de todo el proceso será la joya, una pieza antigua que lleva en el cuello Rebeca y reconoce que es un regalo de su abuelo el último día de su vida que, en el lecho de muerte, le preguntó: “¿Recuerdas todo lo que te enseñé sobre la libertad de poder ser lo que eres?” Le confiesa el abuelo que ha tenido un sueño y la Condesa le ha dicho que le dé la joya antes de morir. De pronto, a medida que vamos transmutando la anodina realidad por el buceo en el pasado, surge el misterio y esa transformación crea una atmósfera. El enigma comienza a hacerse patente (y de ahí ese comienzo de la narración) cuando el octogenario Francis Leclerc le advierte que hay una mansión de Biarritz, la casa maldita, que en su fachada tiene el mismo emblema que ella lleva en la joya. Esta confesión hace que Rebeca Soriano sienta interés en intentar tirar del hilo del arcano y, por tanto, del hilo de la fábula de esta obra. Desde esta situación se van conectando otras también recónditas que actúan como ámbitos que nacen pero no se cierran, con lo que el lector va abriendo una serie de puertas de la ficción, puertas misteriosas, que sólo se irán cerrando progresivamente a medida que avanza ésta, creándose una serie de eslabones de una cadena alimentada por el suspense que alimenta la intriga. Por ejemplo, otro de estos misterios es la forma en que encontraron en Málaga a su abuelo: Fray Julián, un capuchino octogenario, se lo había tropezado en la puerta del convento sin otro bagaje que una sábana.
       Genoveva Rodea va enlazando los elementos ficcionales misteriosos en breves escenas que son permanentemente intercambiadas y van generando una urdimbre ágil y suspendida que nos va animando la curiosidad de lectores. En determinados momentos se verá entreverada por breves secuencias del pasado que van revelando partes del enigma pero que, a su vez, van generando nuevas interrogaciones y nuevas preguntas. Por ejemplo, la aparición de Eduardo Dantés (en el capítulo 6).
        Crea adecuadamente la atmósfera para que siga creciendo el interés del lector a través del proporcionado tiempo narrativo de la intriga. En sus pesquisas, Eric, el nieto de Leclerc se convertirá en su guía por los caminos de la trama y será como una especie de escudero que le permite a través del diálogo hilar la construcción de la historia. Se ha dicho que el diálogo es la mejor manera de comunicarse con los lectores y, en esta obra, desde luego es la esencia de la misma. A través del mismo, se opera una constante presencia del proceso de investigación, que se irá complicando y del que, de pronto, aparecerá un elemento discordante que no se entenderá perfectamente hasta el final: Hades (cuyo reino en la mitología griega  es el de los muertos). Algunas situaciones secundarias irán conformando una obra que nos permite adentrarnos en un mundo oscuro a través de la valentía y los ojos curiosos de Rebeca Soriano, en busca de la memoria.
      Pero una ficción es un proceso creador que puede derivar hacia otros mundos, incluso hacia el propio mundo novelesco, convirtiéndose ésta en una tautología de sí misma, desde el momento en que vayamos descubriendo que el silencio crea el misterio y también la literatura, la novela. Una reflexión metaliteraria al cabo sobre el arte de la escritura que le permite decir a la escritora a través de uno de sus personajes: “No sé si esta novela gustará al público. No sé si creerán, si soñarán, ni si supondrán que son datos veraces o pura ficción; es la magia de escribir una novela: tejer una historia desde la verdad, la fantasía o, incluso los propios deseos o la denuncia”.
       ¿Qué querrán decir estas palabras? ¿Qué querrán decir aquellas palabras iniciales donde se advierte de que todo saldrá a la luz el día 3 de enero? ¿Acaso la literatura dentro de la propia literatura?
         El lector y la escritora tienen la palabra.

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