Seguro que una novela no ofrece
respuestas filosóficas, pero, como decía James Wood en Los mecanismos de la ficción, sí puede aportar la complejidad de
nuestro tejido moral y, yo añadiría, conducirnos por unas horas (los del tiempo
de lectura) por los entresijos de nuestras conductas, de nuestros miedos, de
nuestras derrotas y de nuestras elucubraciones.
Por supuesto que, también desde la
novela, se puede edificar el operativo de los sueños y podemos observar cómo
“la ambición, el poder, el ego y el misterio, mueven a menudo el mundo con
mayor fuerza que las buenas intenciones”. Así lo constata la autora en el
último capítulo. Y añade: “Se vive pendiente de alcanzar la seguridad y, sin
embargo, es el vértigo por la pérdida del equilibrio lo que nos ayuda a mirar
al frente y seguir adelante”.
De sueños y vértigos, intrigas y
enigmas, reconstrucción del pasado y mirada hacia la síntesis entre la fantasía
y la realidad, la ficción y la vida nos alimentan los mecanismos ficcionales de
Coordenadas de silencio (Ed.
Quadrivium, Gerona, 2011) de Genoveva Rodea.
No todo lo que parece (al menos en las
primeras doscientas páginas) puede resultar axiomático. Pero también lo es que
no todo en la fábula narrada tiene una vigencia meramente festiva o de pasatiempo.
Hay un discurso que nos habla de la complejidad de la existencia y de nuestras
respuestas ante las carencias o los desequilibrios del mundo en que vivimos que
nos ayudan a la abstracción y a introducirnos en un ámbito de lo privado desde
lo público de los hechos narrados.
En toda novela hay, en términos de
la Poética de Aristóteles, una
fábula, o sea, una historia que ha de ser contada a través de un sistema de
hechos que la hagan verosímil. La protagonista, Rebeca Soriano, una empresaria
zaragozana se ve envuelta en un proceso de recuperación del pasado y el
misterio que corteja la vida de su abuelo. Y en esta aventura la van a acompañar
una serie de personajes… Lo que es algo anodino (la realidad: un viaje por
motivos de trabajo), tras un fortuito accidente de moto, se convierte en algo
extraordinario a través de una relación de contingencias que Genoveva Rodea va
encausando sin solución de continuidad y con destreza, creando una tupida malla
que mantiene el suspense hasta la última página. Esta es la fábula, pero si la
serie de acontecimientos los dejáramos ahí, aunque la obra esté bien
desarrollada, bien construida, bien organizada, no dejaría de ser sino una
novela de tantas.
Coordenadas
de silencio proyecta un arcano que la hace novedosa frente a muchas obras
que puedan leerse hoy día de misterio; y no por la sorpresa que toda historia
de intriga y de suspense conlleva, sino por las reflexiones que van
acumulándose y por la introducción de un submundo que amenaza con ahogar al
mundo real, una organización de la gaviota insólita que acumula una serie de
personajes con valor simbólico y antecedentes mitológicos como Hades,
Cancerbero… que le dan al relato una proyección mucho más rica, más amplia que
la meramente anecdótica que puede encerrar cualquier fábula, una función
novedosa que le permite a la autora hablar de la relevancia del ser humano, de sus
sueños, de sus ambiciones, de sus egos… como proyección de una realidad
vivencial.
Es una novela muy meditada en la que la
autora ha invertido cuatro años y ese trabajo se percibe en pormenores y en la consistente
construcción novelesca. Aunque el proceso de arquitectura narrativa es usual,
la sorpresa adquiere señas de identidad hacia el final. Y les aseguro que nunca
lograrán dar con ella por mucho que se empeñen. Las novelas de misterio juegan
con el lector por diversas vías y sólo una será la correcta. Aquí no existen
diversas vías sino un solo camino con afluentes que derivan hacia submundos. Pero
este submundo es tan rico que sólo gracias a su comprensión entre líneas
podemos comprender la dimensión de su universo.
Genoveva Rodea
Una serie de sucesos encadenados van retroalimentándose
linealmente desde el principio a lo largo de treinta y siete capítulos breves pero
con dos elementos que crean una variante sorprendente desde los primeros
compases: las líneas iniciales y las últimas que se presentan en cursiva. Las
fechas son muy relevantes en este proceso: las primeras palabras pertenecen al
14 de diciembre de 2009. No sabemos quién las escribe, pero sí conocemos que no
poseen la misma esencia narrativa que las que comienzan a contarse inmediatamente
a partir del 11 de mayo de 2008, ya con letra redondita. En esas primeras
palabras alguien dice: “os paso las pruebas”. Pero, ¿qué pruebas son éstas?
¿Las pruebas de una novela quizá? ¿Y esto qué sentido tiene? ¿Y qué es todo lo
que está previsto que salga a la luz el 3 de enero? ¿Por qué el 2 se convocará
a la prensa? ¿Para qué? Son preguntas que el lector no sabrá responder. Preguntas
que desde el principio nos estaremos haciendo. Un primer eslabón con el
misterio que no se resolverá hasta las últimas páginas con fecha 31 de
diciembre de 2009, firmadas por una tal María.
A partir de aquí, el resto de la acción
novelesca acontecerá unos meses antes de ese escrito en cursiva inicial. Rebeca Soriano, la empresaria protagonista,
sale desde Zaragoza hacia S. Sebastián por asuntos de trabajo en moto y tiene
un accidente. Al despertarse se halla atendida por un octogenario, Francis
Leclerc, que la ha acogido en Villa Belza. El detonante de todo el proceso será
la joya, una pieza antigua que lleva en el cuello Rebeca y reconoce que es un
regalo de su abuelo el último día de su vida que, en el lecho de muerte, le
preguntó: “¿Recuerdas todo lo que te enseñé sobre la libertad de poder ser lo
que eres?” Le confiesa el abuelo que ha tenido un sueño y la Condesa le ha
dicho que le dé la joya antes de morir. De pronto, a medida que vamos transmutando
la anodina realidad por el buceo en el pasado, surge el misterio y esa transformación
crea una atmósfera. El enigma comienza a hacerse patente (y de ahí ese comienzo
de la narración) cuando el octogenario Francis Leclerc le advierte que hay una
mansión de Biarritz, la casa maldita, que en su fachada tiene el mismo emblema
que ella lleva en la joya. Esta confesión hace que Rebeca Soriano sienta
interés en intentar tirar del hilo del arcano y, por tanto, del hilo de la
fábula de esta obra. Desde esta situación se van conectando otras también recónditas
que actúan como ámbitos que nacen pero no se cierran, con lo que el lector va
abriendo una serie de puertas de la ficción, puertas misteriosas, que sólo se
irán cerrando progresivamente a medida que avanza ésta, creándose una serie de
eslabones de una cadena alimentada por el suspense que alimenta la intriga. Por
ejemplo, otro de estos misterios es la forma en que encontraron en Málaga a su
abuelo: Fray Julián, un capuchino octogenario, se lo había tropezado en la
puerta del convento sin otro bagaje que una sábana.
Genoveva Rodea va enlazando los
elementos ficcionales misteriosos en breves escenas que son permanentemente
intercambiadas y van generando una urdimbre ágil y suspendida que nos va animando
la curiosidad de lectores. En determinados momentos se verá entreverada por
breves secuencias del pasado que van revelando partes del enigma pero que, a su
vez, van generando nuevas interrogaciones y nuevas preguntas. Por ejemplo, la
aparición de Eduardo Dantés (en el capítulo 6).
Crea adecuadamente la atmósfera para
que siga creciendo el interés del lector a través del proporcionado tiempo
narrativo de la intriga. En sus pesquisas, Eric, el nieto de Leclerc se
convertirá en su guía por los caminos de la trama y será como una especie de
escudero que le permite a través del diálogo hilar la construcción de la
historia. Se ha dicho que el diálogo es la mejor manera de comunicarse con los
lectores y, en esta obra, desde luego es la esencia de la misma. A través del
mismo, se opera una constante presencia del proceso de investigación, que se
irá complicando y del que, de pronto, aparecerá un elemento discordante que no
se entenderá perfectamente hasta el final: Hades (cuyo reino en la mitología
griega es el de los muertos). Algunas
situaciones secundarias irán conformando una obra que nos permite adentrarnos
en un mundo oscuro a través de la valentía y los ojos curiosos de Rebeca
Soriano, en busca de la memoria.
Pero una ficción es un proceso creador
que puede derivar hacia otros mundos, incluso hacia el propio mundo novelesco,
convirtiéndose ésta en una tautología de sí misma, desde el momento en que
vayamos descubriendo que el silencio crea el misterio y también la literatura,
la novela. Una reflexión metaliteraria al cabo sobre el arte de la escritura
que le permite decir a la escritora a través de uno de sus personajes: “No sé
si esta novela gustará al público. No sé si creerán, si soñarán, ni si supondrán
que son datos veraces o pura ficción; es la magia de escribir una novela: tejer
una historia desde la verdad, la fantasía o, incluso los propios deseos o la
denuncia”.
¿Qué querrán decir estas palabras? ¿Qué
querrán decir aquellas palabras iniciales donde se advierte de que todo saldrá
a la luz el día 3 de enero? ¿Acaso la literatura dentro de la propia
literatura?
El lector y la escritora tienen la
palabra.
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