domingo, 4 de octubre de 2009

SAGRADAS PALABRAS OBSCENAS DE GREGORIO MORALES POR F. MORALES LOMAS

Palabras obscenas, palabras sucias, indecorosas, lujuriosas, palabras, siempre palabras para ordenar/desordenar el mundo y sus afectos. Lo recio de su diapasón. Acaso su verbo de lumbre. Las palabras son lumbre y queman. El novelista Gregorio Morales escribe un libro de poemas que queman y suscitan de nuevo a la palabra: “Hay, pues, que rehabilitar las palabras obscenas como algo nuestro, como algo muy íntimo, con lo que hemos crecido y que forma casi parte física de nosotros mismos”.
Gregorio Morales, el más conspicuo representante de la poesía cuántica, había escrito en el pasado importantes obras sobre el erotismo y la palabra eros como musa sagrada. Recordamos su Antología de la poesía erótica (Ed. Espasa ,1998), obra cumbre y necesaria.
Con Sagradas palabras obscenas (Col. Mirto Academia, Ed. Alhulia, 2009) Gregorio Morales se hace palabra, cuerpo y erótica sagrada. Las bóvedas naranjas de los muslos, el tesoro que hierve, el licor de las piernas acuden a la voz del poeta para encumbrarnos en la singladura pero junto a estas metáforas celestes la suculencia del erotismo que también tienen las palabras obscenas: “Meas, amada,/ y tus orines son mocárabes/ de la más bella de las Alhambras”. Durante mucho tiempo fueron prohibidas las palabras. Todavía hoy día en determinados ámbitos las palabras producen miedo o repulsa, pero Morales no desconfía de las palabras, ama las palabras y no distingue sobre su verbo estilizado o sobre la crueldad de su estilismo, de su memoria zafia. Implora su poder de seducción y su capacidad para crear un mundo balsámico: “oh polla, implorante ya desde el amanecer”.
Junto a estas la metáfora cuida su camino de luz y estalla, surgen entonces los cojones, esa palabra de campesino, esa palabra de obrero que tanto llena en el poema, que tanto establece y concede, la virilidad de los cojones, la virilidad para hundir y amar. Acto de absorción y deglución, acto por el sendero del viento y por la fuerza irresoluta del placer. Surgen los espacios que eran prohibición perpetua, el retrete con su sístole/diástole, sus manos ardientes. También la reciedumbre y la voracidad de la serpiente. La palabra de Gregorio Morales se descompone, surca un vuelo ascendente y adquiere una singladura de corazón abierto y la amada se convierte en “mi esterilla de oraciones de carne,/ mi sustento hacia las sombras que hay en mí”. La virulencia de todo lo poderoso que sucumbe: “Qué felicidad pronunciar la palabra prohibida”. Como aquellos personajes de Días de radio que jugaban a decir tacos por la radio, como liberación de todo un pasado de represión y angustia. La palabra puede encanallar cuando no es dicha en libertad y puede ser horizonte de placer, de sentirse a sí mismo en el océano de la dicha.

En dos apartados (“Sagrados dioses lascivos” y “Sagrados héroes impuros”) conforma un poemario de la palabra en la que el erotismo va de la mano de la obscenidad y del afecto en un lenguaje metafórico, lírico, ácido, agradecido a la sonoridad y suculento. Puede haber metáforas diversas sobre el culo, o sobre los cojones, o sobre las tetas, o sobre esas palabras que la verdad del mundo desconoce. Allí aparece el viejo verde, Onián, Murtiox, Finé... Y se hacen anhelantes personajes de una fábula que hemos construido entre todos. En “Eferia” son las tetas, “aquellas dos blancas colinas”, las que recuerdan aquel niño y su memoria de carne. En “Putifar” el hombre amarrado a la esposa de José que trató de seducirlo y no consiguiéndolo lo acusó de intentar violarla: “¡Cómo te gustaría ver a tu mujer/ recibiendo en su lengua la cálida nieve/ de otro,/ dando a beber de sus pechos/ a otro,/ suscitando, tentadora y lasciva/ con los movimientos de sus muslos/ el hambriento deseo/ de otro!”.
También surge la reina de las amazonas, “Hipólita”, la tortillera, una mujer que se busca a sí misma, en su poder y su fuerza, en la simetría de la belleza y la bestia. Acaso también “Circe”, la maga de la isla de Ea; ahora guarra, en el sudor del hombre: “Quiero poner mi boca en tu coño/ y ser penetrado por el acre olor de tu deseo./ Tus efluvios son mis filtros de amor”.
Un poemario que no pasará inadvertido, que se crea en la palabra y la historia sagrada de los cuerpos disipados, los cuerpos amados, los cuerpos en absoluta lascivia y siempre en el éxtasis del que no finge. Del que no quiere ser ese poetilla mojigato que se asusta de las palabras y luego no sabe escribir como folla: “Tú versificas, pero yo versiculo./ Y hundo la lengua entre los carnosos glúteos/ de mi amada, / y desciendo hacia su coño enmarañado de/ sedosos aceites”. El canto de la palabra en alianza con el poder de seducción de dos cuerpos al unísono luchando consigo mismos, luchando en sí mismos y queriéndose y devorándose: “Gimes como una mujer/ Aúllas como un hombre./ Acometes como un hombre./ Tiemblas como una mujer”.

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