domingo, 4 de octubre de 2009

La canción del outsider de Álvaro Salvador por F. Morales Lomas


Publicado por Visor Libros en 2009. XI PREMIO GENERACIÓN DEL 27.
La vida sigue siendo sentimental y torpe. Así sin duda es la vida: sentimental y torpe, como reza uno de los versos, y algo se desvanece en la memoria y el presente del forastero o el intruso de La canción del outsider del poeta granadino Álvaro Salvador. Conozco a este catedrático de la Universidad de Granada desde que en 1977 me hablaba de la música en la poesía del genio de Nicaragua. Ambos éramos jóvenes. Ahora todo es bastante diferente. Álvaro ha andado un camino poético importante con la poesía de la experiencia en su valija. También profesor él de Luis García Montero, su alumno y amigo. Y ambos construyendo con Javier Egea, Jiménez Millán y otros esta poesía de los 80 que sigue viva en estos versos sencillos, directos, confidenciales y propios de un hombre normal que discurre en la cotidianidad de la mano de una palabra serena y, a veces, desgarrada, una poesía interiorizada y categórica que abandona los aspectos más ligeros de la experiencia para adentrarse en las cavernas de la existencia. La muerte puso algunos frenos a la vida, pero la poesía sigue, ¡cómo no!
Álvaro Salvador, silencioso él, imperceptible, como si pasara sobre la vida como de puntillas, sin hacer ruido. Así se ve en el poema “La canción del outsider”: “Tú, discretamente oculto entre bambalinas. Así fue siempre y así te complace”. Álvaro se pone delante de la vida y se abre paso a través de un día cualquiera, antirretórico, pero sabio porque descubre a cada paso la memoria, lo que fue y lo que es para adentrarnos en la emoción de todo lo cotidiano. Puede ser confidencial y melancólica su poesía, emanada de un paisaje exterior o de una impunidad o de una iniquidad interior. De un despropósito que alcanza oscuras profundidades de bodega, una pandilla de amigos y la memoria, a veces, socorrida de la palabra vulgar: “y correrá a mear/ en un agujero abierto en el suelo”. Pero también lejos. Porque en el poemario la memoria y el viaje se confunden. Así aparece el muelle de Matthews Beachs desde donde recuerda a un hermano que a diez mil kilómetros se adentra en el combate de la muerte. Acaso el mismo a quien considera su dios en “El dios de los peces”, donde recuerda los días en que su hermano le enseñaba a pescar siendo niño. Tan parecido a esa reconstrucción de una vida como la de Sam Murao que acabó por descubrir que “Lo penoso de la vida/ es que uno la conoce/ cuando se acaba”.

Foto publicada por Ideal de Granada
Álvaro era y sigue siendo un escritor abstraído y reconcentrado en su mundo. Un hombre que va desde el interior al exterior y viceversa. Para el que no hay medios nombres ni medias verdades. Y su compromiso es fiel y cierto como si fuera un himno: “Oigo el constante grito que lanzan los hijos de esta tierra,/ ese constante grito que intenta seducirme,/ dominarme,/ que me llena de turbación con su esplendor”. A veces los haikus son un descanso de “casi silencio” en el esplendente poder de la palabra de unos versículos que se alargan en la meditación interior. Haikús con sabor a metáfora y pintura. Y siempre adivinándose, observándose, contemplando su mundo, desde casi ¡ay! una nostalgia. Surge el amor con resolución y eros, desde la contemplación selectiva y el recuerdo en la serie en prosa poética de “El pornógrafo”: “Llegados a este punto, no importa otra belleza que la de la vulva abierta, su volumen, su forma apetitosa, su elegancia, su fuerza”.
De los seis apartados del libro (“El canto de la mañana”, “Poemas del Noroeste”, “Cinco Haikús, dos epigramas y un epitafio”, “El pornógrafo”, “Estación de servicio” y “La canción del outsider”) el penúltimo en tres poemas es el más interesante. El poeta se desdobla y bajo la férula de una escenografía de preguntas retóricas se halla inmerso en la elocuencia de lo misterioso, lo que acecha como herida, como memoria o amores que llenan lo cotidiano y esa presencia de ella, la muerte, ella que llama desnuda, “Blanca, como el silencio,/ rasga por fin el manto de la niebla/ para beber de ti/ para marcharse”. Y una aire elegíaco ocupa la oscuridad presente, los sonidos sordos, el horror y el sufrimiento de tanta gente que ahora es rememorada con compromiso permanente: “Son los trenes/ y vienen de muy lejos./ De Auschwitz unos, otro de Basora,/ los terceros de Gaza, los cuartos de Mauthausen...” Ese tren solitario como era desolada la mujer con alcuza del poema de Dámaso Alonso. A medida que avanzamos hacia el final, las sombras van ocupándolo todo y el paisaje de Nueva Inglaterra se adueña del poema y la insignificancia de lo creado: “Nada puede/ temer quien nada tiene, quien nada/ espera tener, apenas tiempo:/ calor en los inviernos impacientes/ en los cortos veranos, sólo sombra”.

2 comentarios:

Socas dijo...

En el blog de la biblioteca de nuestro instituto hemos hecho una entrada recomendando este poemario y enlazando con su blog, por el cual le enviamos nuestra felicitación.
Profes del Instituto de Catabois de Ferrol

El copo de pepe dijo...

ºPero este buen poeta, no lo dudo, se deslizó en outsider en la Plataforma "Pro-Ancha del Carmen"

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