martes, 9 de febrero de 2016

LA POESÍA DE ÁNGELES MORA







LA POESÍA DE ÁNGELES MORA

F. MORALES LOMAS


        Ángeles Mora consideraba que la lírica era una forma de pensarse y de pensar en el mundo. De ahí que el componente emocional tenga un papel preponderante en todo ese proceso en el que la escritura gana al yo, bien a ese yo que se relaciona con el mundo o al yo/hombre-mujer que lleva a cabo tanto un diálogo consigo mismo como con la naturaleza. Este ámbito hace que su lírica tenga su entronque con el romanticismo de Bécquer y Rosalía o el simbolismo de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. Pero también con los poetas del 50 en su afán por convertir al poema en un proceso súbitamente reflexivo en torno a nuestro lugar en el mundo y el papel que jugamos como individuos, por eso ha dicho que “para mí la poesía es vida, no es que imite a la vida sino que tiene su propia vida. El poema , tampoco es la o de mi vida interior, el poema es algo que , se produce (...) Así pues, lo que le importa a un poeta es crear otra realidad fuera de sí, que es la poesía”. Su lírica posee un componente narrativo que genera un ámbito para la historia confidencial cargada de sensaciones y sentimientos contradictorios y en el que versolibrismo es su base rítmica o en la organización de endecasílabos y heptasílabos o de pentasílabos, heptasílabos y trisílabos. En muchos momentos su lírica avanza construyéndose a sí misma e intentado construir esa realidad de la que está entreverada y en la que, en muchos momentos, palpita un yo que no se resiste a salir sino que se hace confidencial y cercano. De ahí que la estructura dialógica es permanente en su obra, que, como decía Díaz de Castro[1], surge “en el ambiente intelectual y político de , y desde un clarividente análisis de las condiciones de la escritura femenina contemporánea, Mora ha desarrollado a su manera los dos presupuestos iniciales de dicho movimiento: que los sentimientos son históricos y que sólo cuando se aprende que la poesía es es cuando puede empezar a escribirse ”.
     Una de sus reflexiones creadoras gira en torno a la relación entre el sujeto poético, el objeto (la palabra, la existencia...) y el valor de la palabra como cauce expresivo. Así dirá la escritora que escribe no sólo para construir su yo, sino a la vez el poema: “Me gusta decir que el poeta se interna en el poema como un explorador en una selva oscura, y para abrirse camino lleva la luz y el cuchillo de la palabra. Las palabras construyen el sendero, o sea, el poema, porque el poema no es sólo el resultado final, el claro del bosque, sino el proceso. Cada verso, cada palabra, nos va dando una luz, para eso escribimos, para buscarnos y para comprender el mundo”. Una reflexión sobre lo que somos y el lugar que ocupamos en el mundo y en la escritura a través de un lenguaje directo, narrativo (como si contara breves historias, confidencial...) en el que la palabra se basta por sí misma sin excesivos recursos hacia la imaginería lírica y mucho hacia la contención poética y el prosaísmo. Su forma de vivir, sus intereses personales son el objetivo del poema en una poesía que arranca del yo y se conduce hacia el tú lírico (lo externo, la realidad sustancial). Dirá la escritora en la definición de su poética que su obra “cree en la historia, que no se sitúa en un terreno esencialista, aparentemente ajeno a nuestra realidad. Vivimos en un mundo cada vez más duro e implacable, donde sólo la ley del mercado y de la competencia funciona. Hace falta una poesía dialéctica que analice y se cuestione la vida, el mundo en que vivimos, la muerte que nos rodea. Vuelvo a pensar, con Machado, como cuando empecé a escribir, que la poesía es "palabra en el tiempo".
Nació en Rute y desde los 80 vive en Granada donde se casó con el conocido catedrático de Literatura Juan Carlos Rodríguez, el teórico de la nueva sentimentalidad. Fue en la facultad de Filosofía y Letras donde finalizó su licenciatura en 1986, aunque en 1982 ya había publicado Pensando que el camino iba derecho y en 1985 La canción del olvido (1985). No será hasta la década siguiente cuando vuelva a publicar gran parte de su producción: La dama errante (1990), La guerra de los Treinta Años (1990) que fue en el año 89 Premio Rafael Alberti de poesía, Silencio (1994), Elegía y postales (1994), Antología poética (1995), Cámara subjetiva (1996), Canto de sirenas (1997).  y Caligrafía de ayer (2000). Desde entonces, y ya en el nuevo siglo XXI ha publicado: Contradicciones, pájaros (2001), traducido al italiano: Contraddizioni, ucelli (2005), La guerra de los treinta años (2005), Bajo la alfombra (2008) y Ficciones para una autobiografía (2015).


ÁNGELES MORA Y JUAN CARLOS RODRÍGUEZ

Caligrafía de ayer (2000) es un libro de ambiente familiar y eminentemente personal y emotivo, siendo la memoria de sus padres desaparecidos los que se convierten en protagonistas de esta obra fundamentalmente, su pérdida “está implícita siempre en mi , y, sin duda, también el recuerdo de mis hermanos ”. Pero también amigos y conocidos. Las claves interpretativas del mismo las ofrece la escritora meridianamente claras en el “Prólogo”[2]: “Éste es un libro debido. Debido no sólo a mí misma sino sobre todo a la tierra en que nací, a la geografía y a la historia que me dieron la primera consciencia de ser quien creo ser. Fundamentalmente es un libro sobre la pérdida, no sólo como añoranza sino, más que nada, como constitución real de nosotros mismos, de nuestro yo actual (...) Es la nostalgia del presente lo que en realidad se refleja en las líneas de esta nostalgia del ayer”. Hay varios conceptos sobre los que pivota la obra en los que me gustaría detener: la concepción del presente como recepción del pasado, la organización de la materia poética desde la memoria, la profundización en el pasado como una forma de profundizar en su presente, la fundamentación del tiempo (al que dedicará continuas reflexiones) y la organización emotiva, directa, confidencial y amable de un pasado dulce que en absoluto está teñido por nada relevante que denote crueldad o extremismos desoladores. Si queremos conocer a la escritora Ángeles Mora, éste sería un buen libro para organizar este pensamiento. Se presenta bajo la fundamentación formal del versolibrismo, de modo genérico, aunque podemos encontrar un soneto y algunos versos asonantados. La confidencialidad y el tono suave y meditativo conforman una delicada penetración en la memoria, en el recuerdo, en el sentido que recordar es guardar en el corazón, y Ángeles Mora nos conduce por su camino familiar y personal.
     Los diversos apartados en que se organiza la materia poética no son óbice para recoger en el poemario una unidad. Ahora bien, el primer apartado “Álbum”, el más extenso, se adentra por las imágenes que han quedado en la retina y en el pensamiento, el detalle de un día, un paisaje, un encuentro, gestos, ideas, historias..., todo ello organizado de modo plácido. No obstante, en el poema inicial se aprecia un rechazo a la existencia ante la pérdida de sus padres: “Quisiera cualquier cosa:/ que me abrazaras,/ dormir,/ no haber nacido”. Una idea inicial que no casa con el espíritu desarrollado en el libro, en el que no asoma esa oscuridad con la que comienza sino todo lo contrario: “Y tú esperabas,/ y esperaba la luz,/ y yo corría y corría/ una vez más a buscar tu perfume”. La penetración en la memoria lo es para adentrarse siempre hacia la luz, para regresar y amar todo lo que ahora surge a través de imágenes certeras. Esas imágenes que nos traslada son tiernas fotografías de esa niñez que vuelve y frente al presente (“una piedra que duele”), el pasado es encuentro permanente con las canciones, el juego del diablo (diabolo), la conformación de la casa y sus habitantes, y su pérdida de ese mundo “antiguo” representa como la pérdida de la luz. Una casa que es recordada con “triste alegría”, y nos llega a través de una imagen que se intenta crear con esa sinceridad que da recordar algo en lo que uno ha sido. Son postales, fotografías, álbumes sobre los que se ha posado por un momento la mano de la escritora para organizarlos en su memoria y nos pueden llegar en cuadernos azules (Paisajes con figuras) o en cuadernos rojos (La usura del tiempo). Una frase del profesor en clase, como en el poema homónimo “Caligrafía del ayer”, una imagen certera y nunca olvidada, unas palabras, un paseo, un paisaje, el pelo “recién peinado”, un pájaro, una rosa en abril..., pueden ser los elementos iniciales que catapultan el poema, que lo conforman y lo llenan de nostalgia y de ternura. Van apareciendo, los restos, los efluvios, las querencias, como en el poema “Pepa” o “Mamá Elisa” asociados a los cuentos infantiles: “Con tus ojos ciegos mirando al infinito”. Pero también los lugares: el patio del molino, etc.
      El concepto temporal está muy presente en su obra hasta convertirse permanente y reiterado en diversas imágenes. Uno de sus poemas lo titulará “Intuición del tiempo” y entre otras cosas dirá que éste “se nos vuelve mortal”, de pronto. Un tema, el de la mortalidad del tiempo, que pretende deshacer creando esta historia de su tiempo personal y, por tanto, inmortalizándolo. En su tercera parte, “El cuaderno rojo”, lleva por subtítulo “Canciones contra la usura del tiempo”. Y en él se adentra, de nuevo, en las imágenes que han conformado su existencia: una amiga en los cañaverales, los héroes de la niñez, las trenzas, el agua y siempre la nostalgia: “Canción que tan vivo quemas/ el corazón donde estamos”. Son múltiples, pues, las referencias al tiempo: “Yo solamente/ detengo el tiempo”, “El tiempo está en las ruinas,/ los minados cimientos”, “Veo al tiempo dormirse/ en tus brazos redondos” (la casa), “Ahora el sol invade/ aquel rincón del tiempo”. Pero siempre desde una perspectiva del tiempo paralizado y finito, como ahora resultan estas imágenes que han conformado una vida.


           En Contradicciones, pájaros (2001) el grueso de los poemas pertenecen al primer apartado, “Para hablar contigo”, en el que, a través de un discurso dialógico, tan querido para Bécquer, Cernuda o Salinas, la escritora lleva a cabo una lírica confesional, confidencial y declarativa donde continuamente trata de establecer el estadio que ocupa su amor, su deseo, en su existencia y “ha esencializado el erotismo, antes omnipresente, y ha incorporado una voluntad meditativa en la que están presentes la sombra de la muerte y la melancolía”[3], a través de un lenguaje parco, directo, construido a base de impresiones e imágenes directas sobre las que gira el poema, aduciendo motivos clásicos y queridos para el modernismo. Es como si sus breves poemas fueran destellos visuales, imágenes, bien sobre el motivo de la carta que no llega a su destinatario, de la mujer sentada en la terraza secándose el pelo, la sensación de unos labios, el tema de la mirada del amor, o de la definición o el significado del vivir cotidiano. Pero también, como en A. Machado, está presente el motivo del camino: “Hasta dónde pudieron conducirme,/ tantos caminos inexplorados”. Aunque ya lo había advertido en el poema prologal: “Estos son sólo pasos/de un peregrino errante./ Los caminos/ que no me pertenecen,/ las palabras prestadas que los días/ dejaron en mi oído”. Lo que le ha llevado a hablar a J. C. Rodríguez[4] de aplicada como concepto genérico a este libro: “Nómadas hoy somos todos, porque, para bien o para mal hemos perdido el sitio. O mejor, nuestro lugar o bien es inmaterial como las ondas que recibimos por la radio o la televisión o la informática, o bien es mítico (como cualquier nacionalismo) o bien es sencillamente el silencio, es decir, el no-lugar del lenguaje y de la escritura”. Y afirma más adelante que “todos somos nómadas porque nadie sabe cual va a ser la norma o el código del día siguiente”[5].También el tema de la mentira literaria: la construcción de la vida se hace a través de la falsedad del poema: “Yo sé que estoy aquí/ para escribir mi vida/(...) Sé que voy a contártela/ y que será mentira”. Por tanto una poesía que gira entre dos formas de construcción: la definición de lo que somos (el yo presente) y de lo que hemos sido (el yo histórico) y el hacia dónde vamos. Lo que le ha llevado a decir a Rodríguez[6] que su poesía se construye en torno a dos ejes claves: “la búsqueda del yo relacional y la práctica del nomadismo en la escritura”, comentado ya.
        En el segundo apartado “Días enteros en las ramas” se centra en el tema de la reconstrucción de lo que se es, a través de la memoria de lo que se ha sido, del poso que las vivencias han ido forjando en el yo poético. En ese proceso el tiempo (su obsesión) siempre es determinante: “Rompe el tiempo sus cuentas”. Y la necesidad de saber que fue de nosotros o adónde llegamos. De ahí esa necesidad de definirse: “Qué quedó en mí (...) Yo soy la misma”. ¿Qué efectos causó el tiempo en nosotros, los amores diversos que ahora vuelven? Las sensaciones de antaño, las promesas de lo que sería o el amor dotado de sensualidad: “No va a olvidarme nunca/ la amplitud de tu boca,/ la cruel provocación de tu pelo,/ tus labios entreabiertos/ en sonrisa feliz,/ tu rubor encendido, delator”.
       Lo histórico narrativo-descriptivo ocupa el apartado tercero: “Luna a lo lejos”, sólo dos poemas donde nos habla de Stony Brook, un paisaje de la memoria que ahora recobra lleno de nostalgia y soledad. Y en la última, “Más allá de la literatura” no sólo surge el discurso metaliterario integrado con la vida, sino la pretensión de definir la relación de los afectos, como en “Mi amiga y yo”, o un homenaje a Rafael Alberti en “No es tiempo de ángeles”, pero también la constante obsesión por el significado de la existencia, de su crecimiento, de su finitud, así como del motivo del espejo, de la contradicción o de la mentira literaria. En el poema que da título al libro reflexiona sobre el concepto de verdad en la vida y en la literatura y afirma con rotundidad en una frase hecha que “si las verdades dijeran la verdad/ mentirían”, para a continuación situarse sobre el concepto de contradicción, uno de los asuntos como ha dicho en su poética a los que más importancia le da en una especie de antitética huida para quedarse. Díaz de Castro[7] exponía algunas de las claves esenciales del mismo: “Distancia, emoción y sensualidad, amor y deterioro, tiempo y deseo se amalgaman, esencializados, en poemas de la memoria y del presente, en medio de , dejando al descubierto, entre la pasión y la ironía las vías de un análisis teórico que se despliega en la última parte, , que añade registros a su producción y que abarca una renovada reflexión sobre la identidad (“Yo sé que soy la misma,/pero dónde estoy”), sobre el propio nombre (“los ángeles de hoy/son el cielo de nadie”), sobre la escritura (“La tierra es un lugar para vivir/pero los versos son la propia vida”), sobre las contradicciones en que nos sustentamos (“Las contradicciones parecen insufribles/en nuestro mundo./Pero uno intenta/huir de ellas/como los pájaros:/ huir quedándose.”) y sobre la exigencia de una ética solidaria como recurso autocrítico.




[1] Díaz de Castro, F. (2002): “Contradicciones, pájaros” en El Cultural de El Mundo, 6 de febrero.
[2] Mora, A. (2000): “Prólogo” en Caligrafía de ayer. Rute: Ánfora Nova, p. 7.
[3] Rico, M. (2002): “Para huir quedándose” en Babelia de El País, 19 de enero.
[4] Rodríguez, J.C. (2001): “Ángeles Mora o la poética nómada” en Contradicciones, pájaros. Madrid: Visor, p. 11.
[5] Ibidem, p. 12.
[6] Ibidem, p. 13.
[7] Díaz de Castro, F. (2002): “Contradicciones, pájaros” en El Cultural de El mundo, 26 de febrero.

jueves, 28 de enero de 2016

LA OTRA MIRADA DE RODRÍGUEZ PACHECO





LA LITERATURA ESPAÑOLA “FIN DE SIGLO XX”. OTRA MIRADA
F. MORALES LOMAS


Nos gustaría comenzar esta exposición con las últimas palabras que, con un aliento vivificador, Pedro Rodríguez Pacheco nos deja en su libro La otra mirada (Ediciones Carena, Barcelona, 2015) y su apuesta por un ideal y un paradigma poético que hace tiempo sostenemos: el humanismo. Dice el poeta y profesor de la universidad de Sevilla: “De ese ahondar y abundar en la condición humana puede surgir el milagro (…) Concretar en el hombre el acto poético, la temática poética, es absolutamente necesario en un tiempo en el que la ciencia avanza espectacularmente, y en tales avances la idea del hombre como hacedor y motor del progreso queda ensombrecida por el mismo fulgor del avance tecnológico (…) Retornar al hombre como valor y como expresión de lo imprevisible (…) Retorno, pues, para reencontrarnos con ese humanismo que centró en la inteligencia, en la existencia y en la manera de entender y trascender la existencia”.
Frente a esta imagen que hoy día defendemos muchos de la reconquista de ese humanismo (que llamamos solidario, de modo redundante) surge  otra imagen y otra forma de ver y observar la realidad necesaria que conforma este libro, este ensayo de envergadura, promiscuo, rico, que va a despertar úlceras en muchos poetas y críticos, y donde  el autor sevillano recorre la literatura española (sobre todo la poesía) de la segunda mitad del siglo XX sin tapujos, con absoluta libertad y bizarría. Acaso contando verdades particulares que él defiende con ahínco.
Como indica el subtítulo, “Literatura española, ¿crimen o suicidio?”,  no es optimista esa visión. Se pregunta en una interrogación retórica cuya respuesta se evidencia en las primeras líneas; y en sus páginas interiores sabemos que la respuesta es crítica y polémica.
Lo bueno de estas obras es que aportan una visión diferente a la que se ha transmitido desde una cierta oficialidad de críticos y poetas y, desde luego, Rodríguez Pacheco se conforma en ella como fiel adalid y representante, que lo fue en su momento, del movimiento de la Diferencia en la década de los 90.
A través de diferentes pero homogéneos apartados, muy sistematizados, se organiza un discurso siempre personal, particular y reflexivo que, solo en ocasiones, cuenta con aportaciones de autoridades que lo conforman. Y esto es así porque existe una rotundidad y seguridad absoluta en las palabras del autor que las hace innecesarias. Su palabra siempre es poderosa y feraz. Podemos o no estar de acuerdo con él, pero está claro que existe un argumentario que se comparte entre los disidentes y heterodoxos de la literatura española de los últimos cincuenta años.
La trascendencia del poder en su relación con el intelectual y el poeta es un instrumento que forma parte de su retórica y ahonda en sus relaciones con clarividencia, pero también la servidumbre del poeta, su adocenamiento, su falta de originalidad y la caída en la mímesis y la redundancia o los lugares comunes. De esta trayectoria pesimista no se libran los críticos ni los premios literarios o esa huida de los intelectuales más relevantes y casi siempre acomodaticios.
La otra mirada es un libro para la reflexión y la excavación de una realidad polémica, plural y abigarrada. Lo bueno de estos libros, como diría Cervantes, es que sirven para pensar. Lo bueno de las personas perspicaces es que aportan una visión diferente: sus puntos de vista tienen un sustento histórico y anclan en una “otra realidad” sobre la que tenemos que profundizar sin dogmatismos.
 El concepto de “otro”, de “otra mirada”, tiene aquí una connotación claramente diferenciada de lo que oficialmente se ha dicho de la literatura española. Y su riqueza está en su contenido, en su versión personal.
Pero pasemos a analizar algunas de las ideas fundamentales que conforman este rico ensayo:
1.                     Su reflexión sobre el concepto de realidad, de literatura y su modelo estético sobre la creación: “La creación es eso, sacar algo de la nada; concretar en imágenes, en palabras, lo no existente, alegorizar la inexistencia probándola de símbolos y metáforas dinámicas y haciéndolo habitable, generador de vida y, por esta real y existente” (p. 21). Nos habla de creatividad imaginativa, de realidad y alegorización, de crear lo bello, del creador como revulsivo de su época, de literatura como creatividad, de no escribir a remolque  de los tiempos, sino doblegando estos…
2.                     El concepto de finitud y la trivialización del hecho literario como consecuencia del sentido consumista de la sociedad y el dirigismo especulativo que la conduce a reiterar fórmulas estéticas periclitadas y alimentar “con su incompetencia unos modelos y unas obras que no responden a nada, que se repiten en sus mismos esquemas” (p. 61). Todo ello implica para él una muerte de la literatura que, a su vez, niega la experiencia al pasado y a la tradición” (p. 76). Lo que nos conduce en el ámbito de la poesía a una creación débil y excesiva, que no alumbra nuevos manantiales y en consecuencia presa fácil de la infertilidad.  Y se pregunta Rodríguez Pacheco: “¿Cuál es el reconocimiento internacional, el eco, la influencia de nuestros actuales escritores en los movimientos literarios allende nuestras fronteras?” (p. 81). Su respuesta es pesimista: “La creatividad (…) se encuentra bajo mínimos” (p. 81). Una creatividad que para él debería ser un elemento esencial, conformada como riesgo, pero también “como sistema de comunicación, interpretación, experiencia y conocimiento” (pp. 99-100).  Con la que se plantee la necesidad de ser y la problemática del hombre y los asuntos que a él le atañen. Pero creatividad también es potencialidad de la lengua, sensibilidad e inteligencia, así como afán de trascender por el “fuego de la Palabra” (p. 428). Y junto a ello, en el complementario capítulo VII, centrado en la estilística y el estilo, afirma que “el estilo es un componente individual del habla” y la verdadera esencia del poeta; definidos en su momento por Spencer y Gregory como “la utilización individual y creativa de los recursos de la lengua, dentro de una época, un dialecto elegido, un género y un propósito”. Y afirma Rodríguez Pacheco con rotundidad: “Un escritor lo es cuando es dueño de un estilo original y presenta este como seña de identidad y credencial de personalidad y es por él reconocido” (p. 195). En definitiva, “el estilo es la persona”.
3.                     La literatura de posguerra y el realismo social son objeto de su profundo análisis y, sin desdeñar el realismo en sí, al cual considera como parte integrante de nuestra existencia (“La literatura española ha tenido siempre un decidido componente realista”, p. 128), sin embargo discrepa de la visión del realismo social así como la servidumbre y sometimiento a una causa de los intelectuales y escritores de la época. La tesis que defiende es que frente a esa etapa de literatura franquista y del régimen “la necesaria reacción cayó, paradójicamente, en los mismos usos y abusos de la revulsión que se intentaba contrarrestar y que, como aquella, terminó convirtiéndose en la literatura oficial de la resistencia” (p. 151). E insiste en una idea determinante sobre la que luego abundará: “Desde las filas de una burguesía que había temblado de pánico con el triunfo del Frente Popular en 1934 (…) empieza a surgir, al final de la década de los cuarenta, los nuevos escritores españoles. Tal vez como expresión de una mala conciencia de clase” (p. 163). Salva a escritores como Cela, incluso el Cela poeta, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre. Y está clara su oposición al concepto de compromiso de entonces con estas palabras: “Confundir el compromiso o adherencia a una causa, sea del signo que sea, con actuaciones éticas o morales del escritor que condicionen una creatividad es una aberración” (p. 169). Palabras que sin duda moverán a la polémica por cuanto siempre se sostuvo que durante muchos años la literatura solo fue una instrumentalización de lucha contra la dictadura. Pero él considera que, aunque esta reacción contra la literatura franquista era deseable, no la comparte en su recorrido histórico e instrumentalización, porque pronto nació un dirigismo y adoctrinamiento que “fueron los causantes de la serie de absurdos que han llegado hasta hoy y que nos afectan” (p. 170). Abunda en su análisis de la poesía de los 60 y es muy crítico con una literatura que pretendió serlo para las masas y no consiguió llegar a ellas sino lo contrario. Su crítica en ese sentido es ácida. Habla de manipulación de la lengua, de poesía como “soldador” para unir voces levantadas. Le critica que fueran los presupuestos ideológicos los que primaran sobre los puramente literarios, el mimetismo con que se acercaban a la realidad, su ausencia de creatividad, su insustancialidad, la anulación de la individualidad poética y los intereses fácticos y finalistas. E ironiza: “Todos, pues, fraternales, épicos, solidarios, comprometidos, en lucha, codo con codo, con el obrero, con el campesino, con la masa proletaria (qué deprimentemente viejo suena ahora todo). Un proletario que, pese a prosaísmo, concesiones lingüísticas y realismo, pasaba de versos” (p. 209).
4.                     El caso andaluz centra su atención en el capítulo IX. Y dice taxativamente que “el poeta andaluz se distanciará del quehacer general y proseguirá en solitario la elaboración de su obra” (p. 231). Nos habla de la “generación del lenguaje”, de los poetas andaluces del 60 destacando a Antonio Hernández, Antonio Carvajal… pero también nos habla del poder del grupo catalán y la colonización desde allí de Andalucía. Hace su particular análisis del grupo Cántico…
5.                     La operación editorial del grupo de los novísimos  ocupa el capítulo X. Y afirma con rotundidad: “Los nuevos escritores, los que se consideraban más cultos y vanguardistas, escribían psíquicamente condicionados por los gustos estéticos que proponían Seix Barral o Barral a secas, y los no tan nuevos fueron adecuando sus respectivos discursos” (p. 259). Se centra en varias páginas en la antología de Antonio Hernández, La poética del 50: una promoción desheredada, donde dudaba de la idoneidad de Barral, Goytisolo o Gil de Biedma. Así como de su fulminación cuando Rodríguez Pacheco en la década de los sesenta avisó del peligro de esta literatura y el dominio de este grupo.
6.                     Los críticos objeto de crítica: tras advertir del conflicto del crítico entre la subjetividad y el objeto  sobre el que debe pronunciarse, afirma la manipulación de estos de la realidad literaria y la tendencia a prestigiar las corrientes en boga, la presencia del Poder, como elemento determinante (al que dedicará también un apartado). Sus palabras son duras: “La crítica ha venido a ser ese regimiento de benefactores, de descubridores, de niños prodigio, de proxenetas literarios, inductores  a la mímesis, a la homogeneización, a la trivialidad, a la exaltación de lo novedoso sobre lo auténticamente original” (p. 298). De ellos excluye a los críticos de la Diferencia y a profesores como Juan José Lanz o Miguel Casado.
7.                     El poder ocupa un capítulo especial. Rodríguez Pacheco es muy crítico con este y describe el proceso en el que la creatividad es cercenada cuando el joven escritor hambriento de éxito se  convierte en papagayo y acólito del mismo, sintiéndose manipulado y producto protegido por él. La propuesta del escritor sevillano es que hubiera organismos públicos que funcionaran “bajo criterios de ecuanimidad, objetividad, imparcialidad, pluralidad y justicia” (p. 317). Pero, en realidad, este se oficializa a través de prebendas de unos cuantos, ortodoxos de la oficialidad.
8.                     El canon ortodoxo y la diferencia. Es de gran interés la defensa que hace del movimiento de la Diferencia y desde luego la exaltación del escritor Antonio Enrique y su Canon heterodoxo tanto como la antipatía que profesa hacia la poesía de la experiencia o la nueva sentimentalidad a la que sitúa anclada en el prosaísmo denotativo. La Diferencia no fue tendencia, modalidad o escuela sino, en palabras textuales, “la única oportunidad que, a finales del siglo XX, incitaba a una regeneración”.


Finalmente, y para acabar, decir que el propósito del autor, como él mismo justifica, ha sido expresar sin ánimo de exhaustividad sino como un planteamiento previo del asunto la situación general de nuestra literatura y, en especial, de la poesía en un lugar y un tiempo determinado con un pesimismo latente y poderoso pero también con esperanza de que se produzca una regeneración en torno a una suerte de rehumanización que tenga la palabra como horizonte y guía así como la búsqueda de la expresividad y la originalidad lírica.

sábado, 23 de enero de 2016

FINALISTAS DEL XXII PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA 2016



NOTA DE PRENSA
XXII PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA 2016
FINALISTAS

          Tras la votación llevada a cabo por más de un centenar de miembros de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios (https://asociacionandaluzadeescritoresycriticos.wordpress.com)
durante el mes de enero para el XXII Premio Andalucía de la Crítica (2016) en las modalidades de novela, relato y poesía, han sido elegidos como finalistas los escritores y escritoras relacionados abajo.

           El Jurado del Premio Andalucía de la Crítica, formado por veinte miembros entre profesores de Universidad, escritoras y escritores, críticos literarios y periodistas se reunirá el segundo fin de semana de marzo de 2016 en la ciudad de Málaga para proceder a elegir entre estos finalistas a los ganadores o ganadoras de los premios de narrativa, relato y poesía de este año, que recibirán una escultura de la artista cordobesa Marta Campos.

            El acto de entrega del XXII  PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA 2016 tendrá lugar durante el mes de mayo en la ciudad de Almería y cuenta con la colaboración de la Fundación Unicaja, la Consejería de Educación, Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía y el Centro Andaluz de las Letras.
                   
Poesía

1.    Desaprendizajes de JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD, Ed. Seix Barral.
2.    Ficciones para una autobiografía de ÁNGELES MORA, Ed. Bartleby.
3.    La herida en la lengua de CHANTAL MAILLARD, Ed. Tusquets.
4.    García de PABLO GARCÍA CASADO, Ed. Visor.
5.    Hierba en los tejados de RAFAEL ESPEJO, Ed. Pre-textos.
6.    La habitación cerrada de JUAN JOSÉ CASTRO, Ed. Hiperión.
7.    Morir por mi demanda de FERNANDO DE VILLENA, Ed. Port-Royal.
8.    La mesa italiana de VÍCTOR JIMÉNEZ, Ed. Renacimiento.
9.    Game over de DIEGO VAYA, Ed. Renacimiento.



Novela

1.    Gran Granada de JUSTO NAVARRO, Ed. Anagrama.
2.    El relojero de Yuste de JOSÉ A. RAMÍREZ LOZANO, Ediciones del Viento.
3.    Amar tanta belleza de HERMINIA LUQUE, Ed. Fundación José Manuel Lara.
4.    El rey del juego de JUAN FRANCISCO FERRÉ, Ed. Anagrama.
5.    La emperatriz de Tánger de SERGIO BARCE, Ediciones del Genal

Relato

1.    Trece de diciembre de FRANCISCO DE PAULA SÁNCHEZ ZAMORANO, Ed. Ánfora Nova.
2.    Teoría de lo imperfecto de ANTONIO LUIS GINÉS, Ed. Isla de Siltolá.
3.    Yo soy los besos que nunca pude darte de FRANCISCO LÓPEZ BARRIOS, Ed. Dauro.
4.    La vuelta al mundo de JUAN FRANCISCO FERRÉ, Ed. Pálido Fuego.
5.    Relatos de la Biblia de FRANCISCO DOMENE, Ed. Anaya.










La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano