jueves, 30 de junio de 2011

Mitomanía y realidad de Al-Ándalus en la narrativa de J.M. García Marín por Morales Lomas





José Manuel García Marín


Es necesario el transcurso del tiempo, sucesivos siglos para que la realidad adquiera ensoñaciones diversas y su proceso natural de construcción se sostenga sobre la voluptuosidad de los deseos, sobre la mitomanía de los sueños o sobre la conformación de realidades que se han perdido a medida que la memoria histórica se tergiversa o se arrumba en el moho oscuro de un rincón cualquiera de la tradición.
Desde pequeños convivimos con el mito de las tres culturas. Acaso porque nos había llegado desde la lectura de “El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha” en el que Cervantes las reivindicaba como uno de los grandes logros del momento. Otros, siglos más tarde, como Juan Goytisolo o Antonio Gala, las han reclamado de nuevo y se han convertido en sus más combativos defensores. Nos imaginábamos a cristianos, musulmanes y judíos conviviendo durante siglos en armonía (armonía más o menos confusa, deleznable y guerrera, por momentos, es verdad) sin que la religión fuera un impedimento cuando ahora se ha convertido en un arrebato y ha sido necesario crear el “encuentro de civilizaciones” (en realidad, encuentro de religiones) para disipar tanto aciago combatiente. Pero las espadas están en alto y la universalización a la que aspira cristianismo e islamismo son sus principales enemigos.
Algunos incluso han tildado esta coyuntura idealizada y falsaria de “patraña de las tres culturas”, afirmando que si España fuese el resultado social, cultural e histórico de esas tres culturas, habría que pensar que una de las tres comunidades cometió la injusticia histórica de expulsar a las otras dos. En la argumentación de los defensores de la España de las tres culturas, de aquí se desemboca con toda naturalidad en la Inquisición, que es presentada como un bestial e inhumano medio de practicar la intolerancia: se la expone como el hecho más repudiable de nuestra Historia, un hecho o institución de la que España debería avergonzarse.

El narrador José Manuel García Marín entra directamente en lo íntimo de esa polémica a través de la ficción, creando historias, personajes, seres que pueden parecernos de carne y de hueso por la verosimilitud con los que los trata, pero también seres simbólicos, seres que persiguen siempre una idea, en el sentido de ideal que tratan de recuperar para las generaciones actuales. Una visión idealizada que tiene mucho de cosmovisión complaciente sostenida en un pensamiento y una erudición que conecta con lo mejor de la cultura judía y musulmana fundamentalmente.
Practica un agradable aroma filosófico en la defensa de unos principios (los de las tres culturas o las tres religiones o las tres místicas) con los que, sin duda, se encuentra en comunión. Dice, verbigracia, en Azafrán: “Así como las religiones tienen sus divergencias, que en lo esencial no son tantas (…), cada tradición mística respeta a las demás y las considera tan válidas como la suya. Es una cuestión de elección de caminos, pero lo importante no es el camino, sino el objetivo final, que es convergente. El mismo en todas” (p. 31). Y en este propósito también dirá en su momento que lo importante es llegar a esa sublime iluminación y cualquier religión puede ser buena pues cuando el amor a la filosofía es auténtico y el razonamiento impecable, ¿qué importa la religión del autor? (p. 64). E incluso, en otro momento, cuando el musulmán protagonista de Azafrán defienda con fortaleza y espíritu devoto, ciertamente paradójico visto desde fuera, a un sabio judío demostrando “con ello la superior importancia que éste concedía al humano, por encima de creencias religiosas” (p. 138).


En Azafrán desarrolla la historia de un maestro musulmán de cuarenta y dos años con cuyos ideales se identifica el autor, Mukhtar ben Saleh, que sale de su pequeña localidad, Sanlúcar del Alpechín (cerca de Sevilla), tomada por los cristianos y decide marcharse a Granada (y después a un pueblo de Almería) donde pueda vivir su cultura y profundizar en el conocimiento. Personalmente, por tanto, lo considero un camino iniciático, pero también profundamente lírico, en el que siempre están presentes las simbologías en torno al agua, la tierra… en esa aleación cabalística que todo lo inunda y que persigue como objetivo último trascender el momento de nuestra existencia: “Ahora el poder es de los cristianos y, rotas sus promesas a sangre y fuego, han acabado con todo, incluso con el sentido de mi vida” (p. 11).
Mukhtar ben Saleh, que no ha salido nunca de su pueblo, sin embargo, es un aprendiz del mundo y sus realidades, un aprendiz que observa que sus sueños han ido perdiéndose y pretende recuperar la esperanza en Granada, un símbolo, una ciudad que todavía tardará doscientos años en ser conquistada. Y a través de esa visión se conquista el valor sublime del título de la obra, el azafrán, una especia de forma alquímica que halla similitud con esa carrera vivencial que pretende conquistar Mukhtar en tanto el proceso de la planta, que resulta en una especia tan estimada, es similar al camino y la actitud del hombre que busca el Conocimiento: “¿Puede el hombre recorrer su senda espiritual sin haberse abierto al universo? ¿Qué avanza de él, sino su esencia? “ (p. 212). Al igual que el fuego transmuta las hebras en la especia más valiosa, el fuego de los sentimientos, de las circunstancias, le obligan al ser humano a aprender, a enfrentarse, a conocerse y a resolver su existencia. Y en ese proceso se produce una transmutación personal de ámbito espiritual semejante a la que quiere llegar a conquistar nuestro protagonista.
En cierto modo, en ese camino la contemplación de algunos paisajes puede servir de símbolo para catapultar su pensamiento. Así, el quietismo decadente de las ruinas de Medina Azahara (en Córdoba) será una alegoría de ese transcurso infalible de la historia; a lujosa ciudad fundada por el califa tras ser derrotado por las tropas de Ramiro II, quizá como una respuesta última y a la desesperada de un mundo que se venía abajo.
Nuestro protagonista también observa que ese mundo en el que cree se está viniendo abajo como consecuencia de fuerzas inquebrantables (la conquista de los cristianos), pero es un idealista para el que los cambios históricos representan una necesidad de reconquistar el camino espiritual en tanto el otro camino desfallece y, en consecuencia, Mukhtar se enfrenta a la destrucción de su mundo pero huyendo (de ahí el título del primer capítulo, Huida. Ishbiliya) para no ser arramblado por el inexorable proceso histórico, pero también para vivir en paz. Su pacifismo es real y creíble, como era el de Al-Ahmar en la referencia que se hace en La escalera del agua. Mukhtar ben Saleh es un hombre extraño que vive soltero y que solo estuvo una vez enamorado, aunque su amada nunca lo supo, y que presiente que en el amor se halla (en el fuego) su respuesta, amor al otro pero también al conocimiento.

En ese trayecto, en ese bildungsroman que es su vida narrativa, antes de llegar a la ciudad de La Alhambra (destino inexorable y también simbólico, símbolo de su segunda novela, La escalera del agua, aunque sea Toledo el emblema y símbolo máximo), en el capítulo quinto, Ben Saleh recorre diversos lugares que le van a ir enseñando la situación del mundo de entonces, la forma de vida y la cultura que la sostiene: su llegada a Sevilla, donde vive en la casa de un médico musulmán, Târek ben Karim, que lo acoge muy amablemente; el encuentro con la familia judía de Yonatán ben Akiva en la ciudad de Córdoba, donde la cultura judaica adquirirá especialmente relevancia; y la llegada a Granada con la recuperación del pasado místico y el definitivo encuentro con la sabiduría: “Sé que estoy en la cristalina melodía del agua… en el murmullo de las arenas… en el aullido del viento entre los bosques… en la desgarrada llamada del muecín… en la fuerza de la materia… en la inevitable, irresistible, atracción de la vida…” (p. 226). Más adelante acabará sus días literarios en cerca de Pechina (Almería), en lo que hoy llaman "Baños de Sierra Alhamilla", por donde es muy posible que tuviera, en su época, la escuela mística, Ibn al-Arif.
Un viaje que nos va a permitir crear tres imágenes decisivas sobre un periodo histórico que se sitúa en torno a 1252 (en marzo de este año sale de su ciudad Mukhtar ben Saleh), en que sube al trono en Castilla el rey Alfonso X el Sabio.

Existe una cierta bonhomía y una proyección de pacifismo, humanidad y misericordia en muchos de los personajes con los que se encuentra. Por ejemplo, el médico Târek, que en un momento determinado dirá: “El día que comprendamos que somos mucho más que hermanos –repuso sin dudarlo Târek-; el día que seamos conscientes de que sólo somos uno” (p. 29). Hay a lo largo de toda la obra un canto al ser humano, un humanismo romántico preciso que alcanza su aspecto sublime en el sentimentalismo creador de algunas de sus propuestas, de corte ingenuista sin duda, y que, en cierto modo, existen en esa visión histórica en torno al desarrollo humano que ha sido visto por algunos (Rousseau es un caso sintomático) como un proceso de descenso a la naturaleza primigenia después de las contaminaciones diversas de la convivencia. De ahí que García Marín quiera aprovechar lo mejor de las tres culturas, de las tres místicas, para profundizar en ese humanismo recreador y reconfortante con el que aspira a ilustrarnos.
De hecho Târek, que significa “el nombre de una estrella”, es figuradamente quien pretende iluminar a Mukhtar cuyo nombre significa “el elegido” en su camino de perfección (como diría Baroja) y de iluminación (como podrían decir Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o cualquier místico árabe). Târek trata de inculcar en ese ya maduro Mukhtar su visión del mundo que llega desde muchos de esos textos filosóficos-históricos y le habla de la indisolubilidad del todo, del universo como una gran Unidad, como un camino también (como el camino que emprende desde su microcosmos particular Mukhtar), y un regreso alegórico.
El encuentro con Târek le va a permitir a Mukhtar, pues, profundizar en alguna serie de ideas transcendentes y llenar diálogos interesantes sobre la filosofía del momento: la trascendencia del agua (fundamental en la novela siguiente), de la naturaleza, la igualdad de la mujer (“la mujer es un ser humano con igualdad dignidad que el hombre”, p. 37), el haber conseguido para él un camino de iniciación. De hecho le dirá Târek: “Con esto, Mukhtar, creo que he consumado tu preparación, que sólo es un inicio” (p. 72). Pero también las enseñanzas le llegan a través del jardinero-loco Hamza que le habla de la metáfora del río, que corre, alimenta a hombres, animales y plantas y su blandura encuentra su fortaleza es toda una metáfora para Mukhtar. Una metáfora permanente, persistente y reiterativa que en la época medieval tanto juego daría a poetas como Jorque Manrique al decir que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir.

En Córdoba conocerá Mukhtar el amor, gracias a Yael, la hija del rabino. En cierto modo, este encuentro amoroso podemos considerarlo emblemáticamente como un encuentro entre culturas, aunque son conscientes de la imposibilidad de un amor que lleva parejo en sí a miembros de religiones diferentes. En la casa del rabino el lector accederá a algunos conocimientos básicos del judaísmo. Por ejemplo, de la cábala, herramienta o medio (como lo define García Marín) que “conecta al ser humano con lo cósmico, una vía de sabiduría, no la sabiduría en sí” (p. 125).
Es una historia no resuelta la de Yael y Mukhtar (o resuelta negativamente), que en sí lleva el germen de una antítesis irresoluble. Y es que en el trasfondo de todo sumario religioso existe siempre un origen infausto si bien profundo. Insondable en cuanto toda religión aspira, al menos en su origen, a dar una explicación del mundo y a profundizar en el conocimiento; pero infausto por su individualismo, exclusividad (la exclusividad atroz, diría, de todas las religiones) y negación de las demás como las verdaderas (cada religión se considera a sí misma como la verdadera, la única) y esta consideración última a sus líderes históricamente les ha hecho iniciar el camino de la confrontación y a sus seguidores convertirse en mártires, víctimas, santos o profetas (las religiones han necesitado a veces sangre para crecer), evitando así el original sentido espiritual de cada una de ellas y el sentido último que, en sí, puede resultar comprensible y aceptable. Su exclusividad encierra una ruptura, ruptura que se produce en la historia de Yael (judía) y Mukhtar (musulmán) para evitar que su amor se convierta en solución factible.

A veces la historia está entreverada, siguiendo un tanto el canon de El Quijote, de breves o brevísimas historias secundarias que producen una detención en el proceso narrativo o cuando no pequeños descansos en el proceso normal del protagonista. Así sucede con la historia de Zaynab, violada por los soldados cristianos; el benedictino Manrique y la homosexualidad; el loco Hazam; la historia del libro que le regalan a Ben Akiva… Un conjunto de fragmentos que forman el gran todo novelístico que aspira a completar esa amplia visión del mundo.

A través de los diversos diálogos de la novela se van creando las condiciones para conocer las ideas que sostienen su naturaleza. La interpretación sobre el amor llega desde las revelaciones de Hermes Trismegisto y su relación entre el microcosmos y el macrocosmos en esa circulación de energías, como le recordará Târek.
Hay por momentos expresiones muy líricas como “tengo miedo de que me delate la luna” y reproducción de poemas de escritores musulmanes o judíos como Ben Gabirol, Maimónides… Pero, en última instancia, lo que siempre se persigue en la novela es la configuración de un sentido a la existencia. García Marín trata de explicarlo y es consciente, por enamorado del tema, de que en el fondo de cada una de las culturas, de cada una de las religiones (al menos en este libro de la cultura musulmana y judía, porque la cristiana no aparece prácticamente) existe esa voluntad creadora, de ser como la flor del azafrán que en sus tres filamentos concita la voluntad simbólica de las tres tradiciones místicas, los tres estambres, los tres dentro de la misma rosa: “Además de instruirte en tu camino –le dice Nicolás- debes conceder la misma importancia y respeto a los otros dos. Ten presente que de la flor surgen tres filamentos diferentes, aunque de una raíz común, pero acaban siendo la misma especia. Tres senderos distintos en una única dirección”. Estas tres direcciones místicas son las tres culturas, las tres formas de ver el mundo tanto tiempo enfrentadas por los hombres y tanto tiempo unidas por conceptos de conocimiento y por aspiración a ideales similares.

Su siguiente novela, La escalera del agua (2008) aunque se nos presenta como una novela histórica, yo diría que es una narración de la memoria, una alegorización simbólica con ribetes o componentes históricos. Hay una voluntad auténtica en cuanto acceso a la información de época y a la interpretación (si quieren) figurada. Ahí está su simbología humana sobre la emblemática Toledo en la última parte (p. 214) donde Toledo le habla, nos habla como un cerebro cuyos surcos son vías, plazas, calles… donde surge el sentido de la vista por el Paseo de Cabestreros y el Museo de Santa Cruz; el sabor en la Catedral, y el de la Audición en el Ayuntamiento… Pero también germina una transfiguración del corazón, pues por el puente de Alcántara se llega a la entrada interior que recibe en torrente a las muchedumbres (sangre venosa) que pasa por la aurícula y el ventrículo derechos y sale por la Puerta del Cambrón… y regresa, como sangre arterial, por el Paseo de Candelaria: “El latido de mi corazón marca ritmo de vida a edificios, calles y ciudadanos. El cerebro, en cambio, guarda celosamente, en la maraña de travesías, las pisadas y los ecos de los hombres, grandes y pequeños, que han tejido aquí sus vidas a lo largo de la mía. Yo soy la ciudad viva, el ser que hará de guía imperceptible a aquel que, bien despierto, aspire a descubrirme” (p. 215).

Entendemos que se trata también de una novela iniciática, de comienzo de la existencia vital en la que el joven narrador, y descendiente de moriscos, Ángel Castaño Crespo, nos explica su azarosa existencia una vez que asesina a un hombre que ha forzado a su hermana en Las Hurdes y huye a Toledo para ser recogido por los hermanos franciscanos, que lo ayudan e intentan completar su formación humana. Si bien es verdad que, en este proceso, los acontecimientos históricos, con continuas analepsis, se manifiestan en todo su esplendor aunque muy resumidamente.
Sus ascendientes eran moriscos expulsados de Granada en el siglo XVI y refugiados en Las Hurdes. Este tránsito entre diferentes siglos (la época actual y el XVI) genera en la novela un diálogo histórico sostenido en el que se parte de una tesis evidente en la obra de García Marín: las víctimas de antaño también siguen siendo, a pesar del transcurso de los siglos, las de hogaño.
Ángel Castaño Crespo tiene similitudes con el protagonista de Azafrán. El motivo de la huida (aunque por razones harto diferentes) conserva señas iniciales en ambos, pero también el motivo del camino como instrumento de iniciación personal y descubrimiento del mundo. Es cierto que la edad de Ángel Castaño Crespo es inferior a la de Mukhtar pero también lo es que en ambos su lugar de referencia es cerrado. Su mundo se circunscribe a una aldea prácticamente y es necesario el descubrimiento de una realidad más amplia para que sus mundos se enriquezcan y el conocimiento aflore a ellos.
Gran parte de los acontecimientos se centran en la consolidación de la imagen de este joven bondadoso, honrado, que actúa con la solvencia de un joven responsable. Elementos símiles también con los de Mukhtar cuya moralidad y bonhomía forman parte de su ser más íntimo.
En el trasfondo de esta historia está la consolidación de un error histórico y la reflexión del escritor sobre esta barbaridad que llevó al exilio (interior o exterior) a parte de los españoles de su tiempo. Compromiso que se manifiesta a través de estas palabras de Ángel: “En las expulsiones de judíos y musulmanes se desterraron auténticos españoles, con otra religión, pero españoles”. Aunque es evidente que el concepto de España será y ha sido siempre discutible como entidad nacional. Sin embargo, la tesis de García Marín es muy clara y con ella muestra una preocupación permanente y una apuesta decidida por esa vía historicista que sostiene el gran error de los Reyes Católicos al provocar la expulsión de los judíos y musulmanes. Una riqueza inmensa, desde el ámbito espiritual pero también desde el ámbito real, crematístico, que se va constatando a lo largo del siglo XVI y, finalmente, en el XVII, porque, como se verá durante la monarquía de Felipe III y el duque de Lerma, la salida de muchos moriscos supuso el empobrecimiento más atroz de zonas de Levante...

Organiza la novela en seis capítulos: los primeros, más breves y el tercero y cuarto (que se centran en la expulsión y el monasterio) más amplios. A través de la primera persona (que lo hace conectar con la novela picaresca en la organización de las vivencias y antecedentes del protagonista y con la cervantina en la versatilidad y cambio de acontecimientos, lugar y tiempo) García Marín, con una prosa cuidada y una adecuada selección léxica, transmite una imagen entrañable de los moriscos.
Las circunstancias históricas de la posguerra española, sin embargo, están ausentes, como no sea la referencia al hambre que se pasó. El resto se soslaya. Una elipsis que creemos intencionada, por cuanto al escritor sólo le interesa la relación entre el personaje como ser en crecimiento y su pueblo como referente histórico. Sólo el lector juzgará. Existe esa necesidad histórica de demostrar la tesis de un pueblo atacado y zaherido, y su recuperación y su memoria. En cierto modo, el narrador hace un ejercicio de resarcimiento histórico si es que existe esa compensación a través de la literatura.
Su llegada al mundo el día 4 de abril de 1492 en Las Hurdes, sus hermanos Gabriela, Anastasio y José, sus sensaciones infantiles (a veces forjadas con descripciones muy rigurosas y precisas), las historias del abuelo y sus antepasados granadinos, el resumen histórico de la expulsión (en este sentido hay que decir que los acontecimientos históricos están adecuadamente integrados y son suficientes para no ahogar el proceso narrativo y tampoco debemos olvidar que en Azafrán el protagonista vive en Granada un tiempo, lugar simbólico y emblemático de este proceso con el que conecta la novela), la historia de Eusebio y Clementina, la muerte del vinatero a sus manos, la huida, el encuentro con el padre Zaragüeta (que va a mantener en secreto todo lo que sabe sobre él y lo va a ayudar)… Salto histórico para estudiar los acontecimientos de 1610, y antes de 1570, la ida de Gerónimo y su grupo a Portugal (siempre perseguidos por las injusticias), los diversos asentamientos y cambios de costumbres, los múltiples problemas y, de nuevo, el momento presente, su situación en el monasterio y su vida en progresión personal gracias a los frailes... hasta encontrar su amor adolescente.
Son los acontecimientos esenciales que jalonan una obra que tiene momentos también para la metaliteratura y la exaltación de los libros (como en las páginas 162 y ss.) de raíz cervantina y nos permite entrar en el análisis histórico sin olvidar los fundamentos novelescos y la formación de un ser humano y su tiempo.
Las referencias a las tres culturas persisten en ella porque forman parte del pensamiento idealizador, no exento a veces de optimismo histórico, en el que realmente cree García Marín: “Nuestros antepasados vivían felices en un reino que se llamaba Granada (…) El último de estos pueblos trajo consigo una cultura superior a la conocida, costumbres a las que se amoldaban los nativos con placer, y una religión, que defendía que Dios sólo era Uno, que tomaron libremente éstos como propia después de mucho tiempo. Al menos, la mayoría, porque había otros que practicaban el judaísmo y algunos, los menos el cristianismo, pero convivían en paz. A esa mayoría, a la que pertenecieron nuestros antiguos parientes, se les llamó «moros»” (pp. 29-30).
Con esta novela también, decíamos, se produce en cierto modo un resarcimiento histórico. Si en la anterior, Azafrán, los cristianos aparecían desde una perspectiva crítica muy negativa, ahora se convierten en protagonistas positivos en tanto es el padre Zaragüeta el que ayuda al protagonsita. Con ello, traslada al lector la imagen de que el proceso histórico no se produjo por la religión sino por las decisiones políticas que se adoptaron y por las decisiones de la jerarquía religiosa. Nunca por el pueblo ni por los que han defendido las ideas de un cristianismo solidario y humanitario. Pero también, a través de él, se produce la exaltación del libro como instrumento único para comunicar el mundo: “El escritor es un alquimista que une dos naturalezas: la abstracta, en al que se interna para absorber esencias del universo platónico de las ideas, y las conduce, por el alambique de su pluma, a la terrenal, transformadas ya en palabras, retenidas para siempre en el papel, cautivas de la tinta” (pp. 162-163).
E insiste una vez más en la idea fundamental (ya comentada) de que la expulsión de los judíos y los musulmanes no fue la de miembros de otras religiones sino la de unos españoles que expulsaron a otros. Hay una traslación en este caso del tema (en cierto modo, pero desde otra perspectiva) de las dos Españas: la de los vencedores (los cristianos) y la de los vencidos (los judíos y los musulmanes) en tanto todo fue un proceso en el que la realidad se sostenía sobre elementos económicos. Su expulsión supuso un enriquecimiento para los cristianos aunque se produjera una pobreza general en otros ámbitos.
Y desde la novela proyecta esa pérdida y trata de crear un relato objetivo de lo que ocurrió y de lo que significó el florecimiento de al-Ándalus “para que recuperemos la conciencia y el orgullo de nuestras raíces” (p. 233).

lunes, 20 de junio de 2011

DIÁLOGOS CON ESCRITORES CONTEMPORÁNEOS: JOSÉ MANUEL GARCÍA MARÍN



ATENEO DE MÁLAGA, 22 de junio a las 20:00 h.



Los asistentes al acto podrán dialogar con el novelista malagueño sobre sus obras y su proceso creativo.
García Marín ha compatibilizado durante varios años su labor profesional en el mundo de la empresa con el estudio y la investigación sobre las claves de Al-Ándalus de la que es un grandísimo apasionado y entendido. Es autor de "Al-Hamrá", un ensayo sobre el contenido místico y simbólico de la Alambra. "Azafrán", una historia que habla de la partida del maestro musulmán Mukhtar ben Saleh desde Sanlúcar de Alpechín hasta Granada. "La lámpara de plata", un homenaje a la Málaga nazarí del siglo XIV. "La Escalera del Agua", segunda parte de su primera novela, pues en ella sigue hablando sobre el tema de Al-Ándalus su gran pasión.


martes, 17 de mayo de 2011

ENTREGA XVII PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA



Manuel Gahete (secretario AAEC), F. Morales Lomas (presidente AAEC), Paulino Planta (Consejero de Cultura Junta de Andalucía), Inmaculada Nieto (Teniente Alcalde Algeciras), Francisco Cañadas (Fundación Unicaja)





El viernes 13 de junio a las 12 h. se entregaron en el Hotel Reina Cristina de Algeciras los XVII Premios Andalucía de la Crítica 2011 en narrativa a José Antonio Ramírez Lozano por su obra Las manzanas de Erasmo (Algaida Editores) y en poesía a Rosa Romojaro por Cuando los pájaros (Ed. Hiperión), y se rindió homenaje al escritor José Luis Cano en el centenario de su nacimiento. Ambos escritores galardonados han recibido una escultura de Andrés Alcántara, reproducidas por la Escuela del Mármol de Andalucía (Almería).

La defensa de las obras ganadoras la llevaron a cabo los críticos y escritores José Sarria Cuevas que defendió la obra de narrativa ; y Rosa Díaz que defendió la obra en poesía. A los ganadores se les entregarán sendas esculturas del escultor internacional D. Andrés Alcántara reproducidas por la Escuela del Mármol de Andalucía (Almería). La defensa del escritor homenajeado, José Luis Cano, la llevó a cabo la escritora y crítica literaria Paloma Fernández Gomá.

El consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, Paulino Plata, ha presidido en Algeciras (Cádiz) el XVII Premio Andalucía de la Crítica acompañado por el presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, Francisco Morales Lomas y el secretario Manuel Gahete, además de por la Teniente Alcalde Inmaculada Nieto y el representante de la Fundación Unicaja, Francisco Cañadas.

Romojaro recogió el premio emocionada por encontrarse en la ciudad en la que nació y al estimar que el galardón es «un emblema de la poesía y las letras andaluzas». Una obra que, según explicó, «responde al deseo de decir, un anhelo que se presenta como la salvación del yo y como rescate de las cosas, del tiempo y del espacio». El hilo conductor de sus textos son esas aves a las que alude el título y que no son sino una metáfora de la libertad: «En la obra aparecen los pájaros cotidianos, que son los de siempre, los que vienen a la terraza y al jardín; señas de identidad, puntos de fuga. Otros, más simbólicos, arrojan a esos pájaros de su atmósfera», señaló.

Ramírez Lozano ha comentado que aunque está "un poco acostumbrado a los premios a los que se envían libros" a concurso, el premio de la crítica "es muy distinto porque tiene algo de eso que se llama reconocimiento y porque se reconoce al autor".
"Es mucho más satisfactorio en un sentido más amplio", ha apuntado el escritor, quien ha insistido en que no le importan los límites entre los géneros.
"He llegado a escribir poesía de una novela y al contrario, he sacado ramificaciones poéticas o líricas de una novela", ha indicado el galardonado.
Rosa Romojaro y José Antonio Ramírez Lozano


Para la primera teniente de alcalde y delegada de Cultura, Inmaculada Nieto, “la celebración de esta entrega de premios en nuestra ciudad, junto al homenaje que se rendirá a José Luis Cano, constituye una enorme satisfacción y nos reafirma en nuestro propósito de reconocer y destacar la figura de quien fue clave para agrupar, difundir y evitar se olvidara a aquella Generación del 27, quizás la más brillante de la reciente historia de España. Además, no podemos olvidar que la colección Adonais de literatura y el premio que lleva ese mismo nombre, estuvieron dirigidos por José Luis Cano durante muchos años”.

El consejero de Cultura, Paulino Plata, cerró el acto destacando el tesón y la perseverancia de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, que han conseguido consolidar este certamen como uno de los más prestigiosos de España, señalando además que sirva para orientar a los lectores en la elección de buenas lecturas, destacando lo importante que resulta” contar con personas y obras de referencia, en todos los ámbitos de la vida”.
Rosa Díaz, José Antonio Ramírez Lozano, Rosa Romojaro y F. Morales Lomas


ALGUNAS PÁGINAS QUE DAN LA NOTICIA DE LA ENTREGA DE LOS PREMIOS ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA
Noticias entrega Premio Crítica en periódicos

http://www.europapress.es/andalucia/cultura-00621/noticia-jose-antonio-ramirez-rosa-romojaro-reciben-xvii-premio-andalucia-critica-20110513182144.html
http://www.diariosur.es/v/20110514/campo-gibraltar/romojaro-ramirez-lozano-reciben-20110514.html
http://andaluciacultura.es/index.php/archives/8820
http://www.ayto-algeciras.es/verNoticia.php?num=10935
http://www.algecirasalminuto.com/index.php/cultura/10907-entregados-en-algeciras-los-xvii-premios-andalucia-de-la-critica
http://www.diariosur.es/v/20110514/cultura/rosa-romojaro-poesia-donde-20110514.html
http://www.diariodecadiz.es/article/ocio/974212/algeciras/acoge/la/entrega/los/premios/la/critica.html
http://www.europasur.es/article/ocio/974416/recuerdo/jose/luis/cano/preside/la/entrega/los/premios/la/critica.html
http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=815694
http://www.europasur.es/article/ocio/973562/los/premios/andalucia/la/critica/seran/entregados/hoy/algeciras.html
http://www.algeciras.es/verNoticia.php?num=10944
http://www.ideal.es/agencias/20110513/mas-actualidad/cultura/romojaro-j.a.-ramirez-reciben-premios_201105131421.html
http://www.malagahoy.es/article/ocio/974718/romojaro/y/ramirez/reciben/premio/andalucia/la/critica.html
http://www.andaluciainformacion.es/portada/?i=17&a=178071&f=&s=&b=&penc=2
http://www.grupoalminuto.es/index.php?id_url=1&sec=6&id=28123&tipo=ficha
http://www.hoy.es/agencias/20110513/local/merida/extremeno-jose-antonio-ramirez-recibe_201105131458.html
http://www.andaluciainformacion.es/portada/?a=178071&i=112&f=0
http://www.lacronicabadajoz.com/noticias/noticia.asp?pkid=69713
http://www.getout.es/noticias/item/1014-algeciras-acoge-la-entrega-del-xvii-premio-andaluz-de-la-cr%C3%ADtica
http://www.diariolatorre.es/index.php?id=39&tx_ttnews%5Btt_news%5D=18252&tx_ttnews%5BbackPid%5D=9&cHash=51a27fdac6
http://www.malagahoy.es/article/ocio/974718/romojaro/y/ramirez/reciben/premio/andalucia/la/critica.html
http://www.diariolatorre.es/index.php?id=39&tx_ttnews%5Btt_news%5D=18322&tx_ttnews%5BbackPid%5D=12&cHash=4fd0ff7266
http://www.algecirasalminuto.com/index.php/cultura/10907-entregados-en-algeciras-los-xvii-premios-andalucia-de-la-critica
http://apuntaguia.com/content/blogcategory/3/3/
http://www.getout.es/noticias/item/1014-algeciras-acoge-la-entrega-del-xvii-premio-andaluz-de-la-cr%C3%ADtica?tmpl=component&print=1
http://www.aulamagna.com.es/Actualidad-Malaga/Rosa-Romojaro-ganadora-del-Premio-Andalucia-de-la-Critica.html
http://www.abastodenoticias.com/noticia.asp?id=33610189

Francisco Cañadas, José Sarria, F. Morales Lomas, Paulino Plata, José Antonio Ramírez Lozano, Rosa Díaz, Rosa Romojaro y Andrés Alcántara

sábado, 7 de mayo de 2011

PROMÉTEME QUE SERÁS LIBRE DE JORGE MOLIST POR MORALES LOMAS

En el número 131, mayo 2011, de la revista Mercurio que publica la Fundación José Manuel Lara bajo la dirección del narrador, crítico y periodista Guillermo Busutil he publicado en la pág. 34 una crítica literaria sobre la última novela de Jorge Molist, Prométeme que serás libre, Temas de Hoy, 768 págs.

http://www.revistamercurio.es/images/pdf/mercurio_131.pdf


Siempre se ha perpetuado la idea de que la narrativa de género se sostiene sobre unos parámetros específicos que conforman su atracción de masas. La vieja discusión de tipo aristotélico entre el discurso y la fábula alcanza su mayor sentido en esta coyuntura porque se cree que son, entre otros, los fundamentos del discurso los que sostienen el atractivo ensamblaje de la narrativa de género. Una buena historia es necesario contarla con una estrategia narrativa y con unos recursos literarios que alcanzan sin duda a esta nueva novela de Jorge Molist, un ingeniero industrial que nació en Barcelona y actualmente vive en Madrid. Ha desarrollado su actividad anteriormente en una multinacional en EE.UU. y España. En 2000 publicó Los muros de Jericó, relanzada con el nombre de El retorno cátaro en el 2005. En 2002 publicó Presagio; en el 2004 su tercera novela El anillo y en el año 2007 se editó La reina oculta, ganadora de la séptima edición del premio de novela histórica Alfonso X el Sabio.
En la fábula de Prométeme que serás libre Molist desarrolla la historia del joven Joan desde finales de verano de 1484 y a partir del momento en que su familia es atacada por una nave musulmana (o que se supone que lo es, después descubriremos las claves), secuestran a la hermana y a la madre y matan al padre. Él logra huir con su hermano menor y posteriormente dirigirse a Barcelona. Allí aprende el oficio de encuadernador en la librería Corró, ingresa en la pandilla de Felip y va abriéndose al mundo al tiempo que se enamora de Anna. Posteriormente tras producir una muerte por honor es llevado como galeote y se resuelve el enigma del secuestro de su madre y hermana, a la vez que logra encontrar de nuevo a su amada Anna, que había huido de Barcelona con sus padres por miedo a caer en manos de la Inquisición. Anna se ha casado pero su amor sigue vivo. La muerte del marido de Anna permitirá tener aspiraciones pero se verán pronto frustradas. La búsqueda de su madre y su hermana se hacen precisas porque le constan que fueron vendidas como esclavas y viven en la costa italiana. E inicia su búsqueda con inciertos resultados. El final no lo desvelamos con objeto de mantener la intriga.
Con Prométeme que serás libre Molist ha querido crear una novela que desarrolle acontecimientos históricos y novelescos en los últimos años del siglo XV en Barcelona e Italia, lugares donde se centra el desarrollo de la intriga. Joan, el héroe al uso, de familia humilde y con aspiraciones culturales y sentimientos muy primigenios y atractivos para el lector, posee ese encanto original de los seres inocentes que se abren de par en par al mundo, va conquistando con sus sentimientos el sentido del lector y adentrarnos en la historia de su vida que no es ni más ni menos que la de un tiempo histórico muy bien reconstruido y estudiado por Jorge Molist, cuya documentación ha sido exhaustiva y precisa sin llegar a ahogar la fábula. Jorge Molist


Sin embargo, el gran acierto de la obra es la agilidad, la introducción de diálogos breves y ligeros y la rapidez narrativa. La estructura formal opera sobre situaciones-secuencias que poseen un enorme valor cinematográfico y, a veces, nos resultan más propias de un guión fílmico por su soltura y rapidez.
Molist apuesta por la intriga y también por el entretenimiento y la soltura en el proceso de creación novelesca. Una dinamización narrativa que es uno de sus mejores aciertos narrativos, así como la serialización acumulativa de elementos novelescos, que encantan y hechizan al lector, y una simplificación en el proceso de la construcción del pensamiento del héroe novelesco. El léxico sencillo, el proceso constructivo lineal, la estructura del relato tradicional, con abundancia del diálogo, y la acción trepidante… conforman los elementos fundamentales de una obra en la que el amor, la intriga familiar, las venganzas y los odios… y la lucha por clarificar el pasado y alcanzar el propio destino tienen mucho que ver con esa novela de de corte bizantino que tanto éxito alcanzó en la Edad Media y sería el germen de la novela de aventuras posterior.

martes, 19 de abril de 2011

LA POESÍA DE MARTÍNEZ MENCHÉN POR MORALES LOMAS




Hace unos años dedicaba a Martínez Menchén, junto a L. A. Espejo-Saavedra Santa Eugenia, el ensayo “Fantasía y compromiso literario. La narrativa de Antonio Martínez Menchén” (Instituto de Estudios Giennenses, Jaén, 2008), un estudio de más de trescientas páginas que analizaba toda la obra narrativa del escritor linarense afincado en Madrid. Sin embargo, desconocía su labor poética. Hace unos días me llegaba su obra titulada “Poesías” (publicada inicialmente en Internet). Fue su hermano, el también escritor y crítico Jesús Felipe Martínez Sánchez, el que le animó a enviarle unos versos para incluirlos en Internet en su web jesusfelipe.es. Es la primera vez que se publican estos versos, inéditos hasta ahora, y con ellos abre nuevas expectativas a sus seguidores en prosa.
La mayor parte de estos versos los escribió cuando estudiaba Derecho, años 50 y 51 del siglo pasado; las tres últimas series son de la primera mitad de los 60 y Campo de Marte de la segunda mitad de los 70. Los considera “un producto de la nostalgia”, la de una lejana juventud que ahora se recupera en su sentido con estos versos.
Aunque organizado en ocho apartados, existe un aliento homogéneo que alimenta el sentido postrero de los mismos: la reconstrucción de un sentimiento, de un sentido, de una vivencia en el tiempo y la memoria. Además de una cadencia, una entonación llena de tristeza, melancolía y desazón. Creo que es un espíritu que alimenta una época triste y desoladora de nuestra historia de España, aunque solo tenuemente entra en su valor crítico.
Sí hay más una forma de acceso al sentimiento, a la contemplación de la tarde de lluvia, a la monotonía de los días, al paso del tiempo y a la sensación de que nunca sucede nada y si algo acaece es triste e infecundo. Las emociones, las sacudidas, los estremecimientos se crean y amplifican el poema, sensaciones de pérdida, de ausencia, de reconstrucción de la memoria, del frenesí de los afectos y de la espera de la muerte. Para ser un hombre joven el que escribió estos versos su espíritu había envejecido y la presencia de lo efímero y la audacia de lo nihilista está muy presente en ellos. No en vano comienza el poemario con este endecasílabo: “Llora hoy mi corazón tierno y doliente”. Imbuido por la poesía machadiana y su veta que llega desde el canto doliente de Rubén en sus versos de “Cantos de vida y esperanza”, Martínez Menchén no es ajeno a ese dolor de la existencia, a ese morirse lentamente en el precipicio de la nada: “Me empuja inexorable hacia la nada”.
Solo hay un remanso de paz cuando el poeta, a través de sus versos narrativo-descriptivos, se complace en observar la tarde, su dulce agonía, su penumbra…, a veces recuperada por la contemplación de la amada, por sus ojos, por su carne encendida. Como una música de Chopin, la singladura de las palabras de Martínez Menchén se hacen campo observado, campo detenido, con la lluvia siempre, con el barro, con la grisácea presencia de los chopos o los álamos que se agitan pero siempre temblando. Las calles taciturnas, la ciudad languidecida, las largas avenidas… sirven de marco para crear sensaciones y sentimientos que ahonden en esa vivencial monotonía, que actúen como pulso de los días, que se sucedan en el tiempo con ellos y se hagan a la vez tiempo recobrado, frutos de sensación o esplendentes cúpulas de grises y vidrieras oscuras.
Su poesía nace de esas tardes tristes que duermen los sueños, de una soledad bien timbrada que va creciendo en el poema como una breve historia del corazón, del corazón dolorido, incluso del corazón que teme, que busca y no encuentra: “Esta tarde muerta me llega aún en el perfume de tardes que murieron”. Una estación que preside el otoño, como no podía ser de otro modo, con sus matices envolventes y melancólicos, con su rumor de hojas secas y sueños y fantasías. Un aire machadiano ciertamente pero que llega desde “Soledades, galerías y otros poemas”. Y así lo constata cuando dice que “La tarde se ensombrece. En las palabras grises/ del Código resbalan los versos de Machado”.
La vida transcurre desde su contemplación, desde el alimento que llega al corazón y lo agita, desde la alegría contenida y desde la tristeza ensalzada. Pero también hay momentos para la exaltación, como cuando se refiere a la María del poema cuarto, con el sintagma con valor apreciativo de “alegre despertar”, y su carne fresca que enciende la pasión y los deseos: “Dulcemente… Una mujer de carne rubia y plena,/ un lánguido desmayo de placer ya sabido,/ uva dorada, un sol pequeño y dulce,/ un perfume azulado y un presentido mar”.
También el recuerdo de la madre amplifica el valor de los sueños, de esa vida que si fue una flor sombría puede también agradecer la dulce sensación de sentirse amado. Y este reconocimiento puede romper la quietud de la tarde y hacer madurar los silencios y transformarse en búsqueda sublime.


Morales Lomas y Martínez Menchén (Centro Cultural Hospital San Juan de Dios, Jaén, 2006)


Y siempre la memoria, tratando de reconstruirse, con ideas marchitas, como tratando de resucitar a los muertos que ya no están, implicando en ello la sangre y su fortaleza también de palabra, de nostalgia en sazón y de lucha. La lucha con la palabra para construir con ella el sentimiento hecho dulce melancolía, vieja sombra, viejo dolor. Una naturaleza que sirve de entorno para construir la horma del afecto y las emociones, siempre con aire fúnebre, como si el ocaso se apoderara del poema y en breves sustanciaciones vertiera el cansancio y el miedo, cuerpo retorcido, cuerpo desorientado, como el de Rosa, la ramera que dio su juventud a “la voraz manada de los hombres”.
Martínez Menchén logra crear imágenes dolientes y proyectarlas como Munch hacia el lector y jugar al cansancio y la desolación, y profundizar en el misterio de la tierra, en su fortaleza y en su negrura y crueldad, en el dolor rechinante y en la radiografía de sí. Porque siempre encontraremos en sus versos al escritor que siente, y el vacío como respuesta: “Qué dolientes las tarde sin aroma… Qué dolientes los gestos sin palabras… Qué doliente sonrisa la que vaga…”
Pero también, como en el último poema, puede haber momentos para la profunda pasión, y eros, desde su distancia, emerge con fueraza y aparece el tú de la amada que se adueña del poema-amor, de la ternura, de la palabra que sueña de nuevo y siente el cosquilleo del ser. Es primer domingo de otoño de 1964, y, aunque envuelto en la tristeza, resurge esa amada, esa vieja amada, con un claro deseo: “Que nos desnudemos y saltemos/ sobre el tiempo y sobre la angustia/ haciendo un rítmico espectáculo de nuestro amor/ para intentar, como tantas veces, ya que no conmoverla,/ al menos hacerla sonreír”.
Un descubrimiento el de estos versos, una evidente constatación de que la obra de Martínez Menchén es fiel a sí misma, profunda y desoladora, álgida en la creación y nunca ajena a la voluntad del sentimiento, producto histórico donde lo haya que, como los afectos, nacen en un momento y vuelven en un eterno retorno sobre sí.





lunes, 18 de abril de 2011

LLUVIA DE ALJÓFAR DE ENCARNA LEÓN POR MORALES LOMAS


Lluvia de Aljófar (Editorial Zumaya, Granada, 2010) de la escritora granadina, afincada en Melilla, Encarna León, se detiene en la reconstrucción de un tiempo vivido. Personajes y paisajes que han conformado la memoria ahora aparecen desde diversas perspectivas, pero siempre bajo el paraguas de los afectos y la recuperación de un sentimiento.


Se organiza en tres grandes apartados. El primero, San Antonio de la Florida (Madrid). En él recupera el año 1984 y la presentación de su primer libro; el segundo, De frondas y de Cirios (La Granja, Murcia): es un recorrido por La Granja y un canto a la naturaleza; y, el tercero, Un roce con el tiempo (Melilla, Marruecos, Otros itinerarios), se ofrecen diversos itinerarios.


En su “A modo de dedicatoria” la escritora nos anuncia que el presente libro ofrece una memoria emocionada al poeta melillense Miguel Fernández cuando se cumplen diecisiete años de su fallecimiento. La amistad que va surgiendo con él le ayuda a ir construyendo una serie de poemas que ahora se publican. Se considera su discípula y es todo un reconocimiento a su memoria. En él abunda en las explicaciones que serán de interés para el lector.


Abunda la luz y el desdoblamiento dialógico en la contemplación de las oscuras transparencias o en el rastro que van dejando los octosílabos de “Un ángel sostenía”, con su lírica sensual y barroca tan preciosista y fonética que se va adentrando por las sugerencias y una imaginería dominada por las sensaciones que ha producido el pálpito de la memoria. Poesía de la mirada, poesía que crece con el sentimiento mientras se aspira a la contemplación y la emoción interior con un abundante juego metafórico. Hay también mucho de restablecimiento y de historia personal de las emociones que se van abriendo a la naturaleza en los diversos apartados: “Despoblada campiña/ derramada por silentes caminos/ se ofrece atrevida”. La fotografía queda impresa en el poema, pero fundamentalmente la emoción de un momento vivido “mientras el susurro templado/ de los cirios alumbraba quedo/ y ascendía, en medrosa huida,/ llevándose el pensamiento/ hacia un infinito/ poblado de aguaceros”.


En la segunda parte podemos encontrar un encuentro con la naturaleza, con las frondas y los manantiales, con la sensualidad que despierta el serpenteante aire y el rumor sosegado de los trances. Una lírica para el encuentro emotivo y la conspiración de los afectos, embriagada y embriagadora con su abundante adjetivación tanto como las frondas o las luces y sus matices. Un recuerdo que crece y entusiasma a medida que la memoria toma cuerpo.


Melilla y sus habitantes ocupan un pedazo de ese sentir en el último agrupamiento. Contemplación del faro desde lejos que va abriendo el iris de la mirada hacia el pasado y todo ese tiempo tibio de aroma en Melilla: “No hay duda de amor/ en esta nuestra tierra/ donde la memoria presiente/ un destino curvado de naufragios”. El tiempo se apodera del poema y el pensamiento que se hace candor, imagen o proyección hacia el futuro en tanto se despierta como hija del sueño y “Melilla repite sus auroras”. Una lírica que nace tanto de la contemplación emotiva del paisaje cuanto de la profunda raíz de la memoria de los días y esa templanza del fluir del tiempo en el que se aprende a apreciar lo humano. Pero también aparece Nador, “coronado de azul y blanco”, o los atardeceres dorados en los que el muecín endulza el aire con su canto. El viaje, finalmente, se adueña de los últimos poemas para recordar a la promoción del 57 de La Salle y el éxodo de la memoria, lleno de alcázares y sueños.


Encarna León y Morales Lomas (Melilla, 2010)

domingo, 3 de abril de 2011

ECONOMÍA Y EMPLEO EN LA CULTURA POR MORALES LOMAS

Economía y empleo en la cultura (Consejería de Cultura, Junta de Andalucía, Sevilla, 2010) es un ensayo de más de quinientas páginas donde veinticuatro especialistas en temas culturales entre catedráticos de universidad, doctores en diversas disciplinas, presidentes de diversos organismos... analizan de modo concienzudo y riguroso el estado de la cultura y su tejido industrial. Como dice el consejero Paulino Plata en las palabras liminares, "la cultura es un elemento muy valioso para el desarrollo económico de un territorio, actúa como fuente de riqueza y de empleo, a la vez que actúa como un indicador crucial de la madurez y dinamismo de una comunidad (...) Su rentabilidad económica es en muchas ocasiones invisible o poco reconocida, pero lo cierto es que se trata de un sector con un enorme potencial. La contribución de la cultura a la riqueza nacional, en términos de porcentaje del Producto Interior Bruto español puede situarse en torno al 4% (...) Esta obra aborda la vida laboral desde distintas miradas -económica, jurídica, sociológica, psicológica...-. Los autores transitan por un escenario económico para estudiar y reflejar la actividad de los profesionales y las empresas del sector. Ahora, más que nunca, es conveniente hablar y trabajar en la economía de la cultura. Debemos destacar las aportaciones que hace a nuestro bienestar y ser capaces de aprovechar todas las posibilidades que ofrece".


A continuación pueden ver el índice de la obra.



Uno de los capítulos de la misma figura la contribución de Morales Lomas como presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios que lleva por título "La actividad del escritor" (pp. 299-322).



FRAGMENTO DE LA ACTIVIDAD DEL ESCRITOR POR MORALES LOMAS


La obra la pueden solicitar a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Resumen La situación del escritor ha sido vista tradicionalmente y por el neófito como un mundo idealizado en el que existe mucho de proyección mítica de esa figura que crea mundos paralelos al nuestro. Sin embargo, en muchas ocasiones, no es este el perfil real. El escritor es ante todo un trabajador, un creador de palabras y mundos, y como tal su función es doble: inventar algo ex novo y darlo a conocer a sus congéneres. La mayor singladura, la aventura más peligrosa se produce cuando un escritor pretende dar a conocer sus obras pues encuentra múltiples dificultades. En el presente escrito llevo a cabo un sucinto análisis de la situación general del escritor, los diversos modos de abordar la escritura, la función social del escritor en la sociedad contemporánea, la dinámica de su trabajo creador, las dificultades de la edición y la incertidumbre que encierra esta, así como las perspectivas de futuro en una sociedad cada vez más tecnológica. En otro apartado abordamos la relación con las instituciones y la labor que estas hacen en Andalucía. La situación es compleja pero se puede reducir sensiblemente a la necesidad de la búsqueda de la expresión en un mundo cada vez más deshumanizado en el que, progresivamente, se está poniendo de moda un tipo de literatura con la que se pretende única y exclusivamente la plusvalía y deja al escritor en el onanismo literario. Esta perversión incide en ese proceso que va de la creación de la escritura al lector, con toda la problemática que se produce en la edición, la distribución y la publicidad de la obra. Palabras clave Escritor, problemática, función social, libreros, editores y distribuidores. El escritor y su función social El escritor cumple una función social: convierte el mundo en objeto artístico. Esta capacidad para subjetivar la realidad con sentido o sin él, es decir, con el absurdo del arte, que sería el mayor de los discernimientos, convierte al escritor en un demiurgo. Y adquiere el bagaje de la creación. Toma sus bártulos y se echa al camino para conquistar la verdad del hombre o su tontería, su bondad o su maldad, su personal comprensión o concepción de lo observado. El escritor, a su modo, es un dios pequeño, un dios vago y estéril que trata de encontrar acomodo en la creación. Intenta descubrir «objetos» que adquieran forma definida. La reinvención de la realidad o su acomodamiento a la misma (su mimesis) con otros ojos es el ministerio del escritor y, en consecuencia, cumple la función de dotar a la realidad de múltiples sentidos y de ampliar su punto de partida, su recepción múltiple. Decía Antonio Machado que la poesía es diálogo del hombre con el tiempo, y esta dimensión temporal del escritor va en relación con su transitoriedad pero, sobre todo, y también, con la proyección de su obra ad límine, en otras épocas, con objeto de que sirva de comprensión novedosa de su visión en la tierra. Este afán testimonial ha permitido hablar del escritor como artista transformador o revolucionario y de la literatura con un afán claramente instigador, la palabra como un arma cargada de futuro en versión de Blas de Otero, Gabriel Celeya o José Hierro. Y así fue en determinados momentos, sobre todo cuando esta podía coadyuvar en la transformación del statu quo. Quizá por ello el arte (y la literatura como tal) no es para Marx una actividad humana accidental sino un trabajo superior en el cual el hombre despliega sus fuerzas esenciales como ser humano y las objetiva o materializa en un objeto “concreto-sensible”, como bien nos decía Adolfo Sánchez Vázquez en Las ideas estéticas de Marx[1]. Pero no siempre fue así. En muchas ocasiones el escritor lo que trata es de comprender el mundo y transmitir su visión de esa comprensión, que no tiene el porqué ser verdadera o cierta, pero sí personal y única. En consecuencia, mucho hay de transitoriedad en la labor del escritor y disposición a ser testigo de una época. Y como no todas son iguales, la literatura es informadora siempre de un momento histórico, aunque la comprensión de una realidad en un momento histórico determinado pueda sentirse en otras circunstancias ad futurum o al menos puede apreciarse su voluntad de objeto artístico permanente. Y esto sucede así porque la literatura es la recipiendaria de un sentimiento. Y los sentimientos son históricos: pertenecen a una coyuntura, nunca son eternos. El escritor dota de sentido a la observación de lo contingente y perecedero. Su trabajo es apasionante porque su encuentro con la materia es doble: por una lado, lo observado; por otro, la praxis de la escritura[2], su voluntad de ordenar el mundo desde el verbo: al principio fue el verbo, y el verbo habitó entre nosotros: “El poeta que va a hacer un poema tiene el vago sentimiento de que parte hacia una cacería nocturna en un bosque muy lejano”, dirá García Lorca[3] para expresar esa dimensión ignota del hecho creador. Esta plenitud tenebrosa de la creación literaria ofrece para el escritor una sugestión extraordinaria, la verdadera motivación de la escritura (o al menos una de ellas) pues sucumbe a la seducción ex nihilo: crea algo que no había antes. Pero también es cierto que, en esta búsqueda y tránsito por un mundo inédito, el escritor también se enfrenta solitariamente a la creación en su dimensión dramática, en absoluta soledad y con la intuición de que la creación a la que se ha encomendado lo sitúa frente al problema de su propia existencia, su libertad y el lugar que ocupa en el mundo, material o espiritual, que quiere representar, como decía Pérez Rizzi[4]. Pero en su poder de creación, en esa consistencia de demiurgo, la vocación estética procede del objeto observado: “La obra de arte adquiere verdaderamente una existencia propia, que le permite imponerse como individualidad estética, sólo en la medida en que parece habitada por una especie de necesidad interna, que debe traducirse en una adecuación rigurosa de la forma al material y viceversa. En la obra acabada se da como un equilibrio milagroso que el menor desplazamiento podría romper y que corresponde a la perfecta materialización de la forma”[5]. Pero también la literatura aporta una dimensión colorista al dar una visión esperanzadora (al menos así la ha visto Alan Woods) pues el arte (y la literatura lo es) en todas sus formas “nos hace abrir los ojos, aunque sea sólo por un momento fugaz, ante nuestra monótona existencia cotidiana, nos hace sentir que hay algo más en la vida, que podemos ser mejores de lo que somos, que las relaciones entre las personas pueden ser humanas, que el mundo puede ser un lugar mejor. El arte es el sueño colectivo de la humanidad, la expresión del sentimiento arraigado de que nuestras vidas no deberían ser así y que deberíamos luchar por algo diferente”[6]. El artista debe huir de su propia persona y situarse en un plano superior sobre el que contemplar el teatro del mundo. El artista es el único que puede desprenderse del guión establecido y sentarse en el auditorio para contemplar cómo los simples mortales interpretan su papel. Él puede llegar a comprender el guión y situarse en la verdadera realidad, fuera del tiempo y el espacio. Sobre todo fuera del tiempo, que para Schopenhauer no tiene una existencia absoluta, no es una manera de ser en sí de las cosas y no es más que la forma de conocimiento que tenemos de nuestra existencia. De este modo tiene el artista la capacidad de situarse en un plano externo al mundo, contemplando y entramando sus leyes con la posibilidad de salirse de ellas, dejando a un lado las apariencias del espacio y del tiempo. Sin tiempo la palabra muerte no tiene sentido ya que sería el fin de la vida y no puede haber principio o fin si eliminamos el tiempo. Comprendemos la vida cuando nos enfrentamos a la muerte, a la ausencia del tiempo, y el arte puede hacernos comprender esto aunque sólo en determinados instantes... [1] SÁNCHEZ VÁZQUEZ, A. (2006) Las ideas estéticas de Marx. Madrid: Siglo XXI, 2006. Afirma que para Marx el hombre lo es en la medida en que crea un mundo humano, y el arte en general aparecería como una de las expresiones más altas de este proceso de humanización y como trabajo superior eleva las condiciones de ese ser. Por supuesto, muy interesante en este sentido es la obra de MARX C. Y ENGELS F. (1968) Sobre arte y literatura. Madrid: Editorial Ciencia Nueva, 1968. [2] El elemento técnico (la techne para Aristóteles) es consustancial al hecho creativo. García Lorca decía que él era poeta gracias a Dios y a la técnica. Y también decía Kant que “Genio es el talento (dote natural) que da la regla al arte”. La dimensión genética o deífica, y la dimensión léxica y la capacidad de organizar el mundo a través de la palabra. Como dice LABRADA, M. A. La racionalidad en la creación artística. [en línea] [Consulta: 30/04/2009] que cita a su vez a HEIDEGGUER, M. (1961) Nietzsche. Tübingen: Neske, vol. 1.°, p. 96, “como es sabido, el término «arte» —en el sentido usual hoy de creación, deriva del término «techne» empleado por Aristóteles y que los latinos tradujeron por «ars». Del mismo término aristotélico (techne) deriva asimismo el actual de «técnica», y es, precisamente, esta proximidad de los términos «arte» y «técnica» lo que plantea problemas para distinguir el significado de ambos: «el arte es la techne. Se ha sabido después de mucho tiempo que los griegos denominaban con este nombre tanto el arte como el oficio, y según este término denominaban también al artista y al artesano con el nombre de technites...»” [3]GARCÍA LORCA, F. La imagen poética, citado por IBÁÑEZ LANGLOIS, J. M. (1964) La creación poética. Madrid: Rialp, 1964, p. 221. Aunque también dijera García Lorca en Juego y Teoría del Duende, que: “El ángel guía y regala…vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia y el hombre sin ningún esfuerzo realiza su obra… La musa dicta y en algunas ocasiones sopla… despierta la inteligencia.” [4] PÉREZ RIZZI, M. A. El problema de la creación artística. [en línea] [Consultado: 30/04/2009]. [5] LADRIERE, J. (1978) El reto de la racionalidad. Salamanca: Sígueme, 1978, p. 151. [6] WOODS, A. El marxismo y el arte. [en línea] [Consultado: 28/04/2009].

La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano