LAS ALIMAÑAS DE LA GUERRA
ANTONO SOLER PUBLICA EL DÍA DEL LOBO EN ESPASA
FRANCISCO MORALES LOMAS
Uno de los narradores andaluces con más proyección internacional, Antonio Soler, publica El día del lobo, una nueva novela ambientada en Málaga durante la guerra civil española y la posguerra. Soler posee una amplia trayectoria literaria y un profundo reconocimiento con dos veces el Premio de la Crítica (pocos los tienen) y dos también el Premio Andalucía de la Crítica entre muchos otros: Nadal, Primavera, Juan Goytisolo, Dulce Chacón…
Mucho me he dedicado a escribir de la narrativa de Soler durante los últimos treinta años desde que (no sé si lo recordará), gracias a mi iniciativa, desde 1998, un aula del Instituto Mare Nostrum de Málaga lleva el nombre de “Aula Antonio Soler”. Próximamente, la prestigiosa editorial Comares, por iniciativa de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, publicará Las palabras de la fábula, un libro de ensayo donde dedico un buen número de páginas a analizar su narrativa.
¿Qué aporta El día del lobo a la abundante bibliografía de la guerra civil española? Yo diría que existen dos elementos fundamentales y diferenciadores que nos ofrecen una visión trascendente: su foco de atención se centra sobre personas humildes que tuvieron que abandonar sus casas (estamos ante la cacareada “debandá” de Málaga, término que él no comparte) por miedo a ser asesinados, violados o masacrados, e iniciaron el camino de huida hacia Almería por la carretera de la muerte mientras eran bombardeados por el ejército de Franco; y, de otra parte, la necesidad de evitar crear una novela de parte, como tantas otras de la guerra. Hemos estado muy habituados a que según la ideología del narrador la novela podría resultar a favor de unos o de otros. Soler crea una especie de distanciamiento brechtiano y señala las barbaridades de uno y otro bando de modo que logra una gran credibilidad. No obstante, está claro que el responsable del ataque a estas personas indefensas que huían hacia Almería no fue otro que el dictador Franco. No nos engañemos. Soler parte de una historia familiar, personal e intransferible: su familia, sus abuelos, su madre… (su padre estuvo en el frente de Madrid) vivió esta tragedia y todas las informaciones que tienen su origen en la familia le sirven que fondo documental para contar una historia centrada en sensaciones: miedo, desazón, pérdida, dolor, muerte… Agrandado ese fondo documental con información histórica, mucha le llega a través del historiador y amigo Fernando Arcas que en su grupo de investigación analizó a fondo la situación en Málaga. Y este hecho le permite introducir fragmentos textuales de historiadores solventes para darle mayor verosimilitud y veracidad a sus palabras. Algo que le interesa poner de manifiesto desde el principio: contar la verdad, y no crear un panfleto. Soler se acerca a la tragedia con un profundo sentimiento, revive momentos de extraordinaria angustia con una enorme sensibilidad y absoluta pericia, con un estilo raudo, claro, de frases cortas y perentorias, buscando más un discurso de crónica periodística que una recreación literaria con abundancia de simbolizaciones, símiles o lenguaje connotativo. Aquí hay un lenguaje más denotativo, como de crónica periodística, que apunta a expresar esa realidad que durante tantos años ha vivido en su interior como ser humano y ahora ha encontrado el momento de expresar. Desde la primera persona y una actitud crítica profunda, acercando aquellos momentos al presente, a la guerra de Ucrania o a los migrantes de Latinoamérica, Soler tras una especie de entradilla inicial entra ya en el año 1936 y la situación familiar: el padre, un alicantino malagueñizado y su madre. A través de capítulos breves y dotados de rapidez narrativa nos va introduciendo en el contexto de época, los desmanes de unos y otros, con interpolaciones de Mercedes Formica, de Paul Preston, de Gamel Woosley, Joe Gould, Juan Eduardo Zúñiga… los abuelos maternos, su tío… Nos habla de la tercera España, esa gente que “en cualquier momento puede ser detenida y fusilada por un bando o por el contrario”. Hay escenas secundarias, breves episodios sobre acontecimientos fundamentales en secuencias casi cinematográficas (un elemento siempre a destacar en su obra), y sus ideales siempre presentes, que comparte con su abuela: “trabajar en paz y progresar juiciosamente dentro de una sociedad desprovista de abusos de poder y tiranías feudales. Vivir en un mundo en el que hubiese reparto de riqueza con discreción y se ejerciera la solidaridad sin que esta fuese ejecutada a punta de pistola”. En definitiva, un humanismo solidario.
Las sacas y asesinatos, las constantes referencias a su padre, el descontrol de los milicianos, y la profunda visión de Málaga, centro siempre de su narrativa. Y la huida de Málaga el 7 de febrero de 1937. Llega el lobo, ese símbolo del terror y la destrucción. En definitiva, una obra para sentir en profundidad una tragedia que es revivida con maestría y nos muestra a ese ser humano “como mineral que puede ser troceado, descompuesto, convertido en producto de matadero”.
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