sábado, 20 de octubre de 2018

LA POESÍA DE RICARDO BELLVESER POR F. MORALES LOMAS




ARTÍCULO PUBLICADO POR F. MORALES LOMAS EN CUADERNOS DEL SUR DE DIARIO CÓRDOBA, SÁBADO 20 DE OCTUBRE DE 2018

‘El sueño de la funambulista’. Autor: Ricardo Bellveser. Editorial: Olé Libros. Valencia, 2018.
En El sueño de la funambulista el escritor valenciano Ricardo Bellveser escoge aquellos poemas de toda su producción que más han demandado los lectores en sus recitales y con los que él personalmente más se identifica. A pesar de la autonomía propia de cada libro, existe un eje transversal axiológico: el sentido de la existencia. Nuestra esencia solo es reconocible en nuestra existencia, en el estar ahí (Dasein) de Martin Heidegger, y en la dimensión que alcanza el título nerudiano Confieso que he vivido. En la poesía de Bellveser nos movemos en esos parámetros que, al fin y al cabo, son el mismo: la razón de nuestro ser-existir en la tierra.
En La estrategia (1977) surgían poemas que surcaban la interpretación paradigmática de historias, de situaciones, observadas con «otros» ojos, con una retórica antisentimental, pero, al mismo tiempo envolvente, de crear, de profundizar en una imagen «nueva» de la realidad absurda, no en esa imagen retórica y tópica que otros han generado. Surge ahí el personaje que da título al libro, la funambulista (el juego equilibrio/desequilibrio, y el riesgo de caer). Este paradigma es nuestra existencia. La vida es arrodillarse y levantarse. Con ese término ahora tan de moda, pero que no es sino una mala traslación de un concepto que ya existe en español: «resiliencia»: «Su espejo le recuerda lo austero/de los ensayos y lo parco de los éxitos». Y con este paradigma hayamos otros, como el amor/desamor/estupor; el Marco Aurelio postural; los héroes Aquiles y Patroclo con su filosofía vital y el abatimiento o la aceptación del destino: «Nadie busca lo no perdido,/sino lo no hallado, luego su emoción/no debe confundirse con angustia cósmica sino con la aceptación del destino».
Cuerpo a cuerpo (1977) incide en el camino tortuoso y la búsqueda a través de diversas imágenes y situaciones reveladoras, como la de Praxíteles, Fidias, la de Sócrates o los cadáveres de la guerra en ese dibujo impregnado de muerte. Es un camino de perdición, de naufragios en ese cuerpo a cuerpo con el existir porque nos disponemos a adentrarnos en un océano imprevisible, «enigmático», dice el poeta, con unos «arbitrarios maderos».
En Manuales (1980) profundiza en el sentido del lenguaje como retórica para conformar nuestra existencia, para definir ese juego de pasado/presente/futuro, y la razón del ser en esa senda en la que la memoria no siempre se manifiesta, a veces como vacío, y la realidad es múltiple y una, aunque intentemos redimirla de un modo convincente. Por eso define la memoria como «un charco», «estiletes de la memoria», y apuesta por esa galería vital, por la búsqueda de la felicidad.
Después publicó Julia en Julio (1998) con un juego de luces y sombras, amor/desamor/silencio; y Fragilidad de las heridas (2004), que complementaba el anterior con la temática de la ausencia y la brevedad de nuestra existencia.
El agua del abedul (2002) nacía de la magnitud de lo temporal y el distanciamiento entre el hecho narrado y lo emotivo del narrador para adentrarse en la idea de que «En cada viaje hay una noche», o hacia «el alma expulsada del hosco sueño». Crea la síntesis entre lo simbólico-trascendente, lo emotivo y la magnitud de la historia personal que, al final, deviene un encuentro social, una metamorfosis desde lo privado a lo público, una proyección profundamente sentida lo emotivo que se impregna del paisaje exterior y adquiere destellos de un discurso interior.
Las cenizas del nido (2009) ahonda en el sentimiento y la memoria. El poeta entra en la casa de sus padres una vez que estos han fallecido y se reencuentra con objetos del pasado, con huellas distantes, sacudidas, detalles y pequeñas cosas que van erigiendo una vida. Es un libro de inventarios que nos permite reflexionar también sobre lo que somos en función de lo que quisimos ser, un tránsito en el vértigo que produce adentrarse en el desván de la memoria, en el pálpito de los vestigios de una época periclitada.
Jardines (2013) entra en la simbología de este territorio, una temática muy recurrente en poesía desde el siglo de oro en la que profundiza con nuevos impulsos en el que lo eterno se hace cotidiano y viceversa: «Mi pecho está alfombrado de piedras y jardines».
Por último, Primavera de la noche (2016) es un vuelo de celebración que se encarama al tiempo y sus pesos, sus memorias y sus grandes verdades, donde el poeta se declara y consiente en defender la existencia con una arquitectura interiorizada sobre lo que ha sido el tiempo vivido pero también lo que resta, y habiendo sido consciente de un bagaje aprehendido. Este último libro es una oda a la esperanza muy loable y confiada que nos habla de la gratitud por vivir, como lo es toda la producción de Ricardo Bellveser.
F. MORALES LOMAS Y RICARDO BELLVESER, ATENO DE VALENCIA, MAYO 2017


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