LAMENTAMOS PROFUNDAMENTE EL FALLECIMIENTO DE LA POETA ALMERIENSE PURA LÓPEZ CORTÉS AYER QUINCE DE NOVIEMBRE. HABÍA SIDO MIEMBRO DE LA ASOCIACIÓN ANDALUZA DE ESCRITORES Y CRÍTICOS LITERARIOS Y DE LA ASOCIACIÓN COLEGIAL DE ESCRITORES, LLEVANDO A CABO UNA INTENSA ACTIVIDAD COMO POETA Y DIFUSORA CULTURAL EN ALMERÍA
LA DESPENSA DE LA MEMORIA
MORALES LOMAS
La poesía también se escribe para no
olvidar. Hubo un tiempo en que la poesía fue un arma cargada de futuro. Incluso
una forma de ver el mundo o corresponder con la palabra al pálpito de vivir,
como una experiencia vivida. En Alacena,
la palabra es memoria, corazón vivido y razón para recordar y rememorar
situaciones, momentos, personas que se han ido o ambientes que han organizado
un mundo personal. En Alacena, con
una bella publicación de Ediciones Carena que dirige el editor y escritor José
Membrive desde Barcelona, se hace memoria histórica pero, sobre todo, historia
de los sentimientos y los afectos. De ahí su título, sencillo y constante,
definitivo, como esta mujer venida de Almería con cuya palabra y presencia
constatarán que el verso es también el escritor, la escritora.
Alacena
nos descubre un mundo personal pero también una época, un mundo que se nos
organiza estrictamente desde lo social a lo individual y desde lo más lejano a
lo más cercano e íntimo. Sus poemas son breves historias, instantáneas,
imágenes que nos seducen por su contención y piden al lector la palabra, su
complemento, su razón de ser. Desde la sugerencia llega más a ese lector que
sabe que la historia la escriben los vencedores pero acaban conquistándola los
derrotados. Pura López Cortés viene desde ese ámbito de la capitulación, desde
la singladura del cauce que crea la libertad, desde una bondad permanente con
el lector con el que quiere la seducción de lo intuido, acaso de lo no dicho,
acaso de lo silenciado. Pero otras veces, sobre todo en los versos más íntimos,
en los versos de amor, o en los versos dirigidos a sus padres, reconoce un
afecto, y se permite palparlo, declararlo libremente, directamente, con
absoluta bondad y casi idealismo.
Hay un halo de autenticidad en estos
versos que vienen del frío (la muerte y nuestra guerra civil presiden algunos
de ellos) y nos conducen al viento cálido de la memoria cuando su padre se
apodera de ellos en los versos finales: “Este vacío extraño, despoblado,/ esta
niebla que en le recuerdo insiste,/ esta punzada sorda que persiste,/ este
sentirte tan próximo y lejano;/ me hace convocarte, perseguirte/ y casi no
consigo, ni en sueños, reencontrarte…”
PURA LÓPEZ CORTÉS Y MORALES LOMAS EN MÁLAGA, EN LA PRESENTACIÓN DE SU LIBRO ALACENA, 2010.
Pura López Cortés profesora,
escritora, crítica y presidenta del Ateneo de Almería durante algunos años,
crea una imagen entrañable y sentida de una época y de unos seres queridos que
crecen en sus versos, en su paleta cromática de claroscuros, siempre cálidos y
seductores.
El poemario lo conforman “Recuerdos de
la guerra”, “Recuerdos de la niñez”, “Recuerdos de juventud”, “Recuerdos de
amor y desamor”, “Otros recuerdos” y “Recuerdos de mi padre”. Y al respecto dice en “Nota del lector” que
precede a los mismo a modo de explicación: “Las personas en gran parte somos
hijas de nuestro pasado, de un pasado que criba el tiempo, de forma que
prevalecen los hechos, las situaciones, las circunstancias, las vivencias más
importantes, y son ellos los que, fundamentalmente, configuran nuestro ser y
nuestro estar, nuestro hacer y nuestro espectar. Así pues, de algún modo, el
recuerdo es, además, no sólo presente, sino también futuro. Así pues, mi
memoria me ha hecho sentir como siento, ser como soy”. Un rasgo de sinceridad y
compromiso con el sentimiento pero, sobre todo, con la historia familiar y
sentimental. Ante el Valle de los Caídos sólo puede sentir vacío y terror. Y llanto o estremecimiento de sangre ante las
muchas injusticias, ante los muchos crímenes franquistas. Personajes concretos
son objeto de sus versos, como Canepa, el violinista fusilado… Escenas de
guerra, imágenes concisas, innegables, cerradas, que con la paleta negra
convierte en relatos donde la historia se adentra por el profundo dolor de lo
humano. Pesadillas, mujeres ejecutadas por hacer propaganda antifascista o
personajes que nos enseñaban a decir lo que había que decir y a obedecer lo que
había que obedecer porque la libertad era cosa de otros.
La infancia es un proyecto, pero
también una imagen sólida en sus versos, a través de esta cromática paleta que
sobre todo al principio del poemario es sufridamente trágica y negra. Esa
España vencedora que nos enseñó a amar el miedo y poseyó nuestra venganza con
prohibiciones, disciplina, actos de contrición y monotonía machadiana. El
exilio, la emigración, la huida… como conjuro y acaso como conquista o derrota.
Juventud bajo la ideología opresiva que nos enseñaba a sacrificar el alma y el
cuerpo y a adorar lo amarillento de nuestra historia de vencimientos: “Me
dijeron: no leas a Machado,/ Blasco Ibáñez, García Lorca./ -Miguel Hernández
silenciado-./ Pecado leer la Biblia./ Había que ir a misa,/ no pensar en el
sexo./ Tenías que ignorar el “Comunismo”,/ las “Sectas Protestantes”, el
“Existencialismo”... Moral de época bajo el emblema de las medallas y las
estrellas en la bocamanga, moral de puertas cerradas y prohibiciones para una
época patria.
Pero también el amor, un amor que se
sincera y advierte de un creciente erotismo que bucea al unísono con la lírica
de la espera, una espera permanente como esa Penélope tejiendo sueños, rumores
de voces olvidadas o reconstruidas, “esperando la aurora de tu arribo”. Sí, a
la espera de una orfandad de amor que desvelara el secreto de los afectos y las
declaraciones amatorias: “Amor, te escribiré cuando ya todos duerman,/ cuando
sólo tú existas para mí solamente./ Cuando me quede sólo con tu ausencia
elevada/ como un puñal de hielo sobre mi boca triste”. Un amor de ausencia, como en aquellos
cancioneros medievales, y un amor hollado, vivido, apasionado en la espera
tediosa.
Pero sobre todo Alacena, es la despensa de los sentimientos más cálidos cuando el
poema se acerca a los seres queridos, a su madre cercana, a su padre ausente y
rememora situaciones, momentos de esa historia personal. A través de un proceso
de concentración, el poema se hace sin embargo extenso en los afectos y
almidonado y vamos desde la evocación de lugares hasta la organización del
mundo que en el sentimiento posee su última razón de ser: “Cuando arribe mi
barca cansada a la otra orilla,/ ¿estarás allí, padre, bajo la sombra fresca/
de añosos eucaliptos, envuelto en esa brisa/ seca y recia de pinos que tanto te
gustaba?/ ¿Estarás allí, padre, asomado al balcón/ de los Pueblos del Róo,
esperando a los tuyos?
Poesía, en fin, para ese corazón que se
hace memoria y se adensa en la singladura de historias e imágenes que, como
dice Antonina Rodrigo en el prólogo, son una reivindicación de la lucha, en un tiempo doliente, abonado de tristeza, con
escaso resquicio para la esperanza, pero también un testimonio de una época, de
un sentimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario