Identidad vital
Juan Carlos Abril publica ‘En busca de una pausa’
F. MORALES LOMAS
Francisco Morales Lomas
09/02/2019
09/02/2019
En busca de una pausa de Juan Carlos Abril nace de un principio relevante: la construcción de la identidad vital y lo vivido con un impulso hacia el futuro. El título ya sugiere esa dilación reflexiva. Esta galería existencial posee un recorrido preciso que erige hitos en el camino: el exilio involuntario, la amistad, la detención en el camino, el aprendizaje/desaprendizaje y la vuelta. Son temáticas que le permiten al poeta especular sobre el sentido de los sueños y la nostalgia del futuro, pero también adentrarse en sí mismo e incidir en su felicidad alcanzada o inhóspita: «No somos/lo que somos/sino lo que seremos./¿Despierta al otro que hay en ti!/Aunque no esté de moda,/su utopía/vuelve habitable el mundo». Existe mucho de arquitectura personal a través de la mirada en el espejo de la conciencia y de la vida, en un desdoblamiento de su yo que le permite ponerse del otro lado y descubrir «la realidad, la verdadera». Y en esa realidad el yo poético que nos revela con sus dudas y sus claridades el sentido de esa identidad: «Quién soy yo/que aprendí a vivir/con la respiración nerviosa/y el antifaz, las manos hábiles/de un corazón en vísperas». Un concepto que remarca en toda la obra y nos conduce por su laberinto interior, siempre propenso a la dialéctica de determinación/indeterminación, aunque con ese prurito se construya el poemario para conocerse y saber por qué vericuetos nos hemos conducido. En plena madurez vital, el poeta se pregunta por sueños de antaño, por el camino hollado y sus símbolos: «Las severas horas/de la autocrítica». Es consciente de la complejidad de esa realidad, de su misterio, de los «amaneceres/agrios» y la convivencia con la enfermedad: «La vida, me decían, es muy simple,/pero el complejo era yo». Unas veces con un discurso lleno de evidencias, y otras simétrico con la simbología del camino y el atajo vital con todos sus auxilios personales: tierra que tiembla, lucha, misterio del corazón, corrientes emocionales con la presencia del amor y la necesidad de autenticidad. Pero siempre renace un discurso ético, que nace de la existencia tenga un pleno sentido: «Yo sé que no estás solo/ buscando otra moral,/pues para encontrar algo hay que perderlo./Y para ser feliz hay que sentir/el mundo con su estómago vacío,/su orilla fabulosa/de arenas devorantes». Una sorprendente imagen que nos convoca hacia un humanismo reflexivo y vital abierto también a las interpretaciones donde zozobra contenidamente un ser en la encrucijada vital donde sobrevivir ante las decepciones y los sueños rotos, pero siempre mirando hacia la luz del futuro con el azar de la compañía y la corriente emocional del discurso amoroso como en «Esperar es un camino». Un hombre ante su destino y ante la contemplación de su pasado para extraer consecuencias en medio la vorágine de las ficciones, de las expectativas, de los amaneceres rotos y con la consistencia de lo vivido y la sobriedad de sus conclusiones: «Nadie dijo que vivir/fuera fácil, vivimos tiempos/deshabitados y se desbaratan/aquellas precauciones impermeables».
Un poemario sustancial, complejo, rico en matices donde hay amplios y profundos consensos sobre la indagación poética y el bastimento de los sueños en una lírica que nace siempre para la conciencia y el conocimiento, como en «Para escapar», donde con una claridad meridiana expresa un momento de su existencia sobre la que ejerce la autocrítica: «Me amenazaban, querían cambiarme/con argumentos generosamente absurdos (...)//No fui constante -Abril/mezclando memoria y deseo-/Ni amé demasiado la vida». Pero también donde emerge la preocupación por el Dasein, esa voluntad consciente de ser, estar, pensar: «Yo creía en las cosas/porque necesitaba creer,/porque pertenecía a un código». Un lenguaje para la construcción de un pensamiento que sea un cierta respuesta moral ante la existencia y en la recuperación de su yo: «Y tú/una nueva moral que implique/otro común denominador, otro/ sentido común». Son muchos los poemas como «Palimpsesto», «Los últimos días» ... en que se halla esa dialéctica de presente/pasado y en los que a través de la redención memorial vacía su vida, su inocencia, su dolor... tratando siempre de conformar la forja de un hombre, como en su poema «Pan de ayer», donde reconoce que todavía permanecen aquellas ilusiones por las que un día luchó. Un recorrido por los ámbitos vividos pero con el proyecto de futuro «y una sed de ilusiones infinita», en ese juego también de desencantos y procesos de autodestrucción y besamanos con el amor y la paciencia del vivir.
En definitiva, un poemario jubiloso, de gran altura lírica donde subyace el tiempo vivido como alianza para edificar los sueños, nuevos caminos sin imposturas y la esperanza de hallar el ser en su identidad creadora.
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