sábado, 5 de mayo de 2018

FRACTURA DE ANDRÉS NEUMAN POR F. MORALES LOMAS EN CUADERNOS DEL SUR DE DIARIO CÓRDOBA




F. MORALES LOMAS

La historia siempre tuvo un aroma a muerte. Japón, desde las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, no fue ya nunca el mismo lugar. Seguramente tampoco lo habrá sido después de Fukushima. Estas potentes historias de amargura, muerte y descomposición social son las que se unen y se sintetizan en el espíritu de Watanabe, un superviviente de Hiroshima aunque criado en Nagasaki, el protagonista e hilo conductor de Fractura, la última novela de quinientas páginas del hispano-argentino Andrés Neuman. Mucho de extirpación de memorias y sucesos globalizadores tienen su génesis en esta novela de la memoria (como impedimenta) pero también del día a día. El tiempo está en guardia para Watanabe, como dice en la primera línea Neuman. Y este tiempo es el que recorre el autor por diversas latitudes: París, Nueva York, Buenos Aires, Madrid, Tokio y otros lugares de Japón. Neuman construye la existencia de Watanabe desde el terremoto de Fukushima que activa de nuevo las «placas de la memoria» desde ese otro momento que también vivió Watanabe, la bomba atómica de Hiroshima. Desde ese instante la realidad es una intermitencia y también la vida de Watanabe, que no tiene continuidad en sus sentimientos y estos se cercenan a los pocos años de nacer con parejas nuevas. Construida en once capítulos, aunque en realidad el último es un epílogo de prosa poética en torno al agua, como símbolo que se define líricamente en siete párrafos. Siendo el primer capítulo un recorrido deslavazado por sensaciones, circunstancias y definiciones ante ese tsunami inicial y el «estallido» de Fukushima. En los capítulos interiores se construye la historia personal y sentimental de Watanabe a través de las voces narrativas en primera persona de sus parejas, que le llaman siempre Yoshie. Primero, en París (capítulo 2), hasta el momento en que marcha a EEUU. Es un encuentro con una ciudad en la que necesita perder la memoria. De hecho esta es símbolo de esa pérdida: «No me acuerdo de cuánto me duró la inocencia». Descrito como un hombre pudoroso (Yoshie Watanabe estudia Economía en París), la narradora y pareja de Watanabe aborda su sicología y todo su ámbito personal en relación con París y su propio mundo, y le permite romper los tópicos en torno a los japoneses sobre su «distancia» y «poca emotividad». Yoshie intenta no reducir su identidad a aquella tragedia vivida. Es un capítulo que nos ha recordado inevitablemente a Rayuela de Cortázar, cuya lectura como subtexto está presente. En el capítulo 3 reconstruye en tercera persona situaciones de su infancia tras la bomba atómica, la escuela, «la oscuridad en mitad de la mañana», «descubriendo que no quedaban caras como las caras», y sobre todo las secuelas de la guerra y la muerte en toda la población, pero esta situación se une con acontecimientos más recientes como los sucedidos en Fukushima, más de sesenta años después. Es un recorrido de ida y vuelta por las tragedias y su impacto y la sensación de haber muerto y resucitado, a través de la sexualidad y las relaciones sociales como acicates y símbolos en diversos continentes que le permiten inducir a una novela globalizadora de ámbito universalista. Es un capítulo de transición para conformar un ámbito social que da paso de nuevo al ámbito privado (en el 4) a través de una nueva narradora en primera persona, la periodista judía Lorrie, que habla de su relación con él. Es una especie de monólogo interior donde su existencia personal se une a la de Watanabe para mostrarlo desde otra perspectiva y señalar que «Yoshie no se molestaba en criticar la monstruosa desproporción de los exterminios nucleares». Hay una componente crítica evidente de la narradora en torno a muchas actuaciones japonesas y, sin duda, junto con el siguiente son los capítulos más rico e interesantes, siendo este último (el capítulo 5) un complemento en tercera persona, donde se expresan las sensaciones de nuevo ante las bombas atómicas cómo todas las tragedias acaban repitiéndose, como en Chernóbil. La traductora Mariela hablará de su relación en el capítulo 6, para pasar al 7, donde se centra de nuevo en Fukushima y el profesor Sasaki. La española Carmen retoma el capítulo 9. Estamos en Madrid en 1992 y Watanabe está con su empresa como antes en las otras ciudades. Existe un tanto de costumbrismo en la continua comparación entre países (Japón-España), antes Argentina-Japón... En los capítulos 9 y 10 da la sensación como si el autor acelerara el ritmo de la historia con la pretensión de ir finalizándola (primero en torno al periodista argentino Jorge Pinedo, quien se entiende recaba datos para la historia (como un alter ego de Neuman) y las secuelas de las bombas. Es un libro dispar en el que existen bastantes aciertos narrativos y muestran la madurez de Neuman como narrador de largo recorrido, pero en otros se adentra por lugares comunes y situaciones cotidianas que pierden interés y hay páginas que son perfectamente suprimibles, perdiendo el pulso narrativo.


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