sábado, 21 de abril de 2018

LA POESÍA DE ALICIA AZA POR F. MORALES LOMAS EN CUADERNOS DEL SUR DE DIARIO CÓRDOBA




EL HUMANISMO SOLIDARIO EN LA POESÍA DE AZA
F. MORALES LOMAS

La última obra de la poeta madrileña Alicia Aza, Arquitectura del silencio (Valparaíso Ediciones, 2017) nace del compromiso y la ética, y se halla inserta claramente en la corriente poética Humanismo Solidario (Visor, 2014), que ha sido definida como una propuesta cívica con grandes dosis de neorromanticismo y replantea los mecanismos históricos y la perspectiva del sujeto que mira y observa la realidad. Desde el eclecticismo estético, se necesita que la poesía recobre su fuerza histórica, una fuerza motriz en la que el escritor no mira “solipsistamente”, sino que es un ciudadano responsable (o sea, que responde) ante una realidad que sí le importa.
Los trece poemas que conforman esta arquitectura son, como indica el título, un espacio vital, una edificación, efectivamente, “silenciada”. Y la poeta quiere dotarlos de dicción, quiere convertir esa afonía, esa sordina, ese mutismo… en vocablos. Por eso dirá: “Tenemos la palabra, el antídoto/ al olvido en la orgía de los cisnes” (Poema II). Sólo esta puede llenar esta “arquitectura” que se consume en su propio abandono. Es una forma de honrar a los muertos que yacen en las cunetas de la historia, en los desaguaderos de todos los exilios, “Y que el mundo no olvide su metáfora”.
Hay un propósito moral que nace de una convicción ante la realidad, presentada como una bacanal de muerte, como una alegoría bosquiana. Aquellos cuadros de El Bosco donde habitaba la muerte y la guerra, y el ser humano solo podría ser “nadie” en su inmensa futilidad, una “humanidad marcada y humillada”, donde la voz subjetiva de la poeta alcanza a la colectividad y se envuelve en su propia bandera: “Auscwitz-Birkenau, lágrimas salvajes donde el llanto no tiene baluarte”.
Alicia Aza habla desde el corazón a la conciencia, a esas conciencias humilladas, arrebatadas a la vida, por “hombres inhumanos,/ inexpertos amantes de la guerra”. Ante esta historia silenciada, Alicia Aza adquiere la perspectiva de una nueva Penélope que teje con sus versos la condición última de la palabra, que es dar fe de nuestra existencia, convertirse en prueba de cargo.
Los grandes conflictos subyacen como referentes conceptuales o pruebas inmarcesibles de nuestra existencia. Pueden ser las Torres Gemelas, el permanente conflicto de Oriente, los campos de concentración en Europa, Tiananmen, Ceaucescu, Kim Phuc, los guerrilleros del Viet Cong, la caída de la dictadura… A través de ellos miramos con los ojos comprometidos ofreciendo claridad a la conciencia, tratando de rescatar del olvido la rémora de la desmemoria: “Miramos de la mano lo que fuimos/ porque los dos sabemos que hubo un mundo/ más allá de Al Quaeda y de Bin Laden./ Sólo cabe el silencio ante la muerte”.
Una poesía que nace de una inmensa elegía en la que la compasión, el sufrimiento, la inocencia, la muerte, la esperanza… son estados de ánimo que elevan la palabra y la conducen a la recuperación de un mundo que siempre debe estar presente en nuestra memoria colectiva. Pero siempre con la necesidad última de recuperar “la música en el alma”, ese simbólico gorrión (del poema VI)  que anuncia, el nacimiento, el estremecimiento a la vida, “Una vida florece al exterminio”.
También España, como realidad histórica, está presente en el poema X: la muerte de Franco, Tejero, ETA… al tiempo que va creciendo su condición de madre y los seres que lleva dentro nacen en ese magma presidido por “la incertidumbre de mi vida”. Niños que nacen quizá para recuperar esa humanidad perdida: “La humanidad nos pesa y me guarezco/ en la cara del niño que no sabe/ que el odio es una estrella en el paisaje/ de campos de silencio con mortaja”.
Son referentes históricos que conforman una historia personal donde surge una poesía desgarrada, cívica, profundamente comprometida que permite a través del endecasílabo blanco adentrase en la hechuras de la historia con un lenguaje directo, alegórico y sumamente denunciador de una realidad que sí nos atañe y donde la palabra de Alicia Aza se emplea para recuperar la presencia: “En mis amaneceres, una herida,/ la memoria quemada es una llaga,/ cerebro amordazado en el olvido/ del sufrimiento no experimentado”. Una forma de rescatar la barbarie, siempre presente, para el ser humano contemporáneo e impedir su ocultamiento: “¡Cuántos libros quemados! La memoria/ huérfana a la deriva del asfalto” (Poema VIII).
El libro se abre con una pregunta, una cita de Pessoa: “¿Qué sería del mundo si fuéramos humanos?” y se cierra con otra del último poema: “¿Y qué sueñan los héroes mientras duermen?”
Dos enigmáticas preguntas que nos introducen como lectores en la reflexión, en la participación, en la necesidad de no quedar en el anonimato, en la cuarta pared de un teatro inexistente. Un libro para la conciencia y, sobre todo, para el humanismo solidario.

SERGIO ARLANDIS, ALICIA AZA Y F. MORALES LOMAS



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