LA CARNE DE ROSA MONTERO
O EL
PARADIGMA DEL AMOR
F. MORALES LOMAS
La vida, el paso del
tiempo y la decadencia física toman el terreno narrativo de La carne (Alfaguara, 2016), una novela
cuyo título no determina una esencia erótica pero sí el paradigma y la
sintomatología de lo que somos o seremos, y coadyuva en la dirección de que el
amor, la ternura y el afecto pueden todavía ser un bálsamo contra la decadencia
del ser humano y su irremisible muerte.
Todos los médicos
coinciden en afirmar que la vejez es una enfermedad en sí. El deterioro físico
previo a la muerte no es sino el síntoma último. Una temática esta de tanta
raigambre en toda la obra de Montero. Pero no siempre su actitud será cercana
al desaliento y la épica sino que, a veces, ironiza sobre la misma, sobre todo
cuando dice que “una de las cosas más ridículas que la edad conlleva es la
cantidad de trucos, potingues y ortopedias con las que intentamos combatir el
deterioro (…) De Joven eres capaz de recorrer el mundo con apenas un cepillo de
dientes y una muda, mientras que, cuando te adentras en la edad madura, tienes
que ir añadiendo a la maleta infinidad de cosas. Por ejemplo, lentillas,
líquidos…” (p. 77).
Ante esta situación,
Rosa Montero ha querido hacer acopio de vitalidad: el último estertor en esa
existencia anodina de Soledad Alegre que va contemplando su propia decadencia.
En el comienzo de la novela queda fijada esa definición de la vida de un modo
preciso: “La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo
que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir” (p. 9). Más
adelante dirá “que es un paquete de regalo en las manos de un niño, envuelto en
papeles de brillantes colores. Pero, cuando se abría, dentro no había nada. Tan
breve era la dicha, tan larga la pena” (p. 187). La vida, con todas sus
manifestaciones, pero fundamentalmente con su decadencia y ausencia de afectos,
es el origen y también el secreto último de toda la obra.
Soledad Alegre pretende
vengarse de su exmarido y para ello contrata los servicios del gigoló ruso Adam
mientras al unísono prepara la exposición de arte y locura sobre escritores
malditos. La anécdota inicial es sencilla como lo es su prosa, entreverada de
diálogos raudos y bastante precisos que nos hablan mucho de su condición periodística
porque existe una resolución de cerrarlos siempre de un modo diestro.
A medida que esta anécdota
inicial en apariencia sencilla se produce, se va a ir complicando la situación
porque la protagonista, Soledad Alegre, acaba enamorándose del gigoló ruso
Adam. Si bien, no fiándose mucho de él, le pone un detective que va tomando
nota de sus actos y en cursiva el lector va descubriendo la otra vida de Adam,
de la que tendrá también noticia Soledad Alegre. Llega un momento que él
comienza a demandarle dinero para un
negocio que tiene entre manos pero Soledad sospecha que es para irse con la
joven brasileña con la que convive.
La construcción vital y
psicológica de Soledad Alegre es lo que le da sentido y cuerpo a la misma,
donde se cuida hasta el detalle todo el proceso que va desde esa necesidad de
sentirse querida, de que alguien esté pendiente de nosotros, al mismo tiempo
que la memoria nos hace revivir su historia personal: una hermana gemela,
Dolores, que está en un manicomio, un padre que las abandonó de pequeñas y una
madre –a la que tilda de chiflada- que las encerraba en un armario cuando salía
para que no se hicieran daño nunca llegó a sentir afecto por ella: “Hacía falta
–dice la narradora- ser mala para llamarlas Soledad y Dolores” (p. 101). Por
tanto, todo un conjunto de antecedentes relevantes que irán complementándose
con otras historias e irán justificando una situación vital. Soledad no solo se
siente sola, sino en cierto modo abandonada al mundo. Se siente también
necesitada de afecto, de ternura.
Al profundizar en la
historia de ambas hermanas vamos comprendiendo que la inestabilidad vital de
Soledad se alimenta también de ese pasado familiar convulso, de esos demonios
que van y vienen una y otra vez cada vez que visita a su hermana en el centro
psiquiátrico. Y en el trasfondo de la locura de su hermana también el amor: el
no haber soportado la ruptura de amor con el joven Tomás, el hijo del dueño de
la papelería: “Quizá fuera de verdad el desencadenante de la catástrofe; quizá
Dolores lo amara de verdad y pensar que no iba a ser correspondida” (p. 113).
En otro momento, también Soledad tendrá a otro joven como protagonista de su
existencia, Pablo, un joven del que estuvo enamorada y que acabó dejándola. Dos
historias gemelas porque lo son ambas hermanas. Historias traumáticas que nos
dan a entender esa locura de amor agraviado de ambas hermanas y cómo esta
sintomatología puede llevar a una enajenación. Lo que le lleva a la narradora a
afirmar que ese incidente a los dieciocho años fue el “cráter fundacional de su
vida, la escena sobre la que se articuló su existencia” (p. 202) Y añade las
palabras de Françoise Sagan que definen perfectamente a la protagonista: “He
amado hasta la locura –dirá la protagonista-, y eso, lo que llaman locura, es
para mí la única forma sensata de amar”.
En consecuencia, La carne es tratado práctico, una
reflexión sobre el amor y esa extraña alianza con el erotismo, la decadencia y
los auspicios de la muerte. Dirá en un momento determinado: “El amor te
envenenaba, te embrutecía, te hacía cometer todo tipo de tonterías y desmesuras
(…) El amor te convierte en un ser patético”
(pp. 26-29).
Al mismo tiempo que
transcurre esa historia de amor con el ruso Adam, ella prepara una exposición
de escritores malditos, y este es el motivo de las abundantes interpolaciones
que hay en el proceso narrativo. Un conjunto de historias que le permiten
ilustrar muchas de sus ideas empleadas y nos inciden una vez más en el especial
interés que siempre hubo en Rosa Montero por las historias y biografías de
autores conocidos. Son interpolaciones que tienen el efecto ilustrativo, pero desde
otra perspectiva, pueden resultar ajenas al proceso narrativo en sí de Soledad
y Adam, lo relegan, lo hacen perder intensidad e incluso pueden llegar a
enfriarlo. Entre ellas se encuentran la historia de Philipp K. Dick, Pedro Luis
de Gálvez, Maupassant, la novela de Mann: Muerte en Venecia, Marx Twain, María
Lejárraga y Martínez Sierra, Patricia Highsmith, María Luisa Bombal, María
Carolina Geel y Josefina Aznárez.
Soledad Alegre es
definida como de “enamoramiento fácil”, “necesitaba estar enamorada”, “amaba el
amor”. No era guapa pero resultaba sexy. Aunque me parece exagerada la
afirmación de que “todavía era capaz de incendiar la carne de alguien joven y
hermoso como Mario”. Definida también como “misántropa modélica”,
“hipocondríaca”, que ni soportaba las críticas ni el fracaso. A veces, la
narradora es dura con su protagonista y lleva a definirla del siguiente modo:
“Soledad era una maldita urraca solitaria entristecida y entristecedora” (p.
71).
En ese deambular por
su psicología conocemos algunas de sus frustraciones: el haber sido capaz de
escribir ficción y también el hecho de que moriría sin haber conocido el amor.
Y aquí es donde entendemos está la clave de todo el libro, en la locura de
amor, en el deseo de amor. Una especie de viaje al fondo de uno mismo.
Alguna de las
novedades llamativas son que algunos personajes son reales, incluso en sus
propios nombres, y la aparición de la propia escritora Rosa Montero, que tiene
un diálogo con la protagonista en el Círculo de Bellas Artes y sobre la que
realiza una autocrítica y se incluyen algunos elementos autobiográficos como la
muerte de su marido.
La historia con el
ruso está entreverada con la historia familiar y sentimental de Soledad, sus
problemas amatorios y ciertas situaciones rocambolescas que deben más al
thriller y al cine negro como el robo que realiza Adam a los chinos y la
solución que lleva a cabo Soledad.
Al final de la obra
(que no desvelamos) la esperanza queda como una especie de nuevo inicio en esta
especie de carrera de obstáculos para llegar a ser querido, que es la
existencia, a sabiendas de que el deterioro y la muerte están a la espera dándole
el verdadero sentido o sinsentido a la existencia.
1 comentario:
Adam no comete ningun asalto a los chinos y Mario no es el esposo de Soledad.
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