DIEZ AÑOS DE LA MUERTE DE MANUEL VIDAL
Y LO QUE HAY QUE TENER
F. MORALES LOMAS
Unos meses después de obtener en 2003 el Prima Andalucía de la Crítica como Premio Ópera por su obra Lo que hay que tener falleció el escritor gaditano y periodista taurino Manuel Vidal. Había nacido en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y desarrolló una amplia y variada labor periodística y literaria, además de cultivar la faceta de guionista. Sus primeros pasos en el mundo taurino fueron de la mano del crítico Carlos de Rojas, del desaparecido diario Informaciones, al que acompañó en una serie de coloquios que se hicieron célebres por las ferias de España. En el mundo de la televisión, su obra más conocida es el documental "La Tauromaquia. Iniciación al Rito y la Técnica del Toreo". Fue escritor habitual de la prensa escrita (Posible, La calle, Lui), la radio (RNE y La Voz de Madrid) y la dirección teatral, el guión cinematográfico y la televisión. Era un contador de historias y en esta obra se adentra en una temática muy querida para él y para algunos autores andaluces: la alianza entre el intelectual y el torero. A lo largo del siglo XX esta alianza ha sido motivo de grandes acontecimientos literarios y generacionales. En la Generación del 27 fue constante con autores como Sánchez Mejías, a quien Lorca dedica su libro, Alberti… pero ha sido muy habitual también en los novelistas.
Lo que hay que tener posee como protagonistas al torero Juan Medina, al banderillero Tomasito y al escritor norteamericano Richard Foster (quizá un homenaje al gran escritor David Foster Wallace y a Hemingway). En 1936 llega a España el protagonista de esta historia, Richard Foster, para participar en las brigadas internacionales en defensa de la República. A través de su voz narrativa en primera persona nos va desarrollando una historia (salvo el último capítulo que lo escribe Tomasito) en la que sus protagonistas van a realizar una extraña alianza entre sí para dotar al lector de las vivencias de un mundo preciso y literario. Si las ideas de Richard Foster son claramente republicanas (incluso lo acusan de comunista) las del torero Juan Medina están muy cercanas a Franco, de hecho es el único al que el dictador le consiente determinadas cosas. Y Tomasito, criado en el barrio de Triana en Sevilla, es un superviviente que nace en la absoluta miseria y sobrevive gracias a esa picaresca tan socorrida y española. Este triángulo nos permite acceder a tres visiones de la realidad completamente diferentes pero complementarias. Aquí radica a mi modo de entender la bonhomía de esta novela que corre suelta, ágil y con buen dominio de la lengua, algo que debe ser ensalzado.
El narrador está recogiendo material para realizar una novela sobre este mundillo de toreros y pícaros españoles y está pensando en Tomasito como protagonista de la misma y del afamado Juan Medina. El conocimiento de sus vidas le hace entrar en contacto con una serie de personajes que nos van a permitir adentrarnos en ese mundo tan promiscuo.
Es un narrador un tanto tosco, bronco y muy orgulloso de sus heridas ganadas en la guerra civil española, tanto como de sus tendencias suicidas presionado por un afán de autodestrucción muy en la línea de Hemingway que le sirve a Vidal un tanto de espejo (también Foster Wallace se suicidó). Su relación con Tomasito es afable hasta que le da un puñetazo al tratar aquel de zaherir al torero Juan Medina, a quien Foster tiene como una especie de dios en la tierra. Su afición al toreo es de tal magnitud y su identificación con la hombría del torero de tal calibre que sus sentimientos se disparan rápidamente cuando alguien lo ataca.
Durante un tiempo, recorre con Tomasito el barrio de Triana, se adentra en su familia (once hijos) y este le explica la miseria que pasó, sus vivencias, su forma de vida que recuerda con nostalgia a pesar de tanta pesadumbre. Se percibe una diabólica deformación caricaturesca con remembranzas de la picaresca española del siglo de oro: “Yo robaba plomo en las obras” (p. 121), dirá el banderillero Tomasito recordando sus años de penuria. Pero a la vez que esta situación de los estratos más humildes surge la corrupción de las clases más adineradas, también pícaros a su modo, pícaros de guante blanco que le permiten imbuirse al lector de mano del narrador norteamericano (y con el elemento de distanciamiento que este genera) en los intríngulis de una España de época, la de Franco, sin duda: “La picaresca de cuello blanco de don Carlos Pombo” (p. 130-131).
Sabemos de su adicción al alcohol y de sus tendencias suicidas que están muy remarcadas en algunas páginas de la novela, que tomará una percepción metaliteraria y reflexiva en ocasiones, permitiéndole al narrador adentrarse en esa veta de literato, y justificar su visión de la existencia a caballo entre el idealismo que proyecta sobre él el torero y el realismo autodestructivo y suicida inmanente. Un conjunto de ideas que van y vienen generándose diversas situaciones narrativas como el diálogo sobre el cristianismo y el protestantismo, el anecdotario de los zurriagazos a la marquesa (p. 172) o la anécdota de la berrea a la que acuden nuestros personajes a Cazorla (p. 176-177), que nos permitirá descubrir otros elementos que justificaban muchas de las actitudes de escritores como Hemingway que sería un alter ego. Y así dirá: “La caza, al igual que el toreo, es una de las maneras más bellas que hemos inventado los hombres para ritualizar esta relación inevitable que mantenemos con la Naturaleza” (p. 180-181). La idea que tiene en mente el escritor norteamericano, a pesar de esta vitalidad que aparenta, es escribir su última novela sobre este mundo picaresco y suicidarse.
Una apariencia dramática se produce cuando Tomasito y Foster discuten y Tomasito le echa en cara que no tiene ni idea de toros, que le puede hablar de escritura cuanto quiera porque él se considera casi analfabeto pero de toros no le da lecciones. Tomasito le echa en cara que defienda tanto a Juan Medina cuando a este le afeitan todos los toros. Y además le echa en cara la soberbia del pueblo americano que llega a todas partes arrasando: “Usted –le dice Tomasito- es un borracho al que de vez en cuando le da por escribir” (p. 196). En su crueldad y venganza, el escritor paga a la hija de Tomasito como a una prostituta más y fornica con ella. El momento culminante es cuando en una de las corridas de Juan Medina, a la que asiste el escritor y Tomasito es el banderillero, este es cogido por el toro y espeta Tomasito cuando se lo llevan en andas a la enfermería temiendo por su vida: “Estarás contento, hijo de puta. Ya tienes final de la novela” (p. 203).
La intención entonces del narrador es romper la novela que está escribiendo y suicidarse. Así creemos que sucederá cuando nos encontramos con el último capítulo donde el narrador ya es Tomasito, sin embargo, es una argucia novelesca para crear tensión, pues en el inesperado final, Tomasito, perdona la venganza del escritor y acaban yéndose de copas por Madrid.
A propósito de esta obra concluía Moncho Alpuente en el diario El País: “Por Lo que hay que tener corre ese flujo de testosterona, encarnado en primera persona por el escritor yanqui, alcohólico, y fascinado por la virilidad y por la muerte que encuentra en el mundo de los toros una vía de escape a sus obsesiones. Gran cazador blanco, reportero de guerra y seductor insaciable, Richard Foster en el declive de sus facultades físicas y creativas intentará reavivar su carrera de escritor vampirizando a un banderillero. En paralelo a la biografía de Tomasito corre la odisea interior del escritor perseguido por sus fantasmas personales y sexuales, otra novela en la que el perdedor, el pícaro recuperará su dignidad pisoteada a costa de la degradación moral de su mezquino biógrafo, Richard Foster, un falso héroe, al que algunos llegaron a considerar, no sin cierta precipitación un mito del siglo XX, como reconoce el protagonista en un momento de lucidez, abrazado a Betsy, su escopeta favorita a la que puso nombre de mujer, para regocijo de aficionados al psicoanálisis”.
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