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EL GRUPO LÍMBICO TEATRO ESTRENA LA ETERNIDAD Y EL VAMPIRO DE EMILIO BALLESTEROS.
Bajo la dirección de Elena García, los pasados 10 y 11 de julio la compañía Límbico Teatro puso en escena la obra La eternidad y el vampiro del escritor granadino Emilio Ballesteros en La Caja Blanca (Ayuntamiento de Málaga). La obra había sido publicada en Ediciones Carena (Barcelona, 2007) junto a otras de Cristina Consuegra y José Moreno Arenas.
Se trata de una obra de corte neorromántico (muy del gusto de esos movimientos culturales como “Los góticos”, en la que están inmersos tantos jóvenes hoy día) en la que el escritor granadino incide en una temática clásica: la reflexión sobre los temas trascendentales que siempre han ocupado a la humanidad y quedaron en el breve poema de Miguel Hernández muy claramente sintetizados: vida, amor y muerte. Al fin y al cabo lo único que afecta de un modo extremo al ser humano. Y para ello toma un motivo de época: el vampiro. Como decía en mi estudio “El recurso al vampirismo en la narrativa actual. De Polidori a Stephanie Meyer: claves y fundamentos” (Analecta Malacitana (AnMal eletrónica), nº 34, 2013, pp. 123-160), el vampirismo es un recurso hoy día completamente actual y que forma parte de una larga tradición que adquiere fortaleza y señas de identidad durante el romanticismo con Polidori.
Emilio Ballesteros crea una estructura en monólogos y diálogos paralelos como instrumentos verbales para la reflexión en los que La muerte, El tiempo, las Ánimas o El vampiro conviven como “personajes” (como en un Auto Sacramental) con otros realmente humanos (La mujer joven, La prostituta, El amante, El marido…) que conforman una dramaturgia envolvente entre el ayer y el hoy, la verdad y la literatura… y abordan los problemas trascendentales de la existencia a los que aludíamos.
Se produce una especie de juego escénico de situaciones bimembres: vida/muerte; personajes reales/personajes ficticios; amor/desamor o traición; realidad/irrealidad; vulgaridad/trascendencia, reflexión/conmoción… en un espacio que configura el misterio y ofrece dosis para la ocultación, los secretos y el suspense dramático.
Con estos personajes y con estas ideas crea un Acto Único con un escenario diferenciado en cuatro partes: a la izquierda (de los espectadores) una mesa antigua de escritorio; en el centro (con dos niveles) el de abajo tiene una gran verja de hierro con calaveras…; en el nivel de arriba, hay sólo vacío y, al fondo, una pantalla con proyecciones; finalmente, a la derecha, un cementerio y tumbas.
El espacio escénico conforma un depósito de niveles y espacios por los que van a deambular los personajes sin solución de continuidad creando una enorme movilidad y variabilidad escénica que, resuelta en escenas raudas, impide caer en el exceso. Creo que este efecto dramático se ha conseguido perfectamente, porque para el espectador este tipo de obras corre el riesgo de incidir en un discurso reflexivo un tanto tautológico y ensimismado. La puesta en escena se resuelve bien al crear esta variedad de espacios pero concentrados en uno solo y en un acto único. Con lo que el escritor ha querido transmitir claramente el mensaje de que todo gira en torno al mismo ideal vida-amor-muerte. Los constantes movimientos de personajes, entradas y salidas de los mismos… suscitan esa necesaria riqueza de matices pero también permite adentrarse en una obra densa en el pensamiento que no impide la rapidez escénica y el paso de una tonalidad de la existencia a otro.
Emilio Ballesteros
Límbico Teatro, que ha contado con la ayuda y el apoyo de la profesora de la UMA Belén Molina Huete, es un grupo de jóvenes actores que han puesto un gran empeño en la realización de una obra juiciosa y complicada de llevar a cabo. Una de las dificultades de la misma es la creación de una ambientación propicia que consiguieron desde el primer momento cuando, a la llegada, los espectadores eran recibidos por una actriz llegada de ultratumba que les mostraba la sala apagada de un modo misterioso. Después la obra se desarrolla con mesura y sensatez por parte de algunos de los actores, como el que encarna el papel del vampiro, el poeta o la prostituta, dotada de una gracia especial para la representación de este personaje.
Emilio Ballesteros crea una obra en la que el espectador ha de reflexionar sobre su situación vital: qué desea en la vida, qué persigue… sin perder la perspectiva de que el tiempo delimita nuestra existencia (“Vivís como si nunca fuerais a morir”), a pesar de esa eternidad impulsada por el vampiro, cuyos dominios se hacen presentes en la obra. En unas escenas son los amantes que acuden a su encuentro romántico en el que el joven necesita el amor y no sólo el sexo, el miedo les impide amarse en ese espacio tétrico y, mientras el joven se ausenta, ella queda en el lugar y contempla otros diálogos de personajes que surgen de pronto: el marido y el amigo, que le habla de que ha sido engañado por su mujer; pero también surge la prostituta, que hace su ronda nocturna, y el poeta. Ambos en este juego de contrastes y bimembraciones de la obra, operan la antítesis de la vulgaridad crematística y la espiritualidad trascendente: “Nunca había conocido a un poeta. Dime que soy bonita”. El tiempo monologa y se pregunta quién puede detenerlo: “Todos buscáis el amor… pero os estorba el tiempo”. Y surge el vampiro en sus dominios como un elemento más para la acción y la reflexión: el vampiro les abre los ojos a los atemorizados personajes (el marido y el amigo). En el vampiro surge la tragedia también del tiempo, una contradictio en sí misma cuando en su reflexión con el poeta acapara la escena (en una imagen muy del gusto de Oscar Wilde). La pujanza del poeta está en el amor, donde ve la única fuerza que nos permite vivir y luchar contra la muerte, una idea que también reclama para sí el propio vampiro: “Sólo una doncella que me ame verdaderamente podría matarme atravesando mi corazón…”
En definitiva, una obra bien conducida en términos generales por Límbico Teatro con buenos recursos escénicos y con un texto trascendente y rotundo en una época donde triunfa la vulgaridad.
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