sábado, 12 de noviembre de 2011

LA NARRATIVA DE PABLO ARANDA POR MORALES LOMAS


PABLO ARANDA Y LA NARRATIVA DEL NAUFRAGIO Y LA ESPERANZA EN UN MUNDO CONVULSO


El escritor malagueño Pablo Aranda forma parte de un colectivo de autores nacidos en Málaga o afincados en ésta que han alcanzado cierta notoriedad en los últimos años gracias al éxito más o menos amplio obtenido con sus obras. Entre ellos podríamos citar a Rafael Ballesteros (más conocido como poeta), que con la pentalogía La muerte tiene la cara azul conquistó el Premio Andalucía de la Crítica de 2010, Campos Reina (desgraciadamente fallecido), Antonio Soler, Juan Madrid, Guillermo Busutil, José A. Garriga Vela, José Manuel García Marín, José Antonio del Cañizo, Emilio Calderón, A. Gómez Yebra, Francisco Fortuny, Juan Francisco Ferré, Alfredo Taján, Jacinto Muñoz Rengel, Carlos G. Navarro, J. M. Villalba, Antonio J. Quesada, Mario Virgilio Montañez, Javier Labeira, J. Francisco Guerrero López, o el que esto suscribe.

Pero Pablo Aranda apenas si era conocido antes de la fecha de 2003 en que publica La otra ciudad. No había noticias sobre él y ésta es de hecho la fecha de inicio de su trayectoria literaria que se ha consolidado en poco tiempo, siendo uno de los narradores actuales andaluces que ha alcanzado más notoriedad junto al cordobés Pérez Azaústre, al sevillano Isaac Rosa o a los granadinos Pérez Zúñiga y Ángel Olgoso.

De hecho algunas de las obras de Pablo Aranda han obtenido premios literarios, y gracias a ello han sido publicadas. En 2002 quedó finalista del Premio Primavera con su novela La otra ciudad (2003). A ella hay que sumar en los últimos años el I premio Sur de novela corta con Desprendimiento de rutina (2003), El orden improbable (2004) y Ucrania (2006), que obtuvo II Premio Málaga de Novela. Recientemente también ha obtenido por una obra de literatura infantil y juvenil, Un pirata en la bañera, el II Premio Ciudad de Málaga de Literatura infantil. Todo ello nos indica que la suerte de los premios y su calidad literaria han sido algunas de sus principales aliadas.

En su primera obra, La otra ciudad (2003), abordaba la narrativa de personajes en el ámbito de la marginación malagueña con el subsuelo de la inmigración como bandera organizativa y evolutiva. Múltiples personajes con relaciones afectivas que iban transmitiendo su mundo exclusivo en el que se apreciaba un compromiso social y una voluntad de construir la desorganización de los mundos propios con la constante amenaza de la droga, la cárcel, la marginación y la descomposición familiar e individual.

Una novela de corte existencial sobre lo duro que puede ser la vida para unos personajes que viven su propio crecimiento personal. Se trata de antihéroes cuyas historias surgen desde un costumbrismo vital: una madre con un adolescente que ingresa en un reformatorio, un profesor de instituto abandonado por su mujer, un mecánico, una inmigrante marroquí, Nadia. Vidas sencillas con las que se puede sentir identificado cualquier lector, aunque es cierto que con una tendencia al melodrama social y en medio de un entramado de situaciones habituales y bastantes normalizadas. Paco, el protagonista vive en una ciudad que puede estar perfectamente identificada con Málaga pero también con otras de tipo medio como Sevilla o Bilbao, en un barrio de trabajadores, con una gran lacra que no sólo es personal en tanto la ausencia de perspectivas y el hastío vital crean en él una atonía existencial de corte barojiano sino también familiar porque en su casa las dificultades son extraordinarias: un hermano enganchado a la droga y un padre alcoholizado. El futuro no existe, el presente es una tragedia: el alcohol, las drogas, la violencia, la ausencia de perspectivas conducen su existencia a un callejón con muy pocas salidas. Un mundo que crea su propio microcosmos (en mitad de ese macrocosmos también sin sentido) en el que trata de vivir como puede, evitando su contaminación y caída definitiva. Por eso cultiva la amistad con Richa y acaba enamorándose de otra forma de ver el mundo, de la inmigrante marroquí Nadia, que quizá puede tener aun más motivo para la queja que él.

En tanto su existencia se traslada a otra cultura diferente en la que la acogida no es buena y en la que tiene que sobrevivir teniendo el desengaño como guía permanente. La historia surge rauda, de repente y va construyendo por un sistema de acumulación de acontecimientos que van y vienen en pequeños trazos de tipo impresionista con intención de construir una situación personal y vital desde la infancia hacia la aparición última de la inmigrante marroquí, Nadia, y el amor como consuelo ante la desolación. Otro tema la relación amor-frustración que también estará presente en obras posteriores como El orden improbable y en Ucrania. Y es que creo que gran parte de su narrativa ya se halla presente en esta novela en cuanto a las diversas posibilidades que ofrece el amor como temática de la salvación personal ante un cúmulo de adversidades que uno no controla. Lo individual se sobrepone a lo social. El amor a la comunidad y su problemática.

El realismo es tomado como horma narrativa y lo proyecta con un uso cercano y naturalizado, y una amplitud de registros literarios que hace adentrarnos sinuosamente en los personajes y vivir sus vidas con bastante normalidad, en un ámbito de tragedia contenida donde el punto de vista del narrador se multiplica en función de los personajes que abordan su día a día en una sociedad dominada por los perdedores:Esa otra ciudad tan diferente, tierna y dura a la vez, donde las personas se encuentran de una manera distinta, y de una manera distinta también se alejan. Esa parte de la ciudad tan real y verdadera que la mayoría de las veces casi asusta mirarla, y casi que no lo hacemos. Esa ciudad llena de heridas abiertas, risas, amores y desamores, dolores y lealtades”[1].

Algunos críticos han visto deudas de esta novela con la narrativa de Antonio Soler, amigo del escritor, en “la fragmentación del ritmo interno, el leguaje coloquial convertido en su propia barroquización, los personajes que vienen de la nada y se dirigen inevitablemente hacia la nada. Por otra parte, los esfuerzos del autor para sofisticar la prosa haciendo de ella un cruce entre literatura oral y fluir ligero de la conciencia (otro recurso de Soler)” [2].

Creo que estas evidencias existen, sin embargo, los recursos de Soler apuestan más por un lenguaje un tanto sorpresivo, por una mayor desenvolvimiento formal y por una más profunda atención a la dinámica lingüística, así como un mayor valor simbólico y representativo de sus historias y ámbitos vitales.

Proseguía A. J. Luna diciendo que “estos esfuerzos formales -repito- tropiezan con un dominio desigual del ritmo prosístico; un ritmo que a veces chirría y muestra impúdicamente su artificio. Si a esto unimos que algunas de las historias no son tan brillantes y que no todos sus personajes resultan tan afortunados o necesarios, hay que concluir que la novela presenta un cierto desequilibrio de fuerzas. Aún así, su autor es un buen escritor. Aún así, Pablo Aranda evidencia rabia literaria. Y eso, la rabia literaria, escasea desde hace mucho tiempo en las mesas de novedades. En resumen, un libro con germen de literatura, a pesar de desequilibrios técnicos”[3].

Sin embargo, ha habido otros críticos cuya opinión con una primera novela no es tan áspera como la de Luna. Entre ellos está Care Santos, que saludaba a esta novela como una magnífica obra y “una mirada muy periodística a la que no se le escapa detalles y que sabe enriquecerse con la sensibilidad del buen contador de historias”. Y añadía desde las páginas de El Cultural: “La otra ciudad no sólo es una magnífica primera novela, también es una historia que retrata algunos de los males de nuestra sociedad, un espejo nada deformante pero sí parcial -refleja, sobre todo, a los más desvalidos- en el que se reflejan los monstruos que nos acechan. Y algunas otras cosas, de las que enseguida damos cuenta (…) Todo ello para narrarnos un aprendizaje, porque la novela de Aranda es, sobre todo, una historia iniciática en la que el autor parece decirnos que incluso en nuestros tiempos y con las lepras que nuestra sociedad padece, el amor conserva aún toda su fuerza redentora. Y, por supuesto, su innegable potencial novelesco”[4].

Esta novela fue, finalmente, llevada al cine por la ministra de Cultura y realizadora Ángeles González Sinde, que fue quien llevó a cabo personalmente el guión de la misma, y estrenada en la primera edición internacional de Cine y Ficción para Televisión de Valladolid con producción de TVE y TV3, entre otros. Los protagonistas de la película fueron Tristán Ulloa, Marta Milla y Aida Oset.

En Desprendimiento de rutina (2004) el protagonista es Luis, un personaje obeso y desvaído que vive enamorado de la cerveza y de la comida basura que, tras varias desventuras, decide hacer lo que le dé realmente la gana y que pierde una subvención al no llegar a tiempo para entregar unos informes a su empresa y este acto rutinario se convierte en una evidente aventura en el abismo. De nuevo los embates de la realidad se adueñan de la obra para operar en nuestra contra. Los héroes literarios de Pablo Aranda deben hacer frente a un destino aciago que siempre está dispuesto a jugarle una mala pasada. Así sucedía con Paco en La otra ciudad, con Nuria en El orden improbable o Elena, la ucraniana protagonista de Ucrania. Ante estos conflictos sobrevenidos, sus personajes, aceptan siempre la realidad como Luis y se adaptan a ella para no ser dilapidados completamente: “Siempre observo lo que me rodea. Y todo lo que capto son elementos útiles para la literatura. La realidad más cercana es la que más me atrae y me permite bucear en los personajes que son protagonistas de historias que apenas conozco”.

A partir de ahí ese mundo de Luis se va llenando también de otros personajes, como su novia (a la que será infiel) que viven sus vidas con naturalidad (un hecho sintomático en sus novelas) que aspiran a cambiar el mundo aunque muchas veces éste los determina y los subsume.

Aunque pudiera parecer que la novela deriva y podría acabar siendo un pozo sin fondo, en realidad siempre existe en su obra un deje de esperanza que se sobrepone por encima de un mundo de contrariedad y desencuentro.

El realismo, tan determinante de toda su producción, aspira a una especie de naturalidad conquistada y los sucesos (en muchos casos entretenidos) a medida que Luis va complicando una vida de mentiras y despropósitos.

En El orden improbable (2004) la protagonista, Nuria, es una malagueña que a la edad de veinte años deja Málaga y se marcha a Madrid para iniciar una nueva vida. Sin embargo, la frustración y el fracaso, tema frecuente en sus obras, pronto se adueña de su vida cuando descubre que su pareja le engaña. Al cabo de los veinte años, y tras separarse de ella y verse envuelta en un hurto en la joyería donde trabajaba que le puede costar muy caro penalmente, decide volver a Málaga. El encuentro no es muy satisfactorio, en tanto es recibida fríamente por el padre, que sufrió mucho su ida y de modo harto indiferente por el hermano taxista. Y un tanto críticamente por la madre. En consecuencia, no sólo ella ha cambiado, también lo ha hecho el entorno social, la familia y los amigos que aparecen como seres lejanos y un tanto extrañados. Nuria debe hacer frente a este entorno hostil, pero también a su pasado, a su memoria. Ambos se coaligan para actuar en su contra. Nosotros no sólo somos dueños de nuestros actos (Nuria lo es) sino también de los actos ajenos que nos impelen a actuar en una línea que quizá no deseábamos.

De pronto la existencia, parece decirnos Aranda, se puede debilitar por cualquier hecho ajeno a nosotros y no sólo podemos entrar en una situación complicada sino frustrante y “desordenada”. Nuria, que había ordenado su vida en Madrid, de pronto se ve envuelta en una cierta desolación y desesperanza. Ese orden se ha roto. Garrido Moraga[5] hablaba de que en su obra se produce acaso un “territorio de fracasos”: “Unos personajes que fracasan en sí y para los parámetros que el mundo utiliza en forma de éxito económico y social. El componente autobiográfico es clave en la vida de todos, empezando por Nuria que abandonó Málaga, su ciudad, con veinte años, para marcharse a Madrid (...) Vuelve a su ciudad y recupera recuerdos y personas, vuelve a sufrir con el pasado y busca un nuevo lugar, físico y emocional desde el fracaso de un amor de once años de convivencia”.

El origen de su creación había sido muy diferente al resultado final. Afirma el autor que de "una idea argumental poco elaborada" con la que pretendía dar "un tratamiento de humor" a El orden improbable, algo que no le salió: "Me interesa la literatura de perdedores, la literatura social de los años 60, y eso es lo que intento hacer, pero dando algo de esperanza. Cuento historias duras, pero con un margen, intentando que sea verosímil".

También ha dicho que ha sido la novela que más ha corregido, con la que más ha vuelto atrás y con la que más inseguro se ha sentido en el proceso: "Le he dedicado muchas horas y he reescrito mucho porque quería que fuera una novela buena y que gustara al lector”[6].

El proceso narrativo en el que se ve envuelta su protagonista, sobre la que pilota toda la obra, es descrito como un mecanismo de extrañamiento de lo diario de corte emotivo e intimista que, en cierto modo, continuaría la línea que comenzó con La otra ciudad. En el transcurso de la novela el encuentro con otros personajes: los abogados que le llevarán su cuestión legal y la reconstrucción rauda de los años vividos en Madrid nos permitirá ir generando la situación novelesca. Entre esos personajes más llamativos podemos encontrar a Sole, una bailaora que vive sus propios sueños-fracasos mentales; su hermano el Robe, el taxista que vuelve a la casa; Jaime, un alcohólico rehabilitado gay que vive con su madre enferma; el Sueco, que es “el príncipe sucio” de Nuria, un camarero, un tanto macarra que disfruta llevándola en su moto por distintos garitos de Málaga. Un conjunto de personajes que nos invitan no sólo a vivir el pasado sino también a reconstruir el futuro.

Es verdad que el fracaso está unido a aquel pero no a éste como se deriva de la anécdota final y del proceso de progresivo optimismo del narrador con su protagonista: “También El orden improbable se alimenta de esa poética, a la que hay que añadir el punto de vista, siempre del lado de quienes no protagonizan nada que vaya más allá de sus vidas. De nuevo la ciudad es el espacio vivido y conocido. De nuevo un equilibrio de fuerzas bien diseñado entre narración y diálogo, una pizca de humor y de ternura repartida entre la genuina variedad de tipos que habitan el escenario urbano, y un narrador omnisciente que organiza y explica el relato, hacen que este autor mantenga expectativas que no se agotan con esta historia”[7].

En consecuencia, a pesar de las dudas, del fracaso y de las huidas que nos desarrolla a través de un proceso de asociación mental, nunca de una manera lineal, sino dando continuos saltos en el tiempo, consigue crear en su vida cierto orden, un «orden improbable» donde por fin encontrará la felicidad final que transmite el autor en las últimas páginas: “El título, El orden improbable, es más que acertado, ya que por más que nos empeñemos en llevar nuestras vidas por un determinado carril, siempre se dará este orden improbable que nos hará llegar a la felicidad por otros medios y encontrarla en lugares que ni sospecharíamos[8].

Con un lenguaje vivo y directo, Pablo Aranda nos sumerge en las vidas de sus personajes y compone un complejo mural coronado por un final que es sumamente oportuno con su forma de ver la realidad y un optimismo evidente, a pesar de todo: “El orden improbable guarda un esperanzador vitalismo, transmitido en un relato sólido y coherente, escrito con aparente sencillez pero muy trabajado –hasta adquirir una notable fluidez y una proporción entre narración y diálogo- en el que se mueven Nuria y los personajes que la circundan (…) todos de carne y hueso, buscando también el hilo de Ariadna de sus laberintos”[9].

Ucrania (2006) fue galardonada con el II Premio Málaga de Novela, convocado por el Instituto Municipal del Libro en colaboración con la Editorial Destino.

Como Nuria en El orden improbable, también en esta novela la protagonista es una mujer. En este caso una mujer extranjera. Elena es una mujer preparada y con una formación intelectual que sirve de germen de una historia personal a partir del momento en que llega a Málaga para trabajar como una de tantas inmigrantes en el servicio doméstico. “Aquí su vida –decía Aranda- se ve condicionada por los miedos e ilusiones de tres adolescentes. Incluso estuve hablando con unas cuantas, para conocer las sensaciones que les causaban el cambio de país y qué cosas les llamaban la atención de Málaga”.

Pero también es cierto que junto a ella hay un grupo que determina todo el proceso narrativo en cuanto posee un enorme poder simbólico, un grupo de jóvenes malagueños que estudian en el mismo centro en los años ochenta. Viven sus experiencias adolescentes y programan el futuro. Después llegan a la facultad y comienzan a estudiar sus respectivas, mientras que Jorge (el otro protagonista) se hace mecánico de automóviles. Ya con treinta años se enamora de una ucraniana por Internet, mientras su hermano Julián acaba en la cárcel. Jorge es un muchacho de espíritu complicado y un tanto desarraigado pero la protagonista ha dejado en Ucrania a su hijo, en la casa materna, y desea traerlo a España como único objetivo. Hay otros personajes protagonistas, otra mujer y otro hombre, que conviven en un barrio de clase media de Málaga con lo que apuesta una vez más Pablo Aranda en convertir la normalidad del barrio y sus gentes en personajes literarios. Inmigrantes que buscan dinero fácil y desengañados.

Aranda se siente a gusto en Málaga donde trascurren la mayor parte de sus historias y, como en otros escritores malagueños, que han apostado abiertamente por convertir a su ciudad en centro de sus acciones, Aranda se desenvuelve en ella con afecto y sobre todo con conocimiento de causa porque es lo que mejor para cualquier narrador (también en Antonio Soler sucede así) y puede llegar a transmitir en sus obras todo el poder y el simbolismo de la ciudad y es más fácil visualizarla al escribir, aunque también conoce Ucrania –en la que ha estado de viaje- y este hecho permite un mayor acercamiento al espacio narrativo de la protagonista. Al respecto declaraba Aranda lo siguiente: “Por un lado me ha divertido escribir sobre lugares que tengo aquí mismo, por otro en muchas novelas aparecen calles y éstas no tienen por qué estar siempre en Madrid o Barcelona (ciudades que por cierto me encantan).´Me gusta ser de donde soy, pero no creo que Málaga sea mejor ni peor que ningún otro sitio. Que yo sea de aquí es casual, supongo”.

Tanto el ámbito geográfico como los personajes además se sostienen en todo lujo de detalles, un puntillismo que le permite jugar por momentos a una suerte de construcción visual, imaginaria y sensitiva de muchos aspectos. Un conjunto de situaciones e historias de personajes que acaban cruzándose formando una especie de maraña o gran puzzle: “Intento que las historias no acaben con flecos sueltos, sino que se entrecrucen. Eso pasa con la historia de la ucraniana y con la vida de uno de los tres adolescentes a los que retrato”. A este respecto también decía Basanta lo siguiente: “La novela encuentra su mejor acierto formal en el continuo entrecruzamiento de planos temporales, con múltiples analepsis y prolepsis que recuerdan aspectos del pasado y anticipan situaciones futuras. Este deslizamiento del pasado al presente y viceversa está desarrollado con fluidez y naturalidad, favorecido por la división del texto en cien capítulos cortos. Y su labilidad estructural se apoya en la libre asociación de ideas y en la recurrencia de los personajes principales y de sus motivaciones. Es una técnica deudora de la empleada por el también malagueño Antonio Soler”[10].

En consecuencia, es una novela cuyos personajes, nos resultan cercanos por su naturalidad y los podemos encontrar en cualquier barrio de cualquier ciudad de España. Una mujer que llega desde Ucrania para alcanzar una vida mejor (como tantos españoles trataron de hacer en el pasado en Alemania, Francia o Bélgica) y un grupo de amigos desde la adolescencia constituyen ese eje alrededor del cual gira la novela. Sin embargo, el eje de la frustración, siempre presente en su obra, llega con todo su poder trágico y de seducción.

En primer lugar, el amor (que a veces no es correspondido) y también la existencia de conflictos personales y sociales que derivan hacia situaciones de inseguridad personal. Inmerso totalmente en el realismo Aranda no desdeña la crudeza de la sociedad actual y conocedor, como es, por el ejercicio de una de sus profesiones, accede a ello con naturalidad y hipostasiar el lenguaje o sin forzar las situaciones que le tocan vivir a los personajes. Pero también, como en todas sus obras existe una evidente carga crítica ante la situación de la sociedad actual. Al respecto el autor, en declaraciones a Rafael Cortés, distinguía entre el compromiso de escritor y el compromiso de la obra literaria que consideraba perfectamente diferenciados: “El compromiso debe ser literario. El escritor puede comprometerse, pero la obra literaria no, porque corre el riesgo de convertirse en un panfleto. En el caso del articulista en prensa, sí que tiene que estar comprometido, con la palabra y con lo que cuenta (…) No es una novela reivindicativa, sino una obra literaria en la que cuento historias cercanas, de gente de ahora que podemos reconocer, por los tipos sociales actuales, aunque es todo ficción. Algunas veces un poco dura, pero contada con ternura, una historia cercana y de la calle.” [11] Aranda, de hecho, acepta el adjetivo social para aplicarlo a esta novela pero no el de denuncia, porque este término le resulta panfletario: “Es muy difícil hablar del mundo de hoy sin tocar el tema de los inmigrantes. El hecho de que sea una ucraniana que viene de su país a Málaga me permite jugar con las distancias. Los 3.000 kilómetros que separan Ucrania de Málaga suponen tanta distancia como la que existe con tu vecino de al lado, que a lo mejor está más lejos de ti que una ucraniana. Si hubiese que etiquetar la novela, el nombre sería social. Denuncia, no, porque es peligroso. Puedes convertir la novela en un panfleto”[12].

En definitiva una obra de calidad y compleja que aborda en cierto modo un proceso de aprendizaje y adaptación a la existencia. Aprendizaje y adaptación en el permanentemente se ven envueltos sus personajes que se puede considerar una despedida de los sueños y una conquista de otros nuevos: “despedida y evocación de la adolescencia desde la quiebra de tantos sueños consumada con el transcurso del tiempo, y a la vez se adentra en el extravío existencial producido por la incertidumbre de los destinos humanos de aquellos jóvenes ya en su edad adulta. Hay, pues, un significativo contraste entre el ayer de adolescentes soñadores y el hoy de adultos en la encrucijada de la existencia. Y sobre ese continuo vaivén temporal surcado en busca de abrigo del frío de la vida está construida la estructura de esta novela coral, polifónica, por la profusión de monólogos y diálogos fundidos en el tejido narrativo, con entrecruzamiento de voces de los personajes principales”.



[1] Acosta, A.: “La otra ciudad”, [en línea], Dirección URL: (Consultado el día 3 de octubre de 2011).

[2] Luna, A. J.: “La otra ciudad”, Los Proscritos La Revista, martes 25 de octubre de 2011, año 3, núm. (Consultado el día 31 de septiembre de 2011).

[3] Ibidem.

[4] Santos, C.: “La otra ciudad. Pablo Aranda”, El Cultural, 25 de septiembre de 2003.

[5] Garrido Moraga (2004: 68).

[6] S.A.”Pablo Aranda reflexiona sobre las equivocaciones y las oportunidades para volver a empezar El orden improbable”, [en línea], Dirección URL: (Consultado el día 24 de septiembre de 2011.)

[7] Castro, P.: “El orden improbable”, El Cultural, 20 de enero de 2005.

[8] Gil, L.: “El orden improbable”, [en línea], Dirección URL: (Consultado el día 18 de septiembre de 2011).

[9] Rodríguez Santos, C.: “La vida por delante”, El Cultural de ABC, 29 de enero de 2005, p. 8.

[10] Basanta, A.: “Ucrania”, El Cultural, 18 de enero de 2007.

[11] Cortés, R.: “Pablo Aranda consigue el Premio Málaga de novela”, Sur, 17 octubre de 2006.

[12] Mellado, S.: “Me atraen las mentiras y los que no pertenecen a un sitio”, El País, 1 de diciembre de 2006.

1 comentario:

Joaquín G. Montalvo dijo...

Vamos a ver, seamos un poco objetivos, por favor. Vivo en Barcelona, visito frecuentemente Madrid, y sé bien a quién se conoce y a quién no se conoce en los círculos literarios. Así que analicemos esto: en el texto se cita "un colectivo de autores nacidos en Málaga o afincados en ésta que han alcanzado cierta notoriedad en los últimos años gracias al éxito más o menos amplio obtenido con sus obras". No sé si será ombliguismo de provincias, falta de perspectiva o qué, pero la lista no acierta ni en la mitad.

Pablo Aranda, sí.
Antonio Soler, sí, por supuesto.
Juan Madrid, sí.
Guillermo Busutil, poco.
José A. Garriga Vela, sí.
Juan Francisco Ferré, sí.
Alfredo Taján, sí.
Emilio Calderón, vale.

¿Rafael Ballesteros? Hmmmmm... ¿Campos Reina?, ¿José Manuel García Marín?, ¡¿José Antonio del Cañizo?!, ¿A. Gómez Yebra?, ¿Francisco Fortuny?, ¿Carlos G. Navarro?, ¿J. M. Villalba?, ¿Antonio J. Quesada?, ¿Mario Virgilio Montañez?, ¿Javier Labeira?, ¿J. Francisco Guerrero López?, ¡¡¡¿el que esto suscribe?!!!

Lo peor de todo es que después de todos esos excesos, en la lista faltan autores como Chantal Maillard, Juan Bonilla, Manuel Alcántara, María Victoria Atencia, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Camilo de Ory o Rafael Ábalos. Cualquiera de ellos publica a nivel nacional, son activos en los medios de comunicación o actividades literarias, y sus nombres suenan en tertulias de todo el país. Le pregunto al autor del artículo: ¿había que bajar el nivel de la lista para poder incluirse a uno mismo?

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