domingo, 31 de enero de 2010

BIOGRAFÍA IMPURA DE COBOS WILKINS POR MORALES LOMAS


La pureza es un concepto juanramoniano, querido a Bradley y Bremond, pero ajeno a la lírica de Cobos Wilkins, toda impura, comprometida y vital. No obstante, si consentimos en que la poesía pura es aquello que permanece después de eliminado lo no poético, habrá que convenir que esta biografía impura es poesía esencial y pura.
En su último libro, Biografía impura (Col. Vandalia, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2009) Cobos Wilkins construye el tiempo, la memoria y la vivencia personal desde una selección temática expresiva en la que los amigos, el padre, la madre, la enfermedad, el fútbol, los viajes, la primavera o la sexualidad son los pretextos líricos adecuados para adentrarnos en la singladura de los afectos. Siempre proporcionados, siempre cercanos y en armonía con el lector. Pero la poesía de Cobos Wilkins no es realista sino emotiva y verdadera. Creada por aluvión de sensaciones, por singladuras irónicas, por efectismos diversos que no conforman un discurso lógico y una construcción causativa sino consciente y acumulativa.
El tiempo siempre se apodera de la obra y la hace suya. El tiempo de vivir como en el antónimo “Ars vivendi” (que recuerda el “Ars moriendi” de Manuel Machado), un epítome de la existencia presidida por la soledad y el snobismo de la “flor en la solapa”. La poesía de Cobos Wilkins posee un profundo arraigo familiar y una percepción consciente de las palabras, su enigma, su conflicto y su definición en la existencia. ¿Qué es un adjetivo? Por ejemplo, el adjetivo triste. Puede ser una sombra antigua, la escuela con su frío de deberes y lecciones no aprendidas, esa especie de cuentos breves en los que parecen conformarse algunos de estos poemas, pero también la persistencia de lo que no fue, su exclusión, su invisibilidad. Ahora se trata de afirmarse, de confesarse que se ha vivido y esa imposibilidad de los amores divinos sobre todas las cosas, la necesidad del beso como emblema (“Un beso vence al tiempo”), y, alguna vez, la muerte, tan distinta a la escrita en los cuentos.
A través de cuatro apartados (El niño, el Adolescente, El Joven, Poeta), con un poema prologal, Cobos Wilkins hace una peregrinación por los símbolos de su existencia y nos conforma el personaje, lo define, lo ahorma en sus miedos y en sus indefiniciones, en sus percepciones y en sus anomalías. Turbación, metamorfosis, cambio son los términos que definen el tiempo, pero también la cárcel protectora de la existencia, las pequeñas imágenes que se guardan en la memoria y ahora, prestas, son el humo del verso, las palabras asestadas en la escritura como rostros, como revelaciones o amores incumplidos. Siempre hay algo de despedida de la inocencia y de stream of consciousness en esta poesía de rituales personales. El poeta busca amigos, busca a otros muchachos estilitas, quiere ser uno de ellos, compañero de viaje de la vida, un romántico entre iguales, elevar su cuerpo aunque sea un instante en la plataforma de la vida: “Una adolescente/ finge soberbia pero clama ternura, vocea/ orgullo cuando aguarda clemencia, compañía/ anhela mientras vindica libertad”. Acaso lo que faltó en un tiempo, siempre anhelado. Y entonces la impureza, esa impureza de lo prohibido pero no por ello menos querido, ese beso de la eternidad y del instante y de la melancolía, y de querer ser esa nube que es preciso meter en una maleta.
¡Necesita tanto corazón el joven! Un joven que habla al amor, a la artes y a la vida, un joven en el tiempo, un joven-tiempo. Y la mirada siempre presente, la mirada en ese joven que retorna a un cuarto alquilado, a ese joven que desea ver el destino en los posos del café, a ese niño que vuelve. El amor de los cuerpos desnudos se hace estilo, se hace luz en las tinieblas y vence el tiempo, y el joven irá a los cafés antiguos y a las plazas porticadas, aprenderá a mirarse y saber quién es: el aprendizaje de ser.
Acaso puede sentirse perseguido por la belleza y la muerte, huyendo en el coche con Leonard Cohen, en el sueño, en la reflexión interior, en la cotidianidad de la solitaria espera, confesándose con el tiempo, contemplándose a sí, en su espejo dorado, en sus fantasmas, en su serenidad y en su armonía. Como un fiel funambulista haciendo ejercicios de subsistencia, mientras avanza en las horas, con el humo, con la armonía de lo angélico y etéreo. Así quiere ser, así se ha mostrado, como un mapa secreto, como un libro, “en la colcha de boda de sus padres”, irreal y mortal.
Conocí a Juan Cobos Wilkins en Sevilla, hace ya muchos años, en La Carbonería, leímos poesía, hablamos, y durante unas horas el tiempo fue joven, brutal y con futuro.

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