jueves, 21 de agosto de 2008

ELEGÍA Y CANTO FÚNEBRE EN LA LÍRICA CONTEMPORÁNEA por Morales Lomas

Manuel Urbano, Ana Mercedes Cano, F. Morales Lomas y Domingo F. Faílde


Acaso esté ya todo perdido, o ganado. Poesía para echar el alma por la boca y condimentar la existencia con la sal del vencimiento. Arrojar en ese acto la inmundicia, el descrédito y toda la zozobra que el tiempo ha ido acumulando. Acaso condimentar el saldo de los días con la revolución de los restos y el consumo de los detritus. Región de los hielos perpetuos (Premio de poesía Provincia de Guadalajara), del giennense afincado en Jerez Domingo F. Faílde, tiene la consistencia de la desolación y el encanto de lo perdido, de ese frío perenne que será la reliquia, el vestigio. A veces, con la confidencialidad del amigo cansado, otras con la soltura del combate de la vida, este libro es pesimista e iconoclasta. Cancela lo poco razonable que puede haber en la existencia para presentarnos su cara más lúgubre y fría. Sin embargo, no todo está completamente perdido, a pesar de la confección del dolor y la incómoda certeza de lo olvidado, porque Faílde tiene algunos motivos todavía para la quimera: “La razón que esclarezca/ la zozobra del mundo”. La confidencialidad del dolor se sostiene sobre la memoria del frío, la lluvia, el tiempo vivido y la estela indeleble de lo que hemos perdido. La vida como pertrecho, como naufragio, como reducto del que no podremos salir indemnes. Y los símbolos, del frío o de los lobos, o de la sed, de la soledad... A través de un lenguaje alegórico muy dotado para expresar todos los recursos elegíacos: “Recorremos así los tristes páramos,/ vagabundos en pena sin mañana,/ en pos de algún indicio/ o la inútil certeza de estar vivos”. Un lírica hermana de la del poeta almeriense José A. Sáez, con la que no tiene pocos puntos de encuentro, en su cosmovisión desintegradora y fulminante.
Hay en la lírica de Región de los hielos perpetuos una sensación de vacío, de nullius rerum, de contemptus mundi, de militia es vita, de aristas y testimonios de personajes muertos en el combate de la existencia siguiendo el tópico clásico tan querido en el XV. En definitiva, de quotidie morimur. Un viajero que ya no reconoce la patria de sus antiguas glorias y reconoce que las columnas ya no sostienen templo alguno en el que concitar los deseos: “Lugar terrible,/ la pesadilla incierta de no reconocerse/ sino en la gelidez de este silencio/ que envuelve con su vaho la soledad”.
En dos cantos complementarios “El llanto acuchillado” y “Círculo del frío” se sostiene sobre el alimento del tiempo y la oscuridad. Yedras, escombros de la creación, ponzoña, piedras caídas del templo, sostienen la pendiente que nos lleva a lo mortuorio: “Vendrá la noche, helada, a aquella cita,/ con su pequeño hato de tristeza/ y jazmines usados”. Sostenerse sobre los mimbres de la elegía y los muñones de la ruina en una noche aciaga es una forma de nihilismo contemplativo aceptado, aclimatado en la soledad de las estatuas y el rigor de los inviernos, por supuesto que estatuas de sal y mármol, e inviernos que se asoman a la vejez, al peso de las cifras y a la singladura de las sombras. Muchas sombras y mucho corazón arrojado al fuego de los días, mucha llanura en llamas, y todo en venta: “La vida no da gratis sino el aire/ y las fuentes del llanto”. Sí, también la tristeza, con su borrachera de tiempo y memoria perdida, con su esclavitud de campo abatido, de campo pútrido. Y la noche, con su desvalijo de astros, y la palabra rota, como un medio de expresar lo inefable, la suculencia de la derrota, el hastío de la existencia.
Faílde, con Región de los hielos perpetuos, ha construido el hermoso poemario del frío, de la consciencia herida, de la arqueología de la vida atenazada, de las aguas que huyen en el reverbero de la tarde, siempre oscuras, tácitas, solitarias.

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